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domingo, 13 de noviembre de 2016

El lúcido Houellebecq

Carlos E. Cué "Houellebecq: “Los intelectuales han abandonado a la izquierda”. El autor de 'Sumisión' triunfa en Buenos Aires con su visión desgarrada: “Las élites odian al pueblo”", El País, 13-XI-2016:

La relación de Buenos Aires con la cultura hace de esta ciudad un lugar único. Solo así se explica que en el país del fútbol como religión, a la misma hora en que Argentina jugaba un partido clave con Brasil (que perdió 3-0), un millar de personas hicieran horas de cola para escuchar a Michel Houellebecq, el autor de Sumisión, que subió al escenario rodeado por los dos guardaespaldas. Le acompañan a todas horas después de que sufriera amenazas por este último libro, en el que imagina una Francia en 2021 gobernada por un partido musulmán moderado que impone la religión en la educación. Houellebecq no decepcionó esa expectativa de los porteños, que hace 100 años estaban acostumbrados a ver como todos los intelectuales europeos pasaban largas temporadas allí –aún se conserva la habitación que usó García Lorca-. Y logró una enorme atracción de público muy joven con su visión demoledora de las élites francesas y europeas y de la situación política actual.

Para él, la clave está en el derrumbe de la izquierda. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, está perdiendo incluso a los intelectuales. "Los intelectuales han abandonado la izquierda, pero sin unirse a la derecha. Han encontrado la libertad de pensamiento". Houllebecq reafirma las ideas que expresa en Sumisión, esto es que las élites odian al pueblo y viceversa y esa tensión es la que está provocando el hundimiento del sistema político. Aunque su visita coincidió con la victoria de Donald Trump, el intelectual parece más pendiente de Europa y cree que lo importante son las corrientes de fondo, no los fenómenos como el del magnate estadounidense.

Él ve una especie de rebelión de las élites contra el pueblo. Y de ahí surge la crítica al llamado populismo. "Las ideas populistas son calificadas por las élites de abyectas y nauseabundas. Y me parece muy elocuente el insulto de nauseabundas, es decir, que huelen mal. Porque las élites dicen al pueblo: oléis mal”, dijo en una de sus conferencias. Y pone ejemplos. "En 2005 hubo un referéndum en Francia sobre la UE en la que hubo un 'no' masivo, pero después fue adoptado por el Parlamento. Me pareció una negación de la democracia como hacía años que no se veía en Francia. No es algo específico de Francia, pasó lo mismo con el Brexit, algunos quieren repetirlo porque dicen que el pueblo ha votado mal”. De hecho en Sumisión el origen de la llegada al poder en 2021 de un partido musulmán, aliado con los socialistas, es la unión de todos contra Le Pen en 2017, que lejos de resolver el problema lo complica aún más.

Provocador en cada una de sus frases, Houellebecq se autodefine como “reaccionario”, ataca la democracia representativa y cree que "La izquierda está en un estado de pánico, arrinconada". Ataca sin piedad a popes de la intelectualidad francesa como Camus y Sartre y confiesa su odio por el gran diario de referencia de su país, Le Monde. "Entre las élites y el pueblo hay que hablar de odio y también es de odio mi relación con algunos diarios, en especial Le Monde. No pierdo la esperanza de asistir en vida a la muerte de algunos diarios. Es difícil porque están financiados por el Estado, pero todos los medios, en especial los de izquierdas, pierden lectores y están en claros problemas", sentencia.

Él tiene una visión muy pesimista del futuro de Europa y de su propio país. “Francia es un país que se está muriendo pero creo que pelea más que otros países europeos. En España, Italia, Alemania, sus poblaciones están disminuyendo. En Francia no, la demografía está aumentando. Las élites quieren hacer desaparecer Francia y la población está resistiendo. Hay un verdadero odio de la gente a las élites. Francia no está cerca de la guerra civil. Puede pasar, pero llevaría más tiempo, lo que sí está cerca es de salir de Europa. No puede haber guerra civil porque no hay milicias armadas de extrema derecha. Hay un solo lado y necesitamos dos para que haya guerra”, sentencia.

