martes, 22 de septiembre de 2015

Tres artículos sobre explotación política de las lenguas españolas


El repetido eslogan de "una nación, una lengua", ha presentado al español como una lengua impuesta, colonizadora.

El independentismo catalán se encamina hacia la ruptura sin que la España monolingüe en castellano termine de asumir que las dinámicas de implosión del Estado autonómico se nutren del conflicto lingüístico centro-periferia desatado en nuestro país. Es como si el sistema mismo no hubiera entendido que los procesos secesionistas discurren en gran medida tras la senda de las políticas lingüísticas en las que la ideología se solapa con la pedagogía. Las élites políticas dominantes y buena parte de la población tienen la asignatura pendiente de aceptar que el catalán, el gallego y el euskera son lenguas plenamente españolas, tan propias como el castellano. "Nuestro problema territorial es un problema esencialmente lingüístico. Si desactivamos el problema lingüístico, desactivaremos el problema territorial", sostiene el ensayista y diplomático Juan Claudio de Ramón.

Hay una ingeniería y una industria nacionalistas aplicadas a la interesada gestión en régimen de casi monopolio de las lenguas autonómicas y hay dejación e inhibición política estatal, indiferencia y hasta desafección hacia unas lenguas que a menudo son vistas más como problema que como riqueza colectiva a defender y cuidar. Mucha gente obvia en nuestro país que millones de españoles sueñan y piensan en catalán, en euskera, o en gallego y que muchos de esos hablantes respaldan la causa secesionista porque se les ha convencido, a menudo desde sus instituciones, de que su lengua es menospreciada en el resto de España o corre el riesgo de extinguirse. ¿Qué hacer para que las lenguas, que no tienen la culpa de ser manipuladas e instrumentalizadas políticamente, dejen de labrar el campo de la desunión y susciten el respeto y el afecto general. ¿Por qué nuestro país no encuentra las soluciones que sí se han procurado otros países multilingües con problemas similares?

En España viene librándose una gran batalla no declarada por la ideología de las lenguas periféricas que el Estado español pierde sistemáticamente por incomparecencia. Y lo paradójico del caso es que ese Estado, condenado por los nacionalismos periféricos, sí hace formalmente sus deberes en la defensa y promoción de todas sus lenguas, aunque no ponga el corazón en el empeño y se muestre ajeno al alto valor afectivo y simbólico de las hablas periféricas. "Hay ámbitos, como el judicial, en el que España no cumple las obligaciones de la Carta Europea; pero es un ámbito problemático en todos los países. España asumió los compromisos al más alto nivel —lo que han hecho muy pocos países— y su nivel de cumplimiento es de los más altos aunque transmite la impresión de que ha dejado la cuestión en manos de las Comunidades Autónomas y que no es consciente de todo lo que se hace por su protección e impulso ni lo asume como propio", atestigua Alberto López Basaguren, catedrático de Derecho Constitucional de la UPV, antiguo miembro del Comité de Expertos en materia de políticas lingüísticas del Consejo de Europa e integrante del Consejo Asesor del Euskara. En el campo de las legitimidades nacionalistas, la lógica "una nación, una lengua" ha ido ganando terreno de la mano de un discurso, soterrado o explícito, que presenta al castellano como un idioma impuesto, colonizador, ajeno, al tiempo que trata de hacer de la lengua autonómica la palanca con la que marcar la diferencia.

"La diferencia del lenguaje es el gran medio de preservarnos del contagio de los españoles y evitar el cruzamiento de las dos razas. Si nuestros invasores aprendieran el euskera tendríamos que abandonar éste, archivando cuidadosamente su gramática y su diccionario, y dedicarnos a hablar el ruso, el noruego o cualquier otro idioma desconocido para ellos, mientras estuviésemos sujetos a su dominio", dejó escrito el fundador del PNV, Sabino Arana, en 1894. Noventa años más tarde, el bertsolari Xabier Amuriza, destacada figura de la izquierda abertzale, lanzó este verso que hoy sigue rebotando en los tuits : "Euskal Herrian euskara hitz egiterik ez bada, bota dezagun demokracia zerri askara" ("Si en Euskal Herria no se puede hablar euskara, echemos la democracia a los cerdos").

