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martes, 19 de diciembre de 2023

A quien corresponda, de Adrian Mitchell

Hay muy pocos poetas que se extiendan a defender la faceta buena del ser humano. Adrian Mitchell es uno, por ejemplo, por su famoso poema pacifista "A quien corresponda" que denuncia la Guerra de Vietnam. Buscó con su trabajo contrarrestar las implicaciones de su afirmación: "La mayor parte de la gente ignora a la poesía, porque la mayor parte de la poesía ignora a la gente". Podría permitirme el lujo de sustituir silver, "plata" por "argencia", pero la traducción más ajustada sería "papel de plata", y la más poética "plata de papel".


A QUIEN CORRESPONDA 


Un día fui atropellado por la verdad,

y desde tal accidente he marchado por ese camino.

Así que escayólese las piernas:

dígame mentiras sobre Vietnam.


Escuché cómo el despertador gritaba de dolor,

y no logré despertarme: volví a dormir de nuevo.

Así que obstruya mis oídos con plata de papel

y pegue escayola a mis piernas.

Cuénteme mentiras sobre Vietnam.


Cada vez que cierro los ojos, lo único que veo son llamas.

Hice una guía telefónica de mármol y tallé todos los nombres.

Así que tápeme los ojos con mantequilla.

Obstruya mis oídos con plata de papel.

Métame las piernas en escayola.

Cuénteme mentiras sobre Vietnam.


Huelo algo quemado; espero solo sea mi cerebro.

Nada más están tirando balas de menta y alambradas margaritas.

Así que lléneme la nariz de ajo,

tápeme los ojos con mantequilla,

obstruya mis oídos con plata de papel,

pégueme las piernas con escayola,

cuénteme mentiras sobre Vietnam.


¿Dónde estaba usted en el momento del crimen?

Abajo, junto al cenotafio, bebiendo vómito.

Así que encadene mi lengua con whisky,

relléneme la nariz de ajo,

tape mis ojos con mantequilla,

obstrúyame los oídos con plata de papel,

pegue mis piernas con yeso,

cuénteme mentiras sobre Vietnam.


Pones tus bombarderos, extraes tu conciencia,

tomas al ser humano y lo retuerces todo;

así que frótame la piel con mujeres,

encadena mi lengua con el whisky,

rellena mi nariz con ajo,

tapa mis ojos con mantequilla,

obstruye mis oídos a golpe de platina,

enyesadas mis piernas.

Dime mentiras, dime mentiras sobre Afganistán.

Dime mentiras sobre Israel.

Cuéntame mentiras sobre el Congo.

Dime, dime mentiras, señor Bush.

Dime mentiras, Sr. B-B-Blair, Brown, Blair-Brown.

Cuénteme mentiras sobre Vietnam.


De Adrian Mitchell, Out Loud, Londres: Cape Goliard, 1968.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Rafael Cadenas, Derrota (1963)

 Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que perdí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo que creí

que mi padre era eterno

que he sido humillado por profesores de literatura

que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada

que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida

que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo

que tengo vergüenza por actos que no he cometido

que poco me ha faltado para echar a correr por la calle

que he perdido un centro que nunca tuve

que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo

que no encontraré nunca quien me soporte

que fui preterido en aras de personas más miserables que yo

que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición

que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)

que nunca podré viajar a la India

que he recibido favores sin dar nada en cambio

que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma

que me dejo llevar por los otros

que no tengo personalidad ni quiero tenerla

que todo el día tapo mi rebelión

que no me he ido a las guerrillas

que no he hecho nada por mi pueblo

que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable

que no puedo salir de mi prisión

que he sido dado de baja en todas partes por inútil

que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno

que me niego a reconocer los hechos

que siempre babeo sobre mi historia

que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento

que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo

que no lloro cuando siento deseos de hacerlo

que llego tarde a todo

que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas

que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable

que no soy lo que soy ni lo que no soy

que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras

que he vivido quince años en el mismo círculo

que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado

que nunca usaré corbata

que no encuentro mi cuerpo

que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi

flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano

me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.

sábado, 31 de julio de 2021

Rafael Amor, No me llames extranjero

Rafael Amor, No me llames extranjero


No me llames extranjero,

porque haya nacido lejos,

o porque tenga otro nombre

la tierra de donde vengo.


No me llames extranjero,

porque fue distinto el seno

o porque acunó mi infancia

otro idioma de los cuentos.


No me llames extranjero

si en el amor de una madre,

tuvimos la misma luz

en el canto y en el beso,

con que nos sueñan iguales

las madres contra su pecho.


No me llames extranjero,

ni pienses de dónde vengo,

mejor saber dónde vamos,

a dónde nos lleva el tiempo.


No me llames extranjero,

porque tu pan y tu fuego,

calman mi hambre y mi frío,

y me cobija tu techo.


No me llames extranjero,

tu trigo es como mi trigo,

tu mano como la mía,

tu fuego como mi fuego

y el hambre no avisa nunca,

vive cambiando de dueño.


