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viernes, 21 de abril de 2017

El protestantismo manchego en su quinto centenario

Pasada la semana santa de una de nuestras iglesias, conviene recordar que hace quinientos años hubo en Europa una revolución trascendental para la evolución de la historia, de la cultura y de la ciencia. Un fraile agustino, Martín Lutero, clavó en la puerta de la parroquia de Wittenberg 95 tesis que acabaron definitivamente con la Edad Media y aseguraron el progreso de Europa hacia la modernidad.

La Mancha (o Castilla-La Nueva) no ha sido nunca tierra de grandes místicos, sino de grandes herejes, sobre todo en Cuenca. Uno de nuestros más eminentes luteranos fue Juan de Valdés, quien, junto a su hermano gemelo Alfonso hizo lo que pudo para garantizar que la palabra de Dios pasase directamente al castellano sin mediación alguna frente a la prohibición de la iglesia católica, que la usurpaba y no quería que se leyese sino en latín. Haciendo depender la salvación del propio individuo, y no de una institución privilegiada, Lutero estaba proclamando uno de los principios fundamentales del liberalismo y de la democracia. Además, eso requería que la gente común supiese leer y escribir para asegurarse el paraíso, principio educativo ajeno a la iglesia, que dominaba todas las universidades usurpando una educación que solo las posteriores revoluciones burguesas trasnformarían en laica, promoviendo así el progreso material y científico; anteriormente, la Iglesia se reservaba siempre, porque podía, los mejores talentos para la carrera eclesiástica, olvidando y despreciando vocaciones científicas, médicas, tecnológicas. Así al menos continuó siendo en España, principal puntal del reaccionarismo esterilizador hasta que perdió definitivamente en la última guerra de religión que hubo en Europa con la paz de Westfalia en 1648. Desde entonces ya nadie discutió la separación de iglesia y estado. Otros no han tenido esa suerte, por ejemplo en el mundo musulmán, del que formamos parte también (véase si no cuán incólume ha quedado el Valle de Josafat de los caídos "por Dios y por España" y la ridiculez medieval de la "Santa Cruzada". La iglesia española nunca amó a sus enemigos, algo que hace al catolicismo la más dura de las religiones: prefirió lo fácil y los persiguió, pese a lo cual aún tuvo algún personaje digno como el cardenal Francisco Vidal y Barraquer, que salvó el honor del catolicismo español en la Guerra Civil frente a los políticos con sotana que firmaron la carta de los obispos españoles en apoyo de Franco, que desde entonces mangoneó a la iglesia católica paseándose bajo palio como si fuese el Santísimo Sacramento y legitimándose con su propaganda. El servilismo español, siempre antiliberal, que aún ahora se hace gobernar por un militar que está por encima de la ley y no puede ser juzgado, y que aparece incluso en la primera obra de nuestra literatura, con un Cid que come la hierba (sic) en presencia del rey, se atestigua como una característica esencial de nuestra historia; sin embargo, el Cid nunca se habría rebelado contra la gente a la que defendía, como hizo el gallego inmortal y, solo para algunos, inmoral, el Cid nunca habría causado la guerra que mató a derechistas e izquierdistas por igual. La democracia era lo único que teníamos para asegurar la convivencia, y los militares la destruyeron. Todavía uno, heredero de otro, sigue gobernando en lugar de un civil.

Las iglesias protestantes, perseguidas a lo largo de la historia de España, ignoradas, ninguneadas, ridiculizadas, sacrificadas, quemadas en la hoguera (la iglesia católica nunca admitió ser pasto del mismo fuego que prodigó a diestro y siniestro también) tienen entre los manchegos a un gran personaje, Juan Calderón Espadero, nacido en Villafranca de los Caballeros a fines del XVIII y criado en Alcázar de San Juan, exfraile franciscano protestante que logró sobrevivir, tras intentar explicar la Constitución de Cádiz en esa ciudad manchega, a un intento de asesinato y tuvo que huir a Francia, donde se convirtió al protestantismo. "La Iglesia católica no concede ni ha concedido nunca amnistías", escribió, así como que "toda mi vida he intentado vivir de un modo acorde a mis creencias". En Francia subsistió de su propio trabajo como zapatero, habiendo sido profesor de filosofía; enseñó la lengua española en Burdeos y en Londres y cuando otro manchego, el liberal Baldomero Espartero, se volvió regente de España en 1841, volvió a su país y publicó una Gramática que los especialistas han considerado muy avanzada para su época. Iguales alabanzas dispensó Marcelino Menéndez y Pelayo, un católico eminente, a sus observaciones de crítica textual sobre el Quijote, que sitúa entre lo más granado de su tiempo, siendo además el primer cervantista manchego del que hay nota. Es más, editó y escribió las primeras revistas protestantes en castellano en Londres, desde donde las introdujo en España e Hispanoamérica clandestinamente. Casado con una francesa, su hijo, Philip Hermógenes Calderón, fue académico y bibliotecario de la Real Academia Inglesa de pintura y el líder de un movimiento artístico de esa nación, The Clique, "La Pandilla", derivado de la Hermandad Prerrafaelita. Sus hijos, nietos de Juan Calderón, fueron asimismo eminentes: William Franck Calderón creó una escuela de pintura animal en Londres y destacó como ilustrador; Alfred Calderón fue un importante arquitecto, con obra dispersa por todo el mundo, incluso en Canadá, y George Calderón fue un importante eslavista, traductor de obras clásicas de la la literatura rusa al inglés y escritor él mismo, fallecido en las playas de Gallipoli durante la I Guerra Mundial. ¿Habría podido desarrollarse toda esta actividad cultural en un ambiente de tan sofocada libertad como el de la manchega España del siglo XIX? Sinceramente, lo dudo. Tras la caída de Espartero Calderón tuvo que regresar a la libertad porque aquí no la tenía, e incluso tenía que esconderse.

A las ocho de la tarde del martes 25 (la semana próxima) se presenta en la librería-café La Madriguera de la calle  Toledo, 51, una edición crítica de la Autobiografía y otros textos de Juan Calderón, realizada por José Moreno Berrocal y quien esto escribe y sufragada, entre otras instituciones, por la fundación Pluralismo y Convivencia. Pocos ejemplares han podido imprimirse: apenas trescientos, pero bastan para reivindicar la memoria de aquellos españoles que han sufrido cinco siglos de intolerancia...

viernes, 9 de diciembre de 2016

Otra wiki mía, El Greco en la literatura universal

Otra de mis contribuciones a la Wikipedia (que me hacen perder unos días que para otros son de asueto) fue el resumen de un imponente capítulo de un libro de Leonardo Romero Tobar (cuya biografía también escribí para la Wikipedia) sobre el influjo de nuestro y no nuestro manchego Greco en la literatura, hasta que me cansé y lo dejé en unos puntos suspensivos. Copio aquí el texto:

El influjo de la figura y de la obra del Greco en la literatura española y universal es, sin duda, formidable. El extensísimo capítulo que dedica Rafael Alarcón Sierra al estudio de este influjo en el primer volumen de Temas literarios hispánicos (Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2013, p. 111 y ss.) ni siquiera agota el tema. Si Goya es descubierto por los románticos y Velázquez es considerado un maestro por los pintores del naturalismo y del impresionismo, El Greco es visto como "un precedente de simbolistas, modernistas, cubistas, futuristas o expresionistas, y como ocurre con los anteriores, fuente inagotable de inspiración y estudio [...] en la plástica, la literatura y la historia del arte, donde se crea una nueva categoría para poder explicar su obra, anticlásica y antinaturalista: el manierismo".

En el siglo XVI destacan los elogios tributados por poetas Hortensio Félix Paravicino, Luis de Góngora, Cristóbal de Mesa, José Delitala y Castelví; en el XVII, los de los poetas Giambattista Marino y Manuel de Faria y Sousa, así como los de los cronistas fray José de Sigüenza y fray Juan de Santa María y los de los tratadistas de pintura Francisco Pacheco y Jusepe Martínez; en el siglo XVIII, los de los críticos Antonio Palomino, Antonio Ponz, Gregorio Mayáns y Siscar y Juan Agustín Ceán Bermúdez y, en el siglo XIX, Eugenio Llaguno. Cuando se abrió la Galería española en el Louvre en 1838 había nueve obras del Greco, y Eugène Delacroix poseía una copia del Expolio. Millet adquirió un Santo Domingo y un San Ildefonso. Charles Baudelaire admiraba La dama de armiño (que Théophile Gautier comparó con La Gioconda y hoy algunos consideran que es de Sofonisba Anguissola); Champfleury pensó escribir una obra sobre el pintor y Gautier alabó sus cuadros en su Voyage en Espagne, donde declara que en sus obras reina "una energía depravada, una potencia enfermiza, que delatan al gran pintor y al loco genial". En Inglaterra William Stirling-Maxwell reivindicaba la primera época del Greco en sus Annals of the Artists of Spain, 1848, III vols. Son innumerables los viajeros extranjeros que se detienen ante sus obras y las comentan, mientras que los españoles, en general, lo olvidan o repiten los tópicos dieciochescos sobre el autor, y aunque Larra o Bécquer lo citan de pasada, es con gran incomprensión, aunque este último había proyectado un escrito, "La locura del genio", que iba a ser un ensayo sobre el pintor, según su amigo Rodríguez Correa. Sí lo aprecia el novelista histórico Ramón López Soler en el prólogo a su novela Los bandos de Castilla. 

Pero críticos como Pedro de Madrazo empiezan a revalorizar su obra en 1880 como un precedente muy importante de la llamada Escuela española, aunque hasta 1910 todavía aparece adscrito a la Escuela veneciana y hasta 1920 no tuvo sala propia. En Francia, Paul Lefort (1869) lo incluye en la Escuela española y es uno de los ídolos del círculo de Edouard Manet (Zacharie Astruc, Millet, Degas). Paul Cézanne hizo una copia de La dama de armiño y Toulouse Lautrec pintará su Retrato de Romain Coolus a la manera del Greco. Y el alemán Carl Justi (1888) lo considera también uno de los precedentes de la Escuela española. El pintor estadounidense John Singer Sargent poseía una de las versiones de San Martín y el mendigo. Los escritores del decadentismo transforman al Greco en uno de sus fetiches. El protagonista de A contrapelo (1884) de Huysmans decora su dormitorio exclusivamente con cuadros del Greco. Théodore de Wyzewa, teórico del simbolismo, considera al Greco un pintor de imágenes oníricas, el más original del siglo XVI (1891). Posteriormente el decadentista Jean Lorrain sigue esa inspiración al describirlo en su novela Monsieur de Bougrelon (1897).

