domingo, 27 de noviembre de 2016

Un poeta, como el oráculo de Delfos, no afirma ni niega: emite señales

Copiado de por ahí, de una lectura de poesía ajena que realizó Gamoneda en Guadalajara, México:

Si una lectura de poemas tiene algo de acto religioso, una lectura de Gamoneda tiene algo de misa laica porque el escritor, como el oráculo de Delfos, ni afirma ni niega: emite señales mientras se dirige a la concurrencia: “Les veo muy relajados”. Por ejemplo: “El recuerdo habita el olvido y el olvido perfecciona el recuerdo”. Por ejemplo: “Nuestro cuerpo es una flor”. Por ejemplo: “¿Qué es ser loco? Eso no es algo que está averiguado. En cualquier caso, yo participo de esa locura”. 

Gamoneda ha dicho alguna vez de sus años de militancia antifranquista que él y los suyos formaban una cuerda de “gente asustada, semilocos y pequeños héroes de la negatividad”. Algo parecido dice ahora de los poetas con los que se junta. Aunque estos se llamen Poe, Mallarmé, Artaud o Helder. A todos ellos se sumó él mismo para reconstruir a su manera la figura de Azrael, el ángel coránico de la muerte, abordado poéticamente por cada uno de sus predecesores. “La apropiación”, dijo, “supone una cruel destrucción de los poemas anteriores hasta el punto de crear no un poema nuevo sino uno de otra naturaleza”. Fue una mezcla de recital y taller literario. Nadie se movía en el Salón de Poesía, en el que se había colado más gente de lo habitual para escuchar una lectura que también duró más de lo habitual. “Hemos transgredido todas las normas de la FIL”, reconoció Gamoneda. Pese a que la feria tiene a gala que sus actos –ya los protagonice un joven debutante o un autor consagrado- no duren más de 50 minutos, no parece que en su caso vayan a tenérselo en cuenta.

El decálogo del maestro de Gabriela Mistral

La poetisa y premio Nobel chilena Lucila Godoy, más conocida como Gabriela Mistral, maestra de niñas, escribió un famoso «Decálogo del Maestro» que se ha hecho célebre entre los docentes y que hoy, Día del Maestro, conviene recordar:

1. Ama. Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.

2. Simplifica. Saber es simplificar sin quitar esencia.

3. Insiste. Repite como la naturaleza repite las especies hasta alcanzar la perfección.

4. Enseña con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.

5. Maestro, sé fervoroso. Para encender lámparas basta llevar fuego en el corazón.

6. Vivifica tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.

7. Acuérdate de que tu oficio no es mercancía sino oficio divino.

8. Acuérdate. Para dar hay que tener mucho.

9. Antes de dictar tu lección cotidiana mira a tu corazón y ve si está puro.

10. Piensa en que Dios se ha puesto a crear el mundo de mañana.

sábado, 26 de noviembre de 2016

El mejor poema de Vicente Cano

Para mí este es el mejor poema de Vicente Cano (1927-1994); el que me ha tocado más profundamente, entre muchos que también podrían optar a ese título. Se lo dedico con afecto. Por entonces, por los años en los que lo conocí, creo que ya estaba muriéndose de cáncer; curiosamente, posee el mismo importante mensaje que un poema clásico de la poesía norteamericana, The House By the Side of the Road, de Sam Walter Foss; por si no hubiera duda de que Vicente Cano fue, ha sido, es y seguirá siendo un gran poeta:

VICENTE CANO

Pero sí tengo...


I

Yo sé que hay paisajes que no veré nunca.
Sé que existen montañas de asombro
y valles generosos
que no tendrán mi huella...

Pero sí tengo esta tierra -patria chica, mía-,
para sentirla y para amarla.
Para alegrarme el corazón con ella.

II

Yo he aprendido
que no se han hecho para mí
los países lejanos, sorprendentes,
ni las aventuras de leyenda
ni los ágiles caballos de los triunfos...

Pero sí tengo una rosa
que me aroma la vida de esperanza.

III

Yo sé que hay gentes de paz
y hombres de luz
a los que no podré entregarles nunca
mi haz de admiración...

Pero sí tengo un verso
escrito con el alma para ellos.

IV

Yo sé que hay seres que sufren,
hombres que necesitan
un agua humanitaria que los salve...

Y yo no tendré nunca
una lluvia en mis manos.

Pero sí estaré con ellos siempre
con mis palabras y mi aliento.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Wikipedismo

He redactado unos cuantos artículos wikipédicos (Jesús Pardo, por ejemplo) y ampliado otros, como el del reciente premio nacional Juan Eduardo Zúñiga; para mejor entender las derivaciones de la tertulia en que se movía este, he tenido que escribir artículos nuevos sobre el escritor Vicente Soto, los hispanistas Todor Neikov, Emilia Tsenkova y Sylva Pandu, el escritor búlgaro Dimitar Dimov y los editores españoles Manuel Aguilar Muñoz y Arturo del Hoyo, traduciendo además del portugués el artículo Mario Dionisio. Y solo con esto he perdido toda la mañana del viernes y la tarde del sábado investigando, confrontando y verificando datos; patético. Pero es que así somos los hombres de letras, qué se le va a hacer. Más artículos creados posteriormente: José Corrales Egea, José Ares Montes,los editores Arturo del Hoyo (que era de la tertulia de los anteriores, junto con Ezequiel González Mas y los citados Zúñiga y Soto, aunque no hice la de otro tertuliano manchego allí, Francisco García Pavón) y Manuel Aguilar Muñoz, así como la Editorial Aguilar, y los ilustrados hermanos menorquines Pedro, José, Bartolomé y Antonio Ramis, para completar la biografía de su otro más célebre hermano Juan o Joan, que compuse hace mucho. 

jueves, 24 de noviembre de 2016

Vergüenza ajena

Las demostraciones de afecto hacia Rita Barberá (pues todos tenemos que morir, incluso los sinvergüenzas que abandonan a la gente cuando está viva) me han hecho sentir lo que científicamente se denomina "vergüenza ajena" o "alipori"; por ejemplo: hay una anciana que ha muerto por pobreza energética sin declaraciones peperas de ningún tipo. Quizás Dios lo ha permitido para que percibamos el contraste. Existe un artículo muy revelador sobre este concepto:

Jaime Rubio Hancock "La vergüenza ajena, un término español para una emoción universal. Por favor, no me obliguéis a ir a un karaoke", en El País, 2 de sept. de 2016:

La vergüenza ajena es un término español que da nombre a una emoción universal. Lo recoge la historiadora cultural Tiffany Watt Smith en su The Book of Human Emotions, citándolo en castellano y calificando este sentimiento de “tortura exquisita”.

Según recoge Smith, la vergüenza ajena es una “humillación indirecta, normalmente hacia extraños”. Por ejemplo, ocurre cuando un político pronuncia mal un nombre, pero aun así insiste en que lo está diciendo bien; o cuando un humorista suelta un chiste a costa de un miembro del público y la gracieta se recibe con silencio.

“La vergüenza ajena más intensa se reserva para la gente a la que le resbala todo y se cree muy importante. Parecen no sentir la vergüenza que deberían, así que nos quedamos con una buena ración en su nombre”, escribe la autora. El escarnio es doble: tanto por cometer un error como por no reconocerlo.

Eso sí, no siempre hay escarnio ni se dirige a personas que nos resultan antipáticas: donde yo más la siento es en los karaokes. Mis amigos suben al escenario y se ponen a destrozar una canción o, peor aún, a cantarla bien, con mucho sentimiento y una actitud profesional, y yo noto toda la vergüenza que ellos ni sienten ni entienden por qué deberían sentir.

Sé que hacen bien, claro, están pasando un rato divertido, y sé que es absurdo que yo cargue con todo el peso de lo que a mí me parece su ridículo espantoso. Pero no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

Una vergüenza empática

Smith añade que la vergüenza ajena es un sentimiento es paradójico. Por un lado, tiene una parte de burla y exclusión. Pero por otro lado, también tiene una parte de empatía, ya que nos estamos poniendo en la piel del otro. “Estos impulsos aparentemente contradictorios apuntan a la importancia del grupo por encima del individuo, motivo que según algunos lingüistas ha llevado a los hispanoparlantes a darle nombre a esta emoción”, escribe la autora.

En este sentido, el neurocientífico alemán Frieder Michel Paulus publicó un estudio en 2013 sobre la relación de la vergüenza ajena con la empatía. Su experimento mostraba que cuando otras personas contravenían normas sociales, en el cerebro del espectador se activaban las mismas regiones que en momentos empáticos. “Cuando tienes vergüenza ajena sientes empatía por alguien que pone en peligro su integridad al violar las normas sociales, se trata de una vergüenza empática”, explicaba Paulus en declaraciones recogidas por Sinc. Es decir, nos estamos poniendo en su lugar o, mejor dicho, en el lugar en el que consideramos que deberían estar, porque lo cierto es que ni siquiera pasan cerca.

Smith también añade que en España, “el miedo a perder la dignidad o el orgullo -ambos términos en español en el original- se consideran muy pronunciados”. E incluso recuerda que la última pieza de comida en una ración compartida es “la de la vergüenza”. Al mismo tiempo, “también es una cultura en la que los lazos de simpatía son muy intensos”.

Traducir palabras intraducibles

Smith recuerda que todo el mundo siente vergüenza ajena, aunque no sepa ponerle nombre. Y también que el término existe en otros idiomas: en alemán es Fremdscham, en finlandés es myötähäpeä (vergüenza compartida) y en holandés es plaatsvervangende schaamte (vergüenza que intercambia su lugar). Fremdschämen, por cierto, se incluyó en el diccionario alemán Duden en 2009, lo cual no quiere decir que los alemanes no sintieran esa emoción hasta ese año o que los españoles la sintiéramos más que los alemanes, pero solo hasta 2009.

El hecho de que un idioma no tenga una palabra para describir una experiencia se llama “hipocognición”, un término acuñado por el antropólogo Robert Levy. Según contaba Levy, en Tahití no había una palabra para expresar el concepto de “pena”. Por supuesto, la sentían, pero la describían como un estado de extrañeza o de malestar. Según Levy, esto llevaba a la ausencia de rituales para aliviar esta pena, lo que era la principal causa del alto índice de suicidios en la isla.