La publicación de Sumisión en Francia provocó tal polémica, y acabó con su vida vinculada a esos dos escoltas, que ahora él se plantea que no podrá estar en su país cuando salga su próximo libro. “Yo tenía la impresión de que el escritor era inimputable. Subestimé el peligro, sobre todo con el islam. Yo no había calculado eso”, asegura. “Tal vez la próxima vez me iré a Argentina cuando salga mi libro”, bromea. Aunque él sostiene que Sumisión no es antimusulmán. “No hay nada contra el islam porque no hay verdaderos musulmanes en el libro. No hay fanáticos, hay políticos que se aprovechan de la religión. Nada más”.

Pero tal vez la faceta más provocadora de Houellebecq sea su visión machista del mundo. “Puede que sea un poco machista, pero yo digo que me gustaría que encontráramos un sistema que funcione. El patriarcado no fue sustituido por un sistema que funcione. La palabra de los hombres ha desaparecido, porque el hombre se dio cuenta que era más prudente callar. Porque se arriesga a no gustarle más a las mujeres. Se calla, disimula, y la mujer piensa tontamente que cambió. Por eso creo que las feministas deberían leerme para conocer el punto de vista de los hombres, que es poco conocido”, lanzó. Houellebeq se fue de Buenos Aires dejando una última polémica, con su defensa a ultranza de la prostitución: "Abolir la prostitución es uno de los aspectos del suicidio europeo".

domingo, 3 de julio de 2016

Entrevista a Michel Houellebecq

Álex Vicente entrevista a Michel Houellebecq: “Hay que interrumpir el confort con sobresaltos”, El País, 1 de julio de 2016:

El escritor se reinventa como artista contemporáneo. Tras el revuelo que armó con ‘Sumisión’, la novela donde pronosticaba el dominio musulmán de Europa, ahora desembarca en el Palais de Tokyo de París con fotografías que retratan sus obsesiones: desde el vacío existencial hasta el apocalipsis.

TRAS SEMBRAR el pánico en el mundo de la literatura, Michel Houellebecq se dispone a hacerlo en el del arte. Superado uno de los años más complicados de su vida –el que acompañó la publicación de Sumisión, su sexta novela, en la que profetiza la islamización de Francia y que le ha valido amenazas de muerte–, el escritor se reinventa como fotógrafo. Houellebecq acaba de inaugurar una exposición en el Palais de Tokyo, museo parisiense especializado en el más novedoso arte contemporáneo, que permanecerá abierta hasta el final del verano. Sus imágenes retratan paisajes decadentes y desangelados, repletos de edificios brutalistas en los que un día se practicó el turismo de masas, parecidos a los que uno logra visualizar cuando lee sus novelas. Houellebecq también ha protagonizado una performance en la bienal Manifesta, en Zúrich, donde se ha sometido a un estricto control médico del que ahora expone el resultado: análisis de sangre y radiografías, resonancias magnéticas y animaciones del latido de su corazón, reproducciones de su cráneo y de su mano derecha. “Todo el mundo sabe que no lleva una vida muy sana. Y, sin embargo, tiene buena salud”, explicó Henry Perschak, el médico suizo que condujo los análisis.

Si el escritor, premio Goncourt, es un icono de nuestro tiempo, es comprensible que el más nimio de sus gestos sea percibido como una auténtica obra de arte, casi como si fuera un Dalí o un Warhol. Envuelto en su sempiterna parka, sin escolta a la vista y con la dentadura postiza bien colocada, Houellebecq se presenta en un restaurante pegado al Sena en una de las tardes que precedieron a su histórica crecida y desbordamiento, tal vez los primeros síntomas de ese apocalipsis que no deja de pronosticar. El autor de Las partículas elementales pide al camarero una botella de vino blanco, una tabla de quesos y un cenicero, del que se servirá para encadenar innumerables silk cuts, que se fumará sujetándolos entre el anular y el corazón. A sus 60 años, Houellebecq parece la sombra de sí mismo. “Ya no tengo interior / Ni pasión, ni calor; / Pronto me reduciré / A mi estricto volumen”, jura en uno de los poemas de su última antología, Configuración de la última orilla, que acaba de publicar Anagrama. El primer sentimiento que despierta es, inexplicablemente, la compasión. Su voz resulta titubeante. Su sonrisa, tímida e infantil. Lo que seguirá será una conversación llena de silencios, cubiertos por el sonido algo angustiante de un ruidoso ventilador. En ella desgranará escrupulosamente, sin perseguir la polémica ni el escándalo, cómo piensa y trabaja, cómo percibe el mundo y cómo traduce esa visión en su obra. La primera imagen de su exposición contiene esta leyenda: “Hagan sus apuestas”. La última de ellas dice: “No tiene usted ninguna posibilidad”.