Las exposiciones europeas y españolas se suceden desde la londinense de 1901 (Exposición de arte español en el Guildhall) hasta el tricentenario de 1914: Madrid, 1902; París, 1908; Madrid, 1910; Colonia, 1912. En 1906 la revista francesa Les Arts le dedica un número monográfico. El IIº Marqués de Vega-Inclán inaugura en Toledo la Casa-museo del Greco en 1910. Su cotización es ya tan alta que hace que se vendan varios grecos de colecciones particulares españolas que van a parar al extranjero. A principios del XX lo recuperan plenamente los pintores modernistas catalanes: Santiago Rusiñol (quien transfiere su entusiasmo a los simbolistas belgas Émile Verhaeren y Théo van Rysselberghe), Raimon Casellas, Miquel Utrillo, Ramón Casas, Ramón Pichot o Aleix Clapés, así como otros artistas cercanos, como Ignacio Zuloaga (que contagia su entusiasmo por el cretense a Maurice Barrès, quien escribe El Greco o el secreto de Toledo, y a Rainer María Rilke, quien dedica un poema a su Asunción en Ronda, 1913) y Darío de Regoyos. La visita nocturna y entre cirios que hace Zuloaga al Entierro del señor de Orgaz es recogida en el capítulo XXVIII de Camino de perfección (pasión mística), de Pío Baroja, y también tiene palabras para el pintor Azorín en La voluntad y en otras obras y artículos. Picasso tiene en cuenta la Visión del Apocalipsis en su Les demoiselles d'Avignon. El interés por el candiota alcanza también a Julio Romero de Torres, José Gutiérrez Solana, Isidro Nonell, Joaquín Sorolla y un largo etcétera. Emilia Pardo Bazán escribirá en La Vanguardia una "Carta al Greco". Los escritores de la Institución Libre de Enseñanza difunden su admiración por el Greco, en especial Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, este último por su El Greco (1908). Es importante la presencia del Greco en la Toledo que retrata Benito Pérez Galdós en su novela Ángel Guerra y es frecuente en su novelística la comparación de sus personajes con retratos del Greco. Así también Aureliano de Beruete, Jacinto Octavio Picón, Martín Rico, Francisco Alcántara o Francisco Navarro Ledesma. Eugenio d'Ors dedica espacio al Greco en su famoso libro Tres horas en el Museo del Prado y en Poussin y el Greco (1922). Amado Nervo escribe uno de sus mejores cuentos inspirándose en un cuadro suyo, Un sueño (1907). Julius Meier-Graefe le dedica Spanische Reise (1910) y August L. Mayer El Greco (1911). Somerset Maugham lo describe con admiración a través del personaje principal y el capítulo 88.º de su novela Servidumbre humana, 1915; en su ensayo Don Fernando, 1935, atempera su admiración y adivina como origen de su arte una presunta homosexualidad, como hace por cierto Ernest Hemingway en el capítulo XVII de Muerte en la tarde (1932) y Jean Cocteau en su Le Greco (1943).

Kandinsky, Franz Marc (quien elaboró bajo su influjo Agonía en el jardín), lo consideraron protoexpresionista. Tal como declara Romero Tobar, la producción tardía del pintor cretense impresionó a August Macke, Paul Klee, Max Oppenheimer, Egon Schiele, Oskar Kokoschka, Ludwig Meidner, Jacob Steinhardt, Kees van Dongen, Adriaan Korteveg o Max Beckmann. Hugo Kehrer le dedicó su Die Kunst des Greco (1914) y por fin el historiador del arte austriaco Max Dvorak lo definió como el máximo representante de la categoría estética del manierismo. Ramón María del Valle-Inclán, tras una conferencia porteña de 1910, le dedica el capítulo "El quietismo estético" de su La lámpara maravillosa. Miguel de Unamuno dedica al candiota varios poemas de su Cancionero y le dedica un apasionado artículo en 1914. Juan Ramón Jiménez le dedica varios aforismos. El crítico "Juan de la Encina" (1920) opone a José de Ribera y al Greco como "los dos extremos del carácter del arte español": la fuerza y la espiritualidad, la llama petrificada y la llama viva, que completa con el nombre de Goya. En ese mismo año de 1920 su popularidad hace que el ballet sueco de Jean Börlin estrene en París El Greco, con música de Désiré-Émile Inghelbrecht y escenografía de Moveau; también en ese año Félix Urabayen publica su novela Toledo: piedad, donde le consagra un capítulo en que especula con su posible origen judío, teoría adelantada por Barrès y que retomarán Ramón Gómez de la Serna -El Greco (el visionario de la pintura)- y Gregorio Marañón (Elogio y nostalgia de Toledo, solo en la 2.ª ed. de 1951, y El Greco y Toledo, 1956, donde sostiene además que se inspiró en los locos del famoso Manicomio de Toledo para sus Apóstoles), entre otros. Y en los primeros capítulos de Don Amor volvió a Toledo (1936) critica la venta de los grecos de Illescas y el robo de algunos de sus cuadros de Santo Domingo el Antiguo. Luis Fernández Ardavín recrea la historia de uno de sus retratos en su drama en verso más famoso, La dama del armiño (1921), luego llevado al cine por su hermano Eusebio Fernández Ardavín en 1947. Jean Cassou escribe Le Gréco (1931). Juan de la Encina imprime su El Greco en 1944. En el exilio, Arturo Serrano Plaja, tras haber protegido algunos de sus cuadros durante la guerra, escribe su El Greco (1945). Y escriben también sobre él Miguel Hernández, Valbuena Prat, Juan Alberto de los Cármenes, Enrique Lafuente Ferrari, Ramón Gaya, Camón Aznar, José García Nieto, Luis Felipe Vivanco, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Concha Zardoya, Fina de Calderón, Carlos Murciano, León Felipe, Manrique de Lara, Blanca Andreu, Hilario Barrero, Pablo García Baena, Diego Jesús Jiménez, José Luis Puerto, Louis Bourne, José María Gómez, Luis Javier Moreno, José Luis Rey, Jorge del Arco, José Ángel Valente... Destacan los Siete sonetos al Greco de Ezequiel González Mas (1944), la Conjugación lírica del Greco (1958) de Juan Antonio Villacañas y El entierro del conde de Orgaz (2000) de Félix del Valle Díaz. Por demás, Jesús Fernández Santos ganó el premio Ateneo de Sevilla con su novela histórica El Griego (1985).

Fuera de España, y aparte de los ya citados, Ezra Pound cita al Greco en sus Notas de arte y Francis Scott Fitzgerald al final de su El gran Gatsby (1925). Paul Claudel, Paul Morand, Aldous Huxley se ocuparon del candiota, y el alemán Stefan Andres le dedica su novela El Greco pinta al Gran Inquisidor, en la que el cardenal Fernando Niño de Guevara aparece como metáfora de la opresión nazi. un aficionado al Greco es uno de los personajes de L'Espoir (1938), de André Malraux y otro personaje se ocupa en Madrid de la protección de los grecos venidos desde Toledo. En uno de los ensayos de su Las voces del silencio (1951), reseñado por Alejo Carpentier, Malraux interpreta al pintor. El ya citado Ernest Hemingway consideraba Vista de Toledo el mejor cuadro de todo el Metropolitan museum de Nueva York y le dedica un pasaje en Por quién doblan las campanas. Nikos Kazantzakis, Donald Braider, Jean Louis Schefer...

sábado, 29 de octubre de 2016

Jerónimo Anaya presentará sus Romances tradicionales recogidos en la provincia el 8 de noviembre

Martes 8 de noviembre de 2016
PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Romances tradicionales recogidos en la provincia de Ciudad Real
Autor: Jerónimo Anaya Flores, catedrático de Literatura y Vicepresidente del IEM
Edita: Instituto de Estudios Manchegos
Lugar: Salón Antiguo Casino de Ciudad Real
C/ Caballeros, n.º 3
19,30 horas

sábado, 13 de febrero de 2016

Sin forma definida. La transición cultural en Ciudad Real (III)

Cuando uno mira atrás, solo echa de menos la gente; eso decía Holden Caulfield al final de El guardián entre el centeno. Pero Holden Caulfield tenía el talón de Aquiles de su hermana Phoebe, que es el común de todos los adolescentes; y se lo dijo a la cara de esta manera: "No sabes lo que quieres". La juventud siempre está abierta a todo y es pura contradicción; es un rasgo tan característico como el de no estar para nuevos trotes en el caso de la vejez. Y eso nos pasaba a todos los adolescentes creciditos de entonces. Pero a estas alturas he de confesar sinceramente que no echo de menos a algunos a quienes preferiría olvidar o enviar a tomar por culo (y a alguno además le gustaría), mientras que a otros los evoco con pena porque se han ido o con satisfacción, porque pasamos buenos ratos juntos: son ese tipo de gente a la que gusta recordar. Y también a otros que poseían el don de saberlo todo sobre todos. Todavía he visto que hay algunos de esos, no diré cuáles. De ellos se puede decir lo que sobre sí mismo dice Nick Carraway al principio de El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, o el hermano lego en Crónica del Alba de Ramón J. Sender: no juzgan a nadie y poseen almas líquidas, que se adaptan a la forma de cualquiera. Como el alma del pobre John Keats:

¿Dónde se halla el poeta? ¡Mostrádmelo, mostrádmelo, / oh Musas, que yo pueda conocerlo! / Es aquel hombre que, en presencia de otro, / se sentirá su igual, sea éste rey / o el más pobre del clan de los mendigos, / o cualquier otra cosa sorprendente / que entre un mono y Platón el hombre pueda ser. / Es aquel que ante un pájaro, / águila o reyezuelo, encuentra su camino / a todos sus instintos. Le ha escuchado / al león su rugido y puede hablar / de lo que su garganta endurecida expresa. / A él el grito del tigre / le llega articulado y se abre paso / como lengua materna entre su oído.

Y son estos los que podrían referir con más extensión y profundidad lo que yo cuento, pero tienen miedo, ese miedo tan característico del español y que tanto asombraba al César de Shakespeare. Son demasiado discretos y no divulgan lo que han visto o lo que han sacado en limpio de lo que han llegado a saber; una pena. Jamás escribirán sus experiencias. Nunca sacarán la prosa a pasear o hacer gimnasia, y se les morirá en la cabeza, como las últimas coplas populares en la de los viejos. El español, por lo general, es un avaro de sus propios recuerdos, no los comparte con nadie y se muestra remiso a escribir biografías o autobiografías: es “largo en hacerlas y corto en contarlas”, como dicen que escribió Santiago Ramón y Cajal, aunque ya en el historiador del XVII Francisco de Moncada se lee que somos “largos en hazañas, cortos en escribirlas”.

Yo mismo no digo todo lo que sé porque eso me metería en honduras que no darían término a esta serie, pero también porque temo implicarme o implicar a otros demasiado. Muchos se marcharon o murieron, o se quedaron aquí envueltos en la sábana del silencio, que es otra manera de inexistir. Este mismo escrito se debe solo a que alguien quiere que se escriba y se lea y por eso os pertenece más que a mí. Porque habla sobre la gente y lo que hacían y deseaban hacer entonces y, como he dicho, solo la gente es lo que interesa realmente. Solo ella puede dar significado a las cosas. Luego está la forma, quiero decir la poesía: para ello se requiere la ayuda del yo y unas pocas metáforas. Es lo único que puedo aportar a los hechos, pues, como ya dije en un poema, "escribo para ver si es verdad".