La idea de que "la lengua [catalana] es el depósito del alma catalana", expresada por el fundador del nacionalismo catalán Prat de la Riba a finales del siglo XIX, late en la consideración formulada por Jordi Pujol de que "la lengua es el nervio de la nación", pero también en las declaraciones de su sucesor al frente de la Generalitat, el socialista Pasqual Maragall:"La lengua catalana es el ADN de Cataluña".

En su ensayo Morte e Resurrección (1932), el considerado patriarca de las letras gallegas Ramón Otero Pedrayo estableció: "A língua, o primeiro. A língua, forma psicolóxica da Raza ten de ser a primeira obligación de todos. (...) Mellor unha Galicia probe falando galego que unha Galicia rica usando otra língua". Y Antón Villar Ponte, figura del galleguismo de preguerra, sentenció en sus Discursos á nación galega: "A nosa língua é o camiño de ouro da nosa redención e do noso progreso; sin a língua morreremos como pobo... somente co emprego da língua propia, obra da naturaleza, poderá selo".

No son solo ecos de periclitados tiempos de aislamiento en los que las lenguas minoritarias estaban recluidas al ámbito familiar y a todo idioma se le atribuía la cualidad de impregnar a sus hablantes con un pensamiento propio, una cosmovisión particular específica, diferencial. Las movilizaciones "en defensa" de "la lengua" —20.000 gallegos se manifestaron en febrero con esa reivindicación—, son recurrentes en la España plural que contempla ensimismada y estupefacta cómo las largas marchas por la independencia de Cataluña y Euskadi continúan su curso sin que la aplicación de políticas lingüísticas más y más vigorosas y atrevidas haya aminorado el permanente sentimiento de agravio por los supuestos "ataques" estatales a la lengua. Y ya se ha visto que el nacionalismo catalán toca a rebato y llama al desacato mayor cuando los tribunales de Justicia cuestionan su política lingüística. Ese es territorio sagrado y quien ose hollarlo será expulsado a las tinieblas exteriores de la patria y cargará con el sambenito de "facha" o "traidor".

"Desde la Transición democrática, todos los Gobiernos centrales han optado por inhibirse en esta materia. No han puesto trabas a la rehabilitación de las otras lenguas españolas, pero tampoco freno al menoscabo del bilingüismo practicado por Gobiernos de signo nacionalista", indica Mercè Vilarrubias, catedrática de Lengua Inglesa en la Escuela Oficial e Idiomas Drassanes de Barcelona. Hay resistencia monolingüe en castellano a aceptar el bilingüismo y efervescencia militante contraria al castellano. En Galicia, donde la práctica totalidad de la población es bilingüe, adquiere perfil propio la figura del "neohablante", trasunto del euskaldunberri vasco, personas que, pese a su pobre dominio del idioma, deciden desplazar su lengua materna castellana y hablar de manera prioritaria en gallego, incluso con personas que prefieren expresarse en español. "Existe una permanente tensión entre una ideología emancipadora del gallego, que puede alcanzar la defensa de un monolingüismo en esta lengua, y otra que se caracteriza por la defensa de una mayor castellanización", describe Fernando Ramallo, profesor de Lingüística de la Universidad de Vigo y miembro del Comité de Expertos del Consejo de Europa.

Aunque la causa general de la independencia se refuerza argumentalmente con invocaciones obligadas a un futuro de mayor y mejor desarrollo económico y social, los nuestros no dejan de ser nacionalismos lingüísticos, deudores de la obsesión identitaria romántica que creía en un patrimonio espiritual sagrado inmemorial: un alma, un carácter, una cosmovisión, una manera de ser colectiva... transmitida de generación en generación. "Existe la tentación de explicar la psicología nacional, cultural o social a partir de las distinciones del vocabulario de una lengua pero en una comunidad lingüística no existe una cultura única", explica José Antonio Díaz Rojo, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). De hecho, como argumenta el propio Díaz Rojo, una profesora chilena, un labrador castellano, un artista uruguayo, un obrero argentino o un ejecutivo mexicano no tienen por qué compartir la misma visión sobre la familia o las relaciones sociales, por ejemplo.

