Mostrando entradas con la etiqueta Feminismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Feminismo. Mostrar todas las entradas

sábado, 1 de mayo de 2021

Entrevista con la escritora Elisa Victoria

Entrevista de Quico Alsedo a Elisa Victoria para El Mundo, 21 de abril de 2021:

Elisa Victoria: "Mi vida ha sido terrorífica, muchas veces he tenido ganas de no haber nacido"

La pureza, la inocencia y, por oposición, la corrupción y la culpabilidad son los temas centrales de la escritora sevillana, que tras darse a conocer con Vozdevieja confirma su talento en El evangelio

¿Quieres ser madre?

Pero... ¿por qué me preguntas eso? Bueno... Es una pregunta extraña. Yo no quiero ser madre, pero... ¿Me lo preguntas porque en mis libros hay mucho interés en los niños, o...?

Bueno, sí, y también porque tu literatura me parece eminentemente femenina..

Yo no creo que mi literatura sea femenina, sino humana... Sí, yo querría saber la motivación de la pregunta, la verdad.

Bueno, en tus libros hay una preocupación clara por la infancia, por esa inocencia, y como periodista me interesa saber cómo respira respecto a la maternidad alguien que tiene esa mirada... Pero si prefieres no contestar...

No, sí, no pasa nada. Pues mira, yo no tengo intención de ser madre porque me genera un gran conflicto la idea, porque a los niños los veo con gran compasión y mi experiencia viniendo al mundo ha sido bastante traumática, un sufrimiento que ha rozado el terror muchas veces, y no deseo brindarle esa experiencia a un niño que mañana pueda mirarme y decirme: cómo te has atrevido a hacerlo, cómo te has atrevido a traerme aquí. Aunque yo sepa que la vida puede tener un lado luminoso, mi experiencia ha sido terrorífica y muchas veces he tenido ganas de no haber nacido. Me preocupan mucho los niños, soy una gran cuidadora y entiendo el sentimiento tan bello y pleno de la maternidad, pero prefiero centrarme en los que ya están en este mundo.

En la contraportada del nuevo libro de Elisa Victoria (Sevilla, 1985), El evangelio, Lali, la protagonista, maestra en prácticas en un colegio religioso, dice: «Mundo maldito, llévame a mí si quieres, que ya estoy podrida de todas formas, pero no me chafes a Alberto. A Alberto déjamelo tranquilo dando saltos en su casa vestido de gato, déjamelo que haga dibujos, que plante árboles, que baile, no le des sustos, no le des una pandilla que le ponga retos crueles, que se escape, que no se haga mayor como un cadáver dentro de un cuerpo grande con el que sea imposible volver a comunicarse, que no se queden sus huesitos arrojados en el interior de un tonto que monte un negocio vinculado con el diablo y se pase las jornadas firmando papeles y hablando con despotismo. No me pudras a este niño, mundo asqueroso, solo te pido eso, asústame a mi, enférmame, tortúrame, échame a una zanja y que nunca me encuentren, hazme daño a mí y a este niño que nada lo vuelva malo».

La pureza, la inocencia y (por oposición) la corrupción y la culpabilidad son, pues, temas centrales en las dos novelas hasta ahora publicadas por Victoria en Blackie Books, ambas vertebradas en torno a lo iniciático (o a cierta inmadurez, según quién las observe).

En Vozdevieja, Marina tiene nueve años y vislumbra el feo mundo de los adultos desde el ardoroso verano de la Expo 92 en Sevilla, entre una madre enferma y una particular abuela/hada madrina. En El evangelio Lali hace sus prácticas de Magisterio en un viscoso cole religioso mientras come precariedad currando en un Telepizza, folla al paso y de nuevo observa la adultez como quien mira a Marte.

«¿Si la vida está siempre empezando? Supongo que de alguna manera sí, siempre hay cosas que haces por primera vez, y ahí muchas veces viene el conflicto. Hay gente adaptadísima, gente que se adhiere a todo de inmediato, y luego estamos los otros, los que no. Yo muchas veces me he sentido como cuando eres pequeño y el jersey te pica mucho, luego lo que pasa es que a base de estar en esa situación ya no molesta... Pero a mucha gente nos queda siempre esa sensación de que la vida no se acaba de inaugurar del todo, de que estamos siempre en tránsito», dice por teléfono, desde su casa en la sierra de Huelva.

La voz literaria de Victoria, que ella desearía emparentada con Clarice Lispector y John Fante, tiene un punto torrencial, otro de crudeza, rápida métrica y, por encima de todo, persigue claramente la sinceridad. Lo mismo sucede cuando se le cuestiona sobre lo más básico. Victoria abre el telón con la misma inocencia que subliman sus historias, y de nuevo todo retorna a lo primigenio:

¿Por qué escribes?

Escribo porque tengo el mismo sentimiento que cuando empecé. Cuando pasaba de la pubertad a la adolescencia, y no me sentía cómoda con mi persona ni con el mundo. Tenía grandes complicaciones sociales, no sentía que encajaba, empecé a tener ansiedad, dormía poco y empecé a escribir un poco por diversión personal y un poco por los libros que leía. Mientras tenía lugar el proceso, ese ver cómo mi mano deslizaba el bolígrafo sobre el papel, sentía que mi existencia tenía sentido. Me daba igual si se me daba bien o no. Me calmaba y con eso bastaba. Ahora escribo porque me causa más satisfacción que nunca, estoy más segura de ello y creo que tengo buena comunicación con ese monstruo que te impulsa a escribir, que no se sabe de dónde viene.

Victoria admite que, ahora mismo, con El evangelio en la rampa de lanzamiento, ya no sabe muy bien qué ha escrito: «Da un vértigo enorme salir de esa reclusión y ver eso en lo que has pensado tanto antes con su corporeidad, convertido en un objeto. Incluso te causa cierta desvinculación con tu obra. Deja de pertenecerte».

Sus libros comparten cierto ánimo revisionista muy en el ambiente en esta España de hoy, detenida, ensimismada y tristona: el primero miraba a la lejana España del 92, cuando ella tendría siete años (y su protagonista nueve); el segundo se sitúa en 2005-2006, en la preburbuja del ladrillazo. Un mundo concomitante, por diversos motivos, con el de Las niñas, la hermosa película de Pilar Palomero, triunfadora en los Goya: «Pues me lo decían mucho, la he visto ahora, me ha encantado y es cierto que tiene mucho en común...».

Define bien a Victoria el hecho de que Lali, su protagonista, parece aprender más en el Telepizza (en el que la propia escritora trabajó) que en la universidad: «Aprendes a observar, a interpretar cómo te observan los demás, a respetar, a ser mejor cliente. Aprendes lamentablemente cuáles son los cimientos de la civilización: te explotan. Aprendes a coordinarte con los demás... Aprendes a respetar».

Pureza + extrañeza + inadaptación. Consecuencia: ¿en qué trabajas ahora, Elisa? ¿Cuál será el próximo paso? «Me apetece escribir algo de terror»

sábado, 25 de abril de 2020

El feminicidio, al igual que el infanticidio, era normal en el mundo grecorromano. El cristianismo lo condenó.

Fortea cuenta que un estudio recogía "infinidad de trabajos de otros autores acerca del feminicidio en Roma. Es la obra de Rodney Stark, La expansión del cristianismo, Editorial Trotta, 2009 Madrid. Doy los datos completos de la edición por si a alguien le interesa esta obra excelente." Copio de su blog lo que sigue:

"Pues bien, el autor deja probado lo siguiente: 

Había 131 hombres por cada 100 mujeres en la ciudad de Roma, y 140 hombres por cada 100 mujeres en Italia, Asia Menor y África del norte.

"Yo sabía que existía el feminicidio, pero nunca supe que a esa escala. Sí que me había sorprendido el modo de nombrar a las hijas en la sociedad romana (maior, minor), que indicaba que no solía haber más de dos. Y que tres era el número máximo.

El mismo autor aduce el trabajo de otro especialista, aunque la muestra de estudio debe ser especial y no extrapolable:

Un estudio de las inscripciones en Delfos hizo posible la reconstrucción de seiscientas familias. De éstas, sólo seis habían criado a más de una hija.

Acabo con una carta que le envía a su esposa un marido:

Has de saber que todavía estoy en Alejandría. Y no te preocupes si todos vuelven y yo sigo en la ciudad. Te pido y te ruego que cuides muy bien a nuestro hijito pequeño; y apenas reciba mi paga te la enviaré. Si sucede que nace el bebé [antes de que yo vuelva a casa], si es un niño, consérvalo; si es una niña, exponla. Me dijiste: «No me olvides». ¿cómo podría olvidarte? No te preocupes, por favor."

jueves, 8 de marzo de 2018

Barreras psicológicas y sociales que impiden a la mujer demostrar su valía

I

Tres barreras psicológicas que nos impiden ascender (y explican que haya menos mujeres en la ciencia): El efecto pigmalión, el síndrome del impostor(a) y el efecto Dunning-Kruger. Así funcionan y así se pueden combatir

IDOIA SOTA, 15 FEB 2018, El País:

El 63% de los españoles cree que las mujeres no sirven como científicas de alto nivel (no sabemos cuántas de las encuestadas eran mujeres); quizá esta creencia se deba a que solo el 18% de los premios recaen sobre ellas y solo el 3% de los Nobel.

No es solo que se presenten menos. Estos resultados supuestamente meritocráticos son, para algunos expertos, fruto del mismo mecanismo del que adolecen los Recursos Humanos: los sesgos en la selección de personal. En el informe Científicas en Cifras 2015, del Ministerio de Economía, se recogía que el porcentaje de mujeres que recibían ayudas estatales para I+D+i sobre el total que las solicitaban era "sistemáticamente inferior al de los hombres, ya fueran convocatorias de recursos humanos o de proyectos". Esta tendencia, cambió en 2013 y la tasa de solicitudes que reciben ayudas son ya iguales para ambos sexos.

