Mostrando entradas con la etiqueta Catálogo de obsesiones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Catálogo de obsesiones. Mostrar todas las entradas

martes, 29 de agosto de 2023

Cómo evitar la procastrinación

De Leonardo Cardillo, en Quora:

Procrastinar: La ardua tarea de posponer lo importante

1. ¿Qué es procrastinar?

Procrastinar es postergar una actividad que percibamos como incómoda, difícil o frustrante. No se trata solo de pereza, sino de la dificultad de enfrentar los requisitos emocionales que esa tarea demanda.

2. Origen histórico del término

El verbo procrastinar no era muy utilizado hasta principios del siglo XXI, cuando se hizo relevante debido al efecto distractor de las redes sociales. Proviene del latín "procrastinare", que significa dejar las cosas para mañana, en contraposición al dicho popular "no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy".

3. La procrastinación como un asunto emocional

Contrario a lo que suele creerse, la procrastinación es un problema emocional. Es un comportamiento distractor que nos impide enfrentar actividades que percibimos como dolorosas, incómodas, angustiantes, inquietantes, difíciles o frustrantes. Postergamos estas tareas en busca de un futuro idealizado donde todo sea más fácil.

4. Ejemplos de procrastinación

La procrastinación puede manifestarse de diversas formas, como:

- Preparativos interminables para enfrentar una tarea, como tomar una taza de café, ajustar la silla, cambiar de lápiz, hacer mantenimiento al ordenador, ir al baño, y así sucesivamente.

- Dedicarse a tareas menores e poco importantes para evitar enfrentar la tarea principal y relevante.

- Distraerse con múltiples distracciones al comenzar la tarea importante, como abrir pestañas en redes sociales o iniciar conversaciones por chat.

5. Cómo dejar de procrastinar

Si bien no hay una solución única o sencilla para dejar de procrastinar, algunos cambios de actitud pueden ser útiles, como:

- Dividir la tarea en tareas más pequeñas y manejables.

- Hacer un borrador o versión previa imperfecta de la tarea para disminuir las presiones de perfeccionismo.

- Aceptar nuestras decisiones, deseos y necesidades para restar presión externa y miedo al qué dirán.

- Crear un entorno de trabajo libre de distracciones, como desactivar el teléfono, cerrar sesiones en redes sociales, etc.

- Disminuir las excusas y no culpabilizarnos en caso de evadir la tarea importante.

- Aplicar técnicas de trabajo interrumpido, como el método pomodoro, que divide el trabajo en pequeños lapsos con pausas intermitentes.

En conclusión, procrastinar implica postergar tareas importantes por dificultades emocionales. Para dejar de procrastinar, es importante hacer cambios de actitud y dividir la tarea en pequeñas partes manejables. Así, lograremos ser más eficientes y evitar la frustración de dejar las cosas para después. ¡No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy!

miércoles, 15 de julio de 2015

El estudio de la muerte

Me interesa la muerte, porque no hay misterio más hondo ni soslayado que ese; nadie habla de ello si lo puede evitar. Al menos eso parece, porque Freud descubrió en 1920 que existe en nosotros una pulsión de muerte que hace a muchos buscar una serenidad anterior a la vida rondando la autodestrucción o, secundariamente, haciéndola caer sobre los demás, al estilo Hítler; mucha gente no quiere ser feliz sino estar definitivamente tranquila. Esa es su felicidad: una regresión.

Pero quien mejor ha rondado la muerte y sus consecuencias humanas creo que ha sido la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross. Su profundo estudio ha ayudado a mucha gente a llegar en buenas condiciones a este trance e incluso con alguna curiosidad, como don Rodrigo Manrique. En 1969 describió las cinco etapas que afronta cualquier persona cuando tiene que aceptar lo inaceptable: el fin de todo lo que conoce, incluso su yo:

1. Negación (pero la palabra que mejor lo define es incredulidad o rechazo): "Esto no está pasando". "Se confunde, esto no me pasa a mí, debe referirse a otro". Es un muro temporal y no contendrá el tsunami emocional. De ahí se pasa al asombro: "¿Cómo es posible?"

