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martes, 6 de junio de 2017

Crítica de Manuel Jabois a "Déjame salir"

Manuel Jabois, "Votar a Obama", en El País, 31 de mayo de 2017:

La película ‘Déjame salir’ refleja con exactitud el fenómeno de las buenas intenciones de la clase blanca, heterosexual y dominante sobre las demás.

Déjame salir es la clase de película que tenía ganas de ver desde hace tiempo. Va de un negro invitado a una fiesta de blancos: tal acontecimiento no lo explica mejor el periodismo ni la ficción, sino el género fantástico. Sólo desde ese prisma puede entenderse una película de miedo en la que el mayor momento de terror se produce cuando un hombre blanco y progresista dice que hubiera votado a Obama para un tercer mandato.

Por supuesto no mentía: lo hubiera hecho. También los invitados a su fiesta: matrimonios blancos y ricos, tolerantes, acogedores. Todos despliegan en la conversación con el protagonista un racismo casi clínico, resultado no de la hostilidad hacia el diferente sino de la amabilidad con él, su integración. O sea, el reconocimiento de que está excluido.

Se trata del racismo involuntario de quien cree que el negro se va a sentir mejor hablando de cosas de negros: una forma exótica de cortesía. Con tal voluntad de hacer que se sienta cómodo que, cuando un hombre le dice que se dedica al golf, añade que conoce a Tiger Woods. Por un momento parece que va a preguntarle si él también lo conoce, como aquel personaje de Aquí no hay quien viva que, enterado de que su vecino es homosexual, le dice: “Entonces tienes que conocer a mi sobrino, que también vive en Madrid”.

Esa escena de la película refleja con exactitud el fenómeno de las buenas intenciones de la clase blanca, heterosexual y dominante sobre las demás. Cuando en el afán de que una transexual se sienta a gusto se hace girar la conversación sobre su sexo entre proclamas de libertad y tolerancia, como si en lugar de un amigo se le estuviese presentando un terapeuta. Casos especialmente graves en el periodismo, cuando parece imposible desligar el mérito del entrevistado de su raza, sexo o religión si estas condiciones son minoritarias.

Con una actriz, científica, escritora y etcétera pierde el entrevistador —yo también— dos o tres preguntas sobre algo tan insólito como el haber nacido mujer; preguntas —las mías también— a menudo bienintencionadas y paternalistas que tienen por objetivo trasladarle solidaridad sin reparar en lo ridículo, y machista, que resulta cuando nadie la ha pedido. Y así con negros, lesbianas o inmigrantes a los que con frecuencia su condición eclipsa su trabajo sin saber si les apetece hacer causa en ese momento.

El protagonista de Déjame salir lo comprueba en una fiesta de final insólito. Miren la película. Lo que hacen con él es lo que parece que vamos a hacer nosotros cuando en lugar de una persona parece que nos han presentado un prototipo.

lunes, 15 de mayo de 2017

Dos hermanos escritores: Francisco Umbral y Leopoldo de Luis

Manuel Jabois, "Umbral y su padre, novela real", en El País, 20-II-2017:

La ausencia del padre marcó la obra del autor de 'Mortal y rosa'
Ahora, EL PAÍS le identifica como el abogado Alejandro Urrutia

Francisco Umbral escribió 110 libros y 135.000 artículos, y casi todos en torno a él. Según su biógrafa Anna Caballé es el autorretrato más largo de la historia de la literatura española. Cuando Umbral acabó, nadie sabía sus apellidos ni su fecha de nacimiento.

El escritor fue el resultado de dos heridas: la ausencia del padre y la ausencia del hijo. Hubo una tercera, voluntaria, que consistió en su propia disolución. “Llevamos la verdad por fuera, la carne, y la máscara por dentro”. Umbral sabía, y lo que no sabía lo inventaba, pero lo que no permitía es que los demás supiesen; sobre ese vacío construyó su vida, y cuando se cansó de su vida empezó con su obra. Él mismo avisa: “He vivido el mundo intensamente, pero literariamente”.

