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miércoles, 10 de junio de 2020

Enigmas, de Iliya abu Madi

Elia o Iliya abu Madi (1889-poeta libanés


ENIGMAS ("Al Talasim", en Los arroyos, 1927).

Traducción de Nayib Abumalham y Monstserrat Abumalham Mas. He modificado levemente la puntuación y sustituido algunas palabras, muy pocas, por sinónimos más adecuados.

I

He venido, no sé de dónde, pero he venido.
ante mí vi un camino y caminé
y seguiré caminando quiera o no.
¿Cómo vine, cómo veo mi camino?

No sé.

¿Soy nuevo o antiguo en esta existencia,
soy libre y emancipado, o un preso encadenado?
¿Soy yo el que conduce mi vida o soy conducido?
Tengo la esperanza de saberlo, pero...

No sé.

Mi camino... ¿cuál es mi camino? ¿Es largo o corto?
¿Por él asciendo o me precipito y me hundo?
¿Camino yo por el sendero o el sendero se desliza,
o estamos parados ambos y el destino es el que corre?

No sé.

¡Ay de mí! Cuando yo estaba en un mundo escondido y seguro,
¿me veíais como si supiera -mientras estaba enterrado- 
que un día aparecería y sería,
o tal vez parecía como si nada supiera?

No sé.


¿Antes de ser hombre,
fui siquiera la nada, un absurdo o fui algo?
¿Tiene solución este enigma?  ¿Perdurará siempre?
No sé. ¿Y por qué no sé?

No sé.

II

El mar

Un día pregunté al mar: ¿Mar, soy yo de ti?
¿Es cierto lo que algunos cuentan de ti y de mí,
o te parece que pretenden calumnia, mentira y falsedad?
Sus olas se rieron de mí y dijo:

"No sé".

Mar, ¿sabes cuántos milenios han pasado sobre ti?
¿Sabes, tal vez, la playa que yace junto a ti?
¿Saben los ríos que de ti salen y a ti vuelven
qué dijeron las olas al revolcarse?

No sé.

Eres un prisionero, Mar; ¡cuán grande es tu prisión!
Y como yo, oh poderoso, no eres dueño de ti;
mucho se asemejan tu estado y el mío, tus excusas y mis excusas.
Cuando escape de mi prisión, ¿te liberarás tú también?...

No sé.

Envías las nubes que riegan nuestra tierra y los árboles.
Te devoramos y decimos comer frutos.
Te bebemos y decimos beber lluvia.
Cuando lo decimos ¿acertamos o erramos?

No sé.

Pregunté a las nubes del espacio si recordaban tus arenas,
al árbol frondoso si sabía de tus favores,
si las perlas en los cuellos recordaban que de ti venían;
tal vez me lo imaginé; pero dijeron:

"No sé".

Mientras danza la ola, en tu abismo hay una guerra sin fin.
Crías pececillos junto a monstruos depredadores;
en tu seno conviven muerte y hermosa vida.
¡Ay de mí! ¿Eres cuna o sepultura?

No sé.

¡Cuántas jóvenes como Layla y mancebos como Ibn al-Mulawwah
dejaron sus horas en tu playa! Ella sus lamentos, él sus explicaciones.
Si él hablaba, ella lo atendía. Si ella decía, él cantaba.
¿El rumor de las olas es un secreto que ambos perdieron?

No sé.

¡Cuántos reyes, en tu entorno, levantaron cúpulas
y, al llegar la mañana, no quedaba sino niebla!
¿Regresarán, mar, algún día, o no tienen ya retorno?
¿Quizá están en la arena? La arena dijo: "Sin duda yo...

No sé".

En ti, como en mí, oh poderoso, hay conchas y arena,
pero tú no tienes sombra y yo dejo sombra sobre la tierra,
tú tampoco tienes seso, mar, y yo tengo inteligencia,
¿por qué, escucha, yo paso mientras tú permaneces?...

No sé.

Libro del destino, dime: ¿tiene él un antes y un después?
¿Soy yo una barca, en tanto fluye él sin límites?
¿No tengo yo objetivo, aunque el destino, en mi caminar, tenga sus metas?
Ojalá supiera; pero, ¿cómo saber?

No sé.

En mi pecho, mar, hay secretos maravillosos
a los que cubrió un velo. Yo mismo soy ese velo,
y cuanto más me acerco, más lejos están.
Me miro, y cuando ya casi lo averiguo...

No sé.

Yo, mar, también soy un mar, cuyas costas son tus costas,
entre el mañana ignorado y el ayer; y ambos te abarcan.
Ambos somos una gota, mar, de este y aquel.
Pero no me preguntes qué es el mañana o qué es el ayer, yo...

No sé.

III

El convento

Me dijeron: en el convento están los que alcanzaron el secreto de la vida;
pero yo no encontré allí más que mentes petrificadas
y corazones de los que se borró la esperanza: un despojo.
¿Soy el que está ciego o lo están los demás?

No sé

Se dijo: "Sé que los dueños de los secretos viven en celdas."
Dije: "Si verdad dice quien dice, es un secreto a voces".
¡Sorprendente! ¿Cómo pueden ojos velados ver el Sol,
mientras ojos sin velos no lo ven?