No me llamas extranjero

porque me trajo un camino,

porque nací en otro pueblo,

porque conozco otros mares

y un día zarpé de otro puerto,

si siempre quedan iguales

en el adiós los pañuelos

y las pupilas borrosas

de los que dejamos lejos.

Los amigos que nos nombran

y son iguales los rezos

y el amor de la que sueña

con el día del regreso.


No me llames extranjero,

traemos el mismo grito,

el mismo cansancio viejo

que viene arrastrando el hombre

desde el fondo de los tiempos,

cuando no existían fronteras,

antes que vinieran ellos,

los que dividen y matan,

los que roban, los que mienten

los que venden nuestros sueños,

ellos son los que inventaron

esta palabra, extranjero.


No me llames extranjero

que es una palabra triste,

que es una palabra helada

huele a olvido y a destierro.


No me llames extranjero

mira tu niño y el mío

como corren de la mano

hasta el final del sendero.


No los llames extranjeros,

ellos no saben de idiomas

de límites ni banderas,

míralos se van al cielo

con una risa paloma

que los reúne en el vuelo.


No me llames extranjero,

piensa en tu hermano y el mío,

el cuerpo lleno de balas

besando de muerte el suelo.


Ellos, no eran extranjeros,

se conocían de siempre

por la libertad eterna

e igual de libres murieron.


No me llames extranjero,

mírame bien a los ojos,

mucho más allá del odio,

del egoísmo y del miedo,

y verás que soy un hombre,

no puedo ser extranjero.

No me llames extranjero.


sábado, 23 de enero de 2021

De Lou Reed, Sucia avenida / Dirty boulevard

Lou Reed, Sucia avenida.


"Dame tu hambre, tu cansancio o tu pobreza,

que me los pase por el culo",

es lo que dice la estatua de la Intolerancia.

"Tus pobres masas hacinadas" son apaleadas hasta morir

o terminan atontadas recorriendo la sucia avenida.


Pedro vive en las afueras del hotel Whilsire;

mira por una ventana sin cristal.

Las paredes son de cartón,

hojas de periódico el suelo.

Su padre lo golpea por estar cansado para mendigar.

Pedro tiene nueve hermanos y hermanas

que han crecido sometidos

(es difícil salir corriendo 

cuando te golpean con una percha en el culo).

Pedro sueña con crecer y matar al padre.

Pero hay una pequeña esperanza

y se marcha a recorrer la sucia avenida.


miércoles, 10 de junio de 2020

Enigmas, de Iliya abu Madi

Elia o Iliya abu Madi (1889-poeta libanés


ENIGMAS ("Al Talasim", en Los arroyos, 1927).

Traducción de Nayib Abumalham y Monstserrat Abumalham Mas. He modificado levemente la puntuación y sustituido algunas palabras, muy pocas, por sinónimos más adecuados.

I

He venido, no sé de dónde, pero he venido.
ante mí vi un camino y caminé
y seguiré caminando quiera o no.
¿Cómo vine, cómo veo mi camino?

No sé.

¿Soy nuevo o antiguo en esta existencia,
soy libre y emancipado, o un preso encadenado?
¿Soy yo el que conduce mi vida o soy conducido?
Tengo la esperanza de saberlo, pero...

No sé.

Mi camino... ¿cuál es mi camino? ¿Es largo o corto?
¿Por él asciendo o me precipito y me hundo?
¿Camino yo por el sendero o el sendero se desliza,
o estamos parados ambos y el destino es el que corre?

No sé.

¡Ay de mí! Cuando yo estaba en un mundo escondido y seguro,
¿me veíais como si supiera -mientras estaba enterrado- 
que un día aparecería y sería,
o tal vez parecía como si nada supiera?

No sé.


¿Antes de ser hombre,
fui siquiera la nada, un absurdo o fui algo?
¿Tiene solución este enigma?  ¿Perdurará siempre?
No sé. ¿Y por qué no sé?

No sé.

II

El mar

Un día pregunté al mar: ¿Mar, soy yo de ti?
¿Es cierto lo que algunos cuentan de ti y de mí,
o te parece que pretenden calumnia, mentira y falsedad?
Sus olas se rieron de mí y dijo:

"No sé".

Mar, ¿sabes cuántos milenios han pasado sobre ti?
¿Sabes, tal vez, la playa que yace junto a ti?
¿Saben los ríos que de ti salen y a ti vuelven
qué dijeron las olas al revolcarse?

No sé.

Eres un prisionero, Mar; ¡cuán grande es tu prisión!
Y como yo, oh poderoso, no eres dueño de ti;
mucho se asemejan tu estado y el mío, tus excusas y mis excusas.
Cuando escape de mi prisión, ¿te liberarás tú también?...

No sé.

Envías las nubes que riegan nuestra tierra y los árboles.
Te devoramos y decimos comer frutos.
Te bebemos y decimos beber lluvia.
Cuando lo decimos ¿acertamos o erramos?

No sé.

Pregunté a las nubes del espacio si recordaban tus arenas,
al árbol frondoso si sabía de tus favores,
si las perlas en los cuellos recordaban que de ti venían;
tal vez me lo imaginé; pero dijeron:

"No sé".

