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martes, 1 de agosto de 2023

Lista de raros de Javier Memba

Lista de 75 escritores raros y frikis (o, como él dice, malditos, heterodoxos y alucinados) tomada de El Mundo. Todos los entretenidos artículos correspondientes escritos por el cinéfilo periodista Javier Memba (un especialista en ello, o en el ello, para ser (im-) precisos) sobre estos autores y sus obras pueden leerse en este enlaceNo halagaron opiniones (2014), es su último libro, un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada

Louis-Ferdinand Céline (I)

Howard Phillips Lovecraft (II)

Jean Genet (III)

Yukio Mishima (IV)

Emilio Carrere (V)

Boris Vian (VI)

Algernon Blackwood (VII)

Alejandro Sawa (VIII)

François Villon (IX)

Neal Cassady (X)

Julio Verne (XI)

Arthur Machen (XII)

Marqués de Sade (XIII)

Rutebeuf (XIV)

Leopoldo María Panero (XV)

Malcolm Lowry (XVI)

Guy de Maupassant (XVII)

Eduardo Haro Ibars (XVIII)

Remigio Vega Armentero (XIX)

Andrés Carranque de Ríos (XX)

Cecco Angiolieri (XXI)

Arthur Rimbaud (XXII)

Hölderlin (XXIII)

Antonin Artaud (XXIV)

Robert Ervin Howard (XXV)

Luis Cernuda (XXVI)

Philip K. Dick (XXVII)

August Strindberg (XXVIII)

Pierre Drieu La Rochelle (XXIX)

Edgar Allan Poe (XXX)

Charles Baudelaire (XXXI)

Alfred Jarry (XXXII)

Paul Verlaine (XXXIII)

William S. Burroughs (XXXIV)

Joseph-Pétrus Borel (XXXV)

Horacio Quiroga (XXXVI)

Bram Stoker (XXXVII)

Julio Herrera y Reissig (XXXVIII)

Carson McCullers (XXXIX)

H.P. Blavatsky (XL)

Anne Radcliffe (XLI)

John Polidori (XLII)

Percy Bysshe Shelley (XLIII)

Raymond Radiguet (XLIV)

Djuna Barnes (XLV)

Chester Himes (XLVI)

Anaïs Nin (XLVII)

Flannery O'Connor (XLVIII)

Hunter Stockton Thompson (XLIX)

Jaime Gil de Biedma(L)

William Hope Hodgson (LI)

Maurice Sachs (LII)

Sheridan Le Fanu (LIII)

Charles Robert Maturin (LIV)

Mary Wollstoncraft Shelley (LV)

André Breton (LVI)

Kurt Siodmak (LVII)

Blaise Cendrards (LVIII)

H. G. Wells (LIX)

Jean Cocteau (LX)

Pierre Boulle (LXI)

Jack London (LXII)

Oscar Wilde (LXIII)

Francis Scott Fitzgerald (LXIV)

Charles Bukowski (LXV)

William Gibson (LXVI)

Thomas de Quincey (LXVII)

Dylan Thomas(LXVIII)

Paul Bowles (LXIX)

Guillaume Apollinaire (LXX)

Aphra Behn (LXXI)

Jan Potocki (LXXII)

Mijail Bakunin (LXXIII)

Samuel Butler(LXXIV)

Leo Ferré (y LXXV)

sábado, 10 de octubre de 2020

El diccionario biográfico de la ciencia y la técnica en La Mancha (2020)

Acaba de publicarse Ciencia y técnica en Castilla-La Mancha. Diccionario biográfico (nombres y hechos). Un grueso volumen editado por Almud y coordinado por Alfonso González Calero y Enrique Díez Barra en el que más de 80 especialistas, entre los que han querido incluirme, han contribuido con un total de 320 entradas sobre todas las figuras importantes de la ciencia en la región a lo largo de la historia. No había nada como esto realizado hasta ahora.

El prototipo del manchego típico, desde tiempos de Quevedo, que nos pintaba "atestados de ajos las barrigas", o de Francisco Gregorio de Salas, que también había vivido entre nosotros, ha sido cuando menos el de un paleto ignorante. Y cuando más se ha elevado este estereotipo no ha sido precisamente en la persona de Sancho Panza, ni siquiera en la de Don Quijote, figuras universales que excluyen toda regionalidad, sino en la de Sansón Carrasco, cuyo oficio fue derrotar el entusiasmo y la ilusión de quienes han intentado mejorarse o mejorar  a otros. La ciencia y la tecnología no han sobresalido por ello entre nosotros, porque, aparte de no tener contexto ni situación para ello, un tradicionalismo mal entendido y de fácil crédito en estas coordenadas ha considerado una locura cualquier idea de conocimiento y progreso común. 

Y así, de la lectura de esta magna obra se desprende que quien ha querido ahondar estudiando, investigando o desarrollando alguna iniciativa nueva en las ciencias, ha tenido siempre que emigrar fuera de la región e incluso de España, buscando espacios y vientos más favorables. Y, cuando han querido repatriar algo del éxito que han tenido, el reduccionismo de las mentes estrechas en todos los campos, la falta de apoyo y de oportunidades y el nulo entusiasmo general ha terminado por convertir sus esfuerzos en poco más que inútiles. La carencia de mercados, de instituciones universitarias, de industria y de tecnología nos ha obligado con frecuencia a recurrir a fuentes extranjeras o a "extranjerizar" a nuestros naturales. Y los que han quedado aquí han crecido casi siempre al estilo bonsái dentro de los límites del autodidactismo, incluso en el terreno de la enología, que tanto se ha desarrollado en la región, o han terminado por militar en las filas del meapilismo de una Iglesia que siempre se ha asegurado, con el monopolio que largo tiempo ha tenido de la enseñanza, las mentes más creativas. No resulta extraño que habiendo tantos célebres médicos y astrónomos en el Toledo medieval, la única obra realmente extensa que se haya traducido entonces no sea científica, sino el Corán por parte del médico mozárabe Marcos de Toledo en 1210, por orden del arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, quien prefería que dejase sus traducciones de Galeno y se dedicase a combatir a los herejes. Las estanterías de las antiguas bibliotecas manchegas están llenas de obras teológicas que no mueven molino. 

La obra tiene por supuesto las limitaciones que toda producción humana ha de tener; faltan aún algunos autores y hay erratas y descompensaciones, pero esos defectillos pueden suplirse perfectamente en ediciones ulteriores y ofrece un panorama inmenso y muy revelador de lo que ha sido y es la ciencia en la región. En Ciudad Real debemos recordar, por ejemplo, más que al Quijote a Alfonso X el Sabio, porque hay una facultad de lenguas modernas y clásicas y no estaría de más que hubiera un premio de traducción técnica que llevase su nombre.

Las grandes figuras de la ciencia en la región, ninguneadas como se ha hecho ahora con el español Mojica en la concesión del premio Nobel de Medicina, ahora tienen donde reunirse para hablar de su pertinaz mala suerte si se han quedado aquí. Porque abundan en estas biografías las derrotas de la voluntad, los frutos medianos o extraídos de afuera, la increíble hostilidad de la cizaña y de lo que Unamuno denominó cainismo y la consciente autolimitación dentro de las fronteras de la divulgación y de la mera enseñanza de lo ajeno.

Pero no conviene cerrar los ojos a las propias limitaciones naturales de esta tierra. El toledano Blasco de Garay, inventor de la máquina de vapor avant-la lettre, no pudo hallar el carbón ni el hierro que en Inglaterra propiciaron la revolución industrial y, lo que es peor, el entusiasmo, el eco y la ambición necesarios para impulsarla. El raquitismo del capital, el centralismo, el analfabetismo, la falta de promoción de las iniciativas inteligentes, la ausencia de imprentas, de buenas bibliotecas y de comunicaciones solventes justifican también el mediano fracaso de la investigación científica en la región. 

lunes, 15 de junio de 2020

Autores ciudadrealeños olvidados, y algunos enigmas y curiosidades sobre los mismos

Fray Juan García, natural de Almagro según Nicolás Antonio, fue un religioso dominico, que pasó a China como misionero junto al padre Díaz; después pasó a América; dejó un manuscrito, Manual de las cosas del Perú. Estos datos los he tomado de la Biblioteca americana (1807) de Antonio Alcedo

Francisco Duarte Méndez, médico natural de Ciudad Real formado en Alcalá, donde fue su profesor, según Anastasio Chinchilla, que lo alaba, autor de una Cuestión médica: si en la curación de las enfermedades, principalmente en las calenturas podridas, es conveniente purgar los enfermos en algunos casos antes que se sangren, Madrid, 1648, cuarto.

El ingeniero de minas Juan Inza escribió mucho sobre las minas de Ciudad Real en el XIX. Memoria sobre la riqueza mineral de La Mancha..., Ciudad Real,  imprenta de José Román Muñoz, 1844. La modesta, sociedad minera. Informe sobre la mina Santa Hermegilda, Alcudia, Madrid: Imprenta del Boletín Oficial del Ejército, 1853 (cuarzo con galena en El Hato, cerca de Hinojosillas). Sociedad minera Sierra Madrona. Prospecto para la formación de esta sociedad e informe del ingeniero... 1858 (hasta la página 10 firmado por Melitón Cid; sobre las minas de El Horcajo)

Amalio Maestre e Ibáñez, Ciudad Real 10 de julio de 1812 - 5 de febrero de 1872) ingeniero de minas, arqueólogo y bibliófilo, compiló una gran colección de libros y, amigo de Eugenio Maffei y Ramón Rúa Figueroa, falleció mientras corregía los Apuntes para una biblioteca española de libros: Folletos y artículos, impresos y manuscritos...1872 de estos autores.

Pedro Martínez Carnerero, natural de Abenójar y vecino de Fuenlabrada en 1678, nombra una mina de rosicler que empieza con soroches de plomo a un cuarto de legua de Cabezarados en el término de Villamayor, así como otra en la dehesa de Villagutiérrez con tres vetas de plata que corren paralelas al mismo rumbo y otras dos de cobre y oro cerca de Fuenlabrada

Hernando de Poblete nació en Ciudad Real en 1519, hijo de Diego de Poblete y Beatriz de San Martín. El apellido Poblete es hidalgo de Ciudad Real. Su padre pereció corneado por un toro. Hizo la campaña de Los Mojos con el capitán Alonso de Mercadillo. En Chile se asoció con Alonso de Córdoba y se dedicó al comercio. Tuvo una hija mestiza peruana, Isabel de Poblete, que murió en Santiago en 1553. Un año antes, en 1552, testó el 15 de abril instituyendo herederos a sus primos hermanos, hijos de Juan de Céspedes el Viejo y de Isabel Poblete y falleció antes del 14 de julio de ese año, dejando bienes por valor de más de trece mil pesos.

El desgraciado navegante y descubridor García Jofre de Loaysa (1490-1526) nacido en Ciudad Real, aunque de origen vizcaíno, fue mandado por Carlos I a las Molucas tras las huellas de Magallanes para echar a los portugueses de esas islas y traerse de paso especias (Carlos todavía no había renunciado a su soberanía, disputada con Portugal); tras descubrir el tramposo cabo de Hornos (porque son dos cabos, no uno, lo que puede enviar a la muerte al navegante descuidado sin derrotero) y las islas Marshall, falleció el 30 de julio de 1526 en el Pacífico, seguramente de escorbuto; era hermano del obispo de Mondoñedo y del comendador de Paracuellos.  Él era de la Orden de Malta o de San Juan y comendador de Barbales. Da cuenta de su expedición a Filipinas la Colección de los viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, con varios documentos inéditos concernientes a la Historia de la Marina Castellana y de los establecimientos españoles en Indias de Martín Fernández de Navarrete (Madrid: Imprenta Nacional, 1867). En dicha expedición iban Andrés de Urdaneta y Elcano, que falleció durante la misma. Estaba formada por cinco naos y dos pataches. La Historia General de las Islas Occidentales a la Asia adyacentes, llamadas Philipinadel agustino recoleto fray Rodrigo de Aganduru Moriz es algo fantasiosa, pese a que el fraile había estado en Filipinas y en Persia y conocía el paño; por ejemplo, afirma que llegaron a una tierra de gigantes donde las mujeres medían trece palmos (cada palmo castellano equivale a unos veinte centímetros), esto es, dos metros sesenta. Andrés de Urdaneta logró llegar a España doce años después, tras haber circunnavegado por segunda vez el Globo.

