domingo, 30 de septiembre de 2018

De tiranías (y II). Memorias manchegas de la Guerra Civil.

Uno ha ido coleccionando autobiografías de manchegos y por eso echa de menos algunos manuscritos que averiguó se escribieron y Dios sabe por dónde andarán. Se sabe (así lo dijo Pedro Sainz Rodríguez), que Franco hizo buscar y destruyó los manuscritos de memorias de sus generales, entre ellos el de Queipo de Llano, que leyó el propio Sainz en Roma y han reconstruido en parte. Pero casi no pudo hacer lo mismo con los de los generales demócratas. Para nosotros es el más importante, sin duda, el escrito a lápiz por el general valdepeñero y masón Juan García Gómez-Caminero (1871-1937). Autor de alguna novela, tratadista militar (se le debe un De la guerra de casi quinientas páginas) y avezado conspirador republicano, fue uno de los pocos que se dio cuenta de la que tramaba Emilio Mola y escribió informando de ello al ministro de la guerra, que no le hizo ni puto caso. Está en manos de una de sus descendientes.

Otro interesante es el de mi colega Carlos Calatayud Gil, un profesor de lengua y litteratura que llegó a dirigir el Instituto Maestro Juan de Ávila y es abuelo del famoso juez Emilio Calatayud. Yo me encontré en un gordo libro de viejo en papel biblia que compré, Cátedra 1960-61. Prontuario del profesor (Madrid: Dirección General de Enseñanza Media, 1960, p. 972) una pequeña biografía suya, con foto y todo. Además recuperé de Internet una portada de una obra que escribió en que aparece su caricatura con uniforme falangista.


Nació en Valencia, el 24 de enero de 1894. Antes de la Guerra Incivil colaboró en El Pueblo ManchegoVida Manchega y fue "profesor de Terminología". Estuvo de director en el Instituto de Peñarroya (Jaén) hasta que estalló la contienda y fue luego secretario en Córdoba y director de nuevo en Cádiz. Licenciado en Derecho, fue maestro de primera enseñanza y oficial del Cuerpo Técnico de Gobernación por oposición. También por oposición, fue delegado de Información y Turismo y asimismo profesor numerario de institutos locales, presidente de la Diputación de C. Real, secretario de la Junta Provincial de Beneficencia, Presidente del Patronato de Protección a la Mujer, Delegado Provincial de Educación Popular, Secretario Provincial de FET y de las JONS "desde la liberación hasta 1942" y decano del Colegio de Abogados durante trece años. Lo incorporaron al cuerpo de catedráticos de lengua y literatura en noviembre de 1941. Se puede añadir a esto que dirigió el Instituto de Estudios Manchegos al menos desde 1970. En su haber tenía tres discursos falangistas en alabanza de la Victoria (dos de 1939 y uno de 1940) y En pos del Caudillo. Colaboración al logro de la España una, grande y libre (C. Real, imp. Alpha, 1942), ciento setenta y cinco páginas de las que habla muy poco la Historia de la literatura fascista española de Julio Rodríguez Puértolas. Y he aquí lo importante: un manuscrito inédito, Memorias de mi cautiverio, en tres volúmenes.


Duro debió ser el cautiverio de este señor si se extendió por tres volúmenes, pero la familia haría bien en donarlo a alguna biblioteca o editarlo al menos en Internet. Es cierto que poseía la Medalla de sufrimientos por la patria y era caballero de la Cruz de Cisneros y Cruz de Peñafort. Vivía en la calle Caballeros, número 15 y tenía por teléfono el 1058, así que hoy seríamos más o menos vecinos. Es una lástima que haya tantos manuscritos inéditos por ahí, entre ellos la famosa traducción dieciochesca en verso y anotada de la Iliada de Homero hecha por el jesuita expulso, manchego de Oropesa, Manuel Rodríguez Aponte (1737-1815), localizada hoy en la Biblioteca Vaticana y tan alabada por su amigo Moratín, o la del manuscrito original del Bernardo del Carpio o La derrota de Roncesvalles del poeta barroco valdepeñero Bernardo de Balbuena. ¡Qué vergüenza!

Gianna Prodan escribió e imprimió además una deliciosa autobiografía de su marido, el escultor Joaquín García Donaire. De la guerra cuenta barbaridades como que al obispo mártir Narciso Estenaga lo pusieron a sacar agua de un pozo tirando de una noria como un burro, pero en lo que yo más me fijé fue en los chismes que cuenta sobre Ángel Crespo. Usa su nombre entero en los que se podían contar, pero recurre a las siglas Á. C. cuando habla de sus presuntas correrías por las casas de putas y cómo le pillaron ganando un premio de poesía provincial con un poema copiado de Rafael Morales. ¡Lo que sabe esta señora! En fin, hay otras memorias de manchegos en mis estanterías, de esta y de otras épocas, de las que ya les contaré si hace al caso.

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