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lunes, 23 de enero de 2017

Paul Krugman, Donald, el incapaz

Donald, el incapaz, en The New York Times, 20 de enero de 2017:

Betsy DeVos, a quien Donald Trump nombró secretaria de Educación, no conoce términos básicos de educación, ignora los estatutos federales que regulan la educación especial, pero piensa que en las escuelas debería haber armas para defender al alumnado de los osos grizzli.

Monica Crowley, seleccionada como asesora del Consejo de Seguridad Nacional, se retiró después de que se dio a conocer que plagió buena parte de sus publicaciones. Hay aún muchos nombramientos pendientes en el área de seguridad nacional y no hay claridad sobre qué tanto se ha leído, de haberlo hecho, de los materiales informativos elaborados por la administración saliente.

Por su parte, Rex Tillerson, seleccionado como secretario de Estado, declaró informalmente que Estados Unidos bloqueará el acceso de China a las bases en el mar del sur de este país, aparentemente sin darse cuenta de que con ello estaba amenazando con iniciar una guerra si China lo retaba a cumplir su dicho.

¿Acaso vemos un patrón aquí?

Era evidente para cualquiera que estuviera poniendo atención que la corrupción del gobierno entrante sería descarada. Sin embargo, ¿sería al menos eficiente en su corrupción?

Muchos de los que votaron por Trump sin duda creyeron que estaban eligiendo a un empresario inteligente que haría que las cosas se hicieran. Incluso aquellos que tenían una mejor idea de quién es podrían haber esperado que el presidente electo, una vez satisfecho su ego, sentaría cabeza para dirigir al país, o al menos para dejar la aburrida tarea de gobernar Estados Unidos en manos de personas que realmente tuvieran capacidad de hacerlo.

Eso no es lo que ha sucedido. Trump no ha dado un giro ni madurado, o como prefieran llamarle. Sigue siendo el ególatra inseguro con déficit de atención que siempre ha sido. Peor, se está rodeando de gente que comparte muchos de sus defectos, tal vez porque son el tipo de gente con la que se siente cómodo.

Así que las personas que comúnmente designa, ya se trate de un puesto relacionado con la economía, la diplomacia o la seguridad nacional, son puestas en entredicho por su ética, su falta de conocimiento del área de la política que se supone deben administrar y su falta de interés. Algunos, como Michael Flynn, seleccionado por Trump para convertirse en consejero de seguridad nacional, incluso son tan adictos como su jefe a las teorías cibernéticas de conspiración. Este no es un equipo que compensará la debilidad del comandante en jefe; por el contrario, es un equipo que la amplificará.

¿Por qué nos debería importar? Para darnos una idea de cómo podría funcionar (o no) la administración de Trump y Putin, resulta útil recordar lo que ocurrió durante los años de Bush y Cheney.

Las personas tienden a olvidar hasta qué punto el último gobierno republicano se caracterizó por su nepotismo, el nombramiento de gente incapaz pero bien conectada en posiciones clave. No fue tan extremo como lo que vemos hoy, pero fue sorprendente en esa época. ¿Recuerdan aquello de “Muy buen trabajo, Brownie”? En verdad causó un enorme daño.

En específico, si quieren darse una idea de cómo será el gobierno de Trump, tengan en cuenta el adefesio de la invasión de Irak. Todos aquellos que sí sabían cómo construir una nación no fueron bienvenidos; su lugar fue ocupado por los leales al partido y los especuladores corporativos. Incluso hay un vínculo poco conocido: el hermano de Betsy DeVos, Erik Prince, fundó Blackwater, la pandilla de mercenarios que, entre otras cosas, ayudó a desestabilizar a Irak al disparar contra una multitud de civiles.

Ahora las condiciones que prevalecieron en Irak —la ideología ciega, el desprecio por la experiencia, la total inobservancia de las normas éticas— han llegado a Estados Unidos, pero de una forma mucho más pronunciada.

¿Qué pasará cuando enfrentemos una crisis? Recordemos: Katrina fue el acontecimiento que acabó por revelarnos a todos el costo del nepotismo de la era de Bush.

Todo presidente enfrenta algún tipo de crisis. Es probable que surjan, especialmente teniendo en cuenta al equipo entrante y sus aliados en el congreso: dadas las prioridades que la gente que está a punto de asumir esos puestos ha declarado tener, es muy probable que veamos el colapso de la seguridad social, una guerra de comercio y un distanciamiento con China tan solo en el año siguiente.

Incluso si de algún modo esquivamos esos peligros, siempre pasan cosas. Tal vez habrá una nueva crisis económica, alimentada por la prisa de echar por tierra la normatividad financiera. Quizá haya una crisis diplomática provocada, digamos, por la temeridad política en el Báltico del buen amigo de Trump, Vladimir. Quizá sea algo que no nos imaginamos. ¿Y después qué?

Las crisis reales necesitan soluciones reales. No se pueden resolver con un tuit genial ni por tener amigos en el FBI ni con las historias sembradas en los medios por el Kremlin que ponen nuestros problemas en un segundo plano. Lo que la situación exige es gente sensata y conocedora en posiciones de autoridad.

Pero hasta donde sabemos, casi nadie que se apegue a esa descripción formará parte de la nueva administración, con excepción, probablemente, del designado a la Secretaría de Defensa, cuyo apodo resulta ser Mad Dog (el Perro Loco).

Así que con esto nos quedamos: una administración sin precedentes por su corrupción, pero también con una ineptitud absoluta para gobernar. Déjenme decirles, va a ser fantástico… como diría Trump.

sábado, 13 de febrero de 2016

Paul Krugman, "Sobre la estupidez económica" El País, 13-II-2016:

Estremece pensar en la respuesta a otra recesión si cualquier republicano llegase al Despacho Oval

Como saben, la campaña de Bill Clinton de 1992 se centró en el eslogan “la economía, estúpido”. Pero la política macroeconómica —qué hacer frente a las recesiones— ha estado ausente de la mayor parte del debate electoral de este año. Sin embargo, no se ha logrado que los riesgos económicos desaparezcan del mundo, ni mucho menos. Y debería asustarnos lo poco que muchos de los candidatos a la presidencia han aprendido de los últimos ocho años.

Si están al tanto de las noticias económicas, sabrán que hay una gran agitación en los mercados mundiales. No tiene nada que ver con la de 2008, al menos por ahora, pero es preocupante.

De nuevo nos encontramos con una cantidad considerable de deuda problemática, aunque esta vez no se trata de hipotecas, sino de préstamos concedidos a empresas energéticas, muy castigadas por la caída del precio del petróleo. Entretanto, a economías antes emergentes y modernas, como la de Brasil, de repente les va muy mal, y China anda a tropezones. Y aunque la economía estadounidense marcha mejor que casi cualquier otra, está claro que no somos inmunes al contagio.

Nadie sabe a ciencia cierta lo grave que será, pero los mercados financieros lanzan señales de advertencia. Los mercados de renta fija, en especial, se comportan como si los inversores esperasen muchos años de debilidad económica extrema. Los tipos a largo plazo de EE UU están casi más bajos que nunca, aunque eso no es nada comparado con lo que sucede al otro lado del océano, donde muchos tipos de interés han empezado a ser negativos.

