lunes, 20 de enero de 2020

Desimaginaciones

He leído un curioso estudio de sociolingüística sobre la imagen del inmigrante en la prensa. Ya no resultaba divertido que "asaltasen" en vez de que "saltasen" las vallas de Melilla, pero doña Olga Cruz Moya ha sido aún más sutil en su análisis al encontrar un procedimiento fundamental en su retórica, más allá de la criminalización: la despersonalización.

Por ejemplo, los emigrados adquieren la húmeda cualidad del  agua: son una corriente o "flujo de personas", una  ''oleada'', ''marea'' o ''tsumani'' (ejem), para lo cual se impone ''impermeabilizar'' las fronteras utilizando “paraguas” o “tapones” para los “agujeros” de Schengen. Insistiéndose en las metáforas de desastre natural, se les alude como "avalancha", "aluvión", "carga", "presión" o se les animaliza agrupándolos en "marabuntas", "estampidas", "manadas" y "embestidas", o se les llama "lobos solitarios". No voy a caer en la trampa de idealizar a los inmigrantes, ni tampoco a la clase baja, pero ya se ve por donde van los tiros: somos más proclives a demonizar que a idealizar. Porque demonizar nos transforma en perfectos e idealizar en criaturas serviles y atormentadas por el peso del otro. Al menos si no abandonamos la lógica bivalente y adoptamos la trivalente o polivalente, que es la que mejor describe y predice fenómenos tan complejos y caóticos como los sociales.

No es extraño que, como el monstruo de Goya, del miedo y de los miasmas que exhala Vox se alimente el fascismo, tan seguro de sí propio que en realidad alberga o imagina el secreto pavor que devora. Un pavor que se filtra todos los días por la televisión (Tele5), la prensa, la radio, el cine, Youtube, los móviles. Crean el caldo en que nacen las amebas de la descomposición fascista.

El español está perdiendo una de sus pocas virtudes, el estoicismo; ya no aguanta nada, ya no cree que todos somos la misma persona. Hasta la juventud se ha vuelto comodona. Le molestan más los ruidosos principios abstractos que las futesas y nonaderías cotidianas que los dejan dormir de día. Han añadido un nuevo género al castellano, el masculino, el femenino y el infantil: chato, chata y chati. Podríamos hablar incluso del género femenini. Los del 27 solo distinguían putrefactos y carnuzos. Ahora tendrían un problema con tantas variedades de frugívoros, vegatas, celíacos, especistas, crudívoros, flexitarianos, granivorianos, pescetarianos, eubióticos, carnacas y ovolactovegetarianos. Por no hablar de los macrobióticos esteinerianos; yo, Padre, me acuso de haber sido escardelista reincidente.

Leves modificaciones de instituciones que uno creía eternas, certifican que el mundo está cambiando. Las contraportadas del As han suprimido los pibones de nalgas ingentes; La Tribuna ha dejado de adherirse al culo de La Razón y hasta Antonio Banderas se ha vuelto negro.

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