Mientras danza la ola, en tu abismo hay una guerra sin fin.
Crías pececillos junto a monstruos depredadores;
en tu seno conviven muerte y hermosa vida.
¡Ay de mí! ¿Eres cuna o sepultura?

No sé.

¡Cuántas jóvenes como Layla y mancebos como Ibn al-Mulawwah
dejaron sus horas en tu playa! Ella sus lamentos, él sus explicaciones.
Si él hablaba, ella lo atendía. Si ella decía, él cantaba.
¿El rumor de las olas es un secreto que ambos perdieron?

No sé.

¡Cuántos reyes, en tu entorno, levantaron cúpulas
y, al llegar la mañana, no quedaba sino niebla!
¿Regresarán, mar, algún día, o no tienen ya retorno?
¿Quizá están en la arena? La arena dijo: "Sin duda yo...

No sé".

En ti, como en mí, oh poderoso, hay conchas y arena,
pero tú no tienes sombra y yo dejo sombra sobre la tierra,
tú tampoco tienes seso, mar, y yo tengo inteligencia,
¿por qué, escucha, yo paso mientras tú permaneces?...

No sé.

Libro del destino, dime: ¿tiene él un antes y un después?
¿Soy yo una barca, en tanto fluye él sin límites?
¿No tengo yo objetivo, aunque el destino, en mi caminar, tenga sus metas?
Ojalá supiera; pero, ¿cómo saber?

No sé.

En mi pecho, mar, hay secretos maravillosos
a los que cubrió un velo. Yo mismo soy ese velo,
y cuanto más me acerco, más lejos están.
Me miro, y cuando ya casi lo averiguo...

No sé.

Yo, mar, también soy un mar, cuyas costas son tus costas,
entre el mañana ignorado y el ayer; y ambos te abarcan.
Ambos somos una gota, mar, de este y aquel.
Pero no me preguntes qué es el mañana o qué es el ayer, yo...

No sé.

III

El convento

Me dijeron: en el convento están los que alcanzaron el secreto de la vida;
pero yo no encontré allí más que mentes petrificadas
y corazones de los que se borró la esperanza: un despojo.
¿Soy el que está ciego o lo están los demás?

No sé

Se dijo: "Sé que los dueños de los secretos viven en celdas."
Dije: "Si verdad dice quien dice, es un secreto a voces".
¡Sorprendente! ¿Cómo pueden ojos velados ver el Sol,
mientras ojos sin velos no lo ven?

No sé.

Si el apartamiento es ascetismo y virtud, el lobo es monje,
y la guarida del león es un convento digno de veneración.
¡Ay de mí! ¿Ese apartamiento mata o da vida a las virtudes?
¿Podrá borrar un pecado, si él mismo lo es?

No sé.

Vi en el convento rosas entre espinas
conformarse con agua salobre, tras probar el fresco rocío.
A su alrededor hay luz de vida, pero se contentan con la oscuridad.
¿Es sensato matar el corazón a fuerza de conformidad?

No sé.

Como un alegre amanecer, entré al convento una mañana;
y como noche cerrada lo abandoné al atardecer.
En mi alma había una pena, y luego fueron más.
¿Del convento o de la noche procede mi dolor?

No sé.

Entré al convento a preguntar a los ascetas,
pero ellos, como yo, estaban estancados por la duda,
la indiferencia los dominaba y a ella se entregaban;
sobre la puerta estaba escrito:

No sé.

Es sorprendente: el místico asceta, ser inteligente,
abandona el mundo y, con él, todas las bellezas del Creador,
para buscarlo en un lugar desierto.
¿Ha visto en el desierto agua o un espejismo?

No sé. 

¡Cuánto polemizas, asceta, acerca de la absoluta verdad!
Si Dios hubiera querido que no ansiaras las cosas buenas
te habría construido sin seso y sin espíritu.
Lo que haces es, pues, pecado... Dijo: "Realmente yo...

No sé".

¡Tú que huyes! Es vergonzosa tu huida.
Nada bueno hay en lo que haces, ni siquiera para el desierto.
Eres un criminal ¡y qué criminal! Un asesino sin causa.
¿Puede Dios tener clemencia y perdonar algo así?

No sé.

IV

Entre tumbas

Me dije, estando entre tumbas,
¿se puede ver paz y sosiego si no es entre las fosas?
Mi alma apuntó: "Los gusanos tienen donde roer en las cuencas de los ojos".
Luego añadió: "A ti que preguntas, de verdad yo...

No sé".

Mira como todo se iguala en este lugar;
se confunden los restos del esclavo con los del rey,
aquí se aúnan el enamorado y el que odia,
¿no es esta la más completa igualdad? Y mi alma dijo...

"No sé".

Si la muerte es castigo, ¿cuál es la culpa de la pureza?
Si se trata de una recompensa, ¿cuál el mérito de la lujuria?
Y si no es ganancia ni pérdida,
¿a qué vienen esos nombres de "pecado" o "virtud"?

No sé.

