domingo, 15 de marzo de 2015

Fábulas

El jueves a las siete, en la Biblioteca Municipal, presento una edición mía de las Fábulas selectas de Samaniego e Iriarte que ha hecho la editorial Castalia Didáctica. Nunca me propuse hacerla: habría sido mejor que la confeccionase alguien como mi amigo Jerónimo Anaya, que prácticamente se crio con ellas y tendrá la amabilidad de presentarme este jueves. Hace unos días me enseñó el libro con que sus padres y abuelos se las leían de niño y luego él las aprendía y cantaba de memoria. También podría haberlo hecho mejor que yo mi antiguo profesor de griego Alfredo Róspide, quien me hizo traducir algunas en el instituto Juan de Ávila cuando cursaba allí bachillerato, o mi antiguo compañero y amigo, el helenista Santiago Talavera Cuesta, que ha estudiado y editado todas las de los demás autores del siglo XVIII, o incluso nuestro común maestro, el llorado Francisco Martín García, fallecido hace doce años, profesor que fue del IES donde trabajo y autor, junto a Róspide, de algunos trabajos fundamentales sobre la materia que he utilizado, por ejemplo, en mi edición. Pero he tenido que ser yo, sin pedirlo siquiera, solo porque han querido los académicos Francisco Rico y Pedro Álvarez de Miranda. Espero que haya quedado bien, porque, ya se ve, a los manchegos nos encantan las fabulaciones e incluso Cervantes en su Don Quijote se atreve a clasificarlas.

La fábula es un género milenario y probablemente el más antiguo de la literatura. Los cuentos de animales, necesarios en una cultura centrada en la caza, aparecen ya esbozados en los abrigos de piedra del mesolítico. Y danzas diversas de pueblos primitivos simulan escenas de caza. El propio refranero está lleno de observaciones de avispados cazadores sobre la personalidad y conducta de los animales e incluso alguien tan primitivo y ataporcino como Cospedal ha hecho una ley mesolítica de caza y un congreso sobre matanzas de cornúpetas. Pero, entre mis fábulas favoritas, he escogido para vosotros, en estos días de estrés, unas cuantas en que se puede ver cuánto queda por aprender en un género presuntamente infantil y escrito en un principio en prosa tan humilde que pudo atribuirse a un esclavo frigio o tracio como Esopo, pero con el que ya se consolaba Sócrates versificándolo antes de morir, pensando que contenía verdades eternas. Sus discípulos cínicos y estoicos utilizaron este material para enseñar la cruel ética del paganismo, según la cual es imposible cambiar la naturaleza humana. Después la ética cristiana vino a "cambiar" este estado de cosas (si es que se puede) y nos dejó sus parábolas, según las cuales el arrepentimiento verdadero puede regenerar al ser humano o, como dice San Pablo (no me refiero a Iglesias, aunque también) "despojarse del hombre viejo con todas sus obras y vestirse del nuevo", a pesar de que en el intervalo nos quedemos en pelotas, con el frío que hace. Luego, en la edad del nihilismo, Kafka suprimió la moraleja y nos dejó ya, por fin, definitivamente en cueros. Todavía hay gente por ahí  buscándola, pues la estima necesaria. Yo, por ejemplo. 

La primera de las fábulas que predico en esta misa la compuso un liberal del siglo XIX (otro arriero se apea), Cristóbal de Beña para sus Fábulas políticas (1813), impresas en Londres porque aquí en España no se podían publicar cosas inteligentes, como ahora, en que solo se puede hacer por Internet o a condición de que nadie las lea en su puta vida (aunque es bueno el Marca, es mejor el As, porque su contraportada trae culos y tetas memorables). Su asunto ya aparecía en las Vidas paralelas de Plutarco, creo recordar, y se inspira en dos concepciones distintas del derecho, la iusnaturalista de Solón y la consuetudinarista o positivista de Anacarsis el Escita, esto es, reducido al vulgar, si todos somos iguales o unos somos más iguales que otros. La lengua popular la formula con una frase hecha, la "ley del embudo", o con la expresión "las leyes del mundo / se cierran en dos: / quítate tú / qe me ponga yo". Se titula "La araña y el moscón":

Tendió la Araña, diestra tejedora,
su fuerte red un día,
y el gusano y la mosca voladora
a cientos los prendía;
mas dio un Moscón en ella que, atrevido,
sin cuidar de sus lazos,
atravesó por medio del tejido
y la hizo mil pedazos.

Las leyes suelen ser tela de araña,
que rompe cuando quiere el poderoso,
mientras sufren los débiles su saña.

