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martes, 6 de junio de 2017

Félix de Azúa y la igualdad

"En España se puede pasar la ESO con suspensos. Establecer diferencias entre buenos y malos estudiantes sería reaccionario. Solo en el deporte, religión oficial (muy retrógrada) de la democracia de masas, se permite aún la desigualdad". Félix de Azúa, hoy.

El texto entero es este:

Casi toda la vida moderna se ha construido sobre tres quimeras: las de la libertad, la igualdad y la fraternidad humanas, propuestas por los alucinados franceses de 1791 y aceptadas como las Tablas de la Ley. Cualquiera que se oponga a una de ellas será lapidado, de modo que se las combate con disimulo. Por supuesto, los comunistas y los fascistas odian la libertad. Usan la palabra, pero para destruirla. La fraternidad me parece a mí que nunca ha tenido la menor relevancia sobre sociedad alguna. La igualdad, en cambio, presenta una carrera avasalladora. Es el único principio de la modernidad que ha funcionado a la perfección y en todos los terrenos.

Los efectos del monopolio de la igualdad han sido como los que traen fenómenos físicos de gran envergadura. Los terremotos, tifones, volcanes, cambios climáticos, producen escasas variaciones comparadas con las mutaciones que ha traído la igualdad. La igualdad se ha aplicado a todos y cada uno de los espacios sociales, incluidos aquellos en los que carece de sentido. Así, por ejemplo, en España se puede pasar la ESO con suspensos. Establecer diferencias entre buenos y malos estudiantes sería reaccionario. Solo en el deporte, religión oficial (muy retrógrada) de la democracia de masas, se permite aún la desigualdad.

Hacía mucho que no pisaba Londres. Quizás 20 años. Es asombroso ver en qué se ha convertido el centro histórico, Trafalgar, Soho, Covent Garden, Picadilly… Las masas lo han devorado como termitas. Aún peor, Oxford St., una de las avenidas más soberbias de Europa, es ahora un zoco peatonal y populachero. Así será la Gran Vía de Carmena si vence el mandato igualitario. ¡Qué curioso destino! La igualdad es el Atila de las ciudades imperiales.

domingo, 21 de mayo de 2017

Entrevista a Félix de Azúa

Entrevista de Elena Hevia a "Félix de Azúa: "Todos sabemos que eso del futuro se acabó", El Periódico de Cataluña, 21-V-2017:

Queda avisado que en esta entrevista con el autor de 'Diario de un hombre humillado' no se hablará de política ni de resentimientos ni siquiera de nostalgias de cuando a Barcelona le quedaba aún un largo recorrido hacia el iceberg y la comparaba al Titanic

Hace seis años que el barcelonés Félix de Azúa se fue a Madrid, creó una familia cuando le tocaba ser abuelo y desde allí no ha hecho más que dar bocinazos contra sus tirios y troyanos particulares. Se le puede querer y puede molestar, mucho: especialmente porque la moderación no va con él a la hora de explicar Catalunya en la capital española. Donde no hay discusión posible es en su excelencia lectora, que acaba de servir en el libro 'Nuevas lecturas compulsivas' (Círculo de tiza) y que como su título indica es la continuación de un volumen que el autor publicó en 1998 en Anagrama. Y pueden haber pasado años, pero su pasión por la literatura sigue teniendo el mismo ímpetu y rigor. Los textos aparecieron en varios medios digitales y analógicos, EL PERIÓDICO incluido.

Usted publicó dos autobiografías un tanto sesgadas y especiales. ¿Este libro que da cuenta de sus lecturas podría ser complementario de aquellas?

Yo más bien lo veo como un libro de autoayuda. Leer bien es algo muy difícil, en contra de lo que se cree. La gente piensa que se trata de coger un libro y de que este te guste o no. Para leer bien hay que aprender, y es difícil porque hay muy pocos maestros. Yo los he tenido muy buenos.

¿Como quiénes?

Bueno, los máximos fueron Juan Benet, Rafael Sánchez Ferlosio, Agustín García Calvo y Juan García Hortelano. Yo no tenía ninguna pretensión, simplemente les decía: "¿Qué tengo que leer?". Si sugerías Teophile Gautier, el maestro decía: "Mejor Proust". El maestro te evita perder tiempo. Luego, cuando ya has aprendido, puedes perderlo y leer novelas policíacas estupendas. Se trata de saber ver qué es lo perdurable y admirable. Eso es aprender.

¿Constata que ahora hay menos maestros?

Sí, pero por una razón muy comprensible: ahora la presencia física se hace muy difícil. Antes estábamos todos mezclados. A los 20 años, gente como Molina Foix, Javier Marías, Fernando Savater o yo mismo íbamos a casa de esos maestros, 20 años mayores que nosotros y nos bebíamos su whisky. Ahora eso es imposible, los chavales utilizan maestros electrónicos que, de momento, se han revelado bastante incompetentes.

En Amazon es un algoritmo el que te recomienda las lecturas.

Pues yo me sigo quedando con aquella librería en la que el librero conocía bien tus gustos y te abría nuevos caminos. Las recomendaciones de internet me hacen reír. Si te ha gustado Proust te gustará Balzac. Por supuesto, pero qué descubrimiento es ese.

Lo que nunca te ofrecerá un programa informático es emoción. Aquí no ha tratado de ser académico.

He procurado condensar mi propio entusiasmo a ver si lo contagio un poco. Y claro, no es académico porque la universidad te enseña lo que un libro es pero jamás su significado profundo. Enseñar esa figura es la tarea de toda una vida.

Ahí están Henry James, George Orwell, T. S. Eliot, Montaigne. ¿Son una especie de canon? 

Le aviso que las listas son uno de los principales ganchos en internet. No pretendía hacer un canon. Hay libros que me gustan mucho y no me atrevo a hablar de ellos. Me dan miedo.

¿Cómo cuáles? 

La Biblia, por ejemplo. Es una lectura fundamental que los escritores anglosajones cultivan muchísimo y se les nota. Nosotros no la tenemos. Yo suelo leer la Biblia protestante española en la versión de Casiodoro de Reina. Es maravillosa. Castellano del siglo XVI. Es como si Cervantes la hubiera traducido.

Habla de inocular el virus de la lectura. Pero ¿cómo hacerlo cuando las nuevas generaciones solo parecen interesadas por la velocidad? ¿Cómo seducirlas? 

Me gustaría creer que dentro de cinco o 10 años las cosas habrán cambiado, porque los aparatos que ahora tenemos nos parecerán rudimentarios y toscos. Quizá las tabletas parezcan libros de verdad con un tacto similar y se podrán pasar páginas. Pero hoy por hoy la lectura es una lucha perdida aunque el libro sigue siendo indestructible.

Suele decirse que lectores, los buenos lectores, nunca han sido mayoría. 

Supongo que Paco Rico nos diría ahora cuánta gente leyó el 'Quijote' en su momento. Muy poca, seguro. Así que si ahora volvemos a las cifras del siglo XVII tampoco pasa nada. El otro día leí un artículo sobre la feria del libro que decía que los autores literarios que más venden alcanzan cifras de 80.000 o 100.000 ejemplares, pero que alguien llamado Leónidas Prepucio, o algo así, un bloguero y presunto poeta, vendió 125.000. Contra eso no se puede luchar, hay que dejarlo donde está y nosotros seguir como si nada en nuestro reducto de aficionados. Con la literatura eterna.

¿Eterna? 

Eterna quiere decir que uno se conmueve exactamente igual con la 'Antígona' de Sófocles que con la última película de George Clooney.

Eterna y nos prepara para la mortalidad

Claro, yo suelo decir que leer es ser partícipe del mundo de los muertos. Vivimos en un presente perpetuo. Esta actualidad no nos permite trasladarnos al pasado, solo muy rara vez, en series de televisión como 'Juego de tronos'.

Un pasado desvirtuado. 

Eso es. Tampoco hay futuro. Todos sabemos que el futuro se acabó.

"Estamos en un fin de era, como el paso del paleolítico al neolítico. Nos parece que somos muy modernos pero es al revés"

¿Es esa la característica de nuestra época?

Claro. Mis abuelos eran muy creyentes, como todo el mundo en aquella época. Los creyentes tenían como futuro nada menos que la eternidad, lo que supone una gran diferencia con este momento. En el presente tenemos lo que nos rodea, ese gran follón ruidoso con las elecciones en Francia o la última de Esperanza Aguirre. Y luego, están los muertos. Que están ahí quietos y no molestan a nadie. Y cuando uno lee a Sófocles, Shakespeare, Dickens o Proust lo que hace es llamar a la tumba: "Toc, toc". "¿Quién es?". "Un lector". "Ah, pase, pase".

