sábado, 31 de enero de 2015

La "Oda a Pedro Estala" de Forner

El helenista manchego Pedro Estala (Daimiel, 1757 - Auch, 1815), amigo de Godoy, promotor de la traducción de la Enciclopedia metódica francesa (no la de Diderot), uno de los principales críticos literarios del neoclasicismo, traductor de Sófocles, (Edipo tirano) Aristófanes (Pluto) y Ateneo (Banquete de los filósofos), antologista y crítico de la poesía española y formador de su primer canon, y traductor además de el Compendio de historia natural de Buffon y de todo el sinfín de libros de viajes que forman los volúmenes del Viajero Universal, además de uno de los primeros periodistas manchegos en Madrid y Valencia, y creador de la academia madrileña de los Pastores de Manzanares, entre otras, fue el gran amigo del poeta Juan Pablo Forner, quien le dedicó este poema poco conocido, donde le llama "Damón", su nombre poético en la Escuela de Salamanca y que hace referencia a uno de los primeros tratadistas sobre música que hubo en Grecia. Los envidiosos a los que alude son el grupo de poetas prerrománticos que se concentraba en torno a Quintana, Munárriz y Arriaza.

ODA A DON PEDRO ESTALA.

(Juan Pablo Forner)

  Damón: ya su carrera 
dilata Febo y en alegres días 
al campo halaga su esplendor risueño; 
el encogido ceño 
huyó del tardo hielo en las sombrías 
regiones del Trion, do persevera 
el lento paso del nevado enero 
y, avaro, el sol se niega a su hemisfero. 
  Claveles derramando 
y alhelíes y rosas en distinta 
copia, el mayo gentil, por el Oriente, 
con sonrosada frente, 
y mano docta que los prados pinta, 
festivo ya y ufano, va asomando: 
risueño escapa el arroyuelo al río 
y susurra frondoso el bosque umbrío. 
  Ya la cítara anima 
Batilo, y a su voz, en vago vuelo, 
mil avecillas corren que, traviesas 
saltando en las espesas 
ramas, le siguen dulces. Brota el suelo 
mullida grama en abundancia opima 
donde, sentado el simple pastorcillo, 
canta las penas de su amor sencillo. 
  Al soplo impetüoso 
del soberbio Aquilón, no brama hinchado 
ni azota el mar de Cádiz su alto muro: 
ya con timón seguro 
la riqueza de Oriente en leño osado 
cruza sin miedo el piélago espumoso, 
y restituye el gozo a su semblante 
e1 avaro temor del mercadante. 
  Ríe naturaleza 
con floreciente vida en cuanto abraza 
el ancho cerco de su esfera pura. 
De su varia hermosura
cuando pace o festivo se solaza 
goza del bruto la feliz rudeza, 
goza dichosa el ámbar de sus flores 
y el ardiente matiz de sus colores. 
  Goza el reír sonoro 
del bullicioso céfiro, y derrama 
la vista por el diáfano horizonte. 
Allá le ofrece el monte 
poblada cumbre que a la roja llama 
del Sol brilla bordada en grana y oro; 
y el líquido cristal que entre sus peñas 
mana y baja saltando por las breñas 
  acá en verde llanura 
solitaria floresta, cuya pompa 
mancha de sombras el luciente suelo. 
Allí mora del cielo 
la soberana paz, sin que interrumpa 
su celestial sosiego la amargura 
con que, afanado en turbulencia impía, 
se aflige el ciudadano noche y día. 
  ¡Qué ingrato con los dones, 
Damón, del cielo a sus recreos puros 
trueca el mortal el gozo de sus vicios! 
Livianos desperdicios 
de su malicia son, vanos o impuros 
cuantos, preso entre miseras pasiones, 
gusta placeres el enjambre urbano 
consigo mismo y con su bien tirano. 
  La luz del nuevo día 
le llama, no a mirar del alba hermosa 
la rosada venida por oriente. 
La sombra al occidente 
su manto encoge y huye presurosa, 
y las obras de Dios con gallardía 
van ostentando su esplandor diverso 
en la vaga región del universo. 
  De ellas no cuidadoso 
corre a engolfarse en inquietudes locas 
a que le instiga el interés malvado. 
En tropel obstinado 
suenan las calles, como en altas rocas 
sordo murmura el ábrego rabioso, 
y, aguijada del ansia, turba inquieta 
se derrama al afán que la sujeta. 
  Al templo turbulento 
de Temis parte acude; infeliz parte 
que el fraude anima o el error desnuda; 
con máscara de duda 
la discordia feroz allí reparte 
mortífera ponzoña en largo aliento, 
y luchan por el hálito inhumano 
padre con hijo, hermano con hermano; 
  parte al palacio vuela,
y el agudo temor vuela con ellos 
compañero molesto de sus gustos: 
celos, envidias, sustos 
abrigan anchos los salones bellos,
y la ambición, asida a la cautela,
monstruos cría de hipócritas semblantes
abatidos a un tiempo y arrogantes.
  Síguelos a la mesa 
después de tal delicia, y de la gula 
verás hazañas en voraz estrago: 
cómo en espeso lago 
cadáveres el vientre en sí acumula, 
donde es del gusto acreditada empresa 
rendir el juicio en bacanal beleño 
y cercenar la vida en largo sueño. 
  Al ocaso declina 
la luz, y de ella solo en cristal breve 
usa torpe casada en ocio vano: 
el adorno liviano 
del largo día la carrera embebe, 
adultera la tez, el talle afina 
para que inspire en las sobrantes horas 
la mentida beldad ansias traidoras. 
 ¿Qué debe a las ciudades, 
Damón, la alta virtud? ¿Qué la inocencia? 
¿Qué el honesto candor de limpios pechos? 
Debajo de sus techos 
fraudulenta o pomposa, la insolencia 
hierve pródigamente en vanidades 
y con ellas se goza, cual su pena 
templa el cautivo al son de su cadena. 
  ¡Huye del cautiverio
y entrega al desahogo deleitoso
del vario campo la oprimida mente!
En él nada se miente:
si te agrada la pompa, en el frondoso
bosque te abisma, y del divino imperio
adorarás la natural grandeza,
sin que a miedo te obligue, ni a vileza.
  Si las delicias amas 
de espectáculo bello, con deleites 
te brinda el prado de verdad hermosa: 
la violeta, la rosa 
no brillan, no, con pérfidos afeites. 
No liba, no, de sus lucientes ramas 
sucios barnices la dorada abeja, 
ni miente fresca edad la planta vieja. 
  Allí nunca oprimido 
de la envidia serás, porque te es dado 
crecer la gloria de tu patria un día. 
No en bárbara, no en fría 
lisonja el don celeste profanado 
de orgulloso desdén dure ofendido: 
el cielo escuche tu sonora lira, 
que él conoce el valor de lo que inspira. 

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