El Ministerio de Economía analizó las asignaciones públicas de ayudas al I+D+i y encontró que el porcentaje de las dotaciones a proyectos de mujeres era "sistemáticamente inferior al de los hombres"

Decía Flora de Pablo, profesora de investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), para la campaña Cambia las cifras: "En el momento actual, el 60% de las becarias del CSIC son mujeres, pero en el escalón más alto, el del profesorado de investigación, estamos al borde del 25% de mujeres. O sea que se pierden mujeres a lo largo de la carrera científica".

¿Ingeniería? No, gracias

Ese es un problema común a otros ámbitos profesionales. Sin embargo, el caso de las ciencias es paradigmático desde la universidad (e incluso desde la infancia): mientras el porcentaje de mujeres en las carreras de las ramas de arte y humanidades es del 61% o del 60% en ciencias sociales y jurídicas, en las ingenierías y en Arquitectura tan solo representan el 26%, y el 51% en otros estudios de ciencias (no biosanitarios, donde Enfermería eleva el porcentaje). ¿Por qué?

El problema no está en el contenido de los estudios. Como reconocía Alexander Mendiburu, decano de la Facultad de Informática de la UPV, con motivo de la celebración del 40 aniversario de la carrera de Informática, en el momento en que comenzó a llamarse Ingeniería "se redujo notablemente la ratio de mujeres matriculadas, no solo en España, sino internacionalmente".

Entonces, ¿es el nombre lo que separa a las mujeres de las carreras de ciencias? Sí y no.

Cosas de chicos

La falta de role models es para Natalia González-Valdés, doctora de L'Oréal Unesco For Women in Science en España, una de las razones de que las niñas no elijan estos estudios. "Por eso en la Fundación trabajamos mucho por acercar esos referentes a las niñas: llevando testimonios de mujeres científicas a las aulas de jóvenes entre 12 y 14 años, promovemos que den conferencias, organizamos una exposición con la historia de la mujer en la ciencia, celebramos editatones de Wikipedia para dar más visibilidad a las científicas en Internet...".

Las matriculaciones de mujeres en Informática cayeron desde el momento en que empezó a llamarse Ingeniería Informática, dice Alexander Mendiburu, decano de la Facultad de Informática de la UPV

Pero antes incluso de buscar los modelos en los que reflejarse, las niñas rehúyen las ciencias: "La brecha de género empieza a edades muy tempranas", denuncia González-Valdés. "En un estudio se vio cómo las niñas de entre cinco y seis años no se sentían capaces de desarrollar actividades vinculadas socialmente a estereotipos masculinos. Y esto se debe a la educación". Son cosas de chicos.

"Hay muchos casos de éxito de mujeres en ámbito científico o matemático, por lo general desconocidos", explica la doctora Saskyn, experta psicóloga de Top Doctors. "El reto está en la promoción social del potencial femenino y de todas las aportaciones a la ciencia que han hecho las mujeres. En fomentar actitudes igualitarias donde se prioricen los valores y la diversidad en la inteligencia por su condición de seres humanos instruidos, y no por razón género".

El efecto Dunning-Kruger y el sesgo positivo

En 1999, los psicólogos David Dunning y Justin Kruger indagaron en el mecanismo por el que evaluamos nuestras propias habilidades. Estudiando a personas con habilidades especialmente bajas encontraron que, precisamente debido a su falta de conocimiento, tienden a sobreestimar sus propias capacidades. Al contrario, las personas con más habilidades las infravaloran pues no son conscientes de que se encuentran por encima de la media.

Los resultados de las niñas son mejores en la mayoría de asignaturas, incluidas las matemáticas y las ciencias, según los estudios, pero el efecto del sesgo positivo hace que se sientan inferiores

Este efecto interviene también en la autoevaluación de las personas con capacidades medias, que difiere entre hombres y mujeres. Son muchos los estudios que demuestran que las niñas obtienen mejores resultados que los niños en la mayoría de las asignaturas, incluidas las matemáticas y la ciencia. Sin embargo, esto las llevaría a infravalorar sus aptitudes frente a los chicos, quienes sentirían sus capacidades superiores a lo que de verdad son.

Es lo que se ha denominado como sesgo positivo y fue objeto de estudio reciente por un grupo de investigadores de la Universidad A&M de Texas y la Universidad de Washington. Mientras las mujeres tendían a evaluar cómo habían respondido en su último examen de matemáticas con criterios más ajustados a la realidad, los hombres, en cambio, consideraban que lo habían hecho mucho mejor de lo que en realidad les había salido.

Esta es la razón, según los investigadores, de que ellos se sientan más animados a dedicarse a carreras relacionadas con matemáticas y ciencias: "El sesgo positivo puede ayudar a reforzar los deseos de una persona a emplearse a fondo a una materia", reconocía Heather Lench, directora de la investigación.

El efecto Pigmalión y el efecto Golem

"El efecto Pigmalión hace referencia a que las expectativas que tenemos sobre el rendimiento de una persona incitan a actuar a esa persona conforme a dichas expectativas", explica Mónica Quintana, psicopedagoga experta en género y diversidad y directora de Mindset, empresa dedicada a la gestión del talento y la innovación. "Esto lo demostraron Rosenthal y Jacobson son su famoso experimento. Es lo que denominamos 'profecía autocumplida'. Por ejemplo, si tengo un profesor que piensa que voy a obtener muy buenas calificaciones o un jefe que está convencido de que haré un trabajo excelente, esto elevará mi autoestima y me incitará a trabajar para conseguir los resultados que se esperan de mí".

Pero lo mismo sucede en sentido inverso, "o el efecto Golem, que produce que la autoestima disminuya", añade. "Si en una clase cuando interviene una niña no se la toma en serio y al niño se le refuerza de forma positiva se produce un bloqueo en ella. Es lo que sucede con el campo de la ciencia y la tecnología, históricamente asociado a capacidades masculinas".

Y este efecto se extiende a todos los terrenos. “La sociedad espera que una mujer sea sensible, tierna y empática, y el hombre fuerte, valiente y agresivo", explica el doctor Cristian Toribio, miembro del Centro Psicopediátrico Guía: "Esto se vincula a la representación que nos hacemos de nosotros mismos, la interiorizamos, y nos dirige inevitablemente en nuestra toma de decisiones".

Los principales estereotipos que ponen barreras al acceso de la mujer en el mundo de la ciencia están relacionados directamente con la predisposición biológica de las mujeres a ser más "emocionales" y la de los hombres a ser más "lógicos", de modo que "nos hacemos una imagen mental de la mujer como una buena cuidadora, madre, artista o modista", continúa el experto.

Frases como "la ciencia no es para mujeres" o "tienes más facilidades para hacer esto o aquello" son estereotipos que van calando a lo largo del desarrollo educativo y madurativo, repercutiendo en la percepción que tienen las mujeres (y los demás) de sus propias capacidades y, por ende, influyendo directamente en ellas y en sus decisiones sobre su futuro profesional (Enfermería, Magisterio, Diseño de interiores, de moda...).

A este efecto Golem indirecto, Quintana, añade el directo: "Salarios más bajos, techo de cristal, discriminación por género, que las mujeres reciban menos premios... Estos hechos objetivos construyen un relato: 'las mujeres están menos capacitadas'".

El síndrome del impostor(a)

Cuando una persona con aptitudes para desarrollar una actividad pero baja autoestima (efecto del sesgo positivo) decide desafiar el efecto Golem y dedicarse a aquello para lo que no tiene la certeza de estar capacitada, muy probablemente será víctima del síndrome del impostor(a): sentirá que está usurpando un terreno que no le pertenece, que en realidad está engañando a su entorno y que no es capaz de realizar aquello para lo que se ha postulado y que, finalmente, terminará decepcionando a quienes han puesto en ella sus expectativas.

"El efecto del impostor(a) consiste en no atribuirte tus propios logros y considerar que son fruto del azar", explica Quintana. "Debemos hacer un ejercicio de toma de conciencia. Hay un malestar invisible de las mujeres, que tiene un origen social, fruto de la dominación patriarcal". Para luchar contra ello, Quintana propone enseñar a las mujeres a comunicarse de forma asertiva: "La comunicación asertiva como vehículo para el desarrollo de la autoestima y crear espacios de mujeres que inviten a la reflexión y a reforzar una visión positiva de nosotras mismas".

MEDIDAS PARA MEJORAR LA AUTOESTIMA DE LAS MUJERES (Y ACABAR CON EL 'MIEDO' A LAS CIENCIAS)

Estas son algunas pautas que pueden ayudar a superar el síndrome del impostor(a) y que, según Mónica Quintana, ayudarían a las mujeres en la elección de carreras de ciencias y tecnología.