No sé.

Si el apartamiento es ascetismo y virtud, el lobo es monje,
y la guarida del león es un convento digno de veneración.
¡Ay de mí! ¿Ese apartamiento mata o da vida a las virtudes?
¿Podrá borrar un pecado, si él mismo lo es?

No sé.

Vi en el convento rosas entre espinas
conformarse con agua salobre, tras probar el fresco rocío.
A su alrededor hay luz de vida, pero se contentan con la oscuridad.
¿Es sensato matar el corazón a fuerza de conformidad?

No sé.

Como un alegre amanecer, entré al convento una mañana;
y como noche cerrada lo abandoné al atardecer.
En mi alma había una pena, y luego fueron más.
¿Del convento o de la noche procede mi dolor?

No sé.

Entré al convento a preguntar a los ascetas,
pero ellos, como yo, estaban estancados por la duda,
la indiferencia los dominaba y a ella se entregaban;
sobre la puerta estaba escrito:

No sé.

Es sorprendente: el místico asceta, ser inteligente,
abandona el mundo y, con él, todas las bellezas del Creador,
para buscarlo en un lugar desierto.
¿Ha visto en el desierto agua o un espejismo?

No sé. 

¡Cuánto polemizas, asceta, acerca de la absoluta verdad!
Si Dios hubiera querido que no ansiaras las cosas buenas
te habría construido sin seso y sin espíritu.
Lo que haces es, pues, pecado... Dijo: "Realmente yo...

No sé".

¡Tú que huyes! Es vergonzosa tu huida.
Nada bueno hay en lo que haces, ni siquiera para el desierto.
Eres un criminal ¡y qué criminal! Un asesino sin causa.
¿Puede Dios tener clemencia y perdonar algo así?

No sé.

IV

Entre tumbas

Me dije, estando entre tumbas,
¿se puede ver paz y sosiego si no es entre las fosas?
Mi alma apuntó: "Los gusanos tienen donde roer en las cuencas de los ojos".
Luego añadió: "A ti que preguntas, de verdad yo...

No sé".

Mira como todo se iguala en este lugar;
se confunden los restos del esclavo con los del rey,
aquí se aúnan el enamorado y el que odia,
¿no es esta la más completa igualdad? Y mi alma dijo...

"No sé".

Si la muerte es castigo, ¿cuál es la culpa de la pureza?
Si se trata de una recompensa, ¿cuál el mérito de la lujuria?
Y si no es ganancia ni pérdida,
¿a qué vienen esos nombres de "pecado" o "virtud"?

No sé.

¡Tumba, habla! ¡Contadme, despojos!
¿Acabó la muerte con los sueños? ¿Ha muerto el amor?
¿Quién lleva muerto un año y quién un millón,
o es que el tiempo en las tumbas se convierte en nebulosa?

No sé.

Si es la muerte un sueño, al que sigue largo despertar,
¿por qué no continúa esta hermosa vigilia nuestra?
¿Y por qué el hombre no sabe cuál es el momento de partir
y cuándo se desvela el secreto y conoce?

No sé.

Si la muerte es un dormir que colma el alma de paz;
si es libertad, no prisión; si es comienzo, no final,
¿por qué prefiero el sueño y no ansío morir
y por qué los espíritus sienten de ella temor?

No sé.

¿Tras la tumba, después de la muerte, hay resurrección,
vida y eternidad, o acabamiento y desaparición?
¿Son ciertas las palabras de la gente o son falsas?
¿Es verdad que algunos saben?...

No sé.

Si tras la muerte resucito en cuerpo y alma
¿te parece que resucitaré en parte o entero?
¿Crees que resucitaré como un niño, o lo haré como un hombre?
¿Me reconoceré, tras la muerte, a mí mismo?

No sé.

Amigo mío, ¡no me des esperanzas de rasgar el velo!
Después del tránsito, mi entendimiento no se ocupará de lo externo.
Si hoy, que comprendo, no sé cuál es mi destino,
¿cómo sabré, después de muerto, cuál es mi camino?

No sé.

V

El palacio y la choza

Vi un alto palacio de elevadas cúpulas
y dije: "Quien te construyó, lo hizo para que acabaras en ruina.
¿Tú eras parte de él, pero no sabes cómo desapareció
y él tampoco sabe qué encierras o lo sabe?"

No sé.

¡Proyecto! Eras una quimera antes de que te diseñaran tus constructores,
eras solo una idea en un cerebro al que cubrieron las sombras,
eras el deseo de un corazón al que devoraron los insectos,
tú eras el arquitecto que te trazó, o no, no...

No sé.

¡Cuántos palacios imaginó su constructor para durar y permanecer
plantados como cimas de montes, excelsos como las estrellas!
Pero el tiempo arrastró su cola sobre ellos y ahora son solo rastros,
¿por qué construimos, y por qué construimos para que se destruya?

No sé.

Nada hay en el palacio que no se halle en una humilde choza,
aquí y allá, soy un esclavo entre la duda y la certeza
y prisionero para siempre de ambas: la noche y la clara mañana.
¿Soy yo en el palacio o en la choza más refinado?

No sé.