¡Tumba, habla! ¡Contadme, despojos!
¿Acabó la muerte con los sueños? ¿Ha muerto el amor?
¿Quién lleva muerto un año y quién un millón,
o es que el tiempo en las tumbas se convierte en nebulosa?

No sé.

Si es la muerte un sueño, al que sigue largo despertar,
¿por qué no continúa esta hermosa vigilia nuestra?
¿Y por qué el hombre no sabe cuál es el momento de partir
y cuándo se desvela el secreto y conoce?

No sé.

Si la muerte es un dormir que colma el alma de paz;
si es libertad, no prisión; si es comienzo, no final,
¿por qué prefiero el sueño y no ansío morir
y por qué los espíritus sienten de ella temor?

No sé.

¿Tras la tumba, después de la muerte, hay resurrección,
vida y eternidad, o acabamiento y desaparición?
¿Son ciertas las palabras de la gente o son falsas?
¿Es verdad que algunos saben?...

No sé.

Si tras la muerte resucito en cuerpo y alma
¿te parece que resucitaré en parte o entero?
¿Crees que resucitaré como un niño, o lo haré como un hombre?
¿Me reconoceré, tras la muerte, a mí mismo?

No sé.

Amigo mío, ¡no me des esperanzas de rasgar el velo!
Después del tránsito, mi entendimiento no se ocupará de lo externo.
Si hoy, que comprendo, no sé cuál es mi destino,
¿cómo sabré, después de muerto, cuál es mi camino?

No sé.

V

El palacio y la choza

Vi un alto palacio de elevadas cúpulas
y dije: "Quien te construyó, lo hizo para que acabaras en ruina.
¿Tú eras parte de él, pero no sabes cómo desapareció
y él tampoco sabe qué encierras o lo sabe?"

No sé.

¡Proyecto! Eras una quimera antes de que te diseñaran tus constructores,
eras solo una idea en un cerebro al que cubrieron las sombras,
eras el deseo de un corazón al que devoraron los insectos,
tú eras el arquitecto que te trazó, o no, no...

No sé.

¡Cuántos palacios imaginó su constructor para durar y permanecer
plantados como cimas de montes, excelsos como las estrellas!
Pero el tiempo arrastró su cola sobre ellos y ahora son solo rastros,
¿por qué construimos, y por qué construimos para que se destruya?

No sé.

Nada hay en el palacio que no se halle en una humilde choza,
aquí y allá, soy un esclavo entre la duda y la certeza
y prisionero para siempre de ambas: la noche y la clara mañana.
¿Soy yo en el palacio o en la choza más refinado?

No sé.

Ni en la choza ni en el palacio de mí puedo huir.
Imploro y temo, me compadezco y me enojo,
ya sea mi ropa de seda dorada o de cáñamo.
Y, ¿para qué quiere ropas el desnudo?

No sé.

Pregunta a la aurora. ¿Tiene la aurora barro y mármol?
Pregunta al palacio. ¿No lo ocultan, como a la choza, las tinieblas?
Pregunta a las estrellas, al viento, al llanto de las nubes:
¿Veis las cosas como yo las veo...?

No sé.

VI

El pensamiento

Tal vez un pensamiento cruzó el umbral de mi alma con claridad,
y yo lo creí mío. Pero apenas se asentó, desapareció
como un fantasma se refleja en un pozo un instante y, luego, desaparece.
¿Cómo vino y por qué huyó de mí?

No sé.

¿Lo has visto acaso navegar sobre la tierra de un alma a otra?
¿Algo lo apartó de mí y no quiso quedarse
o, tal vez, lo has visto  pasar por mi alma como yo atravieso un puente?
¿Es posible que antes que la mía otra alma lo viera?

No sé.

¿Lo has visto, como un relámpago, brillar un instante y desaparecer?
¿Tal vez lo viste como un ave enjaulada, que, al fin, echa a volar,
o lo viste como una ola que se inclina hacia mi alma y se hunde?
Tal vez yo lo ande buscando y esté en mi interior,

No sé.

VII

Duelo y combate

Doy fe de que en mi interior hay un duelo y un combate.
Como un demonio me veo a veces y otras como a un ángel.
¿Soy acaso dos personas, y esta se niega a unirse a aquella,
o te parece que me equivoco en lo que veo?

No sé.

Mientras mi corazón conversa al amanecer es como una fronda,
y en él hay flores, aves canoras y arroyos.
Cuando llega el atardecer, se vuelve inhóspito y seco como el páramo.
¿Cómo se mudó mi corazón de vergel en desierto?

No sé.

¿Donde fueron mi risa y mi llanto de niño,
dónde mi ignorancia y mi reposo de mozo ingenuo,
dónde fueron mis sueños, que caminaban conmigo?
Todo ello se perdió, pero ¿dónde se perdió?

No sé. 

Tengo fe. Pero no son mi fe y mi virtud como las que tenía.
Lloro, pero no como solía.
También a veces me río, pero ¿qué clase de risa es esa?
¡Ay de mi vida! ¿Qué lo mudó todo?

No sé

Cada día tengo una ocupación, a cada instante unos sentimientos.
¿Soy el yo que era hace noches y meses
o, al ponerse el Sol, soy otro que a su salida?
Cada vez que pregunto a mi alma, me contesta:

"No sé".