- Impartir charlas con perspectiva de género en los momentos críticos antes de la elección de estudios, como las que lleva a las aulas la iniciativa de L'Oréal Unesco For Women in Science

- Que las mujeres y niñas conozcan y escuchen testimonios de mujeres

- Conocer la historia y las biografías de mujeres inspiradoras

- Comprender el origen social del malestar de las mujeres

- Practicar networking con otras mujeres

- Mejorar las habilidades de comunicación asertiva y de negociación

- Participar con otras mujeres en un grupo de desarrollo personal

- Rodearse de personas que nos valoren y aprecien: en definitiva reforzarán nuestra autoestima con mensajes positivos

- Acudir a sesiones de coaching para el desarrollo de la carrera profesional

II

Estoy en huelga
Porque no, no soy ninguna víctima, sino una pija del primerísimo mundo que puede pregonar lo que otras no pueden sin perder lo poco que tienen

LUZ SÁNCHEZ-MELLADO 7 MAR 2018 

Porque ningún hombre me ha acosado y, si lo ha hecho, lo he pasado por alto asumiendo que aguantar babosos me iba en el género, y no quiero que nadie siga asumiéndolo. Porque, aunque cobro lo mismo que mis colegas varones, he rechazado ascensos por no estar dispuesta a pagar el peaje de descuidar a mi prole, y no quiero que mis compañeras sigan rechazándolos. Porque he sentido demasiadas veces que no valía para demasiados retos cuando ellos primero los aceptan y después, gloria. Porque amo a los señores y les he tolerado lo que nunca hubiera debido, y no quiero que mis hijas sigan mi ejemplo. Porque no acepto lecciones de ningún hombre, mujer o transgénero sobre cómo ha de pensar, actuar y vestir una buena feminista. Porque mi madre trabajó como una mula toda su vida limpiando culos y mocos, incluidos los de mis hijas, para que yo pudiera currar como un tío, y yo no pienso hacerlo por sus nietas. Porque las jóvenes han dicho basta y, oh ilusa, me siento una de ellas. Porque soy una contradicción con ovarios y tacones de 10 centímetros. Porque el único íncubo que me posee, que yo sepa, es el endemonie ante la injusticia. Porque es ahora o nunca. Porque el mundo muta por sismos sociales y no solo tectónicos. Porque no, no soy ninguna víctima, sino una pija del primerísimo mundo que puede pregonar lo que otras no pueden sin perder lo poco que tienen. Porque veo más allá de mis progresivas. Porque ni pido permiso ni perdón por exigir y ejercer mis derechos. Porque callada no estoy más mona y, encima, me salen calenturas en los morros. Porque sé de dónde vengo, pero no me conformo con dónde estoy y deseo ir más lejos. Porque sí, mato por salir en la foto y, si no, me lo reprocharía siempre. Porque quiero y puedo. Por las que quieren y no pueden. Por las que pueden y no quieren. Por mí y por todas mis compañeras, por mí la primera: estoy en huelga.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Las feministas que solo saben hablar de feminismo

Paradoja, por Javier Marías 18 DIC 2017

Un gran porcentaje de libros y artículos actuales escritos por mujeres tratan sólo sobre su sexo, y casi siempre en tono plañidero o furibundo u ofendido.

LAS MUJERES, a mi juicio, están siendo víctimas de una paradoja creada por un elevado número de ellas. Durante bastantes años, su justa pretensión fue que no se tuviera en cuenta el sexo de quienes trabajaban, o escribían, o eran artistas, o políticas, lo que se quisiera. Que el hecho de que una mujer ganara un premio, o fuera elegida académica o Presidenta del Gobierno, no supusiera en sí una “noticia”. Que los libros escritos, las películas dirigidas, los cuadros pintados, las investigaciones científicas realizadas, los cargos ocupados por mujeres, no resultaran objeto de comentario (ni de loa ni de escarnio) por esa accidental circunstancia. Que se juzgaran con normalidad, exactamente igual que las obras y logros de los varones. Que no hubiera, en suma, distinción por sexo ni paternalismo, y que se valorara todo por un mismo rasero. Se caminó en esa dirección, no sin dificultades. Todavía clama al cielo que en casi todos los países y ámbitos los hombres perciban mejores sueldos por tareas idénticas. Las mujeres aún tienen, como han tenido históricamente, derecho a quejarse y a reclamar para sí condiciones laborales equitativas. Pero sí, poco a poco sus quehaceres se empezaron a juzgar exclusivamente por su calidad y su mérito. Lo que interesaba interesaba, y tanto daba que estuviera llevado a cabo por un varón o una mujer. Ese, recuerdo, era el objetivo de Rosa Chacel, por ejemplo, a la que traté bastante. No sentía ningún complejo ni se reivindicaba nunca en tanto que escritora (femenina). Se veía a sí misma como a cualquier otro autor, capaz de medirse con los más grandes. Y no le gustó que, cuando fue candidata a la Academia, tuviera que disputarse el sillón con otra mujer, precisamente. (Dicho sea de paso, salió elegida esa otra, que en mi opinión no le llegaba ni a la suela del zapato).

Muchas mujeres mantienen esa actitud en la actualidad. Hacen su trabajo, no esperan favores ni condescendencia ni privilegios, no se reivindican por su sexo

Muchas mujeres mantienen esa actitud en la actualidad. Hacen su trabajo, no esperan favores ni condescendencia ni privilegios, no se reivindican por su sexo. Eso, de hecho, les parecería una bajeza y un ataque a sus congéneres. Jamás se permitirían valerse de las ridículamente llamadas “armas femeninas”. Jamás lloriquearían como Marta Rovira, la cual, según un reportaje de este diario, prorrumpe en sollozos no sólo en público: “El truco resulta bastante eficaz, porque tras sus sonoras lágrimas todos suelen dejar la discusión por imposible, según cuentan en su entorno”. Este tipo de mujer impostadamente infantilizada hace un flaquísimo favor a la causa feminista.

La paradoja a que me he referido es la siguiente: de un tiempo a esta parte, un gran porcentaje de libros y artículos escritos por mujeres, y de noticias relativas a ellas, siguen, en cierto modo, el “modelo Rovira”. Tratan sólo sobre su sexo, y casi siempre en tono plañidero o furibundo u ofendido. Es cierto, ya digo, que han sido sometidas malamente a lo largo de los siglos, y que aún lo son en muchos aspectos y en demasiados países. Pero si las mujeres sólo se ocupan de señalarlo y denunciarlo insistente e interminablemente, el asunto se agota pronto e interesa poco. Yo procuro leer las columnas de opinión —y aún más los libros— sin atender al sexo de quien los firma, y así lo he hecho siempre. Desde hace unos años me resulta imposible no percatarme de él a las pocas líneas (con unas cuantas excepciones, como Soledad Gallego-Díaz, por mencionar un nombre). Son incontables los artículos dedicados a subrayar cuántas películas de directoras se exhiben en un festival, cuántos papeles importantes tienen las actrices, cuántos galardones literarios o cuántas calles han obtenido mujeres, cuántas diputadas en cada partido y cuántas ministras en cada Gobierno, etc. Recuerdo uno que enumeraba una larguísima lista de autoras (estaban ausentes, por cierto, casi todas las que a mí me parecen extraordinarias), y a continuación la articulista pedía o exigía que en enumeraciones semejantes se incluyeran siempre nombres de escritoras. ¿Esto es un artículo?, me pregunté.

De tal manera que no es fácil interesarse por lo que escriben hoy bastantes mujeres, si no hablan más que de algo ya aceptado por todos y consabido. No sé si a las lectoras les puede interesar ese “monotema”, si les sirve para cargarse de razón e indignarse a diario. A los hombres, feministas o no, me temo que escasamente. A cada una de esas autoras o columnistas dan ganas de suplicarle: “Por favor, cuénteme algo que ignore. Hábleme de lo que usted haya pensado sobre cualquier asunto, no sobre su condición y sus cómputos. Bien está un par de veces, pero no a diario. La considero lo bastante inteligente para inquietarme y obligarme a reflexionar, para poner en cuestión mis opiniones, para hacerme ver la realidad de otro modo y forzarme a reparar en lo que se me había escapado. Su indignación ya la conozco, y además la comparto. Pero el mundo no se acaba ahí, ayúdeme a mejor comprenderlo”. La paradoja es, pues, clara. Lo último que debería desear una mujer, se dedique a lo que se dedique, es que se la dé por “descontada” o “ya sabida”. Y eso es lo que, lamentablemente, están consiguiendo demasiadas contemporáneas.

jueves, 14 de diciembre de 2017

Clubes de violadores

Una profesora me contó una vez cómo, saliendo de una discoteca a pie con una compañera a las afueras de cierto lugar, y yendo solas por el camino hacia la ciudad, se vieron de repente rodeadas por unos siniestros personajes que las llevaron adonde habían aparcado sus coches.

Por suerte, la tal profesora tenía mucho genio y una lengua viperina que consiguió disuadir al menos a uno de ellos de lo que pretendía hacer, porque lo conocía y le dijo que más le valdría que luego la matara porque no iba a quedar impune. Se valió de eso para que se las llevara de allí en su coche. Y bastante le costó que se llevara también con ella a la otra.

Tal vez parezca algo exagerado lo que voy a decir, pero los clubes de violadores podrían ser bastante comunes en España. El caso de "La manada" no me parece excepcional, conociendo lo que sabía y la discreción de las mujeres en esos respectos. En un país donde se viola hasta a las perras y luego se las defenestra por un barranco incluso parece bastante lógico, si es que posee lógica algo tan inanimal como inhumano. Haciendo un asqueroso epigrama de los que suelo, escribí hace tiempo que decir eso de que "cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro" no es misantropía, es bestialismo. Donde tan difícil es crear una asociación para algo bueno para la sociedad entera parece normal crear una para odiar y "joder" a una parte de ella.

Conviene no hacerse excesivas ilusiones sobre nada. Ni siquiera nos queremos "correctamente" a nosotros mismos, porque somos unos entes tan patológicamente inseguros que ni siquiera sabemos quiénes somos, cuanto más qué llegaremos a ser y qué lugar nos está deparado en el mundo.

El sexo nos "liga" tanto como la religión, pero las ligas pueden también atarnos o asfixiarnos (en sentido abstracto, no en el de David Carradine). No solo es una forma placentera de compartir la intimidad; también es una forma de esclavitud, de adicción y de degradación. Pero por lo menos hay algo que sí podemos hacer y podría evitar bastante mal. El sexo heteróclito o caprichoso debería estar regulado y quienes lo ejercen de forma profesional deben sindicarse, pagar impuestos y cumplir las máximas normas de higiene y sanidad, por su bien, el de sus clientes y el de todos. 

domingo, 28 de mayo de 2017

Mujeres arrinconadas

Rosa Montero, "Muy hartas", en El país, 28-V-2017:

María Rodrigo fue la primera compositora española. Este año se cumplen 50 de su muerte. Su olvido coincide con el de tantas otras mujeres brillantes.

