lunes, 4 de agosto de 2014

Quisicosa

Mi experiencia con asociaciones, clubes, partidos y otras manadas de gente con pin identificante es desastrosa. No me identifico, no llevo móvil, no me visto de alguien, no me aforo, no me afilio, no me protegen, y en todo caso me dan de leches. Ni quiero, ni me quieren, ni se me espera, ni espero nada de esos potajes. No me integro o no me integran; eso sí, lo corriente es que me expulsen o me expulse. Pero no debo ser tan inhumano por no compulsarme y por darme gratis; algunos cuerpos todavía no me han echado (del todo), ni siquiera de menos, ya que estoy de más, como una sobra o un derelicto detritescente. Por demás, expresiones como "expulsar del cuerpo" denigran que no veas: sugieren que uno es materia oscura, que ha salido de un agujero negro o en todo caso que no es estrella de primera magnitud, sino una enana marrón. Otra acepción sugiere que soy malo para la salud y contaminante, para la salud de todos y para la del sistema inmunitario. Que soy infeccioso y hereje luterano, como dicen los amigos. Es lo que tienen los sistemas. Yo creo que lo que más me falta para ser demás es dejar de estar de más. Negarme a mí mismo, como una oveja cristiana. Ser un hoyo o un no-yo, ser otro que yo, que no soy nada (si dejamos la concordancia de polaridad propia de una lengua tan románica como esta, podríamos decir que soy nada o no soy). Hablo de mí como si fuese un ello porque soy quien me tengo más a mano y la persona que más conozco y, como dice Whitman, hablando de mí hablo también de él. Son cosas del mundo escrito. Pero no Montaigne, un fulanés tan narcisista que, en vez de dejar un incordatorio ultratumbante a sus amigos, les dejó unos ensayos maestosos y llenos de meandros "por si alguna vez echan de menos mi conversación y consejo". Véase El único y su propiedad, de Max Stirner, muy suyo, muy propio.

La gente vacía como yo procura llenarse de todo, y de vez en cuando vomita, porque la digestión no es fácil. El mundo está muy gordo y yo también, pero de nada, pues, si no, no podría llenarme ni vaciarme de vez en cuando. Tal vez es orgánico; quien no tiene cabello rubio o de bote, barriga tabletaria y no filosolfa del tiempo o del fútbol sin duda es un enfermo rencoroso, malo para una sociedad de consumibles y consumidores. Soy común, pero me falta algo para serlo del todo, quizá al martillazo que le dieron a Trotsky, no sé. Dicen que si la serotonina y los neurotransmisores relacionados con la mala leche. Un lío gordiano de erratas de ADN que, en vez de producir un espécimen reproductible y reproductivo, produce un tumor diferenciado y rebelde solo tratable con cirugía y veneno. Ya me puedo afeitar con saña que me salen espinas hasta en los ojos. Creo que también tengo cara de sospechoso; no por paranoia, que es saludable para la prosa, el arte y otros sistemas delirantes de velludas castañas. Pero, eso sí, siempre me preguntaré por qué no tienen cara de sospechoso Pujol, Rajoy, Cospe, marido de la Cospe etcétera. 

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