miércoles, 23 de noviembre de 2016

Libros que estoy leyendo

Aparte de los consabidos cientos de pantallas, también leo bastante papel. Cayeron las Vidas escritas de Javier Marías, donde hace un ejercicio suetoniano de cotilleo biográfico por toda suerte de escritores anglosajones, con un par de alemanes y algún que otro francés, ruso y japonés, y tres o cuatro mujeres (de las que es un gran descubrimiento Vernon Lee); les da lo suyo a los de ego particularmente inflado y posee una lente de aumento magnífica para la ridiculez; ahora estoy con Autorretrato sin retoques (1999) de Jesús Pardo, uno de los libros que dio a Bethel Emilio Morote, con sus subrayados y notas. Es una obra muy dura con los de la tertulia del café Gijón y con todos los posguerreros, mucho más que la de Umbral, que parece un mojigato a su lado, pero es implacable también con su propio autor, que se pinta abofeteando a su propia "madre física" y despreciando a sus amantes con saña. Dice que dominaba quince idiomas, pero la verdad es que, según cuento, solo tradujo del inglés, del italiano, del danés, del sueco y del noruego, aunque bastante: doscientos títulos en total. También sabía francés, pero apenas lo ejerció. Es un buen escritor con un estupendo estilo y facilidad para la concisión realista e ingeniosa. A mi juicio, junto con Pretérito imperfecto de Carlos García del Pino y en cierto modo las Memorias prohibidas de Cándido, es de los pocos que ofrecen una visión ajustada de lo que fueron los cuarenta años tras la guerra, y está lleno de verdad, de crueldad y de anécdotas inéditas e interesantes; Luis Antonio de Villena lo llamó rara avis in terra, (como por cierto llamó también don Juan de Tassis y Peralta, II Conde de Villamediana, a Luis de Góngora) y en verdad lo es.

También me he leído las escuetas Memorias comillenses de Javier Sádaba. Y eso que nunca me fue dilecto; pero el hecho de que haya reseñado sus cuatro años de Purgatorio infantojuvenoide en el seminario de Comillas antes de que le echaran me llamó la atención. Es una visión impresionista de la estupidez religiosa, también en época franquista; un desfile interminable de gilipolleces de curas pirados, de los que se salvan solo, y apenas, los jesuitas, "que utilizaban un dilema muy astuto para mantener su barco a flote: si un padre no sobresalía por su bondad, entonces era sabio. Si era tonto de remate, entonces era santo", p. 8.

Apilados están esperando que les hinque el diente las Cartas a Lucilio traducidas por el literal y casi desconocido Vicente López Soto (solo yo he tenido la piedad de abrirle una entrada en la Wikipedia), los ya mordidos Viva el estupor y Los mismos de Francisco Nieva y La juventud de Cervantes, de José Manuel Lucía Megías, del que habría poco y escaso que decir. Qué bueno es Nieva; para ser ahora un muerto está más lleno de vida, imaginación y lenguaje que todas las sombras fantasmales que ha dejado en este yermo páramo. En cuanto a la poesía, por ahí andan la Poesía completa de Sylvia Plath (la traducción de Xoán Abeleira, no la del ya mencionado Jesús Pardo) que me seduce por sus conceptos, contextos e imaginaciones, aunque en cada poema suyo parece que hay algo que se ahoga (sobre todo en el último, "Edge": El jardín se retesa y los aromas sangran / de las dulces y profundas gargantas de la flor de la noche), y el reciente premio Ciudad de Melilla, La fruta de los mudos, de José Luis Rey, que parece, no sé si padece, demasiada fruslería de ebanista. No habían comprado para la biblioteca pública la última traducción de los Cuatro cuartetos de Eliot, que, al parecer, luce unas notas sobre intertextualidad muy interesantes, que comentaba ha poco en un artículo Félix de Azúa. No tendré tiempo de agenciármela, acaso: hay que corregir exámenes, y aunque he renunciado a mi pesar a escribir en Miciudadreal, porque les quiero y me gusta, ni siquiera en los comentarios, sigo andando demasiado escaso de tiempo. Jamás me he creído insustituible, y Marcelino Lastra, que ha empezado a colaborar allí, ha escrito un artículo magnífico que incluso he copiado en mi blog.

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