Siempre que tuve algo lo desprecié
y, cuando lo perdí, lo deseé.
¿Qué me lo hizo amable, qué odioso?
¿Soy yo la misma persona que se apartó de ello?

No sé.

Tal vez hubo alguien con quien viví, por un tiempo, en alegría y diversión,
o un lugar que fue para mí, con el paso del tiempo, entretenimiento y placer.
Desde lejos, me hace señas y me parece más agradable y más nítido que de cerca,
pero ¿cómo permanece la imagen de algo ya desaparecido?

No sé.

Tal vez se trate de un huerto cuyos árboles defendí toda mi vida,
impidiendo que nadie cortara una flor de él.
Las aves llegaron al amanecer y picotearon sus frutos,
¿es de las aves del cielo el huerto o mío?

No sé.

Tal vez lo que es malo para Zayd sea bello para Bakr,
y ambos disputan, mientras para Amr es una quimera.
¿Quién tiene razón en lo que pretende, ¡ay de mí!
y por qué no hay medida para la belleza?

No sé.

He visto que la belleza se olvida, al igual que los defectos,
y el orto se desea igual que se desea el ocaso
y el mal y el bien he visto pasar y volver,
¿por qué considero, pues, al mal un intruso?

No sé.

La lluvia al caer lo hace contra su voluntad,
y las flores de la tierra esparcen su perfume a la fuerza,
no puede la tierra ocultar sus flores ni sus espinas:
no preguntes cuál de ellas es más deseable o más odiosa,

No sé

Tal vez las espinas se vuelvan corona de rey o de profeta
y sea la rosa adorno para el ojal de un ladrón o un pecador.
¿Envidian las espinas en el campo a la flor brillante
o te parece que las menosprecian?

No sé.

Tal vez las espinas que punzan mi mano me prevengan de un peligro,
mientras el veneno está en el perfume que penetra mi olfato.
Sin embargo, las rosas gozan del favor de mi aprecio y mi ley;
ley que puede ser injusta, pero...

No sé.

He visto a las estrellas no saber por qué brillan.
He visto a las nubes no saber por qué son generosas.
He visto al bosque no saber por qué se cubre de hojas.
¿Por qué todos me igualan en ignorancia?

No sé.

Cada vez que creí haber alzado el velo
y cada vez que creí que era mío el secreto, mi alma se rio de mí.
Descubrí desesperación y duda, sin encontrarme a mí.
¿La ignorancia es dulce o un infierno?

No sé.

Es para mí un placer escuchar el trino de los ruiseñores,
el susurro de las hojas verdes, el murmurar del arroyo,
y ver a las estrellas, como antorchas, brillar en la oscuridad;
¿te parece que el placer viene de ellas o de mí?

No sé.

¿Te parece que alguna vez fui melodía en una cuerda
o, tal vez, una onda en un río
o que estuve en una brillante estrella?
¿Fui perfume, susurro o brisa?

No sé.

Dentro de mí, como en el mar, hay conchas, arenas y perlas.
En mí, como en la tierra, hay prados, llanuras y montes.
En mí, como en el espacio, hay estrellas y nubes y sombras.
¿Soy mar o tierra o espacio?

No sé.

Entre mis bebidas están néctar, vino y agua pura.
Entre mis alimentos carne, frutas y verduras.
¿Cuántos seres en mi ser se han deshecho y mudado
en cuántos seres existe algo de mi ser?

No sé.

¿Soy yo más elocuente y dulce que el pajarillo del valle,
más seductor que la flor, si su perfume es más agradable?
¿Soy más astuto que la serpiente o más asombroso que la hormiga,
o más insignificante y humilde que ambas?

No sé.

Todos ellos, como yo, viven. Todos, como yo, mueren.
Todos tienen qué beber, como yo, y, como yo, qué comer.
Todos velan y duermen. Todos hablan, todos callan.
¿En qué me distingo de ellos? ¡Ay de mí!

No sé.

He visto a la hormiga procurarse el alimento como yo.
Ella tiene en la existencia objetivos y derechos como yo.
A los ojos del tiempo, son iguales su silencio y mi hablar;
ambos, un día, nos convertiremos en...

No sé

Soy como el vino y soy, a la vez, mi vino y mi jarra;
su origen está oculto como el mío y su cárcel es de barro como la mía.
El lacre que la sella se le puede arrancar como a mí
sin que sepa por qué, y yo...

No sé.

Se equivoca quien dice que el vino es hijo de la tinaja,
porque, antes de estar en el barro, estaba en las venas de la cepa.
Existía, antes que en las entrañas de la vid, en las nubes.
Sin embargo, antes de eso, ¿dónde estaba?

No sé.

Hay en mi cabeza una idea, en mis ojos una luz,
en mi pecho esperanzas y en mi corazón sentimientos.
En mi cuerpo hay sangre que corre y se agita;
sin embargo, antes de eso, ¿cómo era?

No sé.