Es una idea sobrecogedora. 

Tendría que dar esperanzas.

¿Y se podrán trasmitir al futuro?

Yo creo que sí. Tengo una niña de 5 años. No la obligo a leer en absoluto. Le encantan las tablets y la televisión. Pero si tú le lees un libro y le dices: "Entonces el mago saltó por encima del horizonte" y le explicas lo que es el horizonte, ella deja de ser un sujeto pasivo porque en la lectura se puede preguntar e intervenir.

La idea de que estamos en un fin de época está en el centro de nuestro discurso. ¿Deberíamos revisarlo? 

Pues yo voy más allá. Este no es un fin de época. Es un fin de era. Un cambio de era es una cosa brutal. Ha habido muy pocos

¿Me explica la diferencia? 

Un fin de época es el paso del románico al gótico, un cambio tremendo. Pero un cambio de era es más sustancial. El cambio de era más fundamental en el género humano es el paso del paleolítico al neolítico. El paso de las tribus cazadoras nómadas con dioses orgánicos como el río o el árbol al neolítico con sociedades agrarias establecidas que construyen ciudades e intentan cosas tan fundamentales como la paternidad, porque los hijos antes no eran de nadie. Otro cambio es el paso del paganismo al cristianismo.

¿Y ahora qué somos, hombres de las cavernas, o seres más evolucionados? 

Pues yo diría que lo primero. Estamos entrando en una era, la era digital, en la que somos primitivos. Nos parece que somos muy modernos pero es al revés. Esto es algo que le decía a mis alumnos cuando daba clases. Se enfadaban y abrían la boca cuando les decía que ahora la vida es peor que en la Edad Media.

Bueno, yo ahí también abro la boca. 

A ver, hoy hay cosas muy buenas, por supuesto. Como los analgésicos que eliminan el dolor. Pero la vida en las aldeas era más sosegada y mucho más sabia.

Para los campesinos trabajando de sol a sol quizá no

Sí, claro, pero con lo que se deben comparar es con los cinco millones de refugiados que en la actualidad malviven en los campos. Si miras a los miserables, mira a los de ahora. En la Edad Media podíamos levantar catedrales como Chartres financiadas por todos, por los pobres y los ricos, para reunirse allí.

¿No vale la Sagrada Familia?

Esa es otra historia (ríe). Nos la construyen los turistas, nosotros somos incapaces de construir nada colectivo.

martes, 16 de mayo de 2017

Félix de Azúa, La identidad catalana

Félix de Azúa, "Identidad", en El País, 16-V-2017:

No es cierto que los catalanes sean codiciosos, pero la Madre Superiora parece nacida en una caricatura.

Es muy chocante que algunas personas confirmen los lugares comunes y los tópicos nacionales sin la menor conciencia de estar haciéndolo. No es cierto que los italianos sean cobardes, pero el capitán del buque hundido al que le han caído dieciséis años de cárcel actuó como si fuera Alberto Sordi en una película sobre la guerra del 14. No es cierto que los catalanes sean codiciosos, pero la Madre Superiora parece nacida en una caricatura.

Hace años tuve un amigo que formaba parte del núcleo ideológico de Convergencia, o sea, católico. Me contó que en uno de esos retiros espirituales a que eran tan aficionados los nacionalistas, observó en un aparte a Jordi discutiendo con la Madre Superiora. Se acercó disimuladamente y pilló esta frase, tras la cual se escabulló aterrado: “¡Marta, els teus fills acabaran a la presó!”. En aquella época todos sabían que la Madre sacaba dinero de debajo de las piedras e incluso de un césped podrido del Barça, pero se ignoraba que estuviera adiestrando a la prole. Como en un Galdós.

Lo cierto es que su madre, la abuela de los actuales hijos, ya tenía la misma afición. Otro amigo me contó que, siendo presidente de la comunidad de vecinos donde vivía la señora madre de la Superiora, compró en Navidad una hermosa planta de Pascua de hojas rojas. Inesperadamente, una mañana la planta había desaparecido. Algo recelaba aquel hombre sagaz que le hizo dirigirse a la madre de la Madre para preguntarle si había visto una planta de Pascua en el portal. “Sí, claro, era tan bonita que me la he subido al piso para impedir que la roben”. Riguroso.

Si no me equivoco esta figura sarcástica se llama en yiddish “chutzpah”. Que es cuando el asesino de sus padres le pide al tribunal que sea clemente con un pobre huérfano.

sábado, 20 de junio de 2015

Entrevista a Félix de Azúa

Emma Rodríguez, entrevista a Félix de Azúa, reciente académico, en Letras Sumergidas, 2013:

Félix de Azúa: “Hoy los editores tendrían problemas para publicar a Faulkner”

Dice Félix de Azúa que “somos primitivos de nuestra era, que comenzó hacia 1970 y aún no ha cumplido los cincuenta”. Dice que aún estamos “emergiendo del Antiguo Régimen del mundo industrial, en el cual los grandes relatos y las utopías (la venta de felicidad) sosegaban la ausencia de sentido”; “que aún estamos ensayando cómo se sobrevive en una sociedad sin dios y sin ayuda externa, después de veinte siglos de religión cristiana y sobreprotección divina”.

Es uno de los análisis que hace en su último ensayo, “Autobiografía de papel” (Mondadori), donde atraviesa los cambios vertiginosos experimentados en la cultura, concretamente en los distintos ámbitos en los que se ha desenvuelto su carrera como escritor: la poesía, la novela, el ensayo y el periodismo. Es una original manera de hablar de sí mismo y de su generación, tal vez la última que creyó en la fuerza, en el poder sagrado de la palabra artística.

Un viaje hacia el pasado que permite mirar por una pequeña rendija el nuevo paisaje por venir, un paisaje altamente tecnificado donde los jóvenes del futuro han de reinventar el significado de palabras como libertad. Esta entrega vuelve a mostrar otro lado del  retrato de un hombre al que tanto le ha gustado siempre jugar a observarse con ironía en el espejo de la ficción, en los reflejos de la identidad, de las búsquedas, de las pérdidas y las convicciones: “Historia de un idiota contada por sí mismo”; “Diario de un hombre humillado” o “El aprendizaje de la decepción”, son títulos que en sí mismos van marcando el itinerario de quien mira al mundo en el que ha vivido, en el que vive, intentando explicárselo en sus vaivenes, en sus transformaciones.

Contar las verdades, provocar al lector, enfrentándolo a prejuicios y mitos asumidos, es la manera que Azúa pone en práctica tanto en el ensayo como en “Contra Jeremías”, el volumen que acaba de publicar Debate con sus artículos periodísticos. Unos artículos que, “buscan al lector que quiera encontrar algún consuelo en una posición totalmente marginal, la de no creer una sola palabra gubernamental y construir su propia vida como si no existiera la España oficial”, según explica en el prólogo el autor, asegurando que ha tomado la política como un material literario y que ha procurado no dejarse atropellar por quienes “se han apropiado de la democracia, del país y de nuestra vida privada”. “Porque aunque ellos no lo crean seguimos siendo libres para llevar la vida que queramos”, señala Azúa. Una defensa del individualismo que se convierte en el tronco central de su pensamiento.

 En sus artículos periodísticos Azúa busca “al lector que quiera encontrar algún consuelo en una posición totalmente marginal, la de no creer una sola palabra gubernamental y construir su propia vida como si no existiera la España oficial”
– Al adentrarse en las páginas de la “Autobiografía en papel” es inevitable no pensar en hasta qué punto lo que uno ha leído es capaz de trazar un retrato en ocasiones mucho más certero y profundo que las propias vivencias biográficas. ¿Esa fue la idea de partida?

– Creo que uno es en gran medida lo que ve y lo que lee. Realmente cuando le pedimos a alguien que nos haga la lista de sus libros favoritos llegamos a tener un retrato extraordinariamente exacto de esa persona. Yo, además, puedo decir que en mi generación, que ha sido una generación muy literaria, hemos hablado de los libros como si fueran personas, y nos hemos peleado por ellos de la misma manera. No llegábamos a decir “este libro es un canalla”, no, pero por ahí iban los tiros… (Risas). En este ensayo, que es una continuación de “Autobiografía sin vida”, donde realizaba el mismo ejercicio, pero referido a la pintura, a las bellas artes, no se trata de mi vida, sino de mi vida como caso. Yo soy un modelo, por fortuna bastante normal, incluso vulgar, que se reproduce en cientos de miles de personas, cientos de miles influidas por la misma literatura, por el mismo arte. Incluso siendo consciente de ir contra el márketing, me atrevo a decir que quien lea este libro tiene que haber leído bastantes de las obras de las que hablo. De lo contrario no se va a enterar de nada.