Durante la Movida el mundo era ligeramente distinto al actual. No había móviles y la gente conversaba mirándose a la cara... Pero ya empezaban a ponerse distancias de soledad: instalaron mirillas telescópicas en las puertas cuando antes se abría con confianza y la gente se empezaba a encerrar en sus habitaciones dentro de su misma casa como los otakus cuando empezaron a instalarse los primeros ordenadores con Internet y los móviles (que otros llamaban celulares o “manglanillos”). La gente dejó de ser gente y se transformaron en individuos metidos en celulillas de colmena; los móviles acompañaban hasta la cama y dormían con nosotros; eso provocó que la juventud se "socializase" demasiado (hipersocialización) y que las relaciones humanas se volvieran superfluas o degradantes, relaciones de mero consumo, incrementando exponencialmente los casos de acoso, bullying, ninismo, fobia social y patologías como la anorexia, la bulimia, la vigorexia y la ebriorexia en la juventud, víctima de esa excesiva conexión del individuo a su imagen, sometido a una expansión y deformación de su yo exterior (su "maquillaje", diría Mecano) y además a una publicidad sin control y sin escrúpulos y mucho más maleducada que antes. El mundo, además, excluía cada vez más la cultura y la identificaba con la moda; los libros eran cada vez más caros y con IVA cada vez crecido y las librerías dejaban de ser negocio y empezaban a cerrar y las sustituían las peluquerías y los bares. Se leía ya solo por obligación, no por gusto; ni siquiera apoyaba el Estado, como antes, colecciones sociales de libros baratos o la industria de la historieta o tebeo, que algunos llaman comic, y que tan importante es para extender el hábito de la lectura en edades infantiles y juveniles.

Antes de transformarme en un ludita por el estilo de Ray Bradbury y escribir un artículo sobre la quema de libros en la cultura (que fue bastante comentado), fui uno de los primeros en comprarle un PC1 a mi novia que me costó el sueldo de un mes; también me pasé años colaborando en una Wikipedia entonces muy verde, donde redacté unos tres mil artículos, corregí muchos más y me peleé con otros wikipedistas; todavía sigo haciéndolo, pero ya con pocas ganas, porque cada vez encuentro menos sentido a esa tarea y a la muerte más cerca. Nunca me arrepentiré bastante de haber envidiado a los muertos, como Leopardi: la vida, sí, es mil veces mejor, pese a todos sus cansancios; y también me arrepiento de haber escrito tanto. Primum vivere, deinde philosophare. Pero yo entonces no hacía ningún caso: aprendí lenguaje de marcas y levanté algunos portales que derribaron luego los mismos que los albergaban, como el de Geocities; todavía quedan otros, pero no dudo que tendrán la misma suerte. Nada interesa lo que otro ha escrito; lo borrarán para escribir encima, y ni siquiera quedará el palimpsesto. Me maravillaba ver que mis hijas aprendían ese lenguaje con más facilidad que yo, pero no seguían ese camino, a pesar de dárseles muy bien la escritura y el dibujo. Me desencanté de la tecnología al sufrir sus obsolescencias programadas y su servil seguimiento del dinero, como en esos asqueabundos cajeros automáticos. Hoy por hoy una tercera revolución industrial, la de la robótica, destruirá cinco veces más empleos de los que cree... Y todavía creemos que la tecnología mejorará a la especie humana. Lo que si lo hará será una mejora de las instituciones sociales. Hoy en día soy uno de esos que no usan móvil, por lo que nunca podré ser de Podemos, esa paradoja, y tendré que poner en mi tumba el pingüino Tux de Linux o nada en absoluto, como hacen las monjas de clausura (véase Cementerio de Ciudad Real).

Por entonces Jesús Barrajón, uno de la movida valdepeñera de mis tiempos universitarios con el que coincidí en alguna oposición madrileña, que ahora es profesor en la Universidad de Castilla-La Mancha, publicó una edición eminente del Teatro completo de Francisco Nieva con magníficos grabados (como artista plástico es casi mejor que como escritor). Nieva, un antiguo postista, como Ángel Crespo, publicó luego sus magníficas memorias bajo el título Las cosas como fueron, que recomiendo os leáis, pues más friki que este abuelo nunca nadie lo podrá ser en La Mancha. Junto con el toledano Antonio Martínez Ballesteros (siempre atento a la actualidad, por más que la actualidad no esté atento a él: ha pasado desapercibida su obrita Desahucio, de 2013) y Domingo Miras, autor de La Saturna (1973), son los únicos dramaturgos manchegos que merecen crédito hoy y están realmente vivos, cuando insisten en estrenar cualquier gilipollez extranjera o moderniense. Un defecto les veo, la verbosidad y la pedantería; él único que no la padece es Martínez Ballesteros.

Siempre he sido asiduo lector de autobiografías, que prefiero a las novelas por tratarse de experiencia genuina calificada por quien la sufrió: no hay nada más directo que eso, cuando en todo busco a la gente, como he dicho. También en la lírica y en el ensayo se puede encontrarla, o más bien sus sentimientos, sus ideas, su concepción del mundo. La narrativa, por el contrario, es biografía degradada con mentira... salvo la que tenga componentes autobiográficos, que es la más rara. Pero lo peor de todo son los que confunden la literatura con el paisaje: para algunos escritores, en realidad aficionados, no hay otra cosa que el paisaje, la pintura y el cromo de chaval y se pondrían malos si tuvieran que escribir sobre personas o sobre sí mismos (véase lo dicho sobre la autobiografía).

Poco a poco me fui transformando en un ácrata barojiano sin espoleta (ya en la bachillería me había leído esa especie de breviario de dogmatofagia que es Juventud, egolatría) y era incapaz de negarme a considerar cuestión alguna y ponerme límites, algo que incluso ahora padezco y lamento. Por eso procuraba entender incluso a fanáticos que no querían entender, los tradicionalistas, entre ellos algún colega profesor del Opus al que llegué a tomar afecto pese a su pornográfico amor a un papa polaco que lo hizo prelatura personal. Las chaladuras poseen algo de admirable, pero solo terminan pareciéndome tolerables si cuentan con ancho de banda o perspectivas que no embotellen el entendimiento aislándolo de otros mundos, de otras gentes y de otras ideas y sentimientos. Y el Opus, del que me maravilla no lo que ha hecho, sino todo lo que no ha hecho más todo lo que ha impedido, posee las perspectivas de un pozo en que algunos pueden caer y no salir y aun si salen llevarlo puesto. De hecho, desde que el Opus hace de las suyas el Diablo no para de matar moscas con el rabo.

Una parte muy grande de los católicos que he conocido es profundamente hipócrita (si es que un hipócrita puede ser profundo), perdona al enemigo después de haberlo matado y, como decía Gandhi, son muy poco seguidores de su Cristo y muy remisos a soltar sus bienes, sus prejuicios y sus ideologías para seguirlo con más soltura. El protestantismo (que estudié en la persona del hereje manchego y exfranciscano Juan Calderón), el budismo, y la lectura de los Pensamientos sobre la muerte de Feuerbach y las Preguntas de Zapata de Voltaire, entre otros, me permitieron liberarme de concepciones cristianas cerriles como las que entonces "dominaban" en / a España, fuera de que pronto reparé en que en la Iglesia Católica andaban encerrados entonces (y ahora) bastantes orates, cuando no almas programadas por su entorno social y pederastas confesos o inconfesos al lado de personas admirables que eran capaces de salvar el proyecto como Dios salvaba ciudades llenas de sodomitas solo con que hubiera un inocente. Y en la Iglesia católica hubo, hay y habrá muchos inocentes y solo unos pocos sinvergüenzas que viven de ellos. Se salvará, claro, y salvará a muchos también, si asume realmente su limpieza, que ha empezado al parecer y al padecer con el pobre Francisco. Pero los católicos, con su falta de fe en el hombre, que la historia parece justificar en parte, jamás admitirán que la ética es una categoría de orden superior a toda religión, por más que siempre constituyan con su mala conciencia uno de los dos pilares de la cultura occidental: otras culturas no han poseído nunca esa mala conciencia.

No sé cómo, se empezó a reunir en el Guridi, un local de la pintoresca larga calle Libertad (con su nueva Gata Loca, con su Compás, su Hermandad de la Flagelación y sus prolongaciones y cortes ácratas y tabernarios y sus tres cipreses) que había comprado un ebanista de Piedrabuena llamado Juan, un grupillo de gente de todas edades y sesgos. Me condujo  a esa guarida Javier Trujillo Sánchez, prematuramente fallecido con 57 años de un tumor cerebral. Era un tullido del brazo derecho que pasaba mucho tiempo en la calle y llegó a ser mi más fraternal amistad en una época en que andaba buscando una Arcadia imposible y un amigo verdadero. Lo conocí cuando "echaban" por la televisión una serie que me hizo mucho efecto sobre una novela de Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead. Sus escenas de decadencia y calaveradas juveniles eran muy de nuestra época, aun correspondiendo los felices veinte: nos sentíamos así. En mi biografía, la entrada de Javier Trujillo fue providencial: fue la ventana por la que entró a raudales un aire vivo que me hizo descubrir a muchos otros buenos amigos y fertilizó un tiempo muerto de estéril sequedad. Cantaba en el Coro de la Universidad y todavía lo echo en falta, como él mismo echaba en falta mover su brazo derecho a causa de una meningitis que lo dejó tullido a edad muy temprana; esa pérdida tuvo unas consecuencias encadenadas imprevisibles: siendo de suyo apuesto, esta minusvalía lo transformó en un paria bohemio y greñudo, que no podía andar correctamente y aparecía desaliñado porque no podía manejar el peine y ajustarse la ropa con el arte que todos los que usamos la extremidad natural damos por supuesto. Era difícil también distinguir sus palabras, porque el tener que usar el brazo izquierdo siendo diestro y la mitad derecha del cerebro le había provocado una dislexia oral que perdía al momento cuando arrancaba a cantar como los ángeles (si linguis angelicis / loquar, et humanis...). Era muy devoto del Cristo de la Buena Muerte y la Hermandad del Silencio, a cuya procesión no faltó nunca. Ahora podrá integrarse en los coros de los serafines e incluso tocar la guitarra celestial con un brazo nuevo. Su minusvalía, que podría haberle hecho  solitario y gruñón, era compensada y superada con una gran nobleza y bonhomía y facultad para hacer amigos hasta en las cloacas. Le dedico estas palabras de afectuoso recuerdo, donde quiera que esté, por los buenos ratos que me hizo pasar; a él, a una de esas pocas personas que siempre es grato recordar.

