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sábado, 23 de mayo de 2020

Dibujos animados

Mis personajes de dibujos animados más queridos:

Daria Morgendorffer
Wile E. Coyote
Sinosuke Nohara
Bugs Bunny
Las supernenas
La pantera rosa
El gato andaluz Jinks
Silvestre y Piolín
Félix el Gato
Snoopy
Bryan, el perro antropomorfo
Bob Esponja
Mazinger Z


viernes, 15 de mayo de 2020

Series de televisión que me gustaron

Todas las que incluyo me enseñaron o distrajeron mucho. Pero a las mejores les he puesto un asterisco, o incluso dos, si son realmente excepcionales.

Los vengadores (1961-1969) Gran Bretaña
Viaje al fondo del mar (1964-1968) Estados Unidos
Star Trek (1966) y derivadas Estados Unidos
Meteoro (1967) Japón
Pippi Calzaslargas (1968, pero en España censurada hasta 1974) Suecia *
Tierra de gigantes (1968-1970) Estados Unidos
Cuentos y leyendas (algunos) (1968-1976) España

UFO (1970) Gran Bretaña
Crónicas de un pueblo (1971-1974) España
Arriba y abajo (Serie de TV) (1971) Reino Unido **
Colombo (1971-2010) Estados Unidos
Kung Fu (1972-1975) Estados Unidos
Mazinger Z (1972-1974) Japón
Los camioneros (1973) España
Tensión (1973), Reino Unido *
Un hombre en casa (1973-1976) Gran Bretaña
El pícaro (1974) España
Espacio 1999 (1975) Gran Bretaña
Poldark (1975) Gran Bretaña
Yo, Claudio (Miniserie de TV) (1976) Reino Unido **
Curro Jiménez (1976-1978) España
Lou Grant (1977-1982) Estados Unidos *
Enredo (1977-1981) Estados Unidos
Cañas y barro (1978) España

Retorno a Brideshead (Miniserie de TV) (1981) Reino Unido **
Canción triste de Hill Street (1981-1987) Estados Unidos
Fanny y Alexander (Miniserie de TV) (1983) Suecia *
Anillos de oro (1983) España **
Sherlock Holmes, (1984-1994) Gran Bretaña
Luz de Luna (1985-1989) Estados Unidos
Turno de oficio (1987-1988) España

Babylon 5 (1994-1998) Estados Unidos
Urgencias (1994-2009) Estados Unidos *
Sexo en Nueva York (1998-2004), Estados Unidos
Ley y orden UVE (1999-2020) Estados Unidos *
7 vidas (1999-2006) España

CSI las Vegas (2000-2015) Estados Unidos
Hermanos de sangre (Miniserie de TV) (2001) Estados Unidos
Sin rastro (2002-2009) Estados Unidos *
Perdidos (Lost) (Serie de TV) (2004) Estados Unidos **
Medium (2005-2011) Estados Unidos *
Roma (Serie de TV) (2005) Estados Unidos
Sobrenatural (2005-) Estados Unidos
Habitación perdida (2006) Estados Unidos
Dexter (Serie de TV) (2006) Estados Unidos
Backpackers / Mochileros (2006) Australia *
Torchwood (2006-2010) Gran Bretaña **
Skins (2007-2013) Gran Bretaña
Mad Men (Serie de TV) (2007) Estados Unidos *
Breaking Bad (Serie de TV) (2008) Estados Unidos*

Spartacus (2010-2013) Estados Unidos
Juego de tronos (Serie de TV) (2011) Estados Unidos
El puente (Bron) (Serie de TV) (2011) Suecia / Dinamarca **
Los Borgia (2011-2014) Francia / Italia
The booth at the end (2011), Estados Unidos, microserie **
Vikingos (2013-2020) Canadá / Irlanda *
Outlander (2014-) Gran Bretaña / Estados Unidos
Humans (2015), Gran Bretaña *
Versalles (2015-2018) Francia
Los Medici (2016) Italia


Estados Unidos: 28
Gran Bretaña: 14
España: 9
Suecia: 3
Italia: 3
Japón: 2
Francia: 2
Australia: 1
Dinamarca: 1
Canadá: 1
Irlanda: 1


sábado, 3 de noviembre de 2018

La banalidad del mal en TV

"Sobre la banalidad del mal en la parrilla televisiva"

David Navarro Martínez, Doctorando en Estudios Literarios, Universidad Complutense de Madrid   y Carmen M. Méndez García, Profesora de literatura norteamericana, Universidad Complutense de Madrid. En Público,  03/11/2018:

Poco después de la muerte de Adolf Eichmann en 1962, Hannah Arendt publicó su libro Eichmann en Jerusalén (1963), en el cual la filósofa alemana de origen judío detalla el proceso judicial que culminó en la condena a muerte del que fuera coronel de las SS, por genocidio y crímenes contra la humanidad. En este ensayo, que hoy se ha convertido en texto de referencia para el estudio de la psicología nazi, Arendt intenta desentrañar las razones que pueden llevar a un ser humano corriente, aparentemente despojado de maldad innata (así define ella a Eichmann) a responsabilizarse de las atrocidades que se produjeron durante la época del Holocausto.

Las conclusiones de Arendt sembraron una considerable polémica: no se trataba de una cuestión moral. Para entender Ravensbrück, Mauthausen o Auschwitz, había que prescindir de los conceptos del bien y del mal, y aceptar que el motor del asesinato de seis millones de judíos era, simplemente, la fuerza de la fidelidad a una adscripción política. Así, Eichmann y los demás criminales de guerra no se llegaron a cuestionar (y esta es la clave) las implicaciones éticas de su participación en la Segunda Guerra Mundial. Actuaban motivados por un sentimiento de colectividad que les llevaba a dejar de lado cualquier reflexión moral. Los nazis no tenían que ser necesariamente “malas personas”. Y esto lo escribió una judía.

De esta manera, Arendt acuñó el concepto de “banalidad del mal”, que hoy por hoy puede ser aplicado (salvando las distancias) a multitud de fenómenos sociales. Es particularmente interesante analizar cómo el espectador de televisión, al incluirse a sí mismo dentro de la colectividad de la audiencia, pierde la perspectiva crítica de lo que ve y relativiza las categorías éticas.

Otros autores más modernos, como el sociólogo marroquí Gérard Imbert, añaden a la tesis de Arendt la posibilidad de que la violencia pueda funcionar como espectáculo.
 
Se conjugan dos perspectivas complementarias: por una parte, el espectador no reflexiona sobre las implicaciones morales de los contenidos que está consumiendo, y por otra, disfruta realmente viendo a otras personas sufrir.

Por poner un ejemplo, el escritor americano Don DeLillo es muy elocuente acerca de este hecho en su novela White Noise (1985): cuando vemos morir a alguien, nuestra posición de testigos nos tranquiliza de alguna manera, porque eso significa que nosotros seguimos vivos; le hemos ganado a la muerte, mientras otros han sucumbido a ella.

En la actualidad existe, según Imbert, una disolución de la categoría clásica “placer-dolor”, en la medida en que, como espectadores, reivindicamos el derecho colectivo del sadismo, de ver sufrir a otros desde nuestra cómoda posición de “individuos desindividualizados”. El espectador se convierte en testigo, y la maquinaria televisiva tiende a la producción del performance, porque la emoción del sufrimiento es real. El dolor, el tormento, se han erigido en show, en un espectáculo social al estilo del teatro sangriento de Séneca.

Todos recordamos dónde estábamos el 11 de septiembre de 2001, y en compañía de quién veíamos la televisión: una consecuencia directa de la ritualización del dolor, cuyos elementos coinciden con los elementos del espectáculo. De hecho, el cine ha reflexionado acerca de las características del espectador-testigo de la violencia en producciones como Funny Games (Michael Haneke, 1997) o la saga Saw (James Wan y otros, 2004-).

Los límites del humor amarillo

La banalidad del mal y el sadismo están detrás de una tradición de formatos televisivos más o menos inocentes o amables, encabezada por el concurso japonés Humor amarillo (1986-1989) y que en España siguió su curso con El Gran Prix del verano (1995-2009).

Hoy en día encontramos otros concursos en los que el error del concursante es penado con castigos físicos leves o un simulacro de ellos (Ahora caigo, Boom, Crush, la pasta te aplasta) o de reality shows en los que los participantes son sometidos, al menos aparentemente, a condiciones más o menos extremas de supervivencia (Supervivientes o La isla son los más populares, pero existen otros formatos mucho más duros, como Solos, Fear Factor o Kid Nation, entre otros).

Desde luego, y aunque el éxito de estos formatos pueda venir en parte justificado por el sentimiento sádico de la audiencia, sus consecuencias a nivel de sufrimiento ocasionado no pueden compararse de ninguna forma con las atrocidades de Eichmann. Pero, probablemente, sí pueden ser estudiados desde los mismos paradigmas.