– ¿Entonces es una obra dirigida únicamente a buenos lectores, a gente capaz de identificarse profundamente con ciertos libros y autores?

– Bueno, podemos decir que entran en juego determinados mecanismos de identificación. Mecanismos que, por otra parte, también se dan en la gente que no lee, que es más sencilla intelectualmente, y establece conexiones con películas, series de televisión, culebrones... Dicho de otra manera, lo que transmite la literatura es algo enormemente arcaico, primitivo, originario e imprescindible. A mí siempre me hizo mucha gracia aquella época en la que desde ciertos sectores se criticaba a las marujas, a las pobres amas de casa con poca educación, que seguían los seriales de la radio o de la tele. Esa crítica me parecía muy pretenciosa, porque a esas mujeres, en su nivel, en su orden, les pasa exactamente lo mismo que a otras personas al leer a Proust. Necesitan modelos, necesitan aprender a vivir, saber cuáles son los matices de las relaciones humanas, salir del ámbito cerrado de sus limitadas experiencias, en su caso a través de  culebrones que, aunque sean grotescos, les muestran posibilidades enormes: incestos, adulterios, crímenes, amores que acaban en suicidio… Todo eso es básico, absolutamente real.

Félix de Azúa. Nacho Goberna © 2013

– ¿Es esta “Autobiografía” el retrato de un hombre decepcionado?

-Es curioso porque no eres la primera que me dice esto. Y para nada. En este libro he intentado ser lo más objetivo posible, no dejarme engañar por nada y si tenía que ser un poco cruel, pues lo era, pero sin ninguna decepción. Si ahora mismo bajara ese hada madrina que todos tenemos, aunque nunca nos ayuda, y me propusiera volver a los 20 años, sacaría la pistola y me la cargaría ahí mismo. Ni soñarlo. Yo no echo en falta nada, no siento nostalgia ni melancolía por el pasado. El mundo, la vida, no sólo no me ha decepcionado, sino todo lo contrario. Me ha llenado de gozo y de alegría. Para mí la vida es una fiesta; dicho lo cual no me puedo engañar en absoluto sobre las condiciones en las que se desarrolla esa vida, que no tiene nada de fácil. Una cosa es que yo no esté decepcionado y otra que no sepa exactamente cuáles son las condiciones que se imponen de una manera férrea desde el exterior. Dicho incluso de una manera más simple: no hay decepción porque todo el mensaje del libro es: “Hazme el favor de creer en ti, deja de creer en colectivos, cosas gregarias, ideologías, partidos, religiones. Haz el favor de creer en ti…”

– Entonces, por lo que dices, sí puede hablarse de una decepción, no individual, sino respecto a la sociedad, hacia la colectividad, hacia el tiempo que vivimos… La decepción, el desencanto, es el tono que impregna el ensayo. Se deja muy poco hueco a la esperanza.

– Exactamente. Pero es que, aún a riesgo de resultar pretencioso, debo decir que ese es mi estilo. Desde el primer libro hasta el último; desde “La historia del idiota” hasta éste, parece que mi función ha sido decir: “Yo esto lo veo de esta manera… A mí esto me parece que es una trampa, que es un engaño, que es mera publicidad. Y no veo otra forma de escapar de todo ello que el individualismo más brutal, pero siempre un individualismo que procure no hacer daño a nadie, un individualismo de: “métete en ti, trabájate, entérate de quién eres y de lo que quieres realmente, porque la mayor parte de las veces es por pereza de pensar que uno se mete a creer en religiones, partidos, ideologías…”. Todo eso está en mi discurso.  No sólo cuento decepciones y fracasos, sino que más bien trato de hacer un mapa de cómo están las cosas. Como yo tengo un referente de hace 50 años, puedo hacer la comparación. Puedo decir: “Mira, vosotros veis esto ahora y os parece lo normal, pues os voy a decir cómo era antes para que podáis comparar y ver que han pasado muchísimas cosas; que el mundo de ahora y el mundo de antes están separados no por 50 años. Están separados por tres siglos. Si algo me gustaría conseguir es que quien se acerque a este ensayo se de cuenta de que alguien que lo ha vivido es capaz de explicarle qué es lo que ha pasado y cómo ha pasado. Si al final sufre una decepción puede ser porque quizás tenía esperanzas en otro lugar y a lo mejor ése no era el lugar adecuado; porque yo sí tengo esperanzas, por supuesto, esperanzas y un enorme interés por saber qué es lo que va a pasar.

 Una cosa es que yo no esté decepcionado y otra que no sepa exactamente cuáles son las condiciones que se imponen de una manera férrea desde el exterior. Dicho incluso de una manera más simple: no hay decepción porque todo el mensaje del libro es: “Hazme el favor de creer en ti, deja de creer en colectivos, cosas gregarias, ideologías, partidos, religiones. Haz el favor de creer en ti…”
– Pero, ¿no es cierto que vivimos con una sensación de fracaso permanente: fracasados como sociedad, fracasados como país, fracasados como europeos…?

– Bueno, sí, pero ¡ojo!, porque esta sensación la ha habido siempre, aunque tendamos a olvidarlo porque también existen pequeños momentos de fiesta. No te quiero decir la sensación de fracaso que teníamos los de mi generación cuando vivíamos en Madrid con 20 o 30 años, esa sí que era una sensación de fracaso. ¿Qué hago yo aquí, bajo este paraguas de militares y curas? La sensación de fracaso nunca es verdadera. Hay momentos difíciles, claro, y son los momentos en los que hay que inventar cosas. Precisamente en la España de Franco, aquella España espantosa, yo y la mayoría de mis amigos y compañeros de generación nos fuimos fuera, aprendimos francés e inglés fuera de nuestro país y vimos cómo funcionaba Europa cuando España era África. Luego todo eso se aplicó. En el momento eufórico, cuando Felipe González ganó las elecciones en el 82, mucha de la gente con la que contó, venía de esa experiencia. Maravall había estado conmigo en Oxford dos años antes… Ese momento de euforia duró un tiempo y nos hizo olvidar el fracaso, pero luego llegó el episodio de los GAL y recuperamos la misma sensación ácida. Decíamos que la izquierda había fracasado, que aquello era un desastre. Todo es un ir y venir y ahora estamos de nuevo metidos de lleno en la pérdida de la euforia. Lo que sucede es que es mucho más grave porque es global. Antes estábamos acostumbrados a echar toda la culpa a España, a Franco, al presidente de turno. Ahora estamos en un momento en el que la infelicidad es general, global. Ha llegado a toda Europa, también a EEUU, aunque lo disimulen mejor… Es algo muy gigantesco; la sensación de fracaso es enorme.

– Pero hay otra variante importante. Cuando hablas de la España de Franco, de la dictadura, en esa etapa existía la esperanza del cambio, de ir hacia un modelo de Estado diferente; pero ahora sabemos que no; que el problema no es la crisis económica sino el pudrimiento de todo el sistema. Y desde los poderes establecidos se ponen todo tipo de cortapisas al recambio, a la transformación…

– Estoy de acuerdo: no hemos fracasado nosotros. Ha fracasado Europa, la Democracia, la Unión Europea, el sistema monetario. Es una enormidad. ¿Y eso qué quiere decir? Quiere decir que estamos cambiando de paradigma, como se decía antes, de era, de civilización. Estamos yendo hacia otra cosa. Seguro que esa otra cosa les provocará a los más jóvenes un momento de euforia tarde o temprano, pero todavía no ha aparecido. Por eso yo insisto siempre en estos libros que pueden parecer tan negativos: “Cuidado, lo que tienes que hacer es cuidar de ti mismo. Es verdad que los tiempos son malos, pero eso lo que exige es simplemente más esfuerzo, más imaginación y menos queja”.

Félix de Azúa. Nacho Goberna © 2013

– Es decir: que debemos alegrarnos, que la euforia está por venir.