—Todo empieza —dice Jorge Urrutia frente a un ventanal del Gijón— cuando Umbral y el poeta Leopoldo de Luis se conocieron en Madrid, a mediados de siglo, en medio del bullicio de la época. El poeta Leopoldo de Luis era mi padre.

En La noche que llegué al Café Gijón Umbral escribió: “Leopoldo de Luis —el mínimo y dulce Leopoldo de Luis, se llegó a decir en la tertulia—, era de ojos pequeños y maliciosos, nariz grande, boca inexistente, rostro un poco rojizo, fácilmente alegrado y subido de color de la risa, y venía de sus oficinas de seguros lleno de versos, de cultura, de conversación, de chistes malos y poemas buenos. Escribía una poesía en la música de Miguel Hernández, hecha de humanidad y socialismo, con gran sentido del verso, gran ductilidad lírica y una melodía grata y honda, monótona y cierta, que daba gran calidad a todo lo suyo”.

Leopoldo y Umbral mantuvieron su amistad durante décadas, y esa relación se extendió al hijo de Leopoldo, Jorge Urrutia, poeta, traductor y catedrático, directivo del Instituto Cervantes entre 2004 y 2009. Leopoldo de Luis fue el seudónimo que utilizó Leopoldo Urrutia para burlar la dictadura.

En 2004 Anna Caballé publicó El frío de una vida, la biografía de Francisco Umbral. No fue autorizada ni bien recibida por el escritor. Caballé reveló algunos datos falsos de la vida de Umbral, como su fecha de nacimiento, que fue en 1932 y no en 1935, y desveló el nombre de su madre, Ana María Pérez Martínez, una mujer soltera y tuberculosa que tuvo una aventura con un hombre casado, y decidió, en aquel Valladolid de los años 30, tener al niño.

La biografía de Caballé cayó como una bomba en casa de Leopoldo de Luis. El anciano reparó en la época, en el nombre real de la madre, y juntó tres fotografías: la de su padre, Alejandro Urrutia, la de Francisco Umbral y la de su nieto, hijo de Jorge Urrutia. Los tres eran el mismo hombre.

—Al llegar a casa lo encontré pálido. Me dijo que teníamos que hablar. Me dijo: mi padre, tu abuelo, es el padre de Umbral. Yo soy su hermano, y tú su sobrino.

Jorge Urrutia había escrito ya de Umbral y estudiado su obra. Umbral lo había distinguido como uno de sus poetas preferidos.

—Mi padre y yo supimos que Umbral conocía la historia. Que siempre supo quién era su padre, y por tanto sabía quiénes éramos nosotros.

—¿Y esa nariz de su padre?

—De mi abuelo, y de Umbral.

La vida azarosa de Leopoldo de Luis lo había depositado en Madrid como poeta de prestigio después de haber sido oficial republicano y estar perseguido por la dictadura. Tuvo que hacer lista de espera y ponerse de tornero fresador para entrar en un campo de trabajo: por las cosas del franquismo, que combinaba la crueldad con la ineptitud administrativa, no tenía plaza.

Jorge Urrutia animó a su padre a hablar con Umbral. El poeta Leopoldo de Luis, un hombre delicado, dijo que si Umbral no había querido contarle nunca la verdad, era absurdo desenterrarla ahora.

Un año después de saber que Umbral y él eran hermanos, Leopoldo de Luis falleció en Madrid a los 87 años. Al tanatorio llegó Francisco Umbral. Con el abrigo, la melena y el fular, tan parecido a la chalina, como el padre de ambos cuando se paseaba por Campo Grande, en Valladolid. Umbral pidió a Jorge Urrutia quedarse a solas con el muerto. No le explicó por qué y Jorge no preguntó. El hijo vació la sala y dio varios pasos atrás, contemplando la escena. La del gran escritor, un hombre hecho de ficciones, a solas con la verdad. La misma que hirió su vida en 1974, cuando veló a su hijo de seis años, Pincho, mientras se le moría a chorros en la clínica de la Concepción. “He conocido la única verdad posible: la vida y la muerte —tan vivida previamente— de mi hijo, y sin embargo he optado o estoy optando por el engaño, por el autoengaño, de modo que seré inauténtico para siempre. No creáis nada de lo que diga, nada de lo que escriba. Soy un farsante”.