Y estos tipos de interés extremadamente bajos, que en su mayoría son un reflejo de las presiones del mercado, no de las políticas, les generan problemas a los bancos, cuyos beneficios dependen de la capacidad de prestar dinero por mucho más de lo que pagan por los depósitos. Los bancos europeos son los que más problemas tienen, pero las cotizaciones de las entidades de EE UU también han bajado mucho.

Más supervisión política a la Fed supondría más poder para los chiflados que la atacan constantemente

En otras palabras, da la impresión de que seguimos viviendo en esa era económica en la que entramos en 2008; una era de debilidad persistente en la que la deflación y la depresión, no la inflación y el déficit, son los retos fundamentales. ¿Y cómo creemos que lo harían los distintos aspirantes a presidente si se enfrentasen a esos desafíos? Bueno, por el lado republicano, la respuesta es, básicamente, que Dios nos ampare. Las opiniones económicas de ese lado del espectro político oscilan entre lo bastante alocado y lo absolutamente descabellado.

A la cabeza del batallón de lo absolutamente descabellado se encuentra, como habrán imaginado, Donald Trump, que ha acusado a la Reserva Federal de estar a favor de los demócratas. Hace unos meses, aseguraba que Janet Yeller, presidenta de la Reserva, no había subido los tipos “porque Obama le dijo que no lo hiciera”. Da igual que la inflación siga por debajo del objetivo de la Reserva o que, en vista de los acontecimientos actuales, hasta la pequeña subida de los tipos que la Reserva llevó a cabo en diciembre parezca ahora un error, como muchos de nosotros advertimos.

Pero la verdad es que la postura de Trump no está tan alejada de la opinión republicana mayoritaria. Después de todo, Paul Ryan, el presidente de la Cámara, no solo criticó a Ben Bernanke, el predecesor de Yellen, por unas políticas que supuestamente nos exponían a la inflación (algo que nunca se materializó), sino que también ha jugueteado con las teorías conspirativas, al acusar a Bernanke de “echarle un cable a la política fiscal”.

Y hasta los republicanos que a primera vista parecen sensatos pierden la cordura en lo tocante a política macroeconómica. El proyecto emblemático de John Kasich es una enmienda sobre el equilibrio presupuestario que sumiría la economía en una recesión, pero Kasich es también un partidario de la restricción monetaria, que, curiosamente, sostiene que la política de tipos bajos de la Reserva es la culpable del estancamiento salarial.

En el bando demócrata, ambos aspirantes hablan con sensatez sobre las políticas macroeconómicas, y Sanders afirma acertadamente que la última subida de los tipos de interés fue una mala decisión. Pero Sanders también ha atacado a la Reserva Federal de un modo en que no lo ha hecho Clinton (y esta diferencia explica, a pequeña escala, tanto el atractivo de Sanders como las razones por las que su postura resulta tan preocupante).

Verán, Sanders sostiene que el sector financiero tiene demasiada influencia sobre la Reserva, lo que sin duda es cierto. Pero su solución consiste en que haya más supervisión por parte del Congreso; y fue uno de los pocos senadores no republicanos que votó a favor de un proyecto de ley, propuesto por Rand Paul, que exigía que se “auditasen” las decisiones de la Reserva sobre política monetaria. (Por si se lo están preguntando, la Reserva ya se somete con regularidad a auditorías, en el sentido normal de la palabra).

Ahora bien, la idea de hacer que la Reserva Federal rinda cuentas suena bien. Pero Wall Street no es la única fuente de presión nociva sobre la Fed y, dada la actual situación política de EE UU, una ley así serviría, en el fondo, para dar más poder a los chiflados (los amantes del patrón oro y agoreros de la inflación que controlan el Partido Republicano moderno y que llevan cinco o seis años tratando de intimidar a los responsables políticos para que se rindan y desistan de sus intentos de evitar el desastre económico). Teniendo en cuenta los riesgos económicos a los que nos enfrentamos, fue buena cosa que el apoyo de Sanders no bastase para sacar adelante ese proyecto de ley.

Pero aun sin la ley defendida por Paul, uno se estremece al pensar en cómo respondería la política estadounidense a otra recesión si cualquiera de los candidatos republicanos que aún sobreviven consiguiese llegar al Despacho Oval.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía 2008

lunes, 18 de enero de 2016

Un economista habla del desastre social causado por el euro

Entrevista con el historiador económico y ganador del premio Balzac Joel Mokyr por Irene Hernández Velasco: "El euro puede sobrevivir, pero será muy caro" en El Mundo 15/01/2016 :

Nacido en Holanda, crecido en Israel y con la mayor parte de su carrera profesional desarrollada en Estados Unidos, Joel Mokyr es un economista que brilla con la misma voluptuosa y plateada intensidad con que lo hace el mercurio. Es absolutamente pionero en relacionar la economía y su historia con la teoría de la evolución y, sobre todo, en desentrañar los misterios que en su opinión unen el desarrollo económico con el auge del conocimiento. Aunque, más que un economista, por encima de todo se considera un historiador económico. "La historia económica se ocupa del material del que está hecho la vida: trata de cómo los humanos se relacionan con el principio bíblico de que ganarás el pan con el sudor de tu frente, de cómo la gente lucha en un ambiente recalcitrante y adverso por sacar a sus familias adelante y sobrevivir al hambre, al frío, a las enfermedades. Se ocupa de impuestos, rentas y otras formas con las que los fuertes y poderosos obtienen recursos de los pobres y débiles. Pero también de los milagros de la cooperación humana". Con todos ustedes Joel Mokyr, galardonado recientemente con el premio Balzan, uno de los más prestigiosos reconocimientos europeos.

Usted sostiene que el enorme caudal de creatividad y conocimiento que acompañó a la Ilustración fue lo que provocó la aparición de la Revolución Industrial. ¿Es así?

Sí, así es.

¿Y por qué la Ilustración tuvo lugar en Europa y sólo en Europa?

Sí, sólo Europa ha tenido una Ilustración. No existe una Ilustración china, ni una Ilustración en el islam, ni una Ilustración india... Sólo existe una Ilustración europea. Los motivos son varios pero uno de ellos, muy importante, es la fragmentación que había en Europa en aquel momento. La fragmentación significa que nadie, ni el rey de España ni ningún dirigente absolutista, podía imponer su voluntad y poner freno a las nuevas ideas que circulaban por entonces en Europa. Es cierto que a algunos, como por ejemplo a Giordano Bruno, les mataron pensando que eso disuadiría a otros y frenaría el avance de las nuevas ideas. Pero no lo lograron: la gente podía huir, moverse, trasladarse a otro sitio donde ese dirigente no tenía autoridad, reunirse con otras personas... y eso es lo que hicieron. Los gobernantes lo sabían, así que la mayoría optó por no hacer nada, que en realidad es lo mejor que podían hacer. Los gobiernos se rindieron, con la única excepción quizás de lo que hoy es el sur de Italia y España, movidos por su fundamentalismo católico, y el resultado es que esos países que antes habían liderado importantes áreas del conocimiento como la Ciencia y las Matemáticas quedaron atrás.

¿Esa fragmentación de Europa estimuló asimismo la competición científica y cultural entre los distintos estados, con lo que se fomentó el surgimiento de la Ilustración y de la Revolución Industrial?

Así es. David Hume en el siglo XVIII ya se percató de ello: la proliferación de pequeños estados genera beneficios, como ocurre con la competición entre varias compañías. La eficacia económica es un concepto que básicamente comienza en la Ilustración, y que no creo que nadie ponga en duda.