"La lengua es un factor fuerte de identidad pero no ofrece ninguna cosmovisión. Es, justamente, al revés. Lo que hace la lengua es reflejar, vehicular, los valores culturales. Por eso los esquimales tienen 17 maneras de decir nieve y blanco, por eso la lengua alemana da más valor a los conceptos filosóficos y el inglés a la practicidad de las cosas", señala la psicóloga catalana Sara Berbel. "Que yo carezca de una palabra para designar el olor del metro a la hora punta o el olor de la hierba recién cortada no quiere decir que confunda ambas experiencias. Aceptar que la lengua fundamenta la nación deja fuera a la mayor parte de los catalanes que tienen como lengua materna al castellano. Y por lo demás, desde el punto de vista de la identidad parecen más relevantes otras circunstancias como el sexo, la clase social y hasta las condiciones ambientales", indica Félix Ovejero, doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona.

Y, sin embargo, la convicción de que la lengua es el basamento de la identidad con que se construye la nación y que toda nación por el hecho de serlo tiene derecho a la independencia sigue estando bien presente en los esquemas mentales nacionalistas. ¿Habría que dotar de Estado propio a cada una de las más de 6.700 lenguas que sobreviven en el mundo? ¿Qué pasaría en Europa que cuenta hoy con 225 lenguas y 49 Estados? De los dos centenares de Estados existentes, solo 25 pueden ser considerados lingüísticamente homogéneos entendiendo como tales a aquellos en los que el 90% de la población habla la misma lengua. Conviene tener en cuenta que en Bosnia Herzegovina compartir la lengua no impidió a la gente matarse por razones étnico-político-religiosas y que existen nacionalismos de Estado latinoamericanos que hablan la misma lengua que sus vecinos.

Frente al componente originalmente étnico, racial, del nacionalismo vasco, el catalán se significó siempre como un modelo culturalista permanentemente sustentado en la lengua, aunque, como proclamaba Sabino Arana, de lo que se trata es de marcar la diferencia, tarea en principio harto complicada en un viejo solar como el español altamente transitado a lo largo de su historia. De hecho, los García, Martínez, López, Sánchez, Rodríguez, Fernández, Pérez, González..., tan poco presentes en las nomenclaturas y candidaturas electorales nacionalistas catalanas, son los apellidos que más abundan en esa comunidad.

Albert Branchadell, lingüista respetado en una disciplina que, como la de la Historia, está siendo muy trabajada por militantes nacionalistas, explica que lo que pasa en España es un caso típico de cruce de modelos. "Desde el siglo XIX y muy especialmente durante el franquismo, España siguió el modelo denominado de nation building dirigido a unificar lingüísticamente a la sociedad a base de eliminar más o menos sutilmente las lenguas diferentes del castellano. Frente a ese modelo se alzó el modelo "preservacionista" de las lenguas minoritarias, primero en Cataluña y después en el resto de las hoy comunidades autónomas. Lo que ha sucedido después es que los preservacionistas (especialmente los catalanes) han adoptado técnicas de "nation building" en su propia política lingüística y el catalán sería ahora una lengua dispuesta a desplazar al castellano como lengua de comunicación interétnica, afirma Albert Branchadell". Aunque las lenguas periféricas son oficiales en sus respectivas comunidades, la meta del bilingüismo por el que clamaba la izquierda catalana está siendo sustituida por las tendencias monolingües y la inmersión educativa obligatoria en catalán, mientras parte de la intelectualidad migra hacia el independentismo.