La tertulia reunía al escritor y sociólogo Francisco Chaves Guzmán, gran lector de Pier Paolo Pasolini y apasionado denigrador de la modernidad; a José Luis Margotón (un  cineasta y escritor que era además factor de RENFE, y marxista y sindicalista irredento; al juez de menores, dramaturgo, crítico  y poeta Carlos Cezón, al pintor Paco Carrión, a mí mismo y a unos cuantos más. Juntos editamos los cuatro números trimestrales de la revista Ucronía, que dirigía y componía yo, con vistosas portadas de Paco Carrión. Por la órbita de la tertulia circulaban de vez en cuando personajes como el novelista y profesor de informática en la Universidad Macario Polo Usaola, quien junto a Teo Serna, es el único al que con justeza se le puede llamar novelista Afterpop y el único al que se le puede asignar la ración de humor, de intrascendencia y de ludismo que se asocian a esta estética, y el filósofo, poeta y novelista inédito Javier Lumbreras, envuelto en una nube de humo, Gran Duque del Bartolillo y Marqués de La Poblachuela, amigo, por cierto, del gran poeta satírico "fray Josepho", pseudónimo del historiador José Aguilar Jurado; el poeta ciego y premio Tiflos Maximiliano Mariblanca, un amigo mío de lengua satírica peor que la mía, que ya es decir, Mari Carmen Matute, autora de brutales cuentos y poemas, el jurista Fernando Martínez Valencia, amante de los aforismos y los cigarros de hoja, y la pintora Olga Alarcón, responsable por cierto de la vistosa decoración del local conocido como La gata loca y adaptadora de los dibujos con que un premiado pintor madrileño, de cuyo nombre no alcanzo a acordarme, decoró mi primer y hasta ahora único libro de versos impreso, Palabras acabadas (1992). De Carlos Cezón guardo el manuscrito de El discípulo amado, una tragedia al estilo "inmersión" de Buero Vallejo donde se desmonta de forma realista la farsa de la muerte y resurrección de Cristo, y su libro de poemas La tumba de Julio II. Por cierto que la asociación Quijote 2000, ideada en 1994 por un pepero llamado José Luis Aguilera que se estaba muriendo y que no odiaba la cultura (que reducía a un solo libro), al contrario que otros de esa mierda, nos requirió para organizar algunos actos antes del Cuatricentenario del Quijote y luego nos olvidó cuando hicimos un viaje a Tomelloso, creo, con el fin de organizar unas conferencias. Siempre recordaré que, al bajarnos del coche a medio camino, la vistosa pluma de un cometa lucía en el firmamento.

Junto a esta tertulia seguía la añosa del Grupo Guadiana, a la que pertenecí tangencialmente. Llevé unos cuantos poemas al fallecido Vicente Cano, ya por entonces devorado por un cáncer, que gentilmente accedió a publicarlos. En seguida percibí en él a un hombre que ansiaba comunicarse y un verdadero poeta, de los que nacen con el verso en la boca, que tuvo la escasa fortuna de no poder formarse regularmente. Me llamaron la atención sus vistosas estanterías de tablas y ladrillos de obra que siempre he soñado reproducir: puro Ikea desmontable y prolongable. Vicente Cano fue un excelente antologista, de gusto infalible para cribar los poemas que recibía la revista del grupo, Manxa, muchos de ellos de Hispanoamérica. Cuando murió la revista dejó de ser lo que era y entró en una decadencia que nadie ha podido ya detener.

El grupo Guadiana, tan odiado por los de Cálamo y por Arcos en particular, y que se había llevado a los niños de papá que no quisieron seguir en el Postismo ciudarrealeño (cuyas máximas figuras eran Ángel Crespo y Francisco Nieva, además del tempranamente fallecido Chicharro, que prometía tanto como los otros dos), tuvo después a excelentes sonetistas, como mi amigo y colega Jerónimo Anaya, Julián Márquez Rodríguez y Raimundo Escribano, pero siempre se mostró poco abierto a corrientes innovadoras. En su seno había un cierto regionalismo manchego y un formalismo que impedía la entrada de cualquier aire fresco, no en vano el crítico Pedro Antonio González Moreno tachó a la mayor parte de su grey con el marbete, bastante ajustado, de "devocionalismo". No es así totalmente y yo salvaría y salvo a esos cuatro autores citados, cuyos versos perduran en mi selectiva memoria. 

Junto a estos añadiría yo también a unos cuantos amigos míos escritores. Al eslavista Ángel Enrique Díez-Pintado Hilario lo conocí en la entrega de premios de poesía de El Doncel; yo había ganado el primero y el el tercero. Se sacó tres carreras de filología en Granada: la de Hispánica, la de Inglesa y la de Eslava y ahora es profesor de su Universidad. Mantuvimos correspondencia sobre Cernuda y tradujimos a medias poemas del polaco Adam Zagajewski para la revista de la tertulia que dirigía yo entonces, Ucronía. Solo recuerdo un verso: "¿Ha venido por el Vístula?" y vagos poemas sobre la reconstrucción después de la desolación nazi. La feminista Aurora Gómez Campos escribía entonces en Canfali (hoy publica todos los miércoles un artículo en La Tribuna) y me pedía colaboraciones para su periódico a través de su hermana Paloma, una profesora de lengua de Valdepeñas amiga mía. Se le da ese género y el relato corto y erótico muy bien, como el artículo sesudo a Rafael Torres, un filósofo islamófilo (e incluso iranólogo) que se ha trotado todos los países del mundo, desde Estados Unidos a China, Irán y la República Checa; una cabeza de primer orden que de vez en cuando asoma por Miciudadreal, Lanza o La Tribuna, con varios libros publicados (entre ellos Leer Don Quijote en Teherán) y que es bloguero, como yo mismo y Macario Polo, autor este de deliciosas y divertidas novelas como Tendiendo al equilibrio, premio de narrativa de la Universidad de Sevilla, o La ruta no natural, cuyos capítulos estuvo publicando por entregas en el corcho del Guridi. También publicamos un cuento suyo en Ucronía. Por demás, y volviendo a Torres, siempre me he quedado con ganas de preguntarle qué piensa sobre Marjane Satrapí y su Persépolis. En cuanto a mi amigo Julián Martín-Albo, autor de Los poemas para un dios (1989), un libro muy marcado por los sonetos de William Shakespeare, de quien es gran estudioso, hay que decir que es un gran director teatral. Conseguí que viniera como profesor a mi instituto entonces, el Hernán Pérez del Pulgar, y allí consiguió levantar un formidable montaje, de rango profesional, de El mercader de Venecia de Shakespeare, crear un notable grupo de actores, montar varios happenings y dejar a todo el mundo patidifuso, incluido el director del centro, un matemático que, asustado, cerró cuando al fin se trasladó de centro la asignatura de teatro porque todos los chavales se querían apuntar a ella. Ahora Julián reside en Valencia felizmente casado con su esposo (con -o). Otro novelista interesante era mi amigo Paco Arenas, profe ultradedicado a sus alumnos y que en esos tiempos andaba enredado en una embarullada relación sentimental, de la que salió felizmente casado hoy, bloguero también, marxiano y autor de Los manuscritos de Teresa Panza entre otros libros de los que, si me extendiera, no podría jamás terminar. De otros autores un poco más alejados del Guridi y de mí ya hablaré más adelante.

Los gustos musicales de mi familia iban del Juanito Valderrama y Pepe Marchena de mi padre al muy Asperger de mi hermano, quien no dejaba de machacarme con los lisérgicos Emerson, Lake & Palmer, las versiones a sintetizador Moog de Bach del transexual Walter/Wendy Carlos, el caos dentro de un orden del jazz rag dixie Nueva Orleáns y la melancolitis biteliana de The Mamas and the Papas, que pasaban mucho frío en Nueva Inglaterra y parecían creados a propósito para generar trastornos alimentarios.

De ahí pasamos a las grandes canciones de los ochenta, que a mi juicio no son precisamente las punteras de las listas. Había de todo, incluso diagnósticos sociales como el que pinta el comienzo de una letra de Mecano: "No pintamos nada / no opinamos nada / todo lo deciden / y sin preguntarnos nada. / Dicen que preparan / una gran batalla / el este contra el oeste / y nuestra casa / destrozada". Si se lee Derecha por Este e Izquierda por Oeste, se entenderá lo que ya decía Sting en su Russians. Por demás, la canción sigue con una profecía de Isaías respecto a la Gran Depresión de 2008: "No pintamos nada / no pedimos nada / va a haber una fiesta / y después no va a haber nada". O sea, lo que hoy.

Quiero apercibir, sin embargo, que hay dos canciones de la Movida verdaderamente ponzoñosas que constituyen un eje cósmico entre el cenit del despegue afectivo  y el nadir de la dependencia total: "Déjame", de Los Secretos, con sus eneasílabos estirados, y "El amante de fuego", de Mecano, que evoca el incendio de la discoteca Alcalá-20 y cuatro o cinco lecturas más, todas perturbadoras. Esa es la única materia oscura que he podido hallar en las noches de luna y vinilo de entonces, cuando además todavía se acostumbraban los casetes. Los Cano tenían el coco comido con Lorca (sus letras están llenas de reminiscencidas del poeta a quien los falangistas llamaban García "Loca") y se les dio bien su duende. Se lo leía mucho, además de al liberador Cernuda y al reciente nobeliano Aleixandre (al que hay que ser un auténtico desesperado para entender), pero la gente nunca apercibía el carácter homosexual y marginado de los tres, como desconocía y sigue desconociendo el asexualismo del impotente Dalí, al que su padre, un notario carca, había vuelto lacio para el amor enseñándole desde niño grabados y fotos de sexos purulentos comidos por enfermedades venéreas. Tal vez por ello se inventó la anécdota de que se hizo una paja ante su padre y se la tiró diciendo: "¡Toma: lo que te debo!".