– Sí. Y a lo mejor empieza mañana. No hay que desconfiar. Yo creo que los escépticos; bueno, los escépticos no, que son buena gente… Yo creo que los cínicos, los que no creen en nada, los que lo ven todo asqueroso, pero se aprovechan de ello, son gente, por decirlo así, que tiene la religión atravesada; gente que durante mucho tiempo creyó que había paraíso y que ellos iban a entrar por su puerta y ahora se han dado cuenta de que el paraíso no existe y reaccionan con rabia, con un resentimiento tremendo. No hay nada peor que el cristianismo corrompido.

– Siguiendo en la línea de los interrogantes acerca de lo que ha de venir, en “Autobiografía de papel”, se dice que “el gran desarrollo técnico del siglo XX es todavía una gran incógnita”, y también que “estamos a punto de cruzar un umbral”. Por otro lado, se argumenta que “todo es mercancía, producto, consumo, capitalismo…” ¿Cruzar ese umbral no tendría que pasar por abandonar esa fase, llegar a un nuevo modelo en el que lo material se diluya, en el que el producto, la mercancía, no sea lo más importante?

– Para responder a esa pregunta haría falta un seminario (risas). Bueno, para empezar, debo dejar claro que para mí la mercancía no es mala, sino que es muy buena. Yo soy partidario de la mercancía. Por ejemplo, las pinturas de la bóveda de la Capilla Sixtina son producto de un mercado. Hay colegas míos que se escandalizan ante la mercantilización del arte, pero afortunadamente el arte, la creación en todas sus vertientes, siempre ha formado parte del mercado. El problema es cuando el arte es sólo eso, sólo mercancía. El arte es una actividad humana rarísima, misteriosa, muy poco conocida. Yo me he dedicado 30 años a estudiarlo y te aseguro que no sé lo que es el arte. Pero sí tengo claro que se trata de una de las actividades humanas en las que es posible pasar por encima de la mercancía. Un automóvil es una mercancía sin más, y un bolígrafo y un teléfono móvil. Sin embargo, “En busca del tiempo perdido” es una mercancía y, además, es otra cosa. Y eso es muy raro, es lo que lo convierte en algo muy especial. El problema no es la mercantilización generalizada, que cada vez va copando mayores áreas y tomando más terreno; el problema es que desaparezcan las mercancías artísticas, de las que cada vez hay menos.

– Eso dependerá de que  se vendan o no…

– No del todo. Hay casos, pienso por ejemplo en el Nobel sudafricano J. M. Coetzee, cuya literatura es artística y que se vende muy bien, o en Foster Wallace, el norteamericano que se suicidó. A veces esto sucede, cuando lo normal sería que estos autores vendieran muchísimo menos que los que escriben novelas de templarios, pederastas, costureras y demás. No, no depende de la venta. Hay productos que son mercancías puras y simples y otros que, además, son arte. Y estos segundos son cada vez más escasos. Cuando yo fui por primera vez a París, con 18 años, a lavar platos y a ver mundo, si le preguntabas a un francés cómo estaba la literatura francesa respondía que “de maravilla” y hacía la enumeración: Louis Aragon, Breton, René Char, Cocteau, Saint-John Perse… Y en Inglaterra otro tanto de lo mismo: Eliot, Larkin… Los poetas. Ahora eso ha cambiado radicalmente. Claro que sigue habiendo poetas, pero el problema es que ya no tienen ningún peso, se ha producido su acabamiento, son como un capricho, un club. Y con la novela pasa lo mismo. No podemos comparar a los novelistas de los años 60 -desde Faulkner a Thomas Mann-, con los que tenemos ahora. Claro que sigue habiendo escritores que hacen novela artística, pues sí. En España están Marías, Vila-Matas… Y en Latinoamérica también los hay, pero son muy pocos comparados con los de antes, cuando se podía llegar a contar en Europa hasta la centena. En eso no hay que engañarse. Actualmente la mercancía funciona mejor que nunca, y eso permite a las editoriales sobrevivir y publicar a algunos autores que nos dedicamos a una literatura más artística, pero es verdad que cada vez  hay menos. Y es verdad lo que algunos editores dicen: que en estos momentos tendrían problemas para editar a Faulkner.

– Si se le preguntara ahora a un grupo de editores qué preferiría: si editar una obra transformadora, de esas capaces de cambiar el curso de la literatura, tipo “La metamorfosis” o “En busca del tiempo perdido”, por citar dos ejemplos, o un best seller tipo “Harry Potter”, ¿por qué crees que optarían?

-Bueno, yo tengo muchos amigos editores que son conscientes y con los que suelo hablar de este problema. Se trata de gente que lee a Proust o a Faulkner. Todos me dicen lo mismo: la transformación más grande que se ha producido es ésta. Hay un mercado enorme de lectura comercial, que antes no existía, gracias al cual todavía se pueden editar obras artísticas; y, sobre todo, todavía se puede publicar a los jóvenes, a autores que están empezando y que en principio no tienen ninguna imagen. Todos sabemos que hoy el “merchandising” se hace a través de la imagen y, claro, coger a un chaval del que nadie sabe nada e intentar vender el producto de este chaval es complicadísimo. Ya se sabe que se va a perder dinero. Pero ser editor, en países como España o Italia, sigue siendo aún, a diferencia de Estados Unidos, algo muy vocacional.

Félix de Azúa. Nacho Goberna © 2013

– Lo que también se está confundiendo es la frontera entre el éxito y el fracaso. ¿Un escritor se siente fracasado cuando no vende? ¿Siente que ha triunfado por vender muchos ejemplares de un libro o por alumbrar una obra inspiradora?

– Es enormemente difícil. Por un lado, vender, aunque sólo sea lo suficiente, te da ánimos para seguir. No vender absolutamente nada impone una actitud muy heroica, que a mi modo de ver es lo que cada vez resulta más difícil de mantener. En otros momentos, en lo que fue la España de mi juventud, aún se podía asumir esa idea romántica de sacrificarlo todo por la literatura, pero ahora es mucho más complicado. Conozco a muchos escritores jóvenes, algunos con auténtica ambición literaria, que no pueden practicar el esfuerzo gigantesco que eso supone. ¿Será siempre así o es sólo fruto de un momento? Fíjate, en el siglo XIX hubo una etapa en la que realmente los escritores eran malditos, desdichados, pobrísimos, suicidas, alcohólicos, desgraciados… Fue una etapa muy breve, muy concreta. ¿Se puede volver a producir? ¿Es posible que vuelva a darse una generación con una fe religiosa en el arte hasta el punto de sacrificar sus vidas? Lo hemos vivido después en el mundo del rock, de la música popular, pero en literatura yo creo que no volverá a pasar, que es imposible.

 En el siglo XIX hubo una etapa en la que realmente los escritores eran malditos, desdichados, pobrísimos, suicidas, alcohólicos, desgraciados… Fue una etapa muy breve, muy concreta. ¿Se puede volver a producir? ¿Es posible que vuelva a darse una generación con una fe religiosa en el arte hasta el punto de sacrificar sus vidas? Lo hemos vivido después en el mundo del rock, de la música popular, pero en literatura yo creo que no volverá a pasar, que es imposible.
– ¿Te parece peligroso que el papel, la función que tuvo el poeta en su día, haya pasado al personaje mediático?

– Bueno, volvemos a lo de antes. Será peligroso un tiempo, pero seguro que habrá remedio. Yo creo que llegará un momento en el que el personaje mediático, tan odioso como siempre, ese que antes estaba representado por el señor cura de la parroquia del pueblo, será sustituido por otros tipos más interesantes. Yo tengo una cría de un año y medio y muchas veces pienso: “bueno, a ver qué pasará con ella”. Pues estoy seguro, convencido, de que esa niña va a encontrar los mismos alicientes que nosotros hemos encontrado. Los encontrará en un mundo cibernético, es muy probable. Los encontrará en un mundo de una tecnificación que no podemos ni soñar. Pensemos que hace 20 años no existían los ordenadores personales. No tenemos ni idea de lo que va a suceder, pero seguro que va a encontrar todo lo que le haga falta para convertirse en una persona digna.

– Volvamos al inminente cambio de era, al umbral. En la “Autobiografía de papel” dices que “algo está feneciendo y una cosa nueva está a punto de nacer”. Viéndolo así parece muy estimulante. ¿Te lo parece?