Fray Hernando Ayala nació en Ballesteros en 1575, tomó el hábito agustino en Montilla; estudió en Alcalá, donde fue lector de filosofía. En 1603 pasó a México y luego a Filipinas; escribió muchas cartas, al parecer conservadas.. Fue martirizado en Japón

Fray Juan Estrada, dominico traductor de La escala espiritual de San Juan Clímaco, pero no directa del griego, sino desde la traducción latina de Ambrosio camaldulense, primer libro impreso en México: Juan Pablo, 1532, es también de Ciudad Real. Su libro fue la tercera traducción al español que se hizo en el siglo. Fue muy niño a México con su padre Alonso de Estrada, primero tesorero y luego gobernador de Nueva España y por lo visto hijo natural de Fernando el Católico y de una mujer de la burgalesa casa de Estrada, según ha documentado con rigor Jaime García Mendoza ("Velo y mortaja, del cielo bajan": la historia de Antonio Serrano de Cardona e Isabel de Ojeda", en VV. AA., Historia de Morelos. Tierra, gente, tiempos del Sur. Tomo III: de los señoríos indios al orden novohispano, dir. por Horacio Crespo, coord. por José García Mendoza y Guillermo Nájera Nájera. México: Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2018, pp. 729-730); ese origen, que algunos discuten (el motivo aducido es que el salario que le fue asignado por la Corona fue de 510 mil maravedíes por año, número muy superior a los 310 mil asignados al Marqués del Valle, Hernán Cortés, lo que levantó sospechas acerca de su claro favoritismo por parte de S. M. el Rey Carlos I y se ha utilizado para sugerir una posible filiación de Alonso de Estrada con el rey Fernando el Católico, teoría contradicha indirectamente por las pruebas de limpieza de sangre efectuadas por uno de sus bisnietos, algo que con frecuencia era muy falseado) hizo que su padre se criase en palacio como caballero principal y desde muy joven pasó a formar parte de la Guardia Real. En 1516 acompañó a su sobrino Carlos I a Flandes. De allí fue enviado a Málaga como Almirante, para luego marchar a Sicilia, donde estuvo casi tres años. En 1520, como era natural, luchó a favor de su sobrino en la Guerra de las Comunidades. En 1521 fue nombrado Corregidor de Cáceres y el 25 de octubre de 1522 fue nombrado, como ya se ha dicho, tesorero de la Real Hacienda en Nueva España. Llegó allí con su hijo Juan y su esposa Marina Flores de la Cavallería o Caballería (apellido sin duda judío y con amplia descendencia en Almagro) en 1523. Ella era hija de Juan Gutiérrez de la Cavallería y Luna y de Mayor Flores de Guevara. 

Su hijo, el dominico Juan Estrada, pasó de México a un convento del reino de Granada, pero su enorme rigor ascético le hizo enfermar, por lo que su hermano Luis Alonso de Estrada, señor de Picón, se lo trajo a esta villa, donde murió en 1579 (otros dicen que en 1570).

Pero volvamos al padre, Alonso de Estrada, situado en Nueva España por el emperador para controlar al marqués del Valle, Hernán Cortés; don Alonso fue el primer gobernador de Nueva España antes de que esa función fuera desempeñada por virreyes, y no paró de intrigar contra Cortés. Por el expediente de limpieza de sangre de Jorge de Alvarado y Villafaña, su bisnieto, se sabe que Alonso de Estrada fue "oficialmente" hijo de un tal Juan Hernández Hidalgo y de su primera esposa (cuyo nombre no recordaban los testigos), siendo sus abuelos paternos Diego Hernández Hidalgo (residente en Ciudad Real) y María González de Estrada.

Sin embargo, lo normal entre los bastardos reales era que se hicieran religiosos, para así impedir peligrosas pretensiones políticas. Ello sería aún más deseable en el caso de Fernando el Católico, rey de Aragón sin otra descendencia que la castellana.

Pedro Antonio Castellanos (Ciudad Real, 1480 - La Solana, 1556) fue un conquistador español. Su madre, María Pimentel, poseía una haciendilla en La Solana a la que se retiró en su vejez. Su padre era amigo de Jerónimo Velázquez, gobernador de Cuba, así que no quiso ir con Hernán Cortés, antes bien marchó en la expedición que hizo Velázquez contra él como uno de sus jefes; pero la mayoría de sus soldados se unieron a Cortés, y este lo aprisionó. Regresó a Cuba liberado, y Velázquez lo mandó con sus acusaciones a Cortés a ver a Felipe II, pero ya se había vuelto partidario de Cortés; cuando este regresó a la Corte se lo agradeció y se hicieron amigos. Murió Castellanos en La Solana, dejando tres hijos, dos varones que fueron a pelear al Nuevo Mundo y una hija que fue dama de honor de Isabel de Valois, tercera mujer de Felipe II; no sabemos por qué, quizá por cuestiones de espionaje, Felipe II la desterró y marchó a Francia, donde murió separada de su familia. Su hijo Bernardo, nieto de Pedro Antonio, empero, fue un gran aficionado a las antigüedades y escribió unos diálogos de numismática sobre las distintas monedas de los reyes de España hasta Felipe II; el manuscrito lo conservaba Basilio Sebastián Castellanos de Losada, fundador de la Academia de Arqueología en 1837.

El franciscano fray Antonio de Ciudad Real nació en Ciudad Real en 1551; pasó a México en 1573 con el nefasto obispo de Yucatán Diego de Landa, quien quemó los códices mayas; en 1582 fue nombrado secretario del padre Alonso Ponce, comisario general de los franciscanos, a quien acompañó en su vistia; fray Antonio escribió entonces una Relación de las cosas que sucedieron... que solo fue publicada en Madrid en 1872. Es autor también, entre otras obras, de un gran diccionario de la lengua maya, el Gran diccionario o Calepino de la lengua maya de Yucatán en seis volúmenes, que se conserva en parte el manuscrito en su convento de Yucatán, aunque el Duque del Infantado poseía una copia completa que se ha perdido. Es un diccionario maya / latín. Le costó a su autor cuarenta años de trabajo. Otras obras: Sermones santos en lengua maya y Tratado curioso de las grandezas de la Nueva España, ambos manuscritos. Murió en 1617.

José de Aguilar imprimió en 1858, en Ciudad Real, imprenta de Muñoz, un poema romántico muy curioso, el Sebastián, del que no queda sino un ejemplar, de posesión privada y de típicamente difícil consulta, y la fotocopia que le hice, que tengo delante. Creo que estaba emparentado con los Aguilar de Alcázar de San Juan, y por eso imprimió en Ciudad Real su poema, en alguno de los viajes de vuelta que hizo a la Península. Según mis investigaciones este hombre fue un reputado sinólogo, amigo del gran Sinibaldo de Mas, y embajador durante veinte años en Hong Kong, con residencia en Macao. Escribió un manual para aprender mandarín, El intérprete chino, este poema narrativo y alguna cosa más. El poema es bueno, sobre todo por una antológica descripción de un ciclón en alta mar que marea al más pintado. El estilo, algo deudor de Espronceda y con resabios clasicistas de Calderón y otros. Prometió una segunda parte que no llegó a la imprenta. Véase el Diccionario histórico, genealógico y heráldico de las familias ilustres de la monarquía española (1859) de Luis Vilar y Pascual, p. 63.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Vicente Sabariegos

Vicente Sabariegos (Piedrabuena, 1810 - Deleitosa, 1873), fue, según el jurisconsulto Nicolás María Serrano, carlista como él, un abogado y pintor guerrillero en la I.ª, la II.ª y la III.ª guerras carlistas.

Hijo legítimo del Licenciado Don Eusebio Sabariegos, natural de Ciudad Real, y de Doña Josefa Sánchez, su mujer natural de Piedrabuena. Fue bautizado ahí. Se casó con la hija única de Manuel Adame, el Locho, en cuya partida estuvo. Anduvo en el exilio por Europa (Francia, Portugal), donde sus cuadros eran bastante solicitados, siempre según las noticias recogidas de la prensa por Serrano en su historia de las guerras carlistas. A fines de julio de 1869 levantó una partida carlista de campesinos y menestrales contra los acaparadores en las ciudades, los desamortizadores absentistas del campo, contra los usurpadores del patrimonio comunal municipal y para restablecer el poder económico de la Iglesia. Tuvo una refriega en los baños de Fuensanta contra la Guardia Civil. En la noche del 23 al 24, siendo brigadier de las tropas legitimistas y con el mando militar de La Mancha, junto con el coronel Joaquín Tercero se sublevaron en las afueras de Ciudad Real con un centenar de hombres, algunos veteranos de la primera guerra. Pero cayó en combate en Extremadura y allí está sepultado. Su nombre está escrito en el palazzo veneciano del rey que juró servir.

Así dice el DBE:

Sabariegos Sánchez, Vicente. Piedrabuena de Calatrava (Ciudad Real), 19.IV.1810 – Deleitosa (Cáceres), 6.XI.1873. Guerrillero y general carlista.

Era yerno de Manuel Adame, El locho, a cuyas órdenes se lanzó a la campaña carlista de 1833, y al que acompañó en su retirada a Portugal, donde se unieron a don Carlos. A principios de junio de 1834 su nombre aparece, con el grado de teniente coronel, en la lista de oficiales que embarcan con don Carlos hacia Inglaterra. De allí pasó al Norte, formando parte del escuadrón de la Legitimidad.

En algún momento de la campaña, y muy posiblemente debido a su participación en una de las expediciones que salieron del Norte, Sabariegos se volvió a incorporar a las partidas de su tierra natal, donde estuvo al frente del escuadrón de Tiradores de la Mancha. No aceptó el Convenio de Vergara y se retiró a Francia con las tropas de Cabrera. Tras una breve estancia en Bourges, donde residía don Carlos, Sabariegos se estableció en Portugal, desde donde penetró en España en 1848, durante la Segunda Guerra Carlista. Subordinado del brigadier Peco, este le encargó establecer la guerra en la provincia de Ciudad Real, pero herido en un encuentro tuvo que regresar pronto al país vecino. Allí residió hasta 1858, en que volvió a España, y tras la revolución de septiembre se puso a las órdenes de Carlos (VII), que le nombró mariscal de campo.

Nombrado comandante general de Ciudad Real, se sublevó en las proximidades de la capital de la provincia en la noche del 23 al 24 de julio, reuniendo inicialmente en torno a un centenar de hombres, con los que sorprendió al pequeño destacamento de la guardia civil de Picón, al que hizo prisionero, pero poco más tarde era batido en las proximidades de Piedrabuena. Derrotado y preso a mediados de agosto el general Polo, jefe del alzamiento, Sabariegos trató aún de mantenerse en campaña, pero se vio obligado a refugiarse en Portugal a principios de septiembre.
No tuvo más suerte en su intento de establecer la guerra en Extremadura en abril de 1872, coincidiendo con el gran alzamiento carlista que dio comienzo a la Tercera Guerra. Nombrado comandante general de Galicia a principios de 1873 se trasladó a su nuevo campo de operaciones, siendo derrotado nada más comenzar la campaña en la Sierra de San Mamed, por lo que optó por situarse sobre la frontera hasta que a principios de mayo lanzó a una nueva correría, ocupando Ginzo de Limia al frente de sesenta hombres, pero siendo batido el 12 en el puerto de Barrozos y obligado a refugiarse en Portugal.

En septiembre de 1873 Carlos (VII) le confirió el mando de las provincias de Ciudad Real, Toledo, Badajoz y Cáceres, y en menos de un mes consiguió reunir cuatrocientos diez jinetes y cuarenta infantes, con los que mantuvo varios encuentros favorables con las tropas liberales, consiguiendo entrar en Urda, Fernán-Caballero, Herrera del Duque y Guadalupe. El 6 de noviembre derrotó en Retamosa a una columna de ciento cincuenta guardias civiles, pero falleció en el combate, siendo enterrado en la vecina localidad de Deleitosa.

Bibl.: F. de P. Oller, Álbum de personajes carlistas con sus biografías, t. III, Barcelona, La Propaganda Catalana, 1890, págs. 120-124.

Alfonso Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera

Así dice la Wikipedia:


Vicente Sabariegos Sánchez (Piedrabuena, 19 de abril de 1810 - Retamosa, 6 de noviembre de 1873) fue un militar español que intervino en las tres guerras carlistas, apoyando en todas ellas al bando carlista.

Biografía

Nació en Piedrabuena el 19 de abril de 1810.1​nota 1​ Estudió en Ciudad Real Filosofía y Bellas Artes. Contrajo matrimonio con la única hija del coronel carlista Manuel Adame Locho. Formando parte de la partida de su suegro, participó en la Primera Guerra Carlista llegando a obtener el grado de coronel mayor del Regimiento de Tiradores de la Mancha.1​ Con el citado regimiento formó parte sucesivamente de los ejércitos del Norte, de la Mancha, y de Aragón y Valencia. A pesar de la capitulación de las tropas carlistas del Norte en el Convenio de Vergara, continuó la lucha en las filas del general Ramón Cabrera con cuyos batallones se retiró a Francia en mayo de 1840.

Exiliado en Londres, frecuentó los círculos del pretendiente Carlos VI, quien al comienzo de la Segunda Guerra Carlista le ascendió a brigadier y lo nombró comandante general de la Mancha. A partir de 1847 hasta finalizar el conflicto en 1848 organizó las partidas guerrilleras en ese territorio hasta que tuvo que entrar derrotado en Portugal en 1848. Por sus méritos le fue concedida la Gran Cruz de Isabel la Católica.

En 1869 se alzó en La Mancha por el nuevo pretendiente, Carlos de Borbón y Austria-Este, pero debido al fracaso de la insurrección general, la partida se disolvió pronto, logrando escapar Sabariegos.3​ En 1872, al comienzo de la Tercera Guerra Carlista, se levantaría de nuevo, siendo nombrado por Don Carlos comandante de las provincias de Extremadura. Más tarde organizó y dirigió la rebelión en Galicia y finalmente volvió a hacerse cargo de los batallones extremeños, manchegos y andaluces. Recibió la orden del cuartel real de impedir el reclutamiento de tropas que había acordado el gobierno republicano para enviarlas a sofocar el Cantón de Cartagena y la rebelión carlista. Tras recorrer las provincias de Ciudad Real, Badajoz, y el norte de las provincias de Sevilla y de Huelva volvió al norte de Cáceres donde en un encuentro con una compañía de la Guardia Civil en las cercanías de la aldea de Retamosa, en la provincia de Cáceres, resultó muerto el 6 de octubre de 1873. Su cuerpo está enterrado en la cercana población de Deleitosa.2​ Fue sustituido en el mando por José Díez de la Cortina y Cerrato.4​

Notas

 La Ilustración Española y Americana sitúa su nacimiento en Portugal, donde habrían estado exiliados sus padres durante la Guerra de Independencia Española.2​

Referencias

 Ayuntamiento de Piedrabuena

 Martínez de Velasco, Eusebio (24 de noviembre de 1873). «El jefe carlista don Vicente Sabariegos». La Ilustración Española y Americana: 707.