Combina sus imágenes con versos extraídos de sus poemas. ¿Fotografía y poesía son dos artes que se parecen? En todo caso, se parecen más entre sí que a una novela, que suele servir para expresar cosas distintas. En mis novelas hablo de personajes, mientras que en mis poemas y fotografías los seres humanos brillan por su ausencia. Para mí, una novela se puede debatir o incluso contradecir. En cambio, no existe contradicción posible a un poema.

¿Por qué retrata esos paisajes desiertos? Porque la ciudad no me interesa demasiado. Me gustan más las zonas periurbanas y los paisajes naturales. Seguramente existe una razón biográfica. Crecí en el campo y pasé mi adolescencia en la banlieue, así que llegué relativamente tarde a París, que es un lugar que me ha marcado menos.

El panorama que desprenden sus imágenes es anodino y decadente. ¿Así es como ve la Francia de hoy? En esos lugares vive la mayor parte de la población. Solo los ricos viven en los centros urbanos. La gran mayoría reside en esas zonas algo indefinidas, en las que podemos encontrar un retrato del francés de hoy. Para esa parte de la población, la vida se ha vuelto muy dura. Claro, todo el mundo preferiría vivir en el Marais parisiense o en cualquier rincón idílico, pero no es posible. El paro ha aumentado y los precios son tan altos que se ven obligados a marcharse lejos de la ciudad. Es gente que tiene la sensación de vivir como si les espantaran.

¿Se identifica con ellos? Sí. No voy a fingir ser pobre, porque tengo condiciones de vida más favorables que las suyas, pero sí sé cómo es su existencia, porque crecí en lugares parecidos. A mí me ha ido bien en la vida, pero proceder de un lugar así no es nada divertido. Sería indecente que me quejara, porque he tenido un éxito enorme, pero eso no me impide ver lo dura que se ha vuelto la vida desde mi adolescencia. Pero estoy convencido de que, incluso si vivimos en un universo feo, siempre podemos extraer algo bello.

Muchas de sus imágenes están tomadas en España. ¿Qué le interesaba capturar? Nunca he vivido allí, pero tengo una casa desde hace 15 años [en la costa de Almería]. En España, la gente es menos depresiva que en Francia, y eso que tienen más razones para serlo. Otra diferencia es que los españoles no se quieren a sí mismos. Los franceses adoran criticarse, pero no soportan que lo hagan los demás. Los españoles, en cambio, lo aceptan sin problemas. También es un país con más problemas de identidad. Existen fuerzas centrífugas que no hay en mi país. Por ejemplo, en mi opinión, Cataluña acabará siendo independiente.

¿Qué le hace decir eso? No lo sé, es solo una impresión. Lo que veo es que se sienten más aptos y más competentes para gestionar sus intereses. Me parece más bien negativo… Pero, al margen de eso, España me gusta. En especial, visualmente. En Almería hay una cantidad de polvo increíble, que lo recubre todo. Si lavas tu coche por la tarde, a la mañana siguiente tendrás que hacerlo otra vez. A nivel visual, ese polvo me parece muy impresionante.

Sus imágenes parecen describir un mundo posapocalíptico. ¿Lo que dice es que nos dirigimos inevitablemente hacia la hecatombe? Es una posibilidad. Cuando visito un lugar nuevo, me pregunto si logrará sobrevivir a la desaparición de la humanidad. Por ejemplo, si se produjera una epidemia viral, provocaría un apocalipsis suave. Los edificios seguirían donde están, porque no sería como en una guerra atómica, pero se iría produciendo una erosión. Eso es lo que describen mis imágenes.