No recuerdo nada de mi vida pasada.
No sé nada de mi vida por venir.
Tengo un ser, pero no sé en qué consiste.
¿Cuándo sabrá mi ser el misterio de mi ser?

No sé.

He llegado y paso sin saber.
Soy un enigma. Mi marcha y mi llegada son un enigma.
El que logró este enigma es él mismo un confuso enigma.
No discutas; sensato es quien dijo que yo...

No sé.

lunes, 1 de junio de 2020

Poemas del poeta de la I Guerra Mundial Siegfried Sasoon

Winston Churchill escribió que toda generación debería releer los poemas de S. Sasoon para saber de verdad qué significaba una guerra. Es traducción libre, traidora y propia:

"Marchan desde la seguridad y la alegría que cantan los pájaros, / desde el plantío verde como la hierba hacia la tierra donde todo es ruina / y nada florece sino el cielo... / A través de un Walhalla lunar pasarán / batallones y batallones destinados al Infierno: / el ejército que no volverá a ser joven; / las legiones que sufrieron y son polvo"

DESTIERRO

Me desterraron de luchadores y pacientes.
Con pena se golpeó mi corazón, se edificó mi orgullo,
y, uno con otro, hombro con hombro, doloridos
se alejaron de la viviente luz de la llanura.
Sus culpas se hicieron las mías; aunque siempre, ante mis ojos,
marcharon vestidos de honor. Pero murieron,
no uno tras otro: y lloré, amotinado
contra quienes los llevaron a la noche.

La oscuridad cuenta cuán en vano me he esforzado
por liberarlos del pozo donde deben habitar por condena.
En marginada penumbra convulsa, mordida y desgarrada
de cañones, el amor me llevó a rebelarme;
y el amor a tientas por el Infierno me  devuelve a ellos:
a sus torturados ojos, estoy absuelto.

CONTRAATAQUE

(1918)

Horas antes habíamos alcanzado el objetivo primero.
Y entonces el amanecer surgía con cara que mira preguntándose,
pálida, sin afeitar, sedienta, ciega de humo.
Parecía estar bien todo al principio. Mantuvimos la posición
situando los morteros y las armas en su sitio
y sonaban las palas cavando  una trinchera poco honda.
Podrido de muertos estaba el lugar; desparramadas 
y arrastradas a lo largo las torpes pantorrillas de altas botas verdes.
Troncos sin savia boca abajo, chupados por el lodo, revolcados como sacos terreros
llenos apenas, pisoteados, y las nalgas al aire empapadas;
en esteras de yerbajo dormían sus cabezas, abultando coágulos
sobre la baba enlucida. Y entonces comenzó a llover ¡alegre lluvia vieja!

Un enorme soldado se arrodilló contra el borde
escudriñando la mañana: se desvanecía la niebla.
Se preguntó cuánto tiempo más en lo suyo estarían los alemanes;
y luego, por supuesto, comenzaron su barrido de nueve a cinco,
seguro como el destino, y nunca fracasado.
Mudo por el clamor de los obuses, los vio estallar
escupiendo ráfagas de Infierno, alambre espinoso y tierra oscura,
mientras se posaban disueltos los gigantes montones de humo.
Se agachó encogido, mareado de miedo galopante,
enfermo por escapar, por el horror estrangulado
y los frenéticos gestos de los muertos machacados.

Un oficial bajó corriendo la trinchera:
"¡Ponte en pie y contesta al fuego!" Y se fue
jadeando y gritando "¡contrafuego, contraataque!"
Entonces se disipó la bruma: bombazos a la diestra,
ametralladoras a siniestra, y abajo el lodo eterno:
tambaleantes siluetas se asomaban por delante.
"¡Cristo, vienen por nosotros!" Escupieron sus balas,
y los rifles recordaron: fuego raudo.
Él comenzó a arder salvajemente; después, un estallido
lo arrugó noqueado, girándolo de lado;
gruñía retorcido sin que nadie lo oyera; atragantado,
sofocado, luchaba ya con vendas de sombra aleteante,
perdido en la borrosa confusión de gritos y gemidos.
Abajo y abajo y más abajo se hundió y ahogó
hasta morir desangrado. El contraataque había fallado.

jueves, 28 de mayo de 2020

Inédito de Antonio Rodríguez García Vao

Es este un poema desconocido de Antonio Rodríguez García-Vao (1863-1886), el famoso abogado, escritor y periodista librepensador de Manzanares amigo de Emilio Castelar y del joven Unamuno, asesinado en Madrid el 19 de diciembre de 1886. Se publicó en La voz de Peñaranda núm. 152 (17-III-1881) y escapó a las dos ediciones de sus poesías completas, Ecos de un pensamiento libre, 1885, por parte de Demófilo, el editor más sometido a lawfare de su época por las cuatro paginas de La Domicales del Librepensamiento que dirigía. Se trata del esbozo de un prequijote del siglo XVI:

¡QUÉ LOCO TAN SABIO!


