jueves, 7 de marzo de 2019

La purga

Cada vez que veo a Santiago Abascal tengo una extraña sensación como de vómito y purgante. Se abren los Cielos y una Vox me dice: "Dios bendiga a nuestros nuevos franquistas fundadores, y a España, una nación renacida".  Y eso de "Santiago (Abascal) y cierra España". Como un capitán Pedo que, al mando de la Cruzada del Valle de los Caídos y demás zombis, quisiera dejarnos sin moros, que los paice morondanga. Incluso sin catalañistas, el nene, al que quemarán como ninot en las Fallas, ya que quiere Inquisición. Que le llaman nene porque su marcial e infantil apostura le atrae los encantos de pedófilos como Sánchez Dragó y presuntos como el de Lleida, de cuyo abrasivo afecto intenta despegotearse ("quita, quita, no me porculices, que tú eres ex illis"), y no precisamente los de violadores de sepulturas. Es un nene estaláctico que chupa de alguna estalacteta. 

¡Evoé! Sin duda Santiago Matamoros Abascal ha salido de alguna cavidad, y no precisamente de la nada platónica del honesto y torturado Ortega Lara. Canastos, tal vez incluso de Atapuerca o de la Quinta del Sordo. Hay algo profundamente inmoral en lo que dice y sobre todo en lo que no dice; Abascal no puede gobernar, es más, no debe gobernar, ni solo ni en compañía de otros, porque esa compañía sería complicidad, si es que no me he confundido de película.

Cuando se estaba cocinando la Revolución Francesa, no precisamente una tortilla, Goethe escribió sus Epigramas venecianos (1796). Es lo que deberían leer todos los políticos, y no a Maquiavelo:

Todos los apóstoles de la libertad me resultaron siempre abominables;
al final lo que buscaban era obrar a su antojo.
Si quieres liberar a muchos atrévete a servir a muchos.
¿Quieres saber qué tan peligroso es? ¡Inténtalo!

Goethe citaba a Jesucristo, pero mal; "mande a muchos el que sepa servir a muchos" (Mc, X, 34-35) es lo que decía el Nazareno, un rey que sabía que para gobernar es más necesaria la ética que la política; desde luego era peligroso, se puede saber, pero no se puede poder, ya que el poder es en sí mismo maldad, y por ello acabó como acabó sin ni siquiera intentarlo; lo más peligroso que hizo fue atacar a la Banca a las puertas del Templo (solo los bancos eran capaces de sacar de quicio a Jesucristo). Ningún político sería capaz de hacer tal cosa hoy en día. La Banca ha aprendido la lección y ahora sigue cerca de los templos... pero a cierta distancia: deja su lugar a los mendigos, para disimular. 

"Dime, ¿no actuamos bien? Debemos engañar a la chusma.
Mira qué torpe y salvaje es, mira qué estúpida se muestra".
Te parece torpe y estúpida porque la están engañando.
Sean honestos y la chusma, créanme, será humana y sensata.

Esto es, el ejemplo lo tienen que dar los de arriba, no los de abajo. Las leyes deben ser más duras con el poderoso. Justo al revés de lo que ocurre; es increíble la ternura, el amor, el afecto sin límites que la justicia prodiga a sus amados y afectos aforados. Es la ética la que garantiza la efectividad de las leyes y no al revés. Pero las leyes que tenemos no garantizan la ética. Ese es el problema fundamental: la justicia no garantiza que se haga lo correcto. La psicología social ha probado (y experimentalmente, ad nauseam, por dar solo un nombre, Daniel Batson) que el altruismo es ingénito y natural en la especie humana de forma individual y son otros factores los que tuercen su alcance; y así es que todavía se siga practicando una política no altruista.

Se dice que los reyes quieren el bien y los demagogos también;
y sin embargo los individuos como nosotros se equivocan.
Jamás consiguen las masas querer algo por sí mismas, ya lo sabemos.
Pero el que sepa querer por todos, que lo demuestre.

Es verdad, con todo, que Goethe dijo "prefiero la injusticia al desorden", y por eso, aunque admiraba lo que estaba ocurriendo, escribió lo siguiente:

Que los grandes reflexionen sobre el triste destino de Francia;
empero, los pequeños deberían reflexionar más todavía.
Los grandes sucumbieron, pero ¿quién protegió a las masas
de las masas? Las masas se convirtieron en tiranos de las masas.

Las artes de la mentira que tanto cultivan los políticos triunfan porque la gente no está acostumbrada a lidiar con ellas, ya que son más honestas. Los que sabemos algo de comunicación sabemos que existen dos tipos de predicados: los apofánticos y los retóricos. Los apofánticos intentan llegar a conclusiones, y solo pueden llegar a ser verdaderos o falsos. Pero hay una tercera categoría más allá de la verdad o de la falsedad, que es el absurdo. Y los predicados retóricos son sencillamente absurdos, porque no pretenden llegar a conclusiones, sino solo marcar actitud o intención. Hay tres palancas que mueven la opinión: la razón, la pasión u odio y el modelo o amor (logos, pathos, ethos) Los predicados apofánticos siempre llegan a un acuerdo o conclusión razonable, los retóricos solo pretenden exhibir narcisistamente una opinión, mostrar una postura. Que más que marcisismo es nazisismo, narcimismo o narcinismo. Y eso es lo propio de los debates televisivos: mostrar odios o seducción, pero no mostrar razones, buenas o malas, ni llegar a conclusiones, cuanto más a acuerdos. Los debates no apofánticos tendrían que estar prohibidos, pero por desgracia la televisión, la radio y la prensa no persigue llegar a conclusiones porque eso cierra el negocio; son los retóricos los que mueven más el voto, los que generan más venta. La razón aburre, no es espectáculo. Según los sociólogos, el espectáculo es lo que mueve al ochenta por ciento de la sociedad. Malos políticos tenemos cuando no son nada apofánticos; la sociedad debería de encontrar formas de purgarse de ellos; pero la sociedad ama la retórica.

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