El apocalipsis aparece en libros suyos como La posibilidad de una isla, en El mapa y el territorio y, en cierta manera, en Sumisión, donde describe la desaparición de la cultura francesa. Se diría que fantasea, incluso en el sentido erótico de la palabra, con ese apocalipsis. ¿Desea que ocurra? No, no es algo que desee, pero me parece interesante plantearlo. Comparto algunas de las preocupaciones de la ciencia-ficción. Podemos imaginar que otras especies, ya sean animales o extraterrestres, retomen el papel que ha tenido el hombre hasta ahora. Podemos imaginar a pulpos inteligentes.

¿Lo que dice es que el ser humano tampoco ha sido para tanto? No, tampoco diría eso, porque ha tenido una capacidad de transformación que las otras especies no han poseído. No me parece una especie nefasta. La producción intelectual del hombre ha sido impresionante, igual que la tecnológica.

Es curioso, porque en La posibilidad de una isla decía que los siglos de arte y filosofía no servirían de nada, porque en el futuro solo se recordarán las innovaciones tecnológicas. ¿Para qué sirve, entonces, escribir? No sé qué me hizo escribir eso. Debió de coincidir con un periodo de depresión. Yo me dirijo a quienes están vivos. Mientras la humanidad subsista, escribir seguirá teniendo un mínimo sentido.

En El mapa y el territorio se mostraba muy crítico con el arte contemporáneo. ¿Ha cambiado de opinión, ahora que usted también es artista? No todo el arte contemporáneo me disgusta. No me gusta la tendencia a hacer dialogar las épocas, a buscar la contemporaneidad en los siglos pasados. Y tampoco me convence ese arte en el que la explicación es más importante que la obra en sí, como fue el caso en épocas más conceptuales que la actual. Recuerdo una obra de Joseph Beuys que me gustó bastante hasta que leí la explicación: todos los objetos que presentaba fueron fabricados el año de la publicación de El capital, de Marx. A menudo encuentro que esas explicaciones teóricas son un poco ridículas.

En el catálogo de la muestra afirma que con sus imágenes aspira a despertar a sus visitantes, “a provocar colisiones que les hagan salir de su zona de confort”. ¿El papel del artista consiste en provocar ese tipo de choques? Sí, sí. No tengo nada en contra del confort, pero creo que hay que saber interrumpirlo con sobresaltos. La vida es así, y creo que el arte debe parecérsele.

En ese sentido, ¿acepta que le llamen enfant terrible, provocador y pirómano? No creo que sea exactamente eso. Es más bien que, como fan del rock, soy partidario de cierta agitación nerviosa. Le pondré un ejemplo: a mí no me gusta nada Bach. Prefiero a Beethoven, Schubert o la música romántica. En eso consiste la provocación para mí: en suscitar una agitación nerviosa. Es algo que sienta bien. Que te sacudan un poco siempre es bueno. Las emociones fuertes sientan bien.

¿Incluso cuando son devastadoras? Sí, en el fondo es mejor vivirlas… No soy partidario de la calma.

Creía que vivía apartado, en el extranjero y lejos del circuito literario, para encontrar esa calma… Soy muy poco tranquilo. Es mejor que viva rodeado de cierta calma, porque mi cerebro es cualquier cosa menos tranquilo.

En sus fotografías casi solo aparecen mujeres. Es como si dijera que solo ellas lograrán sobrevivir al apocalipsis. ¿No era usted misógino? No creo ser misógino. Los personajes femeninos de mis libros ni están maltratados ni son inferiores. Nunca he entendido esas acusaciones. Entendería que me llamaran machista, pero misógino no.

¿Qué diferencia a un machista de un misógino? Un machista es un hombre al que le gusta que las mujeres sobreactúen en su papel [el que se les ha asignado tradicionalmente]. Un misógino es un tipo que desprecia ese papel. No es mi caso. A mí sí me gusta ese papel, porque hace que la vida se vuelva más interesante. Entre otras cosas, porque erotiza las relaciones entre hombres y mujeres.