Ni en la choza ni en el palacio de mí puedo huir.
Imploro y temo, me compadezco y me enojo,
ya sea mi ropa de seda dorada o de cáñamo.
Y, ¿para qué quiere ropas el desnudo?

No sé.

Pregunta a la aurora. ¿Tiene la aurora barro y mármol?
Pregunta al palacio. ¿No lo ocultan, como a la choza, las tinieblas?
Pregunta a las estrellas, al viento, al llanto de las nubes:
¿Veis las cosas como yo las veo...?

No sé.

VI

El pensamiento

Tal vez un pensamiento cruzó el umbral de mi alma con claridad,
y yo lo creí mío. Pero apenas se asentó, desapareció
como un fantasma se refleja en un pozo un instante y, luego, desaparece.
¿Cómo vino y por qué huyó de mí?

No sé.

¿Lo has visto acaso navegar sobre la tierra de un alma a otra?
¿Algo lo apartó de mí y no quiso quedarse
o, tal vez, lo has visto  pasar por mi alma como yo atravieso un puente?
¿Es posible que antes que la mía otra alma lo viera?

No sé.

¿Lo has visto, como un relámpago, brillar un instante y desaparecer?
¿Tal vez lo viste como un ave enjaulada, que, al fin, echa a volar,
o lo viste como una ola que se inclina hacia mi alma y se hunde?
Tal vez yo lo ande buscando y esté en mi interior,

No sé.

VII

Duelo y combate

Doy fe de que en mi interior hay un duelo y un combate.
Como un demonio me veo a veces y otras como a un ángel.
¿Soy acaso dos personas, y esta se niega a unirse a aquella,
o te parece que me equivoco en lo que veo?

No sé.

Mientras mi corazón conversa al amanecer es como una fronda,
y en él hay flores, aves canoras y arroyos.
Cuando llega el atardecer, se vuelve inhóspito y seco como el páramo.
¿Cómo se mudó mi corazón de vergel en desierto?

No sé.

¿Donde fueron mi risa y mi llanto de niño,
dónde mi ignorancia y mi reposo de mozo ingenuo,
dónde fueron mis sueños, que caminaban conmigo?
Todo ello se perdió, pero ¿dónde se perdió?

No sé. 

Tengo fe. Pero no son mi fe y mi virtud como las que tenía.
Lloro, pero no como solía.
También a veces me río, pero ¿qué clase de risa es esa?
¡Ay de mi vida! ¿Qué lo mudó todo?

No sé

Cada día tengo una ocupación, a cada instante unos sentimientos.
¿Soy el yo que era hace noches y meses
o, al ponerse el Sol, soy otro que a su salida?
Cada vez que pregunto a mi alma, me contesta:

"No sé".

Siempre que tuve algo lo desprecié
y, cuando lo perdí, lo deseé.
¿Qué me lo hizo amable, qué odioso?
¿Soy yo la misma persona que se apartó de ello?

No sé.

Tal vez hubo alguien con quien viví, por un tiempo, en alegría y diversión,
o un lugar que fue para mí, con el paso del tiempo, entretenimiento y placer.
Desde lejos, me hace señas y me parece más agradable y más nítido que de cerca,
pero ¿cómo permanece la imagen de algo ya desaparecido?

No sé.

Tal vez se trate de un huerto cuyos árboles defendí toda mi vida,
impidiendo que nadie cortara una flor de él.
Las aves llegaron al amanecer y picotearon sus frutos,
¿es de las aves del cielo el huerto o mío?

No sé.

Tal vez lo que es malo para Zayd sea bello para Bakr,
y ambos disputan, mientras para Amr es una quimera.
¿Quién tiene razón en lo que pretende, ¡ay de mí!
y por qué no hay medida para la belleza?

No sé.

He visto que la belleza se olvida, al igual que los defectos,
y el orto se desea igual que se desea el ocaso
y el mal y el bien he visto pasar y volver,
¿por qué considero, pues, al mal un intruso?

No sé.

La lluvia al caer lo hace contra su voluntad,
y las flores de la tierra esparcen su perfume a la fuerza,
no puede la tierra ocultar sus flores ni sus espinas:
no preguntes cuál de ellas es más deseable o más odiosa,

No sé

Tal vez las espinas se vuelvan corona de rey o de profeta
y sea la rosa adorno para el ojal de un ladrón o un pecador.
¿Envidian las espinas en el campo a la flor brillante
o te parece que las menosprecian?

No sé.

Tal vez las espinas que punzan mi mano me prevengan de un peligro,
mientras el veneno está en el perfume que penetra mi olfato.
Sin embargo, las rosas gozan del favor de mi aprecio y mi ley;
ley que puede ser injusta, pero...

No sé.

He visto a las estrellas no saber por qué brillan.
He visto a las nubes no saber por qué son generosas.
He visto al bosque no saber por qué se cubre de hojas.
¿Por qué todos me igualan en ignorancia?

No sé.

Cada vez que creí haber alzado el velo
y cada vez que creí que era mío el secreto, mi alma se rio de mí.
Descubrí desesperación y duda, sin encontrarme a mí.
¿La ignorancia es dulce o un infierno?

No sé.

Es para mí un placer escuchar el trino de los ruiseñores,
el susurro de las hojas verdes, el murmurar del arroyo,
y ver a las estrellas, como antorchas, brillar en la oscuridad;
¿te parece que el placer viene de ellas o de mí?