2. Y a la ira: ¿Por qué a mí? ¡No es justo! El afectado reconoce que la negación no puede continuar y siente ira, envidia, resentimiento y hosquedad por los que no están en su caso, gozan de la vida o tienen un futuro.

3. Negociación. Hay que "vivir" con "eso" como sea. La víctima hace planes para demorar lo inevitable y lograr conseguir al menos algunos de los objetivos que tenía: ver a sus hijos "colocados" o "casados", y busca maneras de aplazar un tiempo lo inevitable. En esta etapa se busca a un poder superior, Dios o como se llame, en que poner esperanzas para conseguir alguna transacción que reporte mutuo beneficio: "Cambiaré de vida", "dejaré de fumar", "me uniré a ese tratamiento tan prometedor..."

4. Depresión. Nada tiene sentido ya ni objetivo: fui un tonto si no me di cuenta antes, cuando andaba en persecución de cosas que si lograba luego sustituía por otras. ¿Para qué ya nada? Se plantean ideas de suicidio ¿por qué seguir? acelerando la venida de lo inevitable. En esta etapa se empieza a conocer verdaderamente el significado insoslayable que tiene la muerte. El individuo pierde todo interés en hablar y relacionarse y lo observa todo con abandono; pasa mucho tiempo llorando y lamentándose. La persona moribunda experimenta la soledad con mayúsculas. Y desconecta todo sentimiento de amor y afecto. Por esta etapa se debe pasar: hay que sufrir... pretender alegrar a una persona que se encuentra en este trance es contraproducente: proporciona más sinsentido y angustia.

5. Aceptación. El más noble de los sentimientos, la resignación. Y, después, prepararse para lo inevitable como hacían los estoicos. No hay solución, no hay remedio, o, como dice Manrique "Y consiento en mi morir / con voluntad placentera / clara y pura, / que querer hombre vivir / cuando Dios quiere que muera / es locura" Contra la realidad no se puede luchar: esto tiene que ocurrir. Se depone todo sentimiento y dolor... Pero, en el caso de don Rodrigo Manrique, se siente incluso una cierta curiosidad...

No todos atraviesan por todas estas fases ni en este orden; algunos, incluso, ni se enteran porque no quieren enterarse: son típicamente infantiles e inmaduros, como esos políticos que entierran repetidamente su cabeza de avestruz. La película Empieza el espectáculo de Bob Fosse expone muy bien estas fases terminales, bordeando en muchos aspectos Ocho y medio de Fellini; ¿qué diré también de esas dos obras maestras de Ingmar Bergman, El séptimo sello, con todas esas diversas posturas ante la muerte, y Fresas salvajes, con ese profesor de medicina que no puede curarse a sí mismo? "Escriba usted el primer deber de un médico". En otra película, Sin perdón, el guionista hace un trabajo magnífico cuando hace hablar a William Munny cuando se enfrenta a la pérdida de su único amigo: atraviesa las bien definidas fases de Kübler Ross. En realidad, se atraviesan ante cualquier idea inaceptable. Y hacen madurar: quienes han estudiado la muerte han averiguado que tras pasar por ese trance... y sobrevivir por cualquier chiripa, se es mejor persona. Quizá los políticos tendrían que pasar por el trance; igual hasta nos gobernaban mejor... aunque lo que recomendaba John Lennon era que les dieran un chute de LSD. Un viaje (bueno o malo) a la tierra de la plena consciencia ofrecía, según él, unos resultados muy parecidos. En realidad, todo esto es muy antiguo: los libros de los muertos tibetanos y egipcios, el poeta roano Lucrecio, las consolationes de los estoicos, el Ars moriendi medieval y los doctores Raymond J. Moody y Eben Alexander ya han hablado mucho y muy bien de todo esto, por no hablar de todas las mitologías y religiones: sería cuento de nunca acabar.

