viernes, 15 de septiembre de 2017

El imperio austrohúngaro

Me acuerdo de cuando en la televisión había algunos contenidos culturales. Programas como Encuentros con las letras, piezas de teatro... algo que ahora parece marciano. Ni siquiera tenemos Barrio Sésamo. ¿Quién va a educarnos? ¿Los profes? Yo, por ejemplo, no tengo presupuesto ni para comprar estanterías para mi aula materia, y menos para libros. El presupuesto ha bajado un 40% y hace unos años incluso se propuso cobrar por sacar libros de la biblioteca pública o ir a los museos. Los ordenadores están obsoletos y calados de virus hasta los huesos, los proyectores no funcionan y hoy se cobra más impuestos a los libros que al porno. Mis alumnos del nocturno, por ejemplo, ni siquiera se pueden comprar los de texto. Tienen necesidades más básicas que cubrir.

Y al respecto quizá les extrañe conocer que un ciudarrealeño jovencito se ha hecho famoso desde los dieciocho años por algo que no tiene nada que ver con el talento, el mérito o el trabajo. Se trata de "Jordi, el niño polla", un actor pornográfico ciudarrealeño cuyo verdadero nombre es Ángel, que ahora vive en Londres y de cuya existencia me he enterado, como Rajoy, por la prensa. Dejó de estudiar y se dedicó a hacer algo que no le han enseñado. Pero nadie se acuerda de otro joven matemático que conozco y subsiste poniendo hamburguesas mientras procura estudiar una ingeniería y hace cálculos avanzados que pueden ayudar a resolver problemas médicos y de inteligencia artificial. También es ciudarrealeño, pero trabaja con un sueldo minusmileurista y no va de botellón, sino que cae agotado todas las minúsculas noches en que puede abrazar su pobre almohada de oscuridad, pagándose los estudios y la existencia. De ese no hablan los periódicos. Ojalá se marche de España: aquí el talento se agosta. Le pregunto por qué estudia una carrera ahora que ya está dejando de ser joven:

Es que me pasé la juventud de farra, saliendo de noche y de botellón. Era un trasto en clase. Hasta que un profe de ciencias me dijo que era una lástima que una cabeza como la mía se malograse de ese modo. Me di cuenta de que estaba perdiendo el tiempo.

Este tipo de esforzados es inútil que pidan beca. Y aquí eso de educar ni siquiera está en descrédito: simplemente se ha olvidado, incluso en los presupuestos de esos que antes que demostrar que lo valen se suben los sueldos. Solo hay en los medios de comunicación viejos vociferantes, risa enlatada, deporte para gente sentada y publicidad pelmaza y extemporánea. Busquen alguna reseña de libros con citas que demuestren lectura comprensiva en La Tribuna, en Lanza, en cualquier cadena de televisión; esto es un desierto, un muermo. La juventud aparece proscrita, ridiculizada o degradada de mil maneras que se reducen a charanga y pandereta. No me extraña; es la época humana más despreciada por todos esos viejos que usurpan su lugar y que les pagan sueldos de 200 euros o a lo más de 500 por jornadas de doce horas, mientras que las empresas de trabajo temporal se llevan la mitad de lo que les dan. Y ni siquiera los denuncian a la Inspección de Trabajo.

En la feria he visto a alumnos de botellón preparando los inminentes exámenes de septiembre, pero el Ayuntamiento permite el botellón. Jueces que saben de imparcialidad como el ciudarrealeño  Emilio Calatayud prueban con papeles en la mano que no hay nada bueno en el botellón; yo mismo he visto a alumnos dormidos en clase (o que ni siquiera van) por el fiestuqui continuo que los tiene en vela toda la noche, muchas veces promovido incluso por nuestros ponzoñosos y malsanos políticos, corruptos no solo ellos mismos, sino corruptores y emborrachadores y drogadictores de menores, coadyuvando con su falta de iniciativas y de valores. Los políticos españoles hacen daño a los débiles, a los niños y a los jóvenes. Incluso los violan a distancia, sexualizando y socializando a la juventud demasiado pronto: parece como si en una época en que el esfuerzo y el estudio deben ocupar su tiempo tengan que andar ya algunas y algunos por su tercera novia o novio, su primer aborto o su decimocuarta rave. Y los políticos, favoreciéndolo: envileciendo a la sociedad. Fomentando su falta de espíritu colectivo con una propaganda narcisista, individualizadora, de la que forman parte incluso productos tan aparentemente "rebeldes" como el rap, en el cual, si cualquiera escucha con atención, verá que la palabra más repetida es "yo"; solo por eso ya no me merece ningún crédito. La juventud está disgregada y es absolutamente incapaz de defender en grupo su futuro, que es el de este país, de imbéciles y viejos carcas aprovechados como Rajoy, sus secuaces y sus imitadores de izquierda y de derecha, de arriba y de abajo.

He leído hace poco las memorias de Stefan Zweig, El mundo de ayer. Zweig se suicidó en 1942 cuando creyó que el mundo se volvería completamente nazi; no pudo soportarlo. Cuenta en estas memorias, que se publicaron póstumas, que el mundo parecía feliz y maravilloso a sus abuelos y padres poco antes de la I Guerra Mundial, al menos en el Imperio austrohúngaro donde vivía; la fórmula en que lo resumía era "la edad de oro de la seguridad". Pero después escribió:

Hoy, cuando ya hace tiempo que la gran tempestad lo aniquiló, sabemos a ciencia cierta que aquel mundo de seguridad fue un castillo de naipes. Sin embargo, mis padres vivieron en él  como en una casa de piedra.

Él mismo afirma, su familia pertenecía a la buena burguesía vienesa en aquel macroestado austrohúngaro formado por lo que ahora son trece estados europeos, algo así como una UE avant-la-lettre, o una España de diecisiete autonomías. La historia nos dice cómo terminó esa construcción contra natura: desapareció irremisiblemente. Tras mucho dolor, la sustituyó otra un poco más democrática, más flexible y desde luego nada monárquica ni militar. Justo lo que no quiere hacer Mariano Rajoy. "Si Madrid continúa tratando la Constitución española como una tabla de piedra, en lugar de un documento vivo para un estado dinámico, moderno y en evolución, aunque sea un fracaso, el tiempo para el sentido común pasará pronto", ha escrito David Gardner en Financial Times.

No hay comentarios:

Publicar un comentario