No sé.

¿Te parece que alguna vez fui melodía en una cuerda
o, tal vez, una onda en un río
o que estuve en una brillante estrella?
¿Fui perfume, susurro o brisa?

No sé.

Dentro de mí, como en el mar, hay conchas, arenas y perlas.
En mí, como en la tierra, hay prados, llanuras y montes.
En mí, como en el espacio, hay estrellas y nubes y sombras.
¿Soy mar o tierra o espacio?

No sé.

Entre mis bebidas están néctar, vino y agua pura.
Entre mis alimentos carne, frutas y verduras.
¿Cuántos seres en mi ser se han deshecho y mudado
en cuántos seres existe algo de mi ser?

No sé.

¿Soy yo más elocuente y dulce que el pajarillo del valle,
más seductor que la flor, si su perfume es más agradable?
¿Soy más astuto que la serpiente o más asombroso que la hormiga,
o más insignificante y humilde que ambas?

No sé.

Todos ellos, como yo, viven. Todos, como yo, mueren.
Todos tienen qué beber, como yo, y, como yo, qué comer.
Todos velan y duermen. Todos hablan, todos callan.
¿En qué me distingo de ellos? ¡Ay de mí!

No sé.

He visto a la hormiga procurarse el alimento como yo.
Ella tiene en la existencia objetivos y derechos como yo.
A los ojos del tiempo, son iguales su silencio y mi hablar;
ambos, un día, nos convertiremos en...

No sé

Soy como el vino y soy, a la vez, mi vino y mi jarra;
su origen está oculto como el mío y su cárcel es de barro como la mía.
El lacre que la sella se le puede arrancar como a mí
sin que sepa por qué, y yo...

No sé.

Se equivoca quien dice que el vino es hijo de la tinaja,
porque, antes de estar en el barro, estaba en las venas de la cepa.
Existía, antes que en las entrañas de la vid, en las nubes.
Sin embargo, antes de eso, ¿dónde estaba?

No sé.

Hay en mi cabeza una idea, en mis ojos una luz,
en mi pecho esperanzas y en mi corazón sentimientos.
En mi cuerpo hay sangre que corre y se agita;
sin embargo, antes de eso, ¿cómo era?

No sé.

No recuerdo nada de mi vida pasada.
No sé nada de mi vida por venir.
Tengo un ser, pero no sé en qué consiste.
¿Cuándo sabrá mi ser el misterio de mi ser?

No sé.

He llegado y paso sin saber.
Soy un enigma. Mi marcha y mi llegada son un enigma.
El que logró este enigma es él mismo un confuso enigma.
No discutas; sensato es quien dijo que yo...

No sé.

viernes, 11 de enero de 2019

Sobre el escepticismo

Un par de citas

Konrad Lorenz:

Se dijo, pero no se escuchó.
Se escuchó, pero no se entendió.
Se entendió, pero no se aceptó.
Se aceptó, pero no se llevó a la práctica.
Se llevó a la práctica, pero ¿por cuánto tiempo?

W. A. Auden:

Los solipsistas afirman
que nadie más existe,
pero siguen escribiendo... para otros.

...Los conductistas sostienen
que los que piensan no aprenden,
pero siguen pensando... sin desanimarse.

...Los subjetivistas descubren
que todo está en la mente,
pero siguen sentándose... en sillas de verdad.

...Los seguidores de Popper niegan
la posibilidad de probar,
pero siguen buscando... la verdad.

...Los existencialistas afirman
que están completamente desesperados,
pero... siguen escribiendo.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Giacomo Leopardi dando ánimos

Tutto è male. Cioè tutto quello che è, è male; che ciascuna cosa esista è un male; ciascuna cosa esiste per fin di male; l'esistenza è un male e ordinata al male; il fine dell'universo è il male; l'ordine e lo stato, le leggi, l'andamento naturale dell'universo non sono altro che male, né diretti ad altro che al male. Non v'è altro bene che il non essere; non v'ha altro di buono che quel che non è; le cose che non son cose: tutte le cose sono cattive. Il tutto esistente; il complesso dei tanti mondi che esistono; l'universo; non è che un neo, un bruscolo in metafisica. L'esistenza, per sua natura ed essenza propria e generale, è un'imperfezione, un'irregolarità, una mostruosità. Ma questa imperfezione è una piccolissima cosa, un vero neo, perché tutti i mondi che esistono, per quanti e quanto grandi che essi sieno, non essendo però certamente infiniti né di numero né di grandezza, sono per conseguenza infinitamente piccoli a paragone di ciò che l'universo potrebbe essere se fosse infinito; e il tutto esistente è infinitamente piccolo a paragone della infinità vera, per dir così, del non esistente, del nulla. (4174, Bologna, 17 aprile 1826; 1898, vol. VII, pp. 104-105)

