sábado, 21 de enero de 2017

¿Justicia, dice usted?

Uno se distrae de los sombríos pensamientos sobre la jubilación y el paciente traslado del agujero desde la banca privada hasta las pensiones públicas leyendo un poco cosas de antaño, porque las de después, ya digo, se presentan muy desabrigadas. Más en un país como este, donde empieza a no haber jóvenes porque ni siquiera hay futuridad. En Lugo, por ejemplo, no la hay. Enviaban siempre a un periodista a los nidos de los hospitales a ver qué niño se había producido el primer día del año, y fue el primero que no hubo. Debería haber descuento en condones, ya que la política de natalidad es algo tan ficticio como la justicia en España, donde solo crecen los muertos y la macroeconomía, que es una mangoeconomía, porque crece por medio de la injusticia distributiva.

El tema de la justicia es lo que tiene; que debe ser lo primero que cambie si queremos cambiar el mundo, porque el mundo es el que nos está transformando a nosotros. "Yo quise olvidar el pasado, pero el pasado no me olvida a mí", oí en una película. Y así vamos a oler el perfume de la derecha abriendo de nuevo las tumbas de las cunetas y así nuestras injustas y perpetuas leyes vienen de lejos: según el Diccionario de catedráticos españoles de derecho, entre 1847 y 1947 setenta catedráticos de derecho fueron depurados porque el poder quiso, más que amoldarse, "moldear" a su gusto una ley confortable para sus trapacerías. Y esto va también por los jueces: como la Justicia no puede servir a dos señores, escoge siempre al más poderoso. Eso está más claro que el agua (cuando el agua está clara), y se ve por ejemplo en su lastimosa lentitud de coja de ambas piernas. Solo hay que acordarse del triste Trillo que come trigo en un trigal. La justicia española no ampara al débil, sino que lo estrangula de aburrimiento y de impaciencia. En España, como para Santo Domingo, siempre  canta la gallina después de asada para proclamar la inocencia del inculpado. La racanería de un ministro de defensa causa más muertos al año que el terrorismo de ETA y encima se le premia o se le pone un pisito en París o Londres. Y como nada debería ser tan democrático como la Justicia, la justicia en nuestro país es lo menos democrático que hay. No solo la Virgen, la diosa Astrea nos abandonó y se fue a los cielos dejándonos in hac lachrimarum valle; los pleitos contra los poderosos nunca llegan a "sustanciarse" porque la justicia hispana es básicamente insustancial. Se debe a una gran falta de medios, pero también de voluntad para cambiarla; por eso les compuse esta seguidilla manchega

Para no hacer las cosas
siempre hay razones,
mientras que para hacerlas
solo cojones.

Los políticos / aforados son gente sin cojones y descojonante, qué le vamos a hacer. Porque ya se sabe: 

En la cárcel de mi pueblo,
como en el mundo sucede,
ni debe todo el que paga,
ni paga todo el que debe.

El "justicificado" descrédito de la Justicia española es perceptible en su desintonía con tradiciones legales más democráticas como las europeas, que nos ponen en ridículo una y otra vez, sobre todo en cuestiones bancarias, que es en las que más lejos se sitúan las leyes del ciudadano corriente. Basta con contemplar la sentencia de las cláusulas suelo, pero habrá que referirse también a un tocho como Los hombres frente al derecho. Jurisvivencias. (Madrid: Aguilar, 1959) del historiador del derecho español Juan Gómez Jiménez de Cisneros, donde se recopila en seiscientas páginas todo cuanto el pueblo ha dicho sobre la justicia castellana, empezando por el mismísimo refranero oral. Todo, sin excepción, negativo. Compré este libro en el rastrillo de la biblioteca pública por un euro (ahora, la reimpresión de Granada, Comares, 2010 vale cuarenta y siete euros). Pero esas seiscientas páginas se quedan cortas. Lo decía Lope de Vega: los pleitos hacían "de la esperanza anatomía", esto es, un esqueleto, un cadáver; lo malo es que la justicia actual hace las autopsias en vivo. Y se prolongan muchísimo, son, como decía el mismo Lope, "hasta lo judicial perjudiciales". Escribe Gómez:

Un sumario es una cosa muy larga en la que se escribe mucho, mucho; que se sabe cuando comienza, pero no cuando terminará: en el que secretamente -¡es secreto!- se instruyen diligencias y más diligencias, se oyen muchas veces a los procesados, se celebran careos, intervienen testigos y, después de las diligencias viene un auto. Si este es negativo, si los hechos no constituyen delito, a los pocos meses todo está arreglado, después de haber movido Roma con Santiago. Si hay indicios de delito, entonces se lleva a la Audiencia y, tras muchos folios y de oír a todo bicho viviente, hablan el fiscal y el abogado defensor, y entonces, uno o dos años después de acaecido el hecho, se dicta la sentencia. (p. 85)

¡Uno o dos años después! ¡Qué maravilla! Pues ahora lo que hace la "tardanza de la justicia" de que se molestaba Shakespeare es dejar que los maltratadores ejecuten a sus mujeres sin protegerlas, maleducar a los hijos de los divorcios conflictivos y dejar que los bancos cobren comisiones dos tercios al menos de las cuales son dudosas, por no decir algo más fuerte: "Pues a tanto ha llegado la malicia / que peor que el más malo es la Justicia". No es mucha gloria, la verdad. Secreto instructorio y escritura, no sólo son resabios de ese sistema inquisitivo propio del más profundo oscurantismo jurídico, resabios lamentables que aun radican en la mente de algunos de nuestros jueces y fiscales, sino también graves obstáculos a la plena eficacia del principio constitucional según el cual la justicia debe ser administrada en forma expedita e ininterrumpida. Lo mismo ocurre con las revocaciones y apelaciones. Y las lamentables e innumerables epiqueyas que provocan los aforamientos, una cosa indigna de cualquier sistema jurídico que se precie. No debía ser tan malo el emperador Domiciano cuando mandó que el litigante que prorrogase el pleito más de un año fuese públicamente desterrado de Roma. Porque la remolonería de la justicia genera aún más injusticia, porque al desamparado por la violencia intelectual que se ejerce contra él no le queda otra que la violencia bruta:

Pues la Justicia en la tierra
se compone de garduños,
yo al Digesto muevo guerra,
que mi derecho se encierra
tan solamente en los puños.

Al ciudadano honesto solo le queda la resignación, como a ciertos pobres diablos del Valle de Alcudia. Porque "para justicia alcanzar / tres cosas has menester: / tenerla, hacerla entender... / y que te la quieran dar". Mal va la cosa si incluso la mayoría de los políticos proceden del ámbito legal:

Todos los abogados
van al infierno,
y el camino que llevan
es el Derecho.

Poco se puede esperar cuando el derecho positivo de la Derecha niega que exista en el hombre aquella cosa llamada conciencia que el derecho natural sí reconoce. No mucha conciencia debía tener el peperil Gallardón cuando hizo que la justicia dejara de ser gratuita en muchísimos casos. Pero ya lo dijo la coplilla: "El palacio de justicia / es una casa maldita / donde reina la tristeza: / no se castiga el delito, / se castiga la pobreza".

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