EL PRÓXIMO 8 de diciembre se cumplirán 50 años de la muerte de María Rodrigo, en el exilio (Puerto Rico) y en el más completo olvido. Como dice la escritora italiana Dacia Maraini, las mujeres cuando mueren lo hacen para siempre. Si ya la ningunearon en vida, tras su fallecimiento la sesgada desmemoria patriarcal acabó por sepultarla.

El director de orquesta José Luis Temes lleva años clamando en el vacío e intentando recuperar el patrimonio musical español olvidado, y en especial el de María Rodrigo. Hace un par de meses dio un concierto maravilloso en el teatro Monumental de Madrid en donde pudimos escuchar las Rimas infantiles de María, unas canciones bellísimas, delicadas y estremecedoras, y ahora está haciendo un pequeño documental sobre ella. María Rodrigo (1888-1967) tenía un talento excepcional. Compuso sinfonías, música escénica, piezas para piano (era también pianista), óperas…, de hecho, fue la primera mujer en estrenar una ópera en España, Becqueriana (1915), y también la primera compositora reconocida como tal que además vivió de su trabajo. Practicó la docencia y volcó sus mayores esfuerzos en difundir la música clásica entre las clases humildes. Fue grande y fue genial y la tenemos arrumbada.

No es la única. De hecho, es la tónica habitual con las mujeres. Ya mencioné a la investigadora de la Universidad de Valencia Ana López Navajas, que ha demostrado que de todos los nombres que se estudian en la ESO sólo hay un 7,6% de mujeres, y que además lleva ocho años preparando un archivo histórico de filósofas, artistas, científicas o líderes sociales que hicieron cosas extraordinarias pero a las que el machismo se apresuró a borrar de los anales.

Sin ir más lejos, María Rodrigo perteneció a una asociación maravillosa y también muy poco conocida, el Lyceum Club Femenino, creado por María de Maeztu en 1926 en Madrid. Duró hasta 1939 y agrupó a unas 500 mujeres formidables, lo mejor de nuestra sociedad, escritoras, juristas, artistas, pensadoras, como Clara Campoamor, María Lejárraga, Rosa Chacel, María Zambrano, Victoria Kent, Maruja Mallo… Todas ellas tan competentes o más que los hombres de la época y luchando por un proyecto de modernización social que truncó la guerra. Últimamente han empezado a englobarlas dentro de la generación del 27, en un tímido intento de otorgarles el protagonismo que merecen. Pero la escritora Laura Freixas, de la asociación feminista Clásicas y Modernas, prefiere con buen criterio definirlas como la generación del 26, el año de fundación del Lyceum, ya que en el acto que da nombre a la generación del 27, el homenaje a Góngora en Sevilla en diciembre de 1927, sólo participaron varones, dentro de la tónica sexista habitual.

Y es que tengo la sensación de que las mujeres del mundo empezamos a estar hartas, terriblemente hartas del paternalismo con el que, a regañadientes, la sociedad nos va aceptando. Se habla de cuotas y de la falta de mujeres como si accediéramos a los puestos y a la vida plena casi por caridad, porque “las pobres también tienen que estar”, y no porque nos lo merecemos tanto o probablemente más que muchos. El prejuicio sexista en el que nos educan a todos hace que tendamos a valorar más a los varones. Diversos estudios demuestran esa ceguera selectiva, como el que hizo la Universidad de Yale en 2013 cuando cogió los proyectos de un chico y una chica que aspiraban a un puesto de laboratorio y los envió para su calificación a 120 catedráticos, hombres y mujeres. El varón, qué casualidad, sacó en todo mejor nota; pero resulta que los dos proyectos eran exactamente iguales, salvo que uno lo firmaba John y otro Jennifer (la mitad de los catedráticos leyó el de él y la otra mitad el de ella).

De manera que no, no pedimos que nos dejen pasar porque estamos discriminadas y tienen que ayudarnos. Pedimos tan sólo que se nos juzgue exactamente igual que se juzga a los hombres, lo cual hasta ahora no ha sucedido. Y para ello primero tenemos que convencernos a nosotras mismas de que valemos tanto o más que ellos (ya digo que el machismo también intoxica a las mujeres) y luego alzar de una vez la voz y empezar a patear metafóricamente todas las puertas.

martes, 9 de mayo de 2017

Asexualidad, por Lucía Etxeberría

LUCÍA ETXEBARRIA, No me apetece follar, ¿pasa algo?, en El Periódico de Cataluña, 26-III-2017:

Años 70. Mi tía Fernanda pierde a su marido. Aún no había cumplido los 30 años y cuidó sola a sus dos hijos. Nunca hubo otro hombre en su vida. Entre familiares y amigos su caso despertaba admiración.

En el 76 la madre de mi amigo Luis se separa de su esposo que la maltrataba, e inicia una relación con otro hombre. Los compañeros de Luis le hacen 'bullying' al niño porquesu madre «es una puta», que era la opinión general en el contexto de la época.

Mi amiga Sonia pierde a su novio en un accidente a los 25, con la fecha de boda fijada, tras 10 años de relación. No vuelve a tener otra pareja. Hoy tiene 40 años y la llaman traumada. Su vida suscita compasión, a veces desprecio.

Eme me dice que mantiene tres relaciones a la vez, pero que está deprimidísimo. Le digo que quizá si dedicara más tiempo a crear relaciones más profundas y significativas, con amigos, o incluso consigo mismo, se sentiría mejor. Me dice que él tiene «que cubrir sus necesidades».

Una amiga me deja plantada en una cita que habíamos acordado con antelación. Al día siguiente envía un mensaje de Whatsapp en el que dice: «Por fin he tenido sexo después de dos meses a pan y agua, por eso no fui. Lo entiendes ¿ verdad?». Les dice a las amigas comunes que no comprende por qué dejé de hablarle.

En 40 años hemos pasado de pensar que la persona que tiene sexo fuera del matrimonio es una desviada y una enferma a pensar que es una enferma la que no tiene sexo. Y hemos pasado de ver el sexo sin compromiso como un pecado o un vicio a ver el sexo como una necesidad. Pero el sexo no es una necesidad del individuo. Las necesidades del individuo son la comida, el agua, el refugio y la pertenencia a un grupo. Si no las cubre, muere.

El sexo es una necesidad de la especie y no del individuo. Si algunos individuos de la especie no se reproducen, la especie se extingue. Pero no hace falta que lo hagan todos.

El sexo no es una necesidad del individuo. Lo es la comida, el agua, el refugio y pertenecer a un grupo

En muchas especies se da el altruismo reproductivo: prefieren beneficiar la reproducción de otros en perjuicio propio. Este altruismo en un principio parecía refutar la teoría de la evolución de Darwin, pero William Donald Hamilton demostró que el motivo de esta renuncia a favor de sus familiares es para aumentar la supervivencia de la especie a través de sus congéneres. El altruismo reproductivo se da en abejas, himenópteros, termitas, hormigas, ratas topo… y humanos, entre otros.

Parece una verdad absoluta, un dogma de nuestra sociedad moderna, que el sexo para un humano «es una necesidad» que debe ser satisfecha a toda costa.

¿Por qué? Para que consumamos. Porque se da por hecho que para tener vida sexual hay que tener un cuerpo determinado.

Obsceno significa etimológicamente «lo que está fuera de la escena». Ahora no es obsceno ver un cuerpo desnudo o una escena sexual explícita, lo vemos a diario en publicidad, series y películas. Lo obsceno es ver un cuerpo gordo o anciano, máxime si lo vemos practicando sexo. Eso no lo vemos nunca. Nos enseñan que tener michelines, celulitis, vello, flacidez o arrugas es inaceptable. Porque debemos tener sexo y no lo vamos a tener si no tenemos un cuerpo normativo.

Y así gastamos en cremas, cirugía, gimnasios, dietas proteicas, depilación y un sinfín de productos y métodos que se nos ofrecen para mantener el cuerpo ideal.

Decía san Agustín, por experiencia propia -había tenido una vida intensísima y luego devino célibe- que «el deseo carnal consentido se vuelve hábito; el hábito no combatido se vuelve necesidad».

El sexo no es una necesidad -nadie se muere por no tener sexo-, pero en nuestra sociedad se estimula, se consiente y alimenta continuamente.

Según los estudios del sexólogo Anthony F. Bogaert, un 1% de la población, unos 70 millones de personas en todo el mundo, son totalmente asexuales. También existen los demisexuales, que pueden experimentar atracción sexual solamente cuando hay un lazo emocional. O los grisexuales que, en determinadas situaciones, sí que llegan a sentir deseo esporádico.

En una sociedad hipersexualizada, a veces nos cuesta darnos cuenta de que el problema no lo tienen ellos, sino la sociedad, que utiliza el sexo hasta para vender un espray antigrasa.

Y para tenernos aborregados en la sociedad de consumo

Feminismo y diferencias de edad

LUCÍA ETXEBARRIA, "Macron, su señora y el doble rasero en el periodismo 'serio'", en El Periódico de Cataluña, 8 de mayo de 2017:

Hay muchas preguntas que no se plantean cuando es el hombre el que tiene 20 años más que la mujer

Cuando escribo este artículo Emmanuel Macron aún no es presidente de Francia, pero doy por hecho que cuando el artículo se publique ya lo será

Quizá sepán usted que soy trilingüe inglés francés español y que de hecho mi última novela se escribió en francés. Pues he estado mirando todos los artículos que hay escritos sobre Brigitte, su esposa , en medios franceses He buscado en Le Figaro, 'Libération', 'Le Monde', 'Le Parisien', 'La Tribune'… En medios serios. Que si viste de Luis Vuitton, que si era su profesora, que si asiste a todas sus reuniones, que si tiene siete nietos, que si su familia es millonaria, que si tenían una fábrica de chocolate, que si se ha hecho la cirugía estética… y siempre en cada artículo, en ABSOLUTAMENTE TODOS se menciona el hecho de que Brigitte es 24 años mayor que su marido.