¿Dónde está el límite? Recordamos el polémico caso de aquel reality show de supervivencia preparado para filmarse en Siberia en torno a 2017, en el cual, teóricamente, estarían permitidos los asesinatos entre concursantes (así lo decía el contrato del programa, aunque, lógicamente, las autoridades rusas no lo habrían permitido). Un proyecto, llamado Games 2 Winter en clara alusión a Los juegos del hambre, que tuvo que dar marcha atrás después incluso de que los concursantes estuvieran ya seleccionados, y que hoy en día es justificado por su productor como una mera estrategia de marketing para darse a conocer a sí mismo (en realidad, seguimos sin saber si esto es cierto o si, realmente, el proyecto tuvo que suspenderse por cuestiones legales).

En todo caso, no es descabellado pensar que parte de la producción televisiva de entretenimiento pueda ser analizada acogiéndose a las teorías de Arendt o Imbert.

Lo que sí está claro es que, cada día más, es necesario hacer una reflexión seria sobre los contenidos que demandamos como consumidores, y qué tipo de necesidades buscamos satisfacer con ellos.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Figuras históricas españolas atractivas para rodar una serie de televisión

(Verdaderamente hay muchos personajes atractivos para rodar una serie de televisión: Recaredo y otros muchos reyes godos, San Isidoro, Pedro I el Cruel, los hermanos Valdés, Luis Vives, el doctor Constantino Ponce de la Fuente, el almirante Pedro Menéndez de de Avilés, Juan de Austria, el capitán Alonso de Contreras, Garcilaso, Francisco de Aldana, Baldomero Espartero, Julián Sanz del Río... pero los que ha escogido este artículo tampoco están nada mal): 

¿Qué personaje histórico español merecería una serie de televisión? en Jot Down Magazine, 14 -IX-2015:

Esta semana, como recordarán, se estrenó Carlos, rey emperador, la serie de TVE heredera de Isabel, centrada en otra gran figura nuestro país, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. Un primer episodio que tuvo una aceptación desigual. Quizá las expectativas eran muy altas o quizá sea demasiado pronto para juzgarla y mejore en sucesivos capítulos, pero en cualquier caso se agradece el intento. A menudo se ha dicho que es la falta de una industria audiovisual lejanamente comparable a la del ámbito anglosajón el único obstáculo para estas recreaciones, pues de acontecimientos históricos dignos de ser narrados y de personalidades con vidas desde luego nada aburridas estamos bien servidos. En estas últimas nos centraremos a continuación, ya que no hay dos sin tres y así a ver si algún productor o la misma televisión pública se anima a continuar en esta senda. De manera que voten o añadan algún otro ejemplo si lo desean.


Blas de Lezo

«Todo buen español debería mear siempre mirando a Inglaterra». ¿Cómo olvidar a alguien que deja semejante frase para la posteridad? Este azote de corsarios nacido a finales del siglo XVII en la localidad vasca de Pasajes fue ascendiendo en la jerarquía militar a base de demostrar audacia en el campo de batalla, aunque pagando a cambio un alto precio, pues le faltaban más partes que al Señor Patata de mi sobrino: perdió una pierna en la batalla de Málaga, un ojo en la defensa de Tolón y un brazo en el asedio de Barcelona. Lo que le quedó fue sin embargo suficiente para frenar al ladino Imperio británico en Cartagena de Indias, pese a luchar en una proporción de diez a uno. Su historia sin duda nos dejaría pegados a la pantalla, pero plantea una incertidumbre: si es una producción española las imprescindibles escenas de acción causarán cierto bochorno y solo incluirán primeros planos, pero si es estadounidense Blas de Lezo pasará a ser un apasionado amante latino y arderán santos en las fallas de Sevilla. A ver entonces una coproducción en la que cada uno aporte lo suyo.

Hernán Cortés

En realidad no deberíamos mencionarlo porque de hecho ya hay anunciadas no una sino tres adaptaciones al cine y la televisión (y en la mencionada sobre Carlos I también aparece como personaje secundario), pero como no nos perdonarían su ausencia y ciertamente aún no han sido emitidas, pues ahí va. Su vida ya sería trasladable a la pantalla cuando aún no había partido hacia las Américas, pues se lesionó un tobillo saltando de la ventana de una amante ante la llegada del marido. Con eso un guionista español ya tiene para un episodio de una hora. Lo que vino después —una vez partió con la idea muy clara en mente no de labrar tierras sino de conseguir oro— es una sucesión tan asombrosa de aventuras y peligros que desembocaron en la conquista de Tenochtitlan que pondrían a prueba la suspensión de la incredulidad de más de un espectador. Su habilidad negociadora y táctica, el vértigo de explorar un mundo desconocido, la relación que mantuvo con la indígena Malinche, su valor en combate y su proverbial buena suerte conformarían una narración inolvidable aunque pusieran de protagonista al mismísimo Antonio Resines.

Inés de Suárez

Como en el caso anterior, incluimos a esta figura histórica por los pelos pues una televisión chilena tiene previsto realizar una serie sobre ella, concretamente adaptando la novela histórica Inés del alma mía de Isabel Allende. Nació en la localidad extremeña de Plasencia en 1507, aprendió el oficio de costurera y al desembarcar en América para reunirse con su marido descubre que este ya había muerto. Como viuda se le concedieron unos terrenos y dado que no eran tiempos blandengues como los actuales y la gente se sobreponía mejor a las adversidades, poco después se convirtió en la amante de su vecino, Pedro de Valdivia. Junto a este partió a la exploración y conquista de lo que hoy es Chile y fundaron Santiago de Chile, durante cuya defensa tuvo la feliz idea de decapitar a siete caciques indígenas capturados y lanzar sus cabezas contra los atacantes, haciéndolos huir espantados. Más adelante se casó con otro hombre y llevó una vida piadosa hasta su vejez.

Juan Sebastián Elcano

Hollywood adora los biopics, da igual qué logro caracterice tu vida que tarde o temprano algún guionista comprimirá tu historia insuflándole algo de épica y un actor más guapo que tú intentará ponerse en tu pellejo. Así, por ejemplo, Genghis Khan tuvo como intérprete a John Wayne, todo un acierto de casting. Pero no hace falta ser siquiera un líder que arrastre a las masas ni un artista con un rico mundo interior; el creador de Facebook tuvo el suyo antes de cumplir veintiséis años y Steve Jobs contará dentro de apenas un mes con su tercera película biográfica. En vista de todo esto… ¿El marinero que dio la primera vuelta al mundo, en un viaje que es toda una epopeya como tal vez nunca haya visto la humanidad, no merecería pues algo de atención? Una expedición que duró más de tres años, repleta de contratiempos a los que solo sobrevivieron dieciocho de los más de doscientos hombres iniciales quizá merezca más una serie que una película, pero hasta el momento no hay nada en ninguno de los dos formatos.

Bernardo de Gálvez

Nacido en la provincia de Málaga en 1746, este macharatungo —hay gentilicios que parecen insultos— combatió en Europa, África y América y resultó gravemente herido en varias ocasiones hasta que fue designado gobernador de Luisiana, donde ejercería una labor crucial en la Guerra de Independencia de Estados Unidos. Un papel que no obtuvo desde entonces demasiado reconocimiento… al menos hasta ahora, pues el próximo domingo Obama entregará a Felipe VI el título de ciudadano honorario estadounidense para Bernardo de Gálvez.

Hermenegildo

Sí, lo sabemos, algún lector señalará que es una ligereza esto de llamar español a un visigodo, pero permítannos dicha licencia en este caso y en los dos que vienen a continuación por economía expresiva y con los sobreentendidos que se deseen. Respecto a este príncipe visigodo del siglo VI convertido en mártir, la narrativa lleva mal el enfrentamiento entre corrientes religiosas o ideológicas en abstracto y requiere que se personalicen, dotar de nombre y rostro a cada una y a ser posible de parentesco entre ambas, así que su caso no puede resultar más oportuno. Hermenegildo, tras casarse con Ingunda, hija de Sigeberto y Brunegilda (por qué la gente ya no se llamará así), se convirtió al catolicismo y eso le llevó al enfrentamiento con su padre, partidario del arrianismo. La disputa familiar acabó en guerra y con el hijo finalmente apresado y muerto por orden de su propio padre. Un dramón que exige su sitio en la parrilla televisiva.

Urraca I de León

Dueña de otro bonito nombre que ha caído en desuso, nació en León en 1081 y fue también miembro de una familia disfuncional que terminó resolviendo sus disputas personales con su marido, su hijo y su hermana a base de batallas y asedios a castillos.

Wifredo el Velloso

En esta figura histórica del siglo IX se han entremezclado los hechos con la leyenda, como la creación con su propia sangre sobre su escudo de la Señal Real de Aragón, que forma parte de las banderas de Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana e Islas Baleares. Una hipotética serie en torno a él debería dirigirla qué menos que alguien catalán y con una amplia experiencia en televisión, se nos ocurre por ejemplo Albert Boadella.

El gran duque de Osuna

Pedro Téllez-Girón y Velasco murió en una mazmorra en 1624, donde fue enviado por orden del conde-duque de Olivares. Pero en su medio siglo de vida le dio tiempo a protagonizar múltiples aventuras amorosas, disputas y gestas militares, algunas contadas por su amigo Quevedo.