Francisco Umbral incrustó su vida en la obra sin la figura del padre, que fue siempre él (Mortal y Rosa) a la vez que niño, como en El hijo de Greta Garbo. Siempre estuvo en medio y siempre estuvo solo a la manera de Chillida, o sea “solo contigo”, con María España, a la que escribió Carta a mi mujer, tercera pata íntima de su vida con su hijo y su madre (“Ya quisiera yo que uno de mis cuatro hijos me recordara un día así, como el hijo de Greta Garbo”, le escribió Teresa Pàmies). Dejó sin escribir al padre, la presencia freudiana por excelencia. Ni para demolerlo, ni para explicarse a sí mismo.

Dos años después de la muerte de Leopoldo de Luis, Premio Nacional de las Letras, falleció Francisco Umbral, Premio Cervantes. En el tanatorio se presentó Jorge Urrutia. María España le abrazó y le dijo: “Tú eras al que más quería".

Alejandro Urrutia, padre de Leopoldo de Luis y Francisco Umbral, fue un intelectual y abogado cordobés, poeta modernista y empresario arruinado. Hizo grandes amistades, como la de Julio Romero de Torres y otros artistas e intelectuales de la época que le procuraron favores en un tiempo comprometido.

—Mi abuelo fue un burgués que en los años 30 se paseaba con melena, traje, abrigo, chalina y borsalino con El Socialista bajo el brazo.

Alejandro Urrutia fue el primero en escribir en España de la muerte de Antonio Machado. Extravagante y lector impenitente, en la casa familiar su esposa dormía en el mismo cuarto que su tía y él lo hacía solo, en una cama turca, hasta las cuatro de la mañana, cuando se despertaba, encendía una vela y leía libros de Biología del siglo XIX.

Como Umbral, Alejandro Urrutia estaba perdido fuera de su mundo. En Córdoba dirigió el negocio familiar de alcabalas, impuestos, que se hundió lentamente por la humanidad del jefe; comprensivo, el intelectual perdonaba a los clientes, salvaba plazos y hacía la vista gorda con los más necesitados. Se fue en 1919 a Valladolid, donde fue abogado del Banco Hispanoamericano. Después llevó unos laboratorios farmacéuticos propiedad de la familia que no tardó en arruinar. Su patrimonio se empeñaba y desempeñaba al azar de sus decisiones. Fue allí, en Valladolid, cuando tuvo una secretaria, Ana María Pérez Martínez, que convirtió en su amante. La mujer se quedó embarazada y su familia la protegió enviándola a la Maternidad de Lavapiés, en Madrid. De vuelta, la abuela materna mandó al niño a casa de una nodriza primero y de unos familiares después para silenciar escándalos. Durante años su madre fue, para Umbral, la tía May. Su padre, un desconocido.

Habló una vez de él con Carmen Rigalt y lo recordó Elena Pita en El Mundo. Dijo que le había conocido poco porque había estado preso en Madrid mientras él y su madre se refugiaban en Valladolid, y que lo dieron por muerto pero acabaron visitándolo en prisión; su padre, escribe Pita, era “un burgués azañista, inofensivo, propietario de unos laboratorios farmacéuticos, con gran vocación literaria que nunca llegó a ejercer, amigo de poetas, y que murió del corazón al poco de ser liberado, dejando en su hijo el germen del dandismo y la literatura”. Verdades a medias (Alejandro Urrutia fue depurado por el régimen, pero no encarcelado) y una sospecha, la del hombre que deja en Umbral las letras y el dandismo.