Sin embargo, la Unión Europea es lo contrario, ¿no? ¿El proyecto común europeo frena entonces el desarrollo?

Lo que ocurre ahora es que la competición es a nivel global, y en ese terreno la UE es sólo uno de los actores. Hay otro que se llama EEUU, un tercero que se llama China, un cuarto que es Rusia, Oriente Medio, África quizás algún día... El partido hoy se juega a nivel global, y Europa hoy compite con Norteamérica y China. Y aun así, dentro de la propia UE existe obviamente competición. De hecho, no creo que haya mucha gente que se considere primero europea y luego española o alemana o francesa.

Es más: a causa de la crisis, en muchos países europeos no deja de aumentar el número de quienes miran con recelo a la UE...

El euroescepticismo en estos momentos es algo absolutamente normal, algo inevitable. Yo sin embargo soy un gran defensor de la UE, siempre me ha parecido una idea fantástica, sobre todo porque ha conducido a la desmilitarización de Europa. Piense que Europa en 1914 destinaba entre el 10 y el 12% de su PIB a armamento y que todos los países tenían ejércitos inmensos que consumían muchísimos recursos. Lo que esencialmente ha logrado la UE es que la probabilidad de que estalle una guerra en Europa sea prácticamente insignificante. Y eso es increíble. Llevo 50 años estudiando la Historia europea y que se haya logrado eso es asombroso. Cuando ahora se dice que hay un conflicto entre Hollande y Merkel, todos sabemos que no va a desembocar en un ataque armado, pero hasta hace muy poco eso no era así. La otra cosa fantástica de la UE es que las barreras comerciales han desaparecido y el libre comercio, que siempre es muy positivo, se ha logrado. Europa lo ha conseguido, como también EEUU. Es verdad que EEUU defiende el libre comercio desde su Constitución, los estados no pueden imponer barreras al comercio con otros estados, y eso ha funcionado estupendamente en términos económicos. Pero Europa ha dado un paso de gigante para lograr ese sueño económico de hacer del continente una enorme zona de libre comercio. Y para que se logren los enormes beneficios del libre comercio no es necesario que haya una política única, no es necesario que haya un solo estado; lo importante es que los bienes, los servicios y los trabajadores puedan moverse libremente de país a país.

¿Pero considera usted que el euro funciona?

No. El euro es un absoluto desastre. De hecho, creo que hay un enorme desequilibrio entre la UE y el euro. El euro, para empezar, sólo funciona en 19 de los 28 Estados miembros de la UE, y eso ya es un problema. La verdad es que el euro ya era una mala idea cuando surgió, y eso es algo que piensan todos los economistas americanos que conozco, ya sean de derechas o de izquierdas y que disienten en todo lo demás. Martin Feldstein y Paul Krugman sólo coinciden en que el euro fue una mala idea. El euro sólo está bien si uno es turista y viaja de Holanda a España y se ahorra el tener que cambiar de moneda. Pero el número de turistas que visitan Suiza o Inglaterra, países que no tienen el euro, tampoco ha disminuido por eso. El euro ha sido una muy mala idea desde el principio y el problema ahora es cómo salir de él

El futuro del euro

¿Dentro de 10 años seguirá existiendo el euro?

No lo sé. Aunque con grandes dificultades, ha logrado sobrevivir a las últimas crisis. Había bastante gente que pensaba que moriría y no lo ha hecho. La analogía histórica que se me ocurre al respecto, aunque no sea muy buena, es con el patrón oro. Antes de 1914 cada país tenía su propia moneda, pero era plenamente convertible en otra con un cambio fijo en base a sus reservas de oro. Cada país europeo tenía sus reservas de oro, pero cuando estalló la Primera Guerra Mundial todos los países excepto EEUU abandonaron el patrón oro porque no podían mantener sus reservas de oro, y ese sistema colapsó. Volvió a instaurarse sin mucho éxito en los años 20 y murió definitivamente en los años 30. Pero fue necesario algo como la I Guerra Mundial para acabar con el patrón oro. Espero que no ocurra algo parecido que liquide al euro. Si no hay una guerra, el euro puede sobrevivir. Pero será caro, muy caro.

¿Qué precio habrá que pagar entonces por mantener vivo al euro?

Las fluctuaciones en los cambios entre monedas es el modo fundamental que tienen las economías para equilibrarse internamente, y el euro ha acabado con eso. Y al no existir eso, hay que ofrecer otra cosa a cambio que suele resultar más cara, como el paro. La razón por la que España o Grecia tienen el problema de desempleo que tienen es porque no pueden devaluar su moneda; si pudieran hacerlo, la situación mejoraría rápidamente. La cuestión por la que la economía de Irlanda ha estado en el primer semestre de 2015 al borde del colapso por culpa de la burbuja inmobiliaria es porque no podía devaluar. Incluso países que tienen acuerdos de libre comercio, como EEUU y Canadá, tienen monedas que fluctúan.

¿Y no tiene arreglo el euro?

El euro ha sido una mala idea, y sólo será una buena idea cuando ocurran dos cosas. La primera es que las políticas fiscales de todos los países del euro funcionen de manera unitaria, cosa que por ahora no ocurre: cada país tiene sus impuestos, su propia fiscalidad. Y segundo, es necesario que los europeos hablen la misma lengua, para que así haya un verdadero mercado libre de trabajo que permita a un griego encontrar un trabajo adaptado a sus capacidades en Alemania. Si en Alemania ahora mismo hay trabajo, ¿por qué no van los griegos que están en paro a trabajar allí? Porque no hablan alemán, y para muchos trabajos es imprescindible saber la lengua. La lengua es, en mi opinión, una de las grandes barreras que están lastrando al euro y la movilidad laboral, y que habría que arreglar con la adopción de una lengua común. EEUU sí tiene una política fiscal común y una lengua común, y eso permite que si en Illinois no hay trabajo y en Los Ángeles sí, la gente de Illinois se traslade allí.

Pero quizás Europa no quiera ser EEUU...

Quizás no quiera y eso está muy bien, pero en ese caso los países deberían volver a sus monedas anteriores al euro: al dracma, a la peseta, al marco, etc. Pero no lo harán, por motivos más políticos que económicos, y pagarán un alto precio.

¿Y tiene alguna predicción sobre cuándo logrará Europa quitarse definitivamente de encima la crisis y acabar el paro de los países del sur?

No, no tengo respuesta para eso. Lo que sé es que EEUU ha conseguido salir bastante bien de la crisis sin aplicar ninguna política de austeridad y gastando en programa de estimulación económica. El concepto de austeridad que Alemania está imponiendo a los países con una fuerte deuda es completamente erróneo. Alemania está aplicando unos principios que no funcionan en muchos países europeos, y que yo creo que están más guiados por motivos morales que económicos. Los alemanes quieren que los griegos, los italianos o los españoles sean como ellos, pero son distintos. De hecho, uno de los motivos por los que a Europa le está costando mucho salir de esta crisis es porque las políticas económicas europeas las dicta en gran medida Alemania. Todos sabemos que Alemania pasó en el siglo XX por varios eventos traumáticos, pero el que ha dejado una huella profunda en la psicología alemana no es su derrota en la I Guerra Mundial, ni en la II Guerra Mundial, sino la gran inflación de 1922-1923. Esa inflación fue para Alemania más traumática que las dos guerras mundiales. Y desde entonces, viven mórbidamente aterrados de la inflación.