Pero sí añadiré que hay una venganza póstuma contra la muerte; tiene que ver con lo que los budistas descubrieron: que no puede morir lo que no existe, pues no hay un yo, al menos un yo único. Se encuentra en el tópico literario opuesto a toda la siniestra ringlera del ubi sunt?, vanitas vanitatum, omnia mors aequat, memento mori, quotidie morimur, tempus fugit... Es Non omnis moriar: "No todo morirá", ni el arte, ni los buenos hechos perecerán nunca. Los hijos que uno deja y conservan su recuerdo y sus virtudes, porque amaron y respetaron a sus padres; las buenas acciones que liberaron del sufrimiento a la gente... todos esos actos condenan a muerte a la Muerte. ¿A que en vuestra memoria hay gente a la que gusta recordar y que nunca olvidaréis? ¡Qué digo! ¿No perdura el nombre de don Rodrigo Manrique no ya en el poema con que salvó su memoria de héroe al par que la suya como artista su hijo Jorge, sino en la localidad que fundó y repobló: Villamanrique? Es significativo el final de las Coplas, cuando el maestre Rodrigo muere rodeado de toda la gente que le quiere y aprecia: "Dejonos harto consuelo / su memoria". Fundar Villamanrique fue algo bueno: "Murió el hombre, más no murió el su nombre". Y unos versos de su honorabilísimo tío Gómez Manrique, alcalde de Toledo, todavía permanecen indelebles en un pilar del Ayuntamiento de Toledo, proponiendo lo correcto por encima de cualquier otra consideración (otra cosa es que le hicieran caso):

Nobles discretos varones
que gobernáis a Toledo,
en aquestos escalones
desechad las aficiones,
codicias, amor y miedo.
Por los comunes provechos
dexad los particulares.
Pues vos fizo Dios pilares
de tan riquísimos techos,
estad firmes y derechos.

En una época de nihilismo y sinvergonzonería donde lo único que importa es el ego y sus poco variadas variedades, conviene recordar lo que los castellanos antiguos llamaban honor, hidalguía, nobleza, dignidad. Es lo único que puede hacernos llegar a la muerte tranquilos. Lo único que puede transformar a la muerte en una plenitud. Lo único que puede hacernos vivir después. Dixi.

sábado, 19 de abril de 2014

Eremitas de la investigación

Hay algo que no me cuesta ningún esfuerzo hacer: investigar. Puedo pasarme ocho horas o más  consultando bibliografía, buscando informaciones, traduciendo y resumiendo textos y evaluando datos y me parece que han pasado solo dos minutos. Esto es de locos. ¿Y quién se aprovecha de ello? Desde luego, no yo; en todo caso, la Wikipedia. La costumbre de leer proporciona una especial habilidad para poderse orientar en el caos de la sobreinformación y poder llegar a buen puerto, incluso con la bodega cargada con buena pesca, pues no solo hay que llegar al final, sino llegar al final con algo ganado en la travesía. Estos días, sin ir más lejos, he escrito biobibliografías de unos cuantos personajes importantes en la historia de nuestra cultura que me daba pena no la tuvieran. Entre ellos, Manuel Valbuena, el famoso humanista y traductor del XIX que compuso el diccionario latino-español más utilizado en el siglo XIX. Lo mismo respecto al latinista dieciochesco Rodrigo de Oviedo, o el historiador toledano Francisco de Ajofrín. Y respecto a otro, Pablo Hodar, un arabista sirio que trabajó a las órdenes de Miguel Casiri en la Biblioteca Real y la de El Escorial, me he tomado la molestia de sintetizar lo que ha recogido en un precioso trabajo una señorita que nadie se ha leído mas que yo. Ya he perdido la cuenta de las biografías que he escrito. Las de casi todos los hispanistas que hay en esa enciclopedia colaborativa, por ejemplo, las he compuesto yo. También he traducido casi todo el índice de autores de la Patrología latina de Migne. A ver si me animo a terminarla.