La segunda fábula tiene que ver con lo que le pasa a la izquierda hoy en día y aprovecha la derecha para gobernar, ya que, como le ocurre a la derecha, nuestra infantil izquierda lo único que quiere no es resolver problemas, sino gobernar. La he titulado "la desunión" y algún cinéfilo recordará haberla visto contada, por ejemplo, en la película de David Lynch Una historia verdadera (1999).

La desunión (tradición esópica)

Los hijos de un labrador vivían en discordia y desunión. Sus exhortaciones eran inútiles para hacerles mudar de sentimientos, por lo cual resolvió darles una lección con la experiencia.

Les llamó y les dijo que le llevaran un manojo de varas. Cumplida la orden, les dio las varas en haz y les dijo que las rompieran; mas a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguieron. Entonces deshizo el haz y les dio las varas una a una; los hijos las rompieron fácilmente.

-¡Ahí tienen! -les dijo el padre-. Si también ustedes, hijos míos, permanecen unidos, serán invencibles ante sus enemigos; pero estando divididos serán vencidos uno a uno con facilidad.

Por último, pero no último, en esta selección atraigo a la vida el segundo apólogo de esa obra maestra sobre la naturaleza humana que es El conde Lucanor, compuesta un Dostoievski del siglo XV como era el infante Juan Manuel. Es de tradición esópica, pero la versificó un escritor anónimo que la publicó por vez primera en el Diario de Madrid más o menos hacia 1800. Allí es donde la descubrí. Investigando reparé en que esta adaptación apareció poco después en un libro decimonónico que recopilaba las mejores fábulas de autor desconocito. La he titulado "Maneras de ver las cosas" y es un ejemplo magnífico de perspectivismo o de cómo la gente no es buena ni mala, sino solo egoísta porque así lo piden los genes darwinianos:

El hombre, el chico, el asno y los que pasaban. 

  Encontró en un camino 
montados en un mísero pollino 
a un chico y a un anciano cierto arriero; 
y al punto dijo: ¡Oh chusco lastimero! 
¡Pobre animal! Con estas valentías 
no tenéis asno para cuatro días. 
tanto, por más que calla, le ha dolido 
la pulla al pobre viejo, que, corrido, 
se desmontó al instante: 
y al asno con el chico echó adelante. 
    Caminaban así, cuando de cara 
dan con otro hombre, el cual, como repara 
que el muchacho va holgado, 
y el viejo a pie detras estropeado, 
"¡Mal enseñáis -le dice-
a vuestro hijo o lo que es, infelice!
Mirad mejor por vos y a ese insolente  
hacedle pese a tal, que ande o reviente; 
que nuevo es su pellejo 
y al fin es un rapaz y vos sois viejo. 
    Esto que oyó el anciano, dijo: "Tate,
tiene razón: molerme es disparate.
Baja, montaré yo". Y así lo han hecho,
pero a muy corto trecho
un soldado bribón desde otra senda,
la voz alzó para que el viejo atienda:
"¡Qué caridad que tiene el tal abuelo!
Como él va a su placer, no le da duelo
despear al muchacho.
Apuesto que es judío o va borracho".
Sin desplegar la boca
contra quien con denuestos le provoca,
se apeó el triste anciano
y, tomando el chicuelo de la mano,
fueron en pos de su jumento un rato;
cuando a deshora un estudiante chato,
(para fisgón sobrole el ser manchego)
soltó la carcajada y dijo luego:
"¡Donoso desvarío!
¡Ellos a pie y el asno de vacío!
Ce, buena gente: pues así os apiada
la caridad con bestia tan honrada,
a cuestas la tomad y por los daños
ponedla luego de aguardiente paños".
    A tanta sinrazón, de enojo ciego,
prorumpió el viejo así:
"¡De mí reniego,
y reniego del bruto y del canalla
que a gusto de otro se acomoda y calla!
Ir en un asno me decís qne es mengua:
si nadie va, me mofa vuestra lengua,
mal si camino a pie, peor si monto;
¿Subo al chico? Soy tonto:
¿Le bajo? Es acción fea:
¿Cómo le he de entender? ¡Maldito sea
tanto hablador y consejero tanto,
y maldito sea yo, si más aguanto!
Ven, chico, ven: ya que el pollino es mío,
bien tengo poderío
para servirme de él a mi talante,
sin que de necios el decir me espante;
¡murmuren ellos y los dos montemos,
que así a lo menos con descanso iremos!

APLICACIÓN,

El que de todos quiere 
seguir los pareceres, poco a poco, 
por premio logrará volverse loco.

Y nada más. Si os interesa el tema, el jueves a las siete os espero en el salón destinado a eventos de la Biblioteca Pública de Ciudad Real.



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