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miércoles, 1 de febrero de 2017

Se inicia el proceso que terminará con la destitución de Trump

Robert Kuttner "Donald Trump será destituido, pero ¿cuándo?", Huffington Post, 1-II-2017:

Trump está tratando de gobernar por impulsos, por caprichos, por recompensa personal, por beneficios, por decretos... como si hubiera sido elegido dictador. Pero resulta que no funciona y que la máquina ya está descarrilando sólo UNA SEMANA después.

El impeachment (o juicio político) está ganando terreno porque es la única forma de destituirlo, porque los republicanos ya están abandonando en masa a este presidente y porque el hombre es psiquiátricamente incapaz de comprobar si algo es legal antes de hacerlo.

El impeachment está ganando terreno porque resulta terriblemente evidente que Trump no es apto para la presidencia. Los adultos que rodean a Trump, hasta los que le sirven con una lealtad que roza la esclavitud, se pasan la mitad de su tiempo tratando de refrenarlo, pero es imposible.

Una cosa es vivir en tu propia realidad cuando eres candidato y sólo son palabras. Puedes engañar a las suficientes personas durante el tiempo suficiente como para ser elegido.
Se pasan la otra mitad del tiempo respondiendo a llamadas frenéticas de líderes republicanos, élites empresariales y dirigentes extranjeros. ¿Que Trump ha hecho qué? El pobre Reince Priebus, su jefe de Gabinete, ya ha llegado a la cima del poder y no va a ser divertido.

Una cosa es vivir en tu propia realidad cuando eres candidato y sólo son palabras. Puedes engañar a las suficientes personas durante el tiempo suficiente como para ser elegido. Pero cuando intentas gobernar de esa manera, la realidad es la realidad, y ésta te llama al orden.

Una por una, Trump ha decretado órdenes impulsivas que no han sido revisadas por juristas, ni por expertos gubernamentales ni responsables políticos, y ni mucho menos han sido objeto de una planificación meditada. Casi de forma inmediata se ve obligado a dar marcha atrás por una combinación de presión política y legal. Y por la realidad.

A diferencia de las dictaduras que Trump admira, la compleja red de medidas constitucionales legales y políticas contra la tiranía todavía funciona en Estados Unidos (a veces le cuesta, pero funciona). Y cuanto más imprudente es el comportamiento de Trump, más se refuerzan estas medidas.

¿De verdad alguien piensa que el Tribunal Supremo va a ser la puta de Trump?
Sólo con su esfuerzo lunático de prohibir la entrada de refugiados de forma selectiva (pero no precisamente procedentes de países que envían a terroristas, como Arabia Saudí y Egipto, donde Trump tiene intereses comerciales), el presidente ya ha descubierto que el sistema estadounidense tiene tribunales. Tiene tribunales. Imagínatelo.

Cuanto más trastornado se vuelva, menos jueces conservadores harán la pelota a las políticas republicanas (como hasta ahora solían hacer). ¿De verdad alguien piensa que el Tribunal Supremo va a ser la puta de Trump?

La semana pasada, algunos republicanos se pelearon por ver quién era el primero en rechazar la visión de Trump sobre Putin y se apresuraron a negar sus declaraciones sobre un supuesto fraude electoral.

No saben cómo hacer para matar el ObamaCare sin matar a pacientes y sin acabar con las esperanzas de reelección. Lo cierto es que resulta complicado y los matices no son el punto fuerte de Trump. El congresista republicano Tom McClintock puso de manifiesto lo que muchos pensamos: "Mejor asegurarnos de que estamos preparados para vivir con el mercado que hemos creado. Esto va a llamarse Trumpcare. Los republicanos lo poseerán en su totalidad y seremos juzgados en las elecciones en menos de dos años".

Por su parte, el senador republicano Lindsey Graham se burló de los hábitos tuiteros del propio Trump con un mensaje en la red social en el que calificaba la guerra comercial con México como "mucho sad".

"En pocas palabras: cualquier propuesta que suba los precios de la Corona, el tequila o los margaritas es una muy mala idea. Mucho triste".

Incluso el personal de Trump tuvo que pararle los pies con su absurda cruzada contra México y los mexicanos, en la que un día Trump obliga al presidente mexicano a cancelar una visita oficial y al día siguiente se pasa una hora al teléfono con él comiéndole la oreja.

Trump propuso volver a instaurar la tortura, pero los principales líderes republicanos se cargaron esa idea. El senador John Thune afirmó este miércoles que la prohibición de la tortura era una ley establecida y que los republicanos en el Congreso se opondrían a restaurarla. El propio secretario de Defensa de Trump opina lo mismo. Después de proclamar por todo lo alto su nueva política de tortura, Trump cedió dócilmente a que esas medidas pasen antes por sus asesores de defensa.

Y todo esto ¡en sólo una semana! Ya hasta los jueces federales han empezado a frenarle.

Hace dos semanas, basándome sólo en lo que vivimos durante la transición, escribí un artículo en el que proponía la constitución de una comisión de impeachment, como un comité paralelo que elabore un dosier para la destitución de Trump, además de una campaña ciudadana para crear un movimiento público de impeachment.

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En estas dos semanas, la organización Free Speech for People ya ha lanzado una campaña ciudadana para destituir a Trump. Hasta el momento, más de 400.000 personas han firmado la petición.

El grupo bipartito Citizens for Responsibility and Ethics in Washington (CREW) también ha llevado a cabo una profunda investigación. Varios expertos legales asociados al CREW han presentado un detallado informe legal que documenta las diferentes formas en que Trump está violando la cláusula de elegibilidad (Emoluments Clause), que prohíbe que un presidente se beneficie de las acciones de gobiernos extranjeros.

Existen muchos otros motivos para el impeachment, como por ejemplo el hecho de que Donald Trump pone sus intereses comerciales por delante de los del país y su extraña y oportunista alianza con Vladimir Putin, lo cual raya en la traición. Menos conocida que la Emoluments Clause es la ley STOCK de 2012, que prohíbe explícitamente que el presidente y otros funcionarios se beneficien de la información que no es pública.

Los republicanos pensaron en un principio que podían usar a Trump para fines republicanos. Pero Trump no es republicano.
Obviamente, el impeachment es un proceso político así como legal. Los Padres Fundadores lo diseñaron así de forma deliberada. No obstante, después de una semana en el cargo, Trump no sólo ha abandonado la Constitución, sino que sus aliados también le están abandonando a él.

Pese a sus repulsivas rarezas, los republicanos pensaron en un principio que podían usar a Trump para fines republicanos. Pero Trump no es republicano: lo demostró con su abrazo a Putin y con su promoción de una guerra comercial a nivel global. Es fácil imaginarse la alarma y el terror que los republicanos estarán expresando en privado.

En 1984, el psiquiatra Otto Kernberg describió una enfermedad conocida como Malignant Narcissism (narcisismo maligno). A diferencia del narcisismo convencional, esta tipología se considera una patología severa.

Se caracteriza por una ausencia de conciencia, una grandiosidad y una búsqueda de poder patológicas y un placer sádico por la crueldad.

Dado el claro peligro que supone para la República y para los republicanos, el impeachment a Trump ocurrirá. Queda por saber cuál será la próxima gran catástrofe a la que se enfrente América.

martes, 24 de enero de 2017

La retórica de Trump

Víctor Lapuente Giné "20.000 lenguas", en El País, 24-I-2017:

Trump y otros políticos instintivos conocen mejor cómo funciona el cerebro humano que sus sesudos contrincantes

Para entender las lenguas viperinas, hablemos con lingüistas. Y con científicos cognitivos. Pero los hemos ninguneado. Los demócratas frente a Trump —y, en general, los intelectuales frente a los populistas— hemos aplicado la lógica cartesiana convencional: datos serios frente a emociones primarias, verdad frente a posverdad.

Políticos y analistas hemos diseccionado escrupulosamente la realidad. ¿Cuáles son las políticas que preocupan a los ciudadanos: sanidad, educación, las consecuencias económicas del Brexit? Hemos intentado seguir las encuestas. Los populistas han intentado cambiarlas.