Todo es malo. Esto es, todo aquello que existe es malo; que cada cosa exista es un mal; cada cosa existe para el mal; la existencia es un mal y ordenada al mal; el fin del universo es el mal; el orden y el Estado, las leyes, el curso natural del universo no son más que el mal, ni están dirigidos a nada que no sea el mal. No hay otro bien que el no ser; no hay nada más bueno que lo que no es; las cosas que no son cosas: todas las cosas son malas. El Todo existente; el complejo de los muchos mundos que existen; el universo; no es más que un lunar, un moratón en la metafísica. La existencia, por su naturaleza y esencia propia y general, es una imperfección, una irregularidad, una monstruosidad. Pero esta imperfección es una pequeñísima cosa, un lunar real, porque todos los mundos que existen, por muchos y grandes que sean, no siendo ciertamente infinito ni en número ni en tamaño, son en consecuencia infinitamente pequeños en comparación con lo que el universo podría ser si fuera infinito; y el todo existente es infinitamente pequeño en comparación con el infinito verdadero, por así decirlo, de lo inexistente, de la nada. (4174 , Bolonia, 17 de abril de 1826; 1898, vol. VII, pp. 104-105)

sábado, 20 de octubre de 2018

Clásicos del género chistes malos

Chistes malos clásicos del género 

-¿Usted no nada nada?
-No, no traje traje.

-¡Mama, sangre! ¡Mama, sangre...!
-Calla, niño, o te pego otra puñalá.

-Mamá, en el cole me llaman despistado.
-Niño, que esta no es tu casa.

- ¿Nivel de inglés?
+ Alto
- Diga “memoria”
+ Memory
- Póngalo en una frase
+ Salté por una ventana y memory

 - Hola, buenas, ¿es esta la academia de inglés?
- If, if. Between, between

-Nivel de inglés
-Alto
-¿Cómo se dice mirar?
-Look
-Construya una frase con la palabra
-Look yo soy tu padre
-Contratado.

¿Nivel de inglés?
-Alto
-Traduzca “night”
-Noche
-¿CÓMO QUE NO CHABE? ¡Fuera de aquí!

 Dos tipos que se encuentran. Uno le dice a otro:
-Oiga, lleva usted un plátano en una oreja.
-¿Perdone?
-Que lleva usted un plátano en una oreja.
-¿Cómo dice?
-¡Que lleva un plátano en una oreja!
-Mire, dígamelo a este oído, que en el otro llevo un plátano.

—María!! Han robado en el apartamento contiguo.
—¿Conmiguo? Conmiguo no!

Llama un químico por teléfono a otro un viernes por la noche:
- ¿Qué haces ? ¿Sales?
- Sí, un bromuro de potasio.

-Tú traes las cervezas, tú ginebra, tú whisky y tú ron
- ¿De suchard?
- Tú no vienes

- Me he comprado 20.000 palomas.
-¿Mensajeras?
-No te ensajero nada.

–Buenas, ¿tiene pelotas para jugar a tenis?
–Sí señor.
–¡Pues a las ocho en la pista!

-Doctor, después de la operación ¿Çpodré tocar la guitarra?
- Claro hombre!
- Qué ilusión, siempre había querido saber y no tengo ni idea.

—Doctor, tengo todo el cuerpo cubierto de pelo. ¿Qué padezco?
—Padece uzté un ozito

- Doctor, doctor, sudo mucho por las noches. 
- Es que usted necesita un colchón poroso. 
- Y usted uno por hijo puta.

-¿Como ha ido el parto doctor?
-Bien, aunque al niño le hemos tenido que poner oxígeno.
-Vaya, con la ilusión que nos hacía ponerle Arturo como mi padre.

- Papá, papá ¿qué queda más lejos, la luna o Australia?                                      
+ ¿Tu desde aquí ves Australia?

Un niño a otro:
- Tu padre es un proscrito.
Y el otro responde:
- Y el tuyo un tigretón...

Mamá, mamá, me tragado la aguja del tocadiscos y no me ha pasaó na, no me ha pasaó na, no me ha pasaó na, no me ha pasaó na... (Los millenial no lo pillan)

 Se abre el telón y se ve a dos trufas discutiendo acaloradamente,título de la peli?
-Trufas too furious

- ¿Dónde cuelga Superman su supercapa?
- En superchero

 Se abre el telón y se ve al uno y al dos llamando a una puerta ¿cómo se llama la película?
- ¿Star trek?

- ¿Qué le dice un .gif a un .jpg? 
+ ¡Anímate hombre!

Una cereza se mira en el espejo y dice:
- Ceré eza?

Para chiste malo el del hombre entre las 2 vallas. 
¿Lo sabéis? ¿No?
¡Vaya, hombre, vaya!

- Te sabes el chiste del orinal?
- Nooo
- Pues es para mearse

-¿Cómo se dice nariz en inglés?

-No sé.

martes, 7 de noviembre de 2017

Grandes comienzos de narraciones

Tomado de aquí:

'El Aleph', de Jorge Luis Borges 

Así empieza. “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque esta párrafo ya es, en sí mismo, un espléndido poema en prosa sobre el paso inexorable del tiempo que ni siquiera necesita el (por otro lado, magnífico) relato que viene a continuación para incrustarse en nuestra memoria.