Isabel de Farnesio

Nació en Parma en 1692 y gozó de una esmerada educación en todos los ámbitos del saber, desde la política a las artes, que le hizo dominar siete idiomas. Cuando Felipe V quedó viudo encontró en ella la sustituta idónea, hasta tal punto que según el embajador francés «el monarca se está destruyendo visiblemente a causa de la utilización excesiva de la reina. Está completamente agotado». Pero semejante devoción por su esposa —que la HBO nos mostraría con detalle— resultó fructífera, pues tuvieron nada menos que siete hijos y con ellos Isabel dio rienda suelta a su carácter intrigante y manipulador para colocarlos en las cortes europeas. Según dijo de ella Federico II: «Habría querido gobernar el mundo entero; no podría vivir más que en el trono (…) el carácter de esta mujer singular estaba formado por la soberbia de un espartano, la tozudez de un inglés, la sutileza italiana y la vivacidad francesa. Andaba audazmente hacia la realización de sus propósitos; nada la sorprendía, nada podía detenerla».

Ramón María Narváez

El siglo XIX español sencillamente no se entendería sin él. Su biografía sería una excelente manera de asomarnos a un periodo histórico tan convulso en el que no hubo un solo follón en el que no estuviera él en medio y a pesar de todo sobrevivió, prosperó y llegó a ser presidente del Consejo de Ministros en siete ocasiones.

lunes, 31 de agosto de 2015

Harán una serie televisiva con la novela de Dick El hombre en el castillo

La produce Amazon; ya exhibió en enero el episodio piloto, con un éxito formidable, por cierto; así que rodaron diez episodios más de la primera temporada y por ahí ya circula un avance, promo o trailer. Es El hombre en el castillo (The Man in the High Castle), y empezará a mitirse en EE. UU. el 20 de noviembre. Adapta el único premio Hugo de Phillip K. Dick (de 1962, el año en que nací), una versión alternativa ambientada en esa década en que las fuerzas del Eje ganaron la II Guerra Mundial y dividieron Estados Unidos en dos zonas ocupadas por Alemania y Japón y controladas por gobiernos títeres; en las montañas rocosas hay una especie de zona neutral o estado tapón. También en esa realidad hubo guerra fría, pero entre dos superpotencias distintas: Japón y Alemania. Los que tienen sangre judía deben ocultarlo para evitarse problemas. 


Este argumento es parecido al de Patria (1992), de Robert Harris, pero es que Harris se inspiró en este clásico de la ucronía y llevó esta visión a Europa y a un entorno policíaco. Advertiré al curioso lector o lectora que en esta realidad alternativa existe el autor de una novela utópica que describe la, según nosotros, verdadera posguerra mundial. Dick escribió cada capítulo según lo que le dictaba aleatoriamente el I ching. No les voy a hablar de Dick, un autor que para algunos estaba zumbado y para otros (Stanislaw Lem, por ejemplo) era un genio. El consumo de LSD le hizo estragos pero también le dio unas cualidades un tanto extrañas: por ejemplo, tuvo la visión de que su hijo padecía una determinada enfermedad mortal, lo llevó a varios médicos que dijeron que no y por fin uno se dio cuenta de que el zumbado autor estaba en lo cierto: un caso de precoginición. Salvó la vida a su hijo. Si eso al menos fue cierto, otras ideas suyas, como la de que somos meramente información y que el imperio romano todavía no ha caído habrá que tomárnoslas, por lo menos, con mosqueo. Dick escribió también la novela en que se inspira una de las mejores películas del siglo XX, Blade runner, dirigida por Ridley Scott. Pues bien, Ridley Scott es uno de los productores de la serie.

Como es lógico, espero esta serie con impaciencia y quizá no me decepcione. El avance o trailer que ya se ha visto parece interesante.

domingo, 7 de junio de 2015

La moral en las series de TV

Jorge Carrión, "¿Son morales las series de televisión?", en El País, 7-VI-2015:

La lucha por la audiencia ha hecho proliferar personajes temibles y tramas pesimistas. La democracia y la justicia ya no son prioridad. 

La pregunta que da título a este artículo tiene dos respuestas, una corta y la otra larga. La corta es: por supuesto, no hay discurso o relato que no sea moral y político. La larga es menos obvia y muchísimo más interesante.

A Samsa Stark —de Juego de tronos— en los últimos momentos de la adolescencia la desvirga en su noche de bodas el noble psicópata con quien se ha casado. El antiguo sheriff Rick Grimes —protagonista de The Walking Dead— se va despojando de su humanidad hasta devenir un dictador. Frank Underwood, que llega a ser presidente de los EE UU en House of Cards, no defiende más valores que los que puedan serle útiles en cada momento, en su afán de monopolizar el poder. Y, por cierto, también es un asesino, no ajeno a la psicopatía. Los mismos males afectan, por tanto, a la nobleza, a la policía y a la presidencia democrática. Se podría argumentar que los tres ejemplos pertenecen a canales de cable (HBO, AMC y Netflix, respectivamente), pero encontramos la misma oscuridad, el mismo cinismo o nihilismo, en series de cadenas en abierto como NBC (Asuntos de Estado), Fox (24) o ABC (Scandal). Mucho huele a podrido en esos mundos y no porque sean dramáticos, ya que también en la comedia impera una visión negativa de la condición humana; ni siquiera porque sean norteamericanos, la misma plaga se extiende por Gran Bretaña (Black Mirror), Italia (Gomorra) o Dinamarca (aunque la Birgitte Nyborg de Borgen nada tenga que ver con el dubitativo Hamlet).

Parece que las series han dejado de trabajar a favor de la ilusión democrática, de la fidelidad histórica, del trabajo en equipo o, sobre todo, de la justicia. Lejos quedan El equipo A, The Equalizer o Doctor en Alaska. De la primera década del siglo XXI a la segunda hemos pasado de The West Wing como gran relato político, con el sello utópico de Aaron Sorkin, a la distopía de House of Cards. Aunque Underwood se mee en la tumba de su padre con los guardaespaldas a cuatro pasos y la Primera Dama haga lo propio frente al embajador de Rusia, estamos ante un relato casi realista: tanto Clinton como Obama han dicho que representan con bastante fidelidad lo que ocurre en Washington. Aunque lo dijeran en broma, sus palabras legitiman una mirada sobre el ejercicio del poder democrático que exagera la suciedad de la política estadounidense. O tal vez no. The Good Wife está mostrando la compra de votos en las elecciones de Chicago, entre otros trapos sucios; y Homeland, la ineficacia de la CIA, en tramas que conducen a la muerte de muchos más norteamericanos que terroristas islámicos.

En el nuevo paradigma, se imponen las historias que destilan una visión negativa de la condición humana tanto en el drama como en la comedia.

Hollywood parece haber abandonado la representación del sueño americano y la idea de que el principal enemigo es exterior. Pueden aparecer en sus ficciones villanos rusos, chinos, latinoamericanos o árabes, pero todos palidecen ante monstruos como los agentes secretos yanquis, el director de la CIA o el mismísimo presidente de los Estados Unidos. En 2001 no sólo comenzó el siglo XXI con el atentado contra las Torres Gemelas, también lo hizo con la publicación de libros como Juicio a Kissinger (Anagrama, 2002), donde Christopher Hitchens demostró que el secretario de Estado de Nixon y Ford planificó tanto asesinatos selectivos como matanzas en Indochina, Bangladesh, Chile, Chipre, Timor Oriental y Washington, D. C. Crímenes contra la humanidad. Durante la presidencia de Obama ha habido muchas más ejecuciones mediante drones que durante la de Bush, quien accedió al poder gracias a lo que Josep Fontana ha llamado un “golpe de estado judicial” (en Por el bien del imperio, Pasado y Presente, 2011). Ante semejante panorama no es de extrañar que, incluso cuando las series hablan de los años 20, como en Boardwalk Empire, o de los 60, como en Magic City, la obsesión de los guionistas parezca ser la de rastrear la genealogía del derrumbe de la nación.

Las tres industrias narrativas más poderosas de estos momentos tal vez sean los videojuegos, las teleseries y la telerrealidad. Su influencia es enorme, pero jamás directa. Pasa a través de cada uno de los cerebros, donde ocurre lo que Henry Jenkins ha llamado la convergencia mediática. En nuestras psiques construimos una mitología personal a partir de la remezcla de miles de relatos, personajes, modelos. Una ética individual en tensión con diversas morales colectivas. El viejo debate humanista de si el arte nos hace mejores quedó liquidado en el momento en que asumimos que Mao era librero; Mussolini, hijo de una maestra; Franco, un poco cinéfilo; y Stalin, un lector compulsivo. Yo creo que la cultura, en cambio, sí nos hace más conscientes y críticos, más libres, para bien y para mal. La competencia por cuotas de pantalla ha catalizado la presencia de personajes temibles y de historias desesperanzadoras, apenas matizadas por tímidos happy end como los de The Wire o Mad Men. En las últimas temporadas de ésta se interpreta la cultura norteamericana como un mecanismo en que California genera la innovación y las tendencias que Nueva York transforma en dinero, gracias a la población del interior del país, rural e inculta, consumista. La expansión de los 60 lleva a la muerte de Baltimore en la serie de Simon, a un presente posindustrial, a una sociedad en descomposición. Un sinfín de tramas, situaciones, desafíos o biografías, en guiones y direcciones de alto nivel estético, nos obliga a pensar en serio sobre el presente y sobre la historia que a él conduce.