Y han tenido éxito. Porque Trump y otros políticos instintivos conocen mejor cómo funciona el cerebro humano que sus sesudos contrincantes. Es la tesis del lingüista George Lakoff quien, durante años, ha tratado infructuosamente de influir en la estrategia del Partido Demócrata. Sus mensajes son sencillos. Haríamos bien en escucharlos también a este lado del Atlántico.

La primera clave es dibujar el marco del debate. No caer en el encuadre del adversario, como cuando atacamos con datos objetivos propuestas alocadas de cerrar las fronteras o construir muros. Al atacar, nos sometemos a su marco de discusión. Si no queremos algo, no lo discutamos. Si te digo: “No pienses en un elefante” (título de uno de los libros de Lakoff), lo que haces es pensar en… un elefante. Hablemos pues de burros o mariposas. De lo que nos interese. ¿Cómo?

Ahí viene la segunda recomendación: plantea los asuntos con valores, no con hechos. Por ejemplo, en lugar de defender una ley o regulación que los populistas quieren eliminar, apela a la necesidad de proteger a los ciudadanos frente a las eventualidades. No digas que quieres mantener un determinado status quo legal o constitucional. Di que quieres proteger a los ciudadanos.

Repítelo. Y vuélvelo a repetir. 20.000 veces. Esa es la tercera lección. Las repeticiones nos aburren, pero solo al 2% de nuestro cerebro. El restante 98% es pensamiento inconsciente. Y a ese le gusta más la repetición que el caramelo a un niño.

Así ha llegado Trump a la Casa Blanca. Así debería salir

El proteccionismo de EE. UU. provocará en su país la pérdida de cinco millones de empleos

Juan Ramón Rallo, "Laissez faire. Guerras comerciales: cómo empobrecer a las clases medias" en El Confidencial, 24-I-2017:

¿Y quiénes son esos estadounidenses beneficiados por el rearme proteccionista? Las clases populares que, según se nos dice, han salido perdiendo con la globalización

Donald Trump ha decidido sacar a los Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico (TPP), anunciar una renegociación de NAFTA y amenazar con un “sustancial” arancel a aquellas compañías estadounidenses que se deslocalicen: nada, por otro lado, que no hubiera prometido durante la campaña electoral. Sin embargo, una vez transitamos de la mera palabrería a los hechos, la cuestión pasa a ser la de cómo afectará este rearme proteccionista al bienestar de los estadounidenses. A la postre, Trump ha justificado su programa mercantilista como una forma de defender los intereses de EEUU frente a los del resto del mundo. Pero, ¿los intereses de quiénes dentro de EEUU?

Las amenazas de Donald Trump han generado un reguero de anuncios y compromisos de multinacionales estadounidenses y extranjeras que aseguran que invertirán en EEUU
Para empezar, parece evidente que el republicano no estará salvaguardando los intereses de aquellos consumidores estadounidenses que actualmente importan mercancías extranjeras porque son más baratas o de mejor calidad que las fabricadas en el interior de EEUU: a ellos los castigará con impuestos o costes regulatorios más elevados para forzarles a adquirir la peor mercancía local. El nacionalismo económico cae en un evidente reduccionismo al sugerir que todos los ciudadanos comparten los mismos intereses, que son los impulsados por el Estado: las políticas proteccionistas conllevan ganadores y perdedores entre los estadounidenses, de manera que en el fondo no promueven “el interés de EEUU” sino los intereses de algunos estadounidenses a costa de los de otros estadounidenses.

¿Y quiénes son esos estadounidenses supuestamente beneficiados por el rearme proteccionista? Las clases populares que, según se nos dice, han salido perdiendo con la globalización. Desde un punto de vista estático, sin embargo, el proteccionismo no parece que vaya a beneficiar a las clases medias-bajas estadounidenses: los ciudadanos con menores rentas son los que proporcionalmente compran más mercancías importadas con respecto a sus ingresos, de manera que un incremento de los aranceles equivaldría a un nuevo impuesto regresivo que castigaría especialmente a esas rentas bajas.

Las políticas proteccionistas conllevan ganadores y perdedores entre los estadounidenses, de manera que en el fondo no promueven “el interés de EEUU”

Claro que cabría argumentar que tales clases populares saldrán beneficiadas del proteccionismo a través de la aparición de mayores y mejores empleos: si la amenaza arancelaria frena la deslocalización de empresas y favorece su relocalización, entonces los salarios podrían incrementarse y compensar parte de las nefastas consecuencias de ese nuevo tributo regresivo sobre la adquisición de mercancías extranjeras. Ahora bien, aun cuando supongamos que la política comercial de Trump logrará relanzar la inversión interna en EEUU, sus efectos netos estarán estrechamente vinculados con la reacción que adopten aquellos países perjudicados por este rebrote mercantilista. O dicho de otro modo, si la política proteccionista de Trump da lugar a una guerra comercial con aquellas economías extranjeras que son objeto de su ataque —por ejemplo, México o China—, ni siquiera bajo las hipótesis más generosas para el mercantilismo cabrá presuponer que éste beneficiará a los trabajadores estadounidenses.

Al respecto, el Peterson Institute ha estimado que una guerra comercial entre EEUU, por un lado, y China y México, por el otro, provocaría que la economía estadounidense perdiera cinco millones de empleos hasta 2019: tanto las compañías locales que se dedicaran a exportar a China o México cuanto las empresas locales que distribuyeran mercancías importadas se verían enormemente penalizadas. Los sectores más afectados serían los manufactureros, con caídas del empleo potencial de hasta el 10%. A su vez, los estados más negativamente afectados serían Washington, California, Texas y también el cinturón industrial de EEUU (Michigan, Illinois, Wisconsin, Pensilvania u Ohio), los cuales sufrirían pérdidas de puestos de trabajo superiores al 4%.

En definitiva, quienes podrían salir más perjudicados de una escalada proteccionista entre EEUU y el resto del mundo son justamente aquellas clases trabajadoras cuyos intereses Trump dice querer defender: tanto sus rentas nominales cuanto su poder adquisitivo se vería muy negativamente afectado por una guerra comercial. Por supuesto, los habrá que piensen que el presidente republicano jamás tolerará que otros países dañen comercialmente a EEUU, pero entonces deberá renunciar a uno de los principios expuestos en su (horrible) discurso de investidura: el aislacionismo. Recordemos que, de acuerdo con el magnate neoyorquino: “Buscaremos amistad y buenas relaciones con las distintas naciones del planeta, pero lo haremos entendiendo que todas las naciones tienen el derecho a anteponer sus propios intereses”. Si todas las naciones tienen derecho a anteponer sus propios intereses, ¿cómo rechazar que China o México represalien a EEUU castigando con aranceles a sus productos para así proteger a ciertas industrias locales? ¿O cómo frenar una carrera arancelaria global absteniéndote de intervenir en la política extranjera?

Una hora después de que Trump se convirtiese en presidente, la nueva Administración difundió un esbozo de las políticas que planea aplicar en energía, empleo, política exterior y comercio
Todos hemos salido ganando de la globalización de los últimos 30 años. Una guerra comercial a gran escala nos perjudicaría igualmente a todos y sólo beneficiaría a los populistas nacionalistas que acceden al poder dividiendo, enfrentando y envenenando la concordia entre los distintos ciudadanos del planeta. Make Globalization Great Again.

lunes, 23 de enero de 2017

Paul Krugman, Donald, el incapaz

Donald, el incapaz, en The New York Times, 20 de enero de 2017:

Betsy DeVos, a quien Donald Trump nombró secretaria de Educación, no conoce términos básicos de educación, ignora los estatutos federales que regulan la educación especial, pero piensa que en las escuelas debería haber armas para defender al alumnado de los osos grizzli.

Monica Crowley, seleccionada como asesora del Consejo de Seguridad Nacional, se retiró después de que se dio a conocer que plagió buena parte de sus publicaciones. Hay aún muchos nombramientos pendientes en el área de seguridad nacional y no hay claridad sobre qué tanto se ha leído, de haberlo hecho, de los materiales informativos elaborados por la administración saliente.