Volviendo a la Ilustración... Con la crisis, los gobiernos europeos están reduciendo los gastos en educación e I+D ¿Así se sale de la crisis?

No. Algunos gobiernos piensan que cortar en educación e I+D puede ser la solución. Pero todas las evidencias muestran que invertir en estas áreas reporta beneficios multiplicados por cien. El problema con la investigación es que es muy vulnerable por su propia naturaleza, se realizan cien investigaciones y de esas sólo cinco funcionan y nadie tiene idea de cuáles van a ser. Es muy tramposo hablar de ciertas investigaciones como de un despilfarro del dinero público, porque la investigación funciona precisamente así. En EEUU teníamos un senador por Wisconsin que trataba de hacer carrera buscando las investigaciones más ridículas y denunciando el derroche de dinero público que suponían. Es muy difícil encontrar políticos que tengan altura intelectual, tanto en Europa como en EEUU. En EEUU, un político que sea intelectual tiene que ocultar que lo es. John Kerry, cuando se presentó a presidente, fingía que hablaba mal francés, a pesar de que lo habla perfectamente y de ser francófono, porque sabía que eso le restaba votos. Obama, a quien admiro enormemente y a quien he dado clase, habla increíblemente bien, de manera muy lógica, es un placer escucharle... Pues a los americanos les gusta alguien como Bush o Reagan, un idiota que no diga nada como Donald Trump, el último representante de esa categoría. Y en Europa también noto que no hay políticos inteligentes. Y luego, la gente inteligente no quiere entrar en política. En fin: es muy difícil encontrar a políticos que entiendan lo importante que es invertir en I+D.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Ascenso del fascismo en EE. UU. y Francia

Paul Krugman, "Lo desagradable gana fuerza" El País, 12-XII-2015:

Los partidos de las élites en Europa y Estados Unidos se enfrentan al monstruo que han contribuido a crear.

Vivimos en una época de noticias políticas que, demasiado a menudo, resultan escandalosas pero no sorprendentes. Sin duda, el auge de Donald Trump entra en esa categoría, al igual que el terremoto electoral que ha sacudido Francia durante las elecciones regionales del domingo, en las que el derechista Frente Nacional ha obtenido más votos que cualquiera de los principales partidos mayoritarios.

¿Qué tienen en común estos acontecimientos? En ambos han intervenido figuras políticas que sacan partido del resentimiento de un grupo de votantes xenófobos o racistas que siempre han estado ahí. La buena noticia es que esos votantes son una minoría; la mala es que es una minoría bastante numerosa, a ambos lados del Atlántico. Si se preguntan de dónde sale el apoyo a Trump o a Marine Le Pen, la líder del Frente Nacional, es que no han estado prestando atención.

¿Pero por qué estos votantes se hacen oír tanto ahora? ¿Se han vuelto mucho más numerosos? Puede ser, pero no está claro que sea así. Yo diría que es más importante el modo en que finalmente han fallado las estrategias que las élites siempre han empleado para mantener ocultos a esos votantes iracundos.

Permítanme empezar por lo que pasa en Europa, porque es probable que los lectores estadounidenses estén menos familiarizados con ello y también porque, en cierto modo, es más sencillo que lo que sucede en Estados Unidos.

Mis amigos europeos sin duda dirán que lo simplifico demasiado, pero desde una perspectiva estadounidense, da la impresión de que la clase dirigente europea ha tratado de excluir a la derecha xenófoba no solo del poder político, sino también de cualquier participación en el discurso aceptable. Para ser un político europeo respetable, ya sea de izquierdas o de derechas, uno tiene que aceptar el proyecto europeo que aspira a una unión cada vez más estrecha, a la libertad de movimiento de los ciudadanos, a unas fronteras abiertas y a unas normas armonizadas. Esto no deja ningún margen a los nacionalistas de derechas, a pesar de que el nacionalismo de derechas siempre ha contado con un apoyo popular considerable.

Sin embargo, algo en lo que posiblemente no haya caído la clase dirigente europea es en que su capacidad para definir los límites del discurso se sustenta sobre la percepción de que sabe lo que hace. Incluso los admiradores y defensores del proyecto europeo (como yo) tenemos que admitir que nunca ha contado con un gran apoyo popular ni con mucha legitimidad democrática. Es más bien un proyecto de la élite presentado a los ciudadanos con la afirmación de que no existe alternativa a él, que es el camino sensato.

Y no hay nada como una mala trayectoria económica prolongada —la clase de mala trayectoria propiciada por la austeridad y la obsesión por la restricción crediticia de Europa— para empañar la fama de competente de la élite. Probablemente esa sea la razón por la que un estudio reciente hallaba una relación histórica coherente entre las crisis financieras y el auge del extremismo de derechas. Y la historia se está repitiendo.

Las cosas son bastante distintas en Estados Unidos, porque el Partido Republicano no ha intentado excluir a la clase de gente que vota al Frente Nacional en Francia. Más bien ha intentado utilizarla alimentando su resentimiento con mensajes encubiertos para ganar las elecciones. Esa era la esencia de la "estrategia sureña" de Richard Nixon, y explica por qué el Partido Republicano siempre obtiene la inmensa mayoría de los votos blancos del Sur.

La clase dirigente europea no parece darse cuenta de que el proyecto europeo se sustenta sobre la percepción de que saben lo que hacen.

Pero una buena parte de esta estrategia consiste en dar gato por liebre. Independientemente del mensaje encubierto que se transmita durante la campaña, una vez que está en el poder, el Partido Republicano ha convertido en su principal prioridad la defensa de los intereses de una pequeña y adinerada élite económica, sobre todo mediante grandes rebajas fiscales; una prioridad que se mantiene intacta, como pueden comprobar si analizan los programas fiscales de los candidatos presidenciales del partido para estas elecciones.

Antes o después, esos blancos iracundos que constituyen un gran porcentaje de las bases republicanas, puede que incluso la mayoría, acaban rebelándose, sobre todo porque, ahora mismo, muchos de los dirigentes del partido parecen endogámicos e inalcanzables. Da la impresión, por ejemplo, de que los líderes creen que las bases respaldan los recortes en la Seguridad Social y Medicare, una prioridad de la élite que nada tiene que ver con las razones por las que los blancos de clase trabajadora votan al Partido Republicano.

Entonces aparece Donald Trump, diciendo sin rodeos las cosas que los candidatos del partido intentan ocultar en insinuaciones codificadas y negables, y dando la impresión de que habla en serio. Y se pone a la cabeza de los sondeos. Escandaloso, sí, pero poco sorprendente.

Para que quede claro: al dar estas explicaciones sobre el auge de Trump y Le Pen, no pretendo justificar lo que dicen, que me sigue pareciendo indescriptiblemente desagradable y muy contrario a los valores de dos grandes países democráticos.

Lo que digo, en cambio, es que estas cosas desagradables se han visto potenciada por esa misma clase dirigente que ahora se muestra tan escandalizada por este giro aparentemente repentino de los acontecimientos. En Europa, el problema radica en la arrogancia y la rigidez de una élite que se niega a aprender del fracaso económico; en EE UU, se trata del cinismo de unos republicanos que han sacado partido de los prejuicios para mejorar sus perspectivas electorales. Y ahora ambos se enfrentan a los monstruos que han ayudado a crear.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.

domingo, 4 de octubre de 2015

Krugman: en qué consiste toda política de derechas


Donald Trump ha dado a conocer por fin su programa fiscal. Resulta que se prodigará en rebajar los impuestos a los ricos sin, con ello, disparar el déficit.