El viejo debate de si el arte nos hace mejores quedó liquidado al asumir que Mao era librero y Mussolini, hijo de maestra.

Dice Javier Gomá en Ejemplaridad pública (Taurus, 2009) que es “impensable una civilización sin una poética” y que “los estilos artísticos han de acomodarse a los ritmos y a las necesidades morales y cívicas de cada estadio histórico”. Soy de la opinión que la lectura de Américo Castro del Siglo de Oro es correcta: del Quijote a Fuenteovejuna, del Lazarillo a La vida es sueño, su literatura se debe leer como una crítica política y moral a un imperio decadente. Una crítica ácida y oblicua, un ejercicio colectivo de decir sin decir, que no deja títere con cabeza. Intuyo que con el tiempo se irán disolviendo y olvidando las series que, como tantísimas tragedias, poemas o entremeses del siglo XVII, no están a la altura de su tiempo o no hacen más que alimentar una industria voraz, e irá quedando un canon que nos permitirá entender mejor nuestra época. Quién sabe si ese canon no será usado, en la democracia del futuro, como un ejemplo moral, aunque represente una constelación de universos que parecen carecer de ella.

Jorge Carrión es escritor. Acaba de publicar la trilogía de novelas Los muertos, Los huérfanos y Los turistas (Galaxia Gutenberg).

jueves, 28 de mayo de 2015

Vicenç Navarro sobre el sesgo derechista del periodismo televisivo en cuestiones de economía

Vicenç Navarro, "Cómo los medios han estado promoviendo el neoliberalismo: el caso de ‘La Sexta Noche’, ‘Al Rojo Vivo’ y TV3", en Público 28 mayo 2015:

(Navarro es Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y ex Catedrático de Economía Aplicada. Universidad de Barcelona, y autor de parte del programa económico de Podemos)

Se habla mucho, con razón, de la gran inmunidad de la que gozan figuras y personajes del mundo político, financiero y económico que, a pesar de haber sido condenados por los tribunales, permanecen inmunes a cualquier sanción. El grado de tolerancia hacia tal inmunidad es un indicador más de la baja calidad de la democracia española.

Pero existe otro tipo de inmunidad, la inmunidad profesional, que ni siquiera se reconoce como censurable. Es cierto que en algunas profesiones como la médico-sanitaria, existe un sistema de sanciones para su mala práctica. Si un cirujano comete un error y, como consecuencia de ello, el estado de salud del paciente queda negativamente afectado, existe la posibilidad de que tal cirujano reciba algún tipo de sanción y sufra un notable descrédito profesional. Pero ello no ocurre en otras profesiones, como en las áreas económicas, situación que se muestra con toda claridad en el caso de los gurús económicos que aparecen y son promovidos por los mayores medios de información y persuasión del establishment. Periodistas y economistas que analizan, pronostican y/o promueven políticas económicas que sistemáticamente han perjudicado el bienestar de la población permanecen inmunes a cualquier sanción o desprestigio. En realidad, a pesar de sus malas prácticas, continúan gozando de enormes cajas de resonancia, provistas por aquellos medios cuya mayor función es reproducir la sabiduría convencional favorable a los mayores intereses financieros y económicos que dominan los medios.

Uno de los casos más notorios de impunidad son los economistas de tendencia liberal (es decir, hablando claro, neoliberal) que, a través de aquellos medios, han estado proponiendo y promoviendo políticas económicas de claro corte neoliberal, como recortes del gasto público, incluyendo el gasto público social, y reducciones en la accesibilidad a servicios públicos de primera necesidad (como sanidad y educación, entre otros), así como reformas laborales que han provocado un gran descenso salarial, políticas todas ellas que han tenido unas consecuencias enormemente negativas para el bienestar de la población y para el estado de la economía. Pues bien, a pesar de la enorme evidencia científica que existe mostrando el desastre (y no hay otra manera de definirlo) que han significado tales políticas, dichos economistas continúan apareciendo en los  medios, y continúan recetando las mismas políticas. Hay múltiples ejemplos de ello. Veamos dos de ellos.

El economista del establishment político español

Uno de los economistas más promocionados en España es el economista José Carlos Díez, el columnista en temas económicos de mayor visibilidad en El País, asesor económico de la SER y de La Sexta (tanto en el programa Al Rojo Vivo como en La Sexta Noche). Es asesor en temas económicos del candidato del PSOE, el Sr. Pedro Sánchez, y lo fue antes del Sr. Zapatero, cuando predijo toda una serie de hechos que fueron claramente erróneos, cuando no falsos. Analicemos sus diagnósticos y pronósticos:

En el año 2006 (09.06.2006) pronosticó en El Mundo que “la probabilidad de ver una caída significativa del precio de la vivienda es cercana a cero”. En realidad, desde 2007, el precio cayó nada menos que un 36%, según señaló el Instituto Nacional de Estadística. Más tarde, en abril del 2007, en la revista Economía Exterior escribió que “se tiene que contrarrestar el mito de la burbuja inmobiliaria en España”, negando la existencia de una burbuja inmobiliaria. Tal diagnóstico y pronóstico habla por sí mismo de su incompetencia. Hubo una burbuja inmobiliaria que se expandió y luego explotó, contribuyendo a la Gran Recesión. Más tarde, en 2009, y para minimizar el impacto negativo de la burbuja, escribió en Cinco Días (22.11.2009) que los precios de la vivienda en 2009 habían ya tocado fondo. Los datos –los testarudos datos- sin embargo, mostraron que tales precios continuaron bajando y bajando. También en 2009 intentó ridiculizar a los que alertamos de las consecuencias negativas de las políticas públicas impuestas (y digo impuestas, pues no tenían mandato popular al no estar en su programa electoral) por el gobierno español presidido por el Sr. Zapatero, escribiendo en Cinco Días que “los escenarios apocalípticos de seis millones de parados, con tasas de desempleo del 25%, están siendo refutados por la realidad”. En realidad, el paro alcanzó más tarde no el 25%, sino el 26%, con 6,2 millones de parados. Por si no fuera poco, tal personaje también indicó en Cinco Días (22.11.2009) que el sistema financiero español era sumamente eficiente, diagnóstico que el Presidente Zapatero repitió en una conferencia de prensa en Nueva York, meses antes de que colapsara, mostrando que el sistema financiero español era (y continúa siendo) uno de los más ineficientes en el mundo, habiéndole costado más dinero (en términos proporcionales) al ciudadano español el reavivarlo, que en cualquier otro país de la UE-15, reavivación que ha alcanzado unos niveles de complicidad política escandalosa.

Es difícil encontrar un gurú mediático con mayores errores de diagnóstico y prescripción. Invito al lector a que imagine, por un momento, qué le ocurriría a la reputación de un cirujano que hubiera diagnosticado y tratado a un paciente tantas veces mal como ha hecho el Sr. Díez en sus diagnósticos y pronósticos económicos. Le aseguro que el cirujano habría sufrido un enorme descrédito y raramente hubiera aparecido en los medios. No así con el “experto” en cuestión, que ha hecho tanto daño con las políticas que ha propuesto, basadas en un diagnóstico y pronóstico claramente erróneos. A pesar de los síntomas de tanta incompetencia, nada ha pasado. La SER, La Sexta y El País, entre otros, continúan presentándolo como el gran “experto”. Durante la última campaña electoral, dicho “experto” ha sido el experto económico de tales medios, presentando su doctrina neoliberal bajo el nombre de ciencias económicas. Además de ignorancia, este personaje se caracteriza por su arrogancia, presentándose como un científico, promoviendo el ideario liberal de la dirección del PSOE.

Dos ejemplos recientes de este ideario aparecieron, de nuevo, cuando en el programa Al Rojo Vivo de La Sexta, se le preguntó al que es su asesor económico, el Sr. Díez, su opinión como “experto” sobre las propuestas hechas por el candidato de Podemos a las elecciones de la comunidad de Madrid. El supuesto experto lo criticó por proponer políticas redistributivas cuando la prioridad debería ser, según él, el facilitar medidas que estimularan el crecimiento, repitiendo el famoso e incorrecto diagnóstico (lo que también han hecho todos los portavoces de la derecha española -el PP y Ciudadanos en España y CDC y UDC en Catalunya-) de que “para distribuir antes hay que crecer”. Tal aseveración ignora que en una economía deprimida, como la española (incluyendo la catalana), las políticas redistributivas, que aumentan la capacidad adquisitiva de las clases populares, son una condición necesaria para incrementar la demanda doméstica y, con ello, el estímulo y el crecimiento económicos.