– Por supuesto que sí, que me parece estimulante. A la gente que me dice que yo lo veo todo muy negro les contesto que está equivocada. No lo veo negro, todo lo contrario. Es verdad que hay mucho dolor, mucho sacrificio, pero, por otro lado, me parece una época interesantísima. Cada cinco años el mundo cambia a una velocidad de vértigo. Yo me acuerdo de lo que era viajar en avión hace nada, 15 años. Era algo elegante, lujoso. Pero ahora los aviones parecen autobuses de línea donde la gente va como ganado. Ahora lo lujoso realmente es ir en tren. Y si esto, que parece tan simple, ha pegado este cambiazo, no tenemos ni idea de lo que va a suceder dentro de 10 años.

– El placer de viajar en tren es como una vuelta al pasado. ¿El cambio puede venir recuperando cosas del pasado que ya dábamos por inútiles, por perdidas?

– Sí. Puede suceder que lo que llamamos pasado sea el futuro. Vayamos a la Venecia del Renacimiento. El Renacimiento es una época muy curiosa. Los humanistas eran unos tipos de la Italia del Norte, florentinos, milaneses, que veían un futuro esplendoroso, pero con la forma del pasado. Entonces empezaron a hacer cosas muy graciosas. Se iban, por ejemplo, a los montes, por los Alpes, medio muertos de frío, para llegar a monasterios donde compraban las viejas ediciones manuscritas de las obras grecolatinas. Y lo hacían porque su idea del futuro tenía la forma del pasado. Eso puede volver a suceder. Uno de los errores más grandes de la izquierda que tenemos, y que ha perdido todas las ideas y toda la capacidad de pensar, es el progresismo mecánico que ha aplicado sin tregua. Eso ha sido un error, una falacia, la práctica de un lenguaje de la Guerra Fría. No todo lo del pasado es horrible. Al cargarse el pasado y la Historia, han maltratado la educación y la han dejado en manos del totalitarismo nacionalista. En el Renacimiento sucedió todo lo contrario y puede aparecer de nuevo, perfectamente, una forma de hacer futuro utilizando cosas del pasado. ¿Por qué no?

 Yo tengo una cría de un año y medio y muchas veces pienso: “bueno, a ver qué pasará con ella”. Pues estoy seguro, convencido, de que esa niña va a encontrar los mismos alicientes que nosotros hemos encontrado. Los encontrará en un mundo cibernético, es muy probable. Los encontrará en un mundo de una tecnificación que no podemos ni soñar.
Félix de Azúa. Nacho Goberna © 2013

– Dices que entramos “en tierras ignotas”.

– Sí, claro, porque no tenemos ni idea de lo que va a pasar. Yo he dado clases 30 años en la universidad y en todo momento he procurado ser objetivo y fiel a lo que estaba contando. Pero los alumnos muchas veces venían y me preguntaban. “Entonces, ¿Qué hay que hacer? Yo siempre les decía que eso se lo tenían que responder ellos mismos; que el hecho de creer que podían preguntárselo a alguien ya era un mal indicio. Tenemos que intentar meternos en nosotros mismos para saber realmente lo que queremos, porque estamos en tierra ignota. Yo imagino que hacia el 490 o el 500 venía un amigo y decía: “oye, nos vamos a descubrir América”. Era la época de eso, de los descubrimientos, de los viajes. Pero hoy, tenemos que ser conscientes de ello, nuestro mundo es un mundo muy estrecho, enormemente controlado. La tecnificación no es otra cosa que un mecanismo de control y por lo tanto tenemos que cuidar de nosotros mismos. Estamos solos.

– Es muy interesante el análisis que haces al final del libro del periodismo, un territorio donde se ha producido el cambio de manera veloz, pillando a la mayoría con el pie cruzado, sin saber cómo afrontarlo. Todo ciudadano puede ejercer en la actualidad el periodismo, la opinión. ¿Podemos llegar por ese cruce de informaciones, de pareceres, a crear una sociedad totalmente desinformada?

– Bueno, yo diría que ya estamos en ella. Nuestra sociedad está totalmente desinformada. El periodismo de mi infancia era todavía el periodismo de las películas de John Ford: unos edificios muy altos, con un director muy grosero, siempre con un puro en la boca, y unos periodistas que luchaban por la verdad y la justicia. En la actualidad el periodismo, que es una actividad extensísima, ya que abarca todas las redes sociales y los foros, está en manos de diez corporaciones. Diez corporaciones que por un lado tienen una sección de comunicación y por el otro pueden tener alimentación, armas, productos químicos y comida para perros. Son monstruos, monstruos legales, y todos sabemos cuando abrimos un periódico o cuando escuchamos una determinada emisora de radio que lo que se nos está diciendo allí es lo que conviene a cada empresa mediática. La vieja idea del periodismo como lucha por la justicia, la libertad y la verdad, se acabó. Es otra de esas cosas que se han acabado, ¿Se podrá sustituir por algo? Seguramente se sustituirá, pero de momento no sabemos por qué. De momento lo que tenemos son blogs, aventuras de gente en solitario, de pequeños equipos. Desgraciadamente aún no tenemos la posibilidad de darles mayor o menor credibilidad, pero sí creo que se irá haciendo una criba y que todo acabará encajando de alguna manera, irá tomando forma.

– Los medios convencionales suelen echar la culpa de su propia crisis a la economía, a Internet, pero en realidad se trata de la pérdida de la independencia, de la credibilidad…

– Bueno, si hubiese que aplicar un análisis marxista, por tanto pasado de moda y antediluviano, diríamos que los grandes poderes, económicos sobre todo, han logrado neutralizar el periodismo como cuarto poder, han logrado taparle la boca al único que todavía molestaba. ¿Hay alguna posibilidad de cambiar eso?, no. No nos engañemos, no volveremos a vivir, aunque a veces algunos lo pretendan emular, el periodismo de los años 60, el de las películas de John Ford. Eso se terminó y por lo tanto hay que trabajar para ver cómo lo sustituimos. Lo fascinante de esta época es que está todo por hacer.

 La vieja idea del periodismo como lucha por la justicia, la libertad y la verdad, se acabó. Es otra de esas cosas que se han acabado, ¿Se podrá sustituir por algo? Seguramente se sustituirá, pero de momento no sabemos por qué. De momento lo que tenemos son blogs, aventuras de gente en solitario, de pequeños equipos. Desgraciadamente aún no tenemos la posibilidad de darles mayor o menor credibilidad, pero sí creo que se irá haciendo una criba y que todo acabará encajando de alguna manera, irá tomando forma.
– “Las revoluciones verdaderas son imprevisibles, no tienen líderes”, leo en “Autobiografía de papel”.

– En cualquier momento puede haber una revolución, claro que sí. Pensemos en el 15-M. Fue un movimiento acogido con simpatía por muchos sectores de la población. Fue espontáneo, no estaba dirigido por ningún partido. Eran asamblearios, ¡qué bien!. Pero enseguida pasó a convertirse en un espectáculo y hubo personajes que quisieron apropiárselo, caso de Jorge Verstrynge. No se dieron cuenta de que para que algo así pudiera funcionar tenía que ser conspirativo, nunca un espectáculo. La dirección, las figuras que encabezan cualquier movimiento, son necesarias, pero no pueden alentar el espectáculo, porque ahí ya te han comido, ya estás acabado.

– Pero en la época del espectáculo, del triunfo de lo mediático, es muy difícil conseguir eso.

– Claro que es difícil y por eso se requiere tener mucha imaginación. Yo repito una y otra vez que ésta no es una época de revolucionarios. Es una época de conspiradores.

– ¿Y cómo puede el ciudadano de a pie conspirar hoy en día?

– (Risas…) Bueno, si te lo dijera ya no sería una conspiración. Ernst Jünger introdujo en su obra una figura, la de “el emboscado” que se enfrenta a la tiranía. Puede dar algunas pistas. No pienso decir nada más (de nuevo risas… Enigmático final).

martes, 21 de abril de 2015

Nueva obra de Félix de Azúa. Entrevista.

Winston Manrique, "España está enferma de autoodio”, 21-IV-2015:

El escritor Félix de Azúa, que publica 'Génesis', analiza la situación de un país que “no ha demostrado si pertenece a Europa”

Desde hace cuatro años, Félix de Azúa sabe que del infierno pueden surgir paraísos. El suyo apareció a través de una niña que le descubrió la inocencia y le ha servido para sobrellevar lo que considera un exilio. Un día salió de Barcelona, llegó a Madrid y empezó una travesía en la que ha visto “una España enferma de autoodio”, cuyo “pecado original es la envidia”, aunque el “mayor de sus pecados es la mala educación”, lo cual le lleva a pensar que “está por demostrar si pertenecemos a Europa”.

