martes, 30 de septiembre de 2014

Ya no hay bárbaros

Menos jeta que Mas tuvo la bárbara masageta que, cuenta Herodoto, se atrevió a conquistar el reino de Ciro II el Grande y luego le hundió la cabeza en un cubo de sangre. A Más le meterán lo más en la cárcel (con permiso de aforamientos y tal) por un quítame allá un Lienchenstein, que nunca será un Linchenlen. Lo que tenía que haber hecho Mas es declarar la guerra a España, cruzar el Rubicón del Ebro y vengarse por haber perdido la Guerra de Sucesión, que fue como la de Secesión, pero hace trescientos años; ahí  es nada memoria histórica. Igual hasta gana (más que con Pujol).

Pero Mas es más blandengue que el autoinducido amor propio de una medusa lesbiana, que además de inmoral es inmortal, como la patria. Dulce et decorum est pro patria mori: "Dulce y honroso es morir en vez de que la casa paterna muera". La patria es la casa de los padres, como en el soneto de Quevedo: "Miré los muros de la patria mía". Los guardias civiles mueren, todo por la patria, para que no mueran sus padres. No porque su patria se lo ordene; pero Mas va a hacer el ridículo porque le tiraron un cañonazo hace trescientos años, como si los austracistas no nos hubieran tirado cañonazos a nosotros, aparte de darnos también el coñazo decimonónico. Pero es de suponer que la malvenida parvedad del asunto no será tal para algunos, la tonticie de siempre, y habrá desórdenes y hasta algún muertecito a causa de la gilipollez, ya más bien gilipatía, de quien piensa que la butifarra  solo alimenta con denominación de origen.

Se ve que el nacionalismo, como otras formas de propiedad, lo inventaron los banqueros para sacarle algún provecho económico a los tontos. Aquí, por el contrario, tenemos que soportar a una rosa poco fragante y sí muy flagrante que podría protagonizar el adagio lamentoso andante y final de la Patética, y me refiero a Pateta, el Cojuelo; porque sabemos de qué pie. No hay más Mariano que Mariano y Rosa es su mofeta:

Demasiado olorosa es esa Rosa
que añade el Romero a su perfume,
y cualquiera diría que presume
de taparle el tufillo a toda cosa.

La pereza me impide acabar el soneto. Rosa pastel nos ha traído un nuevo dulce confitado en su nuevo despacho y diseñado en su nuevo piso del Quesito. En la dantesca Rosa se cruzan, como para formar un hircocervo horaciano, el más dulzarrón Murillo con el más deprimente ya lo ves Leal. Ciudad Leal. Lo tiene todo, como el último Mahler. Uno puede ahogarse perfectamente en él sin encontrar siguiera una tabla flotante a que agarrarse. Caer más bajo solo pudo el gran Tchaikovski, en su cuarto movimiento y final.

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