jueves, 22 de noviembre de 2012

El crecimiento no puede ser el fin último de una civilización


Ramón Muñoz, "Conquistar la “buena vida” en plena depresión económica", El País, 21 NOV 2012 

Robert Skidelsky y su hijo, Edward Skidelsky, famosos por su biografía del economista John Maynard Keynes, han escrito el libro ¿Cuánto es suficiente? Qué se necesita para una buena vida (Crítica), cuya tesis, suponiendo que esté definida, puede despertar reacciones adversas. En medio de la mayor crisis económica desde 1929, los autores proponen huir del modelo consumista y apostar por la “buena vida”, una sociedad con mucho ocio, empleado inteligentemente, en armonía con la naturaleza y en la que se trabaje lo justo.

“En el libro dejamos muy claro que esta no es una política a corto plazo, sino a largo plazo. A corto plazo el crecimiento es sumamente importante, pero a largo no puede ser el objetivo último de nuestra civilización” se defiende Skidelsky (padre) cuando se le inquiere por la paradoja de que inste a liberarse de la obligación de consumir, a abandonar esa cadena insaciable del crecimiento económico como finalidad misma de la economía y dedicarse a la “buena vida”.

En el libro dejamos muy claro que esta no es una política a corto plazo, sino a largo plazo. A corto plazo el crecimiento es sumamente importante, pero a largo no puede ser el objetivo último de nuestra civilización
Los Skidelsky resuelven también la contradicción de su libro de hacer un llamamiento bucólico a la felicidad, cuando miles de ciudadanos se despeñan desde la clase media a la marginalidad, y solo luchan por tener un trabajo y poder sobrevivir. “No hay contradicción. Es como si hay una guerra a gran escala. Todo el mundo quiere que haya paz, así que intentan conseguirla; esa es la primera condición. Pero luego piensan: ‘¿Cómo podemos conseguir una paz mejor que la de antes?’. Eso es pensar a largo plazo: primero alcanzas la paz, pones fin a la guerra, que eso sería como recuperarse de una crisis; pero luego uno piensa: ‘¿Cómo podemos asegurarnos de que esta recuperación no nos lleve a otra crisis igual que la que hemos tenido?”.

El libro arranca intentando resolver por qué Keynes se equivocó cuando predijo en un escrito poco conocido (Posibilidades económicas para nuestros nietos), en plena Gran Depresión, que en 2030 el nivel tecnológico permitiría que la gente trabajara 15 horas a la semana para cubrir sus necesidades. Aunque aún quedan casi 20 años, no parece que se vaya a cumplir la profecía. Más bien, nuestros nietos tendrán suerte si logran trabajar 15 horas a la semana teniendo en cuenta que el paro juvenil supera el 50% en países como España.

Si la gente tuviera mucho más tiempo libre que antes, se vería obligada a pensar en cómo ocuparlo de una forma más creativa, más activa, leyendo, con actividades culturales, etcétera
“En primer lugar, Keynes subestimó el poder de lo relativo, es decir, el hecho de que, una vez superado un cierto umbral, queremos más de lo que tienen los demás. Asimismo subestimó el poder del capitalismo a la hora de crear nuevas necesidades a través de la publicidad. Y, por último, pasó por alto el problema de la distribución de la riqueza porque, en los últimos 30 o 40 años, las desigualdades han aumentado enormemente, y eso ha supuesto una mayor presión para que la gente trabaje y consuma más”.

Dando por bueno el pronóstico optimista (¿o irreal?) de que es posible reconducir el modelo de una sociedad únicamente orientada al incremento de la riqueza - “solo hace falta voluntad política, porque si nuestro estilo de vida es muy insatisfactorio, llevaremos a cabo las reformas necesarias”–, queda la duda de cómo ocupar una vida mayoritariamente ociosa y evitar tentaciones como las drogas, el aburrimiento o la televisión.

“La forma en que la gente ocupa su tiempo libre no es un buen indicativo de cómo lo ocuparía si tuviera mucho más, porque actualmente gran parte del tiempo libre consiste básicamente en descansar del trabajo, es un consumo pasivo: ver la tele, beber, etcétera. Si la gente tuviera mucho más tiempo libre que antes, se vería obligada a pensar en cómo ocuparlo de una forma más creativa, más activa, leyendo, con actividades culturales, etcétera. Eso es lo que cabría esperar o lo que esperemos que pase. La idea de que si la gente no tuviera que trabajar 50 horas por semana, solo se emborracharía y no haría nada más, es una idea preconcebida y no hay pruebas empíricas que lo demuestren. Y la gente que quiere mantener los sueldos bajos ad eternum y que las personas trabajen como bestias del campo hasta el infinito tiene esa visión precisamente”.

Los autores creen que la utopía keynesiana es perfectamente posible siempre que se cumplan unos elementos básicos: salud, seguridad, respeto, personalidad, armonía con la naturaleza, amistad y ocio. El Estado debe crear las condiciones materiales para que se puedan hacer realidad estos elementos.

Cuando se les pide que respondan a la pregunta que plantean en el título de su libro, -“¿Cuánto es suficiente?"- los Skidelsky lo hacen con otra pregunta. “¿Suficiente para qué?” “Estamos pensando en un promedio, a lo mejor entre 50.000 y 100.000 euros al año. Pero puede que usted o yo necesitemos más o que haya gente que necesite menos. Y no es algo de lo que estemos muy lejos de media, repito. Pero el problema es que hay gente que tiene un millón y otros que tienen diez. No hay motivo para que la desigualdad siga aumentando continuamente”, apunta Edward.

De España, y su terrible crisis, los Skidelsky prefieren abstenerse. “La situación de España es mala. Pero ahora estamos hablando de nuestro libro y se refiere a un problema de la civilización general”, replica tajante Robert, que además es Lord. Y se va con su “buena vida” a otra parte.

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