En las relaciones de igualdad, ¿el erotismo desaparece? No tener géneros marcadamente definidos hace que la vida se vuelva más aburrida. Yo pienso lo mismo que dice Milan Kundera [en El libro de la risa y el olvido]. Cuando una mujer llora durante una pelea, el misógino se enfada, porque lo considera la prueba de que son seres inferiores y deshonestos. El machista, en cambio, se enternece. Desde ese punto de vista, soy más bien machista.

Pero ese papel, por utilizar su término, también predetermina la carrera profesional de una mujer, la recluye en el hogar, limita su capacidad de decisión… No se puede hacer todo. Sobreactuar en ese papel tiene un impacto negativo en la carrera profesional de una mujer. Pero me parece una cuestión de civilización. De hecho, no está claro que Occidente sobreviva al acceso de las mujeres al mercado laboral.

Si lo dice por la natalidad, no siempre es así. En Francia, por ejemplo, es altísima: 2,01 hijos por mujer en edad fértil. Es verdad, pero es una excepción en toda Europa, junto con Irlanda. En Irlanda se puede explicar por el peso del catolicismo, pero en Francia, que fue el primer país ateo del continente… No tiene sentido que los franceses, que son extremadamente depresivos, sean los que más procreen. Somos un país incomprensible.

Ha dicho que vive cerca de la autopista que comunica París con el suroeste de Francia para poder escapar “si se declara una guerra civil”. Deduzco que no lo dice en broma… No, lo pienso muy en serio.

Si llegara esa guerra, ¿quién se enfrentaría a quién? El objetivo de los islamistas radicales es provocar una reacción a sus actos. Quieren que haya atentados contra las mezquitas y otros centros musulmanes para provocar una guerra civil que enfrente al islam con el resto de la población.

Tras los ataques terroristas en París el 13-N [que dejaron 137 muertos] no se produjo nada parecido. ¿Qué le hace creer que acabará teniendo lugar? Pues que lo volverán a intentar, hasta que tal vez termine por funcionar. Por otra parte, existen otros elementos más confusos, pero peligrosos. Si la izquierda gana las presidenciales de 2017, el resultado puede ser dramático, porque este país es aritméticamente de derechas, todavía más que hace cinco años. El nuestro es un régimen pensado para dos partidos. La irrupción del Frente Nacional ha hecho que el sistema deje de funcionar. Yo prefiero que gobierne un presidente de derechas, pero es posible que la izquierda vuelva a ganar. Será malsano y podría provocar fenómenos desagradables…

¿A qué se refiere? El resultado de la reelección de François Hollande será una ola de emigración. En España están acostumbrados, pero los franceses son más hogareños. La gente escapará, por desacuerdos políticos y por la sensación de que el país está jodido. Vivimos en un clima siniestro.

sábado, 25 de abril de 2015

Houellebecq contra la "elite" francesa

Gonzalo Garcés, "Michel Houellebecq: “La élite está asesinando a Francia”", El País, 23-IV-2015:

El autor dispara su munición contra lo que considera el silencio de los hombres, contra las élites y la pérdida de libertades. 'Sumisión' retrata una Francia al borde de la guerra

Michel Houellebecq tiene escolta oficial. Después del atentado contra Charlie Hebdo el pasado 7 de enero, el Gobierno francés prefiere no arriesgarse: como otras personalidades locales, el autor de Plataforma va ahora a todas partes flanqueado por dos policías de civil. Bromea con ellos y parece cómodo con la situación. Aunque no deja de resultar algo irreal entrevistarlo en esta brasserie de Saint-Germain, bebiendo vino blanco, mientras Houellebecq (Saint Pierre, Isla Reunión, 1958) habla con entusiasmo de los cuentos de Borges y sus custodios echan discretos vistazos a los edificios cercanos en busca de francotiradores.

