domingo, 23 de septiembre de 2018

De tiranías (I)

Decía el ensayista siciliano Vincenzo Consolo que los dictadores nacen del fracaso. Y esa es la sensación que produce la lectura del Diccionario de tiranos (2016) de José Manuel Lechado. El autor de El mal español: historia crítica de la derecha española (2011) y de La globalización del miedo (2005) pasa revista a un dantesco regimiento formado por sátrapas de la mítica Babilonia, tiranuelos griegos y toda la piara de cabezas coronadas, generales y espadones cubiertos de medallas en ardua lucha contra sus propios pueblos... Como no se merecen la inmortalidad de los libros y de la cultura, tratan ellos mismos de perdurar a base de monumentos, panoplias y desmanes, dejando un legado de dolor, de ignominia y a veces incluso de ridículo.

Se ve que el autor sabe no solo escribir, que ya es algo, sino pensar. Copio aquí algunas de sus conclusiones.  "El autoritarismo aparece, se mantiene, perdura y sobrevive  porque es lo más fácil... una vez que se crea el Estado". Solo después de él. El mono dominante, con menos pelo pero el mismo talento, reaparece una vez que lo difícil ha sido hecho. Así que la tiranía no es exclusiva de países pobres y atrasados: suele ocurrir que cuanto más complejo sea el gobierno de un país más fácil es que un matón más o menos imbécil lo dirija. La pereza, la inercia, la dilación son los aliados de la dictadura. Todas las modalidades del fracaso, en fin. Resulta más sencillo dejarse guiar, ser una oveja en la Granja de animales de Orwell que un caballo que tira del carro. Balar a lo que siempre dice el que manda.

La pereza y la inercia han sido y son las grandes directoras del devenir humano; no se mide con los éxitos, siempre más aparentes, sino con las oscuridades, las omisiones y las cifras de muertos de los que nadie se acuerda; esto afecta tanto a los administrados como al líder. "Los gobiernos, en general, tienden a la esclerosis, pero el del tirano mucho más. La tiranía es siempre ineficaz por definición, ya que su función casi única consiste en mantener la superestructura del poder que favorece a los privilegiados" (p. 14).

Las armas principales de la tiranía son la injusticia, el abuso, la arbitrariedad y la violencia. A estas se añaden el nepotismo, la corrupción y el terror. "Hay quien se refiere a la tiranía como la gestión del Estado fuera del Derecho, pero es un error: nadie legisla más y se atiene más a Derecho que las tiranías, ya que el Derecho se inventó para justificar el dominio de unas personas sobre otras". La tiranía procede de dos fuentes: la herencia y la usurpación. "El tirano heredero suele ser un gestor de circunstancias recibidas, mientras que el usurpador crea su propia pesadilla". La tiranía no tiene lugar en las sociedades nómadas, sino en las sedentarias que reclaman más "vagancia", porque solo en ellas se desarrolla el concepto de propiedad.

Un tirano necesita un equipo que maneje la tramoya del escenario donde debe brillar. Alfonso X el Sabio, fundador de esta ciudad, antes villa, mandó escribir que es un tirano aquel que con el pretexto del progreso, bienestar y prosperidad de sus gobernados, sustituye el culto de su pueblo por el de su propia persona. Pero hay muchas modalidades: locos, viciosos, elegidos de Dios, déspotas mesiánicos, teócratas, tiranos ascéticos, militares salvapatrias y títeres de imperios y grandes potencias. "Quizá la única característica común de los tiranos es la plena convicción de estar haciendo lo correcto, pues todos son grandes moralistas, incapaces de ver sus propios errores, porque 'no los hay'". Las tiranías de religión única fueron sustituidas por despotismos de partido único, pero estos últimos son peores, porque el discurso religioso suele incluir un sentido moral, cualquiera que este sea, mientras que la ideología, al ser "científica", sirve para justificar las aberraciones y brutalidades más terribles; pero para quien sufre ambas tanto da la Inquisición como la Okrana, el KGB o la CIA.  Como remata Alfonso X, "tyrano es el que ama más su pro, tomando el señorío que era derecho en torticero". Cicerón y Santo Tomás indican que es obligación moral matarlo. Pese al respeto que siento por estos autores, no estoy de acuerdo: basta con encerrarlos en prisión con las leyes previas a su corrupción, porque la violencia siempre ha sido privativa de la tiranía.

Los gobiernos autoritarios han esgrimido también pretextos menores para justificar atrocidades concretas: la razón de Estado para el jefe y la obediencia debida para el subordinado. La razón de Estado es el subterfugio para justificar la represión y los crímenes políticos. Y no solo en las tiranías. Se trata de convencer a la opinión pública de que las detenciones ilegales, las torturas o los asesinatos se hacen por el interés del país y muy a disgusto de los funcionarios encargados de estas prácticas que remiten a la idea genérica, y muy socorrida, de un "mal menor" hecho "en nombre del bien común". En este caso no es  raro que el tirano y sus cómplices asuman esta tarea como una "penitencia", algo que hacen a disgusto, porque no tienen más remedio. Remitirse a una "razón superior" es probablemente la justificación criminal más antigua que existe, sea esta superioridad la de los dioses, el pueblo, la raza o la patria, lo mismo da que da lo mismo.... y de paso se quedan con el dinero y las propiedades de las víctimas. La obediencia debida ha librado de la cárcel  criminales reconocidos que lucían con orgullo un pecho lleno de entorchados y medallas. Pero la verdad es mucho más simple: una religión o una ideología no valen lo que una sola vida y alma humana. Es esta una verdad muy dura pero insoslayable que si se asume basta para desarmar todas las maquinaciones malignas. Pero quien se niega a ser ejecutor suele convertirse en víctima o paria, como suele ocurrir con los ejemplos más dignos de la especie humana.

La tiranía se ejerce también con cara de democracia. Lechado distingue cuatro: las falsas democracias como las del decimonónico turnismo de partidos en España, el México postrevolucionario, las democracias populares de inspiración soviética, la "democracia orgánica" franquista o la "democracia dirigida" de Sukarno ; la democracia restringida, que hace apartheid de un grupo concreto de sirvientes, esclavos, mujeres, pobres o extranjeros, como actualmente en Israel o antaño en Sudáfrica, en la Atenas clásica o en el estado confederal sudista; actualmente los retrocesos de Reagan, Thatcher, Bush, Blair y Merkel pretenden volver a este tipo de democracia; y la democracia conculcada: cuando accede al poder el tirano por medios democráticos, como Hitler. Entonces tiene lugar un proceso de "conducción" al despotismo por medio de ethos y pathos (sin nada de logos) que utiliza el miedo al terrorismo y a la crisis económica (aporofobia). Este proceso configura una ideología excluyente y unas leyes draconianas que van acentuando la paulatina pérdida de derechos ciudadanos. Son ejemplos los nacionalistas de toda laya. Por último, quizá la menos mala, el presidencialismo, con muchos ejemplos en América, cuyos males se proyectan al interior y sobre todo al exterior mediante servicios secretos que funcionan como verdaderas policías políticas causando más males de los que solucionan; así funciona por ejemplo la sustitución del demonio comunista por el yihadista, algo que permitió dar respiro a la industria armamentística tras la caída de la URSS: la guerra es uno de los principales negocios del capitalismo. De hecho, es el negocio que protege los otros negocios.

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