Es el big bang de sus reflexiones a partir de su libro Génesis (Literatura Random House), en su casa madrileña rodeado de silencio. Esta tercera parte de su autobiografía ficticia pasa a ser el origen de un proyecto literario en marcha cuya voz busca aunar la historia de los testigos de su tiempo, ser una voz colectiva en la que los ciudadanos se reconozcan.

Si antes fue Autobiografía sin vida (en 2010, sobre la crisis y acabamiento del arte) y después Autobiografía de papel (en 2013, sobre el panorama literario y su metamorfosis en la escritura), esta vez Azúa narra dos relatos paralelos que se alternan hasta confluir: recreación del mito grecolatino (unos vascos que emigran a Venezuela tras la Guerra Civil) y del mito cristiano de Adán y Eva. Los dos están en el origen del ADN del mundo occidental que “hace que se viva de manera casi esquizofrénica”. Un mundo donde la condena del Edén no es el trabajo, sino querer saber, querer construir el paraíso y tener la facultad de matar.

Faulkner es el origen de Génesis. Por él, Félix de Azúa (Barcelona, 1944) se acercó a la Biblia como literatura hacia los setenta debido a que el escritor estadounidense la reescribía en novelas inolvidables. Se aficionó a ese texto sagrado, estudió sobre él y hoy sus ediciones copan un par de baldas de su biblioteca. Opina que "debería ser tan importante la lectura de los clásicos griegos como la de los clásicos hebreos. Solemos olvidar que la cultura occidental es judeocristiana”. Después de Faulkner llegaron, en los 80, Juan Benet y Rafael Sánchez Ferlosio, “lectores excepcionales de la Biblia”.


Las palabras de Azúa, doctorado en Filosofía, profesor de Estética, poeta, narrador y articulista, fluyen serenas hasta crear un fresco español. Su travesía oral se remonta a más de dos mil años en una voz que son muchas voces:

“Los griegos tenían una concepción de la responsabilidad basada en la dignidad, el honor, el orgullo propio. En el mundo bíblico, el héroe solo responde ante Dios, que no tiene representación; es pura voz. Esto nos lleva de cabeza a Freud. Hegel decía que el pueblo hebreo era ateo porque su dios era la voz interior. Esa provoca una esquizofrenia que ha hecho que nuestra civilización sea admirable por un lado y execrable por el otro al haber dado carnicerías espantosas”.

“En la naturaleza del humano no prima ser bueno o malo. Libre quiere decir que estamos condenados a elegir. Somos los dos. En la novela, la línea bíblica recuerda el origen de Adán y Eva y cómo Caín mata a su hermano Abel. De ahí venimos todos. Caín es eterno y, de manera alegórica, quiere decir que a veces se encarna en Stalin o Hitler o en algún imbécil. Tras la muerte de Abel, surge la condena de poder matar al prójimo. Aparece la culpa, a la cual debemos el hecho de sentirnos responsables. Lo más peligroso es la gente que no siente culpa y se cree inocente, ven la culpa en el otro. Se produce cuando hay perezas espirituales tremendas; estamos entrando en una de ellas. Hemos abdicado de gran cantidad de valores”.

“Se ha dicho que este es un país cainita por excelencia. Tal vez sí hay dos Españas… Es un país tan conflictivo, tan antipático, tan violento, tan agresivo, y, sobre todo, tan maleducado, ese es su mayor pecado. Los orígenes de todo eso estarían en la convivencia con el islam durante ocho siglos que produjo uno de esos desgarros espirituales enormes. Hubo expulsión de hebreos y moriscos. Hasta el siglo XVIII se adjudicaban puestos de trabajo según la limpieza de sangre”.

“España es un país fariseo en el sentido bíblico… El pecado original aquí es la envidia. No se soporta la diferencia, y, sobre todo, no se soporta a la gente que sobresale. No hay nada más asombroso que el trato que se ha dado a la investigación científica, al estudio, a la cultura. Valle-Inclán refleja esa necesidad de los mediocres para que todo el mundo sea tan mediocre como ellos”.

“Todo eso no convierte a España en un lugar lamentable sino enormemente interesante. No hay nadie que odie más a España que los españoles. España es, entre comillas, un país enfermo de autoodio. Y hay partidos que se dedican a mercantilizar ese odio. Hay vendedores de odio en los partidos nacionalistas vascos y catalanes. Incluso hay un partido como Podemos que vende odio a la casta, olvidan que ellos ahora son millonarios gracias a Chávez y gente así".

“En Génesis se aprecia el contraste entre España y Latinoamérica frente a la sexualidad, el deseo y los sentimientos; la incapacidad o miedo a aceptarlos o vivirlos con naturalidad, sin prejuicios. En la novela, un vasco le dice al venezolano que los latinoamericanos tienen la suerte de que todavía se mantienen en un estadio casi infantil en el que la sexualidad es todavía un juego social. En el País Vasco la sexualidad no está permitida si es un juego, solo como reivindicación. La novela hace referencia a esa curiosa timidez de casi todos los españoles que hace que los hombres sean agresivos con las mujeres o alguien que les guste. Les resulta doloroso y difícil tratar con esa persona y acaban por ponerse chulescos, superviriles y agresivos…”.

“El tema de la belleza aquí es… En general, cualquier intento por hacer más agradable la vida se considera una cursilería. Y si a eso se suma la aspereza en el trato y lo mal que se suele hablar, a mí me escandaliza la permisividad que hay con el lenguaje zafio, grosero. Alguien que habla de esa manera es que tiene el cerebro de esa manera. Está por demostrar si pertenecemos a Europa”.

“Soy un exiliado. Me fui de Cataluña hace cuatro años. Me pareció inmoral quedarme ahí con una hija pequeña. No estaba de acuerdo con la formación educativa que se da allá a los niños. Mi infierno ha sido haberme tenido que ir de mi casa. Y, en cambio, el paraíso es esta niña que nos ha obligado, a mi mujer y a mí, a irnos con un esfuerzo enorme. Es mi paraíso por una razón poco sentimental: yo no había conocido la inocencia. Me he movido siempre en círculos críticos, combativos, con pretensión de ser muy lúcido, y no había conocido ni vivido la inocencia. Y es el paraíso”

- Félix de Azúa nació el 30 de abril de 1944 en Barcelona.
- Ha escrito poesías, novelas, ensayos, relatos y es traductor.
- Su primer libro de poemas, fue Cepo para nutria (1968).
- Fue incluido por Josep María Castellet en 1970 en Nueve novísimos poetas españoles, la obra en la que reunía a los autores que más habían renovado el género.
- Su primera novela, Las lecciones de Jena, es de 1972.
- Ha ganado premios como el Herralde de novela, en 1987, por Diario de un hombre humillado, y el César González-Ruano de periodismo, en 2012, por la tribuna Contra Jeremías.

viernes, 6 de marzo de 2015

Félix de Azúa, El mañana es cosa de ayer.

Uno que dice lo que yo hace unos días; yo añadiría que al lenguaje futbolístico se añade además el cinegético (eso de "dar caza" que dicen los beneficiarios de la constitución postfranquista, etc.):

Félix de Azúa, "El mañana es cosa del ayer" El País, 3-III-2015:

En la política actual, el lenguaje es demagógico o está vacío de contenido. Desde luego, es posible que no suceda tal cosa y todo siga como siempre, ¡el nuestro es un país tan conservador por la derecha y por la izquierda! Pero también pudiera ser que asistiéramos a uno de esos inesperados cambios de régimen a los que estamos acostumbrados sin que ni siquiera lo advirtamos. No me refiero, por supuesto, a la emergencia de Podemos. La primera vez que les vi en pantalla se cogían por los hombros y se balanceaban cantando una canción de Lluis Llach que ya era cursi cuando triunfaba entre los colegiales de hace 50 años. Un partido revolucionario que usa como música de fondo a la Sarita Montiel del separatismo catalán no puede llegar muy lejos. Ganarán elecciones, pueblos y presupuestos, pero no añadirán ni una sola idea al coro político español. Fantasmagoría sin cerebro.

A lo que me refiero es a la fatiga de los materiales lingüísticos. Fue Víctor Klemperer en su fascinante La lengua del Tercer Reich (hay una selección en la editorial Minúscula) quien dio cuenta de cómo se iba corrompiendo el lenguaje y hasta qué punto las expresiones cotidianas ya no tenían ningún sentido a medida que los nazis avanzaban sus posiciones. En aquel caso un hecho sin precedentes, el ascenso de una fuerza política demente, estaba en la raíz de la transformación, algo que de un modo más ligero y trivial se está produciendo en Cataluña. Pero no es preciso que haya un suceso concreto detrás de esa fatiga lingüística, puede venir por el puro hastío. Y ese es el caso, creo yo, de la España actual.