El efecto del lenguaje en nuestro pensamiento se considera hoy en día bastante más moderado y circunscrito a experiencias muy concretas. Por ejemplo, en ruso, el celeste se considera un color diferente al azul más oscuro, tal y como nosotros diferenciamos entre el rosa y el rojo. Esto lleva a que los hablantes de ruso sean más rápidos al categorizar los diferentes tonos de azul. El hecho de que tengamos palabras para sentimientos, experiencias o colores concretos, también ayuda a nuestra memoria, según recoge Scientific American. Pero poco más, como apunta Steven Pinker en The Language Instinct, donde subraya que el pensamiento no es lo mismo que el lenguaje.

Además de eso, también hay que recordar que todas las palabras se pueden traducir, aunque siempre se pierdan matices y connotaciones. En inglés vergüenza ajena se suele traducir por “vicarious embarrassment”, que a su vez significaría “vergüenza indirecta”. Eso sí, aunque se entiende perfectamente, no se trata de una expresión fija y de uso común.

En español nos pasa, por ejemplo, cuando traducimos la palabra francesa dépaysement por “desorientación que sentimos en sitios extranjeros”. Sí, entendemos la idea perfectamente aunque no tengamos una palabra específica. Quizás, como apuntan en Scientific American, las palabras ‘intraducibles’ sirvan para alertarnosde algo que en nuestra cultura no habíamos identificado o no habíamos analizado en detalle. Descubrir estas palabras nos ayuda a hacerlo.

(En una primera versión del artículo se hablaba de Fremdschämen, cuando la palabra alemana correcta es Fremdscham, y se traducía por "vergüenza exterior").

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Libros que estoy leyendo

Aparte de los consabidos cientos de pantallas, también leo bastante papel. Cayeron las Vidas escritas de Javier Marías, donde hace un ejercicio suetoniano de cotilleo biográfico por toda suerte de escritores anglosajones, con un par de alemanes y algún que otro francés, ruso y japonés, y tres o cuatro mujeres (de las que es un gran descubrimiento Vernon Lee); les da lo suyo a los de ego particularmente inflado y posee una lente de aumento magnífica para la ridiculez; ahora estoy con Autorretrato sin retoques (1999) de Jesús Pardo, uno de los libros que dio a Bethel Emilio Morote, con sus subrayados y notas. Es una obra muy dura con los de la tertulia del café Gijón y con todos los posguerreros, mucho más que la de Umbral, que parece un mojigato a su lado, pero es implacable también con su propio autor, que se pinta abofeteando a su propia "madre física" y despreciando a sus amantes con saña. Dice que dominaba quince idiomas, pero la verdad es que, según cuento, solo tradujo del inglés, del italiano, del danés, del sueco y del noruego, aunque bastante: doscientos títulos en total. También sabía francés, pero apenas lo ejerció. Es un buen escritor con un estupendo estilo y facilidad para la concisión realista e ingeniosa. A mi juicio, junto con Pretérito imperfecto de Carlos García del Pino y en cierto modo las Memorias prohibidas de Cándido, es de los pocos que ofrecen una visión ajustada de lo que fueron los cuarenta años tras la guerra, y está lleno de verdad, de crueldad y de anécdotas inéditas e interesantes; Luis Antonio de Villena lo llamó rara avis in terra, (como por cierto llamó también don Juan de Tassis y Peralta, II Conde de Villamediana, a Luis de Góngora) y en verdad lo es.

También me he leído las escuetas Memorias comillenses de Javier Sádaba. Y eso que nunca me fue dilecto; pero el hecho de que haya reseñado sus cuatro años de Purgatorio infantojuvenoide en el seminario de Comillas antes de que le echaran me llamó la atención. Es una visión impresionista de la estupidez religiosa, también en época franquista; un desfile interminable de gilipolleces de curas pirados, de los que se salvan solo, y apenas, los jesuitas, "que utilizaban un dilema muy astuto para mantener su barco a flote: si un padre no sobresalía por su bondad, entonces era sabio. Si era tonto de remate, entonces era santo", p. 8.

Apilados están esperando que les hinque el diente las Cartas a Lucilio traducidas por el literal y casi desconocido Vicente López Soto (solo yo he tenido la piedad de abrirle una entrada en la Wikipedia), los ya mordidos Viva el estupor y Los mismos de Francisco Nieva y La juventud de Cervantes, de José Manuel Lucía Megías, del que habría poco y escaso que decir. Qué bueno es Nieva; para ser ahora un muerto está más lleno de vida, imaginación y lenguaje que todas las sombras fantasmales que ha dejado en este yermo páramo. En cuanto a la poesía, por ahí andan la Poesía completa de Sylvia Plath (la traducción de Xoán Abeleira, no la del ya mencionado Jesús Pardo) que me seduce por sus conceptos, contextos e imaginaciones, aunque en cada poema suyo parece que hay algo que se ahoga (sobre todo en el último, "Edge": El jardín se retesa y los aromas sangran / de las dulces y profundas gargantas de la flor de la noche), y el reciente premio Ciudad de Melilla, La fruta de los mudos, de José Luis Rey, que parece, no sé si padece, demasiada fruslería de ebanista. No habían comprado para la biblioteca pública la última traducción de los Cuatro cuartetos de Eliot, que, al parecer, luce unas notas sobre intertextualidad muy interesantes, que comentaba ha poco en un artículo Félix de Azúa. No tendré tiempo de agenciármela, acaso: hay que corregir exámenes, y aunque he renunciado a mi pesar a escribir en Miciudadreal, porque les quiero y me gusta, ni siquiera en los comentarios, sigo andando demasiado escaso de tiempo. Jamás me he creído insustituible, y Marcelino Lastra, que ha empezado a colaborar allí, ha escrito un artículo magnífico que incluso he copiado en mi blog.

Se venden cientos de comics en Bethel

Varias cajas enteras de Cimoc, Metal Hurlant, Makoki, El Víbora, El Jueves, Cairo, Creepy etc. Hay cosas bastante raras; también venden revistas de rock y libros sobre música ligera moderna. En Bethel.

La verdadera autoría de la traducción del Si de Kipling atribuida a Jacinto Miquelarena

Una famosa traducción del famoso poeta "Si" de Rudyard Kipling suele atribuirse al corresponsal falangista de la II Guerra Mundial Jacinto Miquelarena, pero este no sabía inglés, como cuenta Jesús Pardo en Autorretrato sin retoques (1999), cito por la segunda edición de 2006, pp. 252-253;  en realidad es obra de la amante que tuvo en Londres, una argentina llamada Felicitas Flores, con la cual engañaba a su mujer. La traducción es muy sintética, y logra a duras penas conservar la rima. Es esta

SI

Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila, 
cuando todo a tu lado es cabeza perdida. 
Si tienes en ti mismo una fe que te niegan 
y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan. 
Si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera; 
si engañado, no engañas, si no buscas más odio 
que el odio que te tengan… 
Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres, 
si al hablar no exageras lo que sabes y quieres.
Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo, 
si piensas y rechazas lo que piensas en vano. 
Si tropiezas al Triunfo, si llega tu Derrota 
y a los Dos impostores les tratas de igual forma. 
Si logras que se sepa la verdad que has hablado, 
a pesar del sofisma del Orbe encanallado. 
Si vuelves al comienzo de la obra perdida,
aunque esta obra sea la de toda tu vida.
Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría 
tus ganancias de siempre a la suerte de un día 
y pierdes y te lanzas de nuevo a la pelea, 
sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era. 
Si logras que tus nervios y el corazón te asistan, 
aún después de su fuga de tu cuerpo en fatiga 
y se agarren contigo cuando no quede nada 
porque tú lo deseas y lo quieres y mandas.
Si hablas con el pueblo y guardas tu virtud, 
si marchas junto a Reyes con tu paso y tu luz. 
Si nadie que te hiera llega a hacerte la herida, 
si todos te reclaman y ni uno te precisa. 
Si llenas el minuto inolvidable y cierto, 
de sesenta segundos que te lleven al cielo… 
Todo lo de esta tierra será de tu dominio 
y mucho más aún: serás Hombre, ¡hijo mío!

La extraña falta de entropía suficiente

Pregunta Carlo Frabetti:

¿Por qué hay tanto orden en el universo, si de acuerdo con la segunda ley de la termodinámica la entropía -es decir, el desorden- ha de aumentar continuamente? El estado más probable del universo es el de una entropía muy alta: una inmensa sopa de partículas homogéneamente caótica. ¿Por qué, pues, observamos un nivel de entropía tan relativamente bajo?

Como respuesta a esta pregunta, el físico estadístico Ludwig Boltzmann sugirió, a finales del siglo XIX, la posibilidad de que el universo “excesivamente ordenado” que observamos sea una fluctuación aleatoria surgida en un metauniverso de mayor entropía, mucho más grande que el nuestro e inobservable. Y por otra parte, en un universo caótico (como podría/debería ser el nuestro) estas fluctuaciones aleatorias podrían dar lugar a entidades conscientes surgidas de pronto por puro azar, e incluso dotadas de recuerdos y de una sensación subjetiva de orden que nada tuviera que ver con el caos reinante. Y la posibilidad de que surgieran estos “cerebros de Boltzmann” solipsistas, aun siendo extremadamente improbable, lo sería menos que la de un universo realmente tan ordenado como para que la vida y la consciencia fueran en él fenómenos normales.

martes, 22 de noviembre de 2016

Las farmacéuticas bloquean las investigaciones contra el cáncer que no les benefician

Nuño Domínguez, Chris Sander, investigador del Instituto de Cáncer Dana-Farber: “Las farmacéuticas impiden el desarrollo de nuevas terapias contra el cáncer”, en El País, 22-XI-2016:

El padre de la bioinformática explica cómo la computación puede ayudar a comprender la complejidad de cada tumor y buscar tratamientos especializados.