Y sin embargo, según Jorge Urrutia, Alejandro Urrutia tuvo más impacto en la vida de Francisco Umbral. Cuando enfermó el niño, la mujer de su padre llegó a tenerlo en casa a su cuidado. Leopoldo se recordaría después por el pasillo jugando con un crío, llevándolo a hombros, sin pensar que aquel chaval acabaría siendo su amigo años después, y que ese amigo sería Umbral. Fueron los contactos de Alejandro Urrutia, amigo del alcalde de Valladolid, los que posibilitaron que la madre de Umbral accediese a un empleo en el Ayuntamiento, la época en la que el escritor se atiborró de lecturas en la biblioteca municipal. Y usó sus amistades del Banco Hispanoamericano, que aún perduraban, para que Umbral se colocase de botones a los 14 años.

Alejandro Urrutia, un hombre de inteligencia y talento, murió en los años cincuenta sin conocer el éxito de su hijo Francisco Umbral, que llegó a firmar, sospecha Jorge, los primeros artículos de su vida como Francisco Urrutia. Pronto abandonó su verdadero nombre por el de Umbral. Y aún entonces, en un programa de televisión, le dijo Sánchez Dragó:

—Esto lo sabe poca gente, pero tú te llamas Francisco Pérez Martínez.

—No, tampoco me llamo así. Nadie sabe cómo me llamo. Eso es mentira también. Cómo me llamo realmente lo sabe muy poca gente.

—Pues habrá que ir al Registro Civil.

—Tendría que decirte yo a qué Registro Civil.

Lo curioso es que tenía razón, no se llamaba así. Se llamaba Francisco Alejandro Pérez Martínez.

miércoles, 12 de abril de 2017

Paterson

Manuel Jabois, "Secretos", en El País, 12-IV-2017:

A Paterson, el personaje de la película de Jim Jarmusch, lo mejor que le ocurre es que todo siga igual

En Paterson, la película de Jim Jarmusch, un conductor de autobús es poeta en la intimidad. Un asunto delicado, el de conducir un autobús pensando en versos. Pero Paterson (Adam Driver) lo resuelve bien: escribe antes de empezar la ruta, guarda su cuaderno secreto y conduce. Como vi la película sin saber de qué trataba, fui de sobresalto en sobresalto esperando que al autobús se subiese Keanu Reeves, que al perro lo secuestrasen unos raperos, que su novia muriese metiendo la cabeza en el horno por vigilar sus cupcakes. Pero como en la vida, en la película siempre está a punto de pasar algo mientras está pasando todo.

Paterson es una versión menos rockera que American Beauty, que anunciaba poesía de lo cotidiano con una bolsa de basura en movimiento mientras se sucedía la prosa habitual de la crisis de los 40: drogas, sexo con adolescentes y asesinatos. Así que ahora, cuando mi generación se aproxima como un tren a la edad de Lester Burham pero ya con todos los deberes hechos, aparece una poética diferente, más artística y por tanto más real.

La novia de Paterson, por ejemplo, es devota del blanco y negro, sueña con gemelos y le anima a hacer una copia de sus versos para que su obra esté segura; Paterson, mientras, ve gemelos todo el rato y se encuentra al final con su reflejo oriental en el espejo, tan admirador como él del poeta William Carlos Williams. La película entera es un poema de éste último, desgraciado spoiler para sus lectores. O instrucciones para un poema, mucho mejor dicho por Xaime Martínez en Playground.

Paterson es una historia feliz porque de algún modo al final se cae en que el protagonista es un poeta cuyo oficio clandestino, a fuerza de exhibirlo, es el de conductor de autobús, como todos nosotros. Y se agradece que sonría sin necesidad de acariciarle el lomo: la rutina suele ser maltratada en el cine y fuera de él, señalada con adjetivos condescendientes y paternalistas. Así que a ese hombre que siempre parece que le va a ocurrir algo, la gloria o el crimen, lo mejor que le ocurre es que todo sigue igual. Que eso se interprete como felicidad y no como resignación es uno de los éxitos de la película. Otro de los éxitos es acabar de verla sin saber qué se ha visto; la película también enseña que el desconcierto está infravalorado.