Tal promoción apareció también nada menos que en la noche del sábado, antes del día de las elecciones (violando, por cierto, la ley que prohíbe cualquier acto electoral el día anterior), cuando La Sexta Noche promovió a este supuesto experto y a su libro. En dicha presentación, el “experto” de ese programa defendió las políticas de recortes del Sr. Zapatero, promovió la reforma laboral (atribuyendo el elevado desempleo a las rigideces laborales) y acentuó un tímido apoyo a la intervención pública, aceptando algunas reformas que antes había denunciado cuando fueron propuestas por Podemos, como es la propuesta de que el ICO debería actuar como un banco público, ayudando a estimular la innovación en las inversiones económicas. Esta propuesta la hicimos el Profesor Juan Torres y yo en el documento que distribuyó Podemos bajo el nombre de Un proyecto económico para la gente, y que el Sr. Díez ridiculizó en El País. Ni que decir tiene que, aunque aceptó que era ahora necesario hacer lo que antes había ridiculizado, no citó el origen de esta propuesta, que fue en el documento distribuido por Podemos. La incompetencia, por regla general, va acompañada de manipulación.

El dominio absoluto de tales gurús económicos neoliberales es casi absoluto, sin que se permitan otras voces críticas a tanto error, falacias y manipulaciones, permitiéndoles una enorme impunidad. La falta de diversidad ideológica de los medios en España, reproduce tal inmunidad, que se da en todas las partes del país, incluyendo en Catalunya.

El gurú económico en Catalunya

Un caso semejante ocurre en Catalunya con el Sr. Sala i Martín, un economista ultraliberal que aparece con gran frecuencia en los mayores medios de información y persuasión en Catalunya. En EEUU, sus simpatías son hacia el Partido Libertario, que es el eje del Tea Party, la ultraderecha estadounidense. En la cadena pública TV3 se le conoce como “el economista de cabecera de la casa”, monopolizando un programa que se presenta como “Classe d’economia” (Clase de economía), plataforma desde la cual imparte su ideología neoliberal, que presenta como “ciencia económica”. Fiel a esa ideología, ha ido promoviendo todas las recetas neoliberales, tales como reducciones del gasto público, incluyendo el social, la desregulación de los mercados laborales (que debilita todavía más los convenios colectivos), la privatización de la Seguridad Social y de todos los servicios públicos del Estado del Bienestar (escasamente financiados en Catalunya y en España), tales como educación, sanidad y servicios sociales, y una larga lista de recetas del ideario ultraliberal. La evidencia científica ha documentado extensamente el enorme daño que dichas políticas han hecho a la gran mayoría de las clases populares de Catalunya, lo cual no es obstáculo para que este economista continúe gozando de grandes cajas de resonancia, algunas de ellas, como TV3 y Catalunya Ràdio, financiadas públicamente, medios instrumentalizados por los partidos gobernantes de tradición conservadora y liberal.

La pasividad de las fuerzas democráticas ante tanta impunidad

La monopolización de la visión neoliberal de los fórums económicos (tanto en los mayores medios de información como en los medios económicos) es casi absoluta. Y lo que es sorprendente es la pasividad, no solo de las fuerzas democráticas del país (que deberían sentirse ofendidas por esa falta de diversidad), sino también, dentro de ellas, de las izquierdas. En el último programa de La Sexta Noche, los tres periodistas (de los seis presentes) que supuestamente representaban las izquierdas dieron la bienvenida y saludaron la presentación del supuesto “experto”, el Sr. Diez, sin ninguna voz crítica hacia tal monopolización del pensamiento económico. Y en Catalunya no ha habido una protesta pública por parte de las izquierdas parlamentarias por la monopolización tan abusiva de un programa, financiado con dinero público, llamado “Clase de economía”, por parte de un ideólogo ultraliberal en un medio público pagado por todos los ciudadanos en Catalunya. He detectado un miedo por parte de la clase política de todos los colores a enfrentarse con los medios de comunicación, miedo que también detecto, por cierto, entre los intelectuales, que temen ser censurados o vetados por tales medios, hecho del cual yo puedo dar constancia. Pero  el compromiso con la democracia exige una denuncia masiva de este atropello tan claro de la democracia en este país. Hago, desde aquí, en estas líneas, una invitación a la población para que se movilice y bombardee tales medios con denuncias, recordándoles que tanto los medios privados como los públicos utilizan un bien común, cuya función es la mayor razón de su existencia. Es, por cierto, un mandato constitucional, puesto que la tan manoseada Constitución Española (que, por regla general se utiliza por las derechas del país para defender sus intereses) indica explícitamente el derecho y el deber de los medios de información a garantizar la pluralidad, algo ignorado sistemáticamente.

Una última observación

Cuando acababa de escribir este artículo, denunciando, una vez más, el comportamiento antidemocrático de los mayores medios de información, que promocionan descaradamente un punto de vista en las ciencias económicas que está causando un gran daño a las clases populares, leo un artículo en La Vanguardia, que alcanza niveles ya de escándalo. Dicho rotativo, como la mayoría en Catalunya, se ha caracterizado por una enorme hostilidad hacia Barcelona en Comú, alcanzando niveles nunca vistos ni en España ni en los países donde he vivido (Suecia, Reino Unido y EEUU). Tal artículo relaciona a Ada Colau con nada menos que Osama Bin Laden. Sí, ha leído bien, no ya con ETA (como hace la derecha española para perjudicar a las izquierdas españolas), sino con el mismo Bin Laden. ¡Todo un récord! Y el intermediario en dicha relación era Noam Chomsky, el intelectual estadounidense más conocido en el mundo. Resulta que Bin Laden había leído un libro de tal autor, lo cual fue la base para que La Vanguardia presentara a Ada Colau, que ha recibido el apoyo de Noam Chomsky, como relacionada con Osama Bin Laden (“Las cartas de amor y odio a Bin Laden”, 21.05.2015). El cretinismo y mezquindad a los cuales puede llegar la derecha española, incluyendo la catalana, no tiene límites. Son herederos directos de aquellos que fusilaron y torturaron a los demócratas durante la dictadura. Ahora que ya no pueden hacerlo físicamente, intentan hacerlo mediáticamente. Invito al lector a que se movilice para denunciar tanta desvergüenza.

jueves, 14 de mayo de 2015

Series minimalistas

Hay algunas series minimalistas, como Seinfeld, que no tratan sobre nada, sino sobre las manías y las formas de ser. Allí hay uno que no lleva toda su vida parado, sino de huelga. Y diálogos para besugos como este:

-¿Me estás soltando lo de "no eres tú, soy yo"? Yo inventé "no eres tú, soy yo". Nadie me dice a mí que son ellos y no yo. Si alguien es alguien, soy yo.

-Vale, George: eres tú.

-¡Y tanto que soy yo!

martes, 28 de abril de 2015

Por qué seduce Juego de Tronos

Jacinto Antón, "Hierro, sangre y sexo", en El País, 28-IV-2015:

El secreto de 'Juego de tronos' estriba en convertir lo remoto en cercano. Juego de tronos: una exposición para viajar a este lado del muro.

Sentado el otro día en el Trono de Hierro, el incómodo asiento de Aegon el Conquistador, forjado con las espadas de sus enemigos caídos, mil de ellas, calentadas al rojo blanco en las forjas de Balerion, el Terror Negro, volví a experimentar todo el poder de la serie creada por George R. R. Martin, el simpático Falstaff de la fantasía reconvertido en Midas del género. No era el trono verdadero, por suerte, porque ello me hubiera puesto en peligro —el trono mismo según se cuenta era capaz de matar a un hombre— y sin duda llevado pronto a engrosar la inacabable lista de muertos de la historia, sino el que habían instalado para hacerte un selfie junto a Jon Nieve en el Salón del Cómic de Barcelona. De la fuerza de Juego de tronos da prueba el que todo un hombre maduro como yo —y me quedo corto— se emocionara sin pudor instalado en aquel decorado. A punto estuve de preguntarle al joven Nieve -tan falso como el trono pero muy bien caracterizado- si me aceptarían en la Guardia de la Noche para defender el Muro y si convalidaban mis años de periodista. Probablemente no.

Leí en su momento con pasión los primeros libros de Canción de hielo y de fuego y he sido un seguidor inconstante de la serie televisiva. Recuerdo como un relámpago de acero la primera entrega, rematada con la ejecución de Eddar Stark (momento comparable por lo traumático a la muerte de Tom Jordache-Nick Nolte en Hombre rico, hombre pobre), y cierto progresivo cansancio a medida que la serie, en papel y en imagen, se iba dilatando mucho más allá de los planes originales de Martin, un autor con muchísimas más cosas interesantes, y no me cansaré nunca de recomendar Muerte de la luz —una de las historias de amor más hermosas que se han escrito jamás— y Sueño del Fevre (lo mismo pero en amistad).