Después me he ido a buscar todo lo que hay publicado en inglés sobre Melania Trump. Hay muchísimo porque últimamente circulan muchos rumores de crisis en el matrimonio Trump. Bien, he mirado en The Wall Street Journal, en 'The New York Times', 'Usa Today', 'New York Post', 'Washington Post', AOL, CNN.... De nuevo, medios serios. Que si habla cinco idiomas, que si el escote que llevó a tal evento era inapropiado, que si dio un 'like' a una cuenta de twitter de un periodista, que si posó desnuda, que si no se habla con el hermanastro, que si se lleva mal con la hijastra, que si la cirugía estética (sí, esta también se ha hecho cirugía estética, pero muchísima más, ves las fotos del antes y después y parecen dos Melanias ) que si antes era morena, que si ha demandado al 'Daily Mail' por decir que fue 'escort', que si…. Y en ABSOLUTAMENTE NINGUNO se menciona que ella es 24 años menor que su marido.

De ahí salto a una gilipollez de artículo publicado en un diario de la competencia que se titula "Así es ligar con un hombre más joven y así suele acabar la relación" plagado de tópicos. Que si las mujeres buscan a los hombres jóvenes porque son mejores en la cama. Como si la cama solo fuera penetración. Que se lo pregunten a las lesbianas. Que si se cansan de ellos porque no tienen tema de conversación. Como si un hombre de 25 años fuera idiota. Macron, sin ir más lejos, ya era doctor en Filosofía y Ciencias Políticas a los 22. Que si la relación nace con la fecha de caducidad puesta. Pues Emmanuel y Brigitte llevan 20 años juntos y diez casados. Pero, como prueba el caso del matrimonio Trump, ninguna de estas preguntas se plantea ni a nadie le sorprende cuando el que es veintitantos años más es él.

¿EL MISMO TRATO?

En fin, a mí después de esto que no me digan que las mujeres recibimos el mismo trato en medios porque me entra mucha risa. Y por lo demás reconozco a la pareja Macron-Trogneux una enorme inteligencia al haber sabido rentabilizar lo que en principio era una desventaja (su diferencia de edad) para venderlo a los medios como la gran historia de amor que pudo contra la incomprensión del mundo.

Lo triste es que lo suyo se vea raro y la pareja haya tenido que capitalizar su historia y hacer de ella un ítem comunicable, y en el caso Trump la misma historia, pero a la inversa, sea simplemente lo normal: millonario se compra mujer florero.

sábado, 18 de febrero de 2017

Maltratadores

Cuando uno contempla los hechos sucedidos en Daimiel se pregunta qué habría pasado si la víctima de violencia doméstica estuviera aforada; si hubiera podido escoger un juez que realmente la defendiera y se preocupara de ella y de su hija. Pero, claro, exigir de la ley que se preocupe del débil en vez de el fuerte es pedir demasiado; incluso Guindos, a quien de seguro ya le han guardado poltrona en el consejo de un banco, está preparando otra nueva ley hipotecaria para blindar de riesgos a los pobres bancos, algo que otros llamarían abuso y ellos "garantizar el crédito".

Me da miedo esta gente, que ayuda invariablemente a los abusones. En España, como en Italia, al ver una paliza, la gente corre inmediatamente a socorrer al fuerte por si se le cae alguna dádiva; somos unos búlgaros de la hipocresía. Tenemos diez mil poderosos ladrones protegidos por las leyes de aforamiento, y sin embargo no hay dinero para que la justicia proteja a diez mil maltratadas por sus maridos. Ya lo dijo Quevedo:

Mal oficio es mentir, pero abrigado,
eso tiene de sastre la mentira,
que viste al que la dice; y aun si aspira
a puesto el mentiroso, es bien premiado

Don Quijote liberó a un muchacho del amo que lo azotaba por el simple pecado de exigirle su salario; cuando se marchó el amo lo azotó todavía más cruelmente, y al volvérselo a encontrar  en el capítulo trigésimo primero, el gañancillo andaba ya tan escaldado que le pidió que no se interesase más por él y se ocupase de sus propios asuntos. Algo así nos pasa con la justicia y aun diría que con los políticos. Lo  cuenta el hidalgo:

Estaba atado a la encina, desnudo del medio cuerpo arriba, y estábale abriendo a azotes con las riendas de una yegua un villano, que después supe que era amo suyo; y así como yo le vi le pregunté la causa de tan atroz vapulamiento; respondió el zafio que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenía nacían más de ladrón que de simple; a lo cual este niño dijo: «Señor, no me azota sino porque le pido mi salario». El amo replicó no sé qué arengas y disculpas, las cuales, aunque de mí fueron oídas, no fueron admitidas. En resolución, yo le hice desatar, y tomé juramento al villano de que le llevaría consigo y le pagaría un real sobre otro, y aun sahumados. 

Andrés, que así se llamaba el jovencito sindicalista cervantino, tenía sin embargo otro antecedente literario tan manchego como él en la putilla de quince años Areúsa, que no quería servir en casa de una señora porque también aprovechaban acusaciones falsas e infundadas para no pagar, por lo cual declara en el acto noveno de La Celestina que se hizo cortesana:

Estas que sirven a señoras ni gozan deleite ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quien puedan hablar tú por tú, con quien digan: «¿qué cenaste?», «¿estás preñada?», «¿cuántas gallinas crías?», «llévame a merendar  a tu casa»; «muéstrame tu enamorado»; «¿cuánto ha que no te vio?», «¿cómo te va con él?», «¿quién son tus vecinas?» y otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh tía, y qué duro nombre y qué grave y soberbio es «señora» continuo en la boca! Por esto me vivo sobre mí desde que me sé conocer, que jamás me precié de llamarme de otra sino mía, mayormente de estas señoras que ahora se usan. Gástaste con ellas lo mejor del tiempo y con una saya rota de las que ellas desechan pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, contino sojuzgadas, que hablar delante ellas no osan. Y cuando ven cerca el tiempo de la obligación de casarlas, levántanles un infundio: que se echan con el mozo o con el hijo, o pídenles celos del marido, o que meten hombres en casa, o que hurtó la taza o perdió el anillo; danles un ciento de azotes y échanlas la puerta fuera, las faldas en la cabeza, diciendo: «¡allá irás, ladrona, puta, no destruirás mi casa y honra!». Así que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas; esperan vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Éstos son sus premios, éstos son sus beneficios y pagos. Oblíganse a darles marido, quítanles el vestido. La mejor honra que en sus casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen su nombre propio de la boca de ellas, sino «puta acá», «puta acullá», «¿a dó vas, tiñosa?», «¿qué hiciste, bellaca?», «¿por qué comiste esto, golosa?», «¿cómo fregaste la sartén, puerca?», «¿por qué no limpiaste el manto, sucia?», «¿cómo dijiste esto, necia?», «¿quién perdió el plato, desaliñada?», «¿cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián le habrás dado», «ven acá, mala mujer, ¿la gallina rellena no parece?, pues búscala presto, si no, en la primera blanca de tu paga la contaré». Y tras esto mil chapinazos y pellizcos, palos y azotes. No hay quien las sepa contentar, no quien pueda sufrirlas. Su placer es dar voces, su gloria es reñir. De lo mejor hecho menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa, exenta y señora, que no en sus ricos palacios, sojuzgada y cautiva.

El texto, en tres pasajes algo modernizado por mí para hacerlo más inteligible, está bien claro: los pobres, incluso los honrados, siempre son denigrados por los ricos para así evitar esa elemental distribución de la riqueza que consiste en pagar un salario, no en vano por eso se han hecho ricos. A las sirvientas que sirven gratis incluso por obtener un buen casamiento las terminan echando de casa con el pretexto de que seducen al hijo, que han sisado algo o sencillamente sin causa alguna. Y las cosas no cambiaron nada incluso en el siglo XIX: el tango que canta la Menegilda en la Gran vía es el heredero del discurso de Areúsa: "Pobre chica la que tiene que servir / más valiera que se llegase a morir..."

Pero un amigo que vive en Daimiel me ha contado con más detalle cuál es la versión de los hechos de Daimiel que circula en las redes sociales del pueblo: los que dicen haber conocido al presunto asesino y a la mujer que se le estaba divorciando excusan al agresor, que se había enriquecido muy honorablemente como pintor de brocha gorda y al que la mujer, dicen, le había dilapidado todo lo que había ganado con su múltiple derroche; es más, que incluso le iba a quitar la casa en que vivía y era lo único que le había quedado con el recurso de que debía pagar a ella y a su hija la parte correspondiente por el divorcio. Que el presunto asesino era un chaval tímido y educado sin antecedentes que jamás la maltrató, que ni siquiera ella lo denunció porque no podía demostrar maltrato alguno  y que la única explicación era que la situación lo desbordó, tuvo un arrebato terrible, lo que jurídica y psíquicamente llamaríamos un brote psicótico, agarró un cuchillo y mató a las dos mujeres.

Por supuesto, esta explicación no exculpa al presunto asesino, pero ¿a que ahora ustedes ya no simplifican tanto el asunto del maltrato y ahora resulta que no hay buenos puros ni malos puros, algo que es habitual en la reducción fenomenológica que hace la prensa de estos casos? La información es así de maniquea, y habría que indagar si Andrés o la meretriz Areúsa eran realmente tan inocentes como ellos se pintan. El caso es que Andrés quedó sencillamente escarmentado, y así se lo hace constar a don Alonso Quijano el Bueno:  

El fin del negocio sucedió muy al revés de lo que vuestra merced se imagina.