Por su parte, Rex Tillerson, seleccionado como secretario de Estado, declaró informalmente que Estados Unidos bloqueará el acceso de China a las bases en el mar del sur de este país, aparentemente sin darse cuenta de que con ello estaba amenazando con iniciar una guerra si China lo retaba a cumplir su dicho.

¿Acaso vemos un patrón aquí?

Era evidente para cualquiera que estuviera poniendo atención que la corrupción del gobierno entrante sería descarada. Sin embargo, ¿sería al menos eficiente en su corrupción?

Muchos de los que votaron por Trump sin duda creyeron que estaban eligiendo a un empresario inteligente que haría que las cosas se hicieran. Incluso aquellos que tenían una mejor idea de quién es podrían haber esperado que el presidente electo, una vez satisfecho su ego, sentaría cabeza para dirigir al país, o al menos para dejar la aburrida tarea de gobernar Estados Unidos en manos de personas que realmente tuvieran capacidad de hacerlo.

Eso no es lo que ha sucedido. Trump no ha dado un giro ni madurado, o como prefieran llamarle. Sigue siendo el ególatra inseguro con déficit de atención que siempre ha sido. Peor, se está rodeando de gente que comparte muchos de sus defectos, tal vez porque son el tipo de gente con la que se siente cómodo.

Así que las personas que comúnmente designa, ya se trate de un puesto relacionado con la economía, la diplomacia o la seguridad nacional, son puestas en entredicho por su ética, su falta de conocimiento del área de la política que se supone deben administrar y su falta de interés. Algunos, como Michael Flynn, seleccionado por Trump para convertirse en consejero de seguridad nacional, incluso son tan adictos como su jefe a las teorías cibernéticas de conspiración. Este no es un equipo que compensará la debilidad del comandante en jefe; por el contrario, es un equipo que la amplificará.

¿Por qué nos debería importar? Para darnos una idea de cómo podría funcionar (o no) la administración de Trump y Putin, resulta útil recordar lo que ocurrió durante los años de Bush y Cheney.

Las personas tienden a olvidar hasta qué punto el último gobierno republicano se caracterizó por su nepotismo, el nombramiento de gente incapaz pero bien conectada en posiciones clave. No fue tan extremo como lo que vemos hoy, pero fue sorprendente en esa época. ¿Recuerdan aquello de “Muy buen trabajo, Brownie”? En verdad causó un enorme daño.

En específico, si quieren darse una idea de cómo será el gobierno de Trump, tengan en cuenta el adefesio de la invasión de Irak. Todos aquellos que sí sabían cómo construir una nación no fueron bienvenidos; su lugar fue ocupado por los leales al partido y los especuladores corporativos. Incluso hay un vínculo poco conocido: el hermano de Betsy DeVos, Erik Prince, fundó Blackwater, la pandilla de mercenarios que, entre otras cosas, ayudó a desestabilizar a Irak al disparar contra una multitud de civiles.

Ahora las condiciones que prevalecieron en Irak —la ideología ciega, el desprecio por la experiencia, la total inobservancia de las normas éticas— han llegado a Estados Unidos, pero de una forma mucho más pronunciada.

¿Qué pasará cuando enfrentemos una crisis? Recordemos: Katrina fue el acontecimiento que acabó por revelarnos a todos el costo del nepotismo de la era de Bush.

Todo presidente enfrenta algún tipo de crisis. Es probable que surjan, especialmente teniendo en cuenta al equipo entrante y sus aliados en el congreso: dadas las prioridades que la gente que está a punto de asumir esos puestos ha declarado tener, es muy probable que veamos el colapso de la seguridad social, una guerra de comercio y un distanciamiento con China tan solo en el año siguiente.

Incluso si de algún modo esquivamos esos peligros, siempre pasan cosas. Tal vez habrá una nueva crisis económica, alimentada por la prisa de echar por tierra la normatividad financiera. Quizá haya una crisis diplomática provocada, digamos, por la temeridad política en el Báltico del buen amigo de Trump, Vladimir. Quizá sea algo que no nos imaginamos. ¿Y después qué?

Las crisis reales necesitan soluciones reales. No se pueden resolver con un tuit genial ni por tener amigos en el FBI ni con las historias sembradas en los medios por el Kremlin que ponen nuestros problemas en un segundo plano. Lo que la situación exige es gente sensata y conocedora en posiciones de autoridad.

Pero hasta donde sabemos, casi nadie que se apegue a esa descripción formará parte de la nueva administración, con excepción, probablemente, del designado a la Secretaría de Defensa, cuyo apodo resulta ser Mad Dog (el Perro Loco).

Así que con esto nos quedamos: una administración sin precedentes por su corrupción, pero también con una ineptitud absoluta para gobernar. Déjenme decirles, va a ser fantástico… como diría Trump.

lunes, 9 de enero de 2017

Meryl Streep dice unas cuantas verdades de barquero migratorio

(Para entender bien esta noticia hay que saber que extranjero en inglés significa también "extraño")

El discurso anti-Trump de Meryl Streep que emocionó a Hollywood. "La falta de respeto provoca más falta de respeto. La violencia invita a la violencia", dijo la actriz al recoger el premio Cecil B.De Mille en la gala de los Globos de Oro.

"Todos los que estamos en esta sala pertenecemos a dos de los sectores más vilipendiados: extranjeros y prensa". Así arrancó la actriz Meryl Streep su discurso en la gala de los Globos de Oro que terminó convirtiéndose, sin mencionarlo, en el más firme alegato contra el presidente electo de EEUU, Donald Trump.

La protagonista de Memorias de África (1985) agradeció emocionada el premio Cecil B.De Mille a su carrera e hizo un repaso a buena parte de los actores nominados esa noche a los Globos de Oro, como Ruth Negga, protagonista de Loving, de origen irlandés y etíope, o Ryan Gosling, que acababa de recoger el premio a mejor actor por La La Land.

"Ryan, como casi toda la gente simpática, es de Canadá", afirmó la actriz entre los aplausos de sus compañeros. "Hollywood -agregó- está lleno de extranjeros, de forasteros. El único trabajo de un actor es sacar a la luz la vida de personas diferentes (...) Si expulsan a los extranjeros sólo veremos fútbol".

Meryl Streep criticó además que haya personajes públicos que inciten a la violencia con su comportamiento o sus discursos. "La falta de respeto provoca más falta de respeto. La violencia invita a la violencia", afirmó.

Por eso, hizo hincapié en la importancia de la prensa en la gala de los premios de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA). "Necesitamos que la prensa defienda y saque a la luz todas las historias, que hagan que los poderosos respondan de sus actos. Todos tenemos que apoyar a nuestros periodistas porque los vamos a necesitar", agregó.

Un discurso breve y firme de la actriz más prestigiosa de Hollywood, la más premiada y con una enorme capacidad para "escanear" a las personas con su mirada, como dijo al presentarla su amiga Viola Davis, con la que trabajó en Doubt. "Me siento orgullosa de ser actriz gracias a ti", afirmó.

Meryl Streep, que fue recibida con una cerrada ovación y con todo el auditorio en pie, ha ganado a lo largo de su carrera ocho Globos de Oro -de 30 nominaciones- y tres premios Óscar -de 19-.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Michael Moore ya anticipó las razones para el triunfo de Donald Trump

I

Michael Moore, "Cinco razones por las que Trump va a ganar las elecciones", Huffington Post, 28/07/2016 

Siento ser el que dé las malas noticias, pero ya os lo advertí el pasado verano cuando dije que Donald Trump sería el candidato republicano a la presidencia. Y ahora traigo unas noticias aún peores y más deprimentes: Donald J. Trump va a ganar las elecciones en noviembre. Este ignorante, peligroso y miserable payaso a tiempo parcial y sociópata a tiempo completo será el próximo presidente de Estados Unidos. Presidente Trump. Vamos, id practicando, porque será así como nos tendremos que dirigir a él durante los próximos cuatro años: "PRESIDENTE TRUMP".

En mi vida he deseado tanto estar equivocado como ahora.

