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jueves, 12 de diciembre de 2019

Habla el máximo estudioso de la desigualdad, Piketty

Thomas Piketty: "La motivación económica para pedir la independencia en Cataluña es muy significativa"

Jueves, 12 diciembre 2019, El Mundo:

Thomas Pikkety (Clichy, Francia, 1971) va con prisas. Las huelgas de Francia lo han retrasado. Además, tiene mucha experiencia dando respuestas después del best seller que supuso El Capital en el Siglo XXI (2014). Ahora vuelve con Capital e Ideología (Ed. Deusto), donde pone sus tesis sobre la desigualdad económica a caminar por la historia de la humanidad. Su propuesta para transitar hacia un nuevo capitalismo: un impuesto del 90% a los superricos, una herencia de 120.000 euros para todos a los 25 años y la desaparición de los impuestos indirectos.

"La desigualdad no es económica o tecnológica: es ideológica y política". Ésta es la principal conclusión de su libro. ¿Qué me dice si le digo que la desigualdad es un fenómeno natural?

Bueno, viene de la naturaleza, en el sentido de que todo el mundo es diferente y tiene talentos distintos, pero luego las instituciones desarrolladas por el hombre hacen la diferencia. En algunas instituciones se exacerba la desigualdad inicial, se acumulan grandes concentraciones de riqueza y de propiedades a través de las familias. La gran lección de la historia es que el sistema legal o fiscal o educativo puede suponer una diferencia inmensa en términos de desigualdad. Las élites siempre son conservadores y quieren ver la desigualdad como algo imposible de cambiar. Pero la historia nos demuestra lo contrario.

¿Por qué escribe sobre Cataluña que es "especialmente chocante comprobar que el nacionalismo catalán es más acusado entre las categorías sociales más favorecidas que entre las más modestas"?

El problema de Cataluña es complicado y mi intención no es afirmar que la queja fiscal es la única que existe. Sabemos que hay asuntos relacionados con la forma de gobierno -república versus monarquía, por ejemplo- y hay muchísimos conflictos. Pero a mí me preocupa el tema fiscal y que parte de la motivación para la independencia, no toda, pero una parte importante, sea el afán por mantener más ingresos fiscales dentro de Cataluña.

¿Pero usted se declara sorprendido porque esperaba que en Cataluña los más ricos y educados fueran menos nacionalistas o qué?

Es que es muy chocante que pase esto. Porque si fuera únicamente por la cultura o por la lengua, no esperarías que la relación del separatismo con el nivel de rentas fuera tan fuerte. Que esta relación se de lo que sugiere es que la motivación económica para pedir la independencia es muy significativa. Me gustaría que los independentistas de izquierda clarificasen su postura en lo referente a la solidaridad fiscal. Sé que la gente que defiende la independencia de Cataluña quiere quedarse en la UE y mi pregunta entonces es muy simple: ¿aceptarían seguir pagando las transferencias fiscales a nivel federal europeo o quieren ser una especie de Luxemburgo para atraer más inversión y quedarse los ingresos fiscales para ellos solos? No podemos organizar Europa con un montón de paraísos fiscales que compitan entre sí, necesitamos solidaridad. Estoy seguro de que en California estarían muy contentos de quedarse sus ingresos fiscales, pero tienen que pagar a Washington su impuesto federal y ese es un sistema bueno para tener un proyecto federal más amplio. Y la UE debería ser un proyecto así, no basado en la competencia fiscal de todos contra todos.

Hay gente que dice que la única posibilidad de que su sistema impositivo global se imponga es un gobierno mundial "al estilo chino", para evitar la competencia fiscal entre países...

El sistema chino es muy opaco y muy desigual. En los países postcomunistas, como Rusia y China, puede haber un partido comunista, pero el sistema económico es más capitalista que comunista y de hecho tanto Rusia como China se han convertido en los mejores aliados de los paraísos fiscales y del hipercapitalismo. En estos países algunas personas cercanas al poder se convierten en oligarcas y pueden transmitir toda su riqueza a sus hijos sin ningún tipo de regulación o impuestos. Para mi esta es la peor combinación posible.

¿Y entonces cómo se impone su fiscalidad global?

Creo que se puede hacer a muchos niveles. En España, en Francia... Por supuesto, podemos avanzar mucho si lo hacemos conjuntamente, pero ya se puede hacer mucho a nivel de los países, sobre todo si abandonamos esta visión de que podemos tener circulación libre de capitales sin ningún tipo de regulación, sin ningún tipo de intercambio de información sobre quién, cómo y cuándo transfiere. Ese fue un gran error del Tratado de Maastricht. Estoy a favor de la circulación de las inversiones, pero el tratado no contempla ninguna sanción para los países que no transmiten información fiscal y creo que deberíamos cambiarlo...

Hay más de cien países que intercambian información fiscal...

Pero no sabemos exactamente qué es lo que comparten. No hay ninguna administración fiscal en el mundo, ni en Francia ni en España, que sea capaz de decir qué información tienen y cómo la utilizan. Si queremos que el sistema funcione tiene que haber sanciones vinculantes para los países que no facilitan información. Seguimos en la etapa de hablar de cuentos de hadas, pero hay que cambiar los tratados europeos. Y tenemos ese problema de la unanimidad: algunos países no quieren cambiar esto, quieren tener tratados independientes. No podemos esperar a que la unanimidad llegue para cambiar en Europa.