Parece una escena de una mala película, pero es sólo uno más en la sucesión de malentendidos que han rodeado la publicación de Sumisión (Anagrama). En la actualidad, Houellebecq es tan importante en su país que el primer ministro habla de su nuevo libro como si fuera un asunto de Estado; un efecto colateral es que nadie lo toma como una novela. Se lo compara con El suicidio francés, de Éric Zemmour, o El gran reemplazo, de Renaud Camus, best sellers estridentes que machacan dos ideas obsesivas: el Occidente judeocristiano está en retirada, los bárbaros musulmanes se aprestan a tomar el poder.

No se trata de negar la dimensión social de Sumisión, que pinta una Francia al borde de la guerra civil. En esta fábula política el conflicto se resuelve con el triunfo electoral de Mohammed Ben Abbes, candidato de la imaginaria Fraternidad Musulmana, y la conversión de Francia en Estado islámico, pero el libro está lejos de presentar el hecho como un desastre. Al contrario: para el protagonista, solitario profesor experto en el escritor decadente Joris-Karl Huysmans, lo urgente es encontrar una fe. “¿Cuánto tiempo puede una sociedad subsistir sin una religión cualquiera?”, se leía ya en Las partículas elementales (1998). Ahora el adjetivo “cualquiera” resulta sugerente: si ya no es posible ser cristiano, ¿por qué no abrazar otra religión más vigorosa?

PREGUNTA. Sumisión es una sorpresa para sus lectores. Aunque la inquietud religiosa aparece en todo lo que ha escrito, es la primera vez que describe a un personaje que busca una fe y que, además, la encuentra. ¿Cómo se le ocurrió esta historia?

RESPUESTA. Jugó un papel el hecho de que mi protagonista, François, sea un profesor experto en Huysmans; en su obra, esa búsqueda que menciona juega un papel crucial. Huysmans tiene novelas enteras dedicadas a su relación con el catolicismo. Ahí tenemos el caso de una conversión religiosa relatada en la ficción.

P. ¿Es usted creyente?

R. Tiendo a creer cuando voy a misa; pero apenas salgo, se me pasa. Así que ahora lo evito, porque el bajón es desagradable. Pero la misa en sí misma es muy convincente; es una de las cosas más perfectas que conozco. Y mejor todavía son los entierros, porque ahí se habla mucho de la supervivencia después de la muerte, y con una apariencia de convicción total. La verdad es que mi ateísmo no salió indemne de la muerte de mis padres y de mi perro Clément.

P. Pero entonces, ¿todo es cuestión de querer creer?

R. Pues sí. Porque, en realidad, la razón no se opone a la fe de una manera tan clara. Si nos fijamos en la comunidad científica, los ateos se cuentan sobre todo entre los biólogos. Los astrónomos, en cambio, son cristianos sin mayor dificultad. Esto tiene una explicación, y es que el universo está bien organizado. Cuando se trata de seres vivos, la cosa es más dudosa. Los seres vivos no están bien organizados, y son un poco repugnantes. Un matemático no tiene mayor dificultad para creer en Dios; al contrario, trabajar con ecuaciones pega bien con la idea de un orden, y por ende un creador de orden.

P. De todos modos, su cristianismo es selectivo. Le interesa la vida eterna, pero no tanto, digamos, el perdón o la caridad.

R. Sí, eso me importa menos. Pero san Pablo lo dice con toda claridad: si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana. Así que Cristo, mal que mal, vino por eso. Para prometernos que la muerte había sido vencida. La caridad, bueno, no es algo específico del cristianismo. Y en cuanto al perdón de los pecados, es algo que le importa más a los protestantes. Antes, en el catolicismo, el perdón de los pecados era algo casi automático. Ego te absolvo, y ya está.

P. Su protagonista, François, afirma que tampoco hay oposición entre la ciencia y la fe musulmana.

R. Yo diría incluso menos. El islam siempre evitó pronunciarse acerca de cuestiones del tipo de: “¿Gira la Tierra alrededor del Sol?”. Evitó meterse en dificultades que el catolicismo, por su parte, podría haber evitado. No había nada en juego para la fe cristiana en el hecho de que la Tierra gire en torno al Sol.