Juego de tronos es por supuesto un destilado, muy a menudo genial, de numerosos ingredientes. Se ha señalado mil veces la clara influencia de la Guerra de las Rosas inglesa, con sus dos dinastías envueltas en una lucha despiadada por el trono: hacedores de reyes que cambian de bando, reinas infieles y crueles, niños asesinados, monarcas débiles, y un príncipe deforme como uno de los grandes personajes de la trama (aunque curiosamente mientras asistíamos al encumbramiento del menudo Tyrion Lannister el hallazgo de los restos de su inspirador, Ricardo III, ha revelado que al parecer era bastante normal). En cambio, se suele pasar por alto, seguramente por su adscripción a la ciencia-ficción, la influencia de Dune, de Frank Herbert, con sus casas nobles enfrentadas en un juego de poder por la primacía del imperio, que me parece importantísima (hay un texto que recita Arya Stark para conjurar su miedo que es casi igual que el que repite Paul Atreides: “El miedo hiere más que las espadas”).

Por supuesto toda la fantasía heroica —Leiber, Moorcock, Donaldson—, está en Juego de tronos, y con ella la amalgama de novelas de caballería, literaturas germánicas y escandinavas, relatos artúricos, poesía romántica y cuentos de terror que han impregnado el género desde sus inicios. Las espadas famosas (¡quién no querría una!), los guerreros, los dragones, las tierras fabulosas, los brujos, son elementos que la serie comparte con un sinfín de creaciones. ¿Qué la hace pues tan conspicua? El secreto está en haber convertido todo un material remoto en algo increíblemente cercano. Uno puede reírse de la engolada épica bárbara del Conan de Howard (y Milius) pero, ¡diablos!, a ver quién se toma a broma las intrigas de los Lannister. Hielo es una espada que corta  de verdad y no como la fantasmagórica come almas Stormbringer de Elric de Melniboné. Juego de tronos chorrea sangre real -en eso se ha beneficiado de la moda de las novelas (Cornwell, Scarrow) y películas bélicas realistas- y también rezuma, con perdón, sexo. Ciertamente la serie ahí ha apretado. Cada uno recordará su imagen erótica, de las muchas, muchísimas. Acaso las del gañán Drogo con su khaleesi o algún incesto en detalle. A mí me sube un calorcillo —y mira que hace temporadas— cada vez que recuerdo al malogrado Viserys Targaryen metido en una bañera con una jovencita esclava hablando de política hasta que él la hace pasar a mayores, y no me refiero al jabón. Antes, en el género fantástico el sexo nunca había sido enteramente satisfactorio (y valga la frase). Las princesas y guerreras quedaban un poco de calendario. Vamos yo no me metería en una bañera con Red Sonja ni bien armado (¡). Por no hablar del pureta padre Tolkien, cuya mejor imagen de la libido es la Torre Oscura de Barad-dûr.

Martin posee también —sin perder el sentido de la maravilla y de la épica— una buena mano para describir sentimientos y emociones, que nunca fue el fuerte en la Sword & Sorcery. He ahí una delicadeza que nunca encontraremos en Cimmeria

domingo, 26 de abril de 2015

Televisión que no aliena

Lo escuché en una serie. Un histórico rey vikingo, Ragnar Lodbrok, advertía a su hijo de algo que se podría aplicar a los indignos que gobiernan: "El poder siempre es peligroso; atrae a los peores y corrompe a los mejores. Yo nunca pedí el poder. El poder solo se da a aquellos que están dispuestos a ponerse de rodillas para cogerlo".

Pero esta memorable sentencia es en realidad un aforismo del filósofo anarcoecologista Edward Paul Abbey, al que alguna vez he citado en estas páginas; el cuco guionista, Hirsch, hace un guiño a los paganos de esta época; no sé cómo ha podido pasar desapercibido; supongo que habré pasado por alto otros huevos de pascua como estos.

Así que una cierta televisión merece la pena. Yo la sigo poco: el programa de Wyoming en la sexta (aún recuerdo cuando actuó, en compañía del Reverendo pianista, en el hoy difunto cafetín de San Pedro, allá por La Movida) y algunas series, la mayoría con algún trasfondo histórico o moral. Son los dos ganchos que más me atraen. La minimalista y efímera The booth at the end; la sueco-danesa Bron / El puente, Vikingos, Mad men, son las que intento seguir si puedo; me gusta también Juego de Tronos por su guion, fantasía y personajes. Aprecio mucho Perdidos, Breaking bad, Sin rastro y Dexter, y recuerdo muy vívidamente, de hace ya muchísimo tiempo, magníficas series inglesas como Yo Claudio, Retorno a Brideshead, El topo, Sherlock Holmes, Arriba y abajoTodas las criaturas grandes y pequeñas, Soldado y yo y las más modernas Skins, Sherlock y Torchwood. Tenían para mí mucho encanto otras americanas más esquemáticas como Star trek, Luz de luna, Lou GrantColomboMalcolm, Dallas, Urgencias, Medium, House, Expediente X y las primeras temporadas de CSI las Vegas, hasta que empezaron a imitarse a sí mismos. No estaban mal Hermanos de sangre y Pacific y se dejan ver Black sails y Walking dead pese a sus truculencias y casquerías. El resto no me interesa, no las he visto, no las recuerdo o solo aprecio algún que otro episodio o temporada.

Entre las españolas, disfruté con El pícaro, Anillos de oro, Turno de oficio, Curro Jiménez, La huella del crimenSiete vidas; no tengo otras, aunque digan que las nuevas han mejorado mucho y alaben otras antiguas; el caso es que no tengo tiempo ni paciencia para verlas, aunque sí podría volver a ver otra vez con igual asombro que entonces una serie más profunda y que, a diferencia de todas ellas, trata de cosas perennes, importantes y que no pueden pasarse por alto; me refiero a Barrio Sésamo. Un solo diálogo entre Epi y Blas tiene más frescura filosófica que un programa del pedantísimo Punset; Epi tiene mucho del alegre Epicuro y Blas no poco del amargado Blas Pascal.

Pero, si desean saber de una joya, por desgracia ya ausente de las ondas y realmente difícil de conseguir, deben saber que ese timbre corresponde a Mochileros (Backpackers), un programa realizado por tres amigos australianos en que contaban sus andanzas por toda Europa recorrida de cabo a rabo durante un año sabático que se tomaron tras acabar los estudios. Es un programa realista a más no poder y, desenfadadamente, en forma de diario, estos tres jóvenes e ingenuos australianos sin un duro hacen turismo de alpargata documentándolo todo en vídeo para después hacer la serie de que tratamos; sufren todo tipo de aventuras y penalidades con humor y optimismo, ingiriendo a veces más basura-comida que comida basura, y se inventan una gastronomía de subsistencia que daría hambre al mismo Ferrán Adriá. Aparte los momentos desternillantes, interesa siempre y desborda autenticidad y humanidad: se juntan con otros mochileros de diversos países, se enamoran, se desenamoran, se juntan, se reúnen, se cabrean y terminan con síndrome de Stendhal o abocados al nihil admirari horaciano. Nos vamos identificando con ellos y aprendemos a sobrevivir sobre el terreno con lo mínimo, mientras se pasean con una furgoneta descacharrada a la que para más inri llaman "Van Damme"; cuando se rompe la correa de transmisión en mitad de la nada, logran arreglarlo sustituyéndola, milagros del ingenio, con el elástico recortado de unos calzoncillos. Se emborrachan en la fiesta de la cerveza alemana y les roban una cámara; en Praga terminan para el arrastre saliendo de un seto y sin recordar nada tras colocarse con fée vert (ajenjo) en Praga; filman a un fantasma en Escocia; se dejan caer por una cuesta abajo imposible en Inglaterra en medio de quesos rodantes en nombre de la estupidez; se congelan de frío y humedad en Irlanda; los visten de rojo en la tomatina de Buñol; se cagan de miedo en los encierros de Tafalla; les pillan con marihuana en los Pirineos; roban el cartel de carretera de Fucking en Alemania; hacen chistes con el nombre de Peñíscola en España; logran colarse en un balneario de lujo de montaña... El resultado apercibido al final de tantas aventuras y dislates es que se convierten en personas maduras, con un fin en la vida y las cosas claras. Realmente han crecido como personas; valoran la experiencia como positiva y la recomiendan; representan más edad de la que tienen y ya saben discriminar qué es importante y qué no lo es. Precisamene porque no se trata de una serie de ficción, sino de un viaje iniciático.

jueves, 2 de abril de 2015

Las novelas están muertas, las series no

Bárbara Celis, “La novela está muerta. Para entender el mundo bastan Internet y el vídeo a la carta” Michael Hirst transformó en la serie Vikingos las leyendas sobre Ragnar Lodbrok, rey conquistador del siglo IX, en un apasionante culebrón de aventuras", en Babelia (1-IV-2015):

Quienes hace veinte años soñaban con ser escritores solían despreciar la televisión. Lo mismo le ocurría a los directores de cine y a los actores, demasiado concentrados en buscar la fama a través del celuloide como para prestarle atención a esa caja insignificante cargada de contenidos populares alejados del arte con mayúsculas.