El énfasis suyo y de sus colegas en el 1% más rico ha capturado la imaginación de mucha gente. Pero la cuestión es: ¿qué pasa con el resto? Podemos tener dos países con el mismo 1%, pero con un 99% restante muy diferente: uno muy desigual y otro no.

En el caso de EEUU, lo que es muy chocantes es que el gran auge de la parte superior de los dueños del 1% de la renta se ve igualado por el 50% inferior. Ha habido un colapso en la participación de la renta nacional. Lo que solía ser un 20% de la renta, ahora es un 10%. Lo cual es aterrador. Se puede explicar por el hecho de que el 1% superior ha acaparado una mayor parte de una economía que no crecía muy rápido. Si hubiera mucho crecimiento igual no hubiera habido un problema. Esa fue la promesa de Reagan en los años 1980. Si la economía crece mucho, entonces todo bien, porque habrá una participación más pequeña, pero de una tarta más grande. Pero si ves el rendimiento de la economía de EEUU en las tres décadas posteriores a Reagan y antes, el hecho es que se ha visto reducido a la mitad. Y eso se debe a muchos factores, incluyendo la falta de inversión pública en la educación, la caída de los salarios... No queremos seguir este camino en Europa, pero no podemos estar seguros de ello porque las fuerzas de la competencia fiscal va en esa dirección.

Le preguntaba por el 99% restante porque hoy, en Francia, en Chile y en Hong Kong, son las clases medias las que protestan...

Sí, por supuesto, la clase media ha sufrido porque han visto un estancamiento de su renta. No un colapso como el que ha sufrido el 50% más pobre en EEUU, pero sí un estancamiento. Y se puede ver en algunos casos que acaban pagando más impuestos que los que están arriba que son capaces de zafarse de sus obligaciones tributarias. Y esto es muy peligroso, porque si la clase media tiene la sensación de que están pagando más que los de arriba, entonces todo el contrato social y el consentimiento fiscal se ve machacado porque puede ser que la clase media diga 'no queremos pagar más' y ya nadie quiera mantener el sistema. Pero este modelo social que tenemos en Europa es el que ha evitado que la desigualdad llegue a los niveles americanos. El sistema europeo es frágil y si no tenemos más cooperación entre nosotros para que el sistema fiscal sea más equitativo, el contrato social se verá amenazado.

Con sus libros siempre se habla mucho de impuestos. Hace poco en un debate con Gabriel Zucman y Emmanuel Saez, Larry Summers, que fue secretario del Tesoro con Clinton, dijo que el impuesto a los ricos que ustedes proponen es "mala política, mala economía y basada en malos datos". ¿Qué opina?

Pienso que Larry Summers es un mal economista en temas de desigualdad. No conoce bien los números, no ha hecho investigación sobre estos temas. Él ya estaba en el poder en tiempos de Bill Clinton en un momento en que había una intensa desregulación financiera y él empujaba para que hubiera cada vez más. Debería ser un poco más humilde a la vista de lo que ha hecho y las consecuencias que tuvo en la crisis financiera y en la desigualdad creciente en EEUU. Siempre ha habido economistas conservadores como Summers. Antes de que se creara el impuesto federal sobre la renta había muchísimos Larry Summers diciendo que no debía existir una fiscalidad progresiva, etc. Y hoy, en 2019, tenemos a Larry Summers, diciendo que no queremos un impuesto federal sobre la riqueza. Pero cuando hoy tienes 100 multimillonarios y había 30 hace 10 años y 10 hace 20 años y este proceso de concentración sigue tanto o más de prisa que el tamaño de la economía, no puedes decir que tener unos tipos impositivos de un 6% o 7% como los que proponen Zucman o Saez sea excesivo. Si ves la tasa de crecimiento de las fortunas es mucho más veloz que la tasa de crecimiento de la economía. Si crecieran a la par, podrías decir que todo el mundo está creciendo, que hay ricos y pobres, pero que todos se están beneficiando, pero aquí hay un desequilibrio enorme y si Summers no es capaz de ver eso debería leer más revistas sobre billonarios y analizar los datos.

El éxito de su primer libro creó problemas a la socialdemocracia, porque los conservadores apenas se sienten aludidos por la desigualdad, les atemorizan más sus ideas sobre impuestos expropiadores. En este libro, la crítica a la socialdemocracia es aún más explícita. La acusa de renunciar a organizar de otra manera la economía global y la superación del Estado-nación...

La socialdemocracia históricamente ha conseguido grandes logros. Comparado con otros proyectos políticos han sido capaces de poner en marcha sistema sociales, fiscalidad progresiva, educación pública, pero ha habido una fuerte limitación empezando en 1980 y 1990 a nivel de la integración europea. Se cometió un error al tener una sola moneda y circulación libre de capitales sin un presupuesto y una fiscalidad común. Estoy a favor de la circulación libre, pero necesitas una fiscalidad común. Los socialdemócratas han estado en el poder en Francia, en Alemania, durante muchísimos años. En Francia entre 1981 y 2017, han estado 20 años en el poder. Cuatro legislaturas con mayoría absoluta. En ese mismo periodo también estaban en el poder en Alemania y nunca se dio una propuesta socialdemócrata explícita para cambiar Europa.