 «Tradicionalismo». Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana. Tomo 63 (Espasa-Calpe). 1928. p. 474.

 B. de Artagán (1918). Príncipe heroico y soldados leales. Biblioteca de "La Bandera Regional". p. 120.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Rajoy e Íñigo

Los políticos no suelen quejarse de que la opinión los maltrate, pero los del pepeísmo son un caso (o un Casado) aparte. Quizá porque no son políticos, sino mangos y mangueras acostumbrados desde hace ochenta años a vivir a lo piojo. Unos piojos que se sienten picados por los demás, cuando son ellos los irritantes. Los otros se encogen de hombros con lo que decía Heine: "Dios me perdonará. Es su oficio". Y qué oficio más desagradable. Creo recordar que el Jefe también tenía un cajón para irrecuperables como Rajoy, aunque el teólogo Karl Rahner postule que está vacío. Lo de Rajoy no es ya corrupción, sino cadaverina. Si sigue así, incluso se volverá inorgánico, que carcinogénico ya es. Aunque se vista de seda. ¿Se han fijado en que se tiñe el pelo cuando las elecciones?

Al respecto juzgo que no se ha considerado bien el único y luminoso neologismo que ha creado esta bendición para la izquierda, el miserable y tartapensante Ruiz: aprovechategui. Los ingenuos de siempre creerán que la voz tiene emanación etarrasuna, pero no, qué va; lo apaladinaré para que todo el mundo lo entienda, que soy casi filólogo. De la yerma cultura de este brote patatal solo puede surgir algo que tenga que ver con el Marca, única nublada y dudosa fuente de donde nace ese Nilillo gallego. Sicut cervos ad fontes. Y hete aquí que surge el nombre de un tal Lopetegui, seleccionador nacional de balompata. Si se apercibe que el galaico gargajo llevaba la dirección del señor Rivera cuando este divulgó que buscaba "seleccionar" candidatos foráneos limpitos para las alcaldías de Barcelona (Valls) y Madrid (Bragas Rosa), uno entenderá la mente preclara del inefable. ¿Con quién iba a sustituir a tanto encausado con causa? Problema futbolístico este que ni Zidane.

Esto me recuerda a cuando nadie entendió por qué el canciller Kohl se rio al oír un momento de la traducción simultánea alemana del discurso de Umbral en los premios Príncipe de Asturias. El hijo bastardo de Leopoldo de Luis había comparado a Kohl con un mandarín, y el orondo alemán se descojonó que no pudo más. El poeta había intuido lo que Kohl y los mandarines tenían en común: el muro de Berlín no era sino una muralla china entre bárbaros y civilizados, y Kohl lo había echado abajo patrocinando la reunificación alemana.

Pero nosotros somos gente seria y decente y no hablamos de política, como no se suele hablar de los crímenes, las cunetas y de otras cosas vergonzosas, sana costumbre que heredamos del higiénico y censurador franquismo. Es de mal gusto, como la democracia. Yo venía a hablarles a ustedes de Íñigo. No de Errejón precisamente, sino del simpático José María. Ese preguntador implacable que era el rey de las entrevistas. Todavía recuerdo cómo su agresiva e inagotable curiosidad, tan bien dirigida, dejó en pelota picada la indecencia y corrupción del embajador de Guinea Ecuatorial rodeándolo de una placenta de cuestiones espinosas. Hoy mismo he comprado en una librería de viejo un libro suyo, Mundo famoso, impreso por una caja de ahorros en 1979. Es una colección de entrevistas precedida por una autobiografía de cuarenta páginas que no ha citado ni uno solo de los periodistas que le han hecho necrológica (o, como se suele decir en jerga periodística, morituri: un artículo periodístico biográfico escrito en previsión de que alguien célebre se muera al que se echa mano veloz cuando sucede). Tratar con esa desmemoria a tan poliédrico personaje es como matarlo dos veces. Pero como la misión de un (casi) filólogo es ir a las fuentes, allá me voy y les resumo el escrito.

Íñigo se dice de familia obrera vasconavarra; en su casa nunca paraban los Reyes Magos porque no había con qué. Se sacó en un solo año el bachillerato elemental con reválida y todo, en el colegio de los claretianos de Bilbao "no porque fuera un niño prodigio, sino porque estudiaba día y noche, laborables y festivos. Por desgracia, ese es el único título que tengo. Título que ahora han devaluado mucho y llaman graduado escolar". Pero el chico, de pocas palabras, introvertido, reconcentrado y tímido, era un lector compulsivo:

Pasaba las horas leyendo libros de toda especie, hojas de periódicos, revistas... Lo mismo un tratado de química orgánica que la vida de Santa Lucía, lo mismo una entrevista con Jorge Negrete que los horarios de los barcos del puerto. Hasta que tropecé con un método de inglés. Se trataba solo de una jerga americana, no de verdadero inglés, pero me lo aprendí y salía a la calle dispuesto a encontrar empleo como traductor o intérprete. A los doce años me metía entre los turistas para practicar el idioma y señalarles por donde se iba a un sitio u otro. Caían algunas propinas, pocas. Recuerdo que un día me encontré en la calle con un grupo de militares egipcios de estado mayor. Me contraté informalmente como guía y le caí simpático a uno de ellos llamado Nasser. Nos hicimos amigos... nos hemos carteado, me invitó a su país y aún conservo en mi cajón de tesoros aquellas cartas del dirigente árabe (pp. 14-16)

Entró de chico de los recados en una compañía de suministros eléctricos. Amante del trabajo, además empezó a dar clases de inglés en varias academias. Más adelante llegó a dominar también el francés, portugués, italiano y alemán; por su cuenta aprendió también a leer en otros idiomas que no llegó a manejar como esos. Tradujo tomos de cirugía y de fundición del inglés y a los diecisiete años se introdujo en Radio Bilbao como locutor de inglés para emisiones especiales. Le importaba un rábano la música joven y pop, pero se convirtió en el primer jinete de discos o disc-jockey de Bilbao, bajo el nombre de "mister Ritmo". Escribía además (y traducía) reportajes en La Gaceta del Norte. Y poco después envió otros originales para los servicios especiales de la agencia Efe. Incluso pudo comprarse un coche. Le tocó entonces irse a la mili en El Carrascal de Pamplona. Allí conoció al director y realizador Pedro Olea, quien luego lo introduciría en televisión. De Pamplona salió con la idea de meterse en Madrid.

Para  no andarme por las ramas (cosa que nunca me ha gustado mucho) me fui directamente a hablar con el director de la SER [...] En Radio Madrid (vino a decirme) solo trabajaban primeras series, primerísimas series. Voces superconocidas. yo no era más que un chico de provincia con buenas intenciones y un currículum muy ruidoso, pero de escaso prestigio [...] ¿Qué línea de tu currículum puede convencer al mundo de que eres un tipo bueno en este oficio?) La BBC. La bibisí de Londres! (p. 20)

De modo que vendió el coche y se fue a Londres en 1965. 

Se rompieron pocas lanzas en favor de nuestra generación. Dicen la generación bocadilllo, la generación del silencio. Pero nosotros ¿qué? Con nuestra hambre nos lo comeríamos. Y eso que no teníamos culpa de nada. Y lo que es peor, tampoco teníamos idea de nada. Digo lo del hambre porque es lo que a mí me ocurrió en Londres. Me tiré los cuatro primeros meses viviendo del coche y otros ahorrillos en una habitación mísera. Luego las reservas se me acabaron y continué viviendo en el mismo sitio. Lo llamaban el Valle de los canguros por la cantidad de australianos que allí vivían y quizá porque otros como yo vivíamos a salto de mata. Calculando mi primera estancia en Londres en quinientos días, debí de comer unas ochocientas tortillas de patatas. Otros manjares ni soñarlos, claro (p. 21).

Después de medio año intentando introducirse en la BBC consiguió únicamente que un tipo le diera un buen consejo: "Si consigue usted que las casas de discos renuncien a sus derechos de retransmisión por radio, obtendrá trabajo". Algo prácticamente imposible. Pero él iba haciendo trabajillos de intérprete para músicos españoles que paraban por allí.

Me encontré que un gitano estaba actuando en un teatro de Londres. Era una noticia sensacional e insólita. Me raspé los bolsillos con las uñas, compré una entrada y fui a verlo. Se llamaba Pedro Calaf, pero se hacía llamar Peret. Por supuesto, ni él ni sus compañeros sabían una palabra de inglés. Aproveché la coyuntura para servirles de guía fiel e introducirles en los antros londinenses que yo había empezado a conocer. Incluso los hice ir a sitios en que las primeras gogós de la historia mostraban sus muslos sin vergüenza. Me lo agradecieron mucho. Querían pagarme. Me negué. Aquello venía a ser una cuestión de patriotismo. ¿Cómo pagarme el favor entonces? "En fin, podrían ustedes renunciar a los derechos de emisión de los discos..." Insinué yo por milésima vez. Señores ¡lo hicieron...! Fue un favor tan grande que se lo recuerdo al bueno de Peret siempre que nos topamos en el oficio. A pocas personas debo tanto. Así conseguí ser aceptado en los estudios de la BBC... Para celebrar el éxito me dejé crecer el bigote y arrojé mi cotidiana tortilla al cubo de la basura. Solo me pagaban quince mil pesetas al mes, una auténtica miseria en Londres, y desde luego mucho menos de lo que yo ganaba en Bilbao, pero me había convertido en locutor de una emisora inglesa... Era un pop, un yeyé, un in... Desde luego me sobraba tiempo para pensar. Para pensar en serio. Habitualmente andaba solo, estaba solo. Veía películas, leía libros, presenciaba todos los espectáculos que se ponían a tiro. Incluso decidí ligar con alguna chavala, por aquello de mejorar el idioma, no por otra cosa. Estaría bueno. Y pensé en mí y en lo que yo quería y en cómo conseguirlo. Los caminos estaban claros: un porvenir de oficinista ilustrado parloteando inglés, o el riesgo de un oficio que todavía hoy no sé dónde me llevará. Aborrecía los horarios y me divertía la diversión. La acción, no la canción, aunque viviese de ella. Quería ser lo que hoy soy. Sin problemas económicos, sin rigidez de horarios, libre, obrar a mi gusto, no estar debajo de nadie. En fin, quería lo que todos quieren a los veintitrés años... Al año y medio de haber llegado a Londres, volví a Madrid (pp. 22-24).

El señor Fontán lo contrató en Radio Madrid. Trabajó en programas musicales, algo que nunca le gustó demasiado. Había aprendido mucho en Londres y se convirtió en un crítico musical independiente, muy sincero y temible. "Si un disco me parecía malo, lo decía con toda la tranquilidad del mundo y con las debidas palabras, no a medias. Era muy agresivo. Continúo siéndolo, dicho sea de paso, pero entonces lo era con furor. Creo que me encontraba en Madrid demasiado solo, lo mismo que en Londres, y descargaba mi furia contra los cantantes". Vivía en una modesta pensión de la Gran Vía. 

Vivía de noche y era raro que se fuese a la cama antes de las cinco de la madrugada. "Lo hacía en parte porque me gustaba y en parte porque resultaba deprimente encerrarse en la habitación alquilada, sin nadie con quien hablar ni nada que hacer. Por supuesto, conocía como nadie el Madrid nocturno del ambiente musical. Quizás ni los mismos camareros han pasado tantas horas como yo en aquellas rutilantes discotecas de la Gran Vía. Y sentado en la escalera, siempre en la escalera... bebiendo naranjada. Nunca he bebido combinados, whiskies ni alcoholes de otro tipo. Tampoco fumaba, ni entonces ni ahora. ¿Qué diablos estaba yo haciendo ahí? Contemplar, mirar, escuchar. ¿Por qué en una escalera? A finales de los sesenta, e imagino que ahora también, la gente del mundillo no pagaba por entrar en las discotecas. Hasta las consumiciones eran gratis. Pero yo, que quería conservar por encima de todo mi fiera independencia, pagaba todos los días. Entonces, dado que la sala estaba siempre abarrotada, los camareros echaban de las mesas a los que bebían de gorra y me hacían sentar a mí. Como estaba solo y era conocido, muy pronto empezaban a llegar cantantes, músicos y las primeras fans para hacerme compañía. Aquello no me divertía nada, así que opté por sentarme siempre en las escaleras. De ese modo nadie se me acercaba. Era un mundo fascinante y loco, un mundo que, al menos para mí, no volverá más (p. 27-28).

