viernes, 6 de enero de 2017

Entrevista a Juan Pablo Villalobos

Ana María Iglesia entrevista a "Juan Pablo Villalobos. "México es un estado fallido, el gobierno no controla absolutamente nada" El mexicano Juan Pablo Villalobos ha ganado este año el premio Herralde con una novela en la que plantea un juego de espejos entre su país natal y Barcelona" 6.01.2017

Una novela de Barcelona sobre México o una novela mexicana sobre Barcelona. Juan Pablo Villalobos no se decanta por ninguna de las opciones para definir 'No voy a pedir a nadie que me crea', la novela con la que ha ganado el Premio Herralde 2016 y en la que plantea un juego de espejos entre Barcelona y México, a partir de un protagonista, que comparte con el autor nombre y nacionalidad, que llega a Barcelona para realizar el doctorado.

El crimen organizado mexicano, que controla, a través del chantaje, la vida del protagonista, se une en un mismo “proyecto” con el alto empresariado catalán; todo ello narrado desde una autoficción que se desmiente a sí misma a partir del título y desde el humor y la exageración que, sin embargo, terminan por retratar la corrupción, la criminología y la desconfianza en las instituciones que definen, en mayor o menor grado, la sociedad mexicana y la catalana.

PREGUNTA. 'No voy a pedirle a nadie que me crea'. ¿Una novela de autoficción cuyo título desmiente el género al que supuestamente pertenece?

RESPUESTA. Exactamente, la novela es una parodia de la autoficción y, al mismo tiempo, un desafío a la suspensión de la credulidad, que es lo que se necesita en el momento de afrontar la literatura. Yo estoy en contra de la denominada literatura de la experiencia y de la idea de que solo se puede escribir sobre lo que se ha vivido. Y, por esto, lo que hago en 'No voy a pedirle a nadie que me crea', como también lo hacía en 'Te regalo un perro', pero ahora de forma mucho más explícita, es burlarme de toda aquella literatura que sostiene que solo se puede narrar desde el yo y desde las experiencias personales. Evidentemente, hay elementos biográficos, comparto con el protagonista no sólo el nombre, sino algunos rasgos biográficos, pero la trama es absolutamente ficticia y, de hecho, es imposible que alguien se crea que es real.

P. Sin embargo, ¿es consciente de que muchos leerán su novela en clave autobiográfica?

R. A mí me gusta jugar con el morbo que se suscita en los lectores cuando se asume el yo y se les obliga a cuestionarse cuánto hay de verdad en ese yo narrado. En el segundo volumen de 'Los diarios de Emilio Renzi', Piglia escribe: “Asignar el nombre propio a una narración ficticia es invertir el mecanismo del seudónimo”. Este hubiese sido el epílogo perfecto para mi novela: si piensas en la frase de Piglia, lo que nos dice es que el uso del seudónimo es un intento de protección hacia uno mismo, mientras que, en 'No voy a pedirle a nadie que me crea', el uso del propio nombre implica asumir tu propio yo para contar algo muy absurdo que te deja en mal lugar como sujeto. Decía Monterroso que “el humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias”, mientras que Baudelaire sostenía que el único que se ríe de sí mismo es el filósofo; por mi parte, lo que propongo con la novela es que, para poder estirar el humor hasta el límite, tienes que entrar en el juego, el emisor tiene que ponerse en posición de reírse y de burlarse, ante todo, de sí mismo.
Para poder estirar el humor hasta el límite el emisor tiene que ponerse en posición de reírse y de burlarse, ante todo, de sí mismo

P. En 'No voy a pedirle a nadie que me crea', indaga en torno a los límites del humor, aunque sin llega a conclusión alguna.

R. Porque las novelas no responden preguntas, sino que las plantean. A través de diálogos, en los que se cuestiona si es posible reírse de todo o en los que el propio protagonista se siente incómodo, por ejemplo, ante un chiste judío hecho por alguien no judío, exploro de forma explícita, o al menos más explícita respecto a las anteriores novelas, los posibles límites del humor. Y creo que el hecho de hacer explícita dicha reflexión hace que 'No voy a pedirle a nadie que me crea' esté más “protegida” de ese humor más duro que caracterizaba mis anteriores novelas.

P. Uno de los planteamientos de la novela es que los límites del humor dependen, en gran parte, del lugar y del contexto.

R. Efectivamente. Una las obras literarias más bestia en cuanto al humor es la de Albert Cohen, un escritor judío, que se se ríe con temas delicadísimos. A finales de los treinta, se permite a hacer humor con Hitler: Cohen, en sus textos, se ríe de los judíos del frío, ucranianos, polacos, rusos, que distingue de los judíos del sol, es decir, los judíos de España, hasta el punto que tiene un personaje fascinante, de nombre 'Comeclavos', llega a decir que ya quisiera él que Hitler organizara un exterminio para los judíos del frío. Pero, ¿desde dónde narra Cohen? Escribe en los años treinta y, no acaso, años después, tras la Segunda Guerra Mundial y los campos de exterminio, ya no se permite una broma así, su humor cambia, si bien no abandona el tema judío.