Pocos conocen la voluntad que hace falta para encontrar una fecha de nacimiento o defunción, descartar homónimos, sumar ítems bibliográficos, deslindar ediciones y decantar errores, simplificaciones, erratas y falacias. De los libros y las bibliografías hemos pasado a registrar una selva aún más oscura, la Internet o Entrerred. Entretela, podríamos decir. Los anticuarios somos esos bichos raros que peregrinan por las librerías de viejo y van inspeccionando los rastrillos para levantar las guardas de las encuadernaciones, abrir los forros de los abrigos y destripar los sofaes o sofás. Encontrar el segundo apellido de una persona solo célebre para una nutrida familia de tumbas del cementerio te puede llevar dos años o más leyendo protocolos notariales, padrones municipales y partidas de bautismo, casamiento, velación o defunción. Labor de chinos y que solo pueden soportar los que tienen una paciencia rayana en la obsesión compulsiva y una constancia a prueba de bomba. Requiere además la imaginación suficiente como para encontrar nuevas trochas en el monte sombrío y boscoso. Y luego viene lo peor, ordenar y revisar las notas para formar el esqueleto andante de la obra. Para desquiciarse.

Solo entrar en una época produce ya la misma grima que sentía Bernal Díaz del Castillo antes de entrar en batalla. Uno intenta escabullirse como puede del momento fatídico. Y, cuando no queda más remedio, atado ya a la silla, empiezan los círculos espirales y el mareo hasta que entras en el meollo ya ahogado en sudor frío, como un buzo encerrado en su escafrandra y enterrado por todo el océano, en busca a través de la corta mirilla de un tesoro que debe andar por algún lugar del enorme desierto del lecho oceánico. Sí, tienes una vaga idea de donde están los pecios, llevas tanto tiempo estudiando a los peces que casi te han salido branquias y te conoces estas aguas. Pero no te gusta ser tan poca cosa en medio de la enormidad del espacio interior. Te sientes incluso a gusto con menos peso, como dando saltitos por la cara oscura de la Luna, estás absolutamente solo en el reino de lo desconocido y viendo cosas que solo tú puedes ver; y te ocurre lo que describía al principio: el tiempo vuela y el día entero se te pasa en un suspiro, como si estuvieras en una dimensión desconocida, haciendo un viaje a la velocidad de la luz o viendo una película entretenida: sales del cine y resulta que se ha hecho de noche, que el tiempo se ha contraído o ha marchado más lento. Entonces te miras las manos y, si no has encontrado ni siquiera una mísera perla, sabes que tendrás que volver a sumergirte otra vez y que, probablemente, algún día descansarás allí, en esa sepultura donde tanta gente muerta se reúne.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Manías

No soporto ver puertas abiertas; ni siquiera en los cines, tengo que levantarme para cerrarlas. No tener los pies fríos, empiezo a estornudar, a saber qué conexión hay entre friolera de pieses y garganta. Idear campos de exterminio para la gente que fuma, habla en los cines o maltrata animales. Aprender Teología de los Santos Padres. Asegurarme de que la cama esté bien hecha; apretar los botones con los nudillos y no con los dedos, no tomar los picaportes, sino los lados de las puertas demasiado sucias. Inventarme vidas ajenas y pensamientos postizos, construir novelas, culebrones, epopeyas mentales y sistemas delirantes sobre gentes que apenas conozco o he visto. Huir de la  coliflor y no comerla sino por excepción. Escuchar a los viejos, a los cansados, a los borrachos, a los niños y a los poetas con mucho respeto y darle vueltas y más vueltas a lo que dicen. No comer carne sino a la fuerza. Escribir garabatos y adivinar luego qué forma representan; jugar interminables partidas de mahjong; hurgar en Internet, en librerías de baratillo, en anticuarios, en las tripas de los sofás y en cualquier cosa cerrada o desmochada por el tiempo. Arrancarme los padrastros y hacerme heridas en tobillos, frente, cara, dedos gordos. Usar camisas a rayas verticales. Escribir artículos de Wikipedia. Coleccionar representaciones sólidas y pequeñas de pájaros comunes; practicar la escritura automática, acumular libros antiguos impresos en Castilla-La Mancha; acumular erudición sobre poetas y artistas posrománticos, escribir; levantar piedras en el campo para ver qué hay debajo; investigar cosas nimias y tirar del hilo hasta donde lleve, buscar setas de cardo (este año apenas hay), hablar mal de los políticos, soñar reiteradamente distintos episodios de la vida paralela de un otro yo triste y desafortunado que vive en un mundo sombrío y mestizo.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Desahogos de un ludita. De ordenatas, caracteres y manías ecdóticas.