En un extravagante concurso organizado por Licor 43, llegó a dormir dentro de la gran pirámide de Keops... pero no pegó ojo. Escribió en la revista Mundo Joven, recorrió medio mundo, muchas veces como corresponsal en festivales de la canción, tuvo una novia inglesa con la que rompió porque no pudo soportar comer angulas, se casó a los ocho días de conocer a una judía brasileña, Josette, y tuvo de ella dos hijos. Coleccionó rinocerontes de todo tipo, en piedra, cristal, cuero, madera, cerámica, metal barro, pintados... llegó a tener unos cuatrocientos. Luego sustituyó esa manía por la de la fotografía y coleccionó las "comprometidas" de los toreros en apuros. Sus experiencias en la tele darían para otro artículo. 

sábado, 6 de enero de 2018

Epistolarios

Anna Caballé, "Literatura a la carta. La constante aparición de nuevos epistolarios demuestra el creciente interés por el género que se vive en la cultura española. Pero no siempre fue así", en El País, 5 ENE 2018

La reciente publicación de dos importantes epistolarios —Cartas a Mercedes, del novelista murciano Miguel Espinosa, y las cartas cruzadas entre Gerardo Diego y Juan Larrea entre 1916 y 1980—, así como la traducción de la correspondencia íntegra, sin cortes, de Virginia Woolf con Lytton Strachey, nos permite reflexionar, una vez más, sobre el interés emergente de las correspondencias en el seno de la cultura española. Bienvenido sea, pues sabemos que no siempre fue así. De hecho, hasta fechas recientes las cartas, así como otra documentación autobiográfica —archivos, diarios, notas personales, borradores, manuscritos—, fueron papeles que tenían una dimensión estrictamente erudita, cuando la tenían, sin que se comprendiera su enorme alcance testimonial, biográfico y tantas veces literario.

Pero la función principal de la carta ha sido siempre la comunicación. Alguien tiene algo que decir a otra persona y ese es el motivo que permite establecer una correa de transmisión gracias a la cual la distancia geográfica o la distancia psíquica logran superarse. Hasta la llegada del teléfono las cartas iban y venían constantemente, de una calle a otra de la misma ciudad, de una ciudad a otra, de un país a otro, de uno a otro imperio… Era el único modo eficaz de ponerse en contacto y, como ahora ocurre con el correo electrónico o las redes sociales, la gente ocupaba una parte significativa de su tiempo para mantener al día su correo. En la medida en que las cartas tienen un destinatario concreto, indicado, bien en los mismos pliegues del papel (procedimiento habitual cuando la carta se entregaba en mano), bien en el sobre, su contenido depende de a quién se dirigen. Es la naturaleza de la relación entre los corresponsales la que condiciona el contenido, el estilo y el mundo de afectos que se construye sobre el papel.

Dicho esto, es evidente que, aunque la carta esté condicionada por el destinatario y por la relación contraída con él, hay mucho que decir del remitente. Américo Castro, cuando escribe a su amigo Guillermo Díaz-Plaja, poco antes de morir, le dice que, solo y aislado en un hotel de Playa de Aro, la carta es su única forma de poder tocar todavía el mundo. Muy al contrario, Ignacio de Cepeda le pedía discreción y reserva a Gertrudis Gómez de Avellaneda en 1840 cuando esta intentaba seducir al joven y pacato sevillano a través de unas valientes y al mismo tiempo estudiadas cartas autobiográficas: la escritora cubana estaba convencida de que Cepeda se enamoraría de ella a poco que conociese la nobleza de sus sentimientos. Pero no fue así: descubrir que era una intelectual aficionada a reflexionar sobre su mundo le asustó indeciblemente. Por una poco frecuente, entonces, decisión de los descendientes de Cepeda, se conserva aquella interesante correspondencia, aunque solo del lado de la autora cubana. Nadie se preocupó de la preservación de su archivo cuando murió en 1873. Como escribiría Juan Valera, a su entierro no acudieron más de 10 o 12 personas. ¿Y qué pensar de lo ocurrido con el romántico Enrique Gil y Carrasco? Cuando muere precozmente en Berlín (1846), sus amigos (entre ellos, Alexander von Humboldt) recogen sus papeles y cartas y los depositan en la Embajada de España. Allí quedarían, muertos de risa, hasta el bombardeo del edificio en la Segunda Guerra Mundial. A nadie le importaban.

Duele pensar en el maltrecho epistolario de Ramón y Cajal. La mayor parte se ha perdido

Es mejor no pensar en la pérdida documental sobre la que se ha edificado la cultura española. La destrucción, la dejadez, la rapiña, la censura propia y ajena… Concepción Arenal quemando sus cartas enviadas a la condesa de Mina dos meses antes de morir; Manuel Murguía destruyendo la correspondencia de su esposa, la gran Rosalía de Castro, después de su muerte, porque las cartas le comprometían; la viuda de José Tarín Iglesias presumiendo de haber quemado las cartas más personales de su amigo el escritor Joaquín Montaner. Todo ello nos impide a menudo escribir como deberíamos las vidas de personajes fascinantes que cruzaron nuestra historia sin que apenas tengan entidad, más allá de los hechos escuetos de su vida.

Duele pensar en el maltrecho epistolario de Santiago Ramón y Cajal. Su hijo lo depositó íntegramente en el Instituto Cajal. Pero la mayor parte de las cartas (unas 12.000, según cálculo de su editor, Juan Antonio Fernández Santarén) se han perdido. Es decir, se vendieron en su día fraudulentamente a anticuarios, pasaron a engrosar colecciones particulares o bien fueron a parar a un contenedor cuando el Centro de Investigaciones Biológicas necesitó tener más sitio en su laboratorio. ¿Son pues papeles viejos que ocupan espacio, un objeto preferido de la rapiña nacional, una huella incómoda y pertinaz de una vida vivida y que debe eliminarse? ¿O bien las cartas vienen a ser una especie de carbono 14 de la cultura biográfica, el peso atómico de una vida humana de la cual, una vez transcurrida, nos queda tan solo la acumulación de las huellas que la sobrevivieron? Dos formas, en definitiva, de tratar el pasado y de entender la cultura, pero entre una y otra hay un mundo, el que va de la barbarie o la mezquindad al respeto y el reconocimiento del prójimo y de su mundo. Pensemos en las sabrosas cartas que han sobrevivido a la historia de amor entre Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós.

El correo es un medio cultural fundamental: promueve la escritura, teje relaciones entre personas y comunidades y, como dijo Carlos Monsiváis, mantiene viva la esperanza. “Renuncio a tus poemas si piensas que con ellos sustituyes tus cartas; ese montón de alas estremecidas que vibran en mis manos, frescas con el rocío de nuestra intimidad”, escribe una moderna y abierta Ernestina de Champourcín a Carmen Conde, dos años menor y en cierto modo su discípula. Alas estremecidas, huellas supervivientes, trozos de vida perdida que nos conectan prodigiosamente con lo que un día fue.

¿Hay placer mayor que recibir una carta de alguien a quien se ama? “Me gustaría recibir aún más cartas tuyas. Me gustaría que me inundases de palabras, que me dijeses lo que ya sé pero que tanto me gusta oírte. Así, por carta, resulta menos ruborosa la confesión”, escribe un joven y ansioso Camilo José Cela a su novia, Charo Conde, el 8 de julio de 1941. La “manía epistolar” de Cela le llevaba a copiar las cartas que escribía y que por supuesto guardaba en su impresionante archivo. Casi 100.000 cartas, conservadas en la desdichada Fundación CJC y que van saliendo con cuentagotas. ¿Hasta cuándo habrá que esperar para que los investigadores puedan acceder libremente a la correspondencia del premio Nobel, imprescindible en la comprensión del funcionamiento de la cultura española durante el franquismo?

Al comienzo del artículo señalábamos el cambio de mentalidad operado en cuanto a la percepción del valor de las cartas. ¿Cuándo se produjo este cambio? Más allá de un fenómeno importante como ha sido la traducción de epistolarios escritos en otras lenguas —un hecho decisivo pues nuestra cultura es fundamentalmente una cultura de importación, que también operó en otros géneros como el diario o la autobiografía—, diría que fue la publicación del epistolario entre Jorge Guillén y Pedro Salinas, editada por Andrés Soria Olmedo. Una importante apuesta de la editorial Tusquets, pero también de la Dirección General de Investigación Científica y Técnica (DGICYT), que abrió el horizonte historiográfico a los especialistas en la generación del 27 y al público cultivado: ahí teníamos a dos grandes poetas y dos grandes amigos a los que solo conocíamos hasta entonces por sus versos volcando en la intimidad de sus cartas muchos años de vida literaria, de opiniones contundentes, voluntades, exilio, amores, logros e insatisfacciones. La publicación (1992) coincidía con la maravillosa explosión memorialística de los años ochenta y noventa, que nos permitió recuperar una experiencia colectiva hasta entonces severamente deturpada.

A los biógrafos nos queda mucha reflexión por delante dada la labilidad de la escritura digital

¿Qué ocurrirá en un futuro inmediato? Las cartas viajaron en el pasado de todas las formas imaginables. Fueron en manos de un mensajero a pie o a caballo, en recuas de acémilas, diligencias, carruajes de tiro, trenes, aviones, barcos. Metidas en sacas, perfumadas y con bellos adornos en el papel, enfundadas dentro de una botella echada al mar por pura desesperación. El siglo XXI ha revolucionado, una vez más, el formato del correo. Las nuevas tecnologías conceden de nuevo a la escritura (correo electrónico, SMS, Whats­App, Telegram, redes sociales) un espacio impensable hace unos años, cuando el teléfono era el medio hegemónico de comunicación. A medio camino de lo oral, lo escrito y lo visual (gracias a los emoticonos), el correo digital fluye torrencialmente. Con su inmensa variedad de recursos, es fruto de una creativa mutación que nos permite mantener viva la esperanza de contactar con el ausente y de tejer, o destejer, lazos con él. Incluso con los muertos, como hace Vicente Molina Foix en El joven sin alma, o bien Cecilio de Oriol y José Lázaro en El alma de las mujeres.

Tampoco la novela epistolar murió porque nunca dimos tanto valor a las cartas. ¿Cómo no aprovechar ese interés para fundar un museo nacional dedicado a promover el conocimiento de correspondencias y legados personales? ¿Cómo no hemos preparado todavía una antología con las mejores cartas escritas en castellano para ofrecer a los estudiantes un modelo histórico-literario y un estímulo humano? A los biógrafos nos queda mucha reflexión por delante dada la labilidad de la escritura digital, pero no parece que el futuro sea menos interesante que el pasado, cuando las cartas servían para envolver el pescado. Siempre se ha trabajado así, con lo que queda del día, por decirlo con Kazuo Ishiguro. Lo que queda, nunca lo que fue.

‘Cartas a Mercedes’. Miguel Espinosa. Alfaqueque, 2017. 720 páginas. 25 euros.

‘Epistolario’. Gerardo Diego y Juan Larea. Residencia de Estudiantes, 2017. 1.050 páginas. 25 euros.

‘600 libros desde que te conocí’. Virginia Woolf y Lytton Strachey. Traducción de Socorro Giménez. Jus ediciones, 2017. 128 páginas. 4,50 euros.

martes, 12 de diciembre de 2017

Gumersindo de Azcárate, el impulsor de la ley contra la usura

Andrea Aguilar, "El testamento vivo de Azcárate. El centenario de la muerte de una de las figuras claves de la modernización de la España del cambio de siglo impulsa la recuperación de su legado", en El País, 11 DIC 2017:

Desterrado en Cáceres, el jurista Gumersindo de Azcárate (León, 1840- Madrid, 1917) emprendió la redacción de un peculiar testamento cuatro décadas antes de su fallecimiento. No había acatado la directriz gubernamental de 1875 que exigía a los profesores universitarios que sus enseñanzas defendieran la monarquía y la religión católica y apelaba a la libertad de cátedra. No era la primera vez que se calentaba la “cuestión universitaria”, pero esta vez, en plena batalla por borrar el legado liberal del Sexenio Democrático y reinstaurar la monarquía borbónica, el Gobierno de Cánovas impuso el destierro a tres catedráticos: Nicolás Salmerón, Francisco Giner de los Ríos y el propio Azcárate, seguidores de los principios progresistas del alemán Karl Krause.

El calor del verano extremeño de 1875 —explicaba Azcárate en una carta a su colega Giner —le hacía añorar León y plantearse si debían “aguantar” o marchar al exilio extranjero. No hizo falta. El castigo gubernamental acabó pronto y al año siguiente impulsarían, junto a otros catedráticos, el nacimiento de uno de los pilares de la España moderna: la Institución Libre de Enseñanza.

En las cuatro décadas transcurridas desde la redacción del testamento ficticio hasta su muerte, de la que el viernes se cumplen 100 años, Azcárate y sus compañeros se emplearon en el avance y el progreso de un país convulso y atrasado. Calificado de san Gumersindo en un semanario satírico, o de un “Don Quijote vuelto a la cordura”, como le definió José Ortega y Gasset, el idealismo social y político, la irrenunciable fe en un cambio posible, fueron señas del infatigable Azcárate.

Este mes arrancan los homenajes a su legado en Madrid y León con la celebración de un seminario en la Fundación Sierra-Pambley (del 12 al 15 de diciembre Gumersindo de Azcárate, un leonés universal); la reedición de su obra Minuta de un testamento a cargo de Gonzalo Capellán de Miguel; y la celebración de debates en la sede de la Fundación Francisco Giner de los Ríos, de Madrid, en torno a uno de los principios básicos de Azcárate: la tolerancia. “En el legado de la Institución está hablar de tolerancia y también de intolerancia. La nueva edición del libro de Azcárate sitúa esta obra en su contexto europeo”, apuntó José García-Velasco, presidente del patronato de esta fundación, en la presentación de Minuta de un testamento. Le acompañó Gonzalo Aguilera, decano del Colegio de Registradores, quien recordó que Azcárate fue letrado de la Dirección General de Registros antes de volcarse en la docencia y explicó que el colegio se ha aliado con la Institución Libre de Enseñanza en el homenaje. “Este libro es el testimonio de un modo de pensar, de la preocupación constante por la reforma social de España”, apuntó Aguilera.