—¿Cómo al revés? —replicó don Quijote—. Luego ¿no te pagó el villano?

—No solo no me pagó —respondió el muchacho—, pero así como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volvió a atar a la mesma encina y me dio de nuevo tantos azotes, que quedé hecho un San Bartolomé desollado; y a cada azote que me daba, me decía un donaire y chufleta acerca de hacer burla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de lo que decía. En efecto, él me dejó tal, que hasta ahora he estado curándome en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual tiene vuestra merced la culpa, porque si se fuera su camino adelante y no viniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara cuanto me debía

 Así que eso tendríamos que hacer y dejar al búlgaro gobierno pepepsoil que siga pagando mal a los pobres y quedándose con las plusvalías. Tendremos maltratadores y seremos maltratados un poco menos que si pidiéramos justicia inalcanzable. Y tendremos maltratadores como los padres borrachuzos y pegones de tan honorables ciudadanos como Hitler, Stalin y Franco, sagrados defensores de un orden, cualquiera que este sea.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Javier Marías y las discriminaciones

Javier Marías, "El azaroso talento. ¿Por qué el talento ha de ser proporcional? Jamás lo ha sido", en El País, 20 de marzo de 2016:

Los Óscars hace ya mucho que me parecen una de las mayores injusticias del año. Se suelen conceder a películas espantosas (a menudo pretenciosas); los de interpretación van a parar a alardes circenses que nada tienen que ver con el oficio de actuar: al actor histriónico y pasado de rosca; a la actriz que se afea o adelgaza o engorda hasta no parecer ella; al actor que hace de transexual o de disminuido físico o psíquico; a la actriz que logra una aceptable imitación de alguien real, un personaje histórico no muy antiguo para que el público pueda reconocerlo. Cosas así. Como he dicho alguna vez, hoy sería imposible que ganaran el Jack Lemon de El apartamento, el James Stewart de La ventana indiscreta o el Henry Fonda de Falso culpable, que interpretaban a hombres corrientes.

Los Óscars hace ya mucho que me parecen una de las mayores injusticias del año

Tampoco es que ganaran en su día, por cierto; Cary Grant no fue premiado nunca y John Wayne sólo al final de su carrera, a modo de consolación, por un papel poco memorable. En fin, Hitchcock no se llevó ninguno como director, y con eso ya está dicho todo sobre el ojo de lince de los tradicionales votantes de estos galardones. Pero todo ha ido a peor: al menos John Ford consiguió cuatro en el pasado. La estupidez no ha hecho sino ir en aumento en este siglo XXI. Pero qué se le va a hacer, son los premios cinematográficos más famosos y a los que más atención se presta, y sólo por eso me ocupo del Asunto que ha dominado la edición de este año.

Como sabrán, la ceremonia ha sido boicoteada por numerosos representantes negros porque, por segunda vez consecutiva, no hubiera ningún nominado de su raza en las cuatro categorías de intérpretes, ergo: racismo. A continuación se han unido a la queja los latinos o hispanos, por el mismo motivo. Y supongo que no tardarán en levantar la voz los asiáticos, los árabes, los indios y los esquimales (ah no, que estos dos últimos términos están prohibidos). Y que llegará el momento en que se mire si un candidato “negro” lo es de veras o sólo a medias, como Halle Berry u Obama, uno de cuyos progenitores era sospechosamente blanco. Los hispanos protestarán si entre sus candidatos hay mayoría de origen mexicano o puertorriqueño (protestarán los que desciendan de cubanos o uruguayos, por ejemplo).

Los asiáticos, a su vez, denunciarán discriminación si entre los nominados hay sólo chinos y japoneses, y no coreanos ni vietnamitas, y así hasta el infinito. En la furia anti-Óscars de este año se han hecho cálculos ridículos, que, según los calculadores, demuestran la injusticia y el racismo atávicos de la industria cinematográfica: mientras los actores blancos han ganado 309 estatuillas, los negros sólo 15, los latinos sólo 5, 2 los indios y 2 los asiáticos.

Es como decir que la música clásica es racista y machista porque en el elenco de compositores que han pasado a la historia y de los que se programan y graban obras, la inmensa mayoría son varones blancos. La pregunta obvia es esta: ¿acaso hubo negros, o gente de otras razas, que en la Europa de los siglos XVII, XVIII y XIX –el lugar y la época por excelencia de esa clase de música– se dedicaran a competir con Monteverdi, Vivaldi, Bach, Haendel, Mozart, Beethoven y Schubert? ¿Acaso a lo largo de la historia del cine hubo muchos cineastas negros? Sucede lo mismo con las mujeres. Es lamentable que a lo largo de centurias éstas fueran educadas para el matrimonio, los hijos y poco más, pero así ocurrió, luego es normal que el número de pintoras, escultoras, arquitectas, compositoras e incluso escritoras (en la literatura se aventuraron mucho antes que en otras artes) haya sido insignificante en el conjunto de la historia.

¿Acaso a lo largo de la historia del cine hubo muchos cineastas negros?

¿Que el mundo ha sido injusto con su sexo? Sin duda alguna. ¿Que se les impidió dedicarse a lo que quizá muchas habrían querido? Desde luego. Es una pena y una desgracia, pero nunca sabremos cuántas grandes artistas se ha perdido la humanidad, porque lo cierto es que no las hubo, con unas pocas excepciones. ¿Clara Schumann, Artemisia Gentileschi, Vigée Lebrun? Claro que sí, pero son muy escasas las de calidad indiscutible. Muchas más en literatura: las Brontë, Jane Austen, Dickinson, George Eliot, Madame de Staël, Pardo Bazán, Mary Shelley, e innumerables en el siglo XX, cuando ya se incorporaron con normalidad absoluta. Pues lo mismo ha sucedido con los negros de las películas: durante décadas tuvieron papeles anecdóticos y apenas hubo directores de esa raza. Si hoy constituyen el 13% de la población estadounidense, que se hayan llevado el 4,5% de todos los Óscars otorgados no es tan infame teniendo en cuenta que el primero a actor principal (Sidney Poitier) no llegó hasta 1963. Pero dejo para el final la pregunta que hoy nadie se hace: en algo que supuestamente mide el talento, ¿por qué éste ha de ser proporcional? Jamás lo ha sido, ni por sexo ni por raza ni por países ni por lenguas.

¿Cabría la posibilidad de que los nominados al Óscar de un año fueran todos no-blancos? Sin duda. No veo por qué no la habría de que otro año todos fueran de raza blanca, si son los que han destacado. La única vez que un libro mío ha sido finalista de un importante premio estadounidense, compitió con cuatro novelas de mujeres, de las cuales dos eran blancas, una medio japonesa y otra africana. Ganó esta última, y, que yo sepa, nadie acusó de sexismo ni de racismo a los miembros del jurado.

lunes, 14 de noviembre de 2016

El machismo de los alumnos de ahora

Pablo Poo Gallardo, profesor de Lengua castellana y Literatura en la ESO, "Tus hijos hubiesen votado a Trump", en Huffington Post, 13-XI-2016:

Tus hijos, que son mis alumnos, vaya, hubieran votado a Trump. Las nuevas generaciones se están idiotizando a velocidades ilegales por autovía, y esto es algo que constato a diario en mi puesto de trabajo: soy profesor de Lengua y Literatura en un instituto público.

Hace unos años solía ser bastante frecuente, cuando llegaba a casa después de un día de clase especialmente frustrante, volcar toda mi basura mental en las charlas con mi novia y decirle: "Joder, es el curso con menos nivel que he tenido nunca". El año académico siguiente me devolvía a hostias a la realidad: "Madre mía, si son peores que los del curso pasado".

Entonces recordaba las charlas en clase del año anterior, los "sin el título de la ESO no vais a ningún sitio"; los "yo soy de los pocos de mi grupo de amigos que son todos licenciados, que tiene trabajo"; los "estáis perdiendo la capacidad de reflexión"; los "van a hacer con vosotros lo que quieran"... Una mezcla entre arrepentimiento y pena comenzaba a juguetear con mi bilis, que se volvía extrañamente más amarga cada año.

Mis alumnos hubiesen votado a Trump, os lo juro. Los estoy viendo en fila en el colegio electoral, como los abuelitos hoy día con Felipe, preguntando a los policías locales: "¿La papeleta de Trump cuál es?". Ni perdone ni mierdas, no les hemos enseñado eso, a lo mejor se hubiesen traumatizado por la existencia de una jerarquía donde ellos no fueran la cúspide.

El instituto más cercano a una capital, de los 14 en los que he trabajado, estaba situado a unos 60 kilómetros. Allí, y más adentro, lejos de las urbes, donde aún no hacen falta medidores de la calidad del aire ni semáforos, los rumanos vienen a quitarnos el trabajo. Que, a ver, que quizá tu padre cobre a la vez el paro y sea albañil, pero los que de verdad son unos hijos de puta son los gitanos, que no hacen nada y viven de las ayudas y los turnos del ayuntamiento. Que, yo qué sé, a lo mejor tienes una beca 6.000 y más de mil olivas, bueno, puede, pero los moros vienen para varear tres días y arreglarse la boca en el dentista, que es gratis para ellos. Así piensan.

A mis alumnos se la sopla todo, o casi todo. No les toques el móvil. Tú, si te lo pide tu novio, se lo das, que es algo celoso, pero es que "TKMMM 6/09/16 nunka t boy a djar". "¿Es que tú no le miras el móvil a tu novia, maestro?". No, cenutrio, no.