'Asfixia', de Chuck Palaniuk 
Así empieza. “Si vas a leer esto, no te preocupes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate. Seguro que hay algo mejor en la televisión. O, ya que tienes tanto tiempo libre, a lo mejor puedes hacer un cursillo nocturno. Hazte médico. Puedes hacer algo útil con tu vida. Llévate a ti mismo a cenar. Tíñete el pelo. No te vas a volver más joven. Al principio lo que se cuenta aquí te va a cabrear. Luego se volverá cada vez peor”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el autor quiere incitarnos a dejar de leerle, como si no fuésemos dignos de lo que viene a continuación, como si fuese a escandalizarnos, repugnarnos o desconcertarnos. Y todo ello es un poderoso estímulo para seguir leyendo.


'El guardián entre el centeno', de J.D Salinger 
Así empieza. “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el autor no tiene tiempo que perder y quiere llegar cuanto antes a un acuerdo honesto con sus potenciales lectores: léeme o no me leas, pero permite que te cuente mi historia tal y como yo la siento. Déjame ir directo a la yugular, sin circunloquios ni estupideces.

'Los detectives salvajes', de Roberto Bolaño 
Así empieza. “He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque aún no sabemos qué rayos es el realismo visceral (¿una vanguardia estética?), pero ya nos queda claro que formar parte de él es un sombrío honor que no puede eludirse, aunque se acepte sin ceremonia ni entusiasmo.

'Si una noche de invierno un viajero', de Ítalo Calvino 
Así empieza. “Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Ítalo Calvino, 'Si una noche de invierno un viajero'. Relájate. Concéntrate. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto”.
¿¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque muy rara vez nos ha pedido alguien que le prestemos toda nuestra atención con tanta elegancia. Y porque la promesa de que nuestro mundo se esfumará “en lo indistinto” hace que pensemos que el viaje va a valer la pena.

'La campana de cristal', de Sylvia Plath 
Así empieza. “Era un extraño y bochornoso verano, el año en que electrocutaron a los Rosenberg, y yo no sabía qué estaba haciendo en Nueva York”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque en unas pocas palabras Sylvia Plath introduce unos anzuelos imposibles de no morder por el lector: extraño verano, alguien que ha sido electrocutado y el que está contando la historia que se pregunta qué hacía en una ciudad como Nueva York a la que todo el mundo sabe perfectamente a qué va.

'Pedro Páramo', de Juan Rulfo 
Así empieza. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque basta una línea para desatar un torrente de preguntas que esperan obtener respuesta: ¿quién eres tú?, ¿qué es Comala?, ¿por qué no conociste a tu padre?.

'Historia de dos ciudades', de Charles Dickens 
Así empieza. “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nos sitúa en un tiempo y un lugar excepcionales, en los que todo parece estar por hacer y todo es posible, de manera que nos predispone a disfrutar una experiencia insólita.

'La familia de Pascual Duarte', de Camilo José Cela 
Así empieza. “Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo."
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque quien interpela a ese anónimo ‘señor’ y, de paso, a nosotros, tal vez haya hecho cosas atroces, pero sabe cómo captar nuestra atención y merece ser escuchado.

'Me llamo rojo', de Orhan Pamuk 
Así empieza. "Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque quien nos invita a participar en una investigación criminal que se promete apasionante es la propia víctima, ya cadáver, y a cambio está a punto de compartir con nosotros los secretos del más allá.

'El túnel', de Ernesto Sábato 
Así empieza. “Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el universo de ficción de Ernesto Sábato irrumpe desde la primera línea para suplantar a nuestro universo. Ya no estamos en el mundo que conocemos, sino en uno distinto en el que todos parecen saber quién es Juan Pablo Castel y cómo y por qué mató a María Iribarne.

'Cien años de soledad', de Gabriel García Márquez 
Así empieza. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque abarca un océano de tiempo, toda la vida de un hombre, en apenas una frase que viene a ser como esa breve secuencia de ‘Ciudadano Kane’ en la que el personaje de Orson Welles se asoma a la muerte añorando el trineo que tuvo de niño.

'Una habitación propia', de Virginia Woolf 
Así empieza. “Pero, me diréis, te hemos pedido que nos hables de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene que ver eso con una habitación propia? Intentaré explicarme".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque incluso una disertación académica, un ensayo sobre literatura escrita por mujeres, puede arrancar con la precisión, la inteligencia y el misterio de las mejores novelas.

'Yo, Claudio', de Robert Graves 
Así empieza. “Yo, Tiberio Claudio Druso Nérón Germánico Esto-y-lo-otro-y-lo-de-más-allá (porque no pienso molestarlos todavía con todos mis títulos), que otrora, no hace mucho, fui conocido por mis parientes, amigos y colaboradores como "Claudio el Idiota", o "Ese Claudio", o "Claudio el Tartamudo" o "Clau-Clau-Claudio", o, cuando mucho, como "El pobre tío Claudio", voy a escribir ahora esta extraña historia de mi vida”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el emperador romano al que todo el mundo menosprecia y que no comete el error de tomarse a sí mismo demasiado en serio ha conseguido ganarse nuestro interés y nuestra simpatía desde la primera frase.

'La metamorfosis', de Franz Kafka 
Así empieza. “Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque viene a ser como el ejemplar microcuento de Augusto Monterroso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”), pero con la promesa de saciar nuestra curiosidad y contarnos a continuación la historia completa.