Dice que el hecho de que Mark Zuckerberg tuvo una buena idea comercial con 25 años no justifica que a los 50 o 70 siga controlando Facebook. No cree que este planteamiento puede acabar con las buenas ideas a los 25 años...

Creo que Marc Zuckerberg hubiera estado muy contento de crear Facebook incluso si se le hubiese dicho al principio que en vez de tener 50.000 millones en acciones sólo iba a tener 1.000 millones o cien millones. ¡Cuando eres un estudiante qué más te dan cien millones que un millón! ¡Ya estás motivadísimo! La gran mayoría de los emprendedores útiles no son multimillonarios, son personas que logran acumular un millón o quizás diez millones si tienen muchísimo éxito, pero la idea de que un emprendedor necesita tener billones para que la economía sea eficaz es errónea. Creo que vivimos en sociedades con un nivel de ingresos muy altos...

¿Pero sus tesis conducen a la desaparición del concepto de ahorro que es la base de la acumulación capitalista que critica?

En el caso de Zuckerberg no se trata de los ahorros, se trata de que tuvo una idea muy exitosa, no fue un lento proceso de ahorro, sino que fue una fortuna muy rápida. Este proceso de creación de fortunas rápidas creo que tiene que sustituirse por un flujo de movilidad circular del poder y de la economía, sobre todo para los grandes niveles de acumulación de capital

domingo, 17 de julio de 2016

Falacia de la ventana rota y obsolescencia programada

La falacia de la ventana rota fue propuesta por el economista liberal Frédéric Bastiat en su ensayo de 1850 Ce qu'on voit et ce qu'on ne voit pas ("Lo que vemos y lo que no vemos") para ilustrar la idea de los costes escondidos o costes de oportunidad: si un niño rompe el cristal de un comercio, al principio, todo el mundo simpatiza con el comerciante, pero algunos pronto empiezan a sugerir que el cristal roto beneficia al cristalero, que comprará pan con ese beneficio; a su vez beneficia al panadero, quien con ese dinero comprará zapatos, beneficiando al zapatero y así sucesivamente. En fin, el pensamiento capitalista vulgar, imbuido de un patológico optimismo emprendedor y cortoplacista llega a la conclusión de que el niño no es culpable de vandalismo: ha hecho un favor a la sociedad creando beneficio a toda ella.

Bastiat indica que la falacia consiste en que se consideran los beneficios del cristal roto pero se ignoran los costes escondidos: el comerciante está obligado a comprar un cristal nuevo cuando con ese dinero habría ido a comprar pan beneficiando al panadero de un modo más legítimo a largo plazo. Al final, mirando al conjunto de la industria, el resultado es negativo: se ha perdido el valor de un cristal, llegando Bastiat a la conclusión de que «la sociedad pierde el valor de los objetos inútilmente destruidos» y que «la destrucción no es beneficio».

Pues bien, esto se asocia estrechamente al defecto principal de la sociedad capitalista: produce demasiada basura (incluso basura humana, gente que en sí misma es basura porque no se les castigan este tipo de conductas: el niño al que se le permite romper ventanas, banqueros con contratos blindados que provocan la ruina de varias familias impunemente, políticos que se acogen a la prebenda de no ser juzgados y pasan o se desentienden de toda responsabilidad moral o no, técnicos que escogen tuberías de fibrocemento porque son más baratas aunque al cabo resulten más caras etc.), y esa basura, a la larga, perjudicará seriamente a la humanidad (o a nosotros, que duele más) porque, malthusianamente, los bienes son más escasos que nuestra capacidad para procesarlos. La obsolescencia programada es el resultado más perverso de esa manera capitalista de concebir el beneficio atendiendo solo a bienes particulares y no a bienes generales, como pretende el imperativo categórico kantiano. El mejor resumen de lo que expreso lo hizo un basurero al indicar que "quienes no recogen la basura que tiran con el pretexto de que así le dan trabajo al basurero deberían dejar que les rompiera la dentadura de un puñetazo para que los dentistas tuvieran trabajo".

La falacia de la ventana rota sirve para determinar si una medida es buena o mala mirando sus consecuencias a largo plazo para toda la población, y no sólo las que tienen lugar a corto plazo para una parte de la misma (por ejemplo, para ese porcentaje mínimo de ricos que se ha beneficiado de las políticas de Rajoy o, a mayor escala, de la patrona a la que sirve, la Merkel -y en el pasado a los políticos del pan para hoy y hambre para mañana: Thatcher y Reagan- a costa del adelgazamiento de un mucho mayor sector de la clase media, como ha señalado Thomas Piketty, y una mayor oscilación y falta de estabilidad en la economía a causa de la desregularización promovida por el neoliberalismo y sus no declarados discípulos socialistas: Blair, González etc.: la existencia de contrapesos reguladores garantiza la estabilidad a largo plazo. Y también a largo plazo es el cuidado de la buena calidad educativa de la población: ya se ve que ni Thatcher ni Reagan cumplían con un mínimo de humanidades, ni mucho menos de humanidad. En ellos eso era cuando menos rudimentario.