El pasotismo individualista e impotente de la época está perfectamente resumido en esos versillos de Mecano: "No sé si seré sensato / lo que sé es que me cuesta un rato / hacer las cosas sin querer". Por demás, la música de entonces era el mero jolgorio de lo intrascendente que ya expresaba como característico de esa juventud el citado Tierno Galván ("la realidad tiene el sentido que tiene en su momento... y no tiene otro") y se lo reparte la crítica taurina de los Toreros muertos (que citan ocasionalmente a Góngora en "Dejadme llorar" y carecen de las señas de identidad de llamarse Javier), Objetivo Birmania (cuyas birmettes son perseguidas por todo el sofá), Siniestro total (con sus pequeños y liberales renacuajos), Radio Futura (poetianos más que poetas en su "Annabel Lee", cuyo protagonista es el perro melancólico de una niña sureña ante su tumba, no vayan a pensar), la erudita, ronca y mínima Alaska (de quien me encanta su mistérica "Isis" y su vivísimo y elegebetiano "A quién le importa", coreado hasta por las niñas de la guardería) y, por qué no decirlo, todos los demás, brillantes a su modo, incluso la hipstérica Chica de ayer, que podría ser hasta mi abuela, que esa sí que es remota.

martes, 9 de febrero de 2016

Sin forma definida. La transición cultural en Ciudad Real (II)

Como es natural, unos jóvenes con estas apetencias tuvieron que terminar estudiando Filologías en el reciente Colegio Universitario de Ciudad Real. Era esta una institución que, al abrirse las puertas del empleo con la naciente democracia, había servido de coladero a los que tuvieron el aviso de pegarse a un carnet del PSOE; estaba llenito de profesores de ese sesgo, aunque también de algunos fachas que se habían rellenado muy bien el currículo con notas hinchadas en coles privados e innumerables artículos publicados en revistas del Opus Dei; sirvió, en fin, para taponar las vías de acceso al poder a los que venían de una generación posterior sin coleguillas ideológicos y por eso les llamaron con alguna justicia la “generación tapón”. 

En el primer año un catedrático venido de las estepas leonesas, Joaquín González Cuenca, que descabezaba colillas contra el suelo con tal furia que les hacía soltar chispazos de soldadura autógena, nos advirtió de que nos iría bastante mejor si poníamos una ferretería; éramos entonces unos sesenta estudiantes; en segundo ya éramos treinta y en tercero quedábamos unos diez tontolhabas (dos de ellos venidos del llamado “curso puente” de Magisterio). Yo era uno; la mayoría ya estaban desencantados o buscaron acomodo en otros estudios, en parte huyendo del griego y de un legendario profesor de latín, Luis de Cañigral (al que llamaba yo “indeclinable” cuando González Cuenca me corrigió a “defectivo y semideponente”); entre nosotros algunas chicas prometedoras fueron abducidas por el matrimonio pueblerino y la cría de niños y melones, así que no ejercieron otra cosa que sus labores; en la enseñanza solo acabamos cinco, de los cuales tres resultamos plumillas: Fernando Carretero Zabala, José Antonio Alcaide Negrillo (un benetiano que me enganchó a Celine con el extraordinario Viaje al fin de la noche) y yo; otros, sin duda con papás más forrados, prefirieron irse a continuar estudios a Madrid, donde había profesores más blanditos, o más lejos incluso. 

Tras el mentado filtro darwinista los que quedábamos aquí éramos unos voraces ratones de biblioteca y bastante chalados, la verdad. Éramos tan pocos que conocíamos a los otros de promociones anteriores o posteriores, entre ellos mi amiga María Elena Arenas Cruz, luego mujer del citado Joseantonio, gran cabeza que ha dejado estudios de primer orden sobre el ensayo como género y sobre el afrancesado daimieleño Pedro Estala, a quien llamaban “Damón” los arcades no por ser un pastorcillo arcádico o evocar al escritor griego precisamente, sino por ser aumentativo de “dama” (por nuestro XVIII mariposeaba además un Gran Inquisidor, el obispo Bertrán, y un poeta pedófilo y deslenguado como el padre José Iglesias de la Casa, gran perseguidor de culos tiernos). Yo me había topado con ese tema de investigación y se lo indiqué a Elena, que nos dio luego el libro magistral sobre el personaje que nos faltaba. Yo lo habría hecho sin duda peor. Ella correspondió dedicándome el libro... junto al ninot Luis de Cañigral, quien, a pesar de ser un grecizante por muchos motivos, no tenía ni idea de quién era este quídam.

Por entonces, en 1980, empecé a escribir poesía, arribada ya la Movida. Yo había ido a hacer los dos últimos cursos de la carrera a Madrid porque aún no podían hacerse en Ciudad Real. Me instalé en Canillas, al extremo de la línea marrón o cuatro del metro, dos horas de ida y dos horas de vuelta desde la facultad, en el apartamento de un solo dormitorio de mi hermano, un ingeniero de telecomunicaciones medio autista, y estuve durmiendo en el sofá cama de su salón durante dos años, muy encogido, porque soy muy alto y me asomaban los pies. Cuando se me agotaba el presupuesto me pasaba hasta tres días sin comer, pues mi hermano tenía un ligue y había fines de semana en que no venía por casa; me nutría de una mezcolanza que entonces denominaba “ensaladilla universal” y cuando se acababa el combustible no había otra manera que mantenerse del aire en esa orilla de Madrid (más allá de campiña y estercoleros, se atisbaba el aeropuerto de Barajas) hasta que venían los fondos. Pasaba tardes enteras en la biblioteca resumiendo libros. Por cierto que un día intentó forzar la puerta el marido divorciado del ligue de mi hermano sin saber que yo estaba; abrí, lo pillé en bragas y el interfecto salió corriendo despavorido, no sé si por mi aspecto barbudo y feísimo o porque no se lo esperaba.

Mis notas, bastante desiguales en Ciudad Real, aumentaron prodigiosamente; tal vez los profesores de Madrid eran más blandos que los zurrados de aquí. La verdad, algunos eran muy vagos, incluso en el sentido de “difusos”, como Antonio Prieto, a cuyo libro homenaje de jubilación contribuí con un artículo, porque para ahorrarse papeleo y tiempo recurría al examen oral. En fin, leía y anotaba muchísimo, no como ahora, que casi todo se me cae de las manos; me despaché a los clásicos: Lope, Quevedo y Góngora, Cervantes, rarillos del XVI y del XVII como Aldana, Bocángel, Villamediana. Poesía francesa (Paul Valéry, sobre todo, y luego Leiris y Jude Stefan, comprados en el boulevard Saint Germain en una excursión para jóvenes -todavía no he conseguido traducir la Letanía del escriba; desafío a cualquiera a hacerlo, si puede), alemana (Goethe, especialmente sus Epigramas venecianos y las Elegías romanas, G. Benn, Brecht, Celan) italiana (el genial y deprimente Leopardi, el irredento Pasolini, y buenas ediciones de Dante y Cecco Angiolieri, compradas en el viaje de fin de curso a Roma, llena de gatos), española (entre los modernos, especialmente Ángel González, el José Ángel Valente de Mandorla, Cernuda y el último Aleixandre; admiré el J. R. J. modernista y el de Espacio, pero no conseguí entusiasmarme con el seco Guillén)... Conocía al hijo de Ángel Crespo, pero en esa época solo lo leí como traductor de la Divina Comedia; después compré y admiré los aforismos de su Claroscuro, sus ensayos y sus últimos poemarios, los mejores. 
Sin embargo, la lírica que más me atrajo entonces porque la encontré verdaderamente cercana a mí fue la anglosajona, que ya conocía de tiempos del bachillerato cuando F. J. Carretero me interesó por el canadiense Leonard Cohen, “el depresivo no químico más fuerte del mundo”. Compré una antología bilingüe de Claribel Alegría y D. J. Flakoll, Nuevas voces de Norteamérica (Barcelona: Plaza y Janés, 1981) de la que me impresionó definitivamente la llamada “Escuela del cuarto cerrado”: Mark Strand, ante todo, aunque también poetisas rebeldes, sociales y feministas como Susan Griffin. De ahí pasé a sus antecesores de la generación Beat: Allen Ginsberg y Gary Snyder; por supuesto, y remontando aún más en el tiempo se añadió un puñado de clásicos imprescindibles: a la Balada de la cárcel de Reading de Wilde se añadieron Walt Whitman y Emily Dickinson, mal vistos, Poe, disfrutado como nunca, T. S. Eliot y lo poco que pude descifrar de los frikis decimonónicos Robert Browning y Charles A. Swinburne, ambos aún sin traducir (que parece mentira).

Los sábados me iba a la Cuesta de Moyano en busca de gangas y empecé a frecuentar la Biblioteca Nacional con motivo de mi tesina sobre el cervantista, gramático y protestante manchego Juan Calderón, cuya Autobiografía estudié viajando en busca de documentos además a varios pueblos y al sótano del colegio El porvenir de Madrid, en busca de la tercera edición barcelonesa, que doy definitivamente por perdida. En Madrid encontré a otros estudiantes con más dinero o con mejor acomodo que se habían instalado allí desde primero sin pasar por el Colegio Universitario de Ciudad Real. Alguno que logró entrar en el círculo del llorado Bousoño, a quien llamaban Bucéfalo no diré por qué, se fue a Italia, como el budista valdepeñero Fernando Martínez de Calzada. 

Yo ya era cinéfilo desde que me colaba en el hoy destruido Gran Teatro de Puertollano, calado por manchas de humedad, para ver programas dobles; costaba cinco duros que no siempre tenía y me veía cada película dos veces muchas tardes; como procuraba reducir a letra todas mis aficiones me compré libros sobre cine y escribí un pequeño trabajo sobre la materia, además de estudiar más tarde el coleccionismo de programas de mano (de los que me gustaban especialmente esos alucinantes carteles de color antirrealista por Josep Saligó). Pero la generación siguiente era aún más cinéfila: un curso después de mí en el instituto ya venía un tal José Luis Vázquez, a quien recuerdo llevaban en silla de la reina por los pasillos del instituto. Entre mis compañeros tenía algún proyecto de novia que siempre terminaba desastrado; eran unas Antimusas gamusinas y aburridas, aunque con más curvas que la cara oculta del As. La más estimulante fue una con la que vi Terciopelo azul en Madrid del neosurrealista David Lynch; andando el tiempo la dejó embarazada un fotógrafo y pasados los años me hizo una de esas llamadas telefónicas descolgadas en el tiempo que son como una llamada de arrepentimiento y auxilio ya imposible; al menos he recibido dos de esas que sin duda algunos de mis lectores habrán también recibido. Solo vi Blade runner cuando nadie entonces le hacía caso y que fue una de las grandes películas de entonces. En esa época solo lograron conmoverme además filmes como La commare seca, de Bertolucci, y las obras maestras de Bergman en las incómodas lunetas del cine club Juman, cada vez menos “dirigido” por el característico Long Silver Paco Badía (otro coleccionista de programas de cine).  

Contemplo todo eso a la vez con melancolía y algo de grima, pero cuando veo hoy que hacen tertulia solamente las viejas en cafés donde antes habitaba la inteligencia, y la muerte pura y dura de la cultura asesinada por el pepeísmo, sin esperanza de resurrección o metempsicosis, la verdad es que siento que las cosas, sí, han ido a peor, definitiva e irremediablemente.