Sospecho soy un apéndice del ordenador, un periférico orgánico. La vida se va, se marcha, mirando a esa lápida siempre escrita. Y el ordenador, a mí al menos, no me ordena nada de nada, más bien me dispersa como una nube sin rayo.  Me quedo mirándolo como tonto o escribiendo gilicoñeces en su espejito mágico de vapor electrónico. Tengo arrojadas cientos de cosas en cientos de carpetas-camposanto en las que echo y echo sin que casi nunca llegue a entrar; sólo por excepción germina algún árbol en ese plantío yermo de posibilidades incorruptas en secano. Por el contrario, conozco a uno que tiene todo su directorio-huerto bien ordenadito sin victimarse por una desgraciada  y enferma curiosidad; deberían conocer su carácter engañoso de gato psicópata en potencia visible y de facto en tapadillo. ¿Significa eso que yo no lo soy? Sé que no sé, no creo nadie lo pueda saber con certidumbre, ni yo mismo; a él el marbete se lo han puesto otros, ignoro qué puedan ponerme a mí.

Se ha escrito bastante sobre la delebilidad, efusión y desconcentración que produce el ordenador; constato es efecto verdadero, potenciado por el paradigma informativo que generalizan  televisión y educación en el mundo moderno. Ambas producen una mentalidad fragmentarista y desarticulada que genera anomia y descontrol individual y da fuerza a las normas para exigir un control social más férreo por parte de las ansiosas fuerzas económicas que pretenden dirigirlo todo, hasta los espíritus, imponiendo sus moral de consumo no ya de cosas, sino de personas, degradadas con esta cosificación a basura. Ese paradigma cruelmente impersonal impide la formación de culturas y caracteres orgánicos, estructurados, jerarquizados, poco rentables políticamente para los vendedores de baratillo que nos gobiernan a través de títeres y se limitan a conducir la ideología del consumir hasta los huesos. Todo lo introspectivo es devaluado en una sociedad de la información y la gente como yo se disuelve en Internet como un azucarillo, buscando lo que no necesita y nunca va a poder procesar sino a costa de ejercer una imposible fuerza centrípeta, aun cuando menos sea consciente (es mi esperanza) de qué es aquello que intentamos resistir y todavía somos capaces de exonerarnos y entrelazar contra estas fuerzas sin cara algunos argumentos defensivos que nos cubran del acribillamiento de sus partículas elementales.

Alguna vez he dicho que soy un ludita resignado; no quisiera escribir con pluma de ave y tinta hecha de resina, hollín y agua para secarlo todo luego con arena seca. Pero el fáustico poder cognoscitivo que suministra Internet causa una adicción insuperable al investigador. Leo yo ya más pantallas que papeles y he perdido mucha visión en la retina precisamente por la costumbre que tienen las pantallas de lucir como bombillas. Se descubre como problema cuando, por ejemplo, tengo que discernir un punto de una coma cuando,  por cierto, la caligrafía times es una mierda, con sus restos de avaro goticismo: prefiero mil veces las redonditas humanísticas, incluso las verdanas o garamond, pese al problema que ofrecen con los números romanos. Las letras góticas las inventaron unos monjes que querían ahorrar piel de vitela o pergamino, apretujando las grafías con una angostura que estrangula la vista y auténticas marañas de abreviaturas. No me extraña que los humanistas del Renacimiento, habituados ya al barato papel musulmán, se decidieran más generosamente por imitar la letra uncial romana antigua y ensancharan el renglón.