Los grandes proyectos de secuenciación del genoma del cáncer iniciados hace una década han demostrado que cada tipo de tumor es tan diferente de otro a nivel genético y molecular que parecen enfermedades distintas. Esa heterogeneidad también se da dentro de cada paciente, una célula de un tumor puede ser muy distinta de la de al lado. Y toda esta variabilidad genética puede explicar por qué unas personas (y células) responden a los tratamientos oncológicos y otras no.

“Con tanta complejidad, sólo utilizando ordenadores se podrá resolver el problema”, explica Fátima Al-Shahrour, investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Al-Shahrour es especialista en bioinformática, una disciplina en expansión que mezcla el poder de cálculo de los ordenadores actuales con herramientas prestadas de las matemáticas y la estadística para analizar la inmensidad del Big Data genético del cáncer. Al-Shahrour ha sido una de las organizadoras de un congreso internacional del CNIO y La Fundación La Caixa que se ha centrado en cómo entender y combatir la heterogeneidad del cáncer gracias a la bioinformática.

Chris Sander, uno de los padres de esta disciplina, ha sido la estrella del congreso. Es investigador del Instituto de Cáncer Dana-Farber de Boston (EEUU) y uno de los líderes del Atlas del Genoma del Cáncer, un consorcio estadounidense que ha estudiado las variaciones genómicas de 30 tipos de tumores en 20.000 personas. “Esta base de datos nos abre ahora la visión a los detalles microscópicos de lo que sucede cuando hay un cáncer”, resalta Sander. Físico teórico, se pasó a la biomedicina hace más de cuatro décadas. Sander ha dearrollado algortimos capaces de resolver problemas de biología que se le resistían a los mayores superordenadores del mundo y creado unidades de bioinformática en el Laboratorio Europeo de Biología Molecular y el Centro de Cáncer Memorial Sloan-Kettering de Nueva York. En esta entrevista explica cómo la bioinformática puede ayudar a encontrar nuevas terapias combinadas más efectivas y asequibles.

Pregunta. ¿Qué le diría a una persona con cáncer sobre cómo la bioinformática puede mejorar los tratamientos?

Respuesta. Por ejemplo, hemos demostrado que hay tumores cerebrales que parecen muy similares, pero cuando los analizas desde el punto de vista molecular y genético resulta que cada persona tiene un tumor diferente. Es la heterogeneidad del cáncer, lo que implica que cada uno necesitará una terapia diferente. Nosotros podemos relacionar el paisaje complejo de cada tumor y el número de drogas disponibles para encontrar la combinación correcta. Inicialmente lo vamos a estudiar en ensayos clínicos con pacientes y después comenzará a hacerse en los hospitales, como terapia.

P. Usted defiende que los pacientes también pueden tener un papel más activo en la lucha contra el cáncer

Mi petición a los pacientes es que que dejen captar su información de salud a través de sus teléfonos inteligentes

R. Sí. Por ahora el poder de la genómica en el cáncer son los más de 60.000 tumores analizados a nivel de genética molecular. Esa es la montaña de datos que tenemos. Lo que nos falta es una información equiparable sobre personas. Esa información está bloqueada en los hospitales y es incompleta. Tenemos que trabajar para estructurarla bien, publicarla y compartirla, de forma que podamos pasar de una montaña de datos genéticos a otra de datos de salud personales, historias médicas, estilos de vida, etc. Mi petición a los pacientes es que trabajen con la comunidad de ingenieros informáticos, los geeks, y que les dejen captar su información de salud a través de sus teléfonos inteligentes, de forma que podamos obtener esa información directamente de ellos. Esto ya está pasando, hay programas pilotos en marcha.

P. ¿Debe la gente preocuparse porque se expongan sus datos de salud?

R. Deberíamos crear un derecho constitucional de cada persona a la propiedad sobre su información genómica y de salud. Una vez tengas ese derecho podrás guardarte los datos solo para ti o compartirlos. Hay gente con un cáncer muy agresivo que quiere compartir sus datos mientras estén vivos porque esperan ayudar a otras personas conectadas, igual que en Facebook. Si conseguimos proteger ese derecho, creamos la libertad de compartir información. Y si lo hacemos bien, tendremos una base de datos extremadamente poderosa. Podremos multiplicar por 10 o por 100 los beneficios que ya permite la bioinformática en el tratamiento de tumores.

A Trump le llamo basura [dump]

P. ¿Los ordenadores también pueden encontrar nuevos usos a fármacos ya existentes?

R. Sí. Especialmente con las llamadas terapias combinadas, cuando usas varias drogas juntas para combatir tumores que son resistentes a un fármaco. Una derivada de esto es que puedes evitar usar los fármacos más caros, de digamos unos 200.000 euros, y sustituirlos por una combinación de otros ya aprobados mucho más baratos. Este reposicionamiento ofrece una enorme oportunidad. Pero las grandes farmacéuticas se oponen. Han hecho grandes contribuciones para curar el cáncer, pero no están interesadas en hacer ensayos clínicos si no tienen la oportunidad de sacar un montón de dinero. Si una combinación contiene un medicamento barato, las grandes farmacéuticas no harán el ensayo porque no aumentará sus beneficios. Por eso tenemos que encontrar la forma de hacer ensayos clínicos alternativos, financiados con dinero público. Es un problema social y político, pero hay la oportunidad de aportar un enorme beneficio a los pacientes con cáncer si hacemos ensayos públicos, por ejemplo sobre tumores muy especializados que no les interesan a las grandes compañías.

P. ¿Así que las grandes farmacéuticas se oponen al desarrollo de nuevos tratamientos?

Estamos permitiendo que haya muertes por cáncer totalmente innecesarias

R. Sí. Están poniendo el foco en una sección demasiado pequeña, debemos ampliar las miras.

P. ¿Cuándo llegarán las terapias mejoradas gracias a la bioinformática?

R. Ya. Es parte del sistema global de desarrollo de nuevas terapias. Por ejemplo, considera el melanoma, una enfermedad mortífera y muy rápida. Los nuevos ensayos clínicos de inmunoterapia han tenido una tasa de éxito de entre el 40% y el 50% dos años después del tratamiento, es decir, hay gente que potencialmente se ha curado o al menos no se morirá de melanoma. Es un logro rompedor. No se desprende directamente de la bioinformática, pero esta está ayudando a mejorar los resultados relacionando los tratamientos con el perfil genético de la gente y mostrando quién puede responder mejor.

P. ¿Cómo cree que afectará la victoria de Donald Trump a la ciencia en EE UU?

R. Yo le llamo basura [dump, en inglés], por razones obvias. Hace 77 años ya vimos dónde llevan ciertos movimientos políticos. Creo que ese es el mayor riesgo. Alguno de los políticos que han ganado las elecciones han negado la base científica del cambio climático, incluso en sus filas cuestionan la evolución. Si esa enemistad a la ciencia se traduce en recortes, habrá un problema en la investigación del cáncer. Como científicos debemos alzar al voz para que no haya un nuevo movimiento anticientífico.

P. ¿La medicina personalizada podría incrementar la desigualdad en algo tan importante como la salud?

R. Hay un problema sin resolver. Si quisiéramos reducir las muertes por cáncer en el mundo con una sola acción, esa sería una campaña mundial contra el tabaco y a favor de cambios en la dieta y los hábitos de vida. En una conferencia científica reciente en Singapur hubo una ponencia de Phillip Morris, una de las empresas del cáncer, que aseguraban estar haciendo investigación positiva en biología de sistemas. Cuando miré de qué se trataba, estaban desarrollando nuevos cigarrillos un poquito menos peligrosos ¡y los presentaban como si fuera ciencia! Como seres humanos estamos permitiendo que haya muertes por cáncer totalmente innecesarias y deberíamos pararlo. A no ser que solucionemos estos problemas sociales, la ciencia no podrá cambiar las cosas.

Cómo recordaba Lope de Vega a Cervantes

No se llevaban muy bien, desde luego, pero andando el tiempo Lope de Vega, que fue uno de los pocos que fue a rezar cuando murió el gran alcalaíno, rectificó dedicándole unos versos de recuerdo en su Laurel de Apolo (1630):

En la batalla donde el rayo austrino,
hijo inmortal del Águila famosa,
ganó las hojas del laurel divino
al rey del Asia, en la campaña undosa,
la fortuna envidiosa
hirió la mano de Miguel Cervantes,
no su ingenio, que en versos de diamantes,
los de plomo volvió con tanta gloria,
que por dulces, sonoros y elegantes
dieron eternidad a su memoria,
porque se diga que una mano herida
pudo dar a su dueño eterna vida.

Ambos, Lope y Cervantes, habían luchado en batallas navales; eso tenían en común. El primero en las de las islas Terceiras, el segundo en Lepanto. Pero resulta muy curioso que lo alabe como poeta, algo de lo que Cervantes siempre estuvo inseguro, sin que mencione la prosa que fue donde precisamente más vino a destacar... por encima del propio Lope de Vega.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Richard Ford habla sobre la democracia americana

Richard Ford, "Culpable de votar a Hillary Clinton", en El País, 21-XI-2014:

Richard Ford es novelista. En 2016 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Vive en Estados Unidos.

Estados Unidos ha disfrutado de un líder moral durante ocho años. Pero con la victoria de Donald Trump tal vez sea hora de que su ciudadanía asuma responsabilidades y deje de culpar al otro

Culpadme a mí. Yo voté a Hillary, y me equivoqué completamente con Estados Unidos.

No soporto pensar en lo que va a significar la victoria de Trump para mi país. Por ahora, lo mejor que puedo hacer es pensar en lo que interpreté mal, y por qué.

Mientras los comentaristas se preguntan qué pudo fallar en sus risibles encuestas, comentan lo lamentable que era Hillary como candidata (aunque Trump fuera mucho peor), y lo incómodo-siniestro que va a ser para el pobre presidente Obama recibir a Donald J. Trump (DJT) en la Casa Blanca, después de que DJT haya desatado sobre nuestro país toda su abismal bajeza, a mí me está mereciendo la pena pensar sobre estar equivocado.

