jueves, 14 de diciembre de 2017

Clubes de violadores

Una profesora me contó una vez cómo, saliendo de una discoteca a pie con una compañera a las afueras de cierto lugar, y yendo solas por el camino hacia la ciudad, se vieron de repente rodeadas por unos siniestros personajes que las llevaron adonde habían aparcado sus coches.

Por suerte, la tal profesora tenía mucho genio y una lengua viperina que consiguió disuadir al menos a uno de ellos de lo que pretendía hacer, porque lo conocía y le dijo que más le valdría que luego la matara porque no iba a quedar impune. Se valió de eso para que se las llevara de allí en su coche. Y bastante le costó que se llevara también con ella a la otra.

Tal vez parezca algo exagerado lo que voy a decir, pero los clubes de violadores podrían ser bastante comunes en España. El caso de "La manada" no me parece excepcional, conociendo lo que sabía y la discreción de las mujeres en esos respectos. En un país donde se viola hasta a las perras y luego se las defenestra por un barranco incluso parece bastante lógico, si es que posee lógica algo tan inanimal como inhumano. Haciendo un asqueroso epigrama de los que suelo, escribí hace tiempo que decir eso de que "cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro" no es misantropía, es bestialismo. Donde tan difícil es crear una asociación para algo bueno para la sociedad entera parece normal crear una para odiar y "joder" a una parte de ella.

Conviene no hacerse excesivas ilusiones sobre nada. Ni siquiera nos queremos "correctamente" a nosotros mismos, porque somos unos entes tan patológicamente inseguros que ni siquiera sabemos quiénes somos, cuanto más qué llegaremos a ser y qué lugar nos está deparado en el mundo.

El sexo nos "liga" tanto como la religión, pero las ligas pueden también atarnos o asfixiarnos (en sentido abstracto, no en el de David Carradine). No solo es una forma placentera de compartir la intimidad; también es una forma de esclavitud, de adicción y de degradación. Pero por lo menos hay algo que sí podemos hacer y podría evitar bastante mal. El sexo heteróclito o caprichoso debería estar regulado y quienes lo ejercen de forma profesional deben sindicarse, pagar impuestos y cumplir las máximas normas de higiene y sanidad, por su bien, el de sus clientes y el de todos. 

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