martes, 5 de abril de 2016

El pepecentrismo

No, no me refiero a que el Pepé sea de centro, sino a que se cree el centro de todo: todo gira en torno a Rajoy, incluso la decencia, la honradez, la Luna, los partidos políticos, los votos, los periódicos (la dulce La Tribuna, opio de los peperos, aires de fiesta a lo Karina). Por ejemplo, siempre ganan las elecciones, siempre dicen la verdad, porque es su verdad, la que se imaginan ellos, pues fuera de ellos no hay verdad: es un todo pétreo y firme, majestuoso y regio, como el Ser de Parménides, y fuera de él no hay nada: solo mentira, especulación y vacío.

Rajoy es el centro del Almagesto de Ptolomeo, un centro tenebroso: el Sol que ilumina sus corrupciones gira en torno a él y no al revés. Si lo sacan de ese centro, se marea, aunque no atlántica. El mal siempre ocurre mañana; la corrupción es imposible en la perfección. Rajoy es la paja perfecta: la que se hace uno consigo mismo y a dos manos. Habita en el mejor de los mundos posibles; si Voltaire viviera, no escribiría Cándido o el optimismo, sino Rajoy o El optimismo. Es felicidad, es un cuelgue psicodélico con agua bendita y pimientos del Padrón, que unos pican y otros non, es el galleguismo hipostasiado, la escalera que nunca se sube ni desciende, una interdicción fenomenológica, Rajoy es... lo que no es Rajoy.

El Pepé es repe, porque es dos veces pe; no tengo reperos a esta repera que desespera. Es repe porque siempre es el mismo, no cambia. El tiempo se ha detenido en él, no existe en él: siempre ha sido el que será y es. Es un franquismo de momia, de atrapado en el tiempo, una involución involuta e invencible, un noúmeno incognoscible. Por eso el pensamiento es imposible en él: eso lo convertiría en un Hegel del devenir o en un Marx a su izquierda, eso le daría una órbita en torno a algún centro que no fuera él: que no, he dicho.

Es imposible sacar a Rajoy de sí mismo, porque es sí mismo. Está ensimismado en su sí, y no le cabe otra inteligencia emocional. Este empedruscamiento, o empedernimiento si prefieren, lo semeja al del señor Rajuela, el jefe de Pedro Picapiedra, su esclavo tonto y siempre adoctrinado en vano por Pablo Mármol.  

Muchos quisieran sacar al Pepé de la caverna y enseñarles que la tierra no es plana, que existen muchos mundos que no están en este, y, además, a leer y a escribir fuera del catecismo, la cartilla, el Real Madrid, la peluquería y la misa de doce, que su minga no es única ni la mejor del mundo, pero eso es imposible y tarea del negro. Porque en este mundo donde nadie es perfecto, el Pepé sí lo es. Porque en el fondo el Pepé es un agujero negro, como el culo. Y ya saben lo que pueden esperar de él.

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