Me imagino lo que estaréis haciendo ahora mismo. Estaréis negando con la cabeza y mientras pensáis: "No, Mike, no va a ganar". Por desgracia, vivís en una burbuja con una cámara de resonancia acoplada en la que tanto vosotros como vuestros amigos estáis convencidos de que los estadounidenses no van a elegir como presidente a un idiota. Vais alternando entre la sorpresa y la mofa por su último comentario o por su actitud narcisista ante todo, porque todo gira a su alrededor. Y después escucháis a Hillary y veis a la que sería la primera mujer en un cargo así en Estados Unidos, una persona respetada, inteligente y que se preocupa por los niños, que continuará con el legado de Obama porque eso es claramente lo que quieren los estadounidenses, cuatro años más de esto.

Tenéis que salir de esa burbuja inmediatamente. Tenéis que dejar de negar lo evidente y enfrentaros a la verdad que en el fondo sabéis que es muy real. Intentar tranquilizaros con datos -"el 77% del electorado son mujeres, personas de otras razas y jóvenes de menos de 35 años, ¡y Trump no puede ganar por mayoría en ninguno de esos sectores!"- o con lógica -"¡la gente no va a votar a un bufón ni en contra de sus intereses!"- es la manera que tiene el cerebro de protegerse de una situación traumática. Como cuando oyes un ruido extraño en la calle y piensas: "Ah, es que habrá reventado una rueda", o "¿quién anda tirando petardos?" porque no quieres pensar que lo que acabas de oír es un disparo. Es la misma razón por la que todas las noticias iniciales y testigos del 11-S decían en los primeros momentos que "un pequeño avión se había estrellado por accidente contra el World Trade Center". Queremos -necesitamos- tener esperanza porque, francamente, la vida ya es lo suficientemente dura y ya bastante hay que luchar entre sueldo y sueldo. No podemos con muchas más malas noticias. Por lo tanto, nuestro estado mental vuelve al estado predeterminado cuando se hace realidad algo aterrador. Las primeras personas arrolladas por el camión en el atentado de Niza pasaron sus últimos minutos de vida pensando que el conductor del camión simplemente había perdido el control del vehículo, haciéndole señas y gritándole que tuviera cuidado y que había gente en la acera.

Queridos amigos, esto no es un accidente. Es la realidad. Y si creéis que Hillary Clinton va a ganar a Trump con datos, inteligencia y lógica, es que no os habéis quedado con nada de las 56 primarias en las que 16 candidatos republicanos probaron con todo, sacaron todos sus ases de la manga y no pudieron hacer nada para detener al gigante de Trump. A día de hoy, tal y como están las cosas, creo que va a ganar; y, para lidiar con ello, necesito que primero lo reconozcáis y quizá después podamos encontrar una manera de salir de este embrollo en el que nos hemos metido.

No me malinterpretéis. Tengo muchas esperanzas puestas en el país en el que vivo. Las cosas están mejor. La izquierda ha ganado las guerras culturales. Los gais y las lesbianas pueden casarse. La mayoría de los estadounidenses adoptan la postura liberal en las encuestas: en el sueldo igualitario para hombres y mujeres, en que el aborto debería ser legal, en la imposición de unas leyes medioambientales más severas, en un mayor control de las armas, en la legalización de la marihuana. Se ha producido un gran cambio: que les pregunten a los socialistas que han ganado en 22 estados este año. Y no me cabe duda de que si la gente pudiera votar desde el sofá en su casa a través de la Xbox o de la PlayStation Hillary ganaría por goleada.

Pero en Estados Unidos las cosas no funcionan así. La gente tiene que salir de casa y esperar una cola para votar. Y, si viven en barrios pobres, con mayoría de negros o de hispanos, no solo tendrán que hacer una cola más larga, sino que se hará todo lo posible para evitar que vayan a votar. Así que en la mayoría de las elecciones es difícil que el porcentaje de participación llegue siquiera al 50%. Y ahí yace el problema de noviembre: ¿quién va a conseguir que los votantes más motivados acudan a las urnas? Sabéis la respuesta a esa pregunta. ¿Quién es el candidato con los simpatizantes más furibundos? ¿Quién tiene unos fans capaces de levantarse a las cinco de la mañana el día de las elecciones y de ir dando la brasa todo el día hasta que cierren las urnas para asegurarse de que todo hijo de vecino vote? Efectivamente. Ese es el nivel de peligro en el que nos encontramos. Y no os engañéis: ni los persuasivos anuncios de televisión de Hillary ni el hecho de que se le desenmascare en los debates ni que los libertarios le quiten votos van a servir para detener a Trump.

"Tenéis que dejar de negar lo evidente y enfrentaros a la verdad que en el fondo sabéis que es muy real".
Estas son las cinco razones por las que Trump va a ganar:

1. El Brexit del medio oeste de Estados Unidos. Creo que Trump va a centrar gran parte de su atención en los cuatro estados azules de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Cuatro estados tradicionalmente demócratas, pero que han elegido a gobernadores republicanos desde 2010 (Pensilvania es el único que finalmente ha elegido a un demócrata ahora). En las primarias de Michigan de marzo, 1,32 millones de habitantes votaron a los republicanos frente a los 1,19 millones que votaron a los demócratas. Según las últimas encuestas de Pensilvania, Trump va por delante de Hillary; y en Ohio están empatados. ¿Empatados? ¿Cómo es posible que esta carrera esté tan reñida después de todo lo que ha dicho y hecho Trump? Quizá se deba a que este ha dicho (y ha dicho bien) que el apoyo de los Clinton al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) ha ayudado a destruir a los estados industriales de la zona norte del medio oeste de Estados Unidos. Trump va a machacar a Clinton con este tema y con el hecho de que haya apoyado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica y otras políticas de comercio que han perjudicado a los habitantes de esos cuatro estados. Durante las primarias de Michigan, Trump amenazó a la empresa Ford Motor con que si seguían adelante con el cierre de la fábrica que tenían previsto y se trasladaban a México, pondría un impuesto del 35% a todos los coches construidos en México que se enviaran a Estados Unidos. Música para los oídos de la clase trabajadora de Michigan. Y cuando lanzó otra amenaza a Apple y dijo que les obligaría a dejar de fabricar iPhones en China y a fabricarlos en Estados Unidos todos quedaron embelesados y Trump se llevó una gran victoria que debería haber sido para el gobernador de al lado, John Kasich.

La zona que abarca desde la ciudad de Green Bay (Wisconsin) hasta Pittsburgh (Pensilvania) recuerda a la mitad de Inglaterra: rotas, deprimidas y en las últimas funcionan las chimeneas esparcidas por el campo en el esqueleto de lo que antes llamábamos clase media. Trabajadores (y no trabajadores) amargados y enfadados a los que Reagan engañó y a los que los demócratas -que siguen intentando persuadir de forma deshonesta pero solo quieren aprovecharse de la situación codeándose con banqueros que les puedan extender cheques- abandonaron. Lo que ha pasado con el Brexit en Reino Unido también va a pasar aquí. Elmer Gantry aparece como Boris Johnson y se limita a inventar para convencer a la gente de que ¡esta es su oportunidad! De acabar con todos, con todos los que hicieron añicos su Sueño Americano. Y ahora Donald Trump, el forastero, ha llegado para limpiarlo todo. ¡No hace falta que estéis de acuerdo con él! ¡Es vuestro cóctel molotov personal, el que podéis lanzar a los malnacidos que os hicieron esto! ¡HACEOS OÍR, TRUMP ES VUESTRO MENSAJERO!

Y aquí es donde entran en juego los cálculos. En 2012, Mitt Romney perdió por 64 votos electorales. Sumemos los votos electorales de Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. Son 64. Lo único que Trump necesita para ganar es mantenerse, tal y como se espera, en la franja de estados tradicionalmente republicanos de Idaho a Georgia (estados en los que nunca ganará Hillary Clinton), y ganar en Michigan, Ohio, Pensilvania y Wisconsin. No necesita ganar en Florida, ni en Colorado ni en Virginia. Solo en los cuatro anteriores. Y eso le colocará en la cima. Y eso es lo que va a pasar en noviembre.