Paterson empieza con Adam Driver despertándose. Lo hace de lunes a viernes de forma natural entre las 6.15 y las 6.30. Es lo que más turbación produce: esa placidez es casi una deriva

sábado, 21 de febrero de 2015

El verdadero padre de Francisco Umbral fue Alejandro Urrutia y Leopoldo de Luis es su hermanastro

Manuel Jabois, "Umbral y su padre, novela real", El País, 20-II-2015:

La ausencia del padre marcó la obra del autor de 'Mortal y rosa'.  Ahora, EL PAÍS le identifica como el abogado Alejandro Urrutia.

Francisco Umbral escribió 110 libros y 135.000 artículos, y casi todos en torno a él. Según su biógrafa Anna Caballé es el autorretrato más largo de la historia de la literatura española. Cuando Umbral acabó, nadie sabía sus apellidos ni su fecha de nacimiento.

El escritor fue el resultado de dos heridas: la ausencia del padre y la ausencia del hijo. Hubo una tercera, voluntaria, que consistió en su propia disolución. “Llevamos la verdad por fuera, la carne, y la máscara por dentro”. Umbral sabía, y lo que no sabía lo inventaba, pero lo que no permitía es que los demás supiesen; sobre ese vacío construyó su vida, y cuando se cansó de su vida empezó con su obra. Él mismo avisa: “He vivido el mundo intensamente, pero literariamente”.

—Todo empieza —dice Jorge Urrutia frente a un ventanal del Gijón— cuando Umbral y el poeta Leopoldo de Luis se conocieron en Madrid, a mediados de siglo, en medio del bullicio de la época. El poeta Leopoldo de Luis era mi padre.

En La noche que llegué al Café Gijón Umbral escribió: “Leopoldo de Luis —el mínimo y dulce Leopoldo de Luis, se llegó a decir en la tertulia—, era de ojos pequeños y maliciosos, nariz grande, boca inexistente, rostro un poco rojizo, fácilmente alegrado y subido de color de la risa, y venía de sus oficinas de seguros lleno de versos, de cultura, de conversación, de chistes malos y poemas buenos. Escribía una poesía en la música de Miguel Hernández, hecha de humanidad y socialismo, con gran sentido del verso, gran ductilidad lírica y una melodía grata y honda, monótona y cierta, que daba gran calidad a todo lo suyo”.

Leopoldo y Umbral mantuvieron su amistad durante décadas, y esa relación se extendió al hijo de Leopoldo, Jorge Urrutia, poeta, traductor y catedrático, directivo del Instituto Cervantes entre 2004 y 2009. Leopoldo de Luis fue el seudónimo que utilizó Leopoldo Urrutia para burlar la dictadura.

En 2004 Anna Caballé publicó El frío de una vida, la biografía de Francisco Umbral. No fue autorizada ni bien recibida por el escritor. Caballé reveló algunos datos falsos de la vida de Umbral, como su fecha de nacimiento, que fue en 1932 y no en 1935, y desveló el nombre de su madre, Ana María Pérez Martínez, una mujer soltera y tuberculosa que tuvo una aventura con un hombre casado, y decidió, en aquel Valladolid de los años 30, tener al niño.

La biografía de Caballé cayó como una bomba en casa de Leopoldo de Luis. El anciano reparó en la época, en el nombre real de la madre, y juntó tres fotografías: la de su padre, Alejandro Urrutia, la de Francisco Umbral y la de su nieto, hijo de Jorge Urrutia. Los tres eran el mismo hombre.

—Al llegar a casa lo encontré pálido. Me dijo que teníamos que hablar. Me dijo: mi padre, tu abuelo, es el padre de Umbral. Yo soy su hermano, y tú su sobrino.