Para muchos de mis alumnos no hay homosexuales, hay "maricones de mierda". Y a algún compañero, porque lo he vivido, se lo han gritado desde las ventanas de la primera planta cuando salía para casa. "Bah, déjalo, Pablo, no merece la pena". Entonces mi sangre alcanzaba temperatura Varoma y, de mis orejas, como en los antiguos dibujitos de la Warner, se escapan silbando, en forma de vapor, todos los desencantos acumulados.

Desde el momento en que el sistema educativo pierde su papel de ascensor social, la educación en sí deja de tener sentido. Y les ponemos las cosas muy fáciles: solo hay que echar un vistazo a los modelos de triunfo social que exportamos a través de los medios de comunicación. Mis alumnos ya no quieren ser médicos, quieren entrar en Gran Hermano.

Pero no hay que irse tan lejos, echar la culpa a Telecinco es muy fácil; es el propio sistema educativo el que se está fagocitando desde dentro. Durante los cuatro años de la ESO y los dos de Bachillerato (eso que, con suerte, se cursa en tu mismo pueblo), el alumno vive en una burbuja que explotará sin remedio alguno cuando salga del centro y se enfrente a lo que llamamos vida, donde cobras un sueldo de mierda, donde si eres un vago te despiden, donde hay muy pocas segundas oportunidades y donde, si quieres mejorar, "fueras estudiao".

Hoy día, los docentes tenemos que motivar a los alumnos que el propio sistema desmotiva. Y si repites curso, no te preocupes, voy a enterrar en papeleo al desgraciado de tu profesor y tú, nenito, tranquilo, que vas a promocionar aunque suspendas todas las asignaturas. Es lo que se conoce como Promoción por Imperativo Legal; me gustaría tomarme unas cervezas con quien la ideó.

El problema ya no es que nuestros alumnos, tus hijos, no sepan; es que ya ni hacen. Los estamos dejando sin unos instrumentos mínimos para desenvolverse autónomamente en la vida. Hagan la prueba: lean juntos un texto y pídanle interpretaciones personales, relaciones con otros hechos similares, extracción de conclusiones. Luego, lloramos juntos.

Yo hago con mis alumnos lo que quiero: los convenzo, luego los disuado, los manipulo, los confundo... Al final de la clase les digo lo que he hecho y les doy permiso, entre risas, para que me digan: "Maestro, eres un cabrón". Pero soy un cabrón porque me lo he currado, porque no me lo han dado todo hecho, porque me he tenido que esforzar para conseguir las cosas. He tenido que sufrir injusticias, y así aprendí a reconocerlas y combatirlas. Y todo ello me ha otorgado capacidad de análisis y reflexión. Y eso es lo que no tienen mis alumnos, por eso votarían a Trump, porque se lo creen todo y porque no dice cosas tan alejadas de su forma pleistocénica de pensar.

Hoy estábamos leyendo una crónica cultural sobre los Oscar de Hollywood y les pedí que identificaran cinco títulos con sus correspondientes premios, y no eran capaces de diferenciarme entre el apellido de algunos actores, algunos topónimos y los títulos en sí de las cintas. Entonces paré la clase y les expliqué su error comparándolo con la elección del Balón de Oro, para que se dieran cuenta de que me estaban mezclando a Messi con Suiza y con el Real Madrid. Y en sus risas vi dos cosas: ignorancia y complacencia.

Luego les pregunté por Trump, y uno de ellos me dijo que era un tipo muy malo.

- ¿Por qué? ¡Cuéntanos!
- Porque lo dice la tele, maestro.

viernes, 14 de octubre de 2016

Francisco Rico, Sobre el sexismo lingüístico de Pérez Reverte

Polémica en tres momentos:

I

Francisco Rico, "Las académicas y los académicos", en El País, 14 de octubre de 2016:

El académico Francisco Rico replica a su colega Arturo Pérez-Reverte, al que reprocha que use sexismos y desdoblamiento de género cuando pretende combatirlo

Con un título de soterrada elegancia irónica, Los académicos y las académicas (EL PAÍS, 12 de octubre), Jesús Ruiz Mantilla da cuenta del enésimo episodio en “la más que civil batalla” (diría Juan de Mena) de quienes rechazan por sexista el uso natural y espontáneo del castellano y se empecinan en introducir especificaciones tan artificiales, tan insensatas como “nosotros y nosotras”.

La cosa arranca ahora de una pieza publicada en la prensa y en la Red, en la que Arturo Pérez-Reverte embiste contra los miembros de la Academia que se negaron a hacer suya la petición que unos supuestos profesores le habían enderezado a él a título personal: se trataría de pedir amparo (?) frente a la sugerencia surgida en la Junta de Andalucía de imponer en las aulas los “todos y todas”, “los madrileños y las madrileñas” y demás prevaricaciones por el estilo.

Aunque con obvia base lingüística, una cuestión política, en la que la Real Academia Española (RAE) no tiene por qué entremeterse, por más que nunca sobre recordar por quien sea cuál es la realidad del idioma que la institución se limita a registrar en su Gramática. Ahora bien, es el caso que el alatristemente célebre productor de best sellers no deja de incurrir a su modo en “el ridículo desdoblamiento de género” que con razón denuncia. Cito a la letra: “En la RAE —escribe— hay de todo. Gente noble y valiente y gente que no lo es. Académicos hombres y mujeres de altísimo nivel, y también, como en todas partes, algún tonto del ciruelo y alguna talibancita tonta de la pepitilla”. (Gloso en latín el último sustantivo: pudienda muliebris.) En ese contexto, advertimos que el primer “gente” es un rodeo del mismo tipo que “la ciudadanía” para evitar “los ciudadanos” y que en seguida viene el palmario desdoblamiento “hombres y mujeres”.

Con todo, le sigue otro aun más pintoresca y penosamente sexista. Podía haber hablado de académicos tontos y talibanes, pero le parece preferible discriminar soezmente: “tonto del ciruelo” y “talibancita tonta de la pepitilla”. Pero nótese que “alguno” tiene ahí un valor genérico, inespecífico, funcionando de hecho como un ambiguo plural: “alguno” no quita que haya más de uno, casi lo postula. A falta de cualquier precisión de nombres, no sé cómo habrán recibido el maltrato los miembros de la docta casa, y en especial todas las dignísimas señoras académicas, de la veterana Margarita Salas a la novel Clara Janés.

La conclusión, en palabras del propio Reverte: “Hay académicos que dan lustre a la RAE, y otros a los que la RAE da lustre”.

FRANCISCO RICO ES MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (RAE) DESDE 1986, TERCERO EN EL ORDEN POR FECHA DE ELECCIÓN.


II

El artículo aludido es este:

Jesús Ruiz Mantilla, "Los académicos y las académicas discuten sobre sexismo lingüístico", en El País, 12 de octubre de 2016:

La forma de abordar la creciente tendencia política y social a diferenciar masculino y femenino y prescindir de nombres genéricos provoca un debate en la RAE.

En los pasados Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro, Jorge Dueñas, el entrenador de la selección femenina española de balonmano, sorprendía al realizar sus declaraciones en televisión después de cualquier partido. A cada paso, con una voz varonil de aúpa, soltaba: “Nosotras…”. Se trataba de una situación natural, aunque lingüísticamente extraña. En los ámbitos donde existe una mayoría preponderante de mujeres, ¿conviene seguir utilizando el masculino?

Dentro de su contexto, Dueñas y otros muchos entrenadores, ante sus chicas, se diluyen en un pronombre femenino. Es una de las cuestiones que desde hace años preocupa de una manera creciente en la Real Academia Española (RAE), donde las tendencias sociales y políticas partidarias de eliminar lo que consideran un uso sexista del lenguaje ponen en jaque la estructura del idioma.

No es que quite el sueño este caso específico, si no que en aras de una corrección política o de apoyar a colectivos que dicen sentirse discriminados, se propongan usos de género diferenciados: compañeros y compañeras; candidatos y candidatas... La cuestión entre los académicos es candente: ¿deben entrar como institución en una creciente tendencia pública alimentada por movimientos políticos y sociales o deben mantenerse al margen?

Hace cuatro años, el lingüista y académico Ignacio Bosque publicó un informe, firmado por todos los miembros de la RAE, titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer. Desde entonces, el debate no ha cesado. En la calle, en las instituciones y, dicen, en menor intensidad pero a veces con virulencia, dentro de la misma institución. Un artículo firmado por el escritor y también académico Arturo Pérez-Reverte el 2 de octubre en su sección Patente de Corso, del XL Semanal, lo ponía de manifiesto e invitaba a no permanecer pasivos ante las peticiones “de amparo ante unas normas que pueden obligar a los profesores, en clase, a utilizar el ridículo desdoblamiento de género”.

Le respondió en una carta abierta un compañero de la institución, el filólogo Juan Gil, quien le dijo que la RAE no es “el Constitucional” y no puede dar “amparo a nadie”. “La cuestión que se debate es política, y la respuesta, si es que se le debe dar respuesta, debe ser asimismo política”, añadía.

LA ECONOMÍA DEL LENGUAJE Y LOS ACUERDOS DE PAZ EN COLOMBIA

En tiempos que tienden a la síntesis, las tesis de la doble utilización de género añade otro problema. En opinión de Pedro Álvarez de Miranda, “los desdobles van en contra de la economía de lenguaje”. Para el catedrático y lexicógrafo resultan agotadores. “Otra cosa”, añade, “es que, en ciertos ámbitos y contextos se realicen matices conscientes. Algún alumno mío me apuntaba que en su clase del colegio había profesores que, ante una mayoría de número femenina en su aula, se dirigía a todos como: ‘niñas…’. Puede ser una solución, aunque nunca impuesta”.

