lunes, 16 de marzo de 2015

Nobel de educación a Nancie Atwell, por conseguir que los niños lean. Su secreto, que ellos escojan.

I

Lola García-Ajofrín, "Un millón de dólares por ser buena profesora" El País, 15-III-2015:

Una docente estadounidense logra el conocido como ‘Nobel de la enseñanza’

Un millón de dólares como premio a su trabajo de docente. La norteamericana Nancie Atwell ha ganado este domingo la edición de este año del considerado el Nobel de la enseñanza. El premio —el Global Teacher Prize— se ha hecho público en el Global Education & Skills Forum, celebrado en Dubai, ante una variopinta audiencia entre la que se encontraban Sheikh Mohammad, primer ministro de los Emiratos Árabes Unidos; el expresidente de EE UU Bill Clinton, o el responsable del informe PISA, Andreas Schleicher.

Atwell ha retado a los docentes a "innovar sin permiso". Pero, tras conocerse que era la ganadora del galardón, ha advertido ante los periodistas de que "la tecnología es solo un medio, no la panacea de la enseñanza". "Es un honor recibir este premio, sobre todo en compañía de estos profesores extraordinarios", ha sentenciado emocionada.

Al premio se habían presentado más de 5.000 docentes de 127 países. Entre los diez finalistas, no figuraba ninguno de Finlandia, uno de los países más reconocidos en materia educativa. Algunas de esas naciones ni siquiera participan en la prueba PISA. Pertenecen a contextos tan distintos como Afganistán, India, Haití, Kenia, Camboya, Malasia, Reino Unido o EE UU.

Entre los proyectos seleccionados como finalistas figura el del profesor afgano Azizullah Royesh, quien tuvo que enseñar a sus alumnos a leer y escribir tras la caída del Gobierno talibán, en 2001. También llegó a la final el método ideado por la docente de India Bir Sethi basado en la empatía, creatividad y racionalidad. Entre los diez finalistas se hallaba la primera escuela para ciegos de Camboya y un colegio de Kenia en el que Jacque Kahura sortea la escasez de recursos y la rigidez del sistema con grupos pequeños, excursiones y servicios comunitarios.

"El premio no es solo cuestión de dinero, sino que pretende sacar a la luz miles de historias de inspiración" y "devolver a los profesores la legítima posición que le pertenece", ha asegurado el responsable de este galardón, Sunny Varkey, ideólogo de la Fundación Varkey, en un comunicado. "Por supuesto que hace falta más que un premio para elevar el estatus de la profesión, pero mi esperanza es que este sea el comienzo de muchas conversaciones", ha añadido.

La organización estipula que el millón de dólares (unos 950.000 euros) se pague en cuotas anuales de 100.000 dólares durante una década. En esos 10 años, el ganador no debe comportarse "de forma que desprestigie la labor docente" y, en los cinco años siguientes a la recepción del premio, no puede abandonar la profesión de enseñante.

Desde la cuantía del premio a su puesta en escena todo estaba pensando "para hacer relucir el importante papel que juegan los profesores en la sociedad", explica la organización.

A finales de los ochenta, el libro In the middle de Atwell se convirtió en una especie de "manual de instrucciones" para enseñar a adolescentes con dificultades para leer y escribir. Entonces, el New York Times dijo que "la mejor forma de enseñar es aprender junto a los estudiantes y una especie rara de profesores que saben esto es ella". Desde entonces, ha escrito nueve obras. De niña, una fiebre reumática dejó a Atwell un tiempo en la cama y le acercó a los libros. Desde hace 25 años se ocupa de acercarle los libros a otros. Lo hace desde su Centro para la Enseñanza y el Aprendizaje, una escuela privada en Maine (EE UU) en la que imparte cursos de lectoescritura a estudiantes de octavo curso.

Su secreto radica en que "la biblioteca del aula está llena de historias interesantes de escritores serios que los alumnos tienen tiempo para leer en el colegio, y también se espera que lean de noche en casa", resalta. "Mientras la mayoría de los norteamericanos solo leen de seis a ocho libros al año, mis alumnos leen 40 libros", agrega. En una entrevista en la revista Newsweek presumía de que sus alumnos "van desde niños disléxicos a sofisticados jóvenes críticos literarios".

Un reciente informe de la OCDE advertía de que los chicos leen menos por placer que las chicas (el 50% de ellos frente al 75% de ellas): "Los niños no leen porque no saben que leer", responde Atwell tajante. "¿Por qué no les ofrecen apasionantes historias de deportistas? Dadles libros que les interesen a ellos también y entonces lo leerán", concluye.



II


Ernesto Mallo y José Antonio Millán, ¿Se puede enseñar a escribir?, en Público, 16-III-2015:

Patricia Highsmith sostiene que “es imposible explicar cómo se escribe un buen libro. Pero esto es lo que hace que la profesión de escritor sea apasionante"

Aprender a leer y a fracasar
Por Ernesto Mallo

Sabido es que el talento para cualquier actividad no puede ser enseñado, ni aprendido. Viene determinado por el pool genético. Tenerlo carece de mérito, es como ser alto, bajo, bien parecido o moreno, nada de lo cual uno pueda legítimamente vanagloriarse. El talento por sí solo no significa gran cosa si no está acompañado por aquella capacidad que lo hará brillar y prosperar: el trabajo. La contracción al trabajo, en cambio, no es parte del equipo original. Somos por naturaleza indolentes y tendemos a adoptar la línea del menor esfuerzo para todo. Esto es lo que sí puede y debe enseñarse y aprenderse: el trabajo. Dada una cuota de talento, escribir bien requiere de una gran inversión de tiempo y esfuerzo, para que el texto resulte fluido, dinámico, significativo.