Estoy dedicándole tiempo a pensar en estar equivocado, esta semana, precisamente, como forma de comprometer mejor mi ciudadanía, puesto que limitarme a votar el martes pasado fue una manera inadecuada de ejercitarla, y aunque tal ciudadanía haya sufrido un desbridamiento que supone casi su extinción, a causa del desastroso resultado de las elecciones.

En lo que no estaba equivocado era en votar por Clinton. No voy a entrar ahora en los pros y los contras de eso. La elección ya pasó. El daño está hecho, o, más probablemente, no ha hecho más que empezar. Yo creía que era mucho mejor candidata, y que sería una presidenta muy superior. Pero el colegio electoral, tan estrambótico como pleno de autoridad, decidió lo contrario. Lo cierto es que, por el momento, no soporto pensar en las consecuencias concretas que van a tener estas elecciones para mucha gente que tiene motivos para esperar de su Gobierno algo mejor de lo que Trump probablemente les proporcione. Para mí es mejor pensar en la ciudadanía y en haberme equivocado. Puede que haya más provecho que sacar de ahí.

Un famoso jurista estadounidense, mordazmente llamado Judge Learned Hand, escribió una vez que el espíritu de la libertad (algo que en mi país decimos valorar al máximo) es aquello “que no está seguro de tener razón… es el espíritu que busca comprender a otros hombres y mujeres”.

Una cosa en la que me equivoqué (una de varias) fue en violar este requerimiento del juez Hand. Pensando que yo sabía lo que le convenía a mi prójimo (supuestamente, todos esos tipos blancos del medio rural, o del cinturón industrial, poco educados y mal empleados, así como los latinos y los negros que no se sienten suficientemente atendidos por sus cargos electos); me equivoqué al sentirme tan seguro de tener razón. De hecho, estoy casi seguro de que no intenté comprenderlos, solo creía saber lo que les hacía falta en términos generales, y probablemente por eso fui condescendiente con ellos. No hay duda de que públicamente y sin reservas desprecié a su candidato, llamándole imbécil, incompetente, mentiroso, metepatas, charlatán pueril, vendemotos y patán sexual, al tiempo que prometía a cuantos más lectores mejor que este hombre nunca, jamás, llegaría a ser presidente. Lo que parecería ser la segunda cosa sobre la que estaba muy equivocado, aunque ni por un momento lo dudara hasta el martes por la noche bastante tarde.

El efecto que sobre mí han tenido estas dos equivocaciones es la sensación de haber perdido, momentáneamente, mi olfato para lo auténtico, podríamos decir. Otra forma de decirlo sería que tengo la impresión de que ahora mismo no sabría distinguir mi propio culo de un agujero en el suelo, como decimos en Misisipi. Y puede que también sea culpable (tercera equivocación) de falta de empatía por esos tipos del interior del país que sienten que lo están pasando tan mal que tienen que votar por un facineroso. Tener poca empatía es una mala noticia si eres novelista. Es famosa la cita de William Blake en la que dice: “Si estás por hacer el bien a otro, hazlo en dosis pequeñas… el bien general es el reclamo del hipócrita, del adulador y del sinvergüenza”. Dejando de lado el hecho de que prometer el bien general fue precisamente lo que hizo el sinvergüenza que pronto será presidente electo, sus ofensas civiles no cancelan la mía.

El problema, claro, especialmente en función de la propia ciudadanía, es cómo respetar el punto de vista del otro, ser empático y demás, conceder que tal vez estés equivocado sobre lo que a grandes rasgos le conviene, pero sin perder mordida, sin volverte un ciudadano flácido. No dispongo de ninguna fórmula para la agudeza ética general, pero sí de una regla rápida para quienes tengan interés. Puede que todos los actos responsables de ciudadanía exijan cierto grado de usurpación voluntariamente asumida. Es un tema sobre el que ya reflexionó Platón.

Ahora mismo estoy sentado en casa mirando la cara de Trump en la tele e intentando acostumbrarme a pensar en el “presidente Trump”. No es fácil, después de todas las cosas que he dicho y pensado sobre él, cosas que en este momento sigo creyendo. Pero tener esas opiniones solo me lleva a pensar en otro error cometido por mí. Se trata del complejo error de ser ciudadano de una sociedad en la que Hillary Rodham Clinton (Dios la bendiga) era mi mejor opción para presidente, una elección a la que accedí voluntariamente marcando en negro su círculo en mi papeleta. Esto, bien pensado, fue un error mayúsculo.

Pero en lugar de mirarlo todo con cierta distancia y culpar… no sé… a otra persona, yo quiero acercarlo a mi pecho como un áspid y dejar que me muerda. Después de la última victoria de Obama, algunos listillos colocaron una pegatina en el coche que decía: “A mí no me culpes. Yo voté a Romney”. Mi pegatina del coche, si tuviera (que no tengo), hoy diría: “Cúlpame a mí. Yo voté a Hillary”.

Por más que la elección que acaba de celebrarse fuera una decisión sobre evitar lo impensable (un dilema que ambos lados visualizaban, pero que solo un lado ha de sufrir), el problema siempre fue qué iba a pasar después. Unas elecciones en las que se reconoce que los dos candidatos son lamentables y defectuosos es tan buena medida como cualquiera de que la polis se está volviendo rápidamente ingobernable, y, al mismo tiempo, es una fórmula para cosas peores que están por venir. De verdad, no quiero que esto le pase a mi país. Quiero que haya algo que podamos hacer. Todos los bandos políticos comparten el triste diagnóstico de que Estados Unidos no funciona muy bien como país, así como el miedo a estarnos pasando del punto en el que podríamos arreglarlo. En mi opinión, esta convergencia de opiniones debería ser fuente de fortaleza, aunque haya poca cosa más que sea reconciliable. Sería bueno contar con liderazgo moral. Acabamos de tenerlo durante ocho años. A saber cuál es nuestro próximo destino. Es hora de resucitar nuestra desfondada ciudadanía, hora de prestar más atención, de asumir responsabilidades y de no desvanecernos sin más, culpar al otro, y olvidar.

Sin Tapujos. Artículo de Marcelino Lastra

Marcelino Lastra, "Sin tapujos", en Miciudadreal, 21 noviembre, 2016:

Estoy sentado frente a una de las personas más irrelevantes de Ciudad Real. Alguien a quien la sociedad no sabe cómo quitarse de encima cuando lo ve acercarse. Me he cruzado con él infinidad de veces, y detenido unas pocas a intercambiar alguna que otra palabra. Viste limpio; nunca he sentido en su presencia un ápice de mal olor, lo cual es de mucho mérito ya que tiene por hogar la calle y por dormitorio el recinto de cualquier cajero automático.

marcelino-lastra-Tengo mucha hambre- fueron las primeras palabras de nuestro último encuentro, esta vez en la plaza Mayor. Lo invité a entrar en algún sitio a comer algo. Una vez en la mesa le pregunté si le importaría hablarme sobre su situación, su vida, de cómo había llegado a ese punto.

-No, no me importa, siempre y cuando respetes mi anonimato –respondió.

No se llama Sergio, aunque utilizaré este nombre para respetar su voluntad.

-No hay día que no piense en suicidarme. La calle te mata lentamente y lo peor es que lo ves venir.

Un cimbronazo me sacudió el cuerpo. Fui incapaz de articular palabra, de continuar con naturalidad la incipiente conversación. Le hice un gesto de que comiera con calma. En realidad, era una estratagema para sobreponerme. Sergio me lanzó la frase demoledora con toda serenidad, como un ser humano consciente de estar al límite. Fue a mí a quien se le vino el mundo encima. Era yo el que necesitaba la calma.

-Tenía un año cuando mi padre murió, no lo conocí, sufrió un accidente mientras trabajaba. Vivíamos en la barriada de Vista Alegre ¿Sabes cuál te digo? –me preguntó, dando la impresión de esperar una respuesta afirmativa.

-No soy de aquí, Sergio. No tengo ni idea –le respondí.

-Ya no existe. Estaba frente al cementerio. Hoy es un descampado para aparcar coches. Éramos tres hermanos. Mi madre no podía mantenernos y tuvo que llevarnos a la Casa-cuna. Allí me crié hasta cumplir la edad para ir al colegio, lo que significó el retorno a un lugar desconocido para mí.

A su regreso le recibió un hogar roto. Una madre arisca, probablemente sobrepasada por una situación que le venía grande y un hermano mayor –niño también, en cualquier caso- ejerciendo de padre, un oficio que sin duda le venía igualmente enorme a juzgar por las palizas que le propinaba. Por su comportamiento problemático, los hermanos fueron expulsados antes de terminar sus estudios escolares. Sergio no es analfabeto, pero lee y escribe con dificultad.

Comenzó a trabajar de camionero, se casó, tuvo hijos. Realizaba viajes largos, regresando a casa cada dos semanas. Cuando Vista Alegre fue demolido la familia recibió una vivienda social. Así transcurrieron cerca de veinte años hasta que, a la vuelta del que sería su último viaje como camionero, su esposa le contó que un hombre había querido violarla en su ausencia. Se trataba de un íntimo amigo de Sergio. Fue a su encuentro y lo apuñaló en medio de una pelea para vengar la afrenta a su mujer y la traición a una amistad profunda. Pagó con nueve años de cárcel por intento de homicidio. A su salida ya no conseguiría ningún empleo. Al cabo de cierto tiempo su esposa comenzó una nueva relación y le pidió el divorcio. El domicilio familiar fue asignado a su cónyuge. Sergio vivió de alquiler hasta agotarse las últimas ayudas sociales. Se enteró que su exmujer convivía con su pareja y el antiguo piso familiar estaba cerrado. Pidió poder habitarlo para no estar en la calle. Una abogada de oficio le dijo que no podía hacer nada ya que como titular del inmueble sólo aparecía registrada su anterior esposa. Desconoce cómo pudo suceder esto.

Lleva tres años en la calle. Mientras compartía el habitáculo de un cajero automático con otra persona, unos desconocidos entraron, le rompieron una costilla y orinaron  a su compañero.