"La hegemonía nacionalista ha logrado establecer un marco conceptual ideologizado en el que pronunciar la palabra España llega a hacerte sospechoso de estar vinculado a posiciones de derechas o de ser nacionalista español", afirma el escritor y periodista Antonio Santamaría, autor del libro Convergència Democràtica de Catalunya. De los orígenes al giro soberanista, ¿cómo han resuelto otros países estas pulsiones lingüísticas que tanto descolocan a las izquierdas españolas? "Legislando, involucrándose en el problema, asumiendo verdaderamente como propias las lenguas periféricas, no permitiendo que los nacionalismos asuman en exclusiva su representación, defensa y gestión", señala Mercé Vilarrubias, autora del trabajo Sumar y no restar. No está sola en ese planteamiento. También Juan Claudio de Ramón cree que el Estado debe rendir tributo a la pluralidad lingüística española elevando el catalán, el gallego y el vasco al rango de lenguas de Estado, de forma que se puedan usar en las instituciones comunes, como ya ocurre con el Senado, e incorporarlas a los símbolos estatales. Al mismo tiempo, se trata de deslindar claramente los derechos de los usuarios y las obligaciones de las Administraciones.

"Hace falta una ley de lenguas porque no tenemos una legislación estatal clara en esta materia y eso obliga a los tribunales a suplir el vacío de forma alambicada puesto que tienen que amparar los derechos ciudadanos pero no quieren tumbar leyes autonómicas. El Estado debería también hacer explícito lo que ya hace ahora. Todos los documentos que expiden las terminales del Estado: DNI, libros de familia, pasaportes, etcétera son ya bilingües. El BOE se traduce a las lenguas cooficiales, subvenciona las industrias culturales en catalán, gallego y euskera, sufraga una televisión y una radio públicas en catalán, promueve esas lenguas en el exterior a través del Instituto Cervantes... Crear una Administración tetralingüe sería absurdo pero España necesita imperiosamente hacer valer sus méritos y hablar las cuatro lenguas en las ocasiones solemnes, ser consciente de la importancia integradora del elemento simbólico y sentimental", propone Juan Claudio de Ramón.

Parece claro que cualquier reforma, constitucional o no, que pretenda evitar el descarrilamiento y fractura del Estado tendrá que abordar este asunto, vital para la convivencia entre los españoles. La tarea es desterrar el fundamentalismo lingüístico, evitar la guerra entre las lenguas y fundir la España común con la España plural.

II

José Luis Barbería, "La explotación política de las lenguas españolas (con perdón). II. Euskaldunizar a la fuerza", El País, 23 de septiembre de 2015:

La recuperación del euskera y la construcción nacional ha exigido el sacrifico laboral de miles de personas.

"Los nacionalistas llevan probablemente razón cuando dicen que para asegurar la pervivencia del euskera necesitarían tener las manos totalmente libres, pero puede que ni siquiera con la independencia conseguirían asegurar ese objetivo y serían de temer los medios inconfesables que estarían dispuestos a emplear en la tarea", manifiesta el escritor y traductor Matías Múgica. No es el único de los literatos euskaldunes consciente de que su comunidad lingüística debería agradecer a la mayoría erdeldun (de habla castellana) el haberse prestado a la euskaldunización. ¿Habría sido diferente de no haber mediado ETA ni la enorme presión ambiental nacionalista? La mayoría erdeldun (que no habla vascuence) ha aceptado sin rechistar que el requisito del euskera resulte indispensable o pese sustancialmente a la hora de aspirar al empleo público.

EH Bildu se compromete a que el aprendizaje de euskera sea gratis
Tejeria reivindica el uso del euskera para garantizar su futuro
El altar desdoblado de la recuperación del vascuence y de la construcción nacional ha exigido a lo largo de estas décadas el sacrificio laboral de decenas de miles de empleados que, particularmente en las áreas de la Educación y la Sanidad, han sido sustituidos por personal euskaldun, a menudo con peor currículo y competencia profesional. Ha exigido el esfuerzo de aprendizaje de muchos miles de funcionarios, y entre ellos, los maestros lanzados a dar clase en una lengua recién aprendida, escasamente dominada y, por lo tanto, lastrados en su capacidad expresiva, comunicativa. Aunque el sistema de educación pública vasca contempla tres opciones: toda la enseñanza en castellano salvo la asignatura de Lengua Vasca (Modelo A), parte de las asignaturas en castellano y parte en euskera (Modelo B) y la totalidad de las clases en euskera excepto la asignatura de castellano (Modelo D), en la práctica, la alternativa primera ha quedado arrumbada a una situación marginal.

