jueves, 17 de abril de 2014

Autorreflexión

Charles Chaplin quedó tercero en un concurso de imitadores de Charles Chaplin. El caso del falsario y casi gemelo Martín Guerra, al que su mujer consideraba mejor marido que el genuino Martín Guerra,  hizo dudar al juez Montaigne de la misma legalidad de la justicia, él, experto en dudar de todo menos de sí mismo, así que decidió que se escribiría / describiría a sí mismo en un volumen, los Essais, para que sus amigos pudieran disponer de él o recurrir a su consejo cuando ya no estuviera. Supongo que todos deseamos ser recordados en la mejor versión, aunque no sea la más constante, y ni siquiera propia, en el sentido que es propio el título de la famosa obra de Max Stirner, El ego y su propiedad. Representamos nuestro mismo papel, pero puede haber actores bastante mejores que nos hagan actores a nosotros. El tiempo nos copia constantemente, y cada segundo un poco peor: sucesivas fotocopias de sí mismas. El tiempo que nos hace, nos deshace, que escribe Octavio Paz. Somos asunto de entropía. Porque nos derramamos, como redescubrió Ortega al decir: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo"; por eso necesitamos una esponja porosa a que agarrarnos.



Cada vez considero más atinado lo que dijo Peter Handke: toda razón es arbitraria para la razón; no sé si haber estudiado tanto la retórica me ha estropeado definitivamente: ¿qué no habrá que no degrade la retórica, decía Francisco Sánchez. Quizá por lo cual el sentimiento se acredita tanto en nuestras conductas y el atormentado logicista Pascal escribió que el corazón tiene unas razones que la razón del hombre no entiende. Pasamos el tiempo en congraciarnos con nosotros mismos y, encima, con los demás. En el fondo, agua y aceite, esencia y existencia. El agujero o poro multiplicado por toda la esponja, no nos engañemos, es uno y el mismo, o "es" ser, palabra insignificante que debía escribirse con un tipo especial de minúsculas. Eso que repetían tanto antes de Heidegger, Sartre y compañeros mártires... ¿de qué verdad? Solo sé que quien duda demasiado termina dudando hasta de la duda, por puro cansancio de acometer algo que le desborda; porque la duda afirma parte de la totalidad que niega restringiéndola y restringiéndonos. De nosotros depende aceptar o no esa restricción; desde luego, los que no la aceptan sufren mucho. Y uno se cansa de sufrir en vano enfocando la razón hacia afuera, hacia un cosmos infinito; porque no dispone de todo el tiempo, de todas las copias de y formas de ser sí mismo que le harían libre. Porque no tiene la totalidad a la que aspira el ambicioso y descontentadizo. Disponer así de lo que es concreto, de nuestro espacio y nuestro tiempo y nuestras personas concretas, de lo nuestro, con una mente concreta, enfocada en nuestra circunstancia real, y no en la de afuera, nos define los contornos, nos dibuja, en las enormes posibilidades de ser que nos ofrece este mundo, y es lo único que nos garantiza una cierta serenidad. Cultivar nuestro jardín, como quería Voltaire a final del Cándido. Acatar el pequeño mundo que nos rodea, tratar de mejorarlo incluso, y disfrutar con ese esfuerzo, sin esperar ni siquiera que lo vayamos a conseguir: eso sería salir del jardín. Puro Eclesiastés.

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