A nadie la interesa la situación de Sergio ni de los otros “sergios” de nuestra ciudad. No hay que sentirse muy compungidos por ello, al fin y al cabo ¿conoce alguien algún lugar en el mundo donde no suceda lo mismo? Los “sergios” estorban, molestan. Da igual que no huelan. Su mera presencia es un incordio, y lo es porque estamos enfermos de inhumanidad.

Pero es lo que se lleva. Los sofistas modernos han secuestrado nuestra forma de pensar. Sí, los sofistas, aquellos con los que se enfrentaba Sócrates en la antigua Grecia. Aquellos que no buscaban la verdad sino imponer su opinión aún recurriendo a retorcer al límite la realidad de las cosas, cuando no a manipularla y falsearla. Sí, los sofistas, los que hicieron que Sócrates fuera condenado a muerte tomando de sus propias manos la cicuta asesina. Sí, los sofistas, los que al imponer el imperio de la opinión frente al de la verdad pusieron las bases del declive griego ¿No nos resulta familiar?

¿Existe alguna persona más expuesta a todo, a todo lo malo y peligroso de la vida? ¿Alguien más vulnerable -por utilizar un término muy de moda-  que quien no tenga un techo, bajo el que cobijarse, y un plato que llevarse a la boca? No, no lo hay. Entonces, ¿por qué sucede? Es más ¿por qué lo permitimos? Más, todavía ¿por qué les perdonamos la vida cada vez que se acercan a nosotros, endurecemos la mirada – cuando no miramos a otro lado- y nos resistimos a ayudarles con una mísera moneda?

Un compañero de Sergio me recordaba la conversación de un grupo de amigos en una terraza este pasado verano.

-Criticaban con vehemencia la política del gobierno con los refugiados, cuando me acerqué a pedirles una limosna. La mayoría siguió hablando sin ni siquiera mirarme aunque fuera por pura educación, no digo ya por compasión. Si no son capaces de darme ni una moneda de 10 céntimos, ni de ayudarme a tener dónde dormir o a llevarme a la boca algo de comer, ¿qué pretenden con los refugiados? Yo no tengo nada en su contra, pero no dejo de preguntarme ¿qué ven en ellos que no vean en nosotros? ¿Acaso las calamidades que nos han expulsado a la calle no son dignas de tener en cuenta? Deberían vivir en carne propia lo que es sentir que nadie te mire, que todos te esquiven, que traten de desentenderse de ti como si fueras un apestado ¿Puede haber algo peor? Quizá la muerte, y recalco lo de quizás.

¿Qué podemos hacer? ¡Por favor, ayúdanos a salir de esta situación! ¡No nos olvides! – me pidió con los labios e imploró con la mirada.

-No lo haré –respondí en primera persona del singular; quiero pensar, quiero ensoñar, que en realidad lo hice en primera persona, sí, pero del plural. Si esto no nos concierne a todos, ¿qué otra cosa podría hacerlo?

Han tratado de convencernos –y en gran parte lo han conseguido- que la caridad cristiana era hipócrita y debía ser sustituida por la solidaridad. No quiero profundizar hoy sobre los sofismas que suelen respaldar tal afirmación. Sólo diré que a nuestros “sergios” los hemos  instalado mentalmente en tierra de nadie. De tanto creernos el buen funcionamiento de esa supuesta solidaridad hemos arrancado el espíritu caritativo natural de las personas. Hoy, los “sergios” de Ciudad Real carecen de lo uno y lo otro, están absolutamente abandonados a su suerte. Y no hará falta insistir que de continuar por este camino los estaremos condenando al cadalso de la calle. Porque en su caso, la calle es su garrote vil. Y si aceptamos su destino con los brazos cruzados seremos cómplices, cuando no inductores, de una palabra que prefiero no mencionar, pues tengo esperanza de que nuestra cualidad humana nos hará reaccionar a tiempo.

Debemos acabar con la mendicidad en Ciudad Real. No es una cuestión práctica ni estética. Tenemos que hacerlo porque sí. Es una de esas cosas que no necesitan discusión, por eso se las llama imperativos categóricos. Claro que a los sofistas modernos les encantaría argumentar y contra argumentar para convertir nuestra alma en un torbellino de confusión con el fin de paralizarnos. Es su arma favorita de ingeniería social. No se lo podemos permitir.

Sigo sentado frente a él. Le noto inquieto mirando al reloj.

-No hay prisa, disfruta un poco de este momento – le dije inocentemente.

-No puedo perder tiempo, tengo que volver a trabajar a ver si saco algo para la cena -. Y nos fuimos. Sergio aceleró enseguida el paso. Se notaba que tenía prisa por evitar que la noche del invierno lo cogiera por sorpresa.

Tenemos que actuar. No podemos permitir que seres humanos como nosotros sean tratados peor que las mascotas de nuestras casas y con menos amor que los peluches de los niños.

En el artículo del próximo lunes hablaré de ello. De cómo pasar a la acción y tratar de dar luz a la nube negra que hemos creado entre todos al consentir y “normalizar” la existencia de los “sergios” de nuestra ciudad.

Pensamiento grupal

Pilar Jericó, "El pensamiento grupal o cuando no se admite la crítica. Caer en la miopía es el peligro de pensar que eres el mejor. El pensamiento grupal o cuando no se admite la crítica", en El País, 21 NOV 2016:

¿Por qué personas inteligentes a veces toman decisiones poco afortunadas en equipo? Hay comportamientos en grupo que nos “restan” cociente intelectual, aunque no nos demos ni cuenta.

Así sucede en las empresas, en las familias y en la política. Y ahora que Trump está formando gobierno conviene recordar la investigación que realizó Irving Janis, profesor de la Universidad de Yale (Connecticut). Allá por los sesenta cuando Estados Unidos estaba enfrascada en la guerra de Vietnam, el presidente Johnson tomó decisiones poco acertadas. Janis analizó los motivos y descubrió que durante el proceso de análisis, todo el mundo estaba de acuerdo con la idea principal. Nadie proponía algo distinto. Creían sin fisuras que había que permanecer en Vietnam. No había voces disonantes. Y no era porque no se atrevieran, sino porque nadie lo pensaba. Este fenómeno Janis lo bautizó como “pensamiento grupal”, que ocurre cuando un equipo está muy cohesionado, tiene un fuerte enemigo común y además comparten un ideal común (Janis, por cierto, a raíz de esta investigación fue considerada persona non-grata para más de uno). Años antes, Kennedy, lo consiguió evitar cuando introdujo civiles en la toma de decisiones de guerra, como se recoge en la película Trece Días, pero parece que fue una práctica que no creó precedentes.

La historia ha demostrado que cualquier gigante puede caer si se cree invulnerable

En los grupos de amigos, en algunas empresas y en la política habita el pensamiento grupal. Por tendencia, solemos rodearnos de personas similares a nosotros y escogemos la información acorde a nuestros intereses de partida. Digamos que somos fieles a nuestros pensamientos y nos gusta hablar de fútbol con los de nuestro mismo equipo o de política con simpatizantes de nuestro partido preferido (quizá por ese motivo no somos capaces de prever resultados electorales sorprendentes). Por supuesto, tenemos también momentos de curiosidad sobre lo que hacen otros, pero en general, nos sentimos más seguros en terrenos conocidos. Y como somos así, corremos el riesgo de hacer equipo con personas muy parecidas. De este modo, evitamos las opiniones opuestas y nos sentimos tan contentos pensando que estamos en lo cierto. Y ahí reside el problema, por lo que estas dinámicas son peligrosas y nos pueden hacer caer en la miopía.

El pensamiento grupal o de grupo, como algunos lo llaman, también afecta a los comités de dirección de las grandes empresas líderes. Así sucedió con Nokia. En pleno éxito sus directivos estadounidenses advirtieron a la central de los peligros que acechaban. Los finlandeses no contemplaron ningún riesgo, porque sencillamente Nokia era la número uno. El lema que se respiraba por aquel entonces era “somos los mejores y nadie puede con nosotros”. Esta frase, por cierto, es muy recurrida en el fútbol y evito dar nombres, porque todos tenemos en mente cuáles. Pues bien, la historia ha demostrado que cualquier gigante puede caer si se cree invulnerable.

El pensamiento grupal o cuando no se admite la crítica Para cambiar tu mundo, cambia tu conversación.

Por tanto, si somos animales sociales y tenemos cierta tendencia a poder actuar como corderitos, tomemos conciencia de ello y pongamos remedios. Si estamos dirigiendo un grupo de personas, contemos con personas que opinen de manera diferente. Aunque nos fastidie o nos canse, incluyamos lo que tradicionalmente se ha denominado un abogado del diablo. Si nos va muy bien, escuchemos las críticas amables que nos ayudan a crecer. Si somos unos fanáticos del fútbol, escuchemos a personas de otros equipos sin necesidad de vender que somos los mejores. Y si se está montando un gobierno, hay que recordar el riesgo de no contar con voces disonantes (esto afecta a cualquier país, incluyendo España, por supuesto). De algún modo, abramos continuamente una ronda interna de opiniones y debatamos sobre nuestras certezas, porque si algo es peligroso en una democracia, en un mercado competitivo o en las relaciones personales es creerse invencible y no abrir espacios para la duda. Y si tú no eres capaz de hacerlo, al menos rodéate de personas que lo hagan por ti. Solo de este modo evitarás el pensamiento grupal en equipo.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Calles de Ciudad Real

Si uno quiere encontrar a la vieja guardia de Ciudad Real solo tiene que acercarse a los bares del centro un domingo algo después de misa mayor; son los únicos que abren a esas horas y a la misma fauna. Cualquiera que entre entonces verá los mismos corrillos, oirá los mismos temas de conversación, percibirá las mismas miradas de náufrago en busca de barco; son miradas ansiosas, que buscan reconocerse en otros ojos, unas señas de identidad común. Si usted quiere pedir algo, más le vale que no sea un humilde sandwich vegetal: eso es imposible conseguirlo aquí un domingo, hagan la prueba.  