2. El último bastión de los hombres blancos enfadados. El gobierno de Estados Unidos que lleva 240 años dominado por hombres llega a su fin. ¡Una mujer está a punto de llegar al poder! ¿Cómo ha podido suceder? Delante de nuestras narices. Había señales de peligro, pero las ignoramos. Nixon -el traidor del género- impuso el Título IX, la ley por la que, en el colegio, las alumnas deberían tener las mismas oportunidades a la hora de practicar deporte. Y luego les dejaron pilotar aviones comerciales. Y antes de que nos diéramos cuenta, Beyoncé revolucionó la Super Bowl (¡nuestro partido!) con un ejército de mujeres negras que, con el puño en alto, dejaron claro que nuestra dominación había terminado. ¡Dónde hemos ido a parar!

Ese es el pequeño resumen de la mente del hombre blanco en peligro de extinción. Tienen la sensación de que se les escapa el poder de las manos, de que su manera de hacer las cosas ya no es la manera en la que se hacen las cosas. La "feminazi", ese monstruo que, como dice Trump, "sangra por los ojos o por donde sea", nos ha conquistado y ahora, después de haber tenido que pasar por ocho años en los que un hombre negro nos ha dicho qué hacer, ¿se supone que tenemos que aguantar ocho años en los que una mujer nos mangonee? ¡Después de eso serán ocho años de gais dirigiendo la Casa Blanca! ¡Y luego transexuales! Ya veis por dónde van las cosas. Para entonces, se les habrán concedido derechos humanos a los animales y el presidente del país será un hámster. ¡Esto tiene que acabar!

3. El problema de Hillary. Seamos sinceros, ahora que estamos entre amigos. Ante todo, dejadme que os diga que me gusta -mucho- Hillary y que creo que le han creado una reputación que no se merece. Pero el hecho de que votara a favor de la guerra de Irak hizo que yo me prometiera que no volvería a votarla. Hasta la fecha, no he roto esa promesa. Por intentar evitar que un protofascista se convierta en nuestro presidente, voy a romper esa promesa. Me entristece pensar que Clinton encontrará la manera de meternos en un conflicto militar. Es un halcón a la derecha de Obama. Pero el dedo psicópata de Trump estará listo para pulsar El Botón, así son las cosas.

Asumámoslo: Trump no es el mayor de nuestros problemas, es Hillary. Es muy impopular: el 70% de los votantes piensan que no transmite confianza ni honestidad. Representa a la política tradicional y no cree en nada que no sea lo que le haga ganar las elecciones. Por eso estuvo en contra del matrimonio homosexual en su momento y ahora lo defiende. Entre sus mayores detractores se encuentran las mujeres jóvenes, cosa que tiene que dolerle considerando los sacrificios que ha hecho -tanto Hillary como otras mujeres de su generación- y lo que ha luchado para que las generaciones más jóvenes no tengan que aguantar que las Barbaras Bushes del mundo les manden callar y a hacer galletas. Pero no gusta a los jóvenes, y no hay día que no oiga a un millennial decir que no la va a votar. Ningún demócrata, ni ninguna persona que no apoye a alguno de los dos partidos mayoritarios, se va a levantar emocionado el 8 de noviembre por ir a votar a Hillary como pasó cuando Obama ganó las elecciones o cuando Bernie Sanders era candidato en las primarias. No hay entusiasmo. Y, como estas elecciones solo van a depender de una cosa -de quién atraiga a más gente a las urnas-, Trump lleva las de ganar.

4. El voto deprimido a Bernie Sanders. Dejad de preocuparos por que los simpatizantes de Bernie no votemos a Clinton, porque la vamos a votar. Según las encuestas, el número de seguidores de Sanders que voten a Hillary este año será mayor que el número de simpatizantes de Clinton que votaron a Obama en 2008. Ese no es el problema. Lo que debería alarmarnos es que cuando el simpatizante promedio de Bernie se arrastre a las urnas el día de las elecciones para votar a Hillary a regañadientes, a eso se le llamará "voto deprimido" (lo que significa que el votante no se lleva a cinco personas con él para que voten también, que no se ha presentado como voluntario para hacer campaña 10 horas al mes de cara a las elecciones y que no contesta con emoción cuando le preguntan por qué va a votar a Hillary: un votante deprimido). Porque, cuando se es joven, se tiene tolerancia cero ante los farsantes y las mentiras. Para la gente joven, volver a la era de Clinton/Bush es como tener que pagar de repente por escuchar música, o volver a usar MySpace o a llevar un teléfono móvil como una maleta de grande. No van a votar a Trump; algunos votarán a un tercer partido, pero muchos se limitarán a quedarse en casa. Hillary Clinton va a tener que hacer algo para dar a los jóvenes una razón para que la apoyen; y elegir a un señor blanco, viejo, insulso y moderado como candidato a vicepresidente no es el tipo de decisión atrevida que pueda transmitir a los millennials que su voto es importante para Hillary. Que hubiera dos mujeres al frente era una idea interesante. Pero Hillary se ha asustado y ha decidido ir a lo seguro. Otro ejemplo más de cómo Clinton está matando poco a poco al voto joven.

5. El efecto Jesse Ventura. Por último, no descontemos la capacidad del electorado para hacer el mal o para subestimar cuántos millones de ciudadanos se conciben a sí mismos como anarquistas encubiertos una vez que echen la cortina y se dispongan a ejercer su derecho al voto. Es uno de los pocos sitios que quedan en esta sociedad en el que no hay ni cámaras de seguridad, ni dispositivos de escucha, ni parejas, ni hijos, ni jefes, ni policías, ni siquiera límite de tiempo. Puedes pasarte ahí dentro el tiempo que te apetezca y nadie puede obligarte a hacer nada. Puedes votar al partido que quieras o a Mickey Mouse y al Pato Donald. No hay reglas. Y precisamente por eso y por la ira que tienen algunos contra un sistema político inservible, millones de estadounidenses van a votar a Trump, y no porque estén de acuerdo con él ni porque les gusten la intolerancia y el ego que le caracterizan, sino porque pueden, simplemente. Para ver el mundo arder y hacer enfadar a papá y a mamá. E igual que cuando estás al borde de las cataratas del Niágara te preguntas por un instante cómo sería tirarse por ahí, habrá muchos a los que les encante sentir que son los que mueven los hilos y que pueden votar a Trump solo para ver qué pasa. Recordemos cuando, en los noventa, los ciudadanos de Minnesota eligieron como gobernador a un ex luchador profesional. No lo hicieron porque fueran estúpidos o porque pensaran que Jesse Ventura era un político célebre o intelectual. Lo hicieron porque podían. Minnesota es uno de los estados más inteligentes del país. Y también está lleno de ciudadanos con gusto por el humor negro, así que para ellos votar a Jesse Ventura fue como hacer un chiste práctico en un sistema político enfermo. Y es lo que va a volver a pasar con Trump.

Cuando me disponía a volver a mi hotel después de participar en el programa especial de Bill Maher sobre la Convención del Partido Republicano en la cadena HBO, un hombre me paró por la calle. "Mike", me dijo, "tenemos que votar a Trump. TENEMOS que cambiar las cosas". Eso fue todo. Para él, era suficiente. "Cambiar las cosas". De hecho, es lo que Trump haría, y a gran parte del electorado le gustaría ser espectador de ese reality show.

Atentamente, 
Michael Moore



II

Michael Moore "Lista de cosas que hacer tras las elecciones estadounidenses", Huffington Post, 11/11/2016 

1. Formar con rapidez y decisión un movimiento de oposición de los que no se ven desde la década de los sesenta.

Yo participaré y ayudaré a dirigirlo y estoy seguro de que muchos otros (Bernie Sanders, Elizabeth Warren, el comité de acción política estadounidense MoveOn, la comunidad del hip-hop, el DFA [Ministerio de Asuntos Exteriores de Estados Unidos]) lo harán también. El núcleo de esta oposición será impulsado por jóvenes, que, como en los movimientos Occupy Wall Street y Black Lives Matter, no toleren estupideces, muestren una implacable resistencia a las autoridades y no tengan ningún interés en ceder ante racistas y misóginos.