Todo lo que es fácil de leer es difícil de escribir, y viceversa. Stephen King, en su obra Mientras escribo, un libro más que interesante sobre el arte de poner una palabra detrás de la otra, se refiere a la necesidad de disponer de una “caja de herramientas”. Para el escritor que comienza, esta caja está vacía y es él quien debe llenarla. No hay instrumentos prefabricados que puedan usarse, como el artesano, el escritor fabrica los que necesita para la obra que quiere realizar. Aquí es donde el maestro puede hacer un aporte significativo. Escribir es un acto tan racional como irracional, en el cual es de fundamental importancia saber detectar cuándo hay un concepto, una idea, un línea narrativa potente y verdadera, y también cuándo esa misma línea desentona con el resto de la narración. El maestro puede perfectamente enseñar a “leerse” uno mismo, despojado de condescendencia y de exceso de crítica. Esto implica aprender a corregir, a cortar, a eliminar todo lo superfluo, ya que en arte, lo que no es imprescindible es un estorbo. García Márquez dice que un escritor vale más por lo que bota que por lo que publica.

El maestro debe ser cruel, el mundo y los editores van a serlo y es preciso aprender a sobrevivir a la crítica despiadada. Patricia Highsmith sostiene que “es imposible explicar cómo se escribe un buen libro. Pero esto es lo que hace que la profesión de escritor sea apasionante: la constante posibilidad de fracasar”. A fracasar, y a sobreponerse, también se aprende, y esta es una práctica ineludible para quien quiera dedicarse a escribir. Hay cantidad de libros sobre el arte de escribir que pueden resultar provechosos, Para ser escritor, de Dorotea Brande; La preparación de la novela, de Roland Barthe; Suspense, de Patricia Highsmith, por nombrar sólo tres, son guías excelentes de las que se puede sacar muchísimo provecho. Para mí, el libro más importante sobre la escritura es Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino. Todo autor y toda obra se inscriben en una tradición, sus lecturas ayudarán al autor en ciernes a encontrar la suya. Para escribir, la clave es leer, y a leer se aprende.

Ernesto Mallo es escritor argentino.

La arquitectura del escrito
Por José Antonio Millán

La reciente aparición de las 500 páginas de un Manual de escritura académica y profesional (Ariel) debería bastar para contestar afirmativamente a esta pregunta. Y sin embargo… La verdad es que, a pesar de tanta televisión y tanto YouTube, de tanta multimedia y multimodalidad, la escritura, el texto sigue siendo fundamental no sólo para la comunicación académica (donde sigue imperando el agorero “publica o perece”), sino en el mundo profesional. Desde la engañosa brevedad de un tuit hasta el correo, el informe, el análisis, las instrucciones, el prospecto, el manual, la ley, la sentencia…, un caudal de palabras rige, certifica, alerta o resume las relaciones entre los hombres. Puede que vivamos la eclosión de una civilización de la imagen, pero no se puede negar que está sostenida por torrentes de escritura. Y claro: esas extendidísimas creaciones textuales tienen sus leyes propias.

A pesar de tanta televisión y tanto YouTube, de tanta multimedia y multimodalidad, la escritura, el texto sigue siendo fundamental"

No sólo hay que respetar la ortografía (por supuesto), que puntuar adecuadamente y que utilizar vocablos ajustados, sino que además las ideas tienen que estar ordenadas; los argumentos, claros, y los procedimientos para mover el corazón de los lectores, oportunos. Todo esto se plasma además a través de un entramado de conectores léxicos que estructuran y ordenan los argumentos: “ahora bien”, “de esto se deduce fácilmente que”, “se engañaría quien pensara”… Los señaladores internos tienen que estar afinados (“ello”, ¿se referirá a la frase, al párrafo, a todo el argumento anterior?). Y un amplio etcétera. ¿Cómo se puede transmitir este complejo saber a las personas que generan escritos? Pensemos que esta categoría debe englobar al que redacta una memoria anual, al doctorando que ultima una tesis, al departamento de marketing que pule el prospecto de un medicamento o al abogado que asesora en la redacción de una ley. Ese saber especializado se transmite compartimentando adecuadamente la materia (en este manual, un tomo se dedica a “estrategias gramaticales” y otro a las “discursivas”), desmenuzando los múltiples aspectos que comprende el tema (“la planificación”, “el párrafo”, “la argumentación”), estudiando los subgéneros (el “resumen”, la “escritura web”), dando instrumentos para contrastar y mejorar (“donde no llega el corrector automático”, “recursos online”) y, por fin, proponiendo ejercicios que permitan al lector comprobar que ha comprendido.

Todo este cuidadoso planeamiento, por supuesto, sólo surtirá efecto si los usuarios, ya sean académicos o profesionales, se toman la molestia de leer, releer y, por último, ejercitar las cuidadosas explicaciones y consejos que constituyen la obra. Y ésa es precisamente su potencial debilidad: que sus destinatarios no dediquen a semejante —y exhaustivo— conjunto de recomendaciones la atención y el trabajo que merecerían. El receptor, como en todo acto de comunicación, también tiene que poner de su parte. ¿Es imprescindible haber asimilado este manual único (que tan bien ha dirigido Estrella Montolío) para ser un buen escritor académico o profesional? Está claro que no: hay por ahí textos irreprochables, en muy distintos géneros. Pero el hecho de que sean una minoría dentro del nutridísimo universo textual de la modernidad demuestra que aún queda camino por recorrer.

José Antonio Millán es lingüista y editor.

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