Ciudad Real no ha cambiado desde que eché raíces en ella; quizá yo tampoco. Los muertos no cambian. Su mejor parte, que es la nueva, está sin duda en las afueras, porque su corazón está podrido y carece de árboles, de fuentes brolladoras, de rosales; los jardineros quieren ahorrar en espinas, los barrenderos en hojas, los técnicos en problemas de hidráulica; es lo que produce la indolencia municipal, una completa falta de vida. Hace poco han cerrado tascas legendarias como La Dolores o La Abuelita, y otras se han despersonalizado muchísimo, como el Guridi, que ahora es un restaurante que pretende tener ínfulas, pero ni siquiera tiene ya periódicos. Ahora se va a esos lugares como mucho a ver un partido de fútbol o a tragar cantidades ridículamente menudas de exquisiteces, no desde luego a leer o a conversar; digo conversar, porque chismorrear sí es algo que se hace en estos pagos, y mucho. A Dios gracias, todavía se puede pasar al Living Room, que tiene de todo, incluso futbolines o partituras como la del Paseo del bebé elefante; o a legendarios lugares de fachas, como el solitario Café de París o el Bastón, que conserva sus deliciosas tortitas de nata, sus vejestorios, sus cazadores fachas del Club de campo. Uno prefiere desde luego La ferroviaria, que tiene algo misterioso no sé si por el océano que contiene el gimnasio cercano o por el ambiente bohemio que le da la cercanía del conservatorio y el gigantesco parque aledaño; no ha mucho vi allí una contienda de raperos muy concurrida. También están vivos otros lugares de las afueras, alrededor de Las Vías, por el polígono. En el Zahora hay un campeón de coctelería, pero sin duda el café más pijo y concurrido es Martina, en la calle Toledo, amueblado con buen gusto. Otro donde se come muy barato, seis euros y medio, es la taberna de la Escuela de Ingeniería Técnica Agrícola. Los bares de las Terreras siguen siendo también los de consumición más económica, y tienen periódicos. Y para jugar al ajedrez hay que irse al cutre Zaire, hoy propiedad de chinos, o al Living; también es un lugar idílico el culto tabernáculo de la Madriguera. Las calles mejores para recorrer son Libertad y Real, con sus aledaños, aparte de las rondas, cuanto más lejanas del pútrido centro mejor.

Hoy llueve en esta ciudad de pena o esta pena de ciudad, por donde suelen rondar muchos gatos discontinuos; ha escampado un momento y me ha cagado una paloma, condecoración que le agradezco porque dicen que trae suerte; sin embargo los domingos está deshabitada; unos pocos jóvenes se libran de la lluvia sentándose frente a un cajero automático. Fiel al club de la lluvia al que pertenezco, paseo mirando los árboles azotados por la ventolera y por el Ayuntamiento (perdón por la obscenidad); la lluvia me ha vuelto afectuoso con las cosas que pasan desapercibidas cuando hace sol, pero que al cambiar la luz adquieren unas inusitadas proporciones; luego vuelven los días laborables y con ello toda una malsana e insoportable cotidianidad, en la que, sin embargo, absorbo directamente la luz del sol como una bendición; es de las pocas cosas que, con la cercanía de mis seres queridos, hacen digna de vivir la vida.

Me escriben de Venezuela... Cosas que pasan

Se trata de un profesor desconocido, que me pide le done un ejemplar de mi edición de las fábulas de Iriarte y Samaniego "para realizar, con los alumnos, el estudio histórico  y  social de obras
literarias españolas del siglo XVIII". ¿Cómo contarle que solo me queda mi ejemplar y que, para más INRI, Castalia Didáctica aún no me ha pagado siquiera por mi trabajo, y ya van varios años?

A ver si le compro un ejemplar con mi dinero...

Dilemas políticos

Tomado del blog del demonólogo padre Fortea:

Lo interesante del gobernante, del que tiene el Poder, es que a veces hay que hacer elecciones entre lo malo y lo peor. En ocasiones, pocas, el que tiene un gran poder tiene la posibilidad de debilitar un mal muy grande a costa de permitir otro mal menor. 

He tenido largas conversaciones con un amigo mío, profesor de universidad, acerca de mi opinión (llena de matices) respecto a cierto régimen autoritario de carácter hispano dominado por un gallego. Mi postura se resume en que cuando le preguntaron a Churchill por qué apoyaba (con armas y recursos) a la Unión Soviética frente a Alemania cuando la segunda atacó a la primera. La respuesta de Churchill fue: Si Hitler atacara al infierno, me aliaría con el Diablo para acabar con Hitler.

Imaginemos ahora que tenemos que elegir entre dos posibilidades dejar que Europa sea dominada entera por la Unión Soviética tal como era en 1940, o dejar que sea dominada por Alemania tal como era en esa misma época.

¿Los dos eran igual de malos? ¿Alguno era menos malo? ¿Alguno era más perverso pero, de hecho, hizo menos mal? Lanzo la pregunta. Yo me la llevo haciendo durante muchos años. Al final, no he llegado a una conclusión clara. Aunque sí que parece que, en términos tanto absolutos como relativos (muertes, torturas, represión) el régimen soviético fue peor, incluso incluyendo los campos de concentración, aunque descontando las muertes por la guerra. Insisto, parece que es así. Tampoco pongo mi mano en el fuego.

Lo interesante es eso: si hubiera que elegir, pero no se puede ir contra los dos, sino sólo contra uno, ¿qué monstruo nos parecería preferible con independencia de su perversidad, digamos, inherente? Yo sólo lanzo la pregunta. No tengo clara la respuesta.  

Recuerde el alma dormida

Venía, más o menos a las doce y media de la noche, de los cines Las Vías, después de ver La llegada, una obra magistral pero algo oscura y al borde del lirismo desmelenado del canadiense Denis Villeneuve, a quien ha elegido Ridley Scott para rodar la segunda parte de Blade Runner. Una penetrante crítica de esta película, que suscribo, de Jorge Loser, figura más abajo; lo que voy a comentar es un encuentro que tuve en la Plaza Mayor de Ciudad Real cuando volvía a mi casa.

Me encontré con un antiguo conocido, un personaje con algunos problemas psicológicos que está bien medicado y aprovechamos para intercambiar relaciones de desgracias; pasaré por alto las mías y contaré tan solo lo que me dijo, sin dar más detalles: que ahora vive con una chica de treinta y cinco años que es drogodependiente (o politoxicómana, como dicen ahora) de una especie de mezcla de cocaína y heroína, y se negaba a medicarse o a ir a psicólogos y demás. De vez en cuando ella roba para conseguirse una dosis y por eso bastante a menudo vienen con citaciones a su casa común para juicios o para que pase seis meses en la cárcel. Él había salido de casa porque la chica se había ido; lo más seguro era, decía, que estuviese bebiéndose un cartón de vino en algún parque, a pesar del frío que hacía. La chica no quería curarse. Él, me decía, lo único que podía hacer era darle ejemplo y tener esperanza en lugar de la chica. Pensé que estas derivaciones son la consecuencia de la política permisiva de tantos partidos políticos con el botellón. Nadie tiene el valor de atajar estos futuros negros porque nadie piensa en el futuro: viven en el presente, solamente. Pero si somos adultos -y los políticos deberían serlo- lo primero que hay que hacer es pensar en el futuro. Un futuro lleno de gente como esa chica. Lamentable. Me dejó sin palabras; pensé en cuántas desgracias son acogidas con palabras duras o sencillamente indiferentes, como más de una vez he tenido que padecer yo mismo en un lado o en el otro, y sencillamente me quedé mudo y lamentando el mal común; es lo mejor, no sé si lo único, cuando no se puede hacer nada.

Y esta es la crítica de Jorge Loser:

Un diseño, por cierto, bastante cthulhiano, que añade leña a los referentes literarios de los que bebe. Aunque no vamos a entrar en las múltiples influencias de cine de ciencia ficción que posee, es imposible no mencionar la obra de Carl Sagan, episodios de las serie ‘La Dimensión desconocida’ y ‘The Outer Limits’ o las reinterpretaciones modernas de Arthur C. Clarke de Richard Kelly.

Celebración del lenguaje como salvación

Lo más sorprendente y adulto de ‘La Llegada’ es su capacidad para reestablecer la escala del un blockbuster de ciencia ficción a un solo emplazamiento, a través de un conflicto basado, mayormente, en el proceso de comunicación con los alienígenas. Este detalle, todo sea dicho, genera un momento involuntariamente cómico cuando para reclutar a la traductora interpretada por Amy Adams, el ejército le pide si puede traducir, así a pelo, el gruñido de un alienígena grabado en audio. Glorioso.

Implausibilidades a parte, el desarrollo del grueso de la trama es un apasionante estudio del lenguaje de símbolos extraterrestres que estos les dibujan con su tinta de calamar del espacio exterior. Un detalle que no exime a los amigables visitantes de estar rodados de forma casi inquietante; aplausos al realizador por su fotografía ceniza y uso minimalista de la música en todas sus escenas. Se podría decir que su estilo es la antítesis de otras invasiones como ‘Independence Day: Contraataque’ (Independance Day: Resurgence, 2016)

El uso del juego de codificaciones y decodificaciones tiene un reconocimiento simbólico muy importante en la coda del film, una fascinante oda a la comunicación como llave del entendimiento global. Un análisis inteligente sobre la transparencia y la importancia de la concordia, a través de algo tan sencillo como las palabras, para desenmarañar el significado entero de otras culturas que nos resultan alienígenas.

El ambiguo mensaje provida

Llegado el momento de las explicaciones, la película entra en su fase más ‘Intellestelar’ (2014) uniendo sus elementos de ciencia ficción extraterrestre con postulados de viajes en el tiempo para, además, relacionarlos con una intensa experiencia emocional paternofilial. Es aquí dónde el guión revela sus cartas relacionando el doloroso prólogo de la muerte de la hija de la protagonista con el futuro y no con el pasado. Un golpe de efecto que deja el problema de la misión alienígena a un lado para centrarse en Louise.