Y al final, resulta que la mayoría de nuestros políticos son unos niños irresponsables a los que hay que culpar de haber roto el cristal del futuro de la mayor parte de la sociedad, la clase media.

sábado, 2 de julio de 2016

Entrevista a Thomas Piketty

Carlos Yárnoz, Thomas Piketty "Nacionalismo y xenofobia es la respuesta fácil ante las desigualdades” El autor de 'El Capital en el Siglo XXI', analiza el 'Brexit' y los problemas de la UE" en El País, 2 JUL 2016 

Tras haber vendido en tres años 2,5 millones de ejemplares de su libro El Capital en el Siglo XXI, Thomas Piketty (Clichy, 1971) rechaza las continuas invitaciones que recibe para sumarse a la política activa. En esta entrevista en la fea y desangelada Escuela de Economía de París, donde es director de Estudios, este especialista en desigualdades cuenta a periodista de cinco medios europeos que la xenofobia y el nacionalismo campan por Europa y están en el origen del Brexit. La canciller Angela Merkel y el presidente François Hollande, dice, debieran apoyarse en Syriza, el PSOE o Podemos, partido al que, según cuenta al inicio de la charla, vota su esposa, Julia Cagé, nacida en Metz pero con doble nacionalidad francoespañola.

Pregunta. ¿Ha llegado con el Brexit la catástrofe de la que usted alertó durante crisis griega?

Respuesta. Europa jugaba con fuego desde hace tiempo, especialmente en la zona euro. La crisis de 2008, la más grave desde la II Guerra Mundial, ha sido mal gestionada. Nos empeñamos en reducir el déficit demasiado deprisa y matamos la recuperación, el crecimiento.

P. Inglaterra no padeció ese error al estar fuera de la zona euro.

R. Europa ha fracasado y ha creado tensiones por doquier. Paradójicamente, Inglaterra salió mejor de la crisis, pero las políticas antisociales de David Cameron avivaron los resentimientos de las clases populares que han llevado a una reacción irracional a base de xenofobia y estigmatización.

P. ¿Cómo salir del embrollo?

R. Ahora nadie parece haberse preparado para el Brexit. Tenemos la sensación de que, una semana después, todo el mundo navega a la vista. Pese a todo hay que recuperar la esperanza de poder construir algo nuevo a partir de este desastre. Un desastre para las generaciones jóvenes, que van a sufrir durante mucho tiempo las consecuencias de una opción elegida por la gente mayor.

P. ¿Cómo valora la respuesta dada por la UE al Brexit?

R. Ha sido totalmente insuficiente. Y hay asuntos pendientes importantes. Los costes causados por el secreto bancario suizo y mañana por los paraísos fiscales de la Corona británica y la opacidad de la City son considerables. Si no se hace, se alimenta el populismo. Me da miedo ver que a los dirigentes europeos les falta coraje.

P. ¿Y cómo debe transformarse la zona euro?

R. Soy partidario de un sistema bicameral: un Parlamento elegido directamente por los ciudadanos y otro que represente a los Estados nación con parlamentarios del Bundestag, la Asamblea Nacional francesa… El actual sistema no funciona ni funcionará jamás. En el Parlamento que propongo podría haber alianzas estratégicas, coaliciones ideológicas…

P. ¿Son los dirigentes políticos, y no solo británicos, responsables del Brexit?

R. Sí, sí. Y no solo los británicos. Francia no ha hecho nada en favor de los países del sur porque, con tipos de interés a cero…, mejor no cambiar. Claro que la actitud de Alemania ha sido insoportable y completamente irracional. Machacando la actividad económica del Sur, los prestamistas alemanes no van a conseguir que se les devuelvan los créditos. Hay una voluntad de castigar que denota dosis de nacionalismo.

P. ¿Por qué se opone a la política de austeridad?

R. Porque no funciona. Alemania es el país por excelencia que jamás ha devuelto su deuda. Por eso es paradójico ver que Alemania exige a Grecia que devuelva hasta el último euro. Europa se construyó sobre el olvido de las deudas, para que las nuevas generaciones no pagaran los errores de los antepasados.

P. ¿Y qué propone a nivel mundial?

R. Es necesario regular el capitalismo. Necesitamos instituciones democráticas fuertes para regular la deriva de desigualdades, para controlar la potencia de los mercados, del capital, al servicio del interés general. Es un error creer que a eso se llega de forma natural. Hay una especie de fe en la autorregulación de los mercados que es excesiva. En 1914, durante la primera mundialización, hubo una sacralización del libre mercado y la propiedad privada que creó fuertes desigualdades, tensiones sociales, aumento del nacionalismo y, de alguna manera, contribuyó al estallido de la I Guerra Mundial.