Si uno repasa la terminología política se encuentra con grandes desiertos de sentido punteados por charcas de chifladura. Muchos políticos, sobre todo los amenazados por el desprestigio, el tribunal o la pura desnudez cerebral, dicen constantemente que lo que hacen es “profundamente democrático”, o bien sólo “democrático”. Nadie podría adivinar qué quiere decir esa palabra en boca de un defraudador, un evasor de impuestos, un oportunista, un cliente, un asambleario, un separatista o un político que jamás ha dado muestras de conocer lo que exige la democracia a un cargo público.

Por otra parte, esos mismos políticos citan constantemente metáforas y símiles futbolísticos para hacer comprensible lo que ellos llaman “sus ideas”, sin percatarse de que el fútbol es hoy lo mismo que durante el nacional-catolicismo, una espesa maraña de intereses que pinta de purpurina la violencia étnica en algún caso, racista en otros y nacionalista en casi todos. Así que cuando dicen, por ejemplo, que “queda mucho partido” antes de las elecciones, están pavoneándose en el difuso fascismo blando que nos atosiga.

El éxito televisivo de Podemos se debe al uso de un lenguaje arcaico y simple. El hastío se generaliza cuando la izquierda no conoce otro lenguaje que la negación del de la derecha. Algunos elementos que tenían gracia, como la lucha de clases, han desaparecido, lo que hace difícil de entender qué papel juegan los “obreros”, si es que los hay, en los programas. Peor aún, la extrema izquierda o su fantasmagoría, ya sólo sabe usar el lenguaje de la Iglesia para explicar sus quimeras, las cuales consisten en acabar con quienes no superen el examen de pureza de sangre (la casta), aplastar a los ricos (aunque aún no los califican de lujuriosos y violadores) y llamar benditos a los hijos de Dios, los santos inocentes, los pobres o como quiera llamárseles. Sentimentalismo burgués pasado por la sacristía.

Durante la Revolución Francesa hubo un tiempo en el que tuvieron un gran poder los puros, los moralistas. Se dedicaron a matar, claro, pero también a destruir las obras del “lujo corruptor”, es decir, iglesias, palacios, estatuas, cuadros o jardines, como los actuales islamistas del EI. Un parlamentario que podría ser español, Babeuf, proponía la supresión de toda educación ya que contribuía a incrementar las desigualdades. Es decir, la diferencia entre tontos y listos. Esta encomiable pureza moral y amor por una “vida sobria y sencilla” recuerda aquel sermón de Arnaldo Otegui cuando decía que una vez separados de España, los jóvenes vascos en lugar de estar delante de un ordenador corretearían por los montes y valles de la patria. El lenguaje de esa izquierda española es puro catolicismo corrompido.

¿Qué demonios defiende la izquierda oficial, por lo menos desde el punto de vista del lenguaje? ¿La desaparición de los privilegios? No. Cataluña y el País Vasco tienen un estatuto superior. ¿La aplicación implacable de la justicia? No. La Junta de Andalucía hace todo lo posible por ocultar una Administración cleptómana que ha desvalijado a los españoles durante décadas. ¿Un programa educativo que ponga en manos del alumnado las herramientas eficaces de la crítica intelectual? No. Sólo defienden la estructura parasitaria de los sindicatos y la permanencia del analfabetismo estructural. Seguimos en el último lugar de toda encuesta sobre educación en Europa. ¿Acaso un mayor reparto de la riqueza? Resulta cansino repetir que fue el Gobierno de Zapatero, el peor dirigente que ha soportado España desde Fernando VII, quien desató la furia depredadora de los bancarios.

Así pues, no hay un lenguaje inteligible en la política actual y el que se usa o bien es grotescamente demagógico o está vacío de todo contenido. Para remediarlo es frecuente que los profesionales echen mano del viejo lenguaje de la guerra fría (derecha e izquierda) o el de la carnicería republicana (fascistas y rojos), como si un ciudadano de 1930 o la sociedad de 1950 tuvieran el más mínimo rasgo en común con lo actual. En buena medida, el éxito televisivo de Podemos se debe a que usan un lenguaje arcaico, simple y reaccionario que muchos entienden porque es el viejo lenguaje religioso del Tercer Mundo (Chaves era el mejor ejemplo de caudillo episcopal) y buena parte del país aún no se ha arrancado al tercermundismo.

El hastío se generaliza cuando la izquierda no conoce otro lenguaje que la negación del de la derecha
El cambio de lenguaje supondría en verdad la superación de nuestro último capítulo como frontera africana. Asimilar la enseñanza de las democracias europeas debería pasar por la supresión de los restos tercermundistas a lo Marinaleda, una de cuyas secuaces se presenta por Podemos en Andalucía. Pero no somos los únicos en sufrir ese desgaste de materiales, también están ahí los feudales del Partido Socialista Francés que no puede admitir ni siquiera las propuestas de Valls. La izquierda debería tomar distancia con estos restos de feudalismo sureño, como los separatistas de la Liga Norte o los bocazas griegos. Y, en fin, aproximarse a aquellas democracias en las que la demagogia ideológica no se impone sobre el análisis crítico.

Todo lo cual es imposible mientras mantengamos a cientos de cargos inútiles, miles de empleados de partidos obsoletos, 17 Estados de juguete, una masa de aforados, un océano funcionarial cuyos sueldos son superiores a los de los trabajadores y un sistema judicial del siglo XIX. De ahí que el discurso mudo del poder sea, por ahora, todo lo que tenemos. Sin embargo, grande es el hastío. Y no hay nada tan peligroso como un hincha del fútbol que se aburre.

lunes, 1 de diciembre de 2014

En la universidad, no hay Podemos que valga

Félix de Azúa, "Un partido de profesores. ¿Ha dicho algo Podemos de los planes de estudio y de la Universidad?", 1-XII-2014

Me ha llamado mucho la atención el eco que ha tenido la beca del profesor Errejón. En efecto, un amigo y conmilitón suyo le consiguió una beca sustanciosa (las hay regulares y las hay king size,esta es de las buenas) tras convocar la ayuda de manera que sólo Errejón podía presentarse y presentóse y ganóla. Entre las bases y condiciones para acceder a la beca sólo faltaba añadir “que gaste gafas de pasta y cuyo apellido empiece con E”.

Pero ¿cuál ha sido el escándalo? Aquellos que conozcan la Universidad española desde dentro (yo he dado clases allí 30 años) saben que este procedimiento no es una excepción, sino la regla, la base misma de su funcionamiento. ¿Cómo creen que se elige a los titulares, al jefe de departamento, a los becarios, al decano, al rector? ¿No han oído hablar de la endogamia universitaria, de las mafias departamentales, de las cátedras hereditarias? En algunas ocasiones estas corruptelas se usan para mantener la coherencia ideológica o teórica de un departamento, lo que es hasta cierto punto comprensible, pero la mayor parte de las veces es simplemente el modo de mantener una clientela vitalicia.

Dicho sin farisaísmos, la Universidad está tan corrompida como las finanzas, los partidos o los sindicatos: es una de las instituciones más corruptas del conjunto institucional español. Por esta razón la enseñanza española es la que recoge la más baja calificación en todo el conjunto europeo, un suspenso que se sucede año tras año con gran regocijo de los partidos políticos.

De hecho, puede decirse que no hay auténtica competencia en la adjudicación de las plazas, en los tribunales de oposición, en los de tesis doctorales, y lo que es más grave aún, la nuestra es una Universidad mineralizada, fosilizada, sin traslados, sin musculatura. Los profesores están atados a su plaza geográfica de por vida. Si a pesar de todo muchos de ellos realizan una labor admirable es gracias a una vocación férrea.

Ahora bien, ¿han oído a Iglesias, a Errejón, o a los dirigentes de Podemos en la sombra presentar un programa de limpieza del mundo universitario español? No lo verán. Están allí acomodados como Blesa y sus chicos en Caja Madrid. La Universidad es su finca y nadie se atreverá nunca a limpiar esos establos. Los jefes de Podemos pueden lanzar a la calle 100.000 individuos en media hora y colapsar una ciudad. ¿Van a decir algo sobre los funestos sindicatos estudiantiles? ¡Cómo van a hacerlo si ellos los controlan! También son ellos quienes deciden quién entra y quién no en su residencia. Cuando revientan actos no lo hacen por ideología (de la que carecen, aparte de un sumario castrismo-leninismo), sino para mostrar quién es el amo de ese mayorazgo. En los reportajes de aquella violenta irrupción en la conferencia de Rosa Díez se puede ver a los jefes y matones del actual Podemos intercambiando órdenes como si fueran los falangistas de la Complutense de los años treinta.