En Colombia, algunos profesores han hecho pruebas concretas sobre documentos bien calientes. Es el caso del profesor y filólogo Rodrigo Galarza. Según la revista Semana, éste se dedicó a examinar las 297 páginas del acuerdo de paz firmado entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC en La Habana y a eliminar todos los adjetivos tendentes a dejar patente un lenguaje incluyente. Después de prescindir de un buen número de “guerrilleros y guerrilleras” a la par, el texto del acuerdo quedó en 204 páginas, 93 menos.

El ejemplo colombiano resume perfectamente otra de las tesis de Ignacio Bosque. "Los partidarios de doblar el género lo son en situaciones muy formales. Son asuntos que se esgrimen en forma de banderas, el problema con eso es que no puedes andar con una bandera puesta por la calle todos los días". Y el lenguaje supone un uso permanente y cotidiano que no cae en la cuenta de determinadas posturas, por muy buenas intenciones que lleven. En eso, se rige por una ley propia, tan lógica como insondable.

Frente a quienes desean llevar la discusión al campo de la esfera pública están los que se centran en un debate lingüístico. Bosque insiste: “Con el pasado informe queríamos dejar clara nuestra postura, pero sabíamos perfectamente que no se resolvería el asunto. Más cuando algunos se empeñan en llevarlo al plano político. Simplemente digo que, antes de pasar al mismo, antes de saber en qué campos o situaciones se producen discursos sexistas frente a los que todos estamos en contra, por supuesto, hay que entrar en los detalles lingüísticos”.

Para empezar, la estructura de las lenguas románicas. Todas utilizan el masculino plural como genérico para ambos sexos. Por motivos atávicos, patriarcales, antropológicos… Los que se quieran esgrimir, pero así es. ¿A qué precio se puede cambiar ese uso que se ha convertido desde hace siglos en natural? A un precio político, creen muchos de los que observan con preocupación que se quiera revertir de una forma impuesta y un tanto artificial. “Va a ser imposible. Si alguien intenta así forzar la lengua está abocado al fracaso”, advierte Pedro Álvarez de Miranda, miembro de la RAE, filólogo, lexicógrafo y catedrático de la Autónoma de Madrid.

El debate dentro de la academia se centra en responder ante ciertas iniciativas públicas –sobre todo una promovida por la Junta de Andalucía en varios ámbitos— enviando cartas de recomendación o no ante determinadas propuestas. Pero entre sus miembros existen diferentes sensibilidades, dentro del consenso que supuso el informe elaborado por Bosque. Aunque no existan discrepancias dramáticas, apuntan, sí se presentan matices.

Estructuras fósiles

La filóloga Inés Fernández-Ordóñez, la más joven de los miembros de la institución, los pone de manifiesto: “Existen numerosos colectivos que consideran al masculino un modo no inclusivo. Entre ellos, algunos proponen soluciones que no coinciden con los usos clásicos del español. Por ejemplo, utilizar un término neutro como profesorado en vez de los profesores”. Y prosigue: “Es difícil. En las lenguas, una vez que una estructura se fosiliza no es fácilmente reversible. En ciertos contextos, yo no usaría la diferenciación candidatos y candidatas, pero no por eso desde la RAE debemos censurarlo”.

Inés Fernández-Ordóñez se muestra partidaria de abrazar y no rechazar: “Las estructuras lingüísticas son heredadas y no se pueden cambiar por decreto. A dichos colectivos se les ha hecho ver que la estructura de nuestra lengua funciona así, pero proponen cambiarla y, es más, lo practican. Deben ser respetados. La lengua supone cambio permanente y lo mismo que si antes no se podía convivir fuera del matrimonio y hoy solo el 20% de la población se casa, debemos mostrarnos abiertos”.

¿Tantos como para que se abandone el masculino como uso genérico? “No ha pasado y no creo que vaya a pasar”, apunta la filóloga. “Pero, lo mismo que en los últimos años, en pos del panhispanismo, desde la academia se han aceptado como válidos usos de cada país de habla hispana, debemos permanecer atentos y abiertos a todo cambio”.

III

La respuesta de Pérez-Reverte:

Arturo Pérez-Reverte, "Paco Rico, autor del ‘Quijote’", El País, 18 OCT 2016:

Arturo Pérez-Reverte, en esta réplica al artículo de Francisco Rico publicado en estas páginas la semana pasada, fija la clave del enfrentamiento en la versión que el escritor hizo de la obra maestra de Cervantes para uso escolar.

El profesor Paco Rico, conspicuo cervantista y académico de la RAE (personaje que aparece, por cierto, con expreso agrado por su parte, en mi novela Hombres buenos), publicó hace poco un artículo en EL PAÍS, que a algunos lectores y amigos, e incluso a mí, sorprendió sobremanera. No por la confusa sintaxis y ortografía del texto ni por citar mal en latín pudienda muliebris en vez de pudendum muliebre o pudenda muliebria (extremos ambos inexplicables en alguien de la enorme, casi desaforada, talla intelectual del profesor), sino por la biliosa virulencia con la que se pronunciaba sobre mi persona. Y más sorprendente aún, habiendo tenido como tuvimos Paco Rico y yo, en otro tiempo, una razonable amistad y un mutuo y público respeto, con flores mutuas y comentarios elogiosos hacia el trabajo de cada cual, salvando las naturales distancias, incluido algún artículo firmado y publicado por Rico, también en EL PAÍS, donde elogiaba con entusiasmo (espero que sincero en ese momento, pues nadie se lo pidió por mi parte) las novelas del capitán Alatriste; para alguna de las cuales, por cierto, escribió incluso un magnífico soneto, publicado en El puente de los asesinos, séptimo volumen de la serie. Ése que empieza: "No picaré en el cebo de la vida / turbio nombre que Dios puso a la muerte..."

De ahí la sorpresa de propios y extraños, como digo, ante el texto irrespetuoso y agresivo, venenoso incluso (acabo de confirmar la acepción exacta de venenoso en nuestro diccionario de la RAE), con que en la sección de Cultura de este diario se descolgó el otro día nuestro más destacado cervantista contra el arriba firmante; quien, de pronto, en insólita pirueta de gustos y afectos, se le antojaba alatristemente célebre (feliz hallazgo, debo reconocerlo) escritor de bestsellers. El pretexto aparente, que lo confuso del texto, insisto, no permitía deslindar con nitidez, era un artículo mío titulado No siempre limpia y da esplendor, publicado en otro lugar, sobre ciertas actitudes pasivas de la RAE que personalmente desapruebo, y que también Paco Rico, al menos hasta ahora y delante de mí, ha desaprobado toda su vida. En ese artículo, por supuesto, yo no mencionaba ningún nombre, y mucho menos el del profesor; que, sin embargo, se creyó en el deber de afear públicamente forma y contenido de mi texto. O, para ser más exacto, de apoyarse en mi texto para ajustar cuentas. Para subirse, como apunta el viejo dicho, en los trenes baratos.

Y es aquí donde parece oportuno que mencione, para dar claridad al asunto, un suceso todavía reciente que tal vez ilumine el misterio. Hace dos años, de forma desinteresada y cediendo todos los derechos editoriales a la RAE, hice, con la muy valiosa colaboración del excelente filólogo Carlos Domínguez Cintas (que participó, también, en la conocida y soberbia edición de El Quijote anotada por los colaboradores de Paco Rico), una versión del texto cervantino adaptada para uso escolar, aligerada de ciertos pasajes, relatos y digresiones. Mi intención natural era utilizar para ese Quijotillo académico el texto tan magníficamente fijado por el profesor y su equipo, y así se lo dije. Sin embargo, y para mi estupefacción, Paco Rico me preguntó qué pasaba con sus derechos de autor. Le dije que no había derechos a cobrar por parte de nadie, que se trataba de aportar ingresos a la Academia, y él se negó. "Ya hablaremos", dijo. Hasta hoy. Decidí, por tanto, mandarlo a paseo y utilizar el texto de nuestra edición cervantina de 1780, con su agradable aroma dieciochesco, enriqueciéndolo con los bocetos originales de las ilustraciones que acompañaron aquella edición. El éxito fue enorme, nuestro Quijotillo ha vendido hasta la fecha unos 80.000 ejemplares, y los derechos de traducción han sido adquiridos por varios editores extranjeros, produciendo unos modestos ingresos que a la RAE le vienen muy bien, habida cuenta del vergonzoso abandono económico en que la tienen las altas instituciones del Estado.


En lo que acabo de contar radican, lamentablemente, las principales claves del asunto. Desde que el Quijotillo académico vio la luz, Paco Rico se embarcó ante terceros, cada vez que tuvo ocasión, en una ácida campaña de desprestigio de la obrita y de quienes la alumbraron. Cualquier pretexto lo caza al vuelo. Cosa comprensible, por otra parte, habida cuenta de que el profesor, que asiste a muy pocos plenos de la Academia y sólo atiende en ella a lo que le conviene al bolsillo, ha hecho de su famoso texto cervantino, reeditado una docena de veces en distintos lugares con distintos patrocinadores y nunca gratis et amore, que yo sepa, un rentable medio de vida. Nada tengo que objetar a eso, pues cada cual se busca las lentejas como puede. Unos publicamos novelas con más o menos fortuna y otros manosean Quijotes sin rubor y a destajo. Pero en el caso de Paco Rico, en mi opinión, eso ha terminado por hacerle creer que posee una especie de derecho exclusivo, o de propiedad intelectual, sobre las palabras Cervantes y Quijote. Y lleva fatal el intrusismo de quienes, aunque sea sin cobrar y para beneficio de la Academia, dentro o fuera de ella, interfieren en su negocio. Aunque, en este caso, la palabra exacta debe ir en plural: negocios. Quizá en otro artículo, más adelante, si es que el profesor Rico me anima a ello, pueda extenderme con espantables y jamás imaginados detalles sobre el asunto.