sábado, 8 de marzo de 2014

Letras de La Mancha II

Tras esos antiguos pictogramas es difícil encontrar otros testimonios de un avanzado arte de la representación que se revele por signos más o menos literarios, estilizados o abstractos. No los hay en núcleos habitados de antigüedad considerable como la Motilla del Azuer, a once kilómetros de Daimiel, donde hubo y sigue habiendo un pozo en torno al cual se construyó un edificio redondo y concéntrico ya hace cuatro mil doscientos años, cuando en Egipto empezaba la caída del Imperio Antiguo. Alrededor de este pozo había hornos que manufacturaban recipientes de loza y silos para guardar cereales. Este asentamiento contaba con alrededor de un centenar de personas y no era el único en las llanuras manchegas. 

Se trata de la llamada Cultura de las Motillas y lo que podemos sacar en limpio en lo tocante a las vidas de nuestros antepasados es que ya entonces existía una gran jerarquización social, según demuestran los pobres ajuares funerarios que han sido desenterrados en el entorno y los rasgos de consunción y caquexia que presentan los restos humanos que han subsistido. Esos signos, entre otros, obligan a concluir que la miseria y la hambruna fueron habituales en la altiplanicie manchega en un periodo muy dilatado de tiempos pretéritos. Frente a eso, la existencia contemporánea de recintos situados en cerros y oteros por motivos de seguridad habla de una inseguridad y unos desequilibrios sociales que la literatura moderna reproducirá siglos más tarde, no solo mediante géneros más o menos autóctonos, como la novela picaresca, y temas bien poco estudiados pero muy presentes en la literatura castellana, como el hambre, sino mediante posturas estéticas muy asentadas en nuestra tradición, como la realista, que constituyeron la aportación manchega y española más importante a la literatura europea. Estéticas de naturaleza idealista siempre tuvieron en España menos predicamento o aparecieron más ridiculizadas, en abierto contraste con una estética realista más arraigada y de inspiración más popular.  

Desde las alturas de satélite de Google podemos leer la meseta sur como si se tratara de un palimpsesto. Contiene miles de signos elaborados por tiempos y culturas pasadas junto a otros debidos solo a la mano de la Naturaleza. Los que se deben al trabajo del hombre se encuentran en su mayoría cercanos a los cursos de agua; caminos, estructuras circulares agrupadas y otras, sin duda más avanzadas, en forma de cuadrícula, aunque esto incumbe ya a artes y ciencias menos literarias. El hecho es que no existe representación de signos abstractos en ese ámbito que describan, evoquen o narren algo más o menos vinculado a la intimidad del individuo o a su humanidad; solo nos hablan de su trabajo por mantenerse y subsistir en un medio con frecuencia hostil.

Los siguientes vestigios escritos que podemos encontrar sobre la meseta sur provienen de viajeros exteriores y de pueblos prerromanos. Al respecto Gregorio Carrasco Serrano escribió un interesante libro, Los pueblos prerromanos en Castilla-La Mancha, (Cuenca: UCLM, 2007) que puede satisfacer la curiosidad hasta el punto que es hoy posible con los testimonios que han recogido arqueología y filología. En cuanto a esta última, muy poco ha perdurado hasta hoy, aunque existen testimonios de viajeros púnicos, griegos y romanos que pasaron por esta región y escucharon algunos nombres que, o bien reprodujeron tal cual (endónimos), o bien tradujeron a su propia lengua o rebautizaron (exónimos). Son topónimos y antropónimos en su mayoría; las referencias a costumbres, mitos y leyendas son escasas y problemáticas en cuanto a su atribución concreta a pueblos de la meseta sur. Por ejemplo, no hay que creer, como se ha hecho, que Sefes y Cempsos (Avieno, Ora Maritima 195-204) fueran las naciones que la habitaran; la primera denominación tiene raigambre semítica y se refiere a una colonia púnica en el estuario del río Sado, cerca de Setúbal, a algunos kilómetros al sur de Lisboa. La segunda, por el contrario, parece tener origen celta y corresponde a otro pueblo, vecino del anterior, que debió situarse entre este río y el Anas (Guadiana), de forma que su extremo oriental colindara con Extremadura. Todos estos testimonios han sido reunidos cuidadosamente en su lengua original por el profesor Antonio Merino Madrid en su Castilla-La Mancha en las fuentes literarias griegas y latinas (Cuenca: JCCM, 2001)

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