La Facultad de Letras del antiguo Colegio Universitario de Ciudad Real era un bar en cuyo entorno se daban más o menos clases; por entonces estaba decorado con pinturas rupestres, y es cierto que era una nada platónica taberna con tabernícolas que iban a dar clase medio mamados. En su biblioteca, presidida por una marmórea señorita Prado de ojos azules como el mar, me pasé interminables horas traduciendo y midiendo hexámetros de Virgilio y dísticos elegíacos de Ovidio, aunque el latín que había aprendido me había venido más de forma auditiva e infusa, como la paloma a los apóstoles, que por arte de codos. Un cierto tipo de conocimiento no se aprende, se contagia. Y yo me contagié de latín, no sé muy bien como. Se nota que virus ("veneno") es una palabra latina.

Yo me juntaba con una pandilla de raros de los que luego surgió la tertulia del Guridi. En aquella árida Ciudad Real iba a comprar pipas a una lesbiana llamada H. que luego resultó ser una dolida poetisa; luego di clases de Instituto y la veía venir a recoger a su novia, una rubia virago que estudiaba COU y apenas le hacía caso; anda por Toledo y publicó un libro de versos. Un empleado de banco, Federico, que colaboró luego con cuentos en la revista que dirigí, Ucronía, terminó por hacer de conductor suicida en la carretera de La Coruña y se cargó a una familia entera, además de a él mismo. Nunca se me ocurrió pensar que terminaría así una mosquita muerta (o más bien suicida) como él, al que ya le habían salvado la vida unos amigos de la tertulia; no sirvió de nada. Otro personaje de ese grupo era mi amigo Paquillo, con más cociente que Einstein y que no pudo acabar la Secundaria, expulsado del PSOE por faltón y que fue víctima de penosas circunstancias familiares que me ahorro mencionar. Pasamos noches interminables hablando de libros y mujeres, jugando al ajedrez y analizando todo lo habido y por haber. Se lio porque quiso con una profesora divorciada en Murcia y ganó algún que otro concurso de poesía. No lo he vuelto a ver, pero sé dónde está y desde luego no voy a decir dónde, pues eso solo le incumbe a él. Si entonces andaba en la Movida ciudarrealeña no me daba cuenta porque, la verdad es estuve tangente, secante e incluso circunscrito en algunos de sus grupúsculos, unas veces dentro, otras fuera y otras mirando desde el burladero. Pero ya contaré.

miércoles, 27 de enero de 2016

Cuarto artículos cervantinos

I

Francisco Rico, "Un libro divertido y sencillo. El éxito editorial del Quijote no tiene parangón en la historia de las letras europeas", en El País, 27-I-2016:

El éxito editorial del Quijote no tiene parangón en la historia de las letras europeas. La colección canónica del teatro de Shakespeare, el First Folio de 1623, se reimprime nueve años después y no reaparece hasta 1663; en el ínterin, tampoco se publican sino tres obras sueltas, contempladas ya como antiguallas del “old Shakespeare”. En todo el siglo XVII, el escritor ‘nacional’, el poeta italiano por excelencia, es todavía Petrarca, y la Commedia dantesca se asoma a las prensas sólo tres veces.

El Quijote no ha conocido eclipses similares. En sus dos primeros decenios rozó la veintena de ediciones; entre 1625 y 1635 sufrió en Castilla el veto general de estampar novelas y comedias, pero siguió viendo la luz en las traducciones, y desde entonces apenas ha pasado año sin ser impreso, una o muchas veces, en español o en otras lenguas y sin que su valoración dejara de caminar in crescendo. Si Lope de Vega lo juzgaba indigno de merecer unos versos de elogio, con el tiempo se ha vuelto común, casi trivial, otorgarle la etiqueta que Cervantes asignó a otra novela española: “el mejor libro del mundo”. Así lo saludan ya en nuestro milenio encuestas de The New York Times y EL PAÍS, el Club del Libro noruego o The Guardian, avalados por escritores y críticos del máximo prestigio

Cuál es la clave de tan buena estrella no creo que nadie pueda averiguarlo con certeza. El aprecio para una obra de ficción lo consigue el autor con procedimientos literarios, pero la regla general es que el lector no lo conceda por razones literarias, sino, digamos, humanas, del mismo género de las que lo mueven a estimar otras realidades no literarias. Quizá va por ahí la pista más segura para explicar la fortuna universal del Quijote: la fascinación que produce la figura del protagonista (con la silueta de Cervantes al trasluz), siempre radicalmente inverosímil y absolutamente natural. Según la temprana descripción de Guillén de Castro, el héroe despierta inevitable e inseparablemente “lástima y amistad”. El caballero andante loco, desaforado, grotesco, y el Alonso Quijano lúcido, sensato e irreprochable, suscitan idéntica simpatía, y el deleite que provoca la novela consiste notablemente en el ir y venir del uno al otro, entre las acciones nacidas de la locura y las palabras inspiradas por la lucidez. Otro tanto cabría decir de Sancho, y también glosarlo indefinidamente.

El Quijote no ha conocido eclipses en su divulgación. La clave de su estrella no se sabe a ciencia cierta

El Quijote es muchas cosas, que cada época ha valorado en diversa medida. El lector moderno tal vez se impacienta con la novelita pastoral de Cardenio, pero no otro fue el episodio que Shakespeare se complació en escenificar en un drama ¿perdido? No obstante, por encima de contener todas las posibilidades de la futura narrativa, es en primer término una historia cómica, un libro que siempre se ha juzgado enormemente divertido. No faltan la ironía y el gracejo apacible, pero no nos engañemos: el suyo es principalmente un humor de sal gruesa, de slapstick, bromas pesadas, garrotazo y tente tieso. En tal elementalidad, como de dibujos animados, radica considerablemente la excepcional acogida que se le ha dado a lo largo de cuatro siglos. Vale la pena recordar, con el gran Leo Spitzer, que “en Europa Don Quijote es ante todo un libro para niños”.

En línea con esa comicidad primaria está la evidencia de que la novela “es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella”, nada que no se comprenda en seguida: “los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran” (II, 3). El testimonio de Sansón Carrasco parece convincente: si la obra de Cervantes ha sido “tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes”, tiene que ser muy transparente y muy sencilla. En la acción, ni raras enseñanzas ni mensajes trascendentes. Las moralejas y las disquisiciones teóricas son uniformemente las de un sentido común que nadie en sus cabales puede rechazar y a nadie disgustar.

Et pourtant... Sin embargo, en ningún otro libro se ha hallado, como apuntaba Ortega, “tan grande poder de alusiones simbólicas al sentido de la vida”. Conviene aquí tener presente que el Quijote es un texto y es un mito, independiente del texto, no sujeto a él, y que hoy resulta casi imposible abordarlo sin falsillas previas. Las más pertinaces las fijó el romanticismo alemán: el tema de la obra, definía Schelling, es “la lucha de lo real con lo ideal”. ¿Por qué no? A mí me gusta lucubrar que El Quijote ilustra en grado soberano un aspecto esencial de la condición humana: vivir contándonos a todo propósito historias sobre nosotros mismos que se enfrentan con las limitaciones y condicionamientos de las circunstancias. Refútelo quien quiera. Porque, como fuere, la invitación a ir más allá de la letra, y aun a postergarla, forma parte de la grandeza y la vigencia del Quijote.

II

Andrés Amorós, "50 preguntas básicas para acercarse a la obra", en El País, 19-XII-2004:

Cervantes llevaba 20 años sin publicar cuando sacó el 'Quijote'. La obra tuvo un éxito inmediato y enorme. A los dos años ya fue traducida al inglés.

01 ¿Quién escribió el 'Quijote'?

Miguel de Cervantes. Lo del "historiador arábigo" Cide Hamete Benengeli es sólo un marco literario para dar complejidad a la historia, un juego: Cervantes inventa al narrador; éste, a Alonso Quijano, que inventa a Don Quijote, que inventa a Dulcinea…

02 ¿Existe un retrato de Cervantes?

Ninguno de los que se han creído es fiable, ni el que preside el salón de la Real Academia. Su autorretrato lo hace él en el prólogo de las Novelas ejemplares: "Éste que veis aquí, de rostro aguileño…". Y en toda su obra.

03 ¿Es la obra de un hombre maduro?

Cervantes tenía casi 58 años cuando salió la primera parte; en aquella época, una edad avanzada. Llevaba 20 años sin publicar; por eso, entre otras cosas, sorprendió tanto su novela.

04 ¿Era un hombre muy culto?

Tuvo cierta educación humanística y le influyó mucho la estancia en Italia. Era gran lector: "Yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles".

05 ¿Fue feliz la vida de Cervantes?

No demasiado: fue cautivo en Argel, tuvo siempre dificultades económicas y problemas con la justicia; intentó pasar a América, pero no le dieron permiso…

06 ¿Escribió el 'Quijote' en la cárcel?

Así lo dice en el prólogo de la primera parte: "Se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento". Pero quizá es sólo una metáfora del mundo o alude a lo que le enseñó esa experiencia.

07 ¿Podemos visitar hoy La Mancha de Don Quijote?

Pueden visitarse molinos de viento en Campo de Criptana, Alcázar de San Juan o Consuegra; la presunta casa de Dulcinea en El Toboso; la cueva de Medrano, en Argamasilla de Alba, y la de Montesinos; ventas en Puerto Lápice; el parque natural de las lagunas de Ruidera… Todo esto nos ayuda a evocar las aventuras del caballero.

08 ¿Coincide cronológicamente con Shakespeare?

Murieron los dos en la misma fecha: 23 de abril de 1616. Pero no era el mismo día: en Inglaterra y España se usaban distintos calendarios.

09 Sancho Panza, ¿es un ignorante o un sabio?

Es tan complicado y sutil como Don Quijote: utiliza su locura para engañarle e inventa dos veces a Dulcinea. En sus juicios muestra una auténtica sabiduría popular, con buen sentido práctico e ingenio natural, todo verosímil en alguien de su condición.

10 ¿Qué significó para él Avellaneda?

En 1614, un año antes de que apareciera la segunda parte, publicó él su continuación apócrifa. No se sabe quién fue este escritor. Cervantes se queja amargamente, pero la publicación del libro de Avellaneda le hizo acelerar la conclusión de la segunda parte, en la que le desmiente varias veces.

11 ¿Usa cautelas e hipocresías en su novela?

Muchas; de no hacerlo así, un espíritu tan libre como Cervantes hubiera tenido grandes problemas en aquella España.

12 ¿Qué comen Don Quijote y Sancho?

Lo que se comía en la época: pan con queso y vino; bellotas y avellanas; tocino (comerlo demostraba que se era cristiano viejo), vaca y carnero; cebollas y ajos; gigote (carne picada), salpicón, duelos y quebrantos… El plato nacional era la olla. En la novela se han encontrado hasta 150 formas de preparar los alimentos.

13 ¿Se basa en algún modelo real?

Se han propuesto varios, con el apellido Quijada o Quijano, o personajes trastornados por la lectura. Todo esto no importa demasiado; lo que interesa es lo que realiza artísticamente Cervantes, tenga en cuenta o no esos antecedentes.

14 ¿Es una parodia de las novelas de caballerías?