Hoy, sin embargo, escritores, directores y actores se pelean por conseguir que su nombre aparezca en alguno de los títulos de crédito que han transformado la historia de la televisión desde que la ya mítica Los Soprano diera un vuelco a la narrativa catódica en 1999. Le han seguido muchas otras series de calidad extrema, desde The Wire a Breaking Bad o True Detective, y el fenómeno ha sido tal que hasta un canal como el History Channel, que jamás se había atrevido con la ficción, buscó a alguien que pudiera transformar historia en drama. ¿El elegido? Michael Hirst, quien propuso escribir la serie Vikingos transformando las leyendas sobre Ragnar Lodbrok, el rey que inició la expansión conquistadora vikinga en el siglo IX, en un apasionante culebrón de aventuras, poder y pasiones cercano a Juego de tronos, pero caracterizado por su fidelidad histórica y cuya tercera temporada estrena en España el 22 abril el canal TNT.

Hirst era el clásico aspirante a escritor cuya vida dio un vuelco tras un encontronazo con un director de cine tan interesante como poco comercial, Nicholas Roeg, y gracias al que descubrió que escribir para contar una historia en imágenes podía ser tan satisfactorio como hacerlo en un libro. “Empecé con el cine, pero las series son mejor.¿Cuántos libros vende un escritor corriente?, ¿3.000?, ¿5.000? Mi serie Vikingos se emite en 132 países, la ven millones de personas y eso es lo que queremos los artistas, ¿no? Audiencia. Además, ya nadie te paga por escribir un libro”. A sus 62 años, él es también el guionista de Los Tudor y el productor de Los Borgia, aclamadas por su capacidad de entretener sin perder la perspectiva histórica.

Con su rostro pálido y su caminar lánguido, Hirst tiene un aspecto inequívocamente inglés. Y gustos inequívocamente británicos, como el de citarnos para una entrevista en un club privado, algo que en otros países resultaría extraño, pero en Londres es bastante normal. Eso sí, no nos lleva a cualquier club, sino al único que, según los entendidos, merece la pena porque la mayoría se ha convertido en el destino de los que quieren presumir de ricos y famosos, pero el Two Bridges sigue aceptando a un público heterogéneo y cuenta entre sus miembros a muchos intelectuales. “Cuando vengo a Londres me gusta venir aquí”, dice pidiéndose un café tras llegar en tren desde Oxford, donde vive con su esposa y sus hijos. El lugar no tiene nada de especial, por dentro parece un restaurante normalito aunque con solera, pero los camareros conocen a Hirst y le saludan con familiaridad.

Él va directamente al grano. “La novela está muerta. Es un formato muerto. Pertenecía al siglo XIX y reflejaba la sociedad del siglo XIX. Entonces había escritores maravillosos y había que leer novelas para entender el planeta, y el amor, y la tragedia, y agrandar tu propia existencia, pero ahora que el mundo es más pequeño basta con Internet y el vídeo a la carta”. Así arranca la conversación con este guionista especializado en temas históricos que dice devorar ensayos, pero al que difícilmente veremos con una novela en la mano, al menos contemporánea. “La última gran novela que se ha escrito es Cien años de soledad y García Márquez ha sido el último gran novelista. Ya sé que suena radical, pero es cierto, la novela es un género en decadencia”.

Lo dice un hombre contradictorio, que hizo su tesis doctoral sobre Henry James, pero describe las series como “el mejor lugar para un escritor del siglo XXI”, aunque confiesa no ver las que hacen otros: “Para que no me influyan y me acusen de copiar”. Sus Vikingos han conseguido enganchar a millones de personas, incluidas las mujeres, debido entre otras cosas a lo progresistas que las sociedades vikingas eran en términos de género respecto a otras de su época. “He tratado de romper y atacar todos los prejuicios sobre los vikingos. No eran unos salvajes que lo destrozaban todo, al contrario. Por ejemplo su actitud hacia las mujeres en el siglo IX es mucho más avanzada que la de los sajones. Ellas podían divorciarse, volverse a casar, tener propiedad privada, participaban en las batallas. Lagertha, la primera mujer de Ragnar, tiene legiones de fans (de la serie) en todo el mundo. ¿Por qué? Es madre, esposa, pelea, opina y eso gusta”, explica.

“La gran ventaja es que las series te permiten desarrollar los personajes como podía hacer Dickens en sus libros. Y al igual que en su época se acudía a lecturas públicas, ahora la gente discute en los foros sobre sus personajes favoritos de las series. En el cine no es así, no hay tiempo. En Vikingos, por ejemplo, hemos podido explicar muy bien el paganismo, creo que era importante tomar sus creencias religiosas en serio para entenderlos mejor. Por otro lado, está el monje católico, que es un gran personaje, basado en un monje real que después escribió sus memorias. Él es nuestros ojos, está en shock, pero también está impresionado al descubrir cosas sobre su sociedad que aún nos sorprenden, como el hecho de que fueran gente tan apegada a la familia a pesar de la violencia que mostraban al invadir otros lugares” señala Hirst.

No obstante, este guionista que trabaja solo, escribiendo uno a uno los capítulos de la serie y participando en muchas de las decisiones creativas —“algo imposible en el cine”, apunta—, afirma que aunque Vikingos es una serie histórica, en el fondo engancha porque “es una saga familiar cuyos protagonistas son hombres y mujeres que tienen problemas como los de hoy, que aman y se desenamoran, que tienen que pelear por sus hijos, que luchan por su lugar en la sociedad…”. Por otro lado, considera que las series históricas, e incluye Juego de tronos, “aunque sea pura fantasía”, nos ayudan a entender que el mundo no ha cambiado tanto. “¿Podríamos poner a Putin en Juego de tronos o en Vikingos? Yo creo que sí. A David Cameron también, un manipulador viscoso como él no desentonaría en esas luchas por el poder. Creo que las sociedades cambian, algunos valores también, aprendemos a hacer las cosas mejor, construimos cohetes y puentes, pero los hombres no cambiamos, seguimos cometiendo los mismos errores. Y la historia es la prueba”.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Breaking bad, una serie mortal y paramoral

"Volverse malo" es lo mismo que empezar mal, porque se acaba peor. Y ha sido una de las series que mejor han acabado: consiguió no defraudar al cerrar el telón. La serie me encanta, está entre las mejores que ha habido junto a britanadas como Yo, Claudio o Retorno a Brideshead, por el equilibrio sobresaliente que sostiene entre todos sus aspectos y por sus grandes, aunque cuidadosamente ocultas, simetrías estructurales...  Lo bien que han sabido esconder las trampas del oficio estos guionistas... Hasta el punto de que nadie ha mencionado siquiera las palabras "fórmulas" o "esquematismos". Pero los tiene. Os revelaré algunos.

En primer lugar, los ejes de coordenadas temáticas que sostienen el tinglado argumental:

1. La transformación maligna de las células normales del cuerpo en células cancerígenas.
2. La síntesis, también a nivel simbólico, casi de piedra filosofal, de la ponzoñosa metanfetamina-sueño artificial desde los inocentes y reales átomos naturales de elementos simples que la componen. La riqueza o estúpido sueño americano (ser millonario) frente a la pobreza (ser un ganapán profesor de química).
3. El tira y afloja entre la conservación y la destrucción de las relaciones no solo familiares, sino también laborales de los protagonistas.
4. La metamorfosis mitológica de Walter White en Heisenberg y la opuesta pero asimismo implacable deconstrucción del maligno pero impostado Jesse Pinkman en una pobre, imbécil y simple buena persona. Del Ying al Yang y del Yang al Ying: en la raíz del uno está la esencia del otro.

Esas simpatías y simetrías, con reflejos y paralelismos de refuerzo en las historias secundarias, esa diferencia de potencial en estos cuatro ejes complementarios tira del desarrollo argumental de la serie hasta el final en medio de unos majestuosos y siempre crepusculares paisajes de Nuevo Méjico, junto a la simétrica oposición entre la superfluidad y estupidez de las mujeres-espejo de sus maridos frente al peso pesado de los protagonistas masculinos y la figura de secundarios de lujo paramorales como Mike o Saúl que no en vano van a pasar a un merecido spin-off: "Mejor llama a Saúl".

domingo, 29 de julio de 2012

Cine, teatro, series.

Parece ser, amigos y amigas, por lo que voy leyendo por ahí, que el Prometheus de Ridley Scott no defrauda. Espero verlo el tres de agosto. En el canal digital clásico de la Metro he disfrutado muchísimo Two for the seesaw (1962), que horrorosamente reformularon como Cualquier día en cualquier esquina, de Robert Wise, con unas interpretaciones memorables de Robert Mitchum y Shirley McLaine. Se le nota el origen teatral, una pieza bien dialogada de William Gibson, (no el novelista friki, sino el dramaturgo autor de otras memorables como El milagro de Ana Sullivan) Ha sido todo un descubrimiento, una película que trata solamente sobre una relación amorosa honesta y sincera entre dos personas realmente humanas y zarandeadas por la vida, que no se engañan por nada y se analizan cruda, dura y visceralmente, pero con algo más que amor, inteligencia y comprensión. Una película para maduros y maduras, en blanco y negro, con una penetración muy parecida a la de Bergman antes de sus sañudas disecciones de parejas burguesas de fin de siglo. 