El conflicto planteado, resumiendo, es que la recién obtenida clarividencia de Louise le permite adivinar que tendrá una hija y que esta sufrirá una muerte agónica a causa de un cáncer. Y, aún sabiéndolo, decide seguir adelante casándose con Ian (Jeremy Renner) y concibiendo a su hija condenada. Una decisión consciente que implica una vida corta para la niña, pero una vida plena, como se nos muestra con una bella escena de flashforward de estampas idílicas y una triste partitura. El conflicto moral de si su elección es o no errónea queda en el aire.

Por una parte, celebra el hecho de la vida en sí misma, en experimentarla el tiempo que dure, en disfrutar sin culpas ni miedos de su futilidad. Por otra, se alinea con argumentos clásicos de los grupos pro-vida, no cuestionando el aborto en sí mismo pero transmitiendo que la vida hay que dejarla salir, aunque acabe pronto y mal. La excusa fantástica enmascara la ambigüedad del mensaje, pero aún sin caer en lo que critica ‘Camino’(2010), el montaje de imágenes podría hacerse pasar por propaganda muy cara de foro de la familia.

Quizá su personaje no tenga más opción, pues no queda absolutamente claro su papel final en el devenir de la misión alienígena y hay preguntas en el aire, como si la decisión sobre su maternidad viene impuesta por la imposibilidad de romper la cadena de acontecimientos conocidos (quizá de ahí el símbolo del pájaro enjaulado). El debate filosófico sobre la maternidad, sobre las decisiones, está servido, pero no se debe reducir su complejo dilema metafísico y moral a un ejercicio de burda complacencia ideológica.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Algo de lo que pasa

Antonio Fernández Reymonde, "Democracia infeliz", en Miciudadreal, 15 noviembre, 2016:

No recuerdo que jamás se hayan reunido con tanta urgencia los ministros de asuntos exteriores de la Unión Europea para debatir su futuro, a raíz de la elección de un presidente en EEUU, como ha sucedido ahora con Donald Trump. Así pues, la alerta internacional no es ficticia.

La ciudadanía europea puede afirmar – muy socráticamente – que solo sabe que no sabe nada, porque en la habitual ceremonia de la confusión, no hay certeza de que las informaciones que nos llegan sean ciertas o completas, sencillas o complejas. No es lo mismo verosímil que verídico; y así, con relatos tejidos con medias verdades, “políticamente correctos”, estamos a merced del poder… aunque aquí sí que creo que habría que decir con propiedad “los poderes”, los ejecutivos, legislativos y fácticos de toda especie. Por ejemplo, a pesar de presumir de tener unas instituciones europeas respetuosas con sus ciudadanos – y dejémoslo ahí, no es necesario ahondar en la herida – apenas sabemos nada del TTIP (Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones) porque los eurodiputados tenían absolutamente prohibido revelar ningún aspecto de las negociaciones secretas. Bien, pues estos mismos poderes europeos están preocupados por las decisiones que vaya a tomar Trump cuando sea presidente, y que se vislumbran en las personas que ya se anuncian para ocupar puestos clave en su organigrama.

Desde el día 9 de noviembre, las noticias y opiniones sobre la victoria de Trump son incesantes, apabullantes. Expertos, entendidos y sabiondos opinan sin empacho. Lo que más me sorprende de todo, es ese tipo de opinión simplona y reduccionista, que en pocas palabras explica la tendencia de miles y millones de personas, como si fuesen bloques monolíticos, como si “la clase media”, o “la clase baja”, o los “hispanos” (… ah, perdón, quería decir “latinos” – así que incluiremos en este grupo a los italianos y franceses, supongo), o “las mujeres”, etc. Si esa va a ser la óptica del análisis, no nos lamentemos luego del fracaso de las encuestas, ni de que nos vuelvan a tomar por memos.

Poca gente se había tomado en serio las posibilidades de victoria de Trump, simple y llanamente porque generalmente somos más felices confundiendo deseo con realidad. Trump barrió a sus oponentes en las primarias del Partido Republicano, mientras que Clinton probablemente haya sido la peor candidata de los demócratas en las últimas décadas, además de representar infaustamente los valores del “establishment”. No solo Trump: para la opinión pública norteamericana, la hoja de servicios de Hillary Clinton, sus actos y opiniones del pasado, no la dejan en demasiado buen lugar. Sepan, por ejemplo, que el muro fronterizo entre EEUU y Méjico que quiere hacer Trump, ya tiene un tramo de unos 563 km (casi la 5ª parte del total de los 3.000 km de frontera) construido desde 1994, bajo el mandato de Clinton, de Bill Clinton. Por si esto fuera poco, las encuestas daban una intención de voto muy similar – con un margen de error que hacia factible la victoria de Trump – y el sistema electoral en EEUU, para ser la mejor democracia del mundo, dista mucho de ser ejemplar.

De lo que sí estoy convencido profundamente, es de que – como tras la crisis económica de 1927 – todo el problema, todo el desencanto, procede de la crisis económica, generada en este caso por el neoliberalismo, la falta de regulación y el nuevo orden mundial, que ha convertido a China en la mayor potencia capitalista del mundo, que ha convertido a una Rusia excomunista en una potencia no solo militar, donde hay una serie de países emergentes como India o Brasil con una economía pujante, donde la tolerancia con el flujo de capitales a paraísos fiscales es total (a pesar del daño que provoca en las economías locales). La riqueza se ha repartido, y Europa (o sea, Reino Unido y la Unión Europea, la libra y el euro) ya no es el centro del mundo como en el siglo XX. Y está claro que la economía de EEUU también se resiente. Tras la II Guerra Mundial, la unidad económica dejó de ser el oro, para pasar a medirse en dólares. Ahora, tras la elección de Trump, el oro se ha revalorizado con respecto al dólar.

Y me pregunto:

¿Por qué no se arregló el mundo en 2008, cuando se produjo el crack financiero que supuso la caída de Lehman Brothers? La respuesta es obvia: porque quienes tenían los medios para hacerlo, no ganaban nada con ello.

¿Quiénes pagan las consecuencias de este desaguisado? Aunque también parezca una obviedad, todo el mundo, salvo los que han sacado tal beneficio que ha supuesto queel índice de la brecha entre pobres y ricos haya aumentado considerablemente

¿A quién hay que responsabilizar? Los poderes fácticos están fuera de los focos, y no es fácil culparles porque hay que ser un experto para opinar de economía con propiedad y detalle; así pues, responsabilicemos a los poderes visibles, a los poderes políticos que representan el “establishment”, al bipartidismo

¿Y cómo hacer visible el problema? Con la amenaza de los distintos, los migrantes que vienen en oleadas en busca de trabajo y un porvenir digno, con la misma facilidad que se desplazan por el mundo los vehículos y los capitales. Y también con la amenazadel terrorismo, palabra simple que encierra una realidad compleja que excluye todo tipo de análisis sobre causas, financiación del petrodólar, marginación social de ciudadanos europeos (2ª o 3ª generación de inmigrantes de las colonias), etc.

¿Y cómo hacer reaccionar a la gente? Incentivando el miedo: a la caída del poder adquisitivo, a la inseguridad en el trabajo, al empeoramiento de unas condiciones laborales ya precarias, a un futuro incierto para los jóvenes, a la pérdida de identidad cultural, a los fantasmas del pasado, a los fantasmas de otras latitudes… y sobre todo, al “establishment”, ese Estado endeble que ya no nos protege porque la Unión Europea se ha convertido en una Unión monetaria (ni económica ni política), donde no se garantizan los derechos ciudadanos y donde cada país pugna por no hundirse,a costa de hundir a los vecinos – especialmente a los de otras razas, a los “PIGS latinos” (portugueses, italianos, griegos, españoles).

Y por último ¿Cómo se manifiesta esta reacción? Aliándose con aquellos que consiguen mayor credibilidad denunciando con más ahínco a los culpables de la crisis, con frases simples, de fácil alcance, con promesas esperanzadoras de renovación contundente… los populistas.
En 2008, en España no tuvimos populistas emergentes, pero fueron los “populares” quienes sacaron tajada de aquella frase célebre: “la culpa es de Zapatero”. En 2011 el PP promete un cambio a mejor, basado en una supuesta solvencia en la gestión económica. Pero la primera legislatura de Rajoy será recordada para siempre por sus recortes de todo tipo, por habernos sacado de la crisis de las cifras (al 21% del IVA en los chuches), y aumentar la brecha entre pobres y ricos, dejando la crisis social en estado crónico y agónico, y la hucha de las pensiones temblando. Rubalcaba – ausente, acrítico y condescendiente – llevó a mucha gente a perder definitivamente la confianza en el PSOE, llevándolo a una crisis que está por resolver. En 2014, la emergencia de Podemos en las elecciones europeas (favorecida por el nivel de abstención y el sistema de reparto de escaños a nivel nacional) fue otra “sorpresa”; y desde entonces, gracias a su presencia insistente en los medios, para bien o para mal (lo importante es aparecer) se presentó como una nueva alternativade izquierdas. La nueva política, decían. Pero las relaciones de Pablo Iglesias, Errejón o Monedero con Venezuela, por anecdóticas que fueran, bastaron para identificar amillones de seguidores con el “populismo” de Chaves/Maduro, de un modo paradójicamente populista. La amenaza se cauterizó contundentemente en la campaña de mayo de 2016: contra los venezolanos, “todos a una, Fuenteovejuna”; y Rajoy repite gobierno (a pesar de la corrupción – cosa inimaginable en cualquier otro país europeo con solera democrática). La segunda legislatura ha comenzado como la anterior, con la imposición de unos 5.000.000.000 € en recortes, debido a la propia gestión económica de la anterior legislatura del PP. Pero no voy a hacer más interpretaciones sobre el populismo en España, ya me he manifestado en otra ocasión.