Jorge Urrutia había escrito ya de Umbral y estudiado su obra. Umbral lo había distinguido como uno de sus poetas preferidos.

—Mi padre y yo supimos que Umbral conocía la historia. Que siempre supo quién era su padre, y por tanto sabía quiénes éramos nosotros.

—¿Y esa nariz de su padre?

—De mi abuelo, y de Umbral.

La vida azarosa de Leopoldo de Luis lo había depositado en Madrid como poeta de prestigio después de haber sido oficial republicano y estar perseguido por la dictadura. Tuvo que hacer lista de espera y ponerse de tornero fresador para entrar en un campo de trabajo: por las cosas del franquismo, que combinaba la crueldad con la ineptitud administrativa, no tenía plaza.

Los personajes

Alejandro Urrutia, padre de Leopoldo de Luis y Francisco Umbral, fue un intelectual y abogado cordobés, poeta modernista y empresario arruinado. Ana María Pérez Martínez era la secretaria de Alejandro Urrutia en Valladolid. De su relación nació Francisco Umbral. El poeta Leopoldo Urrutia, que firmaba como Leopoldo de Luis, fue el otro hijo de Alejandro Urrutia y, por lo tanto, hermano de Umbral. Jorge Urrutia es el hijo de Lepoldo Urrutia, y sobrino de Umbral. Alejandro Urrutia murió en los años 50 sin conocer el éxito literario de Umbral. Jorge Urrutia animó a su padre a hablar con Umbral. El poeta Leopoldo de Luis, un hombre delicado, dijo que si Umbral no había querido contarle nunca la verdad, era absurdo desenterrarla ahora.

Un año después de saber que Umbral y él eran hermanos, Leopoldo de Luis falleció en Madrid a los 87 años. Al tanatorio llegó Francisco Umbral. Con el abrigo, la melena y el fular, tan parecido a la chalina, como el padre de ambos cuando se paseaba por Campo Grande, en Valladolid. Umbral pidió a Jorge Urrutia quedarse a solas con el muerto. No le explicó por qué y Jorge no preguntó. El hijo vació la sala y dio varios pasos atrás, contemplando la escena. La del gran escritor, un hombre hecho de ficciones, a solas con la verdad. La misma que hirió su vida en 1974, cuando veló a su hijo de seis años, Pincho, mientras se le moría a chorros en la clínica de la Concepción. “He conocido la única verdad posible: la vida y la muerte —tan vivida previamente— de mi hijo, y sin embargo he optado o estoy optando por el engaño, por el autoengaño, de modo que seré inauténtico para siempre. No creáis nada de lo que diga, nada de lo que escriba. Soy un farsante”.

Francisco Umbral incrustó su vida en la obra sin la figura del padre, que fue siempre él (Mortal y Rosa) a la vez que niño, como en El hijo de Greta Garbo. Siempre estuvo en medio y siempre estuvo solo a la manera de Chillida, o sea “solo contigo”, con María España, a la que escribió Carta a mi mujer, tercera pata íntima de su vida con su hijo y su madre (“Ya quisiera yo que uno de mis cuatro hijos me recordara un día así, como el hijo de Greta Garbo”, le escribió Teresa Pàmies). Dejó sin escribir al padre, la presencia freudiana por excelencia. Ni para demolerlo, ni para explicarse a sí mismo.

Dos años después de la muerte de Leopoldo de Luis, Premio Nacional de las Letras, falleció Francisco Umbral, Premio Cervantes. En el tanatorio se presentó Jorge Urrutia. María España le abrazó y le dijo: “Tú eras al que más quería".

Alejandro Urrutia, padre de Leopoldo de Luis y Francisco Umbral, fue un intelectual y abogado cordobés, poeta modernista y empresario arruinado. Hizo grandes amistades, como la de Julio Romero de Torres y otros artistas e intelectuales de la época que le procuraron favores en un tiempo comprometido.

