jueves, 16 de agosto de 2012

Libros

Es duro y sacrificado coleccionar libriejos; es preciso restringirse a sólo unos temas y autores que atraigan la afición. Yo lo hago con ediciones antiguas de La Mancha en general, pero como haría falta mucho dinero para llenar esa ocupación, y más en tiempos de crisis, uno debe aprovecharse de sus conocimientos de erudito local y de las gangas para aprovechar las oportunidades, gracias a lo cual he podido conseguir algunas bicocas y mi colección de raros manchegos es ya más que buena, incluso notable, y algunos ejemplares pueden cotizarse hoy en alto precio; quizá a mi muerte los donaré (o venderé, que eso de dar gratis pasó de moda, gracias a los políticos) al Centro de Estudios Manchegos o al IEM. Si vosotros queráis iniciar una colección, ya sabéis: vista de lince, moverse rápido y registrar a menudo a los cuatro anticuarios que venden libros de viejo en C. Real (o uno menos, que ha quebrado el de la calle Toledo).

Mi última adquisición es uno al que perdí la pista hace cinco o seis años; la he vuelto a encontrar, pero esta vez no lo he dejado escapar: ya está en mis manos. Se trata de las Poesías (1870) de Carlos Mestre y Marzal, un médico valenciano del que quizá descienda el poeta valenciano actual homónimo Carlos Marzal. Vivió en Ciudad Real, en la calle Calatrava número 13, y en Puertollano fue el director del Balneario o Casa de baños. Escribió para los periódicos regionales y madrileños y publicó algunos ensayos filosóficos y estudios médicos de su especialidad. El libro está bien editado por Cayetano Clemente Rubisco en rústica de tapas verdes; hay grabaditos muy elegantes de floripondios, perros, paisajes, amorcillos. Los poemas fechados van de 1854 a 1860. Parecen ir en orden cronológico. Los versos son irregulares y no muestran influjo becqueriano alguno, a pesar de que el libro se editó el año de muerte del gran poeta. A mí me recuerdan la poesía cívica del realismo, Núñez de Arce y compañía. Algunos de esos poemas tienen interés histórico-social, porque reflejan el caciquismo ("El médico de partido", por ejemplo), la última guerra carlista y la de África, la incipiente industrialización y los progresos de la ciencia y la higiene en Ciudad Real. Otros son íntimos: su amor por su tierra valenciana, Dolores, la Lola de sus versos, sus lamentos por las muertes de su padre y un hijo de cuatro años, sus cantos religiosos y morales. 

También he comprado por tres euros, de Eulalio Ramiro León, El tiempo no es oro. Memorias de un joven viejo, Ciudad Real, 1987. Es un libro que refleja una manera especial de ser muy manchega por dentro y por fuera. Se pueden respirar el ambiente, los sentimientos y los pensamientos del franquismo y después en los pequeños pueblos manchegos como Chillón; una lectura muy agradable, que da qué pensar. Esto aparte, también ha pasado a mis estantes Taller de escritura creativa para niños y adolescentes, de Esmeralda Berbel, lleno de sugerencias para desarrollar la redacción de los alumnos, tema siempre para mí de interés. Se ha sumado además la primera traducción al castellano de la Crónica de los pobres amantes del neorrealista Vasco Pratolini.

También se pueden conseguir historias interesantes de los archivos. De uno de ellos estoy copiando un informe caudaloso escrito por el clérigo ciudarrealeño Manuel Núñez de Arenas sobre los abusos económicos de un grupo de Caciques en 1810; es la monda; no me he reído tanto desde que leí las cartas de denuncia de los confidentes ciudarrealeños durante la Guerra de la Independencia contra esos "godoyes levantados del polvo". Esperpento puro.

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