domingo, 16 de septiembre de 2012

Magnífico día para un harakiri

Un día como hoy el Gran Wyoming, poco después de haber visto desaparecer a su Reverendo Pianista y a quien vimos actuar, hace incontables lunas, en el Cafetín de San Pedro, cuando íbamos al bachillerato y nos dejábamos el alma jugando seis partidas de ajedrez seguidas allí, ha sido ingresado en un hospital gallego. Por otra parte, una de mis hijas ha visto pasearse en bolas a una mujer joven y borracha por la calle; me he topado con una radio de bolsillo despachurrada en el suelo y he recogido sus restos mortales y sus pilas por si me pueden valer para un trasplante de urgencia a mi mando a distancia. Es más, como es de buen cristiano ayudar a los demás, pienso qué reflexionará la iglesia sobre que "la periodista Ariana Eunjung del diario estadounidense The Washington Post haya efectuado un cálculo sobre el dinero que la Iglesia española tendría que pagar a Hacienda si se suprimieran sus exenciones fiscales: Unos 3.000 millones al año. Una cantidad casi equivalente a los recortes sociales aplicados en los últimos tiempos. Y sólo por todos los edificios que no utiliza en su labor puramente confesional, idea que también habría barajado en algún momento el primer ministro italiano Mario Monti". Una paloma ha criado un palomo en una maceta de mis ventanas; hemos adoptado un periquito al que ha cercenado una pata el asesino en serie de otra jaula; traduzco del francés dos artículos de la Wikipedia, uno sobre Geza Vermes, el historiador autor de Jesús el judío, y otro sobre el epistológrafo y libertino arrepentido Jean-Louis Guez de Balzac, y amplío el que compuse hace años sobre métrica hebraica; en días anteriores traduje los de John Leland, Thaddeus Stevens, Arthur de Capell y Francisco Botello de Moraes. Paseo y tomo notas. Pido un libro por correo, la Historia de la literatura gay, de Gregory Woods (yo leo cosas muy raras) que es difícil de conseguir, pese a los defectos que le ha notado Luis Antonio de Villena. Ayer vi en el Mercadona a C. G., una de las chicas inalcanzables de mi juventud bachilleresca, tan hermosa a la distancia como siempre, con su luz de inteligencia en la mirada y la misma alegría en su rostro de milfa; parece ser le han hecho muchos hijos, pero queda aún en pie su apostura juvenil y su alma deportiva y vivaz; la última vez que la vi estaba de maestra en Almagro. Nos saludamos; qué pena no haber mantenido una conversación más larga, saber qué nos ha deparado el tiempo, ya cincuenta años, a los dos; la gente está muy encerrada dentro de sus costumbres y su temor, y a ciertas edades debía salir alguna vez de ellos para respirar un poco. Hago planes para el curso siguiente y una lista de propósitos y tareas que emprender que pretendo sea sustancial y corta. No lo lograré, creo. Mi mujer sigue la reparación de sus ojos en la Clínica Baviera, y parece un poco desencantada, habiendo oído las maravillas que circulan. Este jueves la vuelven a operar el otro ojo. El bueno de Jerónimo nos ha repartido unos volúmenes de una edición políglota de los poemas de los académicos de Argamasilla en treinta y tantos idiomas que le sobraban a José Valverde; son piezas de coleccionista, que se revalorizan con el tiempo, pero maldita la falta que hacen. Son esas estupideces oficiales que suelen perpetrar de vez en cuando las paletas instituciones que están para eso, para gastos inútiles. ¿Qué se me da a mí de la traducción en armenio, tagalo o vietnamita? Como si Don Quijote se hubiera vuelto más loco al embestir la Torre de Babel. Por ahí muchas pobres mujeres se están ganando una injusta reputización con vídeos que sacan los colores; Internet es que anda jodiendo a todo el mundo. No deberían permitir tal cosa, pero tampoco dejar que entren a saco en Internet para poner puertas al campo.

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