Las críticas que recibió en su momento se incluyen en esta quinta edición de Minuta de un testamento, a medio camino entre un ensayo político, una obra de ficción y un tratado de reformas sociales que Azcárate presentó disfrazado como un manuscrito encontrado en el que un médico anónimo trata de poner orden en sus ideas, bienes y pareceres, a la vez que ofrece una recapitulación de su vida y del contexto político. En él plantea una visión personal y razonada del credo que defendió. El jurista fue un firme defensor de la separación entre Iglesia y Estado; promotor de leyes para poner coto a la usura (la ley Azcárate, que aún sigue en vigor y a la que se han remitido los tribunales en los últimos años a propósito de las cláusulas suelo); agente del Instituto de Reformas Sociales, que trataba de mejorar las condiciones de las clases pobres; pieza angular en la organización y desarrollo de los programas de estudio en el extranjero coordinados desde la Junta para la Ampliación de Estudios. Como apuntaba la necrológica que le dedicó el diario El Sol en 1917 (y que la leyenda atribuye a Ortega) “seguir a Azcárate —como seguir a Giner— es seguir hacia delante”.

LA GIMNASIA DE TOLERAR

JUAN CRUZ

Tolerar es una gimnasia del espíritu extremadamente exigente, porque obliga también a no tolerar lo intolerable. Este tiempo en el que vivimos ha dejado entrar, en el concepto de tolerancia, la idea de que todo está permitido. Y lo que está surgiendo es la falta de respeto al verdadero concepto de la tolerancia. La tolerancia es “la paciencia por comprender lo que el otro dice”, lo que permite el diálogo que impida “la degeneración, el desgénero humano”.

Emilio Lledó, filósofo, 90 años, que ha hecho del estudio de la ética la gimnasia de su vida, dijo todo eso anoche, lunes, a partir de la figura de Gumersindo de Azcárate y de su realización principal en el siglo XX: la enseñanza como punto de partida para la educación y para la convivencia. Solo la educación, dijo Lledó en la sede de la Institución Libre de Enseñanza (ILE), nos puede defender de una sociedad que ha hecho del insulto y de la malversación de la libertad de expresión un elemento que convierte al ser humano en una amenaza del otro.

Partió el filósofo del libro Minuta de un testamento, de Azcárate. Lo había leído ya, en la edición que hace 50 años hizo de la misma obra el profesor Elías Díaz, allí presente, como el pintor Eduardo Arroyo, que ha hecho la cubierta de esta nueva edición publicada por la ILE y la Fundación Francisco Giner de los Ríos. Fue convocado el académico para un debate con los profesores Fernando Vallespín y Maribel Fierro. El primero subrayó, como Lledó, que la tolerancia no es una puerta que permita que entre todo el aire viciado que la sociedad ha de filtrar. Y la profesora Fierro se refirió a épocas pretéritas en que las tres culturas que convivieron también en la Península aceptaban convivencias ahora imposibles. Para Lledó, los malentendidos que hay acerca de la tolerancia han convertido en “un problema terrible” la deriva social en que ahora nada la definición de este concepto. Tanto Vallespín como él se refirieron a la libertad de expresión como uno de esos malentendidos que permite la laxitud con que se tolera lo intolerable. “No sirve de nada la libertad de expresión”, dijo Lledó, “si tan solo es útil para decir imbecilidades”.

sábado, 10 de junio de 2017

Los últimos y penosos días de Juan Goytisolo

Francisco Peregil, "Goytisolo en su amargo final", en El País, 10-VI-2017:

La imposibilidad de escribir y la necesidad de dinero para costear los estudios de sus ahijados deprimieron al escritor.

Hace tres años Juan Goytisolo apenas contaba con medios para subsistir. Le era imposible costear los estudios de sus tres ahijados, algo que se había convertido en su razón de vida. Le fallaban las fuerzas para emprender una obra de envergadura y en abril de 2014 escribió el siguiente documento: “Mi decisión de recurrir a la eutanasia a fin de no prolongar inútilmente mis días obedece a razones éticas de índole personal. Desaparecida la libido y con ella la escritura, compruebo que ya he dicho lo que tenía que decir. Tampoco mi cuerpo da para más. Cada día constato su deterioro y antes que ese declive afecte a mi capacidad cognitiva prefiero anticiparme a mi ruina y despedirme de la vida con dignidad”. Y seguía: “La otra razón de la eutanasia es la de asegurar el porvenir de los tres muchachos cuya educación asumo. Me parece indecente malgastar los recursos limitados de que dispongo, y que disminuyen a diario, en tratamientos médicos costosos en vez de destinar este dinero a completar sus estudios. Por todo ello, escojo libremente la opción más justa conforme a mi conciencia y respeto a la vida de los demás”.

Goytisolo escribía siempre a mano y a mano firmó el documento. Se lo pasó al ordenador la persona que solía transcribirle muchos textos, Rafael Fernández, un profesor del Instituto Cervantes de Marrakech que murió de cáncer ese mismo año. Goytisolo estaba obsesionado con la educación de sus tres ahijados: Rida, que ahora tiene 23 años, Yunes, también 23, y Jalid, 18. Rida es hijo de su gran amigo Abdelhadi y los otros dos son hijos de Abdelhaq, hermano de Abdelhadi. Todos ellos, más la esposa de Abdelhaq, vivían con Goytisolo en un antiguo hostal, que el escritor compró en 1997. Formaban lo que él llamó su “tribu” y su tribu lo cuidó hasta el final.

En 2004 comenzó a tener dificultades económicas. El entonces director del Instituto Cervantes, César Antonio Molina, le facilitó giras de conferencias en la institución e intercedió para que le encargasen cursos de verano. A partir de 2007 EL PAÍS pasó de abonarle los 250 euros que cobraba por artículo a asignarle una mensualidad de 3.000 euros. El sueldo lo percibió en Marruecos hasta el último momento, aunque no escribiera. “Una vez descontados los impuestos, le llegaban 2.200 euros, lo indispensable para vivir”, señala alguien próximo. Las fuentes que aparecen en este artículo sin nombre y apellido solicitaron expresamente mantenerse en el anonimato.

En 2014 Goytisolo asumía que su cuerpo no daba para más. Tenía 83 años, pero lo peor quedaba por venir. Siete meses después de escribir el documento de la eutanasia, en noviembre de 2014, se anunció la concesión del premio Cervantes, el más importante en lengua española, dotado con 125.000 euros. El problema es que Goytisolo se había opuesto en varias ocasiones a ese galardón. En enero de 2001, tras anunciarse el premio para Francisco Umbral, Goytisolo publicó un artículo en este diario titulado Vamos a menos donde criticaba “la putrefacción de la vida literaria española” y “el triunfo del amiguismo pringoso y tribal”.

Goytisolo terminó aceptando el premio y ese hecho le hundió más en su depresión. Porque continuaba sin fuerzas para escribir y era consciente de que se había contradicho al aceptarlo. Sus íntimos insisten en que ni le deslumbraron los focos ni le atrajeron los honores. Pero ahora que contaba con dinero para los muchachos ya no le encontraba sentido a seguir viviendo. La víspera del 23 de abril, fecha de la entrega solemne del premio en Alcalá de Henares, llamó en Madrid a un amigo para que lo ayudara a comprarse un traje. Solo disponía de una corbata y decía que no conjuntaba con la camisa. Cuando el amigo llegó al hotel le dijo que no tenía fuerza ni ánimo para salir a la calle. Su familia deseaba hacerse una foto con los reyes de España. Pero él estaba tan perdido que no solo se olvidó de la foto , sino que al concluir el acto reparó en que ni siquiera había saludado a los reyes en su discurso.

Fractura de fémur

“Nunca cometió la vileza de decir que aceptó el premio por dinero”, recuerda un allegado. En 2016, una persona que sabía de su depresión lo invitó a París a pasar unos días. Goytisolo le entregó el documento de la eutanasia. Tras leerlo, le dijo: “Como amigo te pido que no lo hagas. Porque estos muchachos, aparte del dinero, tienen derecho a tenerte ahí. No se trata solo de que les pagues la carrera. Dicho esto, si quieres seguir adelante, entonces vámonos a un notario y lo dejamos todo resuelto para tu sucesión”.

Pero Goytisolo no fue al notario. Esa misma noche de principios de marzo lo llamó Carole, hija de su esposa, Monique Lange, escritora fallecida en 1996. Carole tenía 56 años, se había separado de su marido y pidió una suma al escritor. Juan Goytisolo, que otras veces la había ayudado, en ese momento le dijo que no disponía de fondos. No obstante, quedaron para cenar al día siguiente.

"Desaparecida la libido y con ella la escritura, compruebo que ya he dicho lo que tenía que decir. Tampoco mi cuerpo da para más"

Pero ese día, al mediodía, Goytisolo recibió la noticia de que Carole se había suicidado. “Esa noche estuve con él”, relata este amigo, “y fue horroroso. Estaba ausente, con cien años más encima. Apenas podía caminar. Decidió volver a Marrakech al día siguiente, sin esperar el entierro de Carole. La familia de Carole estaba muy ofendida por el hecho de que no se quedara al entierro. Pero Juan estaba hundido”. El autor de Juan sin Tierra volvió a Marrakech. Tres semanas después, coincidiendo con la Semana Santa de 2016, se cayó al bajar las escaleras del café de la plaza Yemáa el Fna donde solía acudir cada tarde. Se fracturó el cuello del fémur. Ingresó en la Polyclinique du Sud, aunque su seguro solo tenía validez en el Hospital de Barcelona.

Como su empeño era gastar el mínimo dinero posible en sí mismo con tal de dárselo a sus ahijados, Goytisolo se empeñó en salir de la clínica al cabo de dos días. Los médicos se negaban, porque padecía insuficiencia respiratoria y flebitis. Y además, sufría unos dolores espantosos a causa de la rotura del fémur. Sin embargo, se marchó del centro. Y esa misma noche, en su hogar, quedó al borde de la muerte. El embajador de España en Rabat, Ricardo Díez-Hochleitner, y la cónsul honoraria de Marrakech, Khadija Elgabsi, lograron que la clínica lo readmitiera, aun sin pagar la garantía. Quienes lo vieron salir aquella noche de casa en camilla por los callejones de la medina aseguran que iba más muerto que vivo.

Carta del autor de 'Señas de identidad', firmada en abril de 2014, que empieza así: "Mi decisión de recurrir a la eutanasia a fin de no prolongar inútilmente mis días obedece a razones éticas de índole personal”.

Goytisolo solo aguantó tres días en el centro médico. Sin embargo, lograron convencerle para que tratarse sus enfermedades con el seguro en España. Llegó a Barcelona en abril de 2016 y permaneció un mes internado. Varios amigos, miembros de su familia española, como su sobrina Julia —musa del poema Palabras para Julia, de José Agustín Goytisolo— y empleados de la agencia literaria Carmen Barcells se turnaron para cuidarlo en el Hospital de Barcelona y en un centro de rehabilitación. Con todo, él quiso regresar a Marrakech.

Estuvo varios meses con la movilidad bastante reducida. Y el 18 de marzo de 2017 sufrió un ictus cerebral. Entró por urgencias en la Clínica Internacional de Marrakech. “Los médicos me dijeron que lo más probable era que muriese a lo largo de la madrugada”, relata la cónsul honoraria de Marrakech, Khadija Elgabsi. “Sin embargo, por la mañana recobró la conciencia y me pidió hablar con su amigo José María Ridao”. Contactado por teléfono en París, el escritor y diplomático comenta que Goytisolo estaba un poco desorientado esa mañana. “Me contó lo mal que lo había pasado. Hablaba con una leve dificultad, pero su voz era firme”.

Una vez más, Goytisolo decidió marcharse. Dejó el hospital a los tres días, contra el criterio de todos los médicos. Dos días después de llegar a casa perdió el habla y a los cuatro, la capacidad de moverse. En la madrugada del pasado domingo falleció. Su compañero Abdelhadi nos explicaba horas después en su casa: “Últimamente tenía dificultades para respirar. Pero murió tranquilo, en su cama”.

Este es el drama que cargaba sobre sus espaldas el hombre ataviado con corbata verde a rayas que el 23 de abril de 2015, durante la lectura de su discurso, preguntó: “¿Cuántos lectores del Quijote conocen las estrecheces y miseria que padeció [Cervantes], su denegada solicitud de emigrar a América, sus negocios fracasados, estancia en la cárcel sevillana por deudas, difícil acomodo en el barrio malfamado del Rastro de Valladolid con su esposa, hija, hermana y sobrina en 1605, año de la Primera Parte de su novela, en los márgenes más promiscuos y bajos de la sociedad?”.