—Mi abuelo fue un burgués que en los años 30 se paseaba con melena, traje, abrigo, chalina y borsalino con El Socialista bajo el brazo.

Alejandro Urrutia fue el primero en escribir en España de la muerte de Antonio Machado. Extravagante y lector impenitente, en la casa familiar su esposa dormía en el mismo cuarto que su tía y él lo hacía solo, en una cama turca, hasta las cuatro de la mañana, cuando se despertaba, encendía una vela y leía libros de Biología del siglo XIX.

Como Umbral, Alejandro Urrutia estaba perdido fuera de su mundo. En Córdoba dirigió el negocio familiar de alcabalas, impuestos, que se hundió lentamente por la humanidad del jefe; comprensivo, el intelectual perdonaba a los clientes, salvaba plazos y hacía la vista gorda con los más necesitados. Se fue en 1919 a Valladolid, donde fue abogado del Banco Hispanoamericano. Después llevó unos laboratorios farmacéuticos propiedad de la familia que no tardó en arruinar. Su patrimonio se empeñaba y desempeñaba al azar de sus decisiones. Fue allí, en Valladolid, cuando tuvo una secretaria, Ana María Pérez Martínez, que convirtió en su amante. La mujer se quedó embarazada y su familia la protegió enviándola a la Maternidad de Lavapiés, en Madrid. De vuelta, la abuela materna mandó al niño a casa de una nodriza primero y de unos familiares después para silenciar escándalos. Durante años su madre fue, para Umbral, la tía May. Su padre, un desconocido.

Habló una vez de él con Carmen Rigalt y lo recordó Elena Pita en El Mundo. Dijo que le había conocido poco porque había estado preso en Madrid mientras él y su madre se refugiaban en Valladolid, y que lo dieron por muerto pero acabaron visitándolo en prisión; su padre, escribe Pita, era “un burgués azañista, inofensivo, propietario de unos laboratorios farmacéuticos, con gran vocación literaria que nunca llegó a ejercer, amigo de poetas, y que murió del corazón al poco de ser liberado, dejando en su hijo el germen del dandismo y la literatura”. Verdades a medias (Alejandro Urrutia fue depurado por el régimen, pero no encarcelado) y una sospecha, la del hombre que deja en Umbral las letras y el dandismo.

Y sin embargo, según Jorge Urrutia, Alejandro Urrutia tuvo más impacto en la vida de Francisco Umbral. Cuando enfermó el niño, la mujer de su padre llegó a tenerlo en casa a su cuidado. Leopoldo se recordaría después por el pasillo jugando con un crío, llevándolo a hombros, sin pensar que aquel chaval acabaría siendo su amigo años después, y que ese amigo sería Umbral. Fueron los contactos de Alejandro Urrutia, amigo del alcalde de Valladolid, los que posibilitaron que la madre de Umbral accediese a un empleo en el Ayuntamiento, la época en la que el escritor se atiborró de lecturas en la biblioteca municipal. Y usó sus amistades del Banco Hispanoamericano, que aún perduraban, para que Umbral se colocase de botones a los 14 años.

Alejandro Urrutia, un hombre de inteligencia y talento, murió en los años cincuenta sin conocer el éxito de su hijo Francisco Umbral, que llegó a firmar, sospecha Jorge, los primeros artículos de su vida como Francisco Urrutia. Pronto abandonó su verdadero nombre por el de Umbral. Y aún entonces, en un programa de televisión, le dijo Sánchez Dragó:

—Esto lo sabe poca gente, pero tú te llamas Francisco Pérez Martínez.

—No, tampoco me llamo así. Nadie sabe cómo me llamo. Eso es mentira también. Cómo me llamo realmente lo sabe muy poca gente.

—Pues habrá que ir al Registro Civil.

—Tendría que decirte yo a qué Registro Civil.

Lo curioso es que tenía razón, no se llamaba así. Se llamaba Francisco Alejandro Pérez Martínez.