2. Prepararse para impugnar a Trump.

Tal y como los republicanos pensaban hacer con Hillary desde el primer día, debemos organizar el sistema que presentará cargos contra él cuando viole el juramento e infrinja la ley; y, en ese momento, debemos apartarle del cargo.

3. Comprometerse a una enérgica lucha (que podrá implicar desobediencia civil, en caso de que sea necesario) que bloquee a cualquiera de los candidatos de Donald Trump al Tribunal Supremo que no cuenten con nuestra aprobación.

Exigimos que los demócratas del Senado se mantengan agresivamente obstruccionistas con los candidatos que apoyen a la organización conservadora Citizens United o que estén en contra de los derechos de las mujeres, de los inmigrantes o de los pobres. Esto no es negociable.

4. Exigir una disculpa del Comité Nacional Demócrata a Bernie Sanders...

... por intentar amañar las primarias en su contra, por hacer que la prensa ignorara su campaña, por darle a Clinton las preguntas antes del debate en Flint (Michigan), por la discriminación por edad y el antisemitismo latentes en sus intentos de disuadir a sus votantes por cuestiones de edad o de creencias religiosas y por su sistema antidemocrático de "superdelegados" a los que nadie ha elegido.

Ahora todos sabemos que si a Bernie le hubieran dado la oportunidad, probablemente habría sido uno de los candidatos a la presidencia y que -como verdadero candidato del cambio- habría inspirado y movilizado a sus seguidores y habría derrotado a Donald Trump. Si el Comité Nacional Demócrata no se disculpa, no pasa nada: cuando recuperemos el Partido Demócrata (ver punto uno de la lista de cosas por hacer de ayer), emitiremos la disculpa en persona.

5. Exigir que el presidente Obama designe a un fiscal especial...

... que investigue quién y qué está detrás de la intromisión ilegal en las elecciones, a 11 días de votar, del director del FBI, James Comey.

6. Comenzar un movimiento de presión nacional, mientras está reciente en la mente de todo el mundo, a favor de una enmienda constitucional para reformar el inservible sistema electoral.

1. Eliminar el Colegio Electoral y mantener solo el voto popular.

2. Eliminar el voto electrónico y mantener solo las papeletas.

3. Las elecciones deben celebrarse en un día festivo, o en fin de semana, para que pueda votar más gente.

4. Todos los ciudadanos, independientemente de sus encontronazos con el sistema de justicia penal, deben tener derecho a votar. (En estados decisivos como Florida y Virginia, entre un 30% y un 40% de los hombres negros tienen prohibido votar por ley).

7. Convencer a Obama de que haga de inmediato lo que debería haber hecho hace un año.

Mandar al Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos a Flint para cavar y reemplazar las tuberías tóxicas. NO HA CAMBIADO NADA; el agua de Flint sigue sin poder utilizarse.

Intentemos tener todo esto hecho para el atardecer. Mañana, más quehaceres....

Este post fue publicado originalmente en la página de Facebook de Michael Moore.

Este post fue publicado con anterioridad en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.

La fortuna de Trump proviene del burdel que fundó su abuelo

La actual fortuna de Donald Trump se gestó en el burdel que tenía su abuelo, Bloomberg / El Economista 27/10/2016:
   
La fortuna del candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, no tiene su origen en los negocios inmobiliarios del magnate, en sus casinos o en sus beneficios del 'reality show'. Según Gwenda Blair, que ha reconstruido la historia de la familia Trump de las últimas tres generaciones, todo comenzó cuando el abuelo del multimillonario emigró desde Alemania, llegó a Canadá y montó un bar restaurante y un prostíbulo.

Blair señala que Friedrich Trump se fue de Alemania a los 16 años con poco más que una maleta, llegando a Nueva York para trabajar como peluquero. Después de pasar por Seattle y la extinta Monte Cristo, la fiebre del oro de finales del siglo XIX le llevó a Bennett, en la Columbia Británica (Canadá). Allí, junto con su socio Ernest Levin, construyó el Arctic Restaurant, que se promocionaba como el mejor equipado de la ciudad. Este municipio era lugar de tránsito para los buscadores de oro, y el restaurante-lupanar de Trump, como tantos otros negocios similares, aprovechó la afluencia habitual de mineros.

Una carta en el diario Yukon Sun el 17 de abril de 1900 advertía de que el local suponía un alojamiento excelente para los hombres, pero que las mujeres debían evitarlo porque escucharían cosas "repugnantes" que herirían sus sentimientos pronunciadas también por personas "depravadas de su propio sexo".

La ciudad de Bennett dejó de ser un enclave estratégico de paso de mineros cuando se construyó una vía de tren entre Skagway (Alaska) a Whitehorse, lo que facilitaba el viaje a los buscadores de oro, que ya no pasaban por la ciudad del local de Trump. En consecuencia, Trump se llevó su negocio a Whitehorse, de donde finalmente se fue en 1901.

Friedrich Trump intentó regresar a su Kallstadt natal, pero no pudo recuperar su nacionalidad germana, por lo que regresó a Nueva York con sus riquezas, equivalentes a algo menos de medio millón de dólares actuales. Con estos fondos se financiaron las primeras inversiones inmobiliarias de la familia Trump en el estado de la 'Gran Manzana', que más tarde aprovecharían tanto su hijo Fred como su nieto y candidato presidencial Donald.

Por su parte, el magnate que ha llegado a disputar la carrera por la Casa Blanca afirmó a The New York Times que la investigación de Blair es "totalmente falsa", y apunta en sus memorias que su abuelo era sueco.

lunes, 7 de noviembre de 2016

In God we Trump. El nuevo Hítler

I
JOHN CARLIN, "El problema no es Trump. Decenas de millones de estadounidenses apoyan a un candidato que no tiene causa, sino enemigos", en El País, 7 NOV 2016

"El demagogo es aquel que predica doctrinas que sabe que son mentira a gente que sabe que es idiota".

H.L. Mencken

El problema no es Donald Trump. El problema es el trumpismo, un cóctel de odio y fascismo repleto de mentiras e incoherencias confeccionado sobre la marcha por Trump y sus aduladores en un proceso febril de incitación mutua.

Los ingredientes del odio los conoce cualquiera que ha prestado una mínima atención a la campaña presidencial de Estados Unidos: denigra a los mexicanos, a los musulmanes, a los judíos, a los negros, a los inmigrantes en general, a los minusválidos, a los intelectuales y a las mujeres, especialmente las mujeres modernas, postfeministas e independientes, cuya imagen más visible es su rival para la presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton.

Los ingredientes fascistas tampoco han sido difíciles de identificar: Trump, apoyado en su candidatura por el diario oficial del Ku Klux Klan, expone que si llega a la presidencia encarcelará a Clinton, desdeñando el principio democrático de la independencia judicial; que si no llega, no respetará el resultado, sugiriendo a la vez que podría animar a sus partidarios a alzarse en armas; que la tortura es deseable como método de interrogación; que los musulmanes en Estados Unidos, como los judíos en la época nazi, deben estar todos identificados en una base de datos.

Pero el problema no es Donald Trump, por más que sea la expresión hecha carne de casi todo lo que es vil en el ser humano. El problema es la gente que cree que semejante bicho es digno de ser el presidente de Estados Unidos, el país con más poder sobre la humanidad que cualquier otro. El problema es que decenas de millones de estadounidenses piensen votar por un hombre que dice que el gobernante que más admira en el mundo es el dictador ruso y exoficial del KGB Vladímir Putin. El problema es la idiotez de la jauría trumpista.

“Amo a los que no tienen educación”, declara Trump, y las multitudes le vitorean. Les ama porque no saben distinguir entre la verdad y las mentiras en las que se basa, que, como está bien documentado, conforman el 70% de lo que dice.

Un ejemplo entre miles. Trump insiste en que el índice de homicidios en Estados Unidos hoy es el más alto en 45 años. Trump se queja ante sus devotos de que la prensa jamás lo menciona. No lo hace porque es mentira. El índice de homicidios fue el doble en 1980 que en 2015.