Goytisolo logró reparar, al menos, la injusticia social que padecieron todos los miembros y ancestros de su tribu, condenados a la pobreza y el analfabetismo. Hoy, Jalid ha concluido un ciclo de formación profesional, Rida estudia cine en Marrakech y Yunes ha terminado este mes en Francia una carrera de ingeniería.

miércoles, 31 de mayo de 2017

Thoreau

I

Michel Onfray, "Thoreau, una cabaña trascendental", en Abc Cultural 7-V-2017:

El bicentenario de Henry David Thoreau, padre fundador de la literatura estadounidense, exige revisitar su obra, como el «Walden» prologado por el filósofo Michel Onfray para Errata Naturae, del que ofrecemos un adelanto

Thoreau escribió esta frase, terrible y muy certera: «Hoy en día uno se encuentra con profesores de filosofía, no con filósofos» [...]. Estaba pensando probablemente en Emerson. Emerson, su amigo… Pero Thoreau, que era un hombre difícil, tenía un concepto difícil de la amistad. Cuando pronunció el elogio fúnebre de Thoreau, Emerson no dejó de señalar este rasgo de su carácter: «Había en su naturaleza algo de militar y de irreductible, siempre viril, siempre apto, pero rara vez tierno, como si no se sintiera bien más que en desacuerdo. Necesitaba alguna mentira que denunciar, alguna tontería que poner en la picota, un cierto aire de victoria, un redoble de tambor para desplegar plenamente sus facultades [...].

El trascendentalismo de Emerson fue un movimiento filosófico estadounidense notable, al mismo tiempo que una moda (como el schopenhauerismo y el nietzcheismo en Francia). Sin embargo, la moda es lo peor que puede sucederle a una filosofía, porque se desmenuza, se diluye y se metamorfosea en monstruos construidos con fantasmas y proyecciones [...].

El Dios de Emerson no se parece en nada al del judeocristianismo, celoso y vengativo, castigador y malvado; el filósofo regresa a aquel otro que no se encuentra agotado por la razón, el análisis y la ciencia: un alma del mundo, una Superalma que asegura al ser su ser y su permanencia. Dios es asimilable al espíritu del mundo, a la energía de la naturaleza, a la fuerza cósmica. Desde ese momento, el conocimiento no debe ser una cuestión de deducción, de análisis y de razonamiento, sino de sentimiento, de sensación, de intuición, de simpatía, de empatía [...].

¿Thoreau es trascendentalista? Sí y no. Sí, porque cree en Dios, practica el conocimiento por empatía, detesta las masas y los grupos, no cree más que en la reforma individual, celebra y practica la confianza en uno mismo, preconiza y vive el inconformismo, practica la contemplación y el gozo místico, construye su vida filosófica a partir de sí. Pero no si se lo compara con Emerson, que vive un trascendentalismo de despacho y de biblioteca. El autor de «Over-soul» (La superalma) hace de la naturaleza un medio para alcanzar un fin, el éxtasis de tipo plotiniano. Para Thoreau, por el contrario, la naturaleza es un fin en sí misma y no un medio para lograr algo más que ella. Emerson quiere salir espiritualmente del mundo y solicita a la naturaleza que le provea esa salida; Thoreau quiere quedarse en el mundo, quiere gozar de la naturaleza aquí y ahora, corporal y físicamente [...].

Oportunidad existencial

Thoreau afirma que Emerson sería totalmente incapaz de manejar la carretilla en el jardín; ve en esa incapacidad práctica del espíritu puro la prueba de una diferencia fundamental. Y, de hecho, es cierto: Emerson es un filósofo de estancia; Thoreau, un pensador de los campos. Al segundo nos lo imaginamos devorando crudo un pequeño mamífero, cosa que hizo un día; al primero lo vemos más bien bebiendo té a sorbitos en el transcurso de una conversación de salón sobre la naturaleza… [...].

La cabaña es, para Thoreau, la ocasión de demostrar que el trascendentalismo no es una cuestión de libros, sino una oportunidad existencial. Una sola noche de celda y una vida intermitente en la cabaña bastan para enseñar que el filósofo vivía sus ideas y pensaba su vida, que asociaba la teoría a la práctica, el pensamiento a la acción, la filosofía a la vida. Que no era profesor de filosofía, sino filósofo.

Su amigo Emerson es un filósofo de estancia; Thoreau, un pensador de los campos

Emerson le había prestado el terreno en el que Thoreau construyó la cabaña, a orillas de la laguna Walden [...]. Imagina el lago sin fondo, sin entrada ni salida de agua, como lleno de un agua lustral susceptible de lavarlo del pecado original de la civilización. Se baña en él a diario, en la estación que sea. Cuando la superficie está congelada, se tumba en el hielo y observa bajo él la vida de las profundidades. Estudia las elevaciones y descensos del nivel del agua; la respiración del lago, como si se tratara de un ser vivo… La cabaña tiene trece metros cuadrados de superficie: tres por cuatro y medio, con dos y medio de altura. Coloca en ella tres sillas para no recibir más que a dos personas a la vez. Dispone una cama y una mesa. Una chimenea le permite calentarse. Recibe a viajeros, campesinos, leñadores, esclavos fugitivos. También a filósofos.

Publica «Walden» en 1854. Se trata de un libro grande y auténtico de filosofía. No se encuentra en él ningún concepto, ningún personaje conceptual, sino una reflexión sobre las condiciones de posibilidad de una experiencia existencial: ¿cómo llevar una vida filosófica? Thoreau no invita a que se lo imite, sino que enseña cómo puede hacerse; queda a cargo de cada cual inventar su camino, encontrar su vía.

Medicina para la felicidad

Libro grande y auténtico de filosofía, digo. En efecto. Thoreau propone lo que denomina una «medicina eupéptica»; en otras palabras, una medicina para generar bienestar y felicidad y alejar maldad y dolor. ¿Cuál es esta medicina? Regocijarse ante el esplendor de cada mañana; oponer una voluntad de goce al movimiento natural de la negatividad, que nos lleva hacia el pesimismo; desear la felicidad, que no nos es dada, sino que debe construirse; colocarse o volver a colocarse en el centro de uno mismo; transformar los inconvenientes en ventajas; buscar lo positivo en lo negativo; querer hacer de la propia vida una fiesta.

Invita igualmente a rechazar «la vida mezquina». La vida mezquina es una vida orientada hacia valores falsos: el dinero, los honores, el poder, las riquezas, la propiedad, la reputación. Es una vida ensuciada por los vicios de la sociedad de consumo: codiciar, comprar, poseer, consumir, sustituir [...]. ¿Quién podría, en efecto, no suscribir esta constatación: «Me parece evidente que muchos de vosotros vivís unas vidas pobres y serviles»? No nos pertenecemos, perdemos nuestra vida tratando de ganarla, vivimos como máquinas, entregamos siempre nuestra vida al mañana. ¿Qué hacer para dejar de llevar una vida mezquina? [...]. He aquí seis fórmulas: «Exploraos a vosotros mismos», «acometed la vida tal como la habéis imaginado», «amad vuestra vida», «simplificad, simplificad», «haceos un cuerpo perfecto», «vivid libres y sin compromiso». Precisemos.

La primera: «Exploraos a vosotros mismos». Emerson afirmaba: «Viajar es el paraíso de los bobos». ¿De qué sirve, en efecto, dar la vuelta al mundo cuando partir en busca de uno mismo resulta una odisea mucho más rentable desde un punto de vista existencial? Viajar suele ser perderse. Partir en busca de uno mismo es, tal vez, hallarse.

«Walden» invita a rechazar la vida mezquina, ensuciada por los vicios de la sociedad de consumo
La segunda: «Acometer la vida tal como la habéis imaginado». Ir en la dirección de los sueños, no ser infiel a las promesas que nos hemos hecho en la adolescencia. Thoreau escribió esta frase extraordinaria: «Si construye castillos en el aire, su obra no se perderá: ahí están bien edificados. Tan sólo ponga ahora los cimientos bajo esos castillos».

La tercera: «Amad vuestra vida». Thoreau aprecia los textos espirituales, los «Evangelios», el «Bhagavad Gita», la «Biblia», los textos mitológicos de todas las civilizaciones; estima también a los grandes maestros espirituales, Jesús y Zoroastro, Buda y Confucio. Pero no le gusta la religión cristiana, que ha enfadado a los hombres con la vida, los seres vivos, la naturaleza. [...]. La cuarta: «Simplificad, simplificad». Lo que poseemos nos posee, por lo que hay que dejar de pasarse la vida perdiéndola y cesar de querer ganarse la vida, porque lo que ganamos nos pierde. Lo que tenemos, lo que queremos, lo que esperamos, lo que poseemos: todo eso nos pierde [...].

La quinta: «Haceos un cuerpo perfecto». La práctica de los ejercicios espirituales precedentes contribuye a producir un cuerpo perfecto. Sobriedad, frugalidad, simplicidad y austeridad generan un cuerpo sano, limpio y nítido y, por lo tanto, un alma impecable. El sabio no teme ya a la lluvia, el frío, el calor, la sed, el hambre, el aburrimiento, la duda, la melancolía, la angustia, el miedo, la desesperación. Es, pues, libre…

La sexta: «Vivid libres y sin compromiso». ¡Cuesta imaginarse a Thoreau casado y padre de familia! Aunque manifestó en su juventud una pasión por cierta joven, lo que demuestra que no estaba desprovisto de libido, o aunque los encantos de la señora Emerson pudieron perturbarlo, Thoreau fue un soltero empedernido. Prefiere su compañía a la de los demás, que mantiene a distancia. En cuanto a la humanidad, ni hablamos. Escribe claramente: «Yo no doblaría corriendo la esquina para ver cómo explota el mundo» [...].

«Walden» contiene una utopía política. Ésa es, al menos, mi hipótesis [...]. Thoreau enseña la auténtica revolución, la única que vale y que no provoca derramamientos de sangre: la que permite, cambiando uno mismo e invitando al prójimo a que cambie, cambiar el orden del mundo.

II

Miguel Ángel Barroso, "El manual libertario de Thoreau para una vida sublime", en Abc Cultural, 7-V-2017:

La rebeldía del autor de «Walden» se expandió hasta llegar a Walt Whitman, John Muir, Gandhi, Luther King, Robert Frost y millones ciudadanos anónimos. La reedición de sus ensayos es más pertinente que nunca.

McAllister, el director de la Welton Academy, prestigiosa institución educativa de Vermont (Estados Unidos), mira con cierta condescendencia al profesor de Literatura John Keating, cuyos métodos alejados del carril empiezan a ser un dolor de muelas. «Muéstrame un corazón que esté libre de necios sueños, y te enseñaré a un hombre feliz», le dice.

Keating: «Sólo al soñar tenemos libertad. Siempre fue así y siempre será».

McAllister: «¿Tennyson?»

Keating: «No. Keating».

La escena es una de las más recordadas de El club de los poetas muertos, la película de Peter Weir que agitó las mentes de los jóvenes (y no tan jóvenes) a finales de la década de 1980. Espectadores que, en su mayoría, desconocían la conexión entre Thoreau, Walt Whitman, John Muir, Robert Frost... y John Keating.

Filosofía activa

El personaje que interpreta Robin Williams no tiene a Lord Tennyson, el poeta inglés del posromanticismo, como su clave de bóveda. Por eso sorprende al severo McAllister y, sobre todo, a sus alumnos, que experimentan una epifanía a lo largo del curso. «Thoreau dice que la mayoría de los hombres viven en desesperación silenciosa. No se resignen a ello. Libérense. No caminen por la orilla, miren a su alrededor», les espeta. Y también cita a Frost, fundador de la poesía moderna norteamericana, el bardo del hombre rural de Nueva Inglaterra: «Dos caminos se abrieron ante mí, pero tomé el menos transitado y eso marcó la diferencia».

El carpe diem ya está en las odas de Horacio, pero es Henry David Thoreau (Concord, Massachusetts, 1817-1862) quien coge el tópico literario para provocar un big bang de rebeldía contra el conformismo y el adocenamiento. Aprovechemos el momento porque la muerte viaja sobre nuestros hombros, porque tenemos los días contados. Hagamos que nuestras vidas sean extraordinarias.

Thoreau, que nunca pretendió adoctrinar («Cuando lean, no consideren sólo lo que el autor piensa, sino lo que ustedes piensan», concluye Keating), sino dar un aldabonazo en las conciencias para que cada cual siga su propio camino, no podía imaginar la huella que iba a dejar en generaciones de lectores de todo el mundo.

«La obra de Thoreau nos saca de las bibliotecas y nos invita a llevar una vida filosófica en el día a día: su vida se hermana con su pensamiento, es subversiva contra la mercantilización, la oligarquía, el dominio de los capitales y las finanzas sobre la independencia y la soberanía de los pueblos. Su discurso es plenamente vigente y ya no basta con indignarse», reflexiona Maximilien Le Roy, guionista (A. Dan se encarga de los dibujos) de la novela gráfica Thoreau. La vida sublime, reeditada por Impedimenta. Le Roy recuerda que Mahatma Gandhi descubrió la obra de Thoreau en prisión y lo convirtió en su «maestro» («Bajo un gobierno que encarcela injustamente a cualquiera, el hogar de un hombre honrado es la cárcel», dice el autor de La desobediencia civil, libro de cabecera de Gandhi); y Martin Luther King Jr. afirmó haber dado vida a las enseñanzas del filósofo en sus acciones contra la segregación racial de los afroamericanos.

Contra la opresión

Aunque los hombres ilustres no tienen por qué servir necesariamente como argumento de autoridad. Así, una legión de anónimos defensores del medio ambiente, antimilitaristas, anticolonialistas, activistas por la antiglobalización y rebeldes de todo signo han encontrado en los escritos y en la vida de Thoreau armas contra las múltiples formas de la opresión.