Esto contrasta con el programa de Jeb Bush, que se prodigará en rebajar los impuestos a los ricos sin, con ello, disparar el déficit, y con el plan de Marco Rubio, que también se prodigará en rebajar los impuestos a los ricos sin, con ello, disparar el déficit.

Por si sirve de algo, parece que el programa de Trump produciría un agujero en el presupuesto aún mayor que el de Jeb. Jeb justifica su plan afirmando que multiplicaría por dos la tasa de crecimiento de Estados Unidos; por su parte, Trump trumpetea (ejem) que él multiplicaría por tres la tasa de crecimiento. Pero, de verdad, ¿para qué entrar en detalles? Todo es vudú. La pregunta interesante es por qué todos los candidatos republicanos sienten el impulso de tirar por este camino.

Se podría pensar que hay argumentos económicos que justifican la obsesión por rebajar impuestos a los ricos. Es decir, uno podría pensar eso si se hubiese pasado los 20 últimos años en una cueva (o en una fundación republicana). En caso contrario, uno sería consciente de que los entusiastas de las rebajas tributarias tienen una curiosa trayectoria: se han equivocado en todo, año tras año.

Algunos lectores recordarán las previsiones de catástrofe económica, allá por 1993, cuando Bill Clinton subió el tipo máximo del impuesto sobre la renta. Lo que se produjo, de hecho, fue un auge económico prolongado, que superó al de la época de Reagan en todos los aspectos.

Inasequibles al desaliento, esas mismas personas predijeron grandes acontecimientos como consecuencia de las rebajas fiscales de George W. Bush. En cambio, lo que hubo fue una lenta recuperación, seguida de una crisis económica catastrófica.

Más recientemente, los sospechosos habituales volvieron a pronosticar cosas terribles para 2013, cuando los impuestos que paga el 1% de la población con más dinero subieron drásticamente por el vencimiento de algunas de las rebajas fiscales de Bush y por los nuevos impuestos que sirven para pagar la reforma sanitaria. Lo que tuvo lugar, de hecho, fue un crecimiento del empleo a un ritmo que no se había conocido desde la década de 1990.

Luego están las pruebas procedentes de los distintos Estados. Kansas rebajó drásticamente los impuestos, en lo que su gobernador de derechas describió como un "experimento real" de política económica; el crecimiento del estado se ha ido rezagando desde entonces. California tomó el rumbo opuesto, y subió los impuestos; últimamente, ha sido la primera del país en crecimiento del empleo.

Es cierto que existen autoproclamados expertos económicos que afirman haber encontrado pruebas generalizadas de que los tipos impositivos bajos fomentan el crecimiento económico, pero dichos expertos siempre resultan estar a sueldo de los grupos de presión de derechas (y tienen la curiosa costumbre de hacer mal las cuentas). En los estudios independientes acerca de la correlación existente entre los tipos impositivos y el crecimiento económico, por ejemplo los del Servicio de Investigación del Congreso, nunca se ha hallado la más mínima relación. No hay argumentos económicos serios que justifiquen la obsesión por las rebajas tributarias.

Aun así, bajar los impuestos sigue siendo una medida política popular, ¿verdad? Pues no, al menos en lo que respecta a las rebajas de impuestos para los ricos. Según Gallup, solo el 13% de los estadounidenses cree que los individuos con rentas más altas pagan demasiados impuestos, mientras que el 61% cree que pagan demasiado poco. Incluso entre los que se consideran republicanos, el número de los que afirman que los ricos deberían pagar más supera, en una proporción de dos a uno, al de quienes dicen que deberían pagar menos.

De modo que todos los candidatos republicanos a la presidencia se adhieren a una política que, además de haberse probado que es económicamente negativa, es profundamente impopular. ¿Qué está pasando?

Bueno, piensen en la trayectoria de Marco Rubio, que ahora mismo podría ser el candidato republicano con más posibilidades. El año pasado, apoyó un plan de reducción de la presión fiscal ideado por el senador Mike Lee que supuestamente estaba pensado para los pobres y la clase media. En realidad, sus ventajas recaían considerablemente en las rentas más altas; pero, aun así, recibió duras críticas de la derecha por dar demasiado a las familias de a pie, mientras que no reducía lo bastante los impuestos que pagaban los más ricos.

De modo que Rubio volvió con un plan que eliminaba los impuestos sobre los dividendos, las plusvalías y la riqueza heredada, lo que proporcionaba unos enormes ingresos inesperados a los muy ricos. Y, de repente, se empezó a convertir en la comidilla de los donantes republicanos. El nuevo plan sumaría billones de dólares al déficit, por el que los conservadores afirman preocuparse, pero qué más da.

En otras palabras, es sencillo y bastante evidente: los republicanos apoyan las grandes rebajas fiscales para los ricos porque eso es lo que quieren los donantes ricos. No cabe duda de que la mayoría de estos donantes ha logrado convencerse a sí misma de que lo que es bueno para ellos es bueno para Estados Unidos. Pero, en el fondo, se trata de gente rica que apoya a políticos que les harán más ricos. Todo lo demás es pura racionalización.

Por supuesto, una vez que los republicanos elijan a su candidato, un ejército de mercenarios se movilizará para ocultar esta cruda realidad. Oiremos afirmaciones de que, en realidad, se trata de una rebaja fiscal dirigida a la clase media, que será muy beneficiosa para el crecimiento económico, y fíjense, ¡mensajes de correo electrónico! Y dadas las convenciones del periodismo de declaraciones, esta campaña de confusión podría funcionar.

Pero nunca olviden que, en realidad, se trata de una guerra de clases de arriba abajo. Puede parecer simplista, pero así es como funciona el mundo.

Paul Krugman es Premio Nobel de Economía de 2008.

lunes, 13 de julio de 2015

Europa, el usurero de Grecia


Supongamos que consideras a Tsipras un imbécil incompetente. Supongamos que quieres ver a Syriza fuera del poder a toda costa. Supongamos que, incluso, ves con buenos ojos la idea de empujar a esos griegos molestos fuera del euro.

Incluso si todo eso fuera cierto, esta lista de exigencias del Eurogrupo es una locura. La etiqueta de Twitter ThisIsACoup es exactamente correcta. Esto va más allá de la venganza pura, la destrucción completa de la soberanía nacional y la falta de esperanza de alivio. Probablemente pretende ser una oferta que Grecia no pueda aceptar; pero aun así, es una traición grotesca de todo lo que el proyecto europeo se suponía que representa.

¿Puede algo sacar a Europa del borde del abismo? Se dice que Mario Draghi está tratando de volver a introducir un poco de cordura, que Hollande está finalmente retrocediendo un poco frente a la economía de la moralidad alemana que fracasó tan rotundamente en el pasado. Pero gran parte del daño ya está hecho. ¿Quién va a volver a confiar en las buenas intenciones de Alemania después de esto?

En cierto modo, la economía casi se han convertido en secundaria. Pero aun así, seamos claros: lo que hemos aprendido estas últimas semanas es que ser un miembro de la zona euro significa que los acreedores pueden destruir su economía si se sale del redil. Esto no tiene nada que ver con la economía subyacente de la austeridad. Es tan cierto como siempre que la imposición de duras medidas de austeridad y sin alivio de la deuda es una política condenada al fracaso sin importar lo dispuesto que esté el país a aceptar el sufrimiento. Y esto a su vez significa que incluso una capitulación completa de Grecia sería un callejón sin salida.

