viernes, 13 de abril de 2012

Georg Trakl

Hijo de un ferretero y una anticuaria, empezó a faltar a la escuela para drogarse y a frecuentar los prostíbulos, en los que soltaba sermones a las trabajadoras viejas. La acabó, sin embargo, con notas brillantes, pero ya era un adicto que, además de sermones, escribía poesía. Hombre muy consciente y consecuente, estudió Farmacia y se hizo enfermero. Tuvo relaciones poco claras con su hermana que lo marcaron con el sello atormentado de Byron. En calidad de médico que no puede curarse a sí mismo fue a las trincheras de la I Guerra Mundial, en la que se trataba a los hombres como almohadones despanzurrables por ametralladora o bayoneta, siembra de huevos ruidosos o martillazos de artillería, y llegó a verse en el brete de tener que atender a ochenta heridos sin medicinas en pleno fregado. Pese a que recibió la generosa ayuda del filósofo Ludwig Wittgenstein, éste llegó en esta ocasión tarde: le habían enterrado ya víctima de una sobredosis de cocaína, tras culminar con éxito un nuevo intento de analgesia.

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