En Almagro he visto En la vida todo es verdad y todo es mentira, de Pedro Calderón de la Barca, por el Centro Dramático Nacional. Una obra de las mejores suyas, con los típicos conflictos edípicos de Calderón llevados a su paroxismo en el desquiciamiento del emperador bizantino Phocas, al que le es imposible distinguir apariencia y realidad, no sólo en el plano filosófico del desengaño barroco, sino en lo que toca a su hijo y heredero del hijo de su enemigo y futuro vengador, verdadero nudo de la obra: ¿Heraclio o Leonido? Ni siquiera el mago Lisipo logra despejar la patológica inseguridad del tirano Phocas. Luego está la cuestión política debatida en trastienda entre maquiavelismo o razón de estado y probabilismo o humanismo cristiano. La obra está llena de simetrías, contrastes, esquizofrenias, juegos escénicos, retórica, magia, músicas, alegoría, símbolos, lirismo. He disfrutado muchísimo, a pesar de las leves extravagancias de la puesta en escena moderna de Ernesto Caballero (ese oso polar en escena que recuerda a Perdidos, por ejemplo).

En series poco puede uno ver actualmente con algún interés: solamente Torchwood.

lunes, 14 de mayo de 2012

The booth at the end

Si alguien quiere saber lo que es el mono narrativo, que se vea esta serie minimalista de no más de veinte minutos por entrega. Cualquiera que se haya visto un par de episodios ya no podrá desengancharse. Transcurre en un diner en una de cuyas mesas hay, por así decirlo, el despacho de un misterioso personaje que resuelve los problemas sin solución de las personas, consultando un extraño libro del que nunca sabemos qué contiene. El hombre es muy sospechoso; pese a su apariencia normal podría decirse que es el protagonista del refrán anglosajón "El Diablo está en los detalles". 

Una microserie de guion genial, algo más que muy adictiva, porque su contenido nos toca profundamente. Es ético, moral y vital. No conozco a nadie que no haya quedado enganchado a esta serie; y eso que cada episodio dura no más de veinte minutos.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El Topo

Yo leía un libro el día en que ocurrió algo terrible a mi familia. Con el tiempo tiraron los papeles, unos papeles que ni siqiuiera hoy sabría si querer ver, pues nunca me planteé siquiera la cuestión, que ahora, tampoco, soy capaz de resolver, aunque ya no pueda hacerse nada. Ese libro era El topo, en lengua original Tinker, tailor, soldier... spyde John LeCarré. Me dirán que qué hacía un chico de diecisiete años leyendo cosas como esas. Yo siempre he leído cosas muy raras, a qué negarlo; quizá porque nadie me dijo nunca qué debía leer; si hubiera tenido cincuenta o sesenta años hubiera tenido más sentido; esos son los actores-lectores legítimos para LeCarré. Por entonces lo entendía a medias; notaba que algo se me perdía. Años más tarde lo releí y ya tenía caja de resonancia para esos fondos. 


Entonces recordaba que allí se hablaba de un baúl que heredó alguien que nunca quiso abrirlo, porque con el tiempo y por las malas había aprendido que algunas cosas están mejor guardadas que a la vista. Alguien tan psicópata y curioso como era yo de adulteciente no entendía entonces tan peregrino razonamiento: yo habría roto y despanzurrado cualquier juguete, cuanto más revuelto cualquier baúl. El personaje del chico vigilante, ese observador inicial que sigue a todas partes al profesor misterioso, que al final averiguaremos es el espía quemado, tiene algo de Jim en la posada del Almirante Benbow, siguiendo a todas partes los pasos vacilantes y beodos del Capitán y antes de abrir el cofre del muerto; pero a la novela de Lecarré le falta alegría y la ventolera barojiana de Stevenson. Es una novela que da grima, con interiores oscuros y fríos, aún mucho más sombría para mí que la lei en esas desoladoras circunstancias, que trae aparejadas a mi memoria. La elíptica serie de televisión que hizo la BBC con Alec Guiness en el papel del cornudo Smiley era memorable, no ya por su guion, interpretación y ambientación, ni siquiera por la música de Geoffrey Burgon, sobre todo ese angélico Nunc dimittis que servía para cerrar a plomo cada capítulo, sino por sus silencios de piedra. Y ahora dicen que han hecho una versión cinematográfica. Quizá vaya a verla. Aunque, como dice la novela, algunas cosas no son para vistas.

sábado, 19 de marzo de 2011

Una pintura negra. La cabina, de Antonio Mercero




La televisión española posee pocas obras maestras absolutas, de esas que no utilizan palabras, porque les sobran, que desafían al tiempo y tienen algo que contar a los siglos, a causa de la crueldad químicamente pura de su verdad. Una de esas pocas, poquísimas obras, de las que casi nadie se acuerda, pero que existen, poderosas, indiscutibles, supremas, es el mediometraje La cabina (1973) de Antonio Mercero, premiado con lo máximo allí donde ha sido exhibido. Su director ha sido maltratado por el mísero destino con la muerte en vida del Alzheimer, pero antes se dio el gustazo de pergeñar un catálogo de símbolos y metáforas con genio goyesco y la caligrafía del mejor Antonioni. No hay angustia como la de gran José Luis López Vázquez en la última media hora de esta pieza. Véase aquí la primera mitad, y aquí la siguiente


La cabina es prácticamente una película muda en la que las imágenes construyen un complejo alegorismo de rica imaginería metafórica y visual. Fuera de la obvia interpretación histórica de crítica social contra el franquismo y su estancamiento, recuerda, en muchos sentidos, la problemática y los temas del cine de Michelangelo Antonioni, al que se cita incluso alguna vez (los payasos tras el muro). El individuo se ve aislado, encapsulado y, en cierta manera, envasado por la sociedad de consumo y por cualquier tipo de sociedad en bruto y es privado de cualquier tipo de cordón umbilical de comunicación. De apariencia del todo vulgar, López Vázquez demuestra el gran talento que atesora, por si alguno tenía alguna duda por verlo pane lucrando en tantos filmes ínfimos de su época.

miércoles, 26 de mayo de 2010

El final de Perdidos (Lost)

Actualmente hay (que yo sepa) unos tres linajes de frikis: los de la Guerra de las Galaxias, los de El señor de los anillos y los de la serie Lost; a lo más que llego es a aficionadillo de Lost, incluso era partidario de la Teoría del backgammon, pero me di el madrugón y a mí no me parece que esté tan mal; las respuestas sólo conducirían a más preguntas. De todas formas alguien con un sardónico sentido del humor, Caronte, que siempre está por medio, como los jueves, se ha imaginado que Hitler ha visto el episodio final y, tomando una famosa secuencia de la última película de Tarantino y añadiéndole unos subtítulos en español al alemán, le ha salido algo redondo y con lo que la gente se está mondando de risa. Se emplaza aquí.

sábado, 10 de abril de 2010

Perdidos

Confieso que tardé en entrar en esta serie; requiere atención, y eso es algo que imposibilitan los anuncios constantes que vician el medio; pero contemplada a través de cable y varios capítulos a la vez la serie gana mucho, y vaya si "pica"; los guionistas conocen y utilizan todos los trucos narrativos (que se reducen a mentir y desvelar y a guardar y revelar secretos constantemente) con algo más que talento y nunca se permiten ni el más mínimo maniqueísmo; siempre trocean las secuencias dejando algo en el aire (inquietud, zozobra); aparte de este carácter fragmentario, la multiplicación de los niveles de exégesis y el amplio uso de la metaficción (historias paralelas, tiempos paralelos, personajes que pueden ser cosas, cosas que pueden ser personajes, personajes que pueden ser otros personajes, como en la narrativa cinematográfica de David Lynch, multiculturalismo, fabulación moral, cámara subjetiva), no llega a sobrepasar a los guionistas y las piezas, que son muchas, siempre terminan encajando en forma de trama lineal. Es más, algunos de los dilemas éticos presentes en ciertos episodios son hermosísimos y hacen pensar, y mucho. Al final se va descubriendo el secreto al filo del centenar de episodios y los hilos de la trama terminan confluyendo en una definición, más que filosófica, religiosa del tema general, aunque se trata de una fe laica, muy new age, en la que Dios y el Demonio poseen cuerpo físico y nombres comunes. Los actores, además, parecen inspirados con este material y algunos se muestran eminentes; Kate está hermosísima y cosecha todos los ojos; Jack parece un misionero con demasiado que hacer; John Locke es un santo al que han abandonado los milagros; Hugo no cae gordo a nadie, Yun se muestra más marciano que japonés, Said parece salido de un comic de Hazañas bélicas de Boixcar, Sawyer hace el payaso con un suplemento de neuronas, Michael realiza la tarea del negro, como en el mus, Claire asume el papel de rubia tonta que toca el bombo, etcétera.