¿Puede Grecia lograr una salida exitosa? ¿Intentará Alemania bloquear una recuperación? (Lo siento, pero ese es el tipo de cosas que ahora debemos preguntar.)

El proyecto europeo (un proyecto que siempre he alabado y apoyado) simplemente ha sufrido un golpe terrible, tal vez fatal. Y piense lo que piense de Syriza, o Grecia, no fueron los griegos los que lo han dado.

Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía de 2008.

lunes, 22 de junio de 2015

Examen de conciencia de Paul Krugman: aciertos y errores en Economía.

Paul Krugman, "En qué acerté y en qué me equivoqué", El País, 22-VI-2015:

El premio Nobel repasa cuáles de sus pronósticos sobre la crisis se han cumplido y cuáles no en la última década

Hace poco, mientras hacía limpieza de mi despacho en Princeton, me di cuenta de la naturaleza efímera de escribir sobre políticas: una parte deprimentemente grande de mis estanterías estaba llena de 30 años de libros sobre la trascendental década siguiente. Vaya.

Pero, mientras iba añadiendo esos libros a la pila para regalar, me sorprendí a mí mismo en una cierta reflexión autorreferencial ­–y quizá autoindulgente– no sobre la década que se avecina, sino sobre la anterior.

Ya saben, han pasado casi 10 años desde que empecé a escribir sobre la crisis financiera y la Gran Recesión. (Por supuesto, al principio no sabía que, en realidad, estaba escribiendo sobre esas cosas). Todo empezó con mi diagnóstico de una burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, cuyo estallido yo sabía que sería malo, pero no tenía ni idea de que lo sería tanto como lo fue. En todo caso, ha habido un arco bastante coherente, y allí estaba yo reflexionando sobre mis aciertos y mis errores.

El punto de partida, como decía, fue la burbuja inmobiliaria. Ciertamente, no fui el único en dar la voz de alarma en ese frente. El economista Dean Baker, en particular, lanzó advertencias mucho antes y mucho más contundentemente. No obstante, creo que mi primer artículo al respecto aportó valor al poner de relieve la enorme diferencia entre el comportamiento de los precios en los estados en donde la construcción estaba restringida y en los demás.

Observando las medias nacionales se podía afirmar que los precios del sector inmobiliario tenían sentido, pero en cuanto uno separaba el conjunto adecuado de estados y ciudades, se encontraba cara a cara con la locura. Y, en los años siguientes, la bifurcación quedó abrumadoramente confirmada.

 Ese fue el principio. Desde entonces, ¿en qué he acertado y en qué me he equivocado?

Cosas en las que he acertado:

1. La burbuja inmobiliaria

Vale la pena recordar con qué insistencia se negó la burbuja, y cuánta de esa negación fue política; me repitieron un montón de veces que yo solo decía que había una burbuja porque odiaba a Bush.

2. La inflación, o la ausencia de inflación.

He escrito muchas veces sobre esto, pero después de que estallase la burbuja inmobiliaria, fui un firme defensor de la opinión de que las políticas expansionistas de la Reserva Federal no suponían ningún riesgo de inflación. Esto despertó una gran polémica, ya que la derecha estaba totalmente convencida de que la inflación estaba al llegar, y una parte del centro y de la izquierda se sentía, como mínimo, insegura al respecto.

3. Los tipos de interés

En estas condiciones no hay efecto desplazamiento (crowding out). Lo dije enérgicamente desde el principio, y sobre este tema hubo mucho titubeo entre los demócratas, demasiados de los cuales se tragaron el cuento acerca de los peligros del déficit, incluso en una economía deprimida.

4. La austeridad es perjudicial

Un montón de gente que debería haber tenido mejor criterio se creyó la ilusión del hada de la confianza, o al menos aceptó la idea de que los multiplicadores fiscales eran bastante bajos. Yo dije que en la coyuntura actual los multiplicadores serían altos. La investigación se ha puesto al día con este punto de vista y lo ha corroborado.

5. Estímulo insuficiente

Avisé enseguida y repetidamente de que la Ley de Recuperación y Reinversión de Estados Unidos de 2009 se quedaba muy corta, y de que esa insuficiencia tendría consecuencias duraderas. Por desgracia, tenía razón.

6. La devaluación interna es despreciable, tosca y larga

Desde el primer momento sostuve que ajustar los precios relativos dentro de la eurozona sería extremadamente difícil, y que nadie tiene la clase de flexibilidad de precios y salarios que permita que la “devaluación interna” se desarrolle sin sobresaltos. Y que a los países que podían llevar a cabo devaluaciones monetarias, como Islandia, les sería todo mucho más fácil.

7. Obamacare es factible

Es un tema diferente, pero en mi libro de 2007 Conscience of a Liberal [La conciencia de un liberal], defendí, sin originalidad, que un sistema sanitario de mandatos, regulación y subsidios al estilo de la Ley de Atención Sanitaria Asequible, aunque no se pudiese construir de la nada, funcionaría en Estados Unidos. (Yo quería una opción pública, pero esa es otra historia).

Cosas en las que me he equivocado:

1. La magnitud del desastre

Vi una burbuja inmobiliaria, sabía que las consecuencias serían malas, pero no tenía ni idea de lo malas que serían. Ignoraba el incremento de las operaciones bancarias en la sombra y no tuve en cuenta la deuda de los hogares o los desequilibrios dentro de la eurozona.

2. La deflación

Pensé que la deflación al estilo japonés era un riesgo inminente en todas las economías deprimidas. En cambio, ha habido una inflación notablemente persistente, baja pero positiva.

3. La caída del euro

Creo que, en su mayor parte, mi análisis de la economía de la eurozona y de sus problemas fue bastante bueno (no obstante, ver más abajo). Sin embargo, sobreestimé en mucho el riesgo de ruptura porque entendí mal la economía política: no caí en la cuenta de lo dispuestas que estarían las élites europeas a imponer un sufrimiento generalizado en nombre de la permanencia en la unión monetaria. En relación con lo anterior, tampoco me di cuenta de lo fácil que sería manipular una modesta mejora económica y convertirla en un éxito, incluso después de años de horror.

4. Los efectos de la liquidez en la deuda soberana

Por último, siento decir que pasé totalmente por alto la importancia de la liquidez y de la escasez de efectivo para dirigir los precios de los bonos en la eurozona. Hasta que el economista Paul DeGrauwe no intervino, no fui consciente de la enorme diferencia que supondría para Europa que el Banco Central Europeo cumpliese su función de prestamista de último recurso. De hecho, si el euro sobrevive, se debería atribuir a a DeGrauwe –y a ese tal Mario Draghi, que ha puesto en práctica sus ideas como presidente del Banco Central Europeo–gran parte del mérito.

Probablemente me haya dejado algunas cosas, aunque pienso que es interesante cuántos de mis detractores sienten la necesidad de atacar mi historial inventando pronósticos y afirmaciones que nunca he hecho. Aunque no cabe duda de que he cometido errores, creo que, en general, he acertado, sobre todo porque nunca he dejado que las preocupaciones de moda me aparten de la macroeconomía básica y he intentado en todo momento aplicar las lecciones de la historia.

Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía de 2008.

sábado, 20 de junio de 2015

Procedimientos neoconservadores para engañar al pueblo en cuestiones económicas

Paul Krugman, "Vudú al estilo de ¡Jeb! Bush"  El País, 20 JUN 2015 

Nada hace pensar que los Republicanos tienen la fórmula mágica del crecimiento económico.

El lunes, Jeb Bush —o supongo que debería decir “¡Jeb!”, ya que parece haber decidido sustituir su apellido por un signo de exclamación— por fin presentó oficialmente su campaña para la presidencia y nos ofreció un primer atisbo de sus objetivos políticos. Primero, dice que si resultase elegido, duplicaría la tasa de crecimiento económico de Estados Unidos, hasta el 4%. Segundo, haría posible que todos los estadounidenses perdiesen tanto peso como quisieran, sin necesidad de hacer dieta ni ejercicio.

Vale, esa segunda promesa no la hizo, es cierto. Pero podría haberla hecho perfectamente. Habría sido tan realista como prometer un crecimiento de 4%, y bastante menos irresponsable.

Hablaré de la Jeb!conomía en un momento, pero primero dejen que les cuente un secretito económico; concretamente, que no sabemos mucho acerca de cómo elevar a largo plazo la tasa de crecimiento económico. Los economistas saben cómo propiciar la recuperación de las crisis temporales, aunque los políticos suelan negarse a seguir sus consejos. Pero una vez que la economía se acerca al pleno empleo, que siga creciendo depende de que aumente la productividad por trabajador. Y aunque hay cosas que podrían contribuir a ello, la verdad es que nadie sabe cómo conjurar un incremento rápido de la productividad.

¿Por qué, entonces, se imagina Bush que conoce secretos que se les escapan a todos los demás?

Una posible respuesta, que resulta de hecho un tanto cómica, es que cree que el crecimiento de la economía de Florida durante su mandato como gobernador sirve de ejemplo para el país entero. ¿Y dónde está la gracia de eso? En que todo el mundo excepto Bush sabe que, durante esos años, el auge económico de Florida se debió a la madre de todas las burbujas inmobiliarias. Cuando la burbuja reventó, el Estado se sumió en una profunda crisis, mucho peor que la del conjunto del país. Si sumamos el auge y la crisis, la trayectoria económica de Florida a largo plazo ha sido, en todo caso, algo peor que la de la media nacional.

Por tanto, la clave del historial de éxito de Bush radica en una buena elección del momento oportuno político: se las arregló para dejar el cargo antes de que la naturaleza insostenible del auge que ahora invoca se volviese evidente.

Pero las promesas económicas de Bush reflejan algo más que su voluntad de darse más importancia de la que tiene. También reflejan la costumbre que tiene su partido de presumir de su capacidad para propiciar un crecimiento económico rápido, aunque no haya prueba alguna que justifique esos alardes. Es como si unos cuantos hombres relativamente bajos tuviesen la costumbre de andar por ahí pavoneándose y diciéndole a todo el que se encuentran que miden 1,88 metros.

Para ser más concreto, la próxima vez que se topen con un conservador hablando de crecimiento, tal vez les apetezca responder con la siguiente lista de nombres y números: Bill Clinton, 3,7%; Ronald Reagan, 3,4%; Barack Obama, 2,1%; George H.W. Bush, 2,0%; George W. Bush, 1,6%. Sí, son los últimos cinco presidentes, y la tasa media de crecimiento de la economía estadounidense durante sus respectivos mandatos (en el caso de Obama, durante mandato hasta la fecha). Evidentemente, las cifras sin más no cuentan toda la historia, pero seguro que no hay nada en esa lista que indique que los conservadores poseen una especie de cura milagrosa para el crecimiento lento. Y, como muchos han señalado, si ¡Jeb! conoce el secreto del crecimiento del 4%, ¿por qué no se lo contó a su padre ni a su hermano?

O piensen en la experiencia de Kansas, donde el gobernador Sam Brownback sacó adelante unas rebajas fiscales que supuestamente iban a impulsar un rápido crecimiento económico. “Ya veremos como funciona. Haremos un experimento en directo”, declaró. Y ahora estamos viendo los resultados de ese experimento: el auge prometido nunca se materializó, los grandes déficits sí lo hicieron y, a pesar de los radicales recortes del gasto en educación y otros servicios públicos, al final Kansas tuvo que volver a subir los impuestos (y los que más sufrieron fueron los residentes con pocos ingresos).

¿Por qué, entonces, presumen tanto de crecimiento? Seguramente, la respuesta resumida sea que se trata, fundamentalmente, de encontrar el modo de vender las rebajas fiscales a los ricos. Estas rebajas son impopulares por sí solas, y todavía más si, como las reducciones tributarias que aplicó Kansas a las empresas y los ricos, deben sufragarse con subidas de impuestos a las familias trabajadoras y recortes en programas públicos que sí tienen aceptación. No obstante, las rebajas fiscales a los ricos son una prioridad política absoluta para la derecha; y las promesas sobre los milagros del crecimiento permiten a los conservadores afirmar que todo el mundo se beneficiará de las repercusiones positivas y hasta es posible que las reducciones tributarias se paguen por sí solas.

Naturalmente, existe una forma de referirse al hecho de basar un programa nacional en esta clase de vana ilusión que busca el beneficio propio (y el de los plutócratas). Allá por 1980, George H. W. Bush, que competía con Reagan por la candidatura republicana a la presidencia, lo llamó “política económica vudú”. Y aunque la reaganolatría sea ahora obligatoria en el Partido Republicano, lo cierto es que tenía razón.

Por tanto, ¿qué dice del estado del partido el hecho de que el hijo de Bush —descrito a menudo como el miembro moderado y razonable de la familia— haya decidido convertirse a sí mismo en sumo sacerdote de la economía vudú? Nada bueno.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008.

sábado, 30 de mayo de 2015

Paul Krugman habla sobre España

Paul Krugman, "La antiausteridad llega a España", en El País, 29-V-2015:

El Nobel señala que aunque "los Europeos Muy Serios" ponen de ejemplo a España, los españoles no lo comparten.

Acabamos de tener otro terremoto electoral en la eurozona: los candidatos respaldados por Podemos, partido contrario a la austeridad, han ganado las elecciones municipales en Madrid y Barcelona. Y espero que las IFKAT —iniciales en inglés de las “instituciones antes conocidas como troika”— estén prestando atención.

La esencia de la situación actual de Grecia es que los parámetros de un pacto a corto plazo son claros e inevitables: Grecia no puede tener un déficit presupuestario primario, porque nadie va a prestar dinero al país. Y no tendrá (ni básicamente puede tener) un gran superávit primario, por la sencilla razón de que no se le pueden pedir más peras a ese olmo. Así que cualquiera pensaría que sería fácil llegar a un acuerdo para que Grecia tenga un pequeño superávit primario durante los próximos años. Eso es lo que va a pasar, así que, ¿por qué no hacerlo oficial?

Pero ahora el Fondo Monetario Internacional ha empezado a hacer de poli malo y ha declarado que no puede liberar los fondos hasta que el partido griego Syriza acate la disciplina de la reforma de las pensiones y el mercado laboral. Los fundamentos económicos de esta segunda reforma no están claros; la propia investigación del FMI no muestra un gran entusiasmo por las reformas estructurales, especialmente la del mercado laboral. La primera probablemente represente el reconocimiento de un problema real —es poco probable que Grecia sea capaz de ofrecer a sus pensionistas lo que les ha prometido— pero ¿por qué debería este problema estar por encima de la cuestión general del superávit primario?