Ante el fracaso de los regímenes totalitarios (desde Chile hasta la URSS) siempre se ha impuesto la idea de que la democracia es el mejor de los sistemas posibles. La palabra democracia tiene un aroma embaucador, pacífico, tranquilizador: el poder emana de los votos de los ciudadanos y sostiene el orden económico. El pleno convencimiento del valor regenerador del sistema democrático, debería hacer que los líderes de estos países presionaran a los países más autoritarios, como se hizo en su día con Sudáfrica. Pero es evidente que se trata de una posición puramente retórica: a estas alturas, no hay líder en Europa que le enmiende la plana a China o a Arabia Saudí. También se supone que hay sistemas democráticos en países como Marruecos o Turquía (con un Erdogán que se ha comportado como un déspota agresivo): Da igual la calidad o el respeto a los derechos humanos, que mientras haya elecciones periódicamente, un país será reconocido y respetado en su condición de país democrático. Yo entiendo que aquí radica el verdadero problema, en llamar democracia a un sistema que desincentiva la participación ciudadanay el control efectivo del poder y del gobierno. Así pues, los ciudadanos delegan en los políticos, pero no se puede uno fiar de los políticos, son todos unos corruptos y unos mentirosos. Pero mira por dónde, tampoco te puedes fiar de pedir la opinión del pueblo, porque caen sistemáticamente en las redes del populismo. Conclusión lógica (atención al paso siguiente): sin políticos ni pueblo, lo mejor es la democracia orgánica, de la que además ya tuvimos una larga experiencia en este país. Probablemente no veamos uniformes, como en los años 30, pero viendo cómo se las gasta “Amanecer Dorado” en Grecia, no puede decirse que esta situación no vuelva a reproducirse si los poderes fácticos (que siempre fueron aliados del totalitarismo) se sienten amenazados.

Ahora, lo que más me preocupa, es el comportamiento y la responsabilidad de los medios en este asunto, porque son ellos los que crean los estados de opinión en las poblaciones de todo el mundo. El cuarto poder, que también es un poder incontrolable. La consecuencia de la abundante presencia del discurso y la singularidad del personaje de Trump en toda clase de “shows”, ha sido darle un valor cotidiano, verosímil y de normalidad. Los medios de comunicación (en especial las televisiones) siempre han exprimido los asuntos morbosos de cualquier tipo como una fuente de ingresos, hasta agotarse. Ahora toca hablar de la amenaza de Le Pen, y esperar acontecimientos.

martes, 15 de noviembre de 2016

La inteligencia

Daniel Mediavilla, "¿Puede decirte la ciencia si eres más inteligente que los demás?", en El País, 26-III-2016:

Los test de inteligencia miden una capacidad humana relacionada con el éxito académico o económico, pero se cuestiona en qué medida depende de la biología o del entorno.

Muchos estudios han encontrado relación entre el cociente intelectual y el éxito económico
Muchos estudios han encontrado relación entre el cociente intelectual y el éxito económico  GTRES
Hace unos días, la escritora Lucía Etxebarría opinó sobre la homeopatía durante un programa radiofónico. Algunos tuiteros consideraron que no estaba capacitada para hacerlo y ella esgrimió su carné de Mensa, una asociación de personas superdotadas, como fuente de autoridad. La marabunta tuitera se lanzó contra ella y Etxebarría acabó lamentando que en España se siente aversión por la gente inteligente.

Si en un grupo de amigos alguien afirma que es el más alto o el que puede correr más rápido, es posible que ni siquiera se genere una discusión porque las pruebas son evidentes. Sin embargo, si a alguno se le ocurre asegurar que es el más inteligente será tachado de arrogante por muchos exámenes de inteligencia que esgrima a su favor. La inteligencia se considera en muchos casos la capacidad que define a los seres humanos, y afirmar que se es más inteligente equivale a decir que nuestros pensamientos, incluidas nuestras opiniones, son mejores que los del resto.

La ciencia lleva décadas tratando de medir la inteligencia. Los test, que ponen a prueba el uso del lenguaje, de los números o de figuras abstractas, se han perfeccionado con los años y sirven para predecir el potencial de éxito (o lo que se suele considerar éxito convencionalmente) de las personas. Los niños que tienen mejores resultados en estas pruebas suelen ser mejores estudiantes, tienen más éxito profesional y económico y hasta mejor salud. Incluso dentro de la misma familia, los niños con un cociente intelectual más elevado acaban teniendo mayores ingresos que sus parientes menos brillantes.

Afirmar que la inteligencia es una y de origen genético puede utilizarse para justificar las desigualdades como algo natural e inamovible

Roberto Colom, catedrático de Psicología Diferencial en la Universidad Autónoma de Madrid, defiende el valor de las pruebas para medir la inteligencia como “el fenómeno psicológico más replicado”. En su opinión, es un predictor de las capacidades humanas tan interesante que sería la prueba perfecta para que las empresas seleccionasen a su personal. “Sería la forma más neutral y más justa”, asegura Colom. “Ahora, un criterio típico y erróneo que se pide en las empresas es la experiencia previa, algo que se ha demostrado que incrementa el rendimiento durante los tres primeros meses, pero pierde su efecto después”, añade. Un test de inteligencia serviría, según el investigador, para seleccionar a las personas con mayor potencial. Además, esta prueba serviría “para cualquier negocio”, desde el periodismo a la ingeniería.

Más allá del valor de los exámenes de inteligencia para medir una capacidad general, algo que defienden científicos como Colom, hay un debate ético relacionado con las discrepancias sobre el origen de las diferencias en el rendimiento en estas pruebas dependiendo del entorno socioeconómico o la raza. “El problema de estos planteamientos que afirman que la inteligencia humana es lo que miden las pruebas de inteligencia, que esa inteligencia tiene un fundamento genético y que el éxito social depende de la inteligencia es que conduce a una conclusión perversa: ¿Para qué vamos a luchar contra las desigualdades si las diferencias sociales y económicas son consecuencia de nuestra biología?”, plantea Luis Fernández Ríos, profesor de psicología de la Universidad de Santiago de Compostela. Además, añade, “no existen test libres de cultura”.

Investigadores como Richard Nisbett, psicólogo de la Universidad de Míchigan (EE UU), han tratado de comprender qué parte de la diferencia en las mediciones del cociente intelectual depende de la genética y qué parte del entorno. Tomando la diferencia entre blancos y negros en EE UU, Nisbett argumenta que la ventaja de los primeros sobre los segundos es fundamentalmente consecuencia de los distintos entornos en los que se desarrollan. Un dato a favor de este argumento es que la distancia media del cociente intelectual de estadounidenses de 12 años de origen africano y los de origen europeo se ha reducido de los 15 puntos de hace 30 años a los 9,5 en la actualidad.

Gran parte de las personas que vivieron hace cien años serían consideradas retrasadas según los test de inteligencia actuales

En esta misma línea, Nisbett explica que los afroamericanos tienen un 20% de genes europeos de media, pero las diferencias individuales entre ellos varían desde la casi total ausencia de genes blancos hasta más del 80%. Si las diferencias de cociente intelectual dependiesen principalmente de la genética, los negros con mayor herencia europea deberían tener de media un cociente superior, pero no sucede así.

Otro de los argumentos que se emplean para cuestionar que se pueda actuar para incrementar la capacidad intelectual de la población es un descubrimiento realizado por el psicólogo neozelandés James Flynn. En los 80, observó que la inteligencia media medida en los test se estaba incrementando en todo el mundo a un ritmo de tres puntos por década. Eso, según comentaba Malcom Gladwell en un artículo publicado en The New Yorker, significa que el cociente intelectual de los escolares de principios del siglo XX en EE UU rondaría los 70 puntos, lo que llevaría a concluir que gran parte de la población del país entonces sería retrasada mental según los estándares actuales. Flynn atribuye estas diferencias a la influencia del entorno sobre las capacidades cognitivas. El mundo se ha vuelto más complejo con el tiempo y eso ha empujado la capacidad media de los humanos para adaptarse a las nuevas circunstancias.

Regresando al ejemplo de la brecha entre negros y blancos, Flynn señala que la diferencia entre ambos grupos crece con la edad. A los cuatro años, el cociente intelectual medio de un niño de origen africano es de 95.4, solo cuatro puntos y medio por debajo de los de origen europeo. Sin embargo, en los siguientes veinte años, su inteligencia según la miden los test desciende hasta los 83.4 puntos. Para el investigador, la explicación parece encontrarse en el entorno. Es más probable que los niños negros se críen en hogares monoparentales, menos complejos cognitivamente que los que cuentan con dos padres, un porcentaje muy elevado de los jóvenes negros acaba en la cárcel y el menor cociente intelectual medio del entorno hace que los jóvenes afroamericanos no tengan que esforzarse tanto por destacar. “El cociente intelectual no mide tanto la calidad de la mente de una persona sino la calidad del mundo en el que vive”, concluye Gladwell.

La importancia de la motivación

Colom, citando un informe publicado en 1997 en la revista Intelligence, afirma que “la inteligencia es una capacidad mental muy general que, entre otras cosas, implica la capacidad para razonar, planificar, resolver problemas, pensar de modo abstracto, comprender ideas complejas, aprender con rapidez y aprender de la experiencia”. Sin embargo, niega que otras capacidades como la empatía o las habilidades sociales sean capacidades intelectuales, pese a que sean buenas herramientas para resolver problemas.

Los test tampoco medían bien aspectos como la motivación. En 2011, Angela Lee Duckworth, psicóloga de la Universidad de Pensilvania, publicó un trabajo que analizaba el efecto de la motivación en los resultados en los test de inteligencia. Varios estudios han mostrado que no todo el mundo se esfuerza al máximo cuando participa en ellos y que era posible mejorar los resultados en los tests ofreciendo a los participantes recompensas económicas. Según observó la psicóloga estadounidense, una recompensa de más de 10 dólares podía hacer que una persona mejorase su resultado en el test en 20 puntos mientras que con menos de un dolar solo se incrementaba el rendimiento en dos puntos. No obstante, tomando los resultados de esos estudios y realizando un seguimiento a los participantes en aquellas pruebas, la investigadora también descubrió que, independientemente de la motivación, la inteligencia que ella llama nativa tenía importancia en los logros académicos o el éxito profesional.

La motivación, además de en los resultados de los test, también influye en quién tiene un carné de superdotado. Elena Sanz, presidenta de Mensa España, comenta que solo el 