Lo que hace Trump es presentar una imagen de Estados Unidos aterradora, una especie de Estado fallido hundido en la criminalidad y la miseria. Es el viejo truco del demagogo fascista, sea este Hitler, Franco o Mussolini, sea el enemigo el comunismo o la conspiración judía. Confiad en mí; solo yo soy capaz de salvaros.

El problema no es Trump; el problema son los que creen en él. Como nos recuerda una crítica en el New York Times de la biografía más reciente de Hitler, escrita por un historiador alemán llamado Volker Ullrich: “Lo que realmente da miedo en el libro de Ullrich no es que Hitler pudiera haber existido, sino que tanta gente parece haber estado esperando que apareciera”.

Es verdad que el apelativo de fascista se ha escupido con exagerada frecuencia y ligereza desde los años treinta. Pero en este caso, ya que de lo que se habla es la campaña de Trump para ascender al poder, la comparación no es frívola. Reputados intelectuales de izquierda y derecha en Estados Unidos, entre ellos el profesor universitario de economía Robert Reich y el historiador Robert Kagan, han definido explícitamente como de carácter fascista el culto al hombre fuerte redentor que se ha creado alrededor de la figura de Trump.

La victoria electoral de Hitler en 1933 fue el triunfo del odio, la barbarie y la estupidez. Una victoria para Trump en las elecciones de mañana sería lo mismo. No existe lógica alguna para que decenas de millones de estadounidenses, el grueso de ellos aparentemente hombres blancos que se sienten marginados y resentidos, vean en Trump el hombre que les devolverá a la prosperidad. La parte del cerebro que utiliza la razón no entra en juego. Trump es un billonario que no ha pagado impuestos en 20 años y está favor de que se recorten los impuestos de los mega ricos aún más.

La parte del cerebro que sí entra en juego es la más primaria y animal. La del miedo y la agresión, la de la manada. Tony Schwartz, que hace 30 años vendió su alma y escribió para Trump su libro El arte de la negociación, llegó a conocer al actual candidato presidencial mejor que casi nadie. “Trump está solo un eslabón por encima de la jungla”, dijo en una entrevista la semana pasada con el Times de Londres. “Su visión del mundo es tribal”.

Lo cual sería solo un problema para aquellos de sus familiares y conocidos que lo tienen que aguantar si no fuera por el hecho de que las masas descerebradas le adoran y existe el serio riesgo de que acabe ocupando la Casa Blanca. No hay análisis político que lo explique. Esa herramienta sobra. Para entender el fenómeno Trump hay que recurrir a la antropología, en este caso al estudio del animal humano en su versión más salvaje y primitiva. Porque el trumpismo no tiene causa; tiene enemigos. No propone esperanza; propone odio.

El problema no es Trump. Lo fantástico, lo grotesco, lo surreal es que en vísperas de las elecciones las encuestas digan que el odio, la barbarie y la estupidez tienen una razonable posibilidad de triunfar, que no es disparatado pensar que Trump consiga los votos necesarios para ser coronado presidente de Estados Unidos. Lo fantástico, lo grotesco, lo surreal es que tantos millones de los habitantes del país más próspero del mundo compartan su visión tribal, que no solo Trump sino sus devotos estén solo un eslabón por encima de la jungla.


II

Ariel Dorfman, "Faulkner ante la América de Trump", en El País7 NOV 2016:

El autor de El sonido y la furia se preguntó públicamente si Estados Unidos merecía sobrevivir después del linchamiento de un niño negro. Hubiera sentido espanto, aunque no extrañeza, frente a la figura del candidato republicano.

¿Merece sobrevivir este país? Esa fue la pregunta que lanzó públicamente William Faulkner en 1955 cuando supo que Emmett Till, un joven negro de 14 años, había sido mutilado y muerto en un pueblito de Misisipi por la osadía de silbarle a una mujer blanca —un acto de linchamiento que constituyó un hito fundamental en la creación del movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos—.

Esa pregunta no era la que yo esperaba plantearme en este peregrinaje literario que mi mujer y yo hemos emprendido a Oxford, Misisipi, donde Faulkner vivió la mayoría de su vida y donde escribió las obras maestras torrenciales que lo convirtieron en el novelista norteamericano más influyente del siglo XX. Habíamos estado planificando un viaje como este hace muchos años, viéndolo como una ocasión para meditar sobre la existencia y la ficción de un autor que me había desafiado, desde mi adolescencia chilena, a romper con todas las convenciones narrativas, arriesgarlo todo como la única manera de representar la múltiple fluidez del tiempo y la conciencia y la aflicción, instándome a que tratara de expresar lo que significa “estar vivo y saberlo a fondo” en mi Sur chileno aún más remoto y perdido que el desdichado Sur de Faulkner. Y, sin embargo, esa pregunta acerca de la supervivencia de Estados Unidos es la que me ronda al visitar el sepulcro donde descansa, hace 54 años, el cuerpo del gran escritor, se me asoma cuando caminamos las calles que él caminó, es una pregunta que no puedo evitar al recorrer Rowan Oak, la vieja mansión que fue para él su más permanente hogar.

Puesto que, si el autor de El sonido y la furia estuviese vivo hoy, cuando su patria encara la elección más decisiva de nuestra época turbulenta, donde un demagogo demencial aspira, insólitamente, a ocupar la Casa Blanca, no cabe duda de que, ante “un momento incomprensible de terror”, volvería a proponer esa dolorosa pregunta a los seguidores de Trump, retándoles a rechazar una política de odio. Faulkner lo haría, creo yo, recordando a los personajes de sus propias novelas que, poseídos por un exceso de rabia y frustración, terminan autodestruyéndose a sí mismos y a la tierra que aman, incapaces de superar el pasado oscuro y salvaje que han heredado.

Habría mucho, por cierto, en Estados Unidos de hoy que Faulkner no reconocería. Aunque escribió sobre el dilema de los afroamericanos con notable inteligencia emocional, describiendo cómo los descendientes de esclavos sobrellevaron, “con orgullo inflexible y severo”, la carga impuesta por un sistema injusto y corrosivo, este hijo del Sur de Estados Unidos, sospechoso de los cambios drásticos, predicaba la paciencia y el gradualismo para vencer las barreras del racismo. Un hombre que no alcanzó a escuchar el discurso de Martin Luther King en Washington y al que le hubiera parecido inverosímil que alguien nacido del mestizaje pudiera ser presidente, tendría poco que enseñarle a esta América tan multicultural y atiborrada de nuevos inmigrantes. Igualmente difícil para Faulkner hubiera sido entender a las mujeres del siglo XXI, cuya emancipación y autosuficiencia feministas jamás anticipó.

Otros, menos envidiables, aspectos contemporáneos de Estados Unidos le serían, sin embargo, tristemente familiares a Faulkner.

Hubiera sentido espanto —aunque no extrañeza— frente a la peligrosa figura de Donald Trump. En su vasto y devastador universo ficticio, Faulkner ya había creado una encarnación sureña de Trump, si bien en una escala menor: Flem Snopes, un depredador voraz e inescrupuloso con “ojos del color de agua estancada”, que sube al poder mediante mentiras e intimidación, burlando y raposeando a los ingenuos que creen ser más astutos que él. Flem y su clan representaban para Faulkner aquellos conciudadanos suyos que “lo único que saben y lo único en que creen es el dinero, importándoles un carajo cómo se consigue”. Si una caterva como la de los Snopes llegase a proliferar y tomar las riendas del Gobierno el resultado sería, según Faulkner, catastrófico. Las últimas encuestas indican que semejante apocalipsis electoral, salvo una sorpresa estilo Brexit, es cada vez más improbable, pero el mero hecho de que un ser tan patológico y amoral sea siquiera un candidato viable hubiera llenado al autor de Absalón, Absalón de asco y pavor.