Yo instaría a todo el mundo a preguntarse qué pasaría si Grecia, de hecho, se viese obligada a salir de la eurozona. (Sí, lo llaman Grexit [salida de Grecia]; una palabra fea, pero seguimos usándola).

Seguramente, sería una situación dura para Grecia, al menos al principio. Ahora mismo, los principales países del euro creen que el resto de la eurozona puede afrontar la salida de Grecia, lo que tal vez sea cierto. Pero tengan presente que el supuesto cortafuegos de protección del Banco Central Europeo nunca se ha puesto a prueba en la práctica. Si los mercados pierden la fe y llega la hora de que el BCE compre bonos españoles o italianos ¿lo hará de verdad?

Pero la gran incógnita es lo que sucederá un año o dos después de la salida de Grecia, cuando el verdadero peligro para el euro no sea que Grecia fracase, sino que triunfe. Imagínense que un nuevo dracma enormemente devaluado llenase las costas del mar Jónico de bebedores de cerveza británicos, y Grecia empezara a recuperarse. Esto espolearía a quienes cuestionan la austeridad y la devaluación interna en los demás países.

Hace solo unos días, los Europeos Muy Serios ponían a España como ejemplo de enorme éxito, una reivindicación de todo el programa de austeridad. Pero, evidentemente, el pueblo español no está de acuerdo. Y si las fuerzas anti-sistema cuentan con una Grecia recuperada a la que señalar, el desprestigio del sistema se acelerará.

Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.

domingo, 22 de marzo de 2015

Cómo engañar con un presupuesto (modalidad norteamericana)

Paul Krugman "Un fraude billonario", El País, 22-III-2015:

Las mentiras de los republicanos con el presupuesto deberían seguir indignándonos

Ya es una tradición del Partido Republicano: una vez al año, el partido elabora un presupuesto que, según dice, sirve para reducir drásticamente el déficit, pero que resulta contener un "asterisco mágico" de un billón de dólares; una frase que promete grandes recortes del gasto o aumentos de los ingresos, pero sin explicar de dónde se supone que va a salir el dinero.

Pero los presupuestos que acaban de publicar las mayorías de la Cámara de Representantes y el Senado abren nuevos caminos. Cada uno de ellos contiene, no uno, sino dos asteriscos mágicos billonarios: uno de gastos y otro de ingresos. Y, de hecho, este cálculo se queda corto. Si cualquiera de los presupuestos se convirtiera en ley, la deuda del Gobierno federal aumentaría varios billones de dólares más de lo que afirman, y esto solo durante la primera década.

Uno podría sentirse tentado a hacer caso omiso de esto, dado que esos presupuestos no van a convertirse en ley en la práctica. O podría decir que todos los políticos hacen cosas así. Pero no es cierto. La falta de honradez fiscal del Partido Republicano es algo nuevo en la política estadounidense. Y esto nos dice algo importante sobre lo que le ha sucedido a la mitad de nuestro espectro político.

Pero volvamos a los presupuestos: ambos piden reducciones drásticas del gasto federal. Y se concretan algunas de esas reducciones del gasto: habría recortes despiadados en los cupones para alimentos, recortes más o menos igual de despiadados en Medicaid que contrarrestarían con creces su reciente ampliación y se acabaría con las subvenciones para seguros sanitarios que contempla el Obamacare. Un cálculo aproximado indica que cada plan ente duplicaría el número de estadounidenses sin seguro sanitario. Pero ambos reclaman también más de un billón de dólares en recortes adicionales del gasto obligatorio, cantidad que casi con seguridad tendría que venir de Medicaid o la Seguridad Social. ¿Qué forma adoptarían estos recortes adicionales? No nos dan ninguna pista.

Mientras tanto, ambos presupuestos piden que se revoque la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible, incluidos los impuestos que sirven para subvencionar los seguros. Esos ingresos ascienden a un billón de dólares. Pero los dos presupuestos afirman no tener ningún efecto sobre los ingresos tributarios; se supone que el Gobierno federal tiene que compensar de algún modo el dinero no ingresado por el Obamacare. ¿Cómo exactamente? Una vez más, no se nos da ninguna pista.

Y hay más: los presupuestos también piden que se reduzca considerablemente el gasto destinado a otros programas. ¿Cómo se pondrán estos en práctica? Ya saben la respuesta.

Es muy importante darse cuenta de que este no es un comportamiento político normal. El Gobierno de George W. Bush no se quedaba atrás a la hora de presentar los planes tributarios de forma engañosa, pero nunca fue tan descarado. Y el Gobierno de Obama ha sido extraordinariamente escrupuloso en sus dictámenes fiscales.

Sí, ya estoy oyendo las risas, pero es la pura verdad. ¿Recuerdan todas las mofas que hubo sobre las previsiones de gasto de la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible? El gasto real se está quedando muy por debajo de lo esperado y la Oficina Presupuestaria del Congreso ha reducido un 20% su previsión para la próxima década. ¿Se acuerdan de las burlas que hubo cuando el presidente Obama declaró que reduciría el déficit a la mitad antes de que acabara su primer mandato? Bueno, la escasa actividad económica retrasó las cosas, pero solo un año. El déficit de 2013 fue menos de la mitad que el de 2009, y ha seguido bajando.

De modo que no, la falsedad fiscal no es la norma histórica ni es propia del bipartidismo. Es un rasgo republicano moderno. Y la pregunta que debemos plantearnos es por qué.

La respuesta que a veces oímos es que, en el fondo, los republicanos piensan que el hecho de reducir la presión fiscal sobre los ricos se traduciría en una enorme expansión y en un aumento de los ingresos, pero les preocupa que la ciudadanía no considere creíble este argumento. Así que los asteriscos mágicos son en realidad un sustituto de su fe en la magia de la economía de oferta, fe que permanece intacta aunque los defensores de dicha doctrina lleven décadas equivocándose en todo.

Pero yo me inclino por una explicación más cínica. Piensen en lo que harían estos presupuestos si no prestásemos atención a los misteriosos billones de dólares en recortes del gasto y aumentos de los ingresos que no se explican. Lo que tendríamos serían unas enormes transferencias de ingresos de los pobres y la clase trabajadora, que verían tremendamente recortadas sus prestaciones, a los ricos, que disfrutarían de una gran reducción de la presión fiscal. Y la forma más sencilla de entender estos presupuestos seguramente consista en suponer que están pensados para hacer lo que, de hecho, harían en realidad: enriquecer más a los ricos y empobrecer más a las familias corrientes.

Pero, por supuesto, este no es un rumbo político que los ciudadanos respaldarían si se lo explicasen claramente. Así que hay que vender los presupuestos como si fueran un valiente esfuerzo por suprimir el déficit y pagar lo que se debe (para lo cual, deben contemplar un ahorro inexplicable de billones de dólares).

¿Significa esto que todos esos políticos que pronuncian discursos sobre lo malos que son los déficits presupuestarios, y que dicen estar decididos a acabar con la plaga de la deuda, nunca han sido sinceros? Sí, así es.

Miren, sé que es difícil mantener viva la indignación tras tantos años de fraudulencia fiscal. Pero, por favor, inténtenlo. Nos encontramos ante una estafa enorme y destructiva, y deberíamos estar muy, muy enfadados. 

Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008.

© The New York Times Company, 2015.

Traducción de News Clips.