P. François tiene otro argumento a favor del islam: dice que es la única religión que acepta el mundo tal como es.

R. Es que es un muy buen argumento. Incluso los yihadistas, que no aceptan el orden político del mundo, aceptan el mundo natural tal como es. Si lees a Darwin te das cuenta de que, en el fondo, lo que lo aleja de Dios —porque Darwin no creía en Dios, aunque haya fingido lo contrario— son las consideraciones morales. Por ejemplo, en una carta analiza el ciclo de vida de no recuerdo qué parásito que vive dentro del ojo, y exclama: ¡No, un Dios de bondad no puede ser el autor de este mundo! Podemos arriesgar un teorema: cuanto más se observa a los ácaros, más disminuye la fe en Dios. En mi caso, desgraciadamente, estudié biología, así que empecé con mal pie.

P. François busca a Dios a través de ciertas figuras femeninas. Hay dos momentos clave: primero, cuando François pierde a su amante, y después, cuando entra a la iglesia de Rocamadour y parece a punto de recuperar la fe, pero fracasa. La pérdida de su amor y la pérdida de la fe representan una misma clausura en su vida.

R. Es muy cierto, esos son los dos momentos clave. Mas en general, te diría que la construcción de este libro es bastante simple: pongo en escena a este personaje y progresivamente le quito todo. Empiezo por lo más grave, le quito el amor. Después, y ya es menos importante, le quito a sus padres. Después, en esa escena en la iglesia de Rocamadour, le quito la posibilidad de creer en Dios. Y para terminar le quito su relación con Huysmans, que califico como la más antigua de su vida. Porque es verdad —y yo lo sé por haber dedicado todo un libro a Lovecraft— que escribir de manera profunda acerca de un escritor significa, en la práctica, privarse de releerlo. Pasado cierto punto, no puedes más. Así que a este pobre personaje yo le quito todo, hasta que sólo le queda convertirse.

P. En su libro, una vez que el régimen islámico se instala en Francia, las mujeres adoptan el velo, dejan de trabajar y se dedican a la familia. ¿No hay en esto algo de expresión de los deseos del protagonista? Después de todo, perdió a su chica porque era demasiado independiente.

R. Sí, él personalmente no tiene motivo para solidarizarse con el régimen laico. La solución que le proponen, mal que bien, funciona.

P. Como dice al final: “No tendré nada que lamentar”.

R. Esa frase puede entenderse como usted dice, pero también al revés: tendrá mucho que lamentar. Haber perdido a Myriam, para empezar. Y también haber perdido a la Virgen de Rocamadour. Aunque cueste creerlo, mi proyecto inicial era que él se convirtiera al catolicismo. Lo cual habría dado lugar a un libro bastante gracioso; mi personaje se habría convertido a un catolicismo que ha cambiado mucho desde la época de Huysmans. Un catolicismo, por decirlo de algún modo, un poco bobo.

P. ¿Y por qué no lo escribió?

R. Porque no pude. A ver: supongamos que la Virgen de Rocamadour hubiera funcionado, que François hubiera recuperado la fe. Después de eso, yo ¿cómo sigo mi libro? (ríe). En cambio, en Sumisión no hay verdaderos creyentes, ni cristianos ni musulmanes. Incluso para Ben Abbes se trata de una opción política. Esto ya estaba a mi alcance.

P. Ben Abbes aparece como un salvador, en un momento en que el sistema político ya no funciona…

R. Esa parte es real. Viví 10 años fuera de Francia, y cuando volví me impresionó el desprecio total de los franceses por sus élites dirigentes y mediáticas. Quizá el periodismo sea la única profesión más despreciada que la de los políticos. Hay que decir que la situación es relativamente alucinante. Ya en 2012, Hollande fue elegido presidente, a pesar de que Francia se había volcado a la derecha. Y ahora no es imposible —como imagino en mi libro— que Hollande sea reelegido en 2017, aunque Francia está aún más a la derecha. La estrategia del Partido Socialista, que es impulsar al Frente Nacional para excluir al centroderecha, ha llevado las cosas a un lugar insalubre. Y el hecho es que la vida en Francia se ha deteriorado. Hay muchos más pobres que antes. Hay cada vez más gente que no cree lo que dicen los medios. Y lo que te muestra que somos un país extraño es que, pese a todo, los franceses se siguen reproduciendo: salvo Irlanda, tenemos la natalidad más alta de Europa.