Sí, pero eso sólo es el punto de partida, el trampolín desde el que se lanza a una historia trascendental.

15 ¿Existieron realmente los caballeros andantes?

En los siglos XIV y XV recorrían Europa muchos caballeros andantes reales, en busca de fama y fortuna. A la altura de 1605, Don Quijote es ya un anacronismo viviente.

16 ¿Tuvo clara desde el principio la estructura de la novela?

Quizá no. Se ha supuesto que pensó primero en escribir una novela corta. Parece claro, en todo caso, que fue madurando su novela al tiempo que la escribía.

17 ¿Es mejor esta novela que las otras obras de Cervantes?

A enorme distancia, aunque él soñó siempre con ser poeta, y detalles de su genialidad se advierten en toda su obra; sobre todo, en los Entremeses y las Novelas ejemplares.

18 ¿Cómo era España cuando se escribe el 'Quijote'?

A comienzos del siglo XVII (reinado de Felipe III), España está pasando de la grandeza del imperio a su decadencia: crisis política, económica, militar y espiritual. "Cervantes, como Don Quijote, es un hombre capturado entre dos mundos, el viejo y el nuevo" (Carlos Fuentes).

19 ¿Refleja esta novela la situación española de su tiempo?

Como toda gran novela, es un documento único para entender la sociedad: los paisajes, los caminos, la vida cotidiana, oficios, fiestas… Y, sobre todo, el sistema de valores y creencias.

20 ¿Aprobaba Cervantes la expulsión de los moriscos?

Tiene muchísimo cuidado de no criticar expresamente esa expulsión (1609), pero no comparte sus motivos y retrata con simpatía al morisco Ricote, al que abraza Sancho, y que suspira por su patria perdida: "Doquiera que estamos, lloramos por España".

21 ¿A qué tipo de lector va destinado?

A cualquier lector, no a los cervantistas ni a los profesores. Cada uno lo apreciará de modo distinto, ya lo sabía Cervantes: "Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran".

22 ¿Lo pueden leer los niños?

Es una vieja tradición que los niños españoles se vayan familiarizando con el personaje y sus aventuras; naturalmente, en versiones abreviadas y con lenguaje modernizado, para evitar su rechazo. En todo caso, sólo entenderán de verdad la novela cuando sean adultos.

23 ¿Cuántas salidas realiza Don Quijote?

Tres; en cada una, parte de su aldea para volver a ella. La primera dura sólo dos jornadas. En la segunda recorre La Mancha hasta Sierra Morena. En la tercera cruza el Ebro, pasa unos días con los duques, "a la mitad del reino de Aragón", y llega a Barcelona y al mar.

24 ¿Pertenecía Don Quijote a las clases privilegiadas?

Era un hidalgo, el escalón más bajo de la nobleza; tenían algunos privilegios y presumían de su honor, pero solían tener un modesto pasar, cercano a veces a la pobreza.

25 ¿Cuál es el "lugar de La Mancha" donde vivía Don Quijote?

No se sabe: se ha supuesto que podría serlo Argamasilla de Alba, Argamasilla de Calatrava, Mota del Cuervo, Esquivias… La novela es, en esto, voluntariamente imprecisa.

26 ¿Destruye el ideal?

No lo destruye, sino que lo depura, defendiendo en plena edad moderna los mejores valores de la caballería medieval: defensa de los débiles, culto al valor y la honra, fidelidad a su dama… Llamamos hoy 'quijotismo' a la defensa de los principios morales más elevados

27 ¿Está loco Don Quijote?

La lectura de los libros de caballerías le hace confundir la realidad con la imaginación, pero, fuera de esos temas, tiene un excelente criterio. Su locura es un recurso que usa Cervantes para expresar "cierta idea del vivir humano" (Américo Castro).

28 ¿Y se comporta de verdad como un héroe?

Afronta heroicamente reales peligros; por ejemplo, al enfrentarse a los feroces leones: "¿Leoncitos a mí?".

29 ¿Son opuestos Don Quijote y Sancho?

En principio, sintetizan dos modos de ser opuestos; en realidad, son complementarios. A lo largo del relato se contagian; Don Quijote se sanchifica y Sancho se quijotiza (Madariaga).

30 ¿Existió Dulcinea?

Sí existió para Don Quijote, y eso es lo que importa: "Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica".

31 ¿Qué personaje secundario es retratado con más simpatía?

Don Diego de Miranda, el "santo a la jineta", que encarna las mejores virtudes del erasmismo y la sabia moderación.

32 ¿Escribe bien Cervantes?

Escribe maravillosamente, utilizando, según los personajes y las situaciones, una gran variedad de estilos. Su ideal estilístico lo dice maese Pedro: "Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala".

33 ¿Son importantes los diálogos?

Son uno de los mejores aciertos de la novela. Los personajes quedan perfectamente caracterizados al hablar; sobre todo, Don Quijote y Sancho: "Las almas se desnudan hablando" (Dámaso Alonso).

34 ¿Por qué intercala otras historias?

Para conseguir variedad dentro de la unidad, de acuerdo con la estética barroca, usa todos los géneros de la novela del siglo XVI: pastoril, sentimental, morisca, picaresca, ejemplar… Pero desaparecen prácticamente en la segunda parte.

35 ¿Cuáles son los escenarios de la novela?

En general, La Mancha, Sierra Morena y el camino a Zaragoza y Barcelona.

36 ¿Es mejor la primera parte o la segunda?

Muy superior la segunda parte: el narrador no tiene dudas, aumenta el diálogo, hay menos acción, pero mayor complejidad. Además, otros personajes han leído ya la historia de Don Quijote y falsean la realidad para amoldarla a sus imaginaciones. "La segunda parte del Quijote no es literatura, como no son pintura Las Meninas" (Navarro Ledesma).

37 ¿Puede compararse a algún artista español de su tiempo?

A Velázquez, por su aceptación de la realidad plural, su respeto a la dignidad de cualquier ser humano y la sobria elegancia, sin artificios retóricos.

38 ¿Cuál es el momento más patético?

La muerte de Don Quijote, al final de la novela; al comienzo, su desconcierto cuando no encuentra sus libros, porque le han tapiado el aposento donde los guardaba.

39 ¿Es superior Don Quijote a Cervantes?

Eso es sólo una de las paradojas que le gustaban a Unamuno: obviamente, toda la grandeza del personaje la ha creado Cervantes, no le cayó del cielo sin que él lo advirtiera, como un "ingenio lego".

40 ¿Podemos reírnos leyéndolo?

Debemos reír o sonreír: el humor y la ironía son la clave del Quijote. Pero no se burla, como Quevedo, sino que salva todos los valores de los que se está riendo. Aquí, "la técnica literaria de la libertad es el humorismo" (Pedro Salinas).

41 ¿Tuvo éxito editorial?

El éxito fue inmediato y extraordinario: en el año 1605 se publicaron ya seis ediciones más, y muchos ejemplares se enviaron a las Indias. Nunca hasta entonces se había dado un caso semejante.

42 ¿Tardó en ser traducida a otros idiomas?

Muy poco: al inglés (1607), al francés (1614), al italiano (1622), al alemán… Después de la Biblia, no hay otro libro en el mundo tantas veces editado, traducido y comentado.

43 ¿Fue entendido bien en su época?

Durante los siglos XVII y XVIII se leyó sólo como una obra cómica. A partir del romanticismo europeo se reconoció su valor trascendental.

44 ¿Ha influido fuera de España?

Enormemente. Así lo dicen los narradores ingleses (Fielding, Smollet, Sterne), los románticos alemanes y los grandes novelistas del siglo XIX: Dickens, Stendhal, Flaubert, Galdós, Tolstói, Dostoievski… Cada época ha encontrado nuevos aspectos valiosos.

45 ¿Es una novela realista?

Sí, incluyendo el realismo "de cosas", pero, sobre todo, el realismo "de almas" (Dámaso Alonso): no nos da un documento fotográfico, sino la realidad vital, existencial, de cada personaje.

46 ¿Es la primera novela moderna?

Inaugura la gran novela moderna, que nos da una visión amplia y compleja de una realidad problemática. Se anticipa a muchas técnicas de la novela del siglo XX: perspectivismo, narrador no fiable, incorporación de la crítica, ambigüedad, equívoco… "Eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino y a otro le parecerá otra cosa".

47 ¿Es una obra desengañada?

Sí, nos muestra que "ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño". Lo define Carlos Fuentes: "Es la primera novela de la desilusión, la aventura de un loco maravilloso que recobra una triste razón".

48 ¿Se anticipa a Freud?

Como todos los grandes relatos, busca en el fondo del alma y descubre misterios, mucho antes de que los estudie la psicología; véase, por ejemplo, la simbólica bajada a la cueva de Montesinos. "Leyendo a Cervantes, me parece comprenderlo todo" (Antonio Machado).

49 ¿Es un símbolo de España?

Así ha sido siempre considerado: "No tuvo España mejor embajador, a lo largo de los siglos, que Don Quijote" (Carpentier). "Él es España" (Dámaso Alonso). Es la expresión de lo mejor de nuestro carácter: nuestra Biblia.

50 ¿Qué lección ética nos da?

La primacía de la ética del esfuerzo sobre la del éxito: "Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible".

III

Manuel Rodrígez Rivero, "Cervantina, cervantesca, cervanteja. En el mundo anglosajón abunda la 'marca Shakespeare', en el hispanohablante, su quijotesco personaje ha eclipsado a Cervantes", El País,  25 SEP 2015:

Leo en el TLS un simpático comentario acerca de la marca Shakespeare: el bardo de los bardos, —el primer escritor de la anglosfera—, y muchos de sus personajes y de sus motivos literarios han sido utilizados, especialmente a partir del siglo XIX, como reclamos para anunciar cosas tan dispares como tabernas, posadas, bancos, refrescos (Coca Cola ya utilizó al dramaturgo en 1927), cervezas, jabones, cigarros puros. Incluso jarabes para la tos, como cierto Transpulmin cuyo pedorrísimo eslogan onomatopéyico no me resisto a reproducirles: to cof or not to cof, that’s the cof, cof. Cervantes, su equivalente hispánico, ha tenido una suerte parecida, pero con variantes. A diferencia del de Stradford-upon-Avon, al inmortal de Alcalá de Henares lo fagocitó la más célebre de sus criaturas. Es verdad que entre los hispanos de ambas orillas es más frecuente el apellido Cervantes que el del Bardo en el mundo anglosajón (para mi sorpresa, en EE UU no hay más de 2.000 Shakespeares), incluyendo el segundo de una de mis amigas más queridas, que anda siempre metida entre joyas, relojes y peridotos; es verdad también que nosotros tenemos un Instituto Cervantes (y hasta un Víctor García de la Concha dentro) y ellos tan solo un British Council; pero también es cierto que en la publicidad abunda más lo quijotesco y sus temas y motivos que el célebre patronímico. El hidalgo y sus manías son poderosos reclamos, entre otras cosas porque en el ADN del personaje están el humor y la melancolía, dos elementos muy propicios a la publicidad y el guiño cómplice. Don Quijote está en marcas de todo el planeta: valga como ejemplo el nombre de los atrabiliarios y cutrísimos (no se los pierdan si tienen ocasión de pasar por Tokio) almacenes de descuento Don Quijote —los popularísimos Donki—, que cuentan con más de 100 sucursales en Japón (y 3 en Hawai) y en los que se puede encontrar desde unas bragas multicolor talla XXXL a un paquete de eficacísimo matarratas. Menos mal que la criatura es de dominio público y su uso es de todos (y no sólo de Paco Rico): imagínense que su marca y su merchandising estuvieran sujetos a copyright, como le pasa al pobre Mickey Mouse después de que en Estados Unidos se aprobara oportunamente una ley que alarga los derechos de Disney sobre su criatura hasta 2019. Y ya verán cómo la multinacional se las arregla para obtener otra prorroguita.