Otra costumbre imbécil es la de empezar los versos con mayúscula, como en las antiguas ediciones de Virgilio. La costumbre arranca también de cicaterías textuales, cuando los hexámetros se escribían todos seguidos, porque así se separaban con facilidad y se podían localizar pasajes avisando la vocal con que comenzaban; sin embargo los impresores antiguos la adoptaron en papel, y el ojo, acostumbrado a detenerse ante una mayúscula, es torturado de continuo por un tartamudeo visual estilo lagartija al leer poemas cuyos versos empiezan todos en mayúscula, como los de Jorge Guillén y otros pedantes líricos de segunda, incluso a ratos el aparentemente desafectadísimo Lewis Cernuda, este no poeta de segunda, deteniendo la lectura sin qué ni para qué y desarticulando con esa cojera de palomo la lectura ligera y natural, la sintaxis desenvuelta y la comprensión plena que él mismo se autoexigía. Esa es la única afectación de un escritor tan desafecto como él.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Mecachis en la mar

Qué agobio. Padres, madres que vienen a verte, artículos y libros por escribir, hijos y alumnos que atender, contratos que cumplir, clases que preparar y que dar, fotocopias que sacar, correo que revisar, exámenes, redacciones, dictados y trabajos que corregir, libros por leer, partes de asistencia y notas para pasar, comidas, cenas, conferencias, datos y papeles que organizar, citas que concertar, llamadas que hacer, eventos a que asistir, personas que consultar, cursos que recibir y trabajos que hacer, viajes que preparar, revistas que editar, correos que contestar, textos que corregir y meter en el procesador, pastillas que tomar, compras que realizar... y memoria para recordarlo todo en el justo orden para que todo vaya saliendo a su tiempo, incluso este blog, al que hay que dedicarle al menos cinco minutos al día.

Sé que podré.

domingo, 21 de septiembre de 2008

He llegado tarde al reloj de arena

He llegado tarde a la puja de un reloj de arena de una hora, mecachis en la mar; se ha vendido por 33 euros. Me advirtió Alberto Muñoz Arenas, pero llegué cuando ya se había cerrado. Quién quiera ver lo difícil que es conseguir una de estas cosas, pero que sea de una hora o más, que lo intente y verá. Como se ve, todo es cuestión de tiempo en esta vida; por eso necesito relojes que vayan despacio. Los relojes de esfera no te dejan ver cómo corre el tiempo, cómo lo pierdes; no ves tejer a sus agujas el hilo de la Parca, pulgar e índice, aunque te cosan el corazón a pinchazos; los de arena, sí. Por eso quiero también tener un loro yaco de cola roja, para enseñarle a decir "¡trabaja, estúpido!", "¡deja de perder el tiempo!", "carpe diem!" etcétera.

lunes, 8 de septiembre de 2008

La oscuridad

Los niños temen la oscuridad; mis hijas también; yo les digo que lo que hay fuera entre las sombras en realidad está dentro de sus cabezas, así que no tienen que tener miedo. Que piensen en dibujos animados cuando les asalten ilusiones de monstruos y demás. O que enciendan la luz, coño.

Yo también fui un niño timorato respecto a los espectros que moran en las tinieblas. Estas se poblaban de espectros copiados de las películas de terror que veía por entonces, ayudados por el blanco y negro que por entonces se vestía en las grises pantallas y en los grises periódicos. Por ahí andaban el robot de Ultimatum a la tierra, de Robert Wise, el indio de Moby Dick, de John Huston; la acuática dama del pelo largo y el predicador de la Noche del cazador de Charles Laugton y el taxista de Historias para no dormir, de Chicho Ibáñez Serrador. Y los terroríficos Reyes Magos, además. Cocos que acobardaron mi tenebrosa infancia.