Lo que me llama la atención es que esta gente aún no haya dicho nada sobre la futura enseñanza en España. Es un comportamiento análogo al de Mas y los separatistas, los cuales no se enfrentan al Estado para conseguir la independencia de Cataluña, que saben les arruinaría, sino para dejar claro quién manda en la finca. De modo que no se trata de ganar, sino de humillar al Estado. ¿Tribunales Supremos a mí? ¡Anda ya, españolito alpargatero! ¡Aquí mando yo, o sea, el Pueblo Catalán Carolingio! El comportamiento de los caudillos totalitarios es siempre el mismo, no queda nada por inventar.

A mí no me escandaliza que Errejón se haya mercado un beneficio estupendo, sobre todo él, que no lo necesita porque es de familia acomodada. Lo que me llama la atención es que esta gente que conoce sobradamente la corrupción universitaria de la que se alimenta aún no haya dicho nada relevante sobre la futura enseñanza en España cuando ellos manden, como no sean cuatro vaguedades idealistas del tipo “la Universidad ha de estar al servicio de los pobres”, ya conocen la música. Pero, ¿van a mantener el sistema tal y como está, con sus tribunales amañados y sus convocatorias a medida? ¿Qué haréis con las castas universitarias, camaradas? ¿Y con el feudalismo de las universidades primitivas, donde para ganar una cátedra de Física Cuántica lo importante es haber nacido en Vic? ¿Mantendréis el sistema de rectores como títeres decorativos? ¿Y los planes de estudio deformados departamento a departamento según el interés de la plantilla?

Podemos es un partido de profesores universitarios, o lo que es igual, una quimera. Un profesor universitario es un funcionario aún más irresponsable si cabe. La libertad de cátedra le permite explicar al alumnado la vida de Lola Flores o las teorías de Kripke con igual protección estatal y sueldo. Puede fantasear hasta el delirio, por ejemplo reconstruyendo la Unión Soviética en clase, sin que nadie pueda decirle que eso no entra en el programa de Filosofía de la Ciencia. No obedece al menor control, excepto el de sus jefes de departamento (y tampoco mucho), lo que provoca unas relaciones serviles hasta la caricatura que en los estratos inferiores es de pura esclavitud. Un partido de profesores universitarios reproduce el mundo virtual de las aulas, con todos sus delirios y su onirismo, a escala estatal.

Si ya la Universidad española (sector Humanidades) es como un cetáceo muerto, imagínense un país construido con los mismos mimbres. Un cementerio de elefantes. Y ratones.

martes, 2 de abril de 2013

Traducido un estudio inédito sobre el Romanticismo


Félix de Azúa, "En el origen de la vanguardia. Se traduce ‘El absoluto literario’, manual imprescindible para los interesados en la teoría del arte. Clásico de la crítica, se trata de un libro sobre el origen del romanticismo, uno de los momentos más fascinantes de la modernidad", El País, 2 de abril de 2013 

Durante un par de días me dediqué a constatar que en efecto esta era la primera edición en español de El absoluto literario, de Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, según anuncia el editor (Eterna Cadencia, Buenos Aires). Al parecer han circulado algunas traducciones privadas (de Emilio Bernini, por ejemplo), pero nunca antes se había editado completo este tratado, uno de los más influyentes en la actual filosofía del arte.

El caso es que apareció originalmente en 1978 (Seuil), hace pues treinta y cinco años, pero todavía nadie se había atrevido con él en España. Me parece sorprendente. Lacoue (muerto en 2007) y Nancy pertenecían a una generación que no sólo se había alejado del aún poderoso estructuralismo, sino que desconfiaba de los post-estructuralistas, de modo que tomaron un camino propio a la sombra de Heidegger. La producción de ambos filósofos ha sido abundante y de notable interés. Sin embargo, este trabajo que ahora se edita en español es, a mi modo de ver, su mejor contribución.

En ella analizan uno de los momentos más fascinantes de la modernidad. Como ellos mismos dicen, se trata de un episodio efímero (pongamos que de 1798 a 1803), un grupo de gente cambiante (aunque siempre dirigidos por los hermanos Schlegel) y una revista de la que sólo se editaron seis números (Athenaeum). He dicho antes que es un momento de la modernidad, aunque en todos los manuales aparece como un momento del romanticismo e incluso del primer romanticismo (el frühromantik). Ciertamente es un prototipo de romanticismo, pero en una acepción de la palabra que, a mi modo de ver, debería incluir un vastísimo proyecto que sólo acaba hacia 1960. Si se acepta esta noción, el grupo aquí estudiado fue de los primeros en poner las bases de la modernidad: “Se trata, de hecho, y no es exagerado decirlo, del primer grupo de ‘vanguardia’ de la historia” (página 27).

El invento de este grupo, al que podemos llamar “del Athenaeum”, es nada menos que la literatura en cuanto tal. Hasta ese momento no había tal cosa como una literatura en el sentido de un arte absoluto de la palabra escrita. Había, eso sí, un arte de la poesía, otro del drama, algo (poco) de la novela, y así sucesivamente. El grupo del Athenaeum unifica la totalidad del arte de la palabra y propone una primera teoría de la literatura como absoluto. Asombrosamente, en esa teoría la prosa toma el lugar de la más alta poesía y la literatura queda fundida en la filosofía en tanto que dos modos (literarios) de expresar el mundo en su verdad más recóndita. Esto es el “absoluto literario”.

Así lo expone Friedrich Schlegel en su Conversación sobre la poesía: “Todo arte y toda ciencia que actúan mediante la palabra, cuando se ejercen como arte por sí mismas, y cuando alcanzan su cima más alta, aparecen como poesía” (p. 380). No es sólo un ataque contra la secular teoría de los géneros y sus forzosos parangones, es también la negación de toda la filología hasta ese momento y la propuesta de una historia de la literatura tan audaz que ni siquiera es posible escribirla en nuestros días.

El grupo estaba compuesto por dos dictadores, los hermanos Schlegel, y un conjunto variable de afiliados (Novalis, Wackenroder, Brentano, Von Arnim) que se reunían, se expulsaban, se excluían o formaban secesiones, como es habitual en cualquier movimiento de vanguardia. En su proximidad giraba una nube de mujeres poco típicas de su época, sexualmente emancipadas, con una notable formación filosófica y aguda percepción artística. Son Sophie Tieck, Bettina von Arnim, Carolina Michaelis o Dorothea Mendelssohn-Veit. Todas acabaron casadas con alguno de los participantes del grupo.

Había también una relación externa, pero intensa, con personajes de extraordinaria importancia como Hölderlin, Schelling, Hegel, Schleiermacher o Goethe. Este último los detestaba, pero a él se unirían los Schlegel cuando la edad los volviera rapaces y la invasión napoleónica pusiera en marcha el nacionalismo germano.

No sólo inventaron la literatura tal y como la entendemos ahora. También transformaron la recepción de la herencia griega. A veces parece que la palabra “romanticismo” sólo puede usarse para asuntos empalagosos, pero es un enorme error. El romanticismo fue un movimiento revolucionario y salvaje que sacó de la quietud marmórea, del estatismo idealista, a los neoclásicos y a los kantianos. La Grecia que aparece tras la crítica de los románticos del Athenaeum ya no tiene nada que ver con “la belleza”, la “serenidad” o “la perfección”, es la Grecia arcaica, infernal, enigmática, siniestra que años más tarde Nietzsche expondrá magistralmente en su seminal Origen de la tragedia.

La traducción es meritoria, aunque con imperfecciones inevitables dada la oscuridad del propio texto (téngase en cuenta que la mitad del libro es una antología de escritos de los Schlegel, Schelling y Novalis), lo que las hace excusables. Sólo he pillado un error grave, pero que puede corregirse con facilidad: la página 22 da como fechas del Sturm und Drang 1870-1880. Son, evidentemente, 1770-1780. Contando con estas mínimas mancillas, el libro es imprescindible para cualquier interesado por la teoría del arte y aun por la teoría de la teoría.