Quijotismos

En su artículo ‘Maners, Morals and the Novel’, del que existe traducción española en dos libros tan importantes como (hoy) lamentablemente inencontrables (Más allá de la cultura, Lumen, y La imaginación liberal, Edhasa), Lionel Trilling, uno de los grandes críticos norteamericanos del siglo XX, afirmaba que toda la prosa de ficción no es más que una variación sobre el tema de El Quijote. Faulkner —entre otros muchos— debía de pensar lo mismo, porque confesó que cada año leía la novela. Estas últimas semanas, y con motivo del próximo cuatricentenario de la muerte del autor, se agolpan en mi mesa varios volúmenes que vienen a aumentar mi ya abundante cervantina: además de la edición “facilitada” de mi querido Andrés Trapiello para Destino —convertida en un pequeño bestseller— y la canónica (Espasa y Círculo de Lectores) del Instituto Cervantes (también de Francisco Rico, who else?), me llega ahora la conmemorativa de la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua (Alfaguara), diez años después de la primera y esta vez con prólogo de Darío Villanueva. Al mismo tiempo, recibo la reedición de Don Quijote en el arte y el pensamiento de occidente (Cátedra), de John J. Allen y Patricia S. Finch, rebosante de iconografía de artistas de todos los tiempos, y la nueva edición —tirada especial en un tomo— de Don Quichotte de la Manche en La Plèiade, con prefacio de Jean Canavaggio, el más conspicuo de los cervantistas franceses (su Cervantes lo reedita Austral). Curioso: Ernesto Sábato afirmaba en el prólogo a la edición argentina del Ferdydurke de Gombrowicz que El Quijote se había entendido mejor en aquellos países que habían permanecido a la periferia del Renacimiento (Polonia, Rusia, Noruega), a los que la persistencia de la mentalidad preburguesa habría hecho más receptivos a la “desmesura y sinrazón” del texto cervantino. Pero no es verdad: los franceses, que empezaron leyéndolo como un libro de humor y disparate, acabaron rendidos a él. Por otro lado, y a pesar de la opinión de Nabokov, que lo juzgaba un libro cruel, existen más traducciones de El Quijote al inglés que a ninguna otra lengua, como se sostiene en el Quixote de Ilan Stavans (Norton, 2015), un entretenido ensayo sobre el héroe de la Mancha que me alivió el último e incomodísimo viaje trasatlántico en clase turista y con niño hiperactivo en el asiento trasero. Desde que aterricé no he parado de recomendárselo a mis amigos editores (aún me queda alguno, créanme), a ver si se animan.

Legionarios

Encesto en el cajón de desechables la parte menos memorable de la apabullante avalancha de libros sobre, ante, con, tras, cabe Cataluña, y me tomo un descanso mientras escucho por enésima vez, Johnnie Walker en mano, el álbum Tenor Madness (1956), como homenaje a mi adorado Sonny Rollins en su 85º aniversario. La potencia y lirismo del estupendo saxo tenor (confrontado con John Coltrane, otro gigante) no me impiden recordar, sin embargo, una anécdota chusca que paso a relatarles para aliviarles la jornada de reflexión preelectoral y preplebiscitaria. En septiembre de 1920, pocos días después de que fuera fundada la Legión, se alistaron doscientos voluntarios procedentes de Cataluña. Sobre ellos se pronunció el incontinente Millán Astray de esta guisa: “Y vino el alud de Barcelona, los doscientos catalanes, la primera esencia de la Legión, que bajaron arrasándolo todo y sembrando el pánico por el camino. Era la espuma, la flor y nata de los aventureros. Era el agua pura que brotaba del manantial legionario. ¡Bien venidos, catalanes legionarios; vosotros seréis la base sobre la que se construirá la Legión!” Lo que es la vida.

Final

Según el oráculo Nielsen, las dos penúltimas novelas de Sir Ahmed Salman Rushdie (Shalimar el payaso y La encantadora de Florencia), vendieron entre nosotros poco más de 5.000 y 13.000 ejemplares respectivamente, y su estupenda memoir Joseph Anton, no mucho más de 2.500. Los tres fueron publicados por Random House. Me pregunto cómo se las va a arreglar Elena Ramírez, (Seix Barral, Planeta) para cubrir el anticipo de seis dígitos que, según mis topos, ha pagado (comisionista: Andrew Wylie) por llevarse a su casa Dos años, ocho meses y veintiocho noches, la última novela del escritor angloindio, que empiezo a leer (en pruebas) esta misma noche.

IV

Jesús Ruiz Mantilla, "Mucho Shakespeare y poco Cervantes", El País, 27 de enero de 2016

Los británicos se vuelcan en la celebración del cuarto centenario del bardo, mientras aún no se han presentado los fastos ni las estrategias oficiales para la conmemoración del autor del Quijote

Con mucha seguridad en sí mismo debió escribir William Shakespeare estos dos primeros versos de uno de sus gloriosos Sonetos: “Ni el mármol ni los regios monumentos son más indestructibles que estas rimas”.

Cuando 400 años después, el primer ministro británico David Cameron, lanzaba un artículo a nivel mundial para anunciar que 2016 será un año dedicado en cuerpo y alma a la conmemoración de la muerte de su autor universal, muchas reliquias que no han durado tanto pueden decir lo mismo.

Parece que no ocurre igual con el homenaje a  Miguel de Cervantes Saavedra, muerto el 22 de abril de 1616, mientras Shakespeare habría fallecido entre el 23 de abril y el 3 de mayo del mismo año. Aunque la leyenda dice que ambos murieron el 23 de abril. En España, diferentes instituciones se muestran entre ofendidas y preocupadas ante el secretismo con que se llevan las conmemoraciones de Estado. Cuando aún no se han anunciado públicamente iniciativas ni estrategias, algunos califican el debido homenaje a Cervantes de fracaso.

Poco se sabe de los trabajos de la Comisión dedicada al cuarto centenario del autor de Don Quijote. Desde el ministerio de Educación, Cultura y Deporte adelantan que próximamente se anunciarán, pero en varios círculos califican de caótico y poco efectivo su funcionamiento. La prueba es que pasado un mes, apenas nada se sabe al respecto salvo que hay 130 proyectos aprobados, de orden académico, cultural, turístico o educativo.

"El tiempo empieza a correr y la conmemoración de Estado no se conoce", asegura Darío Villanueva, director de la RAE

Desde la Real Academia Española (RAE), advierten de que llevan dos años avisando. Si director, Darío Villanueva, muestra cierta pesadumbre: “El tiempo empieza a correr y la conmemoración de Estado no se conoce mientras que con preocupación vemos como desde el Reino Unido, el primer ministro ha comparecido para anunciar los fastos del año Shakespeare”.

Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, realizó unas declaraciones en octubre de 2015 en las que alertaba sobre el retraso de los trabajos de la comisión. Desde la secretaría de Estado de Cultura mostraron su molestia. Pero cuando va a finalizar enero de 2016 y todavía no se conocen más que leves esbozos, el tiempo le ha dado la razón, pese a que en su última comparecencia para presentar el anuario del Cervantes, García de la Concha atribuyera el retraso al vacío de poder.

Un poco de previsión no hubiese resultado de más. Después de todo, un acontecimiento así puede preverse con siglos de antelación si se toma más o menos en serio. Desde la secretaría de Estado de Cultura no aportan datos económicos concretos más allá de que aplicarán fuertes deducciones de hasta el 90% a patrocinadores por tratarse de un acontecimiento especial, contemplado así por el ministerio de Hacienda. Pero desde instituciones como la RAE también apuntan que a cambio de ese trato fiscal de favor, han retirado una partida presupuestaria específica.

La comisión está formada por diversos organismos. La integran representantes de diferentes ministerios y gobiernos autónomos, así como miembros del Instituto Cervantes, la Biblioteca Nacional, el museo del Prado, Acción Cultural Española o el ayuntamiento de Alcalá de Henares.

La BBC es una de las instituciones públicas implicadas en la conmemoración, al tiempo que no existe ni rastro de RTVE dentro de la estrategia española con Cervantes

La estrategia con respecto a Shakespeare ha arrancado con toda la fuerza de penetración global de la que es capaz el Gobierno británico. El programa Shakespeare lives, anunciado por Cameron en su artículo del día 5, abarca una ofensiva internacional con acciones en 140 países. La parte específicamente española será anunciada hoy en el British Council de Madrid.

Su director, Andy Mackay, destaca que la estrategia de Shakespeare lives trata de acercar la obra del autor de Hamlet principalmente a las nuevas generaciones: “Más allá de emplear brillo de su obra como forma de conocimiento de nuestro idioma, la idea es hacerlo encajar en el mundo de hoy en torno a temas absolutamente contemporáneos, como los problemas de género, la emigración o la democracia”, asegura Mackay.

La difusión de su obra a través de los medios de comunicación –la BBC es una de las instituciones públicas implicadas en la conmemoración, al tiempo que no existe ni rastro de RTVE dentro de la estrategia española con Cervantes- y las nuevas tecnologías son algunos de los pilares del año Shakespeare. “También penetrar en barrios deprimidos y convertir su obra e inspiración en un motor de cambio social”, agrega Mackay. El encuentro entre las obras de ambos autores también será abordado en actividades conjuntas y foros como la Universidad de Alcalá o el Hay Festival de Segovia.

Mientras las comparaciones y semejanzas meramente literarias entre ambos superan cada vez con mayor fuerza la prueba del tiempo, conviene no abordar las de otra índole. Como cuenta el propio Alonso Quijano en un pasaje del Quijote: “Digan lo que quisieren, que desnudo nací, desnudo me hallo. Ni pierdo ni gano, aunque por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí”. Parece que por parte de la comisión del centenario, ya entrado de sobra el año, poco tienen que aportar. Así que estos meses tendremos mucho Shakespeare y poco Cervantes.