P. Es un argumento contra la idea del “suicidio francés”.

R. Es que no es un suicidio, es un asesinato.

P. ¿Cometido por quién?

R. Por nuestras clases dirigentes.

P. Es usted muy duro con los políticos de su país.

R. Es que se les fue la mano. El caso más impresionante que conocí fue el referéndum de 2005 sobre la Constitución europea. Los franceses votaron claramente por el no. Y semanas más tarde el Gobierno lo hizo aprobar por vía parlamentaria. Es un desprecio muy claro a la democracia. Así que la hostilidad de la gente contra los dirigentes es muy fuerte, y eso en un momento de crisis económica y desempleo alto. Y tenga en cuenta que el paro en Francia es desempleo de verdad: no hay trabajo en negro, como en España o América Latina, y tampoco hay solidaridad familiar, eso desapareció. La gente está totalmente desvalida.

En Occidente la palabra masculina ha desaparecido. Lo que los varones piensan, nadie lo sabe. El varón ya no habla, la mujer sí”
P. Hablemos del proyecto político de Ben Abbes. ¿Podría funcionar su idea de expandir la Unión Europea hacia el sur, de convertirla en una Unión Mediterránea?

R. No es ninguna tontería. Para empezar, muchos países mediterráneos lo percibirían como una garantía —aunque quizá se equivoquen— contra sus islamistas radicales. Europa del Norte pasaría a segundo plano. Pero, para ser honestos, la principal interesada en esto sería Francia. La verdad es que Francia nunca aceptó el hecho de perder el liderazgo. Por eso tenemos una relación extraña con Alemania; nos gusta flagelarnos diciendo que somos menos que ellos. Malestar que, dicho sea de paso, es una de las claves del éxito de Marine Le Pen.

P. Muchas veces ha hablado contra el patriotismo. Pero después del atentado contra Charlie Hebdo, parecería que está dispuesto a defender ciertos valores franceses. Como dicen en Rambo III: esta vez, es personal.

R. Es que es personal: han matado a alguien a quien yo quería, a Bernard Maris. Y además está la cuestión de la libertad de expresión, que me concierne. Esa libertad la hemos perdido. Cuando yo era adolescente, en los años setenta, había más cosas permitidas. En la actualidad, el debate de ideas se limita a la detección de los derrapes. Una vez que el derrape ha sido cometido, el responsable puede disculparse; a eso se limitan sus derechos.

P. Su protagonista se define como machista. ¿Cree que en esto François es representativo?

R. Lo que pasa es que en Occidente la palabra masculina ha desaparecido. Lo que los varones piensan, nadie más lo sabe. Una hipótesis horrible, pero verosímil, es que no han cambiado; sólo han aceptado cerrar la boca. El varón occidental ya no habla; la mujer sí. La vida mental masculina ahora es algo desconocido, y por eso es verosímil pensar que el varón estaría dispuesto, si se presentara el caso, a una vuelta inmediata al patriarcado.

P. ¿Sus novelas serían las últimas noticias de esa vida mental masculina?

R. Pues sí, las mujeres pueden leerlas para enterarse de lo que realmente piensan los hombres.

P. ¿Cree realmente que Europa, al perder la religión, la reemplazó con el patriotismo, y que terminará por volver a la religión?

R. Sí, aunque para mí es absurdo imaginar que el patriotismo pueda reemplazar a la religión. La cristiandad duró más de mil años; el patriotismo, un poco más de cien, desde la Revolución Francesa hasta la Primera Guerra Mundial. También podemos decir las cosas de una manera más siniestra: el patriotismo, para alcanzar la incandescencia, necesita enemigos.

P. ¿Mientras que el único enemigo de la religión es la muerte?

R. Y es un enemigo más confiable