Los adeptos de Trump suscitarían hoy una reacción muy diferente de parte de Faulkner. Aunque era, para su época, políticamente liberal y progresista, trazó con cariño y humor las vidas de aquellos que hoy constituyen —pido excusas por tal generalización, siempre reductiva— el núcleo central de los partidarios de Trump: cazadores y patriotas que temen una conspiración para quitarles sus armas de fuego; hombres escasamente informados que se aferran a una virilidad amenazada y tradiciones atávicas; habitantes de comunidades rurales o económicamente deprimidas que se sienten sobrepasados por la marea incontenible de la modernidad, indefensos ante una globalización que no pueden controlar. Faulkner condenó siempre los prejuicios raciales y la paranoia de estos desconcertados coterráneos suyos, pero nunca fue condescendiente con ellos, acordándoles siempre aquello que deseaban con fervor tanto ayer como hoy: el respeto hacia su plena dignidad humana. Faulkner hubiera comprendido las raíces de la desafección de esa gente a la que le tenía tanto apego, la desazón irracional de muchos norteamericanos de raza blanca ante el asedio a su identidad y privilegios.

Es lo que hace hoy tan valiosa la voz de Faulkner.

La simpatía que manifestó este novelista insigne y sofisticado por los pobladores menos educados, religiosamente conservadores, de su imaginario condado de Yoknapatawpha, el hecho de que prefería la compañía de esa ralea popular y menospreciada a las tertulias y el elitismo abstracto de intelectuales exquisitos, lo hace el emisario ideal para abordar a los sostenedores de Trump con un mensaje en contra de la intolerancia y el miedo, un mensaje desde más allá de la muerte que no contiene ni un mínimo dejo de paternalismo o desdén.

Al contemplar el diminuto y frágil escritorio del estudio de Faulkner en Rowan Oak donde compuso el discurso que pronunció para la graduación de su hija Jill en el colegio local, oigo el eco de esas palabras tan pertinentes para su país actual. Urgió a esos compañeros de clase de su hija a transformarse en “hombres y mujeres que nunca han de rendirse ante el engaño, el temor o el soborno”. Les dijo, y lo reitera empecinadamente a sus compatriotas en 2016, que “tenemos no solamente el derecho, sino que el deber de elegir entre el coraje y la cobardía”, exigiéndoles a “nunca tener miedo de alzar la voz en pro de la honestidad y la verdad y la compasión, y contra la injusticia y la mentira y la avaricia”.

¿Caerá Estados Unidos en el abismo y el desconsuelo?


¿Se encuentra hoy este país marchando fatalmente a un destino trágico, como tantos personajes implacables de Faulkner, o sus ciudadanos tendrán la sabiduría para probar en forma contundente y avasalladora que, en efecto, su país merece sobrevivir?

sábado, 29 de octubre de 2016

Cómo se crea periodísticamente a un monstruo como Trump

Elvira Lindo, "Hemos creado un monstruo", en El País, 28 oct. de 2016:

El poder del dinero convirtió a Trump en un hortera entrañable, en un cerdo con los labios pintados

Un monstruo no se crea de la noche a la mañana. Si en el ámbito familiar intervienen padres, titos y abuelas en la creación de un ser consentido y ególatra, cuando se trata de un monstruo nacional como Trump, han de ser muchos los ciudadanos que se apliquen durante años para que un egomaníaco de escasas luces esté a un paso de la presidencia. Se está dando la cómica situación de que algunas de las personas que participaron activamente en la creación de Frankenstein estén saliendo del armario en estos días para confesar: “Sí, yo también tengo algo de culpa”. Uno de ellos ha sido Tony Schwartz, un tipo que en 1987 ya se había hecho un nombrecillo como periodista, pero que se dejó seducir por la insólita propuesta de Trump para que escribiera su autobiografía. ¿Hay alguien que quiera publicar su autobiografía a los 38 años? Donald Trump. Aunque hoy en día, con la excusa de la autoficción, los escritores empiezan a contar su vida desde preescolar.

Por supuesto, Trump no podía escribir ese libro, porque no sabía cómo eran los libros por dentro, no había abierto ninguno, así que contrató a Schwartz como negro, y accedió a pagarle la mitad del adelanto y de los royalties. El negro, viendo que como periodista siempre sería un pelagatos, dijo que sí. La autobiografía se llamó, The Art Of the Deal (“El arte de negociar”), se vendió como churros y Schwartz se hizo millonario. El periodista, como es lógico, perdió credibilidad entre sus pares y montó una empresa de coaching que le ha hecho más millonario. Pero cuando Schwartz escuchó este verano que Trump se presentaba como candidato y declaraba que Estados Unidos se merecía un líder como el que escribió The Art of de Deal, empalideció y escribió un furioso tuit: “Gracias, Donald, por sugerir que compita para presidente, dado que yo escribí The Art of the Deal”. Al autobiógrafo de Trump no sólo le alarma que el magnate se crea autor de la escritura, sino que asuma sin rubor todas las falsas cosas buenas que sobre él aparecían en el libro, porque lo que hizo Schwartz fue mentir y embellecer la historia de Trump para que este apareciera como un genio de los negocios: “Pinté los labios a un cerdo”. Y es que lo que verdaderamente presenció el negro fue a un hombre incapaz de concentrarse en una conversación, irritable, obsesionado con la fama, un mentiroso que se cree sus propias mentiras, y un empresario que ha pinchado en muchas inversiones, porque aunque se venda como un hombre hecho a sí mismo, la pasta le venía de papá, del que suele hablar poco por no contar cómo el padre le salvó de muchos disparates inmobiliarios. Schwartz piensa ahora, arrepentido, en dedicar las ganancias que siga generando el libro a causas nobles, aunque asume que él creó parte del monstruo.

Por otro lado, está Michael D’Antonio, un premio Pulitzer que le hizo la última entrevista al candidato antes de la campaña. D’Antonio ha cedido las cinco horas de grabación que tiene con Trump a The New York Times para que este medio vaya soltando perlas en los últimos días. En ellas, Trump da cuenta de su matonismo juvenil, que obligó a sus padres a apartarlo del barrio y mandarlo a una academia militar para reformarlo. Error. El joven Donald se sintió en su salsa en un ambiente en que podía dar rienda suelta a su hombría. Porque a él le gusta pelearse como a los machotes, llegar a las manos. Detesta, más que nada, sentirse humillado: viendo en una ocasión que Ivana sabía manejar los esquís mejor que él, montó en cólera y destrozó a golpazos su equipo. Las grabaciones dan cuenta también de su nula aceptación del fracaso, de su desprecio por los perdedores, y de una obsesión patológica por salir en los medios.

La historia del tercer libro, el de Harry Hurt III, es más triste. Hurt escribió una biografía no autorizada en 1993, El magnate perdido: las vidas de Donald Trump. Este libro nació herido de muerte porque el autor decidió incluir una declaración jurada de su exesposa en la que contaba que Trump, animado por ella, se sometió a un implante de pelo, y como la operación fue dolorosa, volvió a casa, le arrancó a ella un mechón de pelo, la violó y la dejó encerrada un día en el baño. Los abogados de Trump obligaron entonces a la editorial a incluir una página aclaratoria de Ivana: “Se me malentendió, dije que me había sentido violentada, no violada”. Esa rectificación tiene que ver con un acuerdo de divorcio de 14 millones de dólares (12,8 millones de euros).

El biógrafo Hurt, viendo cómo las mujeres de las que abusó el magnate han hablado, quería reeditar el libro, pero nadie se atreve. Temen la ferocidad de los abogados de Trump. Y es que, en el fondo, el monstruo da miedo. Ese monstruo creado colectivamente. Nunca se han escrito tantos libros sobre una persona con tan poco interés. Pero el poder del dinero convirtió a Trump en un hortera entrañable, en un cerdo con los labios pintados.

domingo, 23 de octubre de 2016

La última historia de terror de Stephen King

Stephen King:

My newest horror story: Once upon a time there was a man named Donald Trump, and he ran for president. Some people wanted him to win. (6:37 PM - 21 Oct 2016)

("Mi nueva historia de terror. Hubo una vez un hombre llamado Donald Trump que se presentó a presidente. Algunos querían votarle para que ganara.")