Emma Goldman, legendaria pionera en la lucha por la emancipación de la mujer, lo describe como «el mayor de los anarquistas norteamericanos». Por el contrario, el filósofo Michel Onfray -autor del prólogo de Walden que Errata Naturae acaba de lanzar en una edición especial 200 aniversario- invalida este calificativo: Thoreau no es anarquista, sino libertario. Según Onfray, el anarquista cree en los «ideales progresistas del siglo XIX»; el libertario, por su parte, no se «sacrifica» por ningún ideal.

«No es un teórico metódico, inventor de una filosofía coherente, sino un escritor que se desliza desde una imagen a otra, en perpetua búsqueda de una nueva formulación apropiada para el lenguaje que él presiente. Su pensamiento es complejo, cambiante, paradójico, provocador», apunta Michel Granger, profesor de Literatura de la Universidad de Lyon y especialista en escritores del «renacimiento americano» como Emerson, Hawthorne, Whitman, Poe, Twain, Melville y Thoreau.

Thoreau no pretendió adoctrinar, sino agitar las conciencias para que cada cual siga su propio caminoNuestro filósofo dejó su impronta en John Muir, probablemente el primer ecologista moderno. Nacido en Dunbar, en la costa este de Escocia, en 1838, escribió una decena de libros y cientos de artículos donde defendió su particular filosofía sobre la vida salvaje y la preservación de los espacios naturales. «El camino más claro hacia el Universo pasa por un bosque virgen», sentenció este admirador de Humboldt (no perdamos de vista al sabio prusiano en esta historia de humanistas-naturalistas decimonónicos que estaban en contacto, o sabían los unos de los otros, sin necesidad de Facebook). Muir tuvo su cabaña «a lo Walden» en el valle de Yosemite, donde también recibía. Por allí apareció Ralph Waldo Emerson, que no quiso acampar al raso. Un detalle que «no decía nada bueno del glorioso trascendentalismo», pensó su anfitrión. Aunque no minusvaloremos a Emerson, que firmó frases del tipo «nada puede traeros paz salvo vosotros mismos. Nada puede traeros paz salvo el triunfo de los principios».

Y, por supuesto, Thoreau sembró en su admirador más extremo, Chris McCandless (1968-1992), el brillante estudiante que renegó del materialismo vacuo de la sociedad norteamericana y soñó con abandonarla, al estilo de su ídolo, para hacerse dueño de sí mismo y regenerarse por el espectáculo de la naturaleza. Tras dar algunos tumbos eligió Alaska para su propósito y vivió varios meses en un autobús abandonado, el «autobús mágico» que apareció en mitad de la nada, hasta que murió de inanición, derrotado por esa naturaleza que le exigió algo más que romanticismo. Su peripecia -alabada y criticada a partes iguales- se cuenta en el libro Into the Wild (Hacia rutas salvajes, de Jon Krakauer, editado por Zeta Bolsillo en 2008) y fue llevada al cine en 2007 por Sean Penn.

En este año de celebración no faltan los ensayos inspirados por el pensador, como El triunfo de los principios. Cómo vivir con Thoreau, del barcelonés Toni Montesinos (Ariel, 2017), una amena aproximación a su vida y obra. «Él nos conmina a ser valientes, no de modo ampuloso en situaciones especialmente épicas, sino en el día a día», escribe Montesinos. «Nos enseña a ser buenos, puramente buenos, sin hipocresías sensibleras ni jactancias, sino con la firme intención de practicar la bondad con fines determinados, casi de forma pragmática; nos enseña a mirar con respeto la naturaleza y ser humildes ante ella, sin dejarnos cegar por los impactantes adelantos tecnológicos; nos enseña, en definitiva, a no resignarnos al estilo de vida al que la sociedad estandarizada nos arrastra y a tener un criterio propio firme y sosegado».

¿Malos tiempos para la filosofía? Lean a Thoreau. Tendrán un mejor día. Tal vez, si perseveran, una mejor vida. Basta con abrir al azar una página de Todo lo bueno es libre y salvaje (Errata Naturae, 2017) y recitarse uno de los aforismos que contiene. «Me gusta que mi vida tenga un amplio margen». «No puedo deciros lo que soy, más allá de un rayo de sol. Lo que soy, lo soy, y no lo digo. Ser es la mejor forma de explicarse».

III

Alfonso Armada entrevista a Robert Richardson: «El mensaje primordial de Thoreau es estoico: tenemos que volver a la naturaleza». Abc Cultural, 7-V-2017:

«Thoreau. Biografía de un escritor salvaje» (Errata Naturae), escrita por el profesor e historiador estadounidense Robert Richardson, es por su claridad, rigor y elocuencia el mejor prólogo para entender al autor de «Walden»

Aunque nació hace 83 años en Milwaukee (Wisconsin), tal vez el haber crecido entre Medford y Concord (Massachuseyts, la tierra de Henry David Thoreau) trazó el destino de Robert (Bob) Richardson. Además de haber enseñado en Harvard, Yale, y las Universidad de Colorado y Sichuan, en China, tras escribir dos libros sobre literatura, cine y mitología ha centrado su escritura en figuras como Emerson o William James, que le han marcado vital y espiritualmente, pero sobre todo Thoreau. A pesar de que su biografía del autor de Walden se publicó en 1986 en Estados Unidos, llega ahora al lector español prístina y reveladora como cuando fue escrita. Casado en segundas nupcias con la también escritora Annie Dillard, trabaja actualmente en el siglo XI en Persia y el XIX en Inglaterra, y la obra de dos poetas: Omar Jayam y Edward FitzGerald. Incluso el correo electrónico (como fue hecha esta entrevista) puede revelar un carácter, pero tres breves conversaciones telefónicas demostraron que la amabilidad es en Bob Richardson una cualidad del alma que redunda en la claridad de su prosa. Como a Thoreau, tampoco le gustan los sonajeros.

¿Por qué decidió dedicar tiempo a Thoreau?

Tomé la decisión de trabajar sobre Thoreau cuando enseñaba en la Universidad de Denver, en Colorado, en los años setenta del siglo pasado. Un día, antes de que comenzaran las clases, estaba leyendo el Diario de Thoreau. Él decía que si quieres ver ratas almizcleras en medio de la corriente necesitas permanecer inmóvil durante cinco minutos y observar la orilla, donde la vegetación brota del agua. Bajé caminando hacia el río que atraviesa la ciudad, me quedé quieto durante cinco minutos y, tal como Thoreau aseguraba, una rata almizclera apareció justo donde él dijo que lo haría. Así que, pensé: no necesito irme a vivir en Concord, Massachusetts, para aprender de este hombre. Todos los sitios pueden ser Concord. Thoreau tiene algo para cada uno de nosotros. Para ver hay que querer ver.

¿Por qué siguen siendo su figura, sus ideas y sus escritos tan importantes para la filosofía estadounidense?

El mensaje primordial de Thoreau es una idea estoica, y consiste en que no deberíamos buscar orientación en el pasado, en el estado, en la iglesia, y ni siquiera en el individuo, sino que deberíamos volver a la naturaleza.

¿Cuán relevante fue su libro cuando apareció en 1986, y cuán relevante cree que es hoy, cuando está siendo publicado en español, en tiempos de Trump, el 'Brexit' y la posverdad?

«Los puntos de vista de Thoreau se vuelven más relevantes a medida que seguimos ensuciando el planeta»Los puntos de vista de Thoreau se vuelven más y más relevantes a medida que continuamos ensuciando el planeta, volcamos cantidades ingentes de CO2 en la atmósfera, y envenamos los océanos. «¿Para qué necesitamos una casa si no tenemos un planeta tolerable donde levantarla?», se preguntaba Thoreau. La pregunta era buena cuando la formuló y lo sigue siendo hoy. La naturaleza es ley. Eso es cierto ahora, y siempre lo fue. Era verdad en 1986 y lo es en estos momentos a pesar de lo que Trump y sus secuaces puedan proclamar.

¿Sigue firme su fe en los padres fundadores de la democracia estadounidense y en Emerson y Thoreau dados los acontecimientos recientes?

Los padres fundadores de América hicieron un gran trabajo para su época y su lugar. No perfecto, desde luego (no olvidemos la esclavitud) y no aplicable en el futuro sin ajustes. No olvidemos que la población total de Estados Unidos en 1840 equivalía a la mitad de la población de California en 2010. Nuestra Constitución necesita una puesta a punto. No es nada democrático que que California y Wyoming tengan cada uno el mismo número de senadores: dos. Unas 37 millones de personas viven en California, mientras que la población de Wyoming apenas supera el medio millón. Necesitamos de figuras como Emerson, Thoreau y William James ahora más que nunca. Ellos eran partidarios de un individualismo con una clara conciencia de la responsabilidad respecto a su comunidad. Nadie puede estar por encima del estado, pero el individuo es más importante que el estado.

¿Cómo de estrecha es la relación entre el arte de escribir de Thoreau y su arte de caminar?

«El ritmo de la escritura de Thoreau es equivalente al ritmo de su paso»Thoreau necesitaba caminar a diario, como también necesitaba trabajar sentado a su mesa (leer y escribir) todos los días. Escribir es, como caminar, una actividad, y del mismo modo que las acciones vienen a menudo precedidas de las emociones, el sentido y el significado pueden aparecer tanto en el acto de escribir como antes de sentarse al escritorio. Tiene razón cuando asegura que el ritmo de su escritura es equivalente al ritmo de su paso.

¿Dónde le situaría usted en la escena política contemporánea?

Creo que Thoreau se situaría sin duda a la defensiva ante todo lo que tiene que ver con la actual Casa Blanca. Todo el mundo recuerda que fue a la cárcel porque se negó a pagar un impuesto estatal para sufragar la guerra contra México. Pero el acto más decisivo y perdurable que acometió Thoreau entonces no fue el hecho de ir a la cárcel, sino lo que escribió al respecto: alzó la voz, tocó a rebato la campana de la torre, y escribió, una y otra vez, contra la esclavitud y a favor de John Brown [un capitán que protagonizó una rebelión armada contra la esclavitud y fue apresado y ejecutado].

¿Fueron Virgilio, Goethe y Emerson los padres fundadores de su amor por la naturaleza?

Sin duda, aunque deberíamos incluir a Humboldt y la inmensa cantidad de libros de viajes, cuadernos de botánica, ensayos y sus propios diarios de caminante, y su íntima y perpetua inmersión en la naturaleza misma.

Emerson, Thoreau, Whitman, Melville, Dickinson... ¿Qué clase de hilo de acero de trascendentalismo y fe en el indivuduo y la naturaleza se podría trazar entre estos autores y los tiempos modernos?

«Creo que hace tiempo que los estadounidenses hemos dejado de ser una nación de lectores»Lo que usted bellamente califica de hilo de acero de fe y trascendentalismo está todavía vivo en América, aunque creo que hace tiempo que hemos dejado de ser una nación de lectores. Si por ejemplo llegas a vender un millón de ejemplares de un libro, tan sólo alcanzarías a menos del 1 por ciento de los ciudadanos estadounidenses, y como alguien ha señalado la gente que no lee no tiene ninguna ventaja sobre la gente que no sabe leer. Nuestras universidades, nuestros escritores y nuestra cultura -películas y televisión aparte- están sometidos a grandes presiones, pero algunos todavía florecen, y todavía hay quienes sostienen ese hilo de acero, como Annie Dillard, Edward Hoagland, Gretel Ehrlich, Dennis Overbye, Mary Oliver, Edward Hirsch y otros cientos.

¿Se puede decir que para Thoreau, como para Laplace, Dios no era necesario?

No lo creo. En ocasiones es cierto que puede sonar como Laplace, sobre todo a medida que envejecía. Pero Thoreau tenía sentimientos religiosos, aunque no era para nada un clerical. Para él Dios está en todo. Esto es panenteísmo [concepto filosófico y teológico que indica que Dios es inmanente y trascendente al universo, que Dios engloba el universo, pero no se limita a él], no panteísmo. El dios de Thoreau es como el de Lucrecio. Es posible que existan los dioses, pero no tienen el menor interés en nuestra existencia.

¿Comparte su convicción de que podemos conseguir lo que los griegos, porque en esencia somos como ellos?

Por supuesto. Emerson, Thoreau y Whitman creían que estamos hoy en la misma situación que Adán y Eva. El mundo entero se ofrece ante cada nuevo ser, y podemos lograr todo lo que nos propongamos. No somos peores por haber llegado más tarde al juego de la vida.

¿Está de acuerdo con Emerson en que su verdadera biografía se lee en su poesía?

Sí, creo que Thoreau dejó nítidos trazos de sus apegos emocionales hacia Ellen Sewall y hacia su hermano John tanto en su poesía como en su prosa. Pero su vida en la naturaleza es mucho más clara en su prosa. No es una pregunta fácil. En la biografía que está a punto de publicar en Estados Unidos Laura Walls pone especial énfasis en las cartas, las amistades y vida diaria en el mundo rural a la hora de explicar la vida de Thoreau.

¿Encuentra alguna resonancia entre Simone Weil y Thoreau?

Estoy seguro de que Thoreau se sentiría muy contento de que le vincularan a Simone Weil. Ambos eran supremamente inteligentes, con una voluntad de hierro, e indeferentes a las presiones sociales, al qué dirán. Eran adalides inconformistas de la conciencia individual.