P. Y más recientemente ha llegado el dumping social, fiscal, financiero…

R. Sí. Y si no hay repuesta para detener esas desigualdades, la respuesta más fácil es el nacionalismo y la xenofobia. Y así surgen responsables políticos como Donald Trump, Boris Johnson o Marine Le Pen… gente muy privilegiada financiera y socialmente cuya única estrategia consiste en explicar a las clases populares blancas que sus enemigos son las clases populares mexicanas, negras… Distraen así la atención sobre las desigualdades y las derivan hacia desigualdades identitarias, culturales, religiosas.

Yo lanzo una llamada a Hollande y Merkel para que se apoyen en Syriza, en Podemos, en el PSOE...

P. Crecen movimientos xenófonos, pero también una izquierda radical, como Syriza o Podemos.

R. Yo lanzo una llamada a Hollande y Merkel para que se apoyen en Syriza, en Podemos, en el PSOE…en esos partidos de izquierda, más o menos radical. Vale, Alexis Tsipras no es perfecto, Pablo Iglesias no es perfecto, tampoco sus programas, hay imperfecciones en lo que cuenta, no tiene experiencia en el poder…, pero son mucho menos peligrosos que los nacionalistas polacos, británicos, húngaros…

P. ¿Ha seguido de cerca las dos elecciones en España?

R. Sí, sí. Ahora hay una situación casi ingobernable. Se ha fomentado el miedo a Podemos humillando a Syriza, humillando a Grecia, exigiéndole privatizaciones totalmente irracionales para vendérselas luego baratas a griegos ricos aliados de banqueros alemanes o franceses. Y lo han hecho para meter miedo a los electores de países como España. Lo importante es que un cambio en España puede originar un cambio en la zona euro. Francia, Italia y España suponen el 50% de la población de la zona euro. Y Alemania, el 27%. España, según sea pro o antiausteridad, cambia los equilibrios.

domingo, 5 de julio de 2015

Entrevista a Thomas Piketty

Entrevista a Piketty por Andrew Hussey, "El capitalismo según Piketty", en La Vanguardia, 11-VI-2014:

Visitamos en París al autor de 'El capital en el siglo XXI' y analizamos las razones de que se haya convertido en el libro del año (y del decenio). 'El capital en el siglo XXI' pone en entredicho el mito de que el capitalismo mejora la vida de todos | "He querido dirigir el libro al lector general, con información bien clara para todo aquel que quiera leerlo"

 Una de las consignas del movimiento del 15-M fue que "el capitalismo no funciona". Ahora, en una obra excepcional e innovadora ('El capital en el siglo XXI'), el economista francés Thomas Piketty explica por qué eso es cierto, y sus tesis han suscitado un debate internacional. Nos encontramos con Piketty en su facultad parisina y analizamos a fondo el que ya puede decirse que es el libro del año 2014

La Escuela de Economía de París está situada en una parte muy poco parisina de la ciudad. Se encuentra en el bulevar Jourdan, en el extremo inferior del 14e arrondissement, junto al parque Montsouris. A diferencia de lo que ocurre en la mayoría de jardines franceses, ese parque exhibe una absoluta falta de rigor cartesiano; en realidad, con su lago, sus espacios abiertos y sus entrometidos y golosos patos, muy bien podría estar situado en cualquier ciudad británica. En cambio, el pequeño campus de la Escuela de Economía de París se parece inconfundible y reconfortantemente al de casi todos los campus universitarios franceses. Es decir, que es gris, monótono, destartalado y con pasillos que huelen vagamente a col. Es ahí donde he concertado una entrevista con el profesor Thomas Piketty, un tímido joven francés (tiene cuarenta y pocos años) que ha pasado la mayor parte de su carrera en archivos y recopilando datos, pero que está a punto de convertirse en el pensador más importante de su generación; un pensador independiente y un demócrata -según lo definió el profesor de Yale Jacob Hacker- que se ha convertido nada menos que en "un Alexis de Tocqueville para el siglo XXI".

Y ello a causa de su última obra, titulada El capital en el siglo XXI. Se trata de un libro voluminoso, de alrededor de un millar de páginas, lleno de notas, gráficos y fórmulas matemáticas. A primera vista, su aspecto es descaradamente académico, abrumador e incomprensible al mismo tiempo. El caso es que, a lo largo de los últimos meses, el libro ha desatado en Estados Unidos acalorados debates acerca de la dinámica del capitalismo y, en especial, acerca del auge aparentemente imparable de la minúscula élite que controla una porción cada vez mayor de la riqueza del mundo. También ha suscitado polémicas acerca del poder y el dinero en sitios web y blogs no especializados, y ha puesto en entredicho el mito que constituye el núcleo mismo de la vida estadounidense: que el capitalismo mejora la calidad de vida de todos. No es exactamente así, afirma Piketty, quien lo demuestra de un modo claro y riguroso echando por tierra todo aquello en lo cual creen los capitalistas sobre la ética de ganar dinero.

El carácter innovador del libro ha sido reconocido en un largo artículo publicado en The New Yorker, en el que se cita a Branko Milanovic -antiguo economista jefe del Banco Mundial-, quien describe el volumen de Piketty como "uno de los libros decisivos del pensamiento económico". En la misma línea, un colaborador de The Economist ha afirmado que la obra de Piketty ha reescrito doscientos años de pensamiento económico sobre la desigualdad. De modo muy resumido, las polémicas se han centrado en dos polos: el primero es la tradición iniciada por Karl Marx, quien creyó que el capitalismo acabaría autodestruyéndose en la interminable búsqueda de unos rendimientos decrecientes. En el extremo opuesto del espectro se encuentra la obra de Simon Kuznets, ganador del premio Nobel en 1971, para quien la brecha de la desigualdad se reduce forzosamente a medida que las economías evolucionan y se hacen más desarrolladas.