El aura que envuelve el pasado mitológico de la lengua y del pueblo vasco ha jugado fuertemente a favor de la política de euskaldunización. Todo vasco sensible a su cultura siente la comprensible responsabilidad de dar continuidad a una lengua milenaria de origen enigmático, aunque el misterio empieza poco a poco a disiparse de la mano de investigadores que en número creciente cuestionan la tesis, tan preciada por el nacionalismo, de la existencia de una continuidad inalterada entre el pueblo vasco prehistórico y el actual.

"Los nombres de dioses, personas y lugares que encontramos en las inscripciones epigráficas romanas del País Vasco, así como en las fuentes clásicas, no aportan ninguna evidencia de que se hablara euskera en los siglos II y III después de Cristo, lo que contrasta enormemente con algunas zonas de Navarra y sobre todo de Aquitania, región francesa que ofrece centenares de antropónimos y teónimos de naturaleza vascoide, anteriores a cualquier evidencia conocida en el País Vasco actual", sostiene el doctor en Lingüística Computacional por la Universidad de Manchester, Joseba Abaitua. En el estudio realizado al alimón con el arqueólogo Mikel Unzueta, se concluye que hasta la llegada de Roma, en el actual País Vasco se hablaban lenguas indoeuropeas, de filiación celta, sin solución de continuidad con las del Cantábrico oriental y Alto Ebro. "Sin embargo, en el siglo VI se constata un proceso de dialectalización, a partir de un vasco común, que caracteriza la expansión del euskera desde Aquitania, pasando por Navarra, hasta su implantación en Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, así como en zonas de la Rioja Alta y norte de Burgos", afirma Joseba Abaitua.

De acuerdo con las conclusiones del estudio, el mantra "euskara gure hizkuntza da" (el euskera es nuestra lengua) que recitan los escolares vascos debería reformularse, ahora con la razón histórica de parte, en "euskara eta gaztelania gure hizkuntzak dira" (El euskera y el castellano son nuestras lenguas), pero eso no es algo que esté en el ánimo del independentismo vasco. Y, sin embargo, el lingüista Luis Mitxelena, genuino representante intelectual del nacionalismo moderado e inteligente, ya puso de relieve décadas atrás que en grandes áreas del País Vasco nunca en la historia se había hablado vascuence. En lo que se refiere, pues, a una parte del territorio vasco no estaríamos asistiendo a un proceso de reeuskaldunización, de recuperación de la lengua perdida, sino de euskaldunización a secas. ¿Tiene sentido educativo, social, político, económico la euskaldunización masiva de la sociedad?

"Puede merecer la pena dedicar recursos para mejorar la cohesión social y alejar la aparición de comunidades estancas y enfrentadas, pero eso no justifica una política uniformizadora cuasi forzosa vía inmersión lingüística ajena a la realidad del país", responde Matías Múgica. En su opinión, el problema debe enfocarse desde el tratamiento debido a las minorías lingüísticas en el seno de una sociedad democrática. "La comunidad tradicional euskaldun tiene derecho a un tratamiento de discriminación positiva, pero no a crear minorías donde no existían, a implantar el euskera como lengua de uso social en lugares donde no se ha hablado nunca. Lo primero responde a los derechos humanos, pero lo segundo responde a un proyecto político de construcción nacional que no se merece ningún respeto especial ni posee legitimidad por sí misma", subraya Matías Múgica.

A diferencia del nacionalismo catalán, fundamentado desde sus orígenes en la lengua, el vasco tuvo durante buena parte de su historia un componente racial y, de hecho, el PNV solo admitía en sus filas militantes a quienes contaran con los cuatro primero apellidos de raíz eusquérica. En una sociedad en la que, en la actualidad, únicamente el 20% cuenta con los dos primeros apellidos vascos, el requisito de la pretendida pureza de sangre se reveló pronto un mal negocio y fue la segunda generación de ETA de finales de los años 70 la que relanzó decisivamente la idea de que el euskera debía constituir el cemento en el que fraguar el proyecto de "construcción nacional". "El euskara vasquiza al extranjero", fue el aserto elegido para distinguirse del PNV y tratar de incorporar a los inmigrantes a la causa. Como indica el escritor y ensayista euskaldun Xabier Zabaltza, autor de la obra "Nosotros, los navarros", al vincular de forma tan estrecha la lengua con la nación, el nuevo nacionalismo se negó a aceptar la evidencia de que el vascuence solo es la lengua de algunos vascos.