'Moby Dick', de Herman Melville 
Así empieza. “Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque a Ismael le espera la Ballena Blanca, va a participar de una de las odiseas más apasionantes y atroces de la historia de la literatura. Y se adentra en ella con la frívola arrogancia de la juventud y con una mirada virgen.

'Scaramouche', de Rafael Sabatini 
Así empieza. “Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nuestro mundo está tan loco como el de Scaramouch y queremos compartir con él el don de la risa, intuyendo desde ya que, por supuesto, se trata de un enorme patrimonio.

'Las intermitencias de la muerte', de José Saramago 
Así empieza. "Y al siguiente día no murió nadie".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque el título y la primera línea reman con eficacia en la misma dirección, la de preocuparnos por la idea de que la muerte deje de cumplir con su deber y pase sin previo aviso a ser intermitente.

'Pálida luz en las colinas', de Kazuo Ishiguro 
Así empieza. “Niki, el nombre que al final le pusimos a mi hija menor, no es un diminutivo, sino un acuerdo al que llegué con su padre. Por paradójico que parezca, era él quien quería ponerle un nombre japonés, pero yo, tal vez por el deseo egoísta de no recordar el pasado, insistí en un nombre inglés. Al final, consintió en ponerle Niki, pensando que ese nombre tenía ciertas resonancias orientales”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque estas tres frases dedicadas a un detalle en apariencia trivial invitan a leer entre líneas y parecen arrojar muchísima luz sobre el pasado, la intimidad y los desencuentros de la pareja que forman esa mujer oriental y ese hombre británico.

'Trópico de Capricornio', de Henry Miller 
Así empieza. “Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ningún sitio, ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y estamos muertos”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque desde el principio nos imaginamos la Villa Borghese, con su higiene y su orden sofocantes, como una especie de sucursal del infierno. Y porque queremos asomarnos a ese baile de solitarios y difuntos que nos propone Henry Miller.

'Todo lo que no te conté', de Celeste NG 
Así empieza. “Lydia está muerta. Pero eso es algo que ellos aún no saben”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque en solo 14 palabra caben “ellos”, cabemos nosotros (lectores y cómplices) cabe esa Lydia de la que nada sabemos aún y cabe también el terrible secreto del que se nos acaba de hacer partícipes.

'Ciudad de cristal', de Paul Auster 
Así empieza. "Todo empezó por un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz al otro lado preguntó por alguien que no era él".
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque es puro Auster. Están ahí, larvados y envasados al vacío, la imposibilidad de comunicarse, la soledad, el peso abrumador del azar y los problemas de identidad de sus personajes casi siempre a la deriva.

'El extranjero', de Alberto Camus 
Así empieza. “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.”
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque hay humor, hay cinismo y hay melancolía en esta concisa declaración de supremo desdén por el mundo.

'Alguien voló sobre el nido del cuco', de Ken Kesey 
Así empieza. “Están ahí fuera. Chicos negros vestidos de blanco que se esconden de mí para tener relaciones sexuales en el pasillo y luego lo limpian todo antes de que pueda descubrirlos en pleno acto”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque pronto aprenderemos que ‘el Jefe’ está loco, es uno de los internos de un hospital psiquiátrico de Oregón. Él va a ser quien nos cuente la historia, y cuanto antes nos familiaricemos con su locura, mucho mejor”.

'Matadero cinco', de Kurt Vonnegut 
Así empieza. “Todo esto sucedió, más o menos”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque casi cualquier relato es, en el fondo, una pequeña o gran mentira, y nadie nos miente más que quien promete contarnos toda la verdad. Como diría José Mota, “si te digo la verdad, te miento”.

'Corazón tan blanco', de Javier Marías 
Así empieza. “No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque nos seduce, nos intriga y nos sumerge en universo turbio de pérdida de la inocencia, de niñas con pulsiones suicidas que crecen para asomarse a duras penas a algo parecido a la normalidad.

'Paraíso', de Toni Morrison 
Así empieza. “Primero disparan a la chica blanca. Con las demás, pueden tomarse el tiempo que quieran. En el lugar donde están, no hace falta que se den prisa. Se encuentran a 27 kilómetros de una población que, a su vez, está a 145 kilómetros de la más cercana. En el convento habrá seguramente muchos escondrijos, pero hay tiempo y el día acaba de empezar”.
¿Por qué engancha desde la primera frase? Porque las dos primeras frases nos dejan ya en un horrorizado estado de alerta. Y el resto nos transmiten con precisión quirúrgica la indefensión de las víctimas, la gélida y cruel parsimonia de los verdugos, la soledad del páramo dejado de la mano de dios en que perpetran sus crímenes.

viernes, 16 de junio de 2017

El símbolo literario del espejo

Juan Tallón, "Los espejos en los que la literatura se mira y duplica el mundo", El País, 30-XII-2016:

De Narciso a Blancanieves, de Valle Inclán a Borges, el objeto que devuelve la imagen ha sido esencial en la escritura. Andrés Ibáñez refleja en una antología esa obsesión

La literatura está plagada de miles y miles de objetos, necesarios para recrear los mundos que proponen los escritores. Ninguna lista de los más habituales o relevantes, si tal cosa existiese, podría omitir el espejo. En el fondo, representa más que un simple objeto: es otro mundo. Su presencia, a lo largo de miles de obras, ejerce un gran poder de atracción, y emana un extraordinario misterio. Reflejan, ocultan, mienten, deforman, confiesan… “Espejos: jamás, a sabiendas, todavía se ha dicho / lo que en vuestra esencia sois”, escribe Rilke en los Los sonetos a Orfeo, como recuerda el crítico y escritor Andrés Ibáñez, que desde su juventud persigue espejos a lo largo de cuentos, poemas, novelas u obras históricas de toda época.