P. Hablando del contexto, su novela indaga en la delincuencia y la corrupción que rodean la sociedad mexicana.

R. Al pensar la novela, tenía en mente un personaje al que, de pronto, el crimen organizado lo toma y lo controla hasta el punto de que determina completamente su vida: el tema de su tesis doctoral o con quién se va la cama. Evidentemente, llevo al extremo el control que puede tener un criminal cuando chantajea o extorsiona a alguien, pero justamente al exagerarlo, lo que yo quería es observar hasta qué punto en México el crimen organizado está determinando como tomamos decisiones sobre nuestras vidas. Cuando alguien decide que en ciertos horarios no puedes salir, cuando decide que la chica que te gusta y que vive en Tijuana es mejor dejarla… significa que el control existe, significa que nuestra vida se rige por cuestiones vinculadas directamente al crimen organizado. Este control por parte del crimen en México es absolutamente real.

Nuestra vida se rige por cuestiones vinculadas directamente al crimen organizado. Este control por parte del crimen en México es absolutamente real

P. Al mismo tiempo hay una mirada transnacional de la corrupción, de la que no se salvan ni México ni Barcelona.

R. En un principio, intentaba hacer una conexión personal entre México y Barcelona, puesto que son mis mundos, sin embargo, la conexión existe y está documentada, no había que crearla; piense en la conexión que existe entre los cárteles de la droga mexicanos que lavan el dinero en España, que tienen tratos con la mafia italiana, rusa… Son más de una las personalidades, cuyo nombre no voy a decir pues no quiero tener problemas, que tienen negocios en México

P. Al final, la política catalana ha superado con creces la corrupción que narra en su novela

R. Los escritores mejicanos estamos acostumbrados a ser superados por la realidad: ves las noticias y piensas que tú, escritor, por simple pudor, no te atreverías a narrar como ficción lo que está sucediendo por lo inverosímil que es. Piensa en la fuga de El Chapo: si yo escribiera una novela de ficción donde narrase una historia como la fuga de El Chapo, tendría que hacer un enorme trabajo de verosimilitud para que el lector se la creyese y, después, seguramente ¡no se la creería! Me dirían que es una historia muy colgada, es decir, muy inverosímil. A diferencia de México, en España la literatura tiene más apego al realismo, lo que sucede es que lo hiperbólico de mi novela, pensando solo en Cataluña, ha terminado por coincidir con la realidad.

P. Uno de los temas es la desconfianza hacia las instituciones, algo que se hace patente a través del personaje de la mossa d’esquadra.

R. El personaje de la mossa, representa una especie de esperanza en la posibilidad de encontrar, dentro de la policía, alguien que te puede ayudar. Esto para Valentina, que es mejicana, es impensable, para ella no existe ningún policía bueno. Por desgracia en México, hemos llegado a un punto en el que las instituciones están tan desprestigiadas, desde las Federales hasta las municipales y las Estatales, que nuestra actitud hacia todos los gobiernos es de desconfianza, exactamente la actitud contraria de la que se debiera tener. Teóricamente, las instituciones están para representarte y para protegerte, pero sucede todo lo contrario: las instituciones se vuelven un elemento más de agresión, que vulnera tus derechos y seguridades. Y los personajes de la novela, lo que padecen, es un Estado fallido, un gobierno que ha fracasado completamente y que no controla absolutamente nada.
En México las instituciones están tan desprestigiadas que nuestra actitud hacia todos los gobiernos es de desconfianza

P. El contrapunto lo encontramos en madre de Juan Pablo, una mujer que se aferra al establishment mexicano y admira el establishment catalán, como símbolo de éxito.

R. La madre cree en el Estado en cuanto está dominada por sus prejuicios clasemedieros. Es un personaje muy mexicano: representa una visión racista, clasista y trepa, en cuanto quiere equipararse a una clase alta a la que no pertenece. Este elemento aspiracional es lo que define a la madre de Juan Pablo y a la clase a la que pertenece: como decía en una de mis novelas anteriores, ella se niega a ser pobre como si las clases sociales fueran estados mentales. Ella escribe las cartas a su hijo desde la convicción de pertenencia a una clase y a un grupo al que no pertenece y esto ella defiende el establishment, porque quiere sentirse parte de él. No puede criticar al catalán corrupto, porque ella se identifica con esa clase social y no con la “chusma”.