La ideologización de la lengua es un arma de doble filo.

"Para la mayoría de los nacionalistas, el euskera no es un medio de comunicación, sino un símbolo. Más allá de la minoría vascófona, nuestra lengua no realiza una función muy diferente de las que puedan ejercer las cuatro palabras del gaélico que los nacionalistas irlandeses son capaces de introducir en su perfecto inglés. Expresiones como "agur", "kaixo", "aitas" cuando se utilizan en castellano o francés se convierten en meros elementos de una jerga que tiene bastante de etiqueta identificadora", sostiene Xabier Zabaltza. En su opinión, el precio a pagar por la identificación entre lengua y nación fue la "pérdida atroz de calidad y espontaneidad lingüística" que conservaba en la tradicional minoría euskaldun. La convicción de que el uso extensivo del vascuence ha ido en detrimento de la calidad del idioma es compartida hasta el punto de que Matías Múgica sostiene que la mayor parte del euskera que se utiliza en la enseñanza vasca y el mundo neovasco es parecido a lo que técnicamente se conoce como pidgin, un código simplificado de comunicación escueta y estructuras simples que se adquiere en segunda lengua.

"Lo singular del caso es que nuestro pidgin se utiliza entre personas que comparten todas un mismo idioma materno. Debemos de ser el primer caso conocido de pidgin ideológico", ironiza el escritor. "Y están por ver las consecuencias académicas y personales de ese extraño dialecto balbuceado de lengua vasca que se ha convertido en vehículo mayoritario de nuestra enseñanza", previene. Dice que para la gran mayoría de los neohablantes, hablar euskera en vez de castellano es comunicativamente "una mordaza y una tortura" pero que la difusión por la Administración de "un epidérmico chapurreo vasco" se justifica a ojos de los nacionalistas "por su evidente función de reservarse el acceso a los ámbitos de poder y trabajo público y por la voluntad de establecer una frontera virtual con España y crear donde no había una diferencia justificativa de sus proyectos".

Aunque el espectacular incremento del aprendizaje extensivo del vascuence está muy lejos de encontrar correspondencia en su uso habitual, los independentistas siguen aferrados al principio de que el euskera hace a los vascos. Y cabe preguntarse hasta qué punto la enseñanza, representación y promoción del vascuence, el catalán y el gallego se encuentran contaminados por el adoctrinamiento subliminal o explícito dirigido a fabricar nacionalistas. Que la pregunta no es gratuita lo atestigua la experiencia de todos estos años, pero se deduce de las palabras del propio Xabier Arzalluz, antiguo presidente del PNV: "El que aprende euskera entra en otro mundo cultural y ya no tiene tan seguro el voto como lo tenía su padre". Y se desprende igualmente de las declaraciones del presidente de l´Institut d´Estudis Catalans, Salvador Ginés: "La llengua catalana, per se mateixa, producís directamente o indirecta, efectes politics i administativs" y de las manifestaciones del director del Centre d´Estudis d´Opinió (CEO), Jordi Argelaguet: "La introducción de la lengua catalana en la enseñanza como vehículo docente ha contribuido favorablemente a la consolidación de las fuerzas políticas nacionalistas (CiU y ERC)".


Pocas veces, los responsables políticos se expresan con tanta franqueza en esta materia. Nadie debería perder de vista que la ideologización es un arma de doble filo que puede producir grandes beneficios políticos pero perjudicar a medio y largo plazo la revitalización de la lengua. "El choque entre un idioma potente y otro minoritario siempre perjudica al más débil", advierte Xabier Zabaltza.

