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martes, 7 de abril de 2020

Artículo de David Torres

En Público, hoy: "Los expertos cuñados y la OMS"

DAVID TORRES

https://www.facebook.com/david.torres.escritor/ 

No recuerdo quién dijo aquello de que un camello no es más que un caballo diseñado por un comité de expertos, pero la frase bien podría aplicarse a la Organización Mundial de la Salud, un organismo al que nadie hace mucho caso. De hecho, el pasado 30 de enero, la OMS decretó el estado de alerta sanitaria mundial ante la epidemia del coronavirus, y ningún país tomó las medidas pertinentes, entre ellos España, donde el ministro de Sanidad, Salvador Illa, dijo que estábamos preparados de sobra para lo que viniera. Aparte de los titubeos y la dejadez inicial del gobierno, hay que recordar que a todo el mundo le pareció una exageración y un alarmismo innecesario la cancelación del Mobile Word Congress en Barcelona a mediados de febrero. El resto, por desgracia, también es muy conocido.

Aun así, el 2 de marzo, el director general de la OMS, Tedros Adhanon Ghebreyesus, dio una rueda de prensa explicando que las medidas de contención tomadas en China y Corea, y también en Italia e Irán, estaban funcionando bien, que el coronavirus no era la gripe y que de momento no había motivos para hablar de pandemia. Les estaba quedando un camello precioso, con dos o tres jorobas, muy apto para cruzar el desierto a paso lento, pero en seguida quedó claro que hubiera sido mucho mejor diseñar un purasangre capaz de cortar el viento al galope. Ocurre, no obstante, que el pasado es incorregible, que la medicina no es una ciencia exacta y que la OMS posee un inquietante historial de pastorcillos alertando que viene el lobo, dinerales desembolsados en vacunas cuando menos cuestionables y sorprendentes cambios de opinión de la noche a la mañana.

Por ejemplo, hace un par de semanas los expertos de la OMS aseguraban que en occidente no nos tomábamos en serio la amenaza y que los gobiernos europeos eran unos irresponsables totales, el italiano y el español a la cabeza. De ahí que la oposición, con el PP al frente, iniciara una campaña de descrédito contra Sánchez tan brutal que hacía sospechar que si hubieran puesto la mitad de énfasis en echar una mano en lugar de palos en las ruedas lo mismo ahora tendrían disponible una vacuna en un laboratorio de Aravaca testada y firmada por Rocío Monasterio. Dejando aparte su original gestión de la sanidad pública -sumar hospitales y dividir camas, multiplicar beneficios y restar médicos-, basta recordar su actuación ante la crisis por la hepatitis C, que costó la vida a más de 4.000 pacientes porque el medicamento para la cura -Sovaldi- era demasiado caro y el PP por aquel entonces sólo tenía presupuesto para sobres de dinero negro y volquetes de putas.

Ayer mismo, sin embargo, los mismos expertos de la OMS declaraban que después de todo no los europeos no lo habíamos hecho tan mal y se mostraban profundamente impresionados por la eficacia y la "resolución inspiradora" del gobierno de Sánchez. Tal vez se habían tomado una sobredosis de carajillos o tal vez calibraron cuál podía ser la magnitud de la chapuza con un triunvirato de emergencia presidido por Casado, Abascal y el perro Lucas. De cualquier modo, ante este repentino bandazo de la OMS, los grandes intelectuales de referencia del facherío (Bertín Osborne, Carlos Herrera, José Manuel Soto y Quique San Francisco, entre otros ilustres cuñados), por no hablar de su coro de espumarajos, se quedaron con el pie cambiado y empezaron a vociferar que la OMS no es más que un nido de etarras bolivarianos dirigidos por un mono borracho. Es verdad, habría sido mucho más eficaz un camello.

martes, 9 de mayo de 2017

La enfermedad como lucha

LUCÍA ETXEBARRIA Un enfermo no es un soldado, en El Periódico de Cataluña, 9 de abril de 2017:

En los últimos tiempos me he especializado en impartir talleres de grafoterapia.

"Escribir sirve para estimular la protección inmunológica, relajar y mejorar la calidad del sueño, ayudar a controlar la presión arterial y reducir el consumo de alcohol y fármacos. Además, reordena el pensamiento, promueve la conexión con los otros y disminuye las crisis depresivas. Parece mágico". Son palabras de James Pennebaker, psicólogo de la Universidad de Texas, que estudia los beneficios de la escritura terapéutica desde hace más de tres décadas.

Escribir cicatriza las heridas espirituales: Pennebaker se trasladó a Madrid tras las bombas de la estación de Atocha y trabajó en la escritura terapéutica con víctimas del atentado. En el 2009 publicó sus conclusiones: "La confrontación de hechos traumáticos mediante expresión escrita, tiene efectos positivos sustanciales".

Pero escribir cicatriza también las heridas físicas: Elizabeth Broadbent, de la Universidad de Auckland, asevera que la escritura funciona como cicatrizante

De momento, se ha realizado un estudio con 49 participantes a los que se les practicó una biopsia que les dejó una herida en el brazo y a los que se les pidió que escribieran durante 20 minutos al día.

Los investigadores fotografiaron sus lesiones hasta que curaron. Una mitad relataba en un papel sus pensamientos, experiencias traumáticas y emociones. La otra mitad escribía sobre sus planes del día evitando mencionar aspectos sentimentales.

A los 11 días, a un 76,2% de integrantes del primer grupo se les había curado la herida. Frente al 42,1% del segundo.

Escribir también ayuda a comunicarse con familiares y amigos, a asumir el duelo y la perdida. Incluso a moderar el dolor, porque el dolor depende de la percepción, y es más fácil de sobrellevar si se percibe con calma.

Pero escribir no cura el cáncer. La actitud no cura el cáncer. Ninguna palabra cura el cáncer. Tenemos que tener mucho cuidado con las palabras. Por ejemplo: tenemos que tener cuidado con la palabra 'luchador'. Cuando decimos "una luchadora contra el cáncer" o "la batalla contra el cáncer".

Se está poniendo últimamente de moda convertir a los enfermos en luchadores. Depositando en ellos y ellas toda la responsabilidad para curarse. Ocultando que para curarse de una enfermedad nada es más influyente que la inversión pública que se haga en investigación y en la calidad del sistema público de salud. Porque si llamamos "luchadores" a los enfermos, cuando la persona fallece parece que no ha luchado lo suficiente, que el responsable de perder la batalla es del propio enfermo.

Por no hablar de cuando se dice que si compras tal o cual producto, el producto invertirá en investigación contra el cáncer. Y suele ser un producto que utiliza componentes cancerígenos (compresas o tampones con blanqueantes, desodorantes con aluminio) y que invierte en investigación mucho menos de lo que invierte en la propia campaña de promoción del producto.

Es perverso. El enfermo no se cura solo con su actitud. Se cura con atención médica. Y si no se cura, nunca será, jamás, porque no puso de su parte.

Nuestro sistema está obsesionado con convertirlo todo en fracasos o éxitos individuales. Por eso parece que luchar es suficiente para curarse. Pero no lo es. La actitud cuenta, por supuesto, pero una enfermedad es arbitraria y azarosa, nadie la elige. La curación no depende de una lucha o un lacito sino de un diagnóstico a tiempo, de un buen tratamiento, de un buen equipo médico, de que se gaste dinero público en investigación.

Mientras escribo esto mi cuñada, en Estados Unidos, lleva meses esperando que le den hora para operarle de un cáncer, en una agonía de dolor. Después de pagar durante años un carísimo seguro médico. Y si no lo hubiera pagado habría fallecido, sin más. Ese es el sistema que quieren implantar aquí.

Por eso en lugar de exigirle a las personas enfermas que "luchen", deberíamos luchar todos porque no implanten aquí el sistema de salud norteamericano.

Porque nadie sale airoso de un cáncer luchando como si fuera un atleta olímpico. Porque nadie tiene un buen día solo sonriendo como recomienda el cuqui de Mr. Wonderful. Y porque nadie se hace a sí mismo, que es la frase preferida del sueño americano, de la insolidaridad, del neoliberalismo, del individualismo y de los narcisistas.

Porque todos nos hacemos unos a otros.

viernes, 7 de octubre de 2016

Los remedios científicos contra la pobreza existen. Así lo explica la economista Esther Duflo

Rebeca Gimeno, "Esther Duflo y la ciencia contra la pobreza", en El País Semanal, 7 de octubre de 2016: 

Economista y profesora en el MIT, de 43 años, Esther Duflo ha creado un laboratorio, con un método muy parecido al que emplea en los ensayos clínicos, para diseñar estrategias nuevas en la lucha contra un problema global.

DE PEQUEÑA PENSABA que la vida de los más pobres era “el único tema interesante sobre el que pensar”. Esta francesa ha logrado cambiar las políticas para combatir la pobreza. Su método de investigación se parece al que utiliza la medicina para averiguar si un medicamento funciona.

“Estamos cambiando el mundo. Lo estamos haciendo ya”. Esther Duflo pronuncia estas palabras justo antes de lanzarse a cruzar una calle huyendo de una lluvia torrencial.

Cuesta seguirle el ritmo a esta profesora de economía. Tiene 43 años y acumula premios, incluido el Princesa de Asturias en Ciencias Sociales, en su despacho del MIT (Massachusetts Institute of Technology). Desde aquí lidera una revolución en la lucha contra la pobreza con un enfoque original y radical, dos términos de los que ella rehúye. “Es verdad que al principio nos consideraban unos locos que criticaban a otras personas por lo que hacían: lo mismo de siempre”, admite.

A diferencia de muchos economistas, Duflo no tiene ideas preconcebidas de cómo mejorar la vida de los más pobres, pero sí tiene muy clara la forma de averiguarlo: utilizando pruebas aleatorias controladas, muy parecidas a los ensayos clínicos. “La medicina selecciona aleatoriamente a personas para que se tomen el fármaco y forma dos grupos. Si al final se encuentra alguna diferencia entre ellos se sabrá que se debe al medicamento. Lo que hacemos con las políticas sociales es muy parecido. Imagina que quieres probar cuál es el impacto de introducir tabletas en los colegios. Lo que tienes que hacer es seleccionar aleatoriamente un grupo de escuelas en las que los niños recibirán las tabletas y otro grupo en el que no. Si comparas la evolución de ambos grupos, sabrás cuál es el efecto del programa”.

ESTHER DUFLO CREÓ EN 2003 JUNTO A DOS PROFESORES MÁS EL LABORATORIO DE LA POBREZA (J-PAL). HOY SON UNA RED DE 136 ECONOMISTAS

Para impulsar este tipo de experimentos creó en 2003 junto a dos profesores más el laboratorio de la pobreza (J-PAL). Hoy son una red de 136 economistas dedicada a investigar y evaluar programas a base de pruebas aleatorias. Así es como descubrieron que con un kilo de lentejas gratis para las familias la tasa de vacunación se multiplicaba por seis. O que dar una vaca a los que sufren pobreza extrema y enseñarles a cuidarla (en vez de comérsela) mejoraba notablemente su situación económica al cabo de los tres años. “Los experimentos tardan lo que tarde en aplicarse un programa. En algunos casos hemos estado siguiendo a gente durante 10 años.”

Antes de embarcarse en un ensayo es imprescindible viajar al terreno y conocer los problemas de primera mano. “Me encantan estos viajes, son una recompensa. No creo que fuera posible hacer un buen trabajo sin pasar tiempo en los países en desarrollo. No soy la única economista de mi campo que lo hace”.

La joya de la corona de estos economistas es un experimento para reducir el absentismo escolar. “Lo más efectivo y más barato para que más niños vayan a la escuela es darles una pastilla que les quite los parásitos intestinales”, asegura Duflo con rotundidad. Unos 600 millones de niños en edad escolar están infectados con algún tipo de lombriz según la Organización Mundial de la Salud. Sin el tratamiento adecuado, estos parásitos limitan la absorción de micronutrientes. Los niños simplemente están muy cansados para poder ir al colegio. Curarlos puede reducir el absentismo en un 25% e incrementar sus ingresos en el futuro. La idea convenció al Gobierno de India: 140 millones de niños fueron tratados en las escuelas el pasado 10 de febrero. “Esto es un logro nuestro, es un avance enorme”.

El éxito supone solo una pequeña batalla ganada contra la pobreza. “No hay soluciones milagrosas. No llegaremos nunca a un punto en el que una única teoría resuelva los problemas del mundo. Lo que sí podemos hacer es empezar a comprender algunas piezas del puzle”.

La principal crítica que recibe su investigación es que demuestra que algo funciona en un contexto muy concreto, pero nada más. “Es un argumento coherente al que podemos empezar a responder. Los microcréditos, por ejemplo. Se han realizado siete evaluaciones aleatorias en siete lugares muy diferentes y en ninguna de ellas se ha encontrado ningún impacto. Podemos entonces estar razonablemente seguros de que los microcréditos no son muy efectivos para reducir la pobreza porque lo hemos visto ya siete veces”.

El sector financiero se tomó muy mal en su día estas conclusiones, pero luego algunas entidades empezaron a introducir cambios para adaptarse mejor a las necesidades de los más pobres. El pragmatismo de Duflo se abre paso en los despachos de los Gobiernos (asesora a una veintena) y las ONG que reclaman políticas basadas en pruebas. “Cada vez hay más gente interesada en los experimentos. Llevamos más de 750 por todo el mundo. Es verdad que hay muchas cuestiones que generan interés sobre las que no tenemos respuestas todavía. Dentro de 20 años sabremos mucho más”.

Es más que probable que para entonces el Nobel de Economía luzca también en su despacho. Hasta en eso esta tímida profesora lideraría otra revolución: sería la segunda mujer en conseguirlo.

jueves, 9 de junio de 2016

Consecuencias del estrés laboral

Meritxell Sánchez Eligio "Quince consecuencias negativas del estrés laboral", en Nueva Tribuna, 8 de Junio de 2016 

Cuando las personas sufren estrés en su entorno laboral, esto afecta tanto al trabajador como a la empresa.

Existen puestos laborales en los que, las personas que desempeñan las tareas propias del mismo, desarrollan una mayor propensión a padecer este tipo de estrés.

Es cierto que, aunque existen normativas adjuntas a los sectores profesionales destinadas a seguir unas pautas para que el trabajador tenga una vida laboral digna y saludable, por desgracia no siempre se cumplen.

Eso se traduce en una mala calidad de vida que afecta a un ámbito tan importante en la vida de una persona como es su profesión.

También podemos encontrarnos puestos en los que las organizaciones propias no se adaptan al trabajador, aunque las tareas a desempeñar no tengan un alto riesgo de provocar en los empleados estrés laboral.

De esta forma, hacen hincapié en el bienestar de la propia empresa, provocando que el empleado pueda tener consecuencias negativas derivadas de su desempeño laboral.

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Dentro de las mismas consecuencias, podemos distinguir 3 grupos diferentes delimitados por el tipo de afección o a quién influye.

Antes de comenzar con la lista, es importante que sepas que el estrés laboral hace que nuestro organismo se encuentre en desequilibrio. Como cualquier tipo de estrés si se alarga el malestar, la sintomatología psíquica puede acabar traduciéndose en síntomas físicos, que necesitan ser controlados y prevenidos para poder mitigarlos.

Consecuencias del estrés laboral
Las consecuencias en este artículo están clasificadas en 3 grupos: consecuencias psíquicas para el trabajador, consecuencias físicas para el trabajador y consecuencias negativas para la empresa.

Las consecuencias pueden manifestarse a diferentes plazos, e incluso estar en un estado de latencia del que no se es consciente hasta que la consecuencia ya se ha ocasionado.

Consecuencias psíquicas

1- Deterioro cognitivo: la mente del ser humano es muy compleja. Nuestro cerebro es capaz de realizar tareas y funciones mentales que nos ayudan en el día a día en infinidad de ocasiones. Tareas del tipo memoria, atención, lenguaje, percepción… etc. Todas ellas se pueden englobar en el ámbito mental de la cognición.

Cuando hablamos de deterioro cognitivo hacemos referencia a que esas tareas poco a poco van disminuyendo o que la capacidad de rendimiento va p viéndose dificultada. Es natural pensar que cuando forzamos un determinado aparato, esté irá más lento.

Piensa en tu ordenador, si abres muchos programas a la vez, su rendimiento será más lento de lo habitual, ya que para que su funcionamiento sea óptimo necesita no estar muy forzado.

Con los humanos pasa algo parecido, si forzamos a nuestra mente, ésta se satura, y deja de tener un nivel óptimo de rendimiento, el cual se da sin problemas en situaciones normales.

2- Dificultad para concentrarse: La concentración es una función cerebral que nos mantiene en un estado focalizado sobre un determinado estímulo. Cuando estamos activos y disponemos de un nivel de energía óptimo, nuestra concentración funcionará sin problemas.

Pero en el caso de las personas que padecen estrés, el cansancio es tan elevado al no poder afrontar la situación, que la mente tendrá grandes dificultades para focalizar su atención en una determinada tarea.

3- Ansiedad y/o depresión: el estrés laboral presenta ante la mente del empleado ideas y afirmaciones que pueden influir en el desarrollo de un estado ansioso y/o depresivo.

En cuanto a la ansiedad, el hecho de no poder abarcar todas aquellas tareas encomendadas e incluso así intentarlo, hace que nuestro organismo padezca ansiedad. El sistema nervioso está sobreactivado y además nuestra mente nos lanza mensajes sobre las consecuencias que puede tener el hecho de no poder realizar todo lo que nuestro puesto requiere.

Por otro lado la depresión, puede derivar de aquellos pensamientos negativos basados en el autoconcepto. Frases como “no soy capaz” , “no puedo” , “ no valgo para nada” , “me siento inútil” o incluso “no me siento valorado en mi trabajo” hacen que se desarrolle un sentimiento de ineficacia que puede desembocar en un problema psicológico.

Esto acarrea que muchos empleados necesiten tomarse bajas laborales para poder afrontar la depresión.

4- Dificultad para tomar decisiones: es cierto que a veces el tiempo apremia a la hora de tener que tomar una determinada decisión, pero cuando se padece estrés, la presión que se siente es tan elevada que la persona tiene la sensación de no ser capaz de tomar una decisión adecuada.

También influye sobre esto el hecho de que puede que las decisiones que ha tomado anteriormente no hayan sido valoradas, o hayan tenido consecuencias negativas. Por tanto, la sensación de incapacidad de tomar una buena decisión se torna algo natural en personas que padecen este tipo de estrés.

5- Trastornos del sueño o dificultad para conciliar el sueño (insomnio): entender el porqué de esta consecuencia es simple. Nuestro organismo está más activado de lo normal, por lo que el ritmo circadiano encargado de regular nuestras horas de sueño se verá afectado. Cabe añadir que en personas que padecen estrés, su mente está en constante movimiento con pensamientos acerca de la problemática.

 No son capaces de relajarse, por lo que a la hora de descansar el organismo no obtiene unos niveles óptimos de tranquilidad para poder dormir lo que necesita.

6- Trastornos sexuales: puede que te parezca raro, pero el estrés laboral también puede afectar a la persona en el ámbito de su sexualidad.

La sexualidad debe conllevar un acto en el que el principal objetivo para el ser humano debe ser la obtención de placer. Para que el organismo se encuentre en plenas facultades para disfrutar de la sexualidad, debe tener unos niveles óptimos tanto de energía como de calma.

Algo así como un equilibrio básico para la predisposición al disfrute. Por lo que aquellas personas que padecen estrés laboral no están mental ni físicamente en óptimas condiciones para disfrutar del sexo.

Las alteraciones sexuales que podemos encontrar en este tipo de pacientes en concreto son las siguientes:

Disfunción eréctil.
Eyaculación precoz.
Disminución del apetito sexual.

7- Deterioro de las relaciones personales: esta consecuencia puede estar basada en el hecho de no poder desconectar del trabajo. Es importante señalar también que, al padecer estrés, la persona no encontrará un momento adecuado para dedicarse a la familia, los amigos o la pareja.

Al no dedicar tiempo, por el malestar que padece, las relaciones se van deteriorando poco a poco haciendo que incluso la persona pueda verse en una situación de soledad.

8- Aumento de conductas perjudiciales para la salud: las personas que sufren estrés laboral, tienen tendencia a adoptar conductas que pueden ser nocivas para ellos mismos. Existe un aumento de probabilidades de que la persona se comporte de una forma adictiva ante una determinada sustancia, como puede ser, el tabaco, el alcohol u otro tipo de drogas.

Es posible que aquellas, personas que antes de padecer dicho estrés ya tenían una adicción, aumente y se incremente el consumo del vicio.

Esto también es aplicable a desordenes en la alimentación.

9- Síndrome Burnout: el síndrome de burnout implica de forma general la presencia de una respuesta de estrés prolongada en el tiempo. La respuesta se da ante variables emocionales e interpersonales que pueden darse en el puesto laboral. El síndrome presenta consecuencias como: ineficacia, negación y fatiga crónica. Es importante seguir unas pautas para combatir estos signos psicosomáticos.

Consecuencias físicas

Como ya se ha comentado anteriormente, el estrés laboral no solo puede afectar a la persona de forma psíquica sino tambien a nivel físico.

El individuo puede mostrar síntomas o patologías que están altamente relacionadas con el estrés y para ello es importante reseñar que que no todas las personas que sufren de estrés laboral tienen porque padecer las enfermedades que se citan a continuación.

Sin embargo, aunque es importante acudir a un médico si lo crees oportuno, este artículo no tiene la finalidad de diagnosticar al lector.

Podemos encontrar las siguientes enfermedades:

1- Problemas o alteraciones cardiovasculares:

Hipertensión: En personas que padecen estrés puede existir un aumento de la presión sanguínea.
Enfermedades coronarias: el estrés laboral conlleva un aumento en la probabilidad de padecer enfermedades de corazón.
Arritmias: el ritmo natural del corazón puede verse afectado por el estado del organismo que provoca el estrés.

2- Alteraciones dermatológicas: nuestra piel refleja nuestros estados de ánimo y de salud a la perfección, por lo que no es raro encontrarnos que aquellas personas que padecen estrés laboral puedan tener problemas cutáneos. En este sentido podemos encontrar los siguientes síntomas:

Pérdida y caída del cabello (alopecia).
Manchas.
Picazón.

3- Alteraciones corporales a nivel muscular y óseo: recordemos que nuestro organismo debe estar en equilibrio para tener salud y el estrés no ayuda a que los niveles estén como deben; por lo que en referencia a este tipo de alteraciones, las que pueden padecerse son las siguientes:

Contracturas a nivel muscular.
Aumento de la posibilidad de padecer lesiones.
Aparición o empeoramiento de dolores crónicos o patologías como la artritis.
Entumecimiento, hormigueo y/o calambres.
Aparición de tics nerviosos.
Cefalea tensional (dolor de cabeza).

4- Alteraciones de tipo digestivo: nuestro sistema digestivo es muy sensible a cambios en nuestra salud mental, por lo que no es raro que al padecer este tipo de estrés puedan aparecer síntomas como los que se citan a continuación:

Diarrea y/o gastroenteritis.
Alteración del ritmo intestinal con tendencia al estreñimiento.
Úlceras pépticas (úlceras de estómago).

5- Alteraciones del sistema inmune: otro de nuestros sistemas que puede verse afectado con el estrés es el sistema inmunológico. Las alteraciones pueden ser consecuencia por disminución ante la resistencia que tiene de forma natural nuestro organismo ante los ataques que producen los agentes patógenos. Esto se traduce en un aumento en la probabilidad y el riesgo de sufrir enfermedades infecciosas.

6- Alteraciones del sistema endocrino: Este sistema es el encargado de regular los niveles hormonales de nuestro cuerpo. Puede verse afectado a nivel tiroideo, sufriendo la persona tanto hipertiroidismo como hipotiroidismo.

Consecuencias del estrés laboral para la empresa

Como ya se comentó al inicio de la publicación, el estrés laboral no solo afecta al individuo, sino que las consecuencias negativas que provoca pueden tener incidencia también en el entorno que lo rodea.

Las empresas deben tomar consciencia de ello, no solo porque el trabajador debe gozar de una buena salud para mantener su calidad de vida, sino para que la propia organización funcione correctamente.

Las empresas en las que existe una propensión a que sus empleados padezcan estrés laboral, tienen un mayor riesgo de obtener un menor nivel de rendimiento y productividad.

Las consecuencias negativas derivadas del estrés laboral que pueden afectar a la empresa son las siguientes:

Aumento del número de trabajadores que adquieren la baja médica por enfermedad o mayor número de veces que el empleado adquiere la baja durante el año.

Absentismo laboral.

Disminución del rendimiento y de la productividad dependiente de los trabajadores.
Aumento del riesgo de padecer accidentes de tipo laboral.

Pueden existir en la plantilla sinérgias de tipo negativo como puede ser un deterioro en las relaciones humanas entre los trabajadores, falta de iniciativa, desmotivación ante la colaboración de los proyectos…etc.

Como has podido leer en el presente artículo, el estrés laboral puede traer consecuencias negativas a muchos niveles, ya que ni siquiera la empresa está exenta de sufrir las consecuencias del mismo. 

Quizá las empresas que demandan mucho nivel de rendimiento a sus trabajadores, no son conscientes de que esa acción es contraproducente incluso para la propia organización.

Si crees que presentas algunos de los síntomas que aparecen durante la publicación (ya sean físicos o psicológicos) antes de alarmarte acude a un especialista que pueda diagnosticar tu caso correctamente, ellos están formados para ese fin.

Además los síntomas que se describen no solo pueden tener como origen el estrés, por lo que todo aquel estado de salud que salga de la normalidad debe plantearte la idea de una revisión médica.

martes, 7 de junio de 2016

Un tratamiento químico español es eficaz para mejorar el síndrome de Down

Manuel Ansede, "Un tratamiento es eficaz por primera vez para el síndrome de Down. Un compuesto del té verde mejora moderadamente la capacidad intelectual de los afectados", en El País, 7 JUN 2016.

El síndrome de Down es un trastorno genético en el cual una persona tiene 47 cromosomas, en lugar de los 46 habituales. Y uno de los principales dogmas de la medicina, el que sostiene que el síndrome de Down no tiene tratamiento, empieza a derrumbarse. Investigadores españoles acaban de demostrar que un compuesto presente en el té verde, acompañado de un protocolo de estimulación cognitiva, es capaz de mejorar las capacidades intelectuales de personas con síndrome de Down. “Es la primera vez que un tratamiento demuestra eficacia en un ensayo fiable en términos científicos”, explica Mara Dierssen, neurocientífica del Centro de Regulación Genómica de Barcelona y colíder del estudio. No es, ni mucho menos, una cura, pero el ensayo clínico “abre nuevas vías a la terapia farmacológica en síndrome de Down”, según la investigadora.

El síndrome es un trastorno genético en el cual una persona tiene 47 cromosomas, en lugar de los 46 habituales. Esa copia extra altera la formación del cuerpo y el cerebro. Los niños pueden tener un retraso en el desarrollo mental y signos físicos muy reconocibles, como la nariz achatada y un único pliegue en la palma de la mano. El equipo de Dierssen, con trabajos en ratones, identificó un gen, el DYRK1A, relacionado con la formación del cerebro y sobreactivado por el cromosoma extra. El gen producía un exceso de proteínas asociadas a las alteraciones cognitivas. El compuesto del té verde, la epigalocatequina galato, devuelve las proteínas a los niveles normales.

Casi todos los padres adivinaron al final del ensayo si su hijo había tomado un tratamiento real o un placebo

En el ensayo han participado 84 personas con síndrome de Down, de entre 16 y 34 años. Aproximadamente la mitad tomó el tratamiento durante un año, mientras la otra mitad recibía un placebo, una sustancia sin acción terapéutica, para poder comparar. Dierssen reconoce que “los cambios observados no son muy importantes”, pero son suficientes para que casi todos los padres adivinaran al final del ensayo si su hijo había tomado un tratamiento real o un placebo.

El extracto de té verde mejoró de manera moderada la memoria a corto plazo y su capacidad para organizarse en la vida diaria, al mismo tiempo que inhibía la impulsividad de los pacientes. Las imágenes del cerebro muestran cambios en la corteza que se correlacionan con estas mejorías. Los resultados se publican hoy en la revista médica The Lancet Neurology.

Dierssen lleva años lamentando la falta de apoyo de la industria farmacéutica a sus investigaciones. “Es un compuesto presente en un producto natural y no se puede patentar. No es interesante para la industria”, señala. En ocasiones, la neurocientífica ha recurrido a conciertos de su grupo de rock, From Lost To The River, para recaudar dinero para sus trabajos. En este último ensayo clínico, que ha costado 750.000 euros, ha colaborado con el farmacólogo Rafael de la Torre, director del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas, en Barcelona, y con la fundación francesa Jérôme Lejeune, que ha puesto la mayor parte del dinero.

El coste es muy elevado. O se implican las instituciones o no lo podremos hacer
Ahora, Dierssen querría organizar un nuevo ensayo clínico, pero con muchos más pacientes y en diferentes ciudades, para tener una muestra representativa de la población con síndrome de Down. Un ensayo así, conocido como de fase 3, es carísimo y suele requerir inversión privada. “El coste es muy elevado. O se implican las instituciones o no lo podremos hacer”, advierte la investigadora. De la Torre calcula que costaría unos tres millones de euros. De momento, con una “pequeña financiación” de la Fundación Mutua Madrileña, ambos preparan un ensayo pediátrico, para ver la seguridad del extracto de té verde en niños con síndrome de Down.

De la Torre reconoce que ya hay familias que, por su cuenta y gracias al boca a boca, administran extracto de té verde a sus hijos con síndrome de Down. El investigador desaconseja esta práctica con menores de 16 años, ya que el perfil de seguridad no se ha comprobado y podrían aparecer efectos secundarios. “En adultos tampoco hacemos promoción activa. Ni aconsejamos ni desaconsejamos”, apunta.

El genetista Roger Reeves, de la Universidad Johns Hopkins (EE UU), es más cauto y alerta de posibles efectos de la epigalocatequina galato en otras proteínas, más allá de la codificada por el gen DYRK1A. También subraya que las dosis del compuesto en los extractos de té verde disponibles en las tiendas son muy variables. “Es importante que los ciudadanos sean conscientes de las limitaciones de nuestro conocimiento sobre potenciales efectos y efectos secundarios de un tratamiento sin supervisión con epigalocatequina galato”, ha declarado Reeves, ajeno al nuevo trabajo, al portal especializado Science Media Centre.

David Nutt, director del Centro de Neuropsicofarmacología del Colegio Imperial de Londres, es más optimista: “Es emocionante ver que entender la neurobiología genética del síndrome de Down está posibilitando tratamientos específicos. Esperemos que la promesa de este estudio experimental se confirme en ensayos a gran escala y que otros sigan este enfoque”.

domingo, 7 de febrero de 2016

La psiquiatría usa demasiados fármacos inútiles

Joseba Elola, entrevista con Robert Whitaker, periodista de investigación. “La psiquiatría está en crisis” El periodista norteamericano recopiló estudios científicos para evidenciar que los trastornos mentales no se deben a alteraciones químicas del cerebro. El País, 7 FEB 2016:

Todo empezó con dos preguntas. ¿Cómo es posible que los pacientes de esquizofrenia evolucionen mejor en países donde se les medica menos, como India o Nigeria, que en países como Estados Unidos? ¿Y cómo se explica, tal y como proclamó en 1994 la Facultad de Medicina de Harvard, que la evolución de los enfermos de esquizofrenia empeorara con la implantación de medicaciones, con respecto a los años setenta? Estas dos preguntas inspiraron a Robert Whitaker para escribir una serie de artículos en el Boston Globe —finalista en el Premio Pulitzer al Servicio Público— y dos polémicos libros. El segundo, Anatomía de una epidemia, que ahora edita, actualizado, Capitán Swing en España, fue galardonado como mejor libro de investigación en 2010 por editores y periodistas norteamericanos.

En el curso de esa indagación, una cascada de datos demoledores: en 1955 había 355.000 personas en hospitales con un diagnóstico psiquiátrico; en 1987, 1.250.000 recibían pensiones en EE UU por discapacidad debida a enfermedad mental; en 2007 eran 4 millones. El año pasado, 5. ¿Qué estamos haciendo mal?

Whitaker (Denver, Colorado, 1952) se presenta, humildemente, las manos en los bolsillos, en un hotel de Alcalá de Henares. Su cruzada contra las pastillas como remedio de las enfermedades mentales no va por mal camino. Prestigiosas escuelas médicas ya le invitan a que explique sus trabajos. “El debate está abierto en EE UU. La psiquiatría está entrando en nuevo periodo de crisis en ese país porque la historia que nos ha contado desde los ochenta ha colapsado”.

Pregunta. ¿En qué consiste esa historia falsa que, dice usted, nos han contado?

Respuesta. La historia falsa en EE UU y en parte del mundo desarrollado es que la causa de la esquizofrenia y la depresión es biológica. Se dijo que se debían a desequilibrios químicos en el cerebro; en la esquizofrenia, por exceso de dopamina; en la depresión, por falta de serotonina. Y nos dijeron que teníamos fármacos que resolvían el problema como lo hace la insulina con los diabéticos.

P. En Anatomía de una epidemia viene a decir que los psiquiatras aceptaron la teoría del desequilibrio químico porque prescribir pastillas les hacía parecer más médicos, los homologaba con el resto de la profesión.

R. Los psiquiatras, en Estados Unidos y en muchos otros sitios, siempre tuvieron complejo de inferioridad. El resto de médicos solían mirarlos como si no fueran auténticos médicos. En los setenta, cuando hacían sus diagnósticos basándose en ideas freudianas, se les criticaba mucho. ¿Y cómo podían reconstruir su imagen de cara al público? Se pusieron la bata blanca, que les daba autoridad. Y empezaron a llamarse a sí mismos psicofarmacólogos cuando empezaron a prescribir pastillas. Mejoró su imagen. Aumentó su poder. En los ochenta empezaron a publicitar su modelo y en los noventa la profesión ya no prestaba atención a sus propios estudios científicos. Se creyeron su propia propaganda.

“Están creando mercado para sus fármacos y están creando pacientes. Es un éxito comercial
P. Pero esto es mucho decir, ¿no? Es afirmar que los profesionales no tuvieron en cuenta el efecto que esos fármacos podían tener en la población.

R. Es una traición. Fue una historia que mejoró la imagen pública de la psiquiatría y ayudó a vender fármacos. A finales de los ochenta se vendían 800 millones de dólares al año en psicofármacos; 20 años más tarde se gastaban 40.000 millones.

P. Y ahora afirma usted que hay una epidemia de enfermedades mentales creada por los propios fármacos.

R. Si se estudia la literatura científica se observa que ya llevamos 50 años utilizándolos. En general, lo que hacen es aumentar la cronicidad de estos trastornos.

P. ¿Qué le dice usted a la gente que está medicándose? Algunos tal vez no la necesiten, pero otros tal vez sí. Este mensaje, mal entendido, puede ser peligroso.

R. Sí, es verdad, puede ser peligroso. Bueno, si la medicación le va bien, fenomenal, hay gente a la que le sienta bien. Además, el cerebro se adapta a las pastillas, con lo cual retirarla puede tener efectos severos. De lo que hablamos en el libro es del resultado en general. Yo no soy médico, soy periodista. El libro no es de consejos médicos, no es para uso individual, es para que la sociedad se pregunte: ¿hemos organizado la atención psiquiátrica en torno a una historia que es científicamente cierta o no?

El recorrido de Whitaker no ha sido fácil. Aunque su libro esté altamente documentado, aunque fuera multipremiado, desafió los criterios de la Asociación de Psiquiatría Americana (APA) y los intereses de la industria farmacéutica.

Pero, a estas alturas, se siente recompensado. En 2010, sus postulados eran vistos, dice, como una “herejía”. Desde entonces, nuevos estudios han ido en la dirección que él apuntaba —cita a los psiquiatras Martin Harrow o Lex Wunderink; y apunta que el prestigioso British Journal of Psychiatry ya asume que hay que repensar el uso de los fármacos—. “Las pastillas pueden servir para esconder el malestar, para esconder la angustia, pero no son curativas, no producen un estado de felicidad”.

P. ¿Vivimos en una sociedad en la que necesitamos pensar que las pastillas pueden resolverlo todo?

R. Nos han alentado a que lo pensemos. En los cincuenta se produjeron increíbles avances médicos, como los antibióticos. Y en los sesenta, la sociedad norteamericana empezó a pensar que había balas mágicas para curar muchos problemas. En los ochenta se promocionó la idea de que si estabas deprimido, no era por el contexto de tu vida, sino porque tenías una enfermedad mental, era cuestión química, y había un fármaco que te haría sentir mejor. Lo que se promocionó, en realidad, en Estados Unidos, fue una nueva forma de vivir, que se exportó al resto del mundo. La nueva filosofía era: debes ser feliz todo el tiempo, y, si no lo eres, tenemos una píldora. Pero lo que sabemos es que crecer es difícil, se sienten todo tipo de emociones y hay que aprender a organizar el comportamiento.

P. Buscamos el confort y el mundo se va pareciendo al que describió Aldous Huxley en Un mundo feliz…

R. Desde luego. Hemos perdido la filosofía de que el sufrimiento es parte de la vida, de que a veces es muy difícil controlar tu mente; las emociones que sientes hoy pueden ser muy distintas de las de la semana o el año que viene. Y nos han hecho estar alerta todo el rato con respecto a nuestras emociones.

P. Demasiado centrados en nosotros mismos…

R. Exacto. Si nos sentimos infelices, pensamos que algo nos pasa. Antes la gente sabía que había que luchar en la vida; y no se le inducía tanto a pensar en su estado emocional. Con los niños, si no se portan bien en el cole o no tienen éxito, se les diagnostica déficit de atención y se dice que hay que tratarlos.

P. ¿La industria o la APA están creando nuevas enfermedades que en realidad no existen?

R. Están creando mercado para sus fármacos y están creando pacientes. Así que, si se mira desde el punto de vista comercial, el suyo es un éxito extraordinario. Tenemos pastillas para la felicidad, para la ansiedad, para que tu hijo lo haga mejor en el colegio. El trastorno por déficit de atención e hiperactividad es una entelequia. Antes de los noventa no existía.

P. ¿La ansiedad puede desembocar en enfermedad?

R. La ansiedad y la depresión no están tan lejos la una de la otra. Hay gente que experimenta estados avanzados de ansiedad, pero estar vivo es muchas veces estar ansioso. Empezó a cambiar con la introducción de las benzodiacepinas, con el Valium. La ansiedad pasó de ser un estado normal de la vida a presentarse como un problema biológico. En los ochenta, la APA coge este amplio concepto de ansiedad y neurosis, que es un concepto freudiano, y empieza a asociarle enfermedades como el trastorno de estrés postraumático. Pero no hay ciencia detrás de estos cambios.

martes, 2 de febrero de 2016

Las farmacéuticas impiden la llegada de los genéricos

Miguel Ángel Criado, "Cómo las farmacéuticas de EE UU frenan la llegada de los genéricos.

Las grandes compañías estadounidenses pagan a la competencia, compran su producción o gastan más en publicidad que en investigación, según un informe"  El País, 2 FEB 2016

El Daraprim es un veterano fármaco cuyo componente activo, la pirimetamina, se usa desde hace décadas como profiláctico contra la malaria y para combatir la toxoplasmosis. El verano pasado, la compañía Turing Pharmaceuticals se hizo con sus derechos de venta en EE UU. En horas, un medicamento que valía 13,50 dólares pasó a costar 750. El caso desató una gran polémica en ese país y el fundador de la compañía ha acabado en los tribunales. Pero el del Daraprim es solo el caso más extremo y mediático de las muchas historias en las que las farmacéuticas maniobran para frenar la llegada de los medicamentos genéricos lo antes posible y a un precio asequible, según afirma un informe.

"Las compañías farmacéuticas tienen hoy una única misión: maximizar los beneficios para los accionistas y las bonificaciones para los directivos aún a costa del perjuicio y la muerte de los pacientes", dice el profesor del Centro Anderson para el Cáncer de la Universidad de Texas (EE UU), Hagop Kantarjian. "Se trata de un cambio fundamental en su misión tradicional que era dual: ayudar a los enfermos mientras lograban una beneficios razonables", añade.

Kantarjian y un grupo de colegas, entre los que hay médicos y profesores de derecho expertos en patentes, han publicado un informe con las tácticas que usan las grandes farmacéuticas para retrasar la llegada de los medicamentos genéricos que puedan restar mercado a sus propias formulaciones. El estudio, que se centra en la situación en EE UU,  ayuda a entender un fenómeno que parece paradójico: el progresivo incremento del precio de los genéricos. La investigación, publicada en Blood, la revista de la Sociedad Estadounidense de Hematología no se basa en ninguna trama oscura, se apoya solo en datos públicos de la Comisión Federal del Comercio de EE UU, informes de la Comisión Europea o resoluciones judiciales. Así que el relato solo cuenta lo que se sabe y se ha demostrado.

Una de las tácticas es tan imponente como legal. En EE UU, la industria farmacéutica y de la salud es el mayor grupo de presión ante los políticos. Solo en aquel país, el sector dedicó más de 475 millones de euros en 2015 a hacer lobbying, es decir, presión política, según datos del Senado estadounidense. Buena parte de los esfuerzos de lobby de los medicamentos se concentra en endurecer el régimen de patentes y defender la propiedad intelectual e industrial de las grandes compañías estadounidenses en el resto del mundo.

La farmacéutica Cephalon pagó a cuatro compañías de genéricos para que no lanzaran al mercado sus versiones del modafinilo

Pero hay otras tácticas no tan legales. Es el caso de lo que llaman Pay-For-Delay, o pago por retrasar la llegada de los genéricos. Cuando la patente que protege un fármaco de marca está a punto de expirar o, al menos, es cuestionable ante los tribunales, la farmacéutica dueña del medicamento paga a los laboratorios que pensaban sacar un genérico para que no lo hagan. Este mecanismo se puede retorcer aún más: las grandes farmacéuticas denuncian a los pequeños laboratorios por infringir su patente pero, en vez de exigirles una compensación económica, acuerdan pagarles una cantidad a cambio, claro, de retrasar su genérico.

Así, entre finales de 2005 y principios de 2006, la farmacéutica Cephalon firmó cuatro acuerdos con otras tantas compañías de genéricos para que no lanzaran al mercado sus versiones de un medicamento para tratar problemas del sueño y que entonces hacía furor, el Provigil (modafinilo). El año pasado, tras años de litigios, Teva Pharmaceutical Industries (que había comprado Cephalon), acordó con la FTC compensar a aseguradoras, farmacias y usuarios con 1.200 millones de dólares.

Uno de los coautores de este informe, el profesor de la Universidad Rutgers, Michael Carrier, analizó en un estudio previo otra de las artimañas usadas por algunas de las grandes farmacéuticas. Se trata de la introducción o el simple amago de un genérico autorizado por la propia compañía que posee la patente. En principio, esta entrada puede tirar de los precios para abajo pero, como escriben los autores, "la amenaza de la creación de un genérico autorizado sirve como herramienta de coerción". De hecho, en muchos acuerdos se incluye la cláusula de que la detentadora de la patente se compromete a no sacar su propio genérico.

En EE UU, el 'lobby' farmacéutico es el que más dinero gasta en presión política, 500 millones $ en 2015

La FTC, que tiene una sección dedicada solo a vigilar estos acuerdos, estima que el pago por frenar la llegada de los genéricos en cualquiera de sus versiones tiene un coste para la sociedad estadounidense de unos 3.500 millones de dólares al año, su mayoría en forma de sobrecoste de los fármacos.

Aunque el informe se centra sobre todo en la situación de EE UU, el problema del retraso de los genéricos por las maniobras de la industria no es exclusivo de ese país. Desde 2009, la Comisión Europea fiscaliza los acuerdos entre fabricantes de fármacos de marca y genéricos por litigios de patentes. El sexto informe, publicado en diciembre pasado y correspondiente a 2014, desvela que el 39% de los acuerdos incluía alguna limitación de entrada del genérico en el mercado y el 12%, además, añadía algún tipo de compensación por parte de la dueña de la patente.

Uno de los casos más sonados fue el seguido contra la farmacéutica Lundbeck que, en 2002, acordó con cuatro fabricantes de genéricos que retrasarían la llegada de sus fármacos. Una década más tarde, la Comisión Europea impuso una multa a Lundbeck de casi 94 millones de euros. Pero los laboratorios de genéricos también recibieron multas por un total de 52,2 millones de euros. Y es que, como muestra el informe, estos acuerdos benefician a las dos partes.

Materia ha intentado conocer la opinión de este sector en España sobre este informe sin conseguirlo. Ni la patronal de las farmacéuticas ni la asociación sectorial española de genéricos ni la europea,ni tampoco algunos de los mayores fabricantes de genéricos han querido opinar sobre estas prácticas.

"Hay que tener en cuenta que el mercado de los genéricos de EE UU es muy diferente del europeo", recuerda el profesor de trabajo social de la UNED, Miguel del Fresno. En España, por ejemplo, el precio de los genéricos está regulado, lo que desincentiva alguna de las herramientas que usa la industria farmacéutica. Pero, aún así, del Fresno añade otra a la lista. En 2014, este investigador y su colega Antonio López publicaron un estudio sobre la imagen de los genéricos en Internet. Su conclusión principal es que existe "una estrategia de comunicación explícita con un objetivo muy claro: generar percepciones de riesgo a su alrededor para frenar su aceptabilidad social".

martes, 19 de enero de 2016

Los hombres más proclives a la depresión suicida


Los suicidios masculinos superan en número a los femeninos en todo el mundo. La ciencia explica por qué

La presión para conseguir el éxito laboral, la conciliación familiar y el reconocimiento social es uno de los factores de riesgo de suicidio actual.

Drummond consiguió por fin realizar sus sueños. Había sido un largo camino desde que, de niño y con gran molestia, no pudo superar el acceso a secundaria. Fue una gran decepción para su madre, pero sobre todo para su padre, que era ingeniero en una empresa farmacéutica. Éste nunca había mostrado un gran interés por él de pequeño; nunca jugaban juntos y si se portaba mal lo inclinaba sobre el respaldo de una silla y le daba una zurra. Así eran los hombres de entonces. Un padre era objeto de temor y respeto. Un padre era un padre.

Fue duro ver pasar cada mañana frente a su casa a los alumnos de secundaria con sus gorras, tan elegantes. El sueño de Drummond siempre había sido llegar a director de una pequeña escuela en un pueblo tan perfecto como el que le vio crecer, pero sólo consiguió plaza en un instituto técnico como aprendiz de carpintero y albañil. Su asesor laboral casi rompe a reír cuando Drummond le habló de sus aspiraciones profesionales, pero no por ello cesó en su empeño. Luchó por hacerse un hueco en la universidad y se convirtió en presidente del sindicato de estudiantes. Encontró trabajo de profesor, se casó con su novia de toda la vida y poco a poco se abrió camino hasta dirección, en un pueblo de Norfolk. Tenía tres hijos y dos coches. Su madre estaba orgullosa al menos.

Fue así como acabó solo, sentando en un pequeño cuarto, y barajando la posibilidad de suicidarse.

Factores de riesgo

La impulsividad, la melancolía obsesiva, los niveles bajos de serotonina o la falta de dotes sociales son algunas de las vulnerabilidades que aumentan el riesgo de suicidio. El presidente de la Academia Internacional de Investigación del Suicidio, el profesor Rory O’Connor, lleva veinte años estudiando los procesos psicológicos que se esconden tras la muerte autoinfligida. “¿Ha visto las noticias?”, pregunta. Los periódicos matutinos muestran los datos más recientes: en el 2013 se registraron 6.233 suicidios en el Reino Unido. Mientras que la tasa de suicidio femenino se mantiene más o menos estable desde 2007, la de los hombres se encuentra en su nivel más alto desde 2001. Casi ocho de cada diez suicidios son masculinos, una cifra que lleva más de tres décadas en aumento. En 2013, la causa más probable de muerte para un hombre de entre 20 y 49 años no era ni asalto, ni accidente de tráfico, ni las drogas, ni un ataque al corazón, sino la propia decisión de no seguir viviendo.

Aquellos que se dedican al estudio del suicidio, o que trabajan en organizaciones benéficas de salud mental, están empeñados en convencer a los curiosos de que rara vez, si acaso, existe un único factor que explique una muerte autoinducida, y que la enfermedad mental, y más comúnmente la depresión, precede por lo general a ese evento. “Pero lo más alarmante es que la mayoría de los depresivos no se suicidan”, me comenta O’Connor. “Menos del 5% lo hacen. Así que la enfermedad mental no lo explica. Para mí, la decisión de suicidarse es un fenómeno psicológico. Aquí, en el laboratorio, lo que pretendemos es entender la psicología de la mente suicida”.

Estamos sentados en el despacho de O'Connor en el Gartnavel Royal Hospital. A través de la ventana, bajo un cielo sombrío, se alza la torre de la Universidad de Glasgow (Escocia). Sobre un tablón de corcho, dibujos de sus dos hijos, un monstruo naranja y un teléfono rojo. Oculta en el armario, una siniestra colección de libros: Comprender el suicidio, Por su propia mano inocente, y Una mente inquieta, la célebre crónica de la locura, de Kay Redfield Jamison.

En 2013, la causa más probable de muerte para un hombre de entre 20 y 49 años no era ni asalto, ni accidente de tráfico, ni las drogas, ni un ataque al corazón, sino la propia decisión de no seguir viviendo

El Laboratorio de Investigación de Conductas Suicidas de O’Connor trabaja con supervivientes en hospitales, evaluando sus casos dentro de las primeras 24 horas tras un intento, y haciendo el seguimiento de su progreso posterior. También llevan a cabo estudios experimentales para poner a prueba hipótesis sobre cuestiones tales como la tolerancia al dolor en personas suicidas, o los posibles cambios cognitivos tras períodos breves de estrés inducido.

Tras años de estudio, O’Connor descubrió algo sorprendente acerca de las mentes suicidas. Se llama perfeccionismo social, y podría ayudarnos a comprender por qué los varones tienden tanto a suicidarse.

El padre perfecto

Drummond se casó con Livvy, su novia de ojos marrones, a la edad de 22 años. Dieciocho meses después se convirtió en padre. Al poco tiempo ya tenía dos niños y una niña. El dinero era escaso, por supuesto, pero él era fiel a sus responsabilidades. Daba clases durante el día y trabajaba detrás de la barra de un bar por la noche. Los viernes acudía a hacer el turno de noche en una bolera, de 6 de la tarde a 6 de la mañana. Dormía durante el día y regresaba a tiempo de hacer un nuevo turno la noche del sábado. A continuación, el turno del almuerzo en un pub los domingos, un pequeño descanso, y vuelta al cole en la mañana del lunes. No veía mucho a sus hijos, pero para él lo más importante era garantizar la comodidad de su familia.

Además de trabajar, Drummond también estudiaba, decidido a hacerse con la titulación necesaria para ser director. Más ambición, más progresos. Consiguió nuevos trabajos en escuelas mejores. Guiaba a su familia hacia un destino mejor. Sentía que era un buen líder . El marido perfecto.

Tras años de estudio, O'Connor descubrió algo sorprendente acerca de las mentes suicidas. Se llama perfeccionismo social

Sólo que no lo era.

El valor de los roles

Cuando se es un perfeccionista social, uno tiende a identificarse con los roles y responsabilidades que cree tener en la vida. “No se trata de lo que uno espera de sí mismo”, explica O’Connor, “sino de lo que cree que piensan los demás. Que ha decepcionado a otros, que ha fracasado como padre, como hermano, o lo que sea”.

Esto puede resultar especialmente tóxico, pues se están juzgando los juicios imaginados de otras personas acerca de uno mismo. “No tiene nada que ver con lo que la gente piensa realmente acerca de uno,” asegura. “Sino con lo que uno cree que ellos esperan. Lo verdaderamente problemático es que esto está siempre fuera de tu control”.

La primera vez que O’Connor supo de la existencia del perfeccionismo social fue leyendo estudios con sujetos universitarios norteamericanos. “Pensé que no sería lo mismo dentro de un contexto británico, y que no funcionaría con personas procedentes de entornos más adversos, pero vaya que sí. Es un efecto sorprendentemente robusto. Lo hemos estudiado en las zonas más desfavorecidas de Glasgow”. Su primer estudio tuvo lugar en el 2003, con veintidós personas que habían intentado suicidarse recientemente, más un grupo de control. Fueron evaluados mediante un cuestionario de quince preguntas para medir el acuerdo con afirmaciones tales como: ‘El éxito está en trabajar todavía más para complacer a los demás’, o ‘la gente no espera de mí menos que la perfección’. “La relación entre perfeccionismo social y tendencias suicidas está presente en todas las poblaciones con las que hemos trabajado”, dice O’Connor, “tanto entre los desfavorecidos como entre los ricos".

Lo que aún no conocemos es el por qué. "Manejamos la hipótesis de que los perfeccionistas sociales son mucho más sensibles a las señales de fracaso dentro del entorno", comenta.

Casi ocho de cada diez suicidios son masculinos, una cifra que lleva más de tres décadas en aumento

Pero, ¿se trata de un fracaso percibido, a la hora de ajustarse a las expectativas, y sobre cuáles son los roles a los que los hombres sienten que deben ajustarse, ¿padres? ¿proveedores? “La sociedad está sufriendo cambios”, responde O’Connor, “ahora también tienes que ser el Sr. Metrosexual. Las expectativas son aún más grandes, hay más oportunidades para que un hombre pueda sentir que fracasa”.

La presión en Asia 

La capacidad de percibir las expectativas ajenas, junto a la catastrófica creencia de no estar cumpliendo con ellas, muestra un rápido crecimiento en Asia, cuyas tasas de suicidio se han disparado. Corea del Sur es el país peor parado de la zona; algunos cálculos aseguran que ya posee la segunda tasa de suicidios más alta del mundo. Cerca de 40 surcoreanos toman su propia vida cada día, según informes del 2011. En 2014, una encuesta de la Fundación para la Promoción de la Salud en Corea, reveló que algo más de la mitad de sus adolescentes había tenido pensamientos suicidas durante el año previo.

Un psicólogo social de la Universidad Inha de Corea del Sur, el profesor Uichol Kim, cree que esto puede deberse en gran parte a la miseria desatada tras el vertiginoso paso del país de la pobreza rural a la opulencia urbana. Hace sesenta años, el país estaba entre los más pobres del mundo, asegura, comparando su posguerra con el estado de Haití tras el terremoto del 2010. En el pasado casi todo el mundo vivía en comunidades agrícolas, mientras que hoy, el 90% vive en zonas urbanas.

Este cambio ha hecho añicos los cimientos de una cultura que, durante 2.500 años, había estado profundamente arraigada en el confucianismo, un sistema de valores que obtiene su sentido de la subsistencia en pequeñas comunidades agrícolas, frecuentemente aisladas. “La vida giraba en torno la cooperación y el trabajo en común”, explica Kim. “Por lo general, se trataba de una cultura basada en compartir, dar y cuidar. Pero en la ciudad moderna es todo mucho más competitivo, más basado en la superación de logros”. El significado de éxito personal ha cambiado para la gran mayoría. “Ahora uno se define según su estatus, su poder o su riqueza, y esto no forma parte de la tradición cultural”. ¿A qué se deben estos cambios? “Un estudioso de Confucio, viviendo en una granja dentro de una aldea, podría ser muy sabio, pero nunca dejaría de ser pobre”, afirma Kim. “Hemos querido enriquecernos”, y como resultado, hemos sufrido una especie de amputación del significado personal. “Hablamos de una cultura sin raíces”.

Trabajadores en un edificio de Corea del Sur, donde la tasa de suicidios es la segunda más alta del mundo.

También se trata de una cultura cuyo camino hacia el éxito está entre los más exigentes -Corea tiene el horario laboral más prolongado de entre todas las naciones prósperas de la OCDE– además de ser de los más estrictos. Si fracasas como adolescente, es fácil sentir que has fracasado de por vida. “La empresa más respetada de Corea es Samsung”, afirma Kim. Entre el 80% y el 90% de su plantilla proviene de tres únicas universidades. “A no ser que consigas acceder a una de ellas, no podrás conseguir trabajo en ninguna de las principales corporaciones”. 

Pero se trata de algo más que la perspectiva de empleo para la juventud del país. “Si eres un buen estudiante obtendrás el respeto de tus profesores, de tus padres y de tus amigos. Serás popular, y todos querrán salir contigo”. La presión para conseguir este nivel de perfección, no sólo social, puede ser inmensa. “La autoestima, la consideración social y el estatus, se combinan todos en una única meta”, asegura. Y “¿qué pasa si no lo consigues?”.

El cambio de la vida agraria a la urbana en Corea del Sur ha hecho añicos los cimientos de una cultura que, durante 2.500 años, había estado profundamente arraigada en el confucianismo, un sistema de valores que obtiene su sentido de la subsistencia en pequeñas comunidades agrícolas, frecuentemente aisladas

"Devaluado como hombre"

Por si fuera poco, además de todo el trabajo a tiempo parcial que hacía por dinero, y sus estudios, Drummond también realizaba labores de voluntariado que le quitaban aún más tiempo de estar con su mujer y sus hijos. Livvy se quejaba de lo mucho que trabajaba, decía sentirse abandonada. "Estás más interesado por tu carrera que por mí", le insistía. Y el constante trasiego de las mudanzas de una escuela a otra tampoco ayudaba.

De la primera aventura se enteró mientras trabajaba de voluntario en un hospital de King’s Lynn. Una mujer le hizo entrega de un fajo de papeles: “Son las cartas que tu mujer le ha estado escribiendo a mi marido”, le espetó. Tenían una alta carga erótica, pero lo peor de todo fue descubrir lo prendada que Livvy había estado de aquel hombre.

Drummond se fue a casa dispuesto a enfrentarse a su esposa. Livvy no pudo negarlo. Estaba todo allí, de su propio puño y letra. Se enteró de todas las escenas que habían tenido lugar en la calle del amante; con ella conduciendo calle arriba y abajo, frente a su casa, tratando de verlo. Pero Drummond fue incapaz de dejarla; los niños eran pequeños, y ella le había prometido no volver a hacerlo. Así que decidió perdonar.

Drummond solía ausentarse los fines de semana para hacer cursos de formación. Al volver un día a casa descubrió que el coche de Livvy había sufrido un pinchazo, y que un policía local le había cambiado la rueda. Aquello, pensó él, había sido muy amable por su parte. Un tiempo más tarde, su hija de 11 años le contó, cubierta en lágrimas, que había pillado a su madre en la cama con el policía.

El siguiente amante de Livvy fue un visitador médico. Esta vez llegó a dejarle, si bien regresó a casa un par de semanas más tarde. Drummond lidió con ello de la única manera en que sabía hacerlo: resignándose. No era su estilo venirse abajo, llorar o patalear. No tenía amigos masculinos cercanos con los que hablar, y aunque lo hubiera hecho, es poco probable que hubiera dicho nada. No es el tipo de cosas que uno arde en deseos de contar, que tu mujer anda por ahí poniéndote los cuernos. Fue entonces cuando Livvy decidió que quería separarse.

Ellos están principalmente motivados para el avance, centrados en ir abriendo paso. Las mujeres se preocupan más por el clima organizativo, por cómo conectan con el resto. Creo que esto puede extrapolarse a facetas más allá del entorno laboral”

Livvy se quedó con la casa y los niños tras el divorcio; el lote completo. Una vez pagada la manutención no es que quedara gran cosa para Drummond, pero nadie lo supo en el colegio. Allí seguía siendo el varón modélico en quien tantos años había invertido: el director de éxito y el marido con tres hijos en la flor de la vida. Pero aquello no podía durar. Un día se le acercó un monitor y le preguntó: "¿Es cierto que tu mujer se ha mudado?".

Para entonces ya estaba viviendo en una gélida habitación de alquiler en una granja a las afueras de King’s Lynn. Se sentía completamente devaluado como hombre. Estaba en la ruina y se sentía un fracaso, un cornudo; muy lejos de lo que todos esperaban de él. Su médico le recetó unas pastillas. Recuerda estar sentado en aquel lugar, en los humedales, y darse cuenta de que lo más fácil sería asumir sus pérdidas y acabar con todo.

Perfil del perfeccionista social

Un perfeccionista social tiene unas expectativas inusualmente altas de sí mismo. Su autoestima pende peligrosamente de su capacidad para mantener un nivel, a veces imposible, de éxito. Ante el fracaso, colapsa.

Aún así, los perfeccionistas sociales no son los únicos en confundirse con sus objetivos, sus roles o sus aspiraciones. El profesor Brian Little, de la Universidad de Cambridge, es famoso por sus investigaciones en “proyectos personales”. Él cree que si nos identificamos tan estrechamente con ellos, es porque los acabamos integrando en nuestra propia concepción del yo. “Sois vuestros proyectos personales”, como solía repetirles a sus estudiantes, en Harvard.

Según Little, existen diferentes tipos de proyecto, con diferentes cargas de valor. Pasear al perro no es menos proyecto personal que llegar a director en un bonito pueblo, o convertirse en un buen padre o un buen marido. Sorprendentemente, se cree que lo significativo de nuestros proyectos no influye tanto sobre nuestro bienestar. Lo que marca la verdadera diferencia sobre nuestra felicidad es si estos proyectos son o no realizables.

¿Qué es lo que ocurre cuando nuestros proyectos personales empiezan a desmoronarse? ¿Cómo hacemos para afrontarlo? ¿Existe una diferencia de género que explique por qué tantos hombres deciden acabar con sus vidas?

Sí, existe. Se supone que, por lo general, un hombre, en su propio perjuicio, encuentra difícil hablar de sus dilemas emocionales. Y lo mismo ocurre cuando se trata de hablar de proyectos si estos empiezan a tambalearse. En su libro Yo, yo mismo y nosotros, Little escribe: “Las mujeres obtienen provecho de dar visibilidad a sus proyectos y a los retos que afrontan en su búsqueda, mientras que un hombre prefiere reservarse esos problemas para sí mismo”.

Little también descubrió, como parte de un estudio sobre individuos en altos cargos directivos, otra diferencia relevante entre géneros. “No ofrecer resistencia a la corriente es una importante característica diferenciadora en los hombres”, nos cuenta. “Ellos están principalmente motivados para el avance, centrados en ir abriendo paso. Las mujeres se preocupan más por el clima organizativo, por cómo conectan con el resto. Creo que esto puede extrapolarse a facetas más allá del entorno laboral. No pretendo perpetuar estereotipos, pero los datos son lo suficientemente claros”.

Esta teoría encontró el apoyo de un informe muy influyente, publicado en el año 2000 por el equipo de Shelley Taylor, catedrática de la UCLA, que trataba sobre las respuestas bioconductuales al estrés. Descubrieron que mientras los hombres tienden a mostrar una filosofía de pelea o sal corriendo, las mujeres son más propensas a servir y relacionarse. “Aunque una mujer pueda considerar muy seriamente el suicidio”, asegura Little, “dada su conectividad social, es probable que también piense, ‘Por Dios, ¿Qué será de mis hijos? ¿Qué pensará mi madre?’ así que hay una cierta resistencia a llevar el acto a cabo”. En el caso masculino, la muerte podría entenderse como el salir corriendo definitivo.

Esta forma letal de huida requiere determinación. El doctor Thomas Joiner, de la Universidad Estatal de Florida, ha centrado sus estudios en las diferencias entre los que barajan el suicidio y los que realmente actúan sobre su deseo de muerte. “No puede actuarse sin antes vencer el miedo a la muerte”, afirma. “Y creo que esto es lo que marca la verdadera diferencia entre géneros”. Joiner nos habla de su vasta colección de vídeos de cámaras de seguridad y policiales, mostrando gente “con un deseo desesperado de quitarse la vida y que, en el último momento, vacilan por miedo. Es este momento de duda el que salva sus vidas”. ¿Significa esto que los hombres son menos propensos a flaquear? “Exacto”.

Un perfeccionista social tiene unas expectativas inusualmente altas de sí mismo. Su autoestima pende peligrosamente de su capacidad para mantener un nivel, a veces imposible, de éxito. Ante el fracaso, colapsa

Tampoco deja de ser cierto que, en la mayoría de países occidentales, las mujeres intentan suicidarse con más frecuencia que los hombres. Si los hombres mueren más, se debe en gran parte al método escogido. Mientras que los hombres optan por las armas o el ahorcamiento, las mujeres prefieren utilizar pastillas. Martin Seager, psicólogo clínico y asesor de los Samaritanos, cree que esto demuestra que los hombres albergan una mayor intención suicida. “El método escogido refleja su psicología”, asegura. Por su parte, Daniel Freeman, del departamento de psiquiatría de la Universidad de Oxford, apunta a un estudio con 4.415 pacientes que pasaron por el hospital tras un intento de suicidio, y que revela una mayor intención en hombres que en mujeres. Aún así la hipótesis sigue fundamentalmente sin investigar. “No creo que se haya demostrado de forma definitiva,” dice. “Pero también es cierto que sería increíblemente complicado de probar”.

La cuestión de la intención también sigue en el aire para O’Connor. “No estoy al tanto de ningún estudio decente sobre el tema porque tratarlo sería realmente complicado”, asegura. Pero para Seager la cosa está clara. “Los hombres consideran el suicidio una forma de ejecución”, afirma. “Un hombre se expulsa a sí mismo del mundo. Hablamos de una enorme sensación de vergüenza y fracaso. El género masculino se siente responsable de proveer y proteger a los demás, además de responsable de su propio éxito. Cuando una mujer pierde su empleo es doloroso, pero no pierde su sentido de la identidad, ni su feminidad. Cuando un hombre pierde su trabajo siente que ya no es un hombre”.

Esta es una idea que comparte el profesor Roy Baumeister, un célebre psicólogo cuya teoría del suicidio como ‘escape del yo’ ha tenido una gran influencia sobre O’Connor. Según Baumeister, “un hombre incapaz de proveer a su familia no puede considerarse, de alguna forma, ya un hombre. Mientras que una mujer nunca deja de serlo, la hombría sí puede perderse”.

Suicidio por vergüenza

En China no es inusual que un funcionario corrupto se suicide, en parte para que sus familias puedan disfrutar del botín adquirido de forma indebida, pero también para ahorrarse la vergüenza y la cárcel. El expresidente de Corea del Sur, Roh Moo-hyun, lo hizo en 2009, tras ser acusado de aceptar sobornos. Uichol Kim dice que, desde el punto de vista de Roh, “se suicidaba para salvar a su esposa e hijo. La única manera [pensó] de detener la investigación era matarse a sí mismo”.

Kim aclara que la vergüenza no suele ser un factor de peso en los suicidios en Corea del Sur, si bien puede serlo en otros países. Chikako Ozawa-de Silva, antropóloga en el Emory College de Atlanta, nos cuenta que en Japón, “la idea es que al suicidarse, un individuo restablece el honor de su familia y salva al resto de la vergüenza”.

“El valor dado a otras personas se convierte entonces en una carga adicional”, explica Kim. La vergüenza individual puede filtrarse y mancillar al entorno. Bajo la antigua ley confuciana, serían ejecutadas hasta tres generaciones de los familiares de un criminal.

Tanto en japonés como en coreano las palabras ‘ser humano’ significan ‘humano entre’. El sentimiento de individualidad es mucho más laxo en Asia que en occidente, y más absorbente. Se expande hasta incluir los grupos de los que uno forma parte. Esto implica un profundo sentimiento de responsabilidad hacia los demás que resuena profundamente en aquellos con tendencias suicidas.

No se trata de lo que uno espera de sí mismo sino de lo que cree que piensan los demás. Que ha decepcionado a otros, que ha fracasado como padre, como hermano, o lo que sea”

La concepción de uno mismo, en Japón, está muy íntimamente vinculada a su función. Según Ozawa-de Silva, es habitual que la gente se presente antes por su título que por su nombre. “En lugar de decir, ‘Hola, me llamo David’, en Japón dirán, ‘Hola, soy el David de Sony”, asegura. Esto ocurre “incluso al relacionarse en entornos informales”. En tiempos adversos, este impulso japonés de llevar el rol profesional al terreno personal puede resultar especialmente letal. “Llevan años, incluso siglos, glorificando el suicidio, probablemente desde los Samurái”. Como la gente tiende a ver su empresa como si de su familia se tratara, “un director general dirá, ‘me hago cargo de la responsabilidad de la empresa’ y se quitará la vida, y lo más probable es que los medios vean esto como un acto honorable”, asegura Ozawa-de Silva. En Japón, noveno país mundial en el ranking de suicidios, se estima que dos terceras partes de los suicidios acontecidos en el 2007 fueron masculinos. “En las sociedades patriarcales lo normal es que la responsabilidad la asuma el padre”.

El extraño caso chino

China ha pasado de tener una de las tasas de suicidio más alta del mundo, en 1990, a una de las más bajas. El año pasado, un equipo a cargo de Paul Yip, en el Centro de Investigación y Prevención del Suicidio de la Universidad de Hong Kong, descubrió que la tasa de suicidio había descendido del 23,2 por cada 100.000 personas a finales de 1990 al 9,8 por 100.000 en el 2009-11. Esta asombrosa caída del 58 por ciento se produce en un momento de grandes desplazamientos desde el campo a la ciudad, del mismo tipo que en el pasado reciente de Corea del Sur. Y, sin embargo, parece que con el efecto contrario. ¿Cómo puede ser?

Kim cree que China está viviendo una especie de “tregua” achacable a la ola de esperanza que siente la gente al encaminarse hacia una nueva vida. “Los suicidios aumentarán, sin duda”, asegura, señalando que Corea del Sur vivió descensos similares entre los setenta y los ochenta, cuando su economía estaba en rápida expansión. “La gente cree que será más feliz cuanto más rica, y concentrados en sus metas no piensan en suicidarse. Pero es distinto cuando alcanzas tus metas y no encuentras lo que esperas”.

De hecho, la esperanza en lugares desesperados puede resultar peliaguda, tal y como descubrió Rory O’Connor en Glasgow. “Formulamos la siguiente pregunta: ¿Encuentras siempre beneficioso tener una visión optimista del futuro? Nuestra intuición nos hacía pensar que sí”. Pero al observar los “pensamientos futuros intrapersonales”, aquellos que no consideran otra cosa más que el yo, como “quiero ser feliz” o “quiero estar bien”, el equipo volvió a sorprenderse. O’Connor evaluó en el hospital a 388 personas que habían intentado acabar con sus vidas, para después llevar a cabo un seguimiento de reincidencias los siguientes 15 meses. “Los estudios previos habían revelado una menor tasa de fascinación suicida en aquellos con niveles altos de pensamientos intrapersonales futuros”, nos cuenta. “Descubrimos que el mejor predictor de intentos futuros era el comportamiento pasado –nada del otro mundo- pero también esta cosa del pensamiento intrapersonal futuro. Y no en la dirección que hubiéramos pensado”. Resultó que la gente con mayor tendencia a este tipo esperanzador de pensamiento personal era más propensa a intentar suicidarse de nuevo. “Estos pensamientos pueden ser positivos en tiempos de crisis”, dice. “Pero, ¿Qué ocurre con el tiempo, una vez te das cuenta de que nunca vas a alcanzarlos?”.

Algo que Asia y Occidente sí tienen en común es la relación entre los roles de género y el suicidio. Pero claro, es que los estereotipos occidentales sobre la masculinidad son mucho más progresistas, ¿no es cierto?

Se cree que lo significativo de nuestros proyectos no influye tanto sobre nuestro bienestar. Lo que marca la verdadera diferencia sobre nuestra felicidad es si estos proyectos son o no realizables

En 2014, el psicólogo clínico Martin Seager y su equipo decidieron poner a prueba la definición cultural de lo que entendemos por ser hombre o mujer. Se sirvieron de una serie de preguntas cuidadosamente pensadas para hombres y mujeres reclutados a través de una selección de webs norteamericanas y británicas. Lo que descubrieron sugiere, que para los tiempos que corren, las expectativas que albergan ambos sexos en cuanto al concepto de hombre, siguen ancladas en los años 50. “El primer requisito es ser un luchador, un triunfador”, explica Seager. “El segundo es el deber de proteger y proveer, y el tercero mantener la compostura y el control en todo momento. Si incumples cualquiera de estos requisitos es que no eres un hombre”. Ni que decir tiene que además, un ‘hombre de verdad’ no debe dar nunca muestras de debilidad. “Un hombre que pide ayuda será siempre objeto de burla”, asegura. Las conclusiones de este estudio reflejan, de forma notable, lo que O’Connor y sus colegas venían diciendo sobre el suicidio masculino desde su informe para los Samaritanos en el 2012: “Un hombre se mide a sí mismo contra un ideal masculino que premia el poder, el control y la invulnerabilidad. Cuando un hombre siente que no se ajusta a este ideal, llega la vergüenza y el sentimiento de derrota”.

Metrosexuales

En Occidente, a veces tenemos la sensación de que en algún momento, a mediados de los ochenta, decidimos que los hombres eran algo abominable. La lucha por la igualdad de derechos y la seguridad sexual de las mujeres, ha dado como resultado décadas de percepción del hombre como un abusador, violento y privilegiado. Las versiones modernas del hombre, surgidas en oposición a estas críticas, no son más que criaturas risibles: el vanidoso metrosexual; el marido inútil que no sabe operar un lavavajillas. Entendemos, como género, que ya no se nos permite mantener la expectativa de control, de liderazgo, de pelea, de soportarlo todo con calma y resignación, de perseguir nuestras metas con tal determinación que no deje tiempo para amigos ni familia. Estas aspiraciones son ahora motivo de vergüenza sin razón aparente. Pero, ¿qué podemos hacer? Nuestra definición de éxito no ha cambiado, a pesar de los avances sociales, como tampoco lo ha hecho lo que entendemos por fracaso. ¿Cómo haremos para desmontar los impulsos de nuestra propia biología o los imperativos culturales, reforzados por ambos sexos desde el Pleistoceno?

Mientras hablamos, le confieso a O’Connor que hace tiempo, quizás diez años, yo mismo le pedí antidepresivos a mi médico, temeroso de que me diera por hacer una tontería, y salí de consulta con la receta: “Vete al bar y diviértete un poco”.

“¡Por Dios!” dice, frotándose los ojos con incredulidad. “¿Y eso ocurrió hace tan sólo diez años?”. “Es cierto que a veces pienso que debería estar medicado”, le digo. “Y me avergüenza decirlo, pero me preocupa bastante lo que mi mujer pudiera pensar”. “¿Lo has hablado con ella?”, pregunta.

Por un momento siento tal vergüenza que no puedo articular palabra.

“No”, contesto. “Y me tenía por alguien que se sentiría cómodo al charlar de estas cosas, pero ha sido aquí, hablando, que he caído en la cuenta. La típica mierda masculina”.

 “¿Pero es que no lo entiendes? No es ninguna mierda”, dice. “¡Ese es justo el problema! En la narrativa actual se dice que ‘los hombres son una mierda’, ¿verdad? Pero eso es una gilipollez. No hay manera de cambiar a los hombres. Se les puede tunear, no me malinterpretes, pero es la sociedad la que tiene que plantearse, ‘¿A qué servicios, que nosotros podamos ofertar, estarían ellos dispuestos a acudir? ¿Qué ayuda podemos ofrecerles para cuando se sientan angustiados?”

Entonces me habla de una amiga suya que se mató en 2008. “Aquello tuvo un impacto enorme sobre mí”, me dice. “No podía dejar de preguntarme, ‘¿Cómo es posible que no te hayas dado cuenta? Por Dios, llevas años dedicado a esto’. Me sentía un fracaso. Le había fallado a ella y a todo su entorno”.

Esto, a mí, no hace más que recordarme al perfeccionismo social. “Ah, claro. Es que yo soy un perfeccionista social”, asegura. “Soy hipersensible a las críticas sociales, aunque se me da bien ocultarlo. Tengo una desproporcionada necesidad de complacer y soy muy propenso a creer que he fallado a los demás”.

Otro de sus factores de riesgo es la melancolía obsesiva, los bucles cerrados de pensamiento. “Soy un perfeccionista social y un melancólico obsesivo, sí, sin lugar a dudas”, asegura. “Cuando te vayas me pasaré el día entero, y luego la noche, rumiando, ‘vaya, no puedo creer que haya dicho eso’. Me voy a matar...“, hace una pausa, y corrige, “me voy a castigar mucho con esto”.

"La relación entre perfeccionismo social y tendencias suicidas está presente en todas las poblaciones con las que hemos trabajado, tanto entre los desfavorecidos como entre los ricos"

Le pregunto si él se considera en riesgo de suicidio. “No metería la mano en el fuego”, dice. “Creo que a todo el mundo se le pasa por la cabeza en algún momento. Bueno, no a todo el mundo, pero está demostrado que sí a mucha gente. Nunca he estado deprimido o mostrado tendencias suicidas, gracias a Dios”.

Voluntarios

De vuelta en su gélido cuarto, en una granja en los humedales de Norfolk, Drummond sigue sentado con sus pastillas y sus ansías de tomárselas. Lo que salvó su vida fue la curiosa coincidencia de haber sido voluntario en los Samaritanos. Un día fue allí no a escuchar, como hacía habitualmente, si no a hablar durante horas. “Sé por propia experiencia que hay un montón de gente que debe sus vidas a lo que allí se hace”, nos cuenta.

Drummond ha vuelto a casarse y sus hijos han crecido. Han pasado 30 años desde aquella ruptura. Incluso ahora, todavía le resulta doloroso hablar del tema, así que no lo hace. “Supongo que uno hace por enterrarlo, ¿no?”, dice. “Se espera que lo afrontes como un hombre, y no lo hables con nadie. Eso no se hace”.