P. En las cartas de la madre de Juan Pablo también se percibe una idealización de Europa: el hecho que su hijo vaya a estudiar a Barcelona es, para ella, un triunfo.

R. Esta es la piedra de toque de los prejuicios clasemedieros: la idealización, primero, de Estados Unidos y, luego, de Europa. En Estados Unidos todo es perfecto, no hay corrupción, los policías son buenos…. A todo esto, Europa tiene un sentido aristocrático e histórico

P. En todas sus novelas, incorpora en la trama, un discurso político y, podría decirse, de denuncia.

R. Para mí es imposible no hacerlo. Al final, uno escribe de lo que puede y de lo que quiere. Yo por más que me plantee historias en un inicio apolíticas, siempre termina por infiltrarse lo político, incluso, de forma muy explícita. En todos mis libros hay una reflexión sobre la política mexicana, en el caso de No voy a pedirle a nadie que me crea, también sobre la política catalana y española, y esta presencia de lo político se ha convertido en un rasgo mío que asumo y que defiendo.

P. ¿La recepción de su novela por un lector no mexicano será diferente a la de un lector mexicano?

R. Es un tema que me interesa mucho. ¿Cómo recibe la literatura mexicana o, más en general, la literatura latinoamericana un lector español? ¿Cómo lee un español a Jorge Ibargüengoitia? Me parece muy interesante estas cuestiones en cuanto, creo, que muchas veces, la lectura de un hispanoamericano por parte de un español o la lectura de un español por parte de un hispanoamericano lo que hace es confirmar prejuicios. Si yo escribo una novela sobre el narco y retrato el México que conozco, el lector extranjero reaccionará afirmando que México es un país absolutamente peligroso. En cambio, el lector mexicano reaccionará con el impulso de querer hacer algo para cambiar la realidad.

Bolaño es un escritor chileno, que vive en México y en Cataluña, un escritor que consigue crear un castellano que no es de ningún lugar. A mí me fascina

P. En 'No voy a pedirle a nadie que me crea', hay una presencia explícita e implícita de 'Los detectives salvajes' de Bolaño.

R. Hay dos razones que explican la presencia de 'Los detectives salvajes'. En primer lugar, el hecho de que Valentina lea la novela responde a mi deseo de dejar un elemento autobiográfico en el texto: cuando yo llegué a Barcelona, pasé una crisis personal muy dura y en aquella época leí la novela de Bolaño, la leía de manera obsesiva, tan solo en dos o tres días. Por otro lado, y en un sentido más conceptual, se explica por la voluntad de romper con una literatura nacional. Bolaño es un escritor chileno, que vive en México y en Cataluña y, sobre todo, es un escritor que consigue crear un castellano que no es de ningún lugar. A mí me fascina encontrar en Bolaño frases o párrafos enteros que han perdido toda huella: tienen una sintaxis del castellano de México, pero con un vocabulario del castellano de Cataluña y con alguna expresión chilena.

P. En esta deconstrucción de lo nacional, se encuadra la influencia de Pere Calders en su obra.

R. Exacto. Calders fue exiliado a México y tiene dos libros mexicanos, 'L'ombra de l'atzavara' y Aqui descansa nevares', que son completamente mexicanos, pero escritos en catalán. Y, en 'Aqui descansa nevares', hay un par de cuentos que si los tradujeras al mexicano y dijeras que son de Ibarbengoïtia o de Villoro, la gente lo creería. Y, de alguna manera, lo que hago es tomar el guante de lo que Calders escribió en un prólogo, que yo pongo como epígrafe de mi novela, donde decía, como respuesta a las críticas que había recibido por haber escrito de forma negativa sobre México, tachándole incluso de racista, que él no esperaría que un mejicano que viva en Barcelona escribiera bien de Barcelona, al contrario, esperaría una actitud crítica. Y uso estas palabras de Calders como epígrafe para decir que tengo el permiso de el mismo Calders para ser crítico con Barcelona.

P. Y esta crítica a Barcelona la realiza como inmigrante, término con el cual se has definido a lo largo de la entrevista.

R. Yo y muchos de los escritores hispanoamericanos con los que convivo en Barcelona somos escritores que vivimos aquí, hemos tenido hijos aquí, hijos que se sienten de aquí, y somos escritores que no contemplamos la posibilidad de volver a nuestros países. Por esto, uso el término inmigrante y, por esto, me interesa adoptar la perspectiva inmigrante, porque es mi perspectiva cotidiana. Quiero narrar desde el punto de vista de alguien que se ha desplazado y ha construido una nueva vida a partir de cero. Cada día que pasa, pertenezco más a este lugar en el que vivo que al lugar del que vengo. Se trata de un proceso de apropiación del territorio en el que todo lo que rodea y define el territorio se va, al mismo tiempo, apropiando de ti.

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