III

José Luis Barbería, "La explotación política de las lenguas españolas (con perdón) y 3. El catalán como elemento de clase", en El País, 23 de septiembre de 2015:

La lengua actúa en ese territorio no solo como marcador identitario, sino también como elemento de distinción social.

La encendida defensa de la escolarización en la lengua materna que el nacionalismo y la izquierda realizaron durante la Transición para preservar el catalán se ha trastocado en la llamada inmersión lingüística que reserva a esa lengua la condición de lengua vehicular. El argumento es que bastan unas pocas horas semanales de enseñanza del castellano —se ha pasado de dos a tres en el presente curso—, para asegurar el bilingüismo efectivo terminal de los escolares, pero el asunto está altamente politizado y se ha convertido en un arma arrojadiza de alto voltaje. El desacato nacionalista a las sentencias de los tribunales de Justicia se asienta en el pliego de descargo de que el bilingüismo resulta letal para la supervivencia del catalán. ¿El bilingüismo mata —como reza el título del libro del filólogo y escritor Pau Vidal—, al catalán o es que lastra decisivamente el proyecto independentista?

Ciertamente, la ley de hierro que explica la expansión y retroceso de las lenguas en función del beneficio comunicativo que aportan perjudica seriamente a las lenguas minoritarias puesto que la totalidad de los hablantes de esas lenguas pueden igualmente comunicarse en castellano. Está claro que las instituciones del Estado y la sociedad española misma deben defender sus lenguas minoritarias pero siempre que las políticas lingüísticas respondan a criterios rigurosamente pedagógicos, respeten la pluralidad y tengan un coste social, educativo y económico razonable. ¿Resulta razonable privar de la educación en su lengua materna a casi la mitad de los catalanes? ¿España puede permitirse el lujo de avalar políticas lingüísticas que refuercen la hegemonía cultural, ideológica y política nacionalista y lubrifiquen el camino de la ruptura?

"No hay ningún país o territorio autogobernado con más de una lengua oficial que excluya a una de esas lenguas de la condición de lengua de enseñanza. La inmersión no cumple ninguna función pedagógica o social que no se pueda alcanzar por el sistema del bilingüismo vehicular, pero sí cumple la tarea de corroer los lazos sentimentales comunes que los nacionalistas necesitan para llevar a cabo su apuesta secesionista", asegura el ensayista y diplomático Juan Claudio de Ramón. La metamorfosis onomástica que obra el efecto de catalanizar, galleguizar, euskaldunizar los nombres y apellidos de personas de origen castellano continúa en boga entre las gentes que buscan una nueva identidad pública y pretenden mimetizarse mejor en el paisaje político, más y más marcado por el peso de la lengua. Y es que, en Cataluña, particularmente, la lengua actúa con solo como marcador identitario, sino también como elemento de distinción social que aporta estatus y prestigio.

De hecho, el porcentaje de los profesores y políticos locales de origen castellano hablante que se han pasado a adoptar el catalán es mucho más elevado que el que se produce entre la población en general. Y, por lo mismo, no deja de ser significativo que los policías autonómicos y otros colectivos hayan encontrado en el uso exclusivo del castellano una forma provocadora de protesta sindical y que esa actitud levante reacciones como la que el presentador de las "Actas del Simposio España contra Cataluña", Manuel Cuyás expresó en las páginas del El Punt Avui: "Lo que debería hacer el consejero de Interior Felipe Puig es hacer formar a los Mossos, identificar a los culpables y decirles usted, usted y usted fuera de la fila, y arrestados. O echarlos fuera del cuerpo. O degradarlos en una exposición pública (...) Algunos mossos han manchado el uniforme".

"La posesión de rasgos asociados con el grupo étnico dominante puede procurar, tanto a los que buscan la movilidad ascendente como a los que buscan evitar la movilidad descendente, ventajas simbólicas en términos de estatus social y puestos privilegiados en el mercado de trabajo. Estos procesos se exacerban en situaciones de crisis económicas.", explica Thomas Jeffrey Miley, sociólogo y profesor en la Universidad de Cambrige. Miley hizo su tesis doctoral sobre la política lingüística catalana y no oculta su sorpresa por "el éxito" en la aplicación de un modelo educativo, "falsamente llamado de inmersión", dice él. "No conozco un caso parecido en ninguna otra parte del mundo. Ese éxito se explica, sin duda, por la hegemonía de un nacionalismo que ha hecho de la lengua la columna vertebral de su proyecto", afirma.