    Ya partió; no se le alcanza
y verle fuera delirio;
lleva en su cuerpo el martirio
y en el alma la esperanza
    A medida que el avanza
va aumentando el sufrimiento,
va resistiendo el tormento;
luchando su mente a solas,
    ni se cuida de las olas
ni percibe el raudo viento.
Se va en los ignotos mares
internando poco a poco
    aquel genio o aquel loco
lleno de duda y pesares.
Pensamientos a millares
que inundan su fantasía
    riñen batalla bravía
en su cerebro fecundo.
¿Quién contiene en calma el mundo
de ideas que Dios le envía?
    ¡Cómo navegan ligeros,
viento y mar desafïando,
atrevidos anhelando
ver de un mundo los linderos!
    ¡Qué gigantes y qué fieros
y qué soberbios se ostentan
genio y mar! Su ira acrecientan,
el genio un mundo buscando
    y un mundo la mar negando
su tenacidad aumentan.
La borrasca bramadora
no intimida al navegante,
    que aquel corazón gigante
no encuentra valla opresora.
Aunque vacila, no ignora,
mas con la duda pelea.
    Aunque el rayo centellea
y ronco retumba el trueno,
firme, tranquilo, sereno,
nada perturba su idea.
    En el firmamento escrito
cree ver el feliz arcano,
pues su genio soberano
profundiza el infinito.
    De su gran conciencia el grito
le da firmeza y valor,
y sufre con el ardor
de los grandes corazones
    las terribles maldiciones
del marino aterrador.
Porque, en peligro creyendo
sus vidas, cerca la muerte,
    maldicen la infausta suerte
amenazas dirigiendo.
El ánimo decayendo
va de aquella gente osada;
    creen la empresa desgraciada
y a Colón un ignorante.
Este, “paciencia, adelante”,
dice con voz apagada.
    Y solicita implorando,
entre dudas y agonías,
tres días solo, tres días,
para seguir explorando,
    el marinero jurando,
pues recela de su suerte,
el viento soplando el mar,
las naves surcando el mar,
    Colón sin desesperar,
aunque le cerca la muerte.
El océano proceloso,
tempestad amenazando,
    aquel cielo horrorizando
imponente y tenebroso;
y aquel genio portentoso
que a cielo y mar desafía.
    Abismos son que a porfía
quieren mostrar su fiereza;
y del genio la grandeza,
¿Cederá con cobardía?
    No cedió, díganlo España
y del turbio mar las olas,
las conquistas españolas,
en aquella tierra extraña;
    dígalo quien nunca engaña,
el astro siempre brillante,
ese Sol siempre radiante
para mi patria esplendente,
    pues solo besó su frente
esta Nación arrogante.
Y en tan venturoso día,
el sabio al mundo asombraba;
    antes loco le llamaba,
y del loco se reía.
¡siempre igual la suerte impía!
Colón fue un genio fecundo
    porque nos buscó otro mundo;
si no le hubiera encontrado,
por loco hubiera quedado,
por el loco más profundo.

jueves, 14 de mayo de 2020

Romance del Café Gijón

Víctor Hurtado Oviedo

Romance del Café Gijón 


El Gran Café de Gijón
(paseo de los Recoletos)
es donde le tout Madrid
poetiza con sus muertos.
Es piso de un solo piso
(que en Hispania es ‘piso cero’)
con frente de tres ventanas
para que los indiscretos
se pinten de Las meninas
hacia el museo callejero.
Mármol y vidrios dialogan
en el frontis de maderos;
puertas dobles se definen
sin dudas del lado izquierdo.
Dentro: el bar, columnatas,
mesas y doctos meseros
que alfiles de blanco son
sobre el piso de tablero.
Bajo: viaje hacia la cava,
sotanillo, cripta, seno,
catacumba, cava-tumba,
donde ―si alcanzan los euros― 
ha de gustarse, jocundo,
el más pecador sustento.
Todas son bajas pasiones
si lo son en hipogeo.
La madre de los cafés
―o el padre de los cafetos― 
es Parnaso horizontal
y hospicio de los bohemios;
de damas de pelo lila,
trabalenguas, murmureo;
receso de los turistas;
coso, arena, burladero
de tertulias bien habladas
de malhablados poetos,
poetisas, genetliacos
más rapsodas y troveros
(mester de cafetería
y bon vino de Berceo);
de un autor de cantautores
y espadachín del solfeo,
que, a un ritmo pop-cuaternario,
corta en cuatro el silencio;
de dramaturgos lucientes
de risas cual propio estreno,
e histriones que hasta en el público
infunden el miedo escénico.
Censores de a ciencia incierta
―librescos de libro ajeno―
los hay en estado crítico,
y prosistas prosa-cero,
y estilistas más finolis
que los más finos aceros
toledanos que, a lo largo,
de un Tajo tajan un pelo.
El Gijón es breve Prado,
mini-Thyssen y museo
princesa (filo-Sofía)
de pintores pintureros
ateos o consagrados:
unos, paletas paletos
que dejan una silueta
de rimas cual un scherzo
de curvas para el oído;
otros, genios celebérrimos
que, en la cava y las paredes,
han ya sembrado al voleo
el relámpago del iris
y luces en blanco y negro.
Caricaturas y cuadros
son acuarelas, bocetos,
gouaches, carbones y tintas.
Fueron pintados al fresco
de la memoria y son mapas
para que torne el recuerdo
al abrirse aquellas puertas
del café de los aedos.
Ya cruzado el poco o paco
umbral que dará el acceso,
transida que sea la entrada
y ad portas sin ser portero,
habrá de verse, atildado,
a don Alfonso en su puesto:
embajador de los años,
anarquista y cerillero;
vale decir, el ministro
del Tabaco y del Fogueo
con que se encienden los ánimos
prendidos de este ateneo.
Nada que ver este Alfonso
con el decimotercero
Borbón de bigote en cera
que huyó a Roma de romero
antes de que le estallase
aquel resonado estruendo
―niebla de grandes de España,
guateque de los pequeños―
al que llamaron República:
la fuente de los deseos;
palacio, mas no de Oriente,
sí norte de los plebeyos.
Alfonso es chaval de guerra
que asperges de bombarderos
rociaron de agua maldita:
aviones, buitres violentos
que en cada niño estrenaban
eterno mandil de huérfano.
Cerillero iluminado,
libertario fiero y bueno,
más príncipe que Kropotkin,
acratista y caballero,
al más pintado insumiso,
Alfonso hace hermano lego.
―¿Qué es la acracia, don Alfonso?
―La acracia es un toro negro
umbroso como una pena
y alegre como un lucero
sobre la feria del mundo,
que en las puntas de los cuernos
izará chulos, parásitos,
nobles, curas y banqueros.
Muertes tempranas engendran
bakuninista cabreo.
Entre la puerta y el fondo,
y al lado aun más izquierdo
de don Alfonso el flamígero,
llueve de luces, sidéreo,
cual copa de árbol de copas,
de botellas y reflejos,
ancho bar donde se toman
vino y palabra. Madero
del mostrador es esquife
del bar mar de los mareos;
mas todo va a las discretas
pues damas y caballeros
antídotos natos son de
―vulgo― horteras y horteros.
En lo más alto de un muro
(más que un muro, es un velero),
cual bandera ondea el retrato
de un terrestre marinero
a medias pintor-poeta
y tres cuartos de torero:
de Machado a Federico,
de Federico a Frascuelo,
del Puerto a Madrid y a Roma
desde los bravos esteros
del Paraná; y, desnucado
el toro exilio matrero,
de vuelta hacia los Madriles,
al café del ruido ibérico.
De un muro, pues, en lo alto,
de su mar rocía el salero
―tertuliano gaditano―
Alberti, don Rafaelo.
De profundis cristalinos,
estanques de los espejos
son Narcisos que se miran
en nosotros; somos ecos
luminosos de un café
disuelto en la agua del tiempo.
Ante estas mesas de mármol
con rayos de gris marengo
entre su noche de piedra,
y en carmín de terciopelo
de los sofás y las sillas,
sentaron cátedra y cuerpos
cansados de odios y guerra,
depurados académicos,
profesores depurados
(por falso y Franco deseo),
censores y censurados,
presidiarios como Buero
y «nacionales» cual Ruano.
Juntos y ―al final― revueltos,
revivirán en lo suyo
y en la memoria del pueblo.
El cielo es un cabaret
con licencia de convento:
por tapas, unos hostiones;
por brindis, un kyrie eleison;
sobremesas de oración;
tertulias de aburrimiento;
en resumen ―¡vive Dios!―:
un gregoriano jaleo.
El buen cielo es así,
para artistas gijoneros
hechos de ameno desorden, 
un paradisiaco infierno:
no café, sí refectorio
donde se enervan los nervios.
Una celeste mañana,
toma su caña san Pedro
(‘caña de pescar’, se entiende)
pues no puede con su genio.
De incógnito va a Galilea,
pero descuida el llavero:
¡tentación divina es
para fuga de talentos!
Formados en fila indiana
y tras de Gerardo Diego,
vuelan al café de artistas
en cualquier tranvía viejo
que rece Cielo-Cibeles.
Llegan vestidos de espectro
y cruzan paredes y saludos
desde otros tiempos:
los de Franco deterioro,
Movida sin Movimiento;
y aun más atrás, desde edades
de hambre, cárcel y estraperlo.
Regresan «a por» las mesas
al lado de los sombreros
de sepias multicolores.
Piden un vino, un café o la humildad
del agua pura a meseros
de otros sueños; y tornan
los comentarios demosteciceroneos
y la ocurrencia saeta
y los alados silencios;
y, conversando entre sombras,
cada brindis es un verso,
cada discurso es un canto
y cada amigo es un puerto.
El tiempo cierra las puertas
para que no pase el tiempo,
pero las luces se acercan
porque se acercan los nuevos
mozos y musas adonde
fantasmean los maestros.
Un ¡tin! de copa suspende
la sesión: ha sido un juego,
una querencia galana,
una ilusión de lo etéreo.
Si sólo Madrid es Corte,
sólo el Gijón es Centro.
Se atenúan los artistas,
se despiertan a su ensueño, 
cantan su canto canoro
y van de Madrid al cielo.