¿El descubrimiento del yo y la integridad del individuo están en la raíz del verdadero libertario?

El individualismo está bajo bajo el fuego. El argumento que se esgrime es que hemos llevado el individualismo demasiado lejos y hemos perdido nuestro sentido de comunidad. Lo que necesitamos, evidentemente, es una comunidad de individuos en el que cada uno posea imperativos sociales y personales. Thoreau estaba dispuesto a ser un buen vecino en la mayor parte de las cosas. Desde luego que ese es un objetivo que merece la pena.

¿Era Thoreau más un hombre de ríos que de bosques?

Los ríos son las venas del mundo. Los bosques son el cuerpo. Los dos son desesperadamente necesarios. ¿Cuál ese la diferencia -se pregunta Thoreau- entre la forma en que un río encuentra su camino hacia el mar, la forma en que un pájaro cumple su rito migratorio de un continente a otro y la manera en que un hombre pilota su navío hacia tierras lejanas? Las cosas están mucho más interconectadas que aisladas.

¿Qué es lo que ve y lee en la naturaleza?

«Él aprendió a leer lo que cada viento, cada lluvia, cada tormenta de nieve tenían que decir»Thoreau está más interesado en cómo la naturaleza escribe por sí misma, cómo se expersa ella misma. Él aprendió a leer lo que cada viento, cada lluvia, cada tormenta de nieve tenían que decir por sí mismos. Leyendo el paisaje boscoso es el título de un libro reciente. A Thoreau le encantaría. En la sutil depresión de la nieve en torno a la base de un árbol Thoreau podía leer el efecto de un árbol vivo en la acumulación de nieve.

Paul Valéry solía decir que la sintaxis es una cualidad del alma. No puedes escribir verdaderamente bien si no eres una buena persona. ¿Era lo que escribió la mejor forma de mostrar el tipo de hombre que Thoreau era? ¿Es cierto en este caso que su estilo era él mismo?

Thoreau se tomó muy en serio su trabajo como escritor. Él podía volver a describir algo una y otra vez hasta quedar satisfecho. En la denodada búsqueda de reflejar lo que de verdad revela la naturaleza él expresaba su verdadero ser, lo cual no tiene nada que ver con lo que solemos denominar «expresarse uno mismo». En cualquier caso, es cierto que no puedes escribir mejor de lo que eres.

Para reformar el gobierno debes primero reformarte a ti mismo. ¿Es esto quintaesencial Thoreau?

Sin la menor duda. Thoreau lo sabía, y Gandhi lo tomó de él. «Las reglas del juego equivalen a las propias reglas y las propias reglas equivalen al auto-control... Solo la gente que sea capaz de dominarse a sí mismo puede exigir respeto y libertad...» (Hind Swaraj).

¿Era Thoreau una suerte de enemigo avant-la-lettre del capitalismo, el comercio y el consumismo?

Absolutamente. Porque esas tres fuerzas nos llevan cerca del dinero y nos alejan de la naturaleza. Fácil de decir, difícil de aplicar en la vida.

¿Tiempo es todo lo que tenemos y nuestros pies para tomarle la medida al mundo?

Cada uno de nosotros tiene su tiempo. Podemos aprovecharlo o desperdiciarlo. Annie Dillard dijo: «La forma en que empleamos nuestros días es, por supuesto, la manera en que gastamos nuestra vida».

¿La más aventurera, difícil y arriesgada expedición es la que emprendemos en busca de nosotros mismos, y la que Thoreau bebió a fondo?

Sí que lo es, y Thoreau puede ser gracioso al respecto. «No vale la pena dar la vuelta al mundo para hacer recuento de gatos en Zanzíbar». Es mejor, «explorar nuestras más altas latitudes». Sir John Franklin «no es el único que anda perdido».

Hablando de España, ¿no cree que sería mucho más útil e inteligente para la izquierda recurrir a Thoreau como ouno de sus maestros para navegar hacia el futuro?

Por favor, que lo hagan. Tal vez les seguiremos desde aquí. Lo que he descubierto mientras me dedicaba a la enseñanza es que tan solo un tercio de los estudiantes mostraba interés en Thoreau, pero a los que les interesaba era de forma apasionada. El individualismo democrático de Thoreau, que comparte con Emerson y Whitman, es la más adecuada filosofía para la era nuclear. Esto ha sido destacado especialmenet por George Kateb. No se trata solo de individualismo, sino de individualismo democrático -que no tiene nada que ver con el individualismo rudo, depredador, o el aislacionismo- lo que de verdad necesitamos.

¿Cuál ha sido el impacto de las enseñanzas de gente como Emerson y Thoreau en su trabajo como escritor y profesor?

«Enseñar el pensamiento de Emerson y Thoreau me cambió la vida»Enseñar a fondo el pensamiento de Emerson y Thoreau y lo que de verdad pensaban me cambió la vida. Mis mínimas opiniones acerca de sus logros y sombras no significan nada. Ruskin tenía toda la razón cuando decía que el trabajo de una persona debería ser dar las gracias por lo que ama.

Adoro la frase que usted extrae de los escritos de Thoreau: «El pensamiento no es nada sin entusiasmo». ¿Es el camino que usted emplea para investigar, escribir y enseñar acerca de Thoreau, Emerson, William James, Persia y sus poetas?

Creo que fue Hegel quien dijo que nada es lo suficientemente valioso si no ha sido hecho con entusiasmo. Dijera quien lo dijera, es cierto.

¿Quién es Robert Richardson?

Robert Richardson es un profundo admirador de los escritos y los pensamientos de Emerson, Thoreau y William James, y todavía queda espacio en su corazón para Omar Jayam.

IV

Luis Alemany, "En la cabaña de Thoreau", en El Mundo1 jun. 2017:

Pasó a la historia como el defensor de la vuelta a la vida natural. Pero el suyo no fue un viaje inocente. Así lo muestra Robert D.Richardson.

Había una vieja broma sobre el Partenón: todo el mundo que va a Atenas encuentra en la Acrópolis lo que está buscando. Los fascistas vieron fascismo; los liberales, democracia; y los nacionalistas griegos, Grecia. Los poetas románticos vieron ruinas y Le Corbusier, geometría. Con Henry David Thoreau, el escritor que puso el marco intelectual y sentimental a la idea de Estados Unidos, pasa un poco lo mismo: igual le ha valido a los defensores del individualismo que a los partidarios de la insumisión, a los escritores ecologistas; a los contraculturales o a los místicos..."Thoreau dijo eso mismo: sólo podemos ver aquello que estamos buscando, aquello que ya tenemos en nuestras mentes", explica Robert D. Richardson, biógrafo del escritor estadounidense (Thoreau se llama su libro y está recién publicado por Errata Naturae, coincidiendo con el segundo centenario de su nacimiento). "La primera vez que leí a Thoreau tenía 19 años y buscaba una dirección para la vida. Teniendo en cuenta lo que le interesa de la vida a un muchacho de 19 años, no me sirvió de mucho, la verdad".Si un lector de la biografía de Thoreau también quiere ver su propia realidad de 2017, no lo tiene difícil: la vida del escritor de Walden suena casi contemporánea, como si dialogara con todos los jóvenes prematuramente desencantados de nuestro tiempo.Richardson empieza el relato el día en el que el escritor termina la carrera en Harvard, que en la década de 1840 no era una universidad de élite sino una especie de internado autoritario y chapucero. El recién licenciado volvió a su pueblo, Concord, en Massachusetts, y se encontró con que la economía de Estados Unidos estaba en crisis y que la realidad no estaba a la altura de sus expectativas.No supo bien qué hacer. Probó con la enseñanza pero no le fue bien. Quiso escribir pero había mucha competencia. Pensó en marcharse al otro lado del mundo a buscarse la vida, pero no encontró el momento. Tuvo algún trabajo deprimente en Nueva York y lo dejó. Leyó mucho y se hizo amigo de su vecino Ralph Waldo Emerson. Murió su hermano, tuvo angustia y, entonces, se hizo su famosa cabaña en el bosque... Fue lo que en inglés llaman huckleberry, un chaval un poco perdido, en busca de su rumbo. Como Thoreau sabía que tenía algo especial pero no era capaz de demostrarlo, desarrolló un carácter melancólico, a veces caprichoso y soberbio. Nada que ver con la bondad machadiana del hombre del bosque en la que solemos pensar."Thoreau era difícil al trato, podía ser frío y ensimismado, parecía desconectado de las personas. Darle la mano debía de ser como darle la mano a un árbol. Su vida romántica había sido un desencanto...", explica Richardson, en alusión a Ellen Sewall, el amor frustrado y eterno de Thoreau y de su hermano, que también la cortejó. Sewall se decantaba por Henry David pero su padre no dio su autorización. "Entre sus íntimos, sin embargo, Thoreau transmitía alegría y belleza de vivir. Dejó escrito una vez: 'Probablemente, la alegría sea la condición de la vida'".¿Qué leía Thoreau en esos años de artist as a young man? Mucha poesía alemana, clásicos grecolatinos, algo de filosofía oriental... De Virgilio le gustaban más las Geórgicas que la Eneida... ¿Lecturas convencionales para un joven culto de 1847? "Bueno, había algo más que las lecturas normales. Era capaz de leer en francés, alemán, italiano y latín y se defendía en español y griego. Leyó toneladas de papel de literatura de viajes, de botánica y química, leyó a Humboldt, a Liebig y a Lyell y defendió a Darwin muy pronto. Se interesó por el budismo, el hinduismo y el zoroastrismo y por la poesía persa. Sobre todo, se interesó por Sa'di".Entre todas esas amistades literarias, destacaban Goethe y la tradición romántica alemana, que es de donde Thoreau toma la idea central de su obra: la individualidad como una responsabilidad, como una construcción ética muy exigente y solitaria. Por eso lo de la cabaña en el bosque.Noticia: el primer escritor que presagió la contracultura desconfiaba de cualquier forma de colectivismo o socialismo, utópico o no. "Thoreau desconfiaba de cualquiera que quisiera reformar el mundo antes que reformarse a sí mismo. Como los filósofos estoicos de Roma, creía en el autocontrol, en la autarquía del individuo", explica Richardson.Y continúa: "Thoreau no era partidario del capitalismo pero tampoco era socialista. Todo su interés por la economía se dirigía a la manera en la que el individuo gobernaba su casa y su vida. Para él, la cuestión no era en qué sistema deberíamos vivir. La cuestión era cómo sacar adelante nuestras pequeñas vidas". Un ejemplo: "Thoreau decía que el coste de las cosas debería calcularse en función de la cantidad de vida que sacrificamos por ella".Emerson era el guía en muchas de esas ideas y lecturas de Thoreau. Juntos construyeron en Concord una versión americana de la Weimar de Goethe, una pequeña Atenas americana. ¿Compitieron, en el fondo? "Deberíamos superar la idea de que fueron amigos y, a la vez, rivales. Emerson era 15 años mayor, era más un hermano mayor que un igual. Sin Emerson no habría habido Thoreau. Es verdad que, durante una época, se alejaron. Thoreau reprochaba a Emerson que no le hubiera advertido a tiempo de que su primer libro, A week on the Concord and Merrimack Rivers, no era muy bueno. Pero es que Emerson no se dio cuenta de que Thoreau era algo más que el líder de una fiesta de huckleberries, que estaba construyendo algo importante". Al final, los dos escritores se reconciliaron "y Emerson escribió las líneas más bonitas sobre Thoreau que se puedan leer".Thoreau era único, eso está claro. Poeta, diarista, moralista, agricultor, filósofo... Piensen en algún escritor en lengua española con quien pudiera ser comparado... Difícil, ¿verdad? "Pues yo pienso en Thoreau como en Don Quijote; un poco loco, bastante enfrentado a la normalidad, a menudo divertido, siempre con altura de miras y, a la larga, más cuerdo y más verdadero que ninguno de nosotros. Su cabaña era Baratatia y hasta tuvo una Dulcinea, Ellen Sewell... Ticknor, el profesor de español de Thoreau, escribió la primera gran historia de la literatura española en inglés".Al final de su vida, Thoreau encontró por fin un trabajo: agrimensor, como el personaje de Kafka. No era un mal empleo, podría pasar el día en el campo. En una de esas excursiones, enfermó y el bacilo de la tuberculosis que había incubado en la adolescencia se lo llevó a los 44 años, igual que el río se llevaba la piragua de la canción Moon river: "Mi amigo huckleberry / allá dónde vayas yo iré también".

QUÉ Y CUÁNDO LEER DE THOREAU


«¿Por dónde empezar con Thoreau? Hay un ensayo corto de Emerson, el Elogio de Thoreau, que puede ser un buen comienzo. También podría servir su ensayo Walking [disponible en español dentro del volumen Un paseo invernal]. Walden podría esperar a un segundo momento porque lo veo más como una estación de llegada». Robert D. Richardson propone un itinerario para los lectores que descubran a Thoreau a través de su trabajo. No tendrán que buscar muy lejos: Errata Naturae, el sello de Richardson, ha puesto al día la obra de Thoreau durante los últimos años. El colofón de ese trabajo ha sido la nueva edición de Walden. Fuera de su catálogo, el Diario de Thoreau vuelve a estar disponible con el sello de Capitan Swing. A su escala, es un éxito: el primer volumen lleva tres ediciones y el segundo llega ahora a las librerías. Es, además, el núcleo duro de su obra y el complemento perfecto para la biografía de Richardson. / LUIS ALEMANY