"Cuando llegué a Cataluña me sentí desconcertado al comprobar que el conjunto de la izquierda catalana apoyaba la llamada inmersión lingüística. Procedo de California y conozco bien el problema de la escolarización de los inmigrantes en los años 90. Allí, ha sido siempre la derecha la que ha tratado de imponer las políticas de inmersión en inglés frente a quienes consideramos que el respeto a la lengua materna en la educación es sagrado. Los pedagogos piensan que, de lo contrario, los niños pueden tener más dificultades de aprendizaje en los primeros años, sentir que proceden de estratos sociales inferiores y desarrollar actitudes de rechazo a la escuela. Pronto comprendí que la alianza entre el nacionalismo y el progresismo catalán tenía su origen en el trauma compartido del franquismo pero no deja de ser un disparate que la izquierda acepte que el sector público sea monopolizado por la población de lengua materna y piense en la protección de la lengua antes que en la protección de los derechos de los ciudadanos", indica el sociólogo norteamericano.

En su opinión, no cabe asimilar la inmersión lingüista catalana con la aplicada en Quebec a la minoría de habla inglesa que, por lo general disfruta de un estatus social medio alto. "En Quebec, la inmersión es voluntaria, no obligatoria, y no hay riesgo de que el profesor denigre la cultura angloparlante. Más que inmersión, lo de Cataluña parece una sumersión", concluye. Es un análisis que rechaza gran parte de la izquierda catalana aunque últimamente surgen voces críticas, desde las filas del PSC, preferentemente, que cuestionan la política lingüística. "La inmersión estaba justificada por la supervivencia de la lengua. No ha perjudicado al bilingüismo, ni causado fractura social. Y tampoco los estudios psicológicos han detectado problemas en los castellano-parlantes por la escolarización en catalán, lengua que, por otra parte, es bastante similar al español. En las relaciones privadas se habla más castellano y en las públicas, catalán", apunta Sara Berbel, doctora en Psicología Social. Investigadores como Pau Mari-Klose y Albert Julià sostienen, sin embargo, que, a igualdad de condiciones socio-económicas, los estudiantes catalanes que tienen el castellano como lengua de uso habitual obtienen peores resultados en las pruebas estandarizadas que realiza PISA.

"Tenemos en marcha un nacionalismo de dominación, no de liberación. El catalán no está en peligro. Ahora, la lengua es una coartada para protegerse frente a la competencia y reservarse el sector público para ellos y sus descendientes. Ya hay estudios de altos funcionarios y miembros de las élites políticas que demuestran que cuanto más nacionalista eres más puestos importantes llegas a ocupar. Pasa en todos los partidos, salvo en ERC, pero es porque ahí todos son igual de nacionalistas", sostiene el profesor Enric Martínez, doctor en Ciencias Políticas. Un dato a favor de esa tesis es que, a principios de este siglo, el 67% de los parlamentarios autonómicos era hijo de padres nacidos en Cataluña, frente al 33% del conjunto de los ciudadanos nacidos en esa comunidad.


El también doctor en Ciencias Políticas, Martín Alonso Zarza, cree que tras las invocaciones al pasado de los independentistas catalanes laten factores contemporáneos, como el afán por "hacer piel nueva" de algunos de los responsables políticos que llevaron a Cataluña al desastre de la crisis económica y política y cargan con la sospecha de la corrupción. "En momentos de crisis o escasez, la nacionalidad se convierte en un arma por la competencia de los recursos y la transmigración ideológica es una forma de subirse a la lancha salvavidas inflada con los materiales gaseosos e inflamables del repertorio romántico", concluye Martín Alonso, autor del trabajo: "El viraje étnico de la intelectualidad catalana".

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