El resultado de esa obsesión tan particular es la publicación de A través del espejo (Atalanta), una antología de textos que tratan el tema del espejo, de por sí inagotable. Marcel Schwob, H.P. Lovecraft, Virginia Woolf, Isaac B. Singer, G. K. Chesterton, Goran Petrovic, Borges, Allan Poe, Walter de la Mare, Angela Carter, Bioy Casares o Giovanni Papini son algunos de los autores en cuyos textos el espejo ejerce una poderosa influencia.

En un extenso prólogo por el que también desfilan los reflejos de San Juan de la Cruz, La Fontaine, Bulgákov, Lewis Carroll, Alfred Tennyson, Charles Perrault o Roberto Bolaño, el autor se remonta a las mitologías de la antigüedad, y cómo el significado del espejo, y cuanto muestra, fue cambiando a medida que avanzaban los siglos. El material reunido es riquísimo, inabarcable. De hecho, Ibáñez se vio obligado a dejar la poesía fuera de su selección para que “el laberinto de espejos no creciera en exceso”. Apenas se salva el libro tercero de Las metamorfosis de Ovidio, donde el poeta romano recrea el mito de Narciso, que se asoma a un estanque, y enfrentado a un espejo de agua, se enamora de su propia imagen. Por otra parte con fatales consecuencias, pues cae y se ahoga, como siglos más tarde le ocurre a la protagonista de El espejo de Lida Sal, un relato de Miguel Ángel Asturias en el que una muchacha, en busca de un espejo para contemplarse con su traje de boda, se asoma a un risco sobre el mar, cae a las olas y se ahoga en su propio reflejo.

El reflejo, a veces, habla, como en Blancanieves, donde la mujer que el rey toma por esposa, fascinada por su belleza, posee un espejo mágico al que de vez en cuando pregunta “¿Quién de este reino es la más hermosa?”. El romanticismo, en el que se integra el cuento de los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, fue fértil en espejos. En parte, “por la importancia que adquiere el tema del doble”, cuyo introductor, Jean Paul Richter, no sólo acuñó el concepto doppelgänger para referirse a ese segundo yo, sino que creó una galería de personajes que sufrían “un terror enfermizo a contemplar su propia imagen”. Su literatura sirve de introducción a dos clásicos de la época, E.T. A. Hoffmann y Edgar Allan Poe, de quien Ibáñez recupera William Wilson, un relato en el que su protagonista conoce en su juventud a otro William Wilson parecido a él, incluso nacido en la misma fecha, y que desaparece y reaparece a lo largo de su vida, hasta que un día, durante una fiesta de disfraces, lo ataca y un espejo le devuelve su propio “semblante pálido y manchado de sangre”.

 Arquímedes diseñó espejos para concentrar rayos de sol y quemar las velas de los barcos.
Arquímedes diseñó espejos para concentrar rayos de sol y quemar las velas de los barcos. EL PAÍS
Borges se encontraba a menudo en sus relatos también con otros Borges. “Bien conocida es su obsesión con los espejos", que en el fondo está relacionada, subraya Ibáñez, con la obsesión por la noche y la ceguera, “pero también con otro tema central en su obra: la obsesión por ver el propio rostro”. En El Aleph, el narrador ve “todos los espejos del planeta” y ninguno le reflejó, dice. Tlön, Uqbar, Orbis Tertius arranca también de modo revelador: “Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor…”. Ibáñez selecciona El espejo de tinta y El espejo y la máscara, donde los espejos se proyectan con una presencia también inquietante. La que, por otra parte, tuvieron en la vida de Borges, que en uno de los poemas de El hacedor reconoce: “Hoy, al cabo de tantos y perplejos/ años de errar bajo la varia luna,/ me pregunto qué azar de la fortuna/ hizo que yo temiera los espejos”.

De Oriente a Occidente, de la antigüedad a la modernidad, la literatura recrea espejos capaces de desencadenar los acontecimientos más inesperados. Quizá por eso Ibáñez deja para el final el texto de Jurgis Baltrušaitis sobre los espejos ardientes de Arquímedes, y que funciona como un “pequeño tratado de ciencia ficción antigua”. ¿Existieron en verdad esos espejos? La leyenda aparece recogida por primera vez en el siglo XII, en las Crónicas de Joannes Zonaras, que relata cómo Arquímedes hizo colgar de las murallas de Siracusa espejos de metal que, golpeados por los rayos del sol, quemaban los barcos romanos. En el siglo XVII la literatura científica de Descartes y Mersenne demolió “metódicamente la leyenda”, pero cien años después, el conde de Buffon, Georges Louis Leclerc, realizó experimentos que demostraban que se podía quemar madera a una distancia de 400 pies.