Luego me harté de consumir películas de terror y de leer manuales de criminología, de estudiar Historia de la religión, Antropología, Mitología y Filosofía, Folcklore, Literatura, Cuentos y Leyendas.

Ya no creo en estupideces y tonterías y para mí los muertos son como los muñecos de goma. Temo al dolor, como todo el mundo, pero no tanto a mi propio dolor como al que pueda causar a otros; a la muerte no le temo, porque la muerte no es nada. Yo incluso temería tener que repetir otra vez las mismas cosas sin haber aprendido nada. Temería la estupidez y la ignorancia.

Como Shakespeare, temo mi propio miedo y el de los demás. Los fantasmas que hay dentro de mi cabeza, mi propia oscuridad, mi propia estupidez. La oscuridad de fuera lo único que me hace es dormir, si no me duele la espalda, que es lo que suele ocurrir. Si apareciera en esos momentos un fantasma, le diría que me dejase en paz, que mañana tengo que levantarme y trabajar, que me deje dormir. Como el padre Feijoo, creo que no hay espectro que no se desvanezca al conjuro de una buena cachiporra. Iker Jiménez es un payaso. Lo que me da miedo de su programa es tenerlo que ver hasta el final, y sobre todo los anuncios con que lo vende.

Los escépticos deberían aprender de mí. Ni siquiera creo en los telediarios ni en los periódicos; son como las Caras de Belmez, algo improbable e imposible de demostrar, o cuya demostración, si existe, incumbe a lo meramente real y material o a esas sombras cerebrales que hay en mi cabeza de las que hablaba.

Supongo que acabaré transformado en un fantasma, porque, como no me asusto de esas cosas, cuando muera, quedaré tranformado en una de esas sombras que asustan y que no se asustan de aproximarse a seres fantásticos e irreales como los seres reales. Seré una sombra asustando dentro del cerebro de un niño. El niño asustadizo que yo era.

lunes, 23 de julio de 2007

Esticomancia

Entre los distintos modos de vaticinio, hay uno que, como exige algo de cultura, ha sido dejado de la mano de los espíritus, por lo general bastante incultos (Julius Marx, más conocido como Groucho Marx, según cuenta en sus memorias, que escribió el mismo, al contrario que Harpo, que prefirió a un periodista como intermediario, preguntó a una medium poseída por un espíritu cuál era la capital de Mongolia, a lo que el espíritu nada supo contestar), la bibliomancia o esticomancia, que consiste en formular una pregunta, abrir un libro al azar y señalar un párrafo de forma fortuita, que se tomará como oráculo o respuesta a la cuestión planteada. Por lo general se usaron para este menester la Biblia o las obras de Virgilio -la llamada sortes Vergiliana-; aconsejo a los novatos que no intenten hacer la prueba con el primero de estos libros, porque se les puede quedar la carne de gallina. En cuanto a lo segundo, si no tienen las obras completas de Virgilio, quedan eximidos de intentarlo; lo peor que les podría ocurrir es que les omine aquello tan gordo de Una salus victis, nulla sperarse salutem. Otras culturas han usado también para estos menesteres el I Ching y el Alcorán.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Por tratar

Muchos temas que tratar debidamente en este blog se me agolpan y agazapan con frecuencia atrancándose por salir; por eso haré ahora escueta memoria de unos cuantos para sujetarme a guion, porque si uno no hace higiene periódica de sus endriagos puede acabar podrido o transformado en una auténtica zahúrda de bichos, ya que muchos se suelen esconder muy profundamente para aguardar mejor vegada o se limitan a projihar aovando de puro aburrimiento, como la pelusa bajo las camas.

José Ramón Sampedro, un calvo con peluca; El es decir como ser menester; ONG's más que necesarias: la asociación para el fomento y desarrollo de la maldad para que triunfe el bien menos hipócrita; Lameculos, chupamindas, catarriberas y gilipollas; Cansancios, dejadeces, dimisiones, desistencias; Sobre dos versos de Bécquer; Formas de afear el mundo: la publicidad privada y la pública o política y su cura poética; La "otrografía" de la Cacademia Juvenil; Que todo se reduce a más o menos; La falta de curiosidad como signo de senil juventud; El afán de porculizar como síntoma de estos tiempos; Las relaciones humanas como relaciones de consumo; Los hijos y su deseducación; La vergüenza, utilidades, aplicaciones e inconveniencias; Víctimas de la estupidez municipal: ciegos, ancianos, niños que juegan; El yupi y su automático desprecio; Nacionalismo, chauvinismo y jingoísmo como síntomas de gilipollez, mal del siglo; Qué me dices ni qué niño republicano; El arte de ser un cuerpo y su asaz religioso culto; Fumadores, hornos crematorios y volcanes apagados; Parábola del vampiro triste y la niña; Reconocerse en un espejo como signo de conciencia e inteligencia y cómo algunos no nos reconocemos demasiado, aunque sí lo hacen delfines y chimpancés; Los dos únicos partidos políticos: los muchos y los pocos; Los mendigos carentes de nada y los monarcas del vacío; El lugar del mal en la sociedad actual; Tener óbolo que dar para poder ser generoso; Quiénes no se merecen la cultura y quienes no pueden merecerla; El humanismo de Cicerón, el hexámetro de Virgilio, la amargura de Lucrecio y la mala leche de Catulo; Sobre dos hexámetros latinos; La vulgaridad como forma del tiempo; Catálogo de alborozos; Costumbres rurales simpáticas e insoportables; Rasgos lingüísticos del manchego; El respeto, linea divisoria entre el amor y el odio; Sinsentido del medio televisivo; El deslenguaje; épica y ética historia del dibujo animado; La voz pasiva, la paciencia, la ignorancia y la duda como instrumentos de comprensión; Auster y Cervantes; Sueños que he tenido y que sigo recordando; La lectura y qué ha de ser; Pasajes cinematográficos que impresionan el celuloide imaginativo; Consistir todos los días; Qué libros me han alimentado y cuáles me han engordado; La víspera y la soledad como acicates creativos; La desuniversidad y sus miserias; Justificación de la vida, otra más; El Poema de Gilgamesh y nada más; Goethe y la Revolución; Poe y la soledad sin remedio; El pobre Leopardi; Rilke y la liada historia de las rosas; El orden y la simetría como características estéticas; La Mancha y sus sansocarrascos; Cacicatez política y cultural manchega; el sacrificio de España; Reseñas de lo último que leo; Cómo leer periódicos; Disección de la prensa manchega; La voluntad, esa desacreditada; Rasgos de la literatura manchega; La bibliotecaria necia, engreída y feroz; El héroe y su dar ejemplo: enxiemplo del chico delator; La desgana como característica de estos tiempos; El reconocimiento, motor de la historia y la falta de historia de los individuos; Fabulario de hoy: el padre, el hijo y el burro, o la araña y el moscón, o el escorpión y la rana; Sentido de la verdadera compasión, la conmiseración y la simpatía; La muerte y la última ironía de Sócrates; La antifilosofía de la antijuventud; El comic o la historieta interminable; Cómo se aprende a leer y cómo se desaprende; El mercado editorial español; La infancia y los chicos que miran al infinito; El canto de los afiladores; Jaén y mis recuerdos; La ficción científica o ciencia ficción; Lo que es investigar en España; Gallineros y mirillas telescópicas; Descrédito del conocimiento y el auge de la gilipollez; Los emigrantes que están ayudando a España; La ciencia ficción en Ciudad Real: Carlos Saiz Cidoncha, Macario Polo. Y tantas otras cosas que añadiré cuando me sobrevengan y sea menester desde el tintero.
Biográficas. El casi accidente del tren. Una correa, una palabrota y una vocación literaria. Jaén. Puertollano. Abuela. Yo y los médicos. Nacimiento de mis hijas. Paco I y Paco II. Parcela. Hermano. Tíos. Sobrinos. Primos. Vida de estudiante. En Madrid. En Ciudad Real. Viajes. Muertes.