Según Piketty, ninguno de esos razonamientos se sostiene frente a las pruebas que él ha acumulado. Es más, logra demostrar que no hay razón para creer que el capitalismo sea capaz de resolver el problema de la desigualdad; un problema, que, según insiste, lejos de mejorar, empeora. De la crisis bancaria del 2008 al movimiento indignado del 2011, es algo que ya había sido intuido por la gente común. La singular importancia de su libro es que demuestra de modo científico que esa intuición es correcta. Por eso el libro ha traspasado los círculos especializados, porque dice lo que muchas personas ya piensan.

"He querido dirigir el libro al lector general", afirma Piketty al inicio de nuestra conversación, "y, aunque es a todas luces un libro susceptible de ser leído también por especialistas, mi objetivo era que la información esté bien clara para todo el que quiera leerlo." En realidad, hay que decir que El capital en el siglo XXI es sorprendentemente legible. Está repleto de anécdotas y referencias literarias que iluminan toda la narración. En inglés, ha sido una gran ayuda la ágil traducción de Arthur Goldhammer, un gran estilista literario que se ha enfrentado a autores de la talla de Albert Camus. No obstante, contemplando en las estanterías del despacho de Piketty títulos tan fácilmente inductores de jaqueca como Principios de microeconomía y La influencia política del keynesianismo, una persona corriente como yo necesita alguna ayuda adicional. Así que le hice la pregunta más evidente de todas: ¿cuál es la idea fundamental que recorre todo el libro?

"Empecé investigando un problema muy concreto", dice en un inglés teñido de un elegante acento francés. "Hace unos años me pregunté dónde estaban los datos brutos que sostenían todas las teorías acerca de la desigualdad, desde David Ricardo y Marx hasta los pensadores más contemporáneos. Empecé buscando en Gran Bretaña y Estados Unidos y descubrí que no había gran cosa. Y luego descubrí que los datos existentes contradecían casi todas las teorías, incluidas las de Ricardo y Marx. Cuando me puse a estudiar otros países, vi que aparecía un patrón: que el capital, y el dinero producido por él, se acumula más deprisa que el crecimiento en las sociedades capitalistas. Y que ese patrón, observado en el siglo XIX, se hizo más predominante a partir de la década de 1980, cuando se eliminaron los controles sobre el capital en muchos países ricos."

De modo que la tesis de Piketty, respaldada por una exhaustiva investigación, es que la desigualdad económica del siglo XXI está en aumento y se acelera a un ritmo peligroso. De entrada, este análisis modifica el modo en que consideramos el pasado. Ya sabíamos que el final del capitalismo predicho por Marx nunca se produjo; y que incluso en el momento de la revolución rusa de 1917 ya estaban subiendo los salarios del resto de Europa. También sabíamos que Rusia era según todos los parámetros el país menos desarrollado de Europa y que por esa razón arraigó allí el comunismo. Sin embargo, Piketty añade que fueron las diversas crisis del siglo XX (principalmente, dos guerras mundiales) las que impidieron el crecimiento continuado de la riqueza nivelando temporal y artificialmente la desigualdad. En contra de nuestra percepción del siglo XX como una época en la que disminuyó la desigualdad, lo cierto es que en términos reales no dejó de crecer.

En el siglo XXI, es así no sólo en los llamados países ricos (Estados Unidos, Gran Bretaña y Europa occidental), sino también en Rusia, China y otros países en fase emergente de desarrollo. Existe un peligro real de que si no se detiene el proceso la pobreza aumente al mismo ritmo; y, según Piketty, muy bien puede resultar que el siglo XXI sea un siglo con más desigualdad y, por lo tanto, más discordia social que el siglo XIX. 

Cuando me explica sus ideas con fórmulas y teoremas, todo me suena demasiado técnico (tuve problemas con las matemáticas en la escuela primaria). Sin embargo, siguiendo atentamente sus explicaciones (es un buen maestro, muy paciente) y descomponiendo el análisis en pequeños fragmentos, todo empieza a cobrar sentido. Piketty explica a su principiante que la renta es un flujo, que se mueve y puede crecer según el rendimiento. El capital es un patrimonio, su riqueza procede de lo que se ha acumulado "a lo largo de todos los años anteriores juntos". Es un poco como la diferencia entre tener un descubierto y tener una hipoteca; y si uno no consigue ser dueño de la propia casa nunca tendrá patrimonio alguno y siempre será pobre.

En otras palabras, lo que está diciendo en términos globales es que quienes poseen capital y activos generadores de riqueza (como, por ejemplo, un príncipe saudí) siempre serán más ricos que los emprendedores que intentan conseguir capital. La tendencia del capitalismo en este modelo concentra cada vez más riqueza en manos de cada vez menos personas. ¿Acaso no lo sabíamos ya? ¿Que los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres? ¿No cantaban acerca de eso mismo los Clash y otros grupos en la década de los setenta? 

"Bueno, en realidad, no lo sabíamos, aunque podíamos haberlo sospechado", dice Piketty, animándose con el tema. "En primer lugar, es la primera vez que hemos reunido datos que demuestran que eso es así. En segundo lugar, es evidente que este movimiento, que está adquiriendo velocidad, tendrá implicaciones políticas: todos seremos más pobres en el futuro y eso es una situación que genera crisis. He demostrado que en las actuales circunstancias el capitalismo no puede funcionar."

De modo interesante, Piketty afirma ser un anglófilo y, de hecho, empezó su carrera investigadora con un estudio sobre el sistema del impuesto sobre la renta inglés ("uno de los mecanismos políticos más importantes de la historia"). Sin embargo, también afirma que los ingleses tienen una fe demasiado ciega en los mercados, que no siempre comprenden. Debatimos la actual crisis de las universidades británicas que, tras haber impuesto unas tasas de matrícula, ahora descubren que carecen de liquidez porque el gobierno no calculó bien lo que tendrían que pagar los estudiantes y no es capaz de asegurarse la devolución de los préstamos concedidos para el pago las matrículas. Dicho en otras palabras, el gobierno creyó que conseguía una fuente de ingresos introduciendo tasas de matrícula y, en realidad, al no poder controlar todas las variables del mercado, lo que hizo fue apostar con dinero público y parece que va a perder de modo espectacular. Piketty dice con una sonrisa: "Es el ejemplo perfecto de cómo provocar deuda en el sector público. Algo increíble y difícil de concebir en Francia".

A pesar de su simpatía por Gran Bretaña y Estados Unidos, Piketty confiesa que sólo se siente cómodo en Francia. El capital en el siglo XXI contiene una multitud de referencias francesas (una figura clave es el historiador François Furet); y Piketty admite que el panorama político que mejor comprende es el francés. Creció en Clichy, en un barrio principalmente de clase trabajadora. Sus padres eran militantes de Lucha Obrera, un partido trotskista que aún goza de bastante predicamento en Francia. Como muchos en aquellos años, decepcionados por el fracaso de la casi revolución de Mayo del 68, se retiraron a criar cabras cerca de Carcasona (la clásica trayectoria de muchos progres de esa generación). Sin embargo, el joven Piketty estudió en París y acabó obteniendo un doctorado en la Escuela de Economía de Londres a los 22 años. Luego se fue al Instituto de Tecnología de Massachusetts, donde destacó como profesor, y acabó regresando a París y se convirtió en el primer director de la escuela en la que tiene lugar la entrevista.

Su propio itinerario político empezó, me cuenta, con la caída del muro de Berlín en 1989. Viajó a Europa oriental y quedó fascinado por las ruinas del comunismo. Fue esa fascinación inicial la que lo llevó a emprender una carrera como economista. También influyó en él la guerra del Golfo de 1991. "Vi entonces que muchas malas decisiones eran tomadas por los políticos porque no sabían de economía. Yo no soy político. No es mi trabajo. Pero me encantaría que los políticos leyeran mi obra y sacaran conclusiones de ella."

La afirmación es un tanto equívoca, puesto que Piketty sí que trabajó como consejero de Ségolène Royal en el 2007, cuando la dirigente socialista fue candidata en las elecciones presidenciales. No fue una etapa feliz para él, puesto que por esa misma época acabó entre enconadas acusaciones mutuas su romance con la política y novelista Aurélie Filippetti, otra seguidora de Royal. Se entiende que, tras aquel turbio asunto, Piketty quiera distanciarse del fragor y las trifulcas de la política diaria.

No importa, ¿Qué hemos aprendido? Que el capitalismo es malo. Muy bien. ¿Cuál es la respuesta? ¿El socialismo? Es de esperar. "No es tan sencillo", afirma, decepcionando a este antiguo adolescente marxista. "Lo que defiendo es un impuesto progresivo, un impuesto global, basado en la imposición a la propiedad privada. Es la única solución civilizada. Las otras son, en mi opinión, mucho más bárbaras; y me refiero al sistema oligárquico ruso, en el que no creo, y a la inflación, que en realidad sólo es un impuesto sobre los pobres." Explica que la oligarquía, en especial el actual modelo ruso, no es más que el gobierno de los muy ricos sobre la mayoría. Es un sistema tiránico y que no se diferencia mucho de una forma de gangsterismo. Añade que la inflación no suele afectar a los muy ricos, porque su riqueza aumenta de todas formas; los pobres, en cambio, se llevan la peor parte porque aumenta el coste de vida. Un impuesto progresivo sobre la riqueza es la única solución sensata.

Sin embargo, aunque cuanto dice tiene sentido, y no sólo sentido sino mucho sentido común, le comento que ningún partido político, de derechas o de izquierdas, se atrevería a acudir en Gran Bretaña o Estados Unidos a las urnas con unas propuestas tan idealistas. François Hollande recibe hoy un rechazo generalizado no por sus aventuras sexuales (que, en realidad, le valen una amplia admiración), sino por el severo régimen impositivo que intenta imponer.

"Es verdad", dice Piketty. "Claro que es verdad. Pero también es verdad, como mis colegas y yo hemos demostrado en este libro, que la presente situación no puede sostenerse por mucho tiempo. No se trata necesariamente de una visión apocalíptica. He hecho un diagnóstico de situaciones pasadas y presentes, y creo que hay soluciones. Pero antes de ponerlas en práctica, tenemos que comprender la situación. Cuando empecé a recopilar datos, me quedé muy sorprendido de lo que encontraba, que la desigualdad crece muy deprisa y que el capitalismo no parece estar en condiciones de eliminarla. Muchos economistas empiezan al revés, haciéndose preguntas acerca de la pobreza; pero lo que yo quería comprender era de qué forma actúa la riqueza o la superriqueza para aumentar la brecha de desigualdad. Y lo que encontré, como decía, es que la velocidad a la que crece la brecha de la desigualdad es cada vez mayor. Tiene uno que preguntarse qué significa eso para la gente corriente, para los que no son multimillonarios ni lo serán nunca. Bueno, creo que significa ante todo un deterioro del bienestar económico colectivo; en otras palabras, una degradación del sector público. Sólo hay que ver lo que quiere hacer Obama (reducir la desigualdad en la asistencia sanitaria y en otros ámbitos) y lo difícil que resulta conseguir eso para comprender lo importante que es. Existe entre los capitalistas una creencia fundamentalista según la cual el capital salvará el mundo y no es así. No por lo que dijo Marx acerca de las contradicciones del capitalismo, sino porque, como he descubierto, el capital es un fin en sí mismo y nada más."

Piketty pronuncia su charla, erudita y convincente, con pasión tranquila. Es, da la impresión, un personaje un tanto tímido y retraído, pero le encanta su tema y, en realidad, es un placer encontrarse en medio de un seminario privado sobre el dinero y cómo funciona. Es cierto que su libro es largo y complejo, pero sus exposiciones acerca del modo cómo funciona el mundo capitalista son comprensibles por todos los que viven en él (es decir, todos nosotros). Una de las más penetrantes es la que se refiere al auge de los directivos o superdirectivos, que no producen riqueza, sino que obtienen de ella un salario. En realidad, sostiene Piketty, se trata de una forma de robo, aunque ese no es el peor delito de los superdirectivos. Mucho más perjudicial es el modo en que se han embarcado en una competencia con los multimillonarios, cuya riqueza -que se acelera más allá de la economía- será siempre inalcanzable. Eso crea una carrera permanente en la que las víctimas son los perdedores, es decir, la gente corriente que no aspira a semejante posición o riqueza, pero que no obstante es despreciada por los presidentes, vicepresidentes y otros lobos de Wall Street. En ese apartado, Piketty hace trizas una de las grandes mentiras del siglo XXI: que los superdirectivos se merecen sus sueldos porque, como los futbolistas, poseen habilidades especializadas poseídas sólo por una élite casi sobrehumana.

"Una de las grandes fuerzas divisivas que existen hoy -afirma-, es lo que llamo el extremismo meritocrático. Es el conflicto entre multimillonarios, cuya renta procede de la propiedad y los activos, como en el caso de un príncipe saudí, y los superdirectivos. Ninguna de esas dos categorías hace o produce nada salvo su propia riqueza; en realidad, se trata de una superriqueza separada por completo de la realidad cotidiana del mercado, que rige la vida de la mayoría de las personas ordinarias. Peor aun, ambos grupos compiten entre sí para incrementar su riqueza; y el peor de todos los escenarios es el modo en que los superdirectivos, cuya renta se basa realmente en la codicia, siguen subiéndose los sueldos al margen de la realidad del mercado. Es lo que sucedió con los bancos en el 2008, por ejemplo".

Este es el tipo de pensamiento que hace tan atractiva y fascinante la obra de Piketty. A diferencia de muchos economistas, insiste en que el pensamiento económico no puede separarse de la historia o la política; eso proporciona al libro un carácter, definido por el premio Nobel estadounidense Paul Krugman, como "excepcional" y de "visión panorámica". La influencia de Piketty está creciendo mucho más allá de la reducida microsociedad de los economistas universitarios. En Francia es cada día más conocido por sus comentarios sobre los asuntos públicos, con artículos en Le Monde y Libération, sobre todo; y sus ideas son debatidas con frecuencia por políticos de todas las tendencias en programas de actualidad. De modo quizás más importante y menos usual, su influencia está creciendo en las corrientes dominantes de la política angloestadounidense (al parecer, su libro es uno de los favoritos entre el círculo de Ed Miliband, líder del Partido Laborista británico), un entorno tradicionalmente indiferente a los profesores de economía franceses. A medida que aumenta la pobreza en todo el planeta, todo el mundo está obligado a escuchar a Piketty con gran atención. Sin embargo, aunque su diagnóstico es preciso y convincente, resulta difícil, cuando no imposible, imaginar que la cura propuesta (impuestos y más impuestos) pueda ponerse en práctica en un mundo donde, desde Pekín hasta Washington pasando por Moscú, es el dinero y sus mayores acumuladores quienes llevan la batuta.