domingo, 11 de septiembre de 2011

Historia de la literatura manchega del siglo XIX. Mujeres, ensayistas, biógrafos. (II)



LAS MUJERES

En el siglo del sufragismo, las mujeres empiezan a hacerse notar, y entre ellas las manchegas; veremos que el único cauce por el que se les permitirá una cierta independencia y alguna expresión será casi siempre a través de la enseñanza y la literatura infantil o moral; la novela realista europea nos muestra en el tópico personaje de la institutriz, esa madre que no es madre, o en el tema del adulterio, los intentos de la mujer por desligarse del rol que le ha marcado la sociedad; muchas y las más progresistas de las autoras de las que hablaré aquí (Magdalena de Santiago-Fuentes, Luciana Casilda Monreal de Lozano) se dedicaron a la docencia; otras se mostraron herederas del costumbrismo católico de Fernán Caballero (Faustina Sáez de Melgar, Micaela de Peñaranda y Lima).
La más importante sin duda por la variedad, extensión y mérito de su obra es Faustina Sáez de Melgar (1834 - 1895), madre de la pintora Gloria Melgar; de hecho, ha pasado al canon de la literatura femenina de esa época junto a Ángela Grassi y María del Pilar Sinués. Nació en Villamanrique de Tajo, en la raya de Madrid y Toledo y muy cerca de la de Cuenca y Guadalajara, pero siempre se consideró manchega. Pese a resistencia de su padre, consiguió publicar en la prensa ya a los diecisiete años. Merced a un buen matrimonio con Valentín Melgar, pariente del banquero Ceriola y con acceso al Palacio Real, y también gracias a su mudanza a Madrid, logró la independencia. Cultivó la narrativa, la lírica, el periodismo y el teatro. De familia pudiente, dispuso de la posibilidad poco frecuente entre las escritoras españolas de su época de viajar al extranjero, y residió en París algunos años. Se relacionó con las altas instancias de los gobiernos isabelinos, que la favorecieron descaradamente,[1] aunque supo ser lo bastante ambigua ideológicamente como para presidir el filokrausista Ateneo Artístico y Literario de Señoras (1869) habiendo sido un miembro destacado de la Junta de Señoras presidida por la Reina, pese a lo cual doña Faustina no perdió ocasión, pese a su ideología católica y proisabelina, de auxiliar a las de su propio sexo que no comulgaran con sus ideas, por ejemplo a la poetisa socialista utópica Josefa Zapata; es más, fue una activista importante en la Sociedad Abolicionista Española y defendió la instrucción y el trabajo de la mujer.
La suya es una “novela castiza española” distinta a la “novela perniciosa extranjera” en no introducir “horribles monstruosidades morales”. Como prescribía Alberto Lista, introduce elementos maravillosos en la ficción para mantener el interés del lector, si bien lo que domina en ella es el costumbrismo neocatólico. Sus primeros poemarios fueron publicados en 1859: La lira del Tajo y África y España; este último  hay que entenderlo en el contexto de la Guerra de Marruecos (1850-1860), cuando el albaceteño Mariano Roca de Togores promueve la antología El romancero de la Guerra de África (1860);[2] Sáez, muy atenta siempre a la sociedad en que vivía y un año antes de la abolición de la esclavitud en Cuba (1880) estrenó el drama abolicionista La cadena rota (1879); en este género se había probado ya con el juguete cómico Contra indiferencia celos (1875). Posteriormente cultivaría la poesía narrativa con La higuera de Villaverde. Leyenda tradicional (1860) y Ecos de la gloria. Leyendas históricas (1863).
Su primer éxito como narradora en prosa fue La pastora del Guadiela (1860). Desde entonces fue una asidua colaboradora en todo tipo de prensa y revistas,[3] siendo capaz de publicar simultáneamente nada menos que hasta cuatro novelas folletinescas diferentes en distintos lugares de España sin contradecirse en los argumentos. Entre las más célebres están La marquesa de Pinares (1861), continuación de la anterior; Los miserables de España o Secretos de la Corte (1862-63, 2 vols.); Matilde o El ángel de Valderreal (1862), Ángela o El ramillete de jazmines (1865-1866, 3 vols.), Adriana o La quinta de Peralta (1866), La loca del encinar (1867), Amor después de la muerte (1867), La cruz del olivar (1868), "María la cuarterona o La esclavitud en las Antillas" (1868), novela corta aparecida en La Iberia, (24-X-1868), Rosa, la cigarrera de Madrid (1872 y 1878, 2 vols.), “El hogar sin fuego” (La Iberia, 18-VII-1876), traducida al italiano también con éxito; La abuelita (1877), en realidad una colección de relatos agrupados bajo el pseudónimo genérico de “Cuentos de aldea”; Inés, o La hija de la caridad (1878, 2 vols.), Sendas opuestas (1878), El collar de esmeraldas (1879), El deber cumplido (1879), Aurora y felicidad (1881), Fulvia o Los primeros cristianos (1889), El trovador del Turia (Memorias de una religiosa) (1890). Con algunas de estas novelas se editaron las novelas cortas La bendición paterna y El hogar sin fuego; sin año se publicó Alfonso el Católico.
Magdalena de Santiago-Fuentes Soto (Cuenca, 1873 - Madrid, 1922) fue una maestra del Regeneracionismo que intentó renovar la pedagogía española. Tras alcanzar el Premio Extraordinario en Bachillerato, comienza a cursar los estudios de Farmacia en la Universidad Central; enfermo el padre, debe abandonarlos y ponerse a trabajar como telefonista. A los diecisiete años queda huérfana. Su enorme voluntad y espíritu de superación la llevan a cursar en escasos meses los estudios de Maestra Elemental y, posteriormente, el de maestra Superior. Inmediatamente se presenta la primera oposición que se convoca, en la que alcanza el número uno. Durante nueve años permanece en Huesca, donde traba amistad con Isabel Martínez Campos, directora de la Escuela Normal, a la que dedicará alguna de sus obras. Consigue más tarde, por oposición, la Cátedra de la Escuela Normal de Barcelona, y por permuta, un año más tarde, la de Madrid. Desde este centro pasará a ocupar la Cátedra de Historia de la Civilización en la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio. Colabora en La Correspondencia de España, El Magisterio Español, El Eco de Santiago, La Basílica Teresiana, El Album Ibero-Americano, La Alhambra, Blanco y Negro, La Lectura, Nuevo Mundo, El Gráfico, Diario Universal, El Imparcial, Escuela Moderna, Feminal... Publica narrativa para adultos, numerosas obras didácticas y otras de literatura infantil; excepcionalmente hermosa en este último grupo es El tesoro de Abigail, narración de Tierra Santa. Herder, Barcelona, 1889, primorosamente ilustrada, y con su hermana Carmen Vida de colegio (Novela infantil). Libro de lecturas para las escuelas de niños y niñas, Madrid: Suc. de Hernando, Madrid, 1916. De sus obras didácticas baste decir que, por ejemplo, La escuela y la patria alcanzó veintinueve reimpresiones entre 1899 y 1943. En cuanto a su narrativa para adultos, tenemos la novela Emprendamos nueva vida. Barcelona: Henrich y Cía, 1905;  Cuentos orientales, Barcelona: Antonio J. Bastinos, 1908; Aves de paso. Novela infantil. Huesca: Talleres Tip. de L. Pérez, 1909; Cuentos del sábado, Einsiedeln: Est. Benziger y Cía. Suiza, 1909 (Contiene: Ni-ju. La hucha rota. Pasión funesta. Mariem. Lilí. La Patria ante todo. Carta al cielo); Visión de vida. Novela. Zaragoza: Abadía y Capapé, 1909: La novela de la infancia. Burgos: Hijos de Santiago Rodríguez, s. a.; Flores de loto. Cuentos arqueológicos. Barcelona: Herder, s. a.; O-Toyo. Novelita japonesa. Barcelona: Bastinos, s. a.
Luciana Casilda Monreal de Lozano (Villacañas, 1850-) fue maestra por oposición en Madrid desde 1870 y luego profesora interina de la Escuela Normal Central de Maestras y numeraria encargada de la asignatura de prácticas sociales en la Escuela de Institutrices de Barcelona; allí pronunció en 1897 un Discurso sobre la influencia de la educación integral en el porvenir de las naciones y en 1900 una Conferencia sobre la importancia de la lectura y su relación con las Bellas Artes. También fue vocal de la Academia de Higiene de Cataluña, de la Junta Provincial de Protección de la Infancia y de la Asociación de Caridad Escolar, de la que llegó a ser vicepresidenta (redactando en 1905 una Memoria sobre Cantinas escolares en España). Participó asimismo en el Congreso Pedagógico de Barcelona de 1888. Colaboró en El Estudiante (1902) y otros periódicos. Tras haber dado a luz en 1873 su obra acerca de La educación de las niñas por la historia de las españolas ilustres (constantemente ampliada y con una quinta edición en 1908) escribió diversas obras pedagógicas. Literariamente nos interesa por sus Españolas y americanas ilustres, Madrid: Imprenta de E Raso, 1908. Elisa López Gallarte, hermana de Pedro López Gallarte, redactor del periódico de Cuenca La Ley (1870) y de La Voz de Cuenca, publicó Ecos de mi corazón: colección de artículos (Ciudad-Real: Tip. Del Hospicio, 1891), donde se declara católica y conservadora, y Todo por ti ( Ciudad-Real: Tip. Del Hospicio, 1891). Igualmente conservadora se muestra la novelista de Campo de Criptana  (la juzga excelente el padre Pablo Ladrón de Guevara en su famoso y archirreimpreso Novelistas malos y buenos juzgados en orden de naciones, 1910) Micaela de Peñaranda y Lima, que escribe novela realista algo pasada de moda a caballo entre los siglos XIX y XX, la mayor parte de ellas impresas en Barcelona: Así es el mundo (1915), Nada sucede acaso (1915), Mudar de opinión (1915), El hastío del Rincón (1923), ¿Sin remedio? (sin año) y El becerro de oro (1920), entre otras. También fue autora dramática: Teatro infantil: piezas en prosa y verso (1926). Nada sucede acaso está ambientada en La Mancha, más en concreto en Alcázar de San Juan; desarrolla una intriga amorosa en medio de un ambiente chismoso bastante bien reproducido que sufre la pobrecilla y devota protagonista.

-Yo creo, don Paco, -dijo María Luisa,- que cada uno debe seguir su vocación. El Señor no nos llama a todos al mismo estado.
-Muy cierto; pero ¿cuál es más perfecto?
-El más perfecto, es el sacerdocio, -dijo don Gabriel, el párroco.
-Y si no, -añadió Antonio, que había llegado aquella tarde ordenado de Evangelio,- ya sabe V. lo que dice san Pablo: “El que se casa, hace bien; y el que no se casa, hace mejor”.
-¡Hombre, a ti no te tocaba contestar!- dijo vivamente don Paco.
-Vamos, don Paco,- contestó el joven sonriendo;- me figuro que mi respuesta no le ha agradado a V. mucho. Sin embargo, hasta ahora debe V. haber sido de mi opinión o engañan las apariencias.
-Pero es de sabios mudar de opinión,- dijo María Luisa.
-Y don Paco es muy sabio –añadió la señorita Flora, mirándole con cierto afecto.
-Pues hará bien en mudar, -dijo don José con enfático acento;- el estado más perfecto es el matrimonio.
-Pero, -replicó doña Generosa,- ¿no ha oído V. lo que ha dicho Antoñito que dijo san Pablo?
-San Pablo no entendía de eso, doña Generosa,- contestó el médico. (Op. cit., p. 85-86.)

Se percibe en Peñaranda a una sutil observadora y entre líneas una cierta melancolía en sus personajes, de clase frecuentemente alta pero avecindados en un entorno campesino y entregados a una vida vulgar, estéril y sin objetivos.

Bárbara Sánchez y García (Ciudad Real, 1865 – 1930) escribió poesías que fueron publicadas póstumas en un volumen sin año (Versos: obra póstuma. Torre de Juan Abad: Impr. González); como suele ser habitual cuando se trata de autores tan desconocidos y de corta tirada, me ha sido imposible encontrar todavía.


LAS GENERALIDADES, EL ENSAYO, LA BIOGRAFÍA


Empecemos por los recopiladores de literatura tradicional manchega. La presencia de este elemento popular se remonta a las jarchas, a la serrana Yo me iba mi madre / a Villarreale , del siglo XIII, y a los dos arciprestes del XIV, el de Hita y el de Talavera. Formas autóctonas como la seguidilla o manchega, o desarrolladas en la Mancha, como las torrás o los dómines, llamaron desde bien pronto la atención.  El talaverano Cosme Gómez Tejada de los Reyes incluye numeroso material tradicional en su novela didáctico-bizantina León prodigioso (1635), aún inédita, de lo cual ya se apercibió alguien tan atento al folklore manchego como el mismo Félix Mejía. Incluso el neoclásico valenciano León de Arroyal y Alcázar (1755-1813), a quien Forner llamó “Cleón” por sus ideas más liberales que ilustradas y “un manchego que se fue a su tierra” porque vivió la mayor parte de su vida en San Clemente y Vara de Rey, provincia de Cuenca, quedó impresionado por la altura lírica de las coplas manchegas: “Pueden por su belleza y gracia competir con los más ponderados epigramas de la antigüedad”, escribe en la introducción de sus Epigramas (1784); es más, copia tres de ellos. Fermín Caballero, en la parte denominada “Proverbios” de su Nomenclatura geográfica de España, incluye refranero, coplas y tradiciones de la meseta sur, que conocía mejor que bien; Cándido-Ángel González Palencia (Horcajo de Santiago, 1887 - 1949)  editó en dos volúmenes el Romancero general (1600, 1604, 1605). Madrid: C.S.I.C., 1947 y reunió sus estudios sobre esta materia en Historias y leyendas (Madrid: C.S.I.C., 1942); Juan Moraleda y Esteban[4] publicó unos Cantares populares de Toledo: Coleccionados y comentados. (Toledo:  Imprenta y librería de Lara, 1889), repartidos en dos secciones de cantares profanos y religiosos. Contiene las seguidillas y coplas que mencionan la ciudad, sus monumentos, lugares y tradiciones:

Tienen las toledanas / vicio mortal, / que al espejo del agua / vanse a mirar. A Toledo la comparo / con el culo de una taza / todas son cuestas arriba / hasta llegar a la plaza. ¿Cómo quieres que en Toledo / haya muchos liberales / si casi todos son hijos / de canónigos y frailes?

Pero el mayor folklorista manchego del XIX es sin duda el valdepeñero Eusebio Vasco Gallego por los tres gruesos volúmenes de sus Treinta mil cantares populares. (Valdepeñas: Imprenta de Mendoza, 1919, 1930, 1932). Desde su infancia fue recogiendo por toda la provincia de Ciudad Real estos cantares, cuartetas, soleares y seguidillas. Es obra sólo de recopilación, con defectos metodológicos evidentes (no respetó la lengua original, ni las variantes textuales, dialectales e irregularidades métricas de los textos, no reflejó sino ocasionalmente su procedencia, y nunca la identidad, origen o estudios de sus informantes, ni hizo un análisis métrico y temático del material). El esfuerzo por ordenar el material es obvio en la primera parte del primer volumen; luego renunció a ello y procuró excusarse prometiendo unos  índices que no llegó a publicar. Eso sí, excluyó conscientemente los cantares que aparecían en otras obras ya publicadas por Emilio Lafuente Alcántara y Francisco Rodríguez Marín y otros folcloristas, que sumadas con su aportación ofrecían el número con que dio título a su propia obra. Con todo, es hasta ahora mismo y sin duda alguna la contribución más importante a la historia del folklore manchego, pese a lo cual no ceso de asombrarme de cuánta indiferencia despierta su figura cuando se imprimen sin parar obras sobre la misma materia, sin que se estudie o reimprima esta piedra angular del folklore regional.
Pero, a excepción de este laudable intento del valdepeñero, y a pesar de la larga tradición manchega en estos estudios, que se remonta a los paremiólogos Jerónimo Martín Caro y Cejudo y Luis Galindo, cuyos diez volúmenes de proverbios siguen manuscritos en la Biblioteca Nacional, poco más se hizo por conservar el rico folklore en verso de la región,[5] que inspiró la poesía posromántica del conquense Mariano Catalina y Cobo (Poesías, Cantares y leyendas, 1879), del toledano Manuel Jorreto Paniagua, autor de doscientos Cantares y seguidillas (Albacete: Imprenta de Sebastián Ruiz, ¿1868?) y otras obras parecidas;[6] se trata de dos centenares de breves composiciones que imitan la lírica popular y a veces aparecen transidas de aires becquerianos; semejante en esta inspiración popular es el interesantísimo consaburense Alfonso García Tejero, de quien se tratará más tarde. Esta corriente de poesía, promocionada por Augusto Ferrán y Rosalía de Castro, desembocará con el tiempo en el Neopopularismo del 27. En cuanto a la literatura tradicional en prosa, es preciso notar el Manojico de cuentos, fábulas, apólogos, historietas, tradiciones y anécdotas del fecundo carlista Manuel Polo y Peyrolón (Impr. de M. Alufre, 1895) y otros intentos más dispersos, del todo insuficientes; la tradición narrativa oral manchega se mantenía viva todavía a principios del XX, cuando F.º Rodríguez Marín o Pío Baroja recogieron algún que otro cuento en La Mancha.[7]

La literatura de pensamiento se abre en este siglo con varias obras importantes. La primera es la del jesuita padre de la Lingüística comparada, Lorenzo Hervás y Panduro, (Horcajo de Santiago, 1735 - 1809), el famoso Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas y enumeración, división y clases de estas según la diversidad de sus idiomas y dialectos (Madrid, 1800-1805, seis vols.), fruto de largos años de investigación, en que, inspirándose en Leibniz, abandona como base de comparación el vocabulario y establece como criterio prioritario la estructura gramatical, morfológica y fonética interna de los idiomas, catalogando además numerosas lenguas indígenas de América. Veinticinco años antes de que Franz Bopp demostrara científicamente la existencia de la familia aria, estableció por primera vez en Europa el parentesco entre griego y sánscrito. Frente a los lingüistas franceses, demostró que el hebreo no fue la lengua del Paraíso ni la primigenia; dejó sentado definitivamente su parentesco con otras lenguas semíticas, tales como el arameo, árabe y siriaco. Sostuvo la teoría del vasco-iberismo y la demostró con procedimientos científicos. Estableció dos nuevas familias de lenguas, la malayo-polinesia y la fino-ungria. La obra supera a todas las precedentes en visión y profundidad, incluso a las famosas enciclopedias Pallas y Mitrídates de Adelung-Vaten, y valió al autor los elogios de Wilhelm von Humboldt, quien le conoció personalmente y con quien coincidía en pensar que una lengua era también una visión del mundo y de la realidad. Posteriormente publicará sus Causas de la Revolución de Francia en el año 1789, y otros medios de que se han valido para efectuarla los enemigos de la religión y del Estado (Madrid, 1807), que abunda en las ideas del abate Barruel de la “conspiración de los filósofos” y  pregona la primacía de lo religioso y moral sobre lo civil, sin ahondar en las causas que propuso Edmund Burke; para él la idea roussoniana del pacto social atenta contra el derecho y la autoridad natural, la autoridad civil se debilita cuando prescinde de la autoridad moral y religiosa. Estas ideas de Hervás, que circulaban manuscritas desde 1805 y tuvieron algún tropiezo con la Inquisición, curiosamente, calaron profundamente en los, llamémoslos así, pensadores del absolutismo manchego: yo las he encontrado, por ejemplo, en la Atalaya de la Mancha en Madrid del padre Agustín de Castro.
Otra obra importante es el Diccionario Bíblico Universal para la inteligencia de la Sagrada Escritura (1800) del escolapio albaceteño Luis Mínguez de San Fernando (Mahora, 1745 – Madrid, 1810),[8] consecuencia de la primera traducción autorizada de la Biblia a la lengua vulgar, que había sido encomendada a los escolapios Felipe Scío de San Miguel y Benito Feliú de San Pedro (1790-1793), y cuya excesiva literalidad condujo a una segunda edición reformada por un equipo de helenistas manchegos que pretendían aproximarla a la Vulgata: Calixto Hornero (Pozuelo de Calatrava, 1742 – Madrid, 1797), su sobrino Ubaldo Hornero (1744 – 1793)  y el citado Luis Mínguez, a los que se agregó el aragonés Hipólito Leréu (Camañas, 1741 –  Madrid, 1805).
Luego disponemos de las múltiples reediciones y traducciones (1804, 1805, 1815 etc.) del panfleto contra los ingleses de otro escolapio, el masón y helenista Pedro Estala Ribera (Daimiel, 1757 – Auch, 1815), compuesto a instancias de su amigo Godoy: Cartas de un español a un anglómano (1795). Estala, uno de nuestros críticos literarios neoclásicos más importantes, editor de la poesía clásica de nuestro Siglo de Oro y de una exitosísima colección de libros de viajes, y que dominaba el inglés, sostiene que la política exterior de Gran Bretaña consiste en debilitar a Europa fomentando sus discordias intestinas igual que ha hecho en la India, para lo cual cita entre otros ejemplos la Guerra de Sucesión española. Su dominio en el mar se funda más en la piratería que en el comercio, pues si firman un pacto no es más que para romperlo y dedican a la trata de negros más de 140 barcos; su fin ante todo es debilitar el comercio de las demás naciones, por lo cual la anglomanía o moda de todo lo inglés es un error .
El médico Ramón López Mateos (Manzanares, 1771 – Madrid, 1814), secretario que fue de la Real Academia de Medicina, fue uno de los ilustrados con mayor preparación científica de La Mancha. Así lo revelan sus Pensamientos sobre la razón de las leyes derivada de las ciencias físicas, o sea, filosofía de la legislación, 1810; muy crítico, empírico y materialista desde su misma juventud, recibió además una excelente formación en lenguas clásicas:

La verdad no puede decirse sino a los hombres justos, a aquellos que tienen bastante filosofía para sacrificar hasta su amor propio al interés común; que no confunden los sagrados derechos de la religión con los abusos detestables de la ignorancia, superstición y fanatismo, que no exageran la perfección del hombre ni su debilidad y que, convencidos por experiencia de los progresos del entendimiento, confirman, reforman o prescriben las opiniones de nuestros mayores, como deberán hacer con las nuestras las generaciones futuras.[9]

Obsérvense las series retóricas de tres elementos, que encontraremos, por ejemplo, en los discursos de Emilio Castelar. López Mateos criticó los aspectos supersticiosos de la medicina popular, algunos de los cuales veía peligrosos, y la tendencia a considerar posesión diabólica algunas enfermedades con efectos psicosomáticos, y fue pionero en investigar los efectos terapéuticos de la electricidad. A otro médico, el liberal y amigo de Espronceda Agustín Gómez de la Mata, (Moral de Calatrava, 1807 – p. 1866), muy metido en política desde la más tierna edad (participó en los debates de la Sociedad Patriótica de Almagro durante el Trienio Liberal, 1820-1823) y que sufrió los efectos de esa afición (en octubre de 1823 fue herido por un faccioso de la partida de El Locho; su padre fue asesinado por la del Abuelo; un hermano suyo tuvo que emigrar), debemos unos Estudios políticos sobre la situación de España en 1858, (Madrid: Imp. y lib. de la viuda de Vázquez e Hijos, 1858).[10] 
Francisco Javier de Moya (Hellín, 1821 – íd. 1883)[11] fue una figura importante en el tercer partido, el democrático; escribió un importante ensayo, Teoría del derecho y del deber (1881) y reunió sus trabajos periodísticos en Estudios sociales: publicados en 1847 (1855).
Algunos escritores manchegos ejercieron la crítica literaria; dejando aparte a los cervantistas que veremos más adelante, tenemos a Fernández y González, Carbonero y Sol y Abdón de Paz.[12] El lingüista Francisco Fernández y González (Albacete, 1833 - 1917),[13] miembro de cuatro academias y dominador de diez idiomas antiguos y modernos, fue uno de los pocos manchegos que pudieron proseguir los estudios de lenguas indias del ilustre Lorenzo Hervás y Panduro donde este los dejó[14] y hacer contribuciones importantes al arabismo, a los estudios hebraicos y a la historia en general;[15] aquí señalaremos sólo su La idea de lo bello y sus conceptos fundamentales: disertación leída en la Universidad Central (1858), de muy densa erudición, y su Historia de la crítica literaria en España, desde Luzán hasta nuestros días, con exclusión de los autores que aún viven, Memoria premiada por la Real Academia Española (1867). Su obra dispersa debería recogerse y editarse por sus méritos intrínsecos. En cuanto al arabista León Carbonero y Sol, (Villatobas, 1812 – Madrid, 1902), de quien algunos pensaron erradamente que era sevillano, se suelen citar sus obras polémicas de furioso tomista católico, fustigador de krausistas y masones, pero no su obra antisemita, de la que ofrezco este ejemplo, infame por lo que dice, pero hermoso por cómo lo dice, pues era un escritor muy dotado:

[Los judíos] en el orden político fueron siempre fomentadores de todo tumulto, de toda insurrección, en el orden moral fueron urdidores de tramas y de calumnias, falaces en su trato, faltos de buena fe y nada cuidadosos de la honra; en el orden religioso son los crucificadores de Nuestro Señor Jesucristo, son los despreciadores de su Santísima Madre; en el orden comercial, son usureros, estafadores y piratas de los pueblos. La raza judía no aumenta el comercio ni la riqueza de las naciones que los acogen... porque es como los chalanes y rateros que ven a las ferias donde hay movimiento comercial, para aprovecharse de la sencillez de los incautos. ¡Cuál será el estado de nuestro país, cuando lo más despreciable y vil que hay en el universo, más que los salvajes de América, más que los antiguos ilotas, más que los esclavos y eunucos de Turquía, más que los parias del Asia, se atreven a levantar su voz aquí en España, en la nación de Isabel la Católica, aquí donde tantos recuerdos conservamos aun de las iniquidades que cometieron!... ¿Habrá quien se interese por esa raza de maldición? ¿Habrá quien olvide lo que fueron? ¿Habrá quien desconozca lo que son? ¡Ah! no, no es posible, pero si tal sucediera... si llegara por desgracia el día en que se atrevieran a vivir entre nosotros como en los siglos medios, de temer es que a tal día, sucediera una noche toledana, y responsables serían ante Dios, los que contribuyeran con su imprudencia a despertar en el pueblo español aquellos odios que produjeron escenas tan lamentables. (“Pretensiones de los judíos para su establecimiento en España”, en La Cruz, Revista Religiosa de España y demás Países Católicos, t. II, noviembre de 1854, págs. 624-625)

Carbonero era un hombre de una importancia fundamental para la prensa católica en la segunda mitad del siglo XIX. Su nombre está unido al movimiento de la “Asociación de Católicos de España”, que trabajó por el mantenimiento de la unidad de España y fue impulsor de los diversos congresos católicos. No sólo fue hombre de confianza de la Nunciatura, también mantuvo relación con los notables de su época: Donoso Cortés, Balmes, el Padre Félix, Montalembert y muy especialmente con Louis Veuillot.[16] Pero lo que menos se conoce de él son sus biografías o su teatro, o el apabullante y documentadísimo tratado histórico de literatura enigmística, el mejor hasta el momento en la bibliografía española, de uno de sus hijos, con quien a veces se le confunde, León María Carbonero y Sol Merás: Esfuerzos del ingenio literario, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1890. Compendia, suma y estudia con criterio histórico todo lo publicado en Europa y España anteriormente sobre literatura artificiosa y constituye un documentado tratado que hay que citar inevitablemente a la hora de nombrar los precedentes de la poesía visual y de vanguardia;[17] debería ser reimpreso. Y no estará de más recordar que había poetas en el XIX como José González Estrada que se dedicaban sólo a este tipo de creaciones y que fundaron para ellas periódicos como El Pistón,[18] o que en Toledo publicó Francisco de Frías Las XII marañas (Toledo: Imp. de Felipe Ramírez, 1884) con charadas, fugas, losanges, saltos de caballo y otras “composiciones enigmáticas”, como el dice. Hay que reparar, pues, en que cuando el poeta carlista  valdepeñero y gran ajedrecista Antonio Solance realiza un caligrama que representa una cruz en su libro Poemas y artículos, (Valdepeñas, 1896),[19] en realidad está aludiendo a la revista del mismo nombre dirigida por el también abogado León Carbonero y Sol y a los caligramas de la cruz o poemas cruciformes que su hijo cita en sus Esfuerzos del ingenio literario, pp. 109-121 y no es, como alguno ha creído, un mero artificio sin más, sino que seguía una luenga tradición literaria que tenía sus propios representantes en el XIX, entre ellos los dichos José González Estrada y Francisco de Frías.
También arabista fue José Antonio Conde García (Peraleja, 1766 - Madrid, 1820),[20] quien últimamente ha sido reivindicado de los feroces ataques de otro arabista eminente, el holandés Reinhart Dozy, demasiado cargado de los prejuicios de su nación y de su época; lo fue a partir de los estudios de otra arabista manchega, Manuela Manzanares de Cirre,[21] quien dejó claro que Dozy no habría podido escribir su propia historia sin la de Conde. En efecto, su tiempo la Historia de la dominación de los árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas (1820-1821, tres vols.) fue una contribución excepcional que fue traducida prontamente al francés (1825), al alemán (1825) y al inglés (1854); ya habían aparecido sus Califas cordobeses, (1820), sus Poesías orientales (1819), su Sobre las monedas arábigas (1817) y su traducción de la Descripción de España de Al Idrisi (1799). La obra de Conde intenta dar al castellano un sabor arábigo, como declara en su misma introducción, y por eso se entrevera frecuentemente de versos agarenos traducidos; se declara como un extracto, centón y compendio de diversos historiadores árabes y sostiene alguna teoría peregrina, como la de que la métrica de los romances españoles proviene de la arábiga; por otra parte da mucha cabida al material legendario pintoresco, como cuando cuenta que Tariq halló en una apartada estancia del Alcázar Real de Toledo veinticinco coronas de oro y piedras preciosas, que se mandaban elaborar con el nombre de cada rey visigodo y sus años de reinado en España. Sin duda que la obra de Conde, con su maestría para seducir la imaginación, tuvo mucho que ver en la formación de los Cuentos de la Alhambra (1832) de Washington Irving, escritos en 1829, aun cuando hacía viajes a España desde 1826; varias reimpresiones de la obra de Conde en el siglo XIX y XX testimonian su éxito y perdurabilidad. Conde fue el descubridor de la literatura aljamiada y el primer historiador que usó las fuentes árabes en su lengua original, y se conservan algunos estudios inéditos suyos sobre los orígenes del caló y el vasco.
El ilustrado Antonio Marqués y Espejo intentó revitalizar el pensamiento de los novatores publicando un centón de Feijoo, su Diccionario feijoniano (1802). Era un hombre tan afrancesado que algunos le acusaron de introducir demasiados galicismos en sus traducciones, y es cierto. En Higiene política de España (1808), su más importante ensayo, intenta descubrir el ascendiente y ventajas de todo lo francés en la cultura de su propio país, y en su El perfecto orador casi todos los ejemplos traducidos de discursos son de autores franceses.
El consaburense Alfonso García Tejero, demócrata y hombre de letras a quien trataremos más como poeta, nos dejó un ensayo polémico en su folleto La fe de los partidos: examen critico-filosofico de la decadencia de los viejos partidos con el retrato de la nueva jesuitica y temible secta de los neo-catolicos (Madrid, 1860). En su libro de viajes El cancionero de Sevilla (1873) contempla desde el tren el paisaje manchego:

     Hay del suelo manchego al suelo andaluz la diferencia que de la sombra a los rayos de la mañana, de la tristeza al dolor, del desconsuelo a la esperanza, de la horrible aridez de un páramo a la primaveral y risueña perspectiva de un florido valle. 
     La Mancha, tierra rica en la producción de granos, ganados y aceites, lo fuera aún más si fecundizase sus vastas llanuras un canal o se practicasen multitud de pozos, porque no siempre la lluvia riega aquellos inmensos campos. 
     No descuella un árbol, apenas se ven huertas... no se descubre una fuente... ni un caserío en el espacio de muchas leguas. 
     A pesar de que todas las personas ilustradas, y las no ilustradas, saben que las alamedas contribuyen a purificar la atmósfera, a producir las fecundantes lluvias y a embellecer las campiñas, los manchegos no están por árboles, ni flores. 
     Por desventura y desdoro de nuestro país, no sólo en la Mancha, sino que también en otras provincias, no están ni por árboles ni por letras. 
                    El día alboreó, y atravesamos los diversos túneles de Despeñaperros. 
     Tras una noche glacial reaparece una mañana de primavera con un sol radiante y esplendoroso. 
 
El abogado y profesor Juan Marina Muñoz, (Toledo ¿? – Córdoba, 1911), ancestro del famoso filósofo y ensayista José Antonio Marina, se doctoró en ambos Derechos y en Filosofía y Letras y fue amigo y condiscípulo de Unamuno, correspondiente de la Real Academia de la Historia y catedrático de los Institutos de Orense, Toledo y Córdoba. Fuera de sus títulos jurídicos, su primera obra literaria parece haber sido la comedia en un acto Un recalcitrante (1882); después escribió Toledo: tradiciones, descripciones, narraciones y apuntes de la imperial ciudad (1898), el ensayo Las direcciones de la psicología contemporánea (1906), un Resumen de Psicología (1905), una Ética (1908, con prólogo de Unamuno), una Lógica elemental (1908) y una extensa Gramática latina compendiada (1890; 2.ª ed. 1910).
Hay que desacreditar aquí definitivamente los supuestos trabajos intelectuales del cardenal Antolín Monescillo y Viso, (Corral de Calatrava, 1811 – Toledo, 1897) mediocres donde los haya. Cualquiera que lea sus diez famosas notitas a los dos tomos de su traducción de la Historia elemental de la filosofía de Bouvier (1846) se dará cuenta de que para ese viaje no hacían falta alforjas. Cierto que impulsó algunas obras intelectuales importantes que hay que agradecer más bien a la figura del riojano Niceto Alonso Perujo, como una nueva edición latina anotada de la Summa Theologica de Santo Tomás (Valencia 1880-1883, 12 tomos), su complemento Lexicon philosophico-theologicum (Valencia 1883) y el Diccionario de ciencias eclesiásticas (Valencia 1883-1890, 10 tomos), que dirigió junto con Juan Pérez Angulo, pero lo único que debemos a su mano sólo fueron traducciones.
Tomás Tapia Vela[22] (1832-1873) nació en Alcázar de San Juan. Estaba emparentado con el famoso helenista, gramático y cervantista protestante Juan Calderón Espadero,[23] del que he editado un par de obras. Su familia era bastante pobre y se hizo sacerdote para poder estudiar, según Rafael Mazuecos; por eso se secularizó cuando pudo. Estudió en Madrid y se licenció en ambos derechos en 1861; también terminó Filosofía y Letras y se doctoró en esta carrera en 1866 con una tesis sobre Sócrates. Destacó como un asiduo seguidor de don Julián Sanz del Río, a cuyas clases privadas en su casa de los martes y jueves acudía desde 1857.[24] También frecuentaba el Centro Filosófico de la calle Cañizares de Madrid, donde se reunían los más prestigiosos krausistas de la época: Fernando de Castro, Salmerón, González Linares, Sales y Farré, Azcárate, Moret y Giner de los Ríos, por no decir el propio don Julián.[25] Ayudó, además, en el Colegio Internacional que Nicolás Salmerón fundó en Madrid en 1866,[26] que fue, en cierto modo, el antecedente de la Institución Libre de Enseñanza (1876). Fue uno de los firmantes de la carta en que se rechazaba como mendaz la presunta petición de los santos sacramentos por Sanz del Río en su lecho de muerte.[27] En 1871 obtuvo, por oposición, la cátedra de Sistemas de Filosofía en la Universidad Central, creada y dotada por Julián Sanz del Río, introductor de la filosofía krausista en España; en la oposición se había inscrito también Ricardo Macías Picavea, el famoso escritor del Regeneracionismo, pero no se presentó.[28] Tapia había sido antes auxiliar gratuito en dicha Universidad en el curso 1867-68, llevando durante dos meses la cátedra de Metafísica, pero fue separado por orden del entonces Director General de Instrucción Pública, Severo Catalina, que consideraba sus enseñanzas contrarias a las instituciones vigentes.[29] En 1868 entró en el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios con la categoría de auxiliar de segundo grado. En el curso 1868-69 suplió la cátedra de Historia Universal y en el 1869-70 desempeñó la de Historia de la Filosofía, por enfermedad del titular Don Julián Sanz del Río. En 1870 fue suspendido de sus actividades académicas junto con Salmerón, García Blanco y otros profesores, por discrepancias con las autoridades universitarias.
Por entonces se implicó en el círculo de profesores, intelectuales y políticos que apoyaron la revolución de septiembre de 1868 y posteriormente lideraron el movimiento político que desembocó en la Primera República (1873); en junio de este mismo año fue elegido diputado, pero falleció pocos meses después, el 31 de octubre de 1873.
Francisco Giner de los Ríos dedicó a Tapia, ya fallecido, los “Estudios Pedagógicos” de sus Obras Completas, pero poco se nos ha conservado de él. 

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