viernes, 27 de diciembre de 2013

Buenos tiempos para la épica

Malganado o de mala gana, que es casi la única que tengo, suelto las palabras del aprisco donde se encierran, para que pasten sobre la nada, que es lo que mejor se me da, y no se me mueran. Esto de escribir es incurable y uno tiene que aislarse enfermo en casa y en otras rutinas para evitar que estalle el huevo de la serpiente y salga el hilo de gusano de la prosa, venda de momia para el capullo que se deslía, y pudra un poco más esta manzana que nos rodea. Porque el contacto con lo distinto multiplica barbaridad, yo es otro, que decía el niño. Ejemplo, cuando voy a Madrid al momento se me hincha la literatura y no puedo parar de escribir, privándome de momentos preciosos de vida no papelera, si fuera tan vidorra como ya me gustaría. Al monstruo hay que retenerlo en la bota o en la botella, que si no termina embotellándote a ti mismo en el matraz de un ámbar y, encima, no te concede ningún deseo. Que otros se rasquen la lámpara y produzcan humo, que a mí no me parece nada maravillosa porque sospecho que quien se quema soy yo. Qué mecánica y tramposa de retórica es esta cosa que llaman literatura, que solo sirve para arrancarse fuegos poéticos, sí, pero a costa de desmoronamientos y agotarse de vida.

Como muchos pertenecemos al Club de la Lluvia, formado por todos los que salen solamente cuando llueve y las calles se vacían de golfos, yo, rodeado de pronto por la estampida, me escapo y, bajo un cielo podrido por las larvas de las gotas, me topo con los del club: abrevadores de silencio a los que les gusta conversar bajo una ruidosa cantera de nubes con otros ahogados bajo el agua celestial. El otoño ha venido tardío y con cuernos enredados como parras, esto es, cabrón, y nos bautiza con uvas húmedas y hojas medio muertas transfiguradas contra el sol en áurea joyería, como hacen los niños líricos, que son todos unos niños muertos.

Por Internet veo disparatar a una balbuciega siseñora cospedorra, casi parecida a la Cospedal esa de los recortes de cirujano malo que no sabe curar. Y gobiernacomopuedas Barreda permanece dormido como un oso hibernal, esperando que el silencio se lleve todas las miserias de la emporcada Manchurria / Barataria y crezca otra vez, con ese necesario abono, la rosa, que no Díez. Dicen circulan por ahí Susana y el Viejo, y Rajoy trota pontevedrescamente sobre los presupuestos aplastando con saña a los pobrecicos, que son siempre los primeros que padecen los errores de los poderosos, la encogida de la pensión, el sobrecogimiento del caballero mamandante y el frío de los recibos eléctricos. Rajoy es un Rajoy sapiens: cree sabérselo todo y tiene un culo tan cerrado por la propaganda que ni siquiera le salen los pedos. Pero a la gente le parece un homo de Atapuerca, ese que se comía a la gente. Cómeme el alfil, reina.

Arrea y atiza son interjecciones de asombro que han desaparecido de una época desilusionada como la nuestra; ni siquiera en la Iglesia está para milagros aquí en estas páginas donde los compañeros le zurran la badana de firme, unas veces con razón y otras sin ella, pero siempre con corrección y honestidad. Y uno es incorrecto y deshonesto porque hasta a las palabras las han desvirtuado y la corrección de los correctos ya es podredumbre, y la honestidad de los honestos es una cagalera ridícula y la gente ya solo cree en los hechos y no en tanta ridícula palabrería que no, nunca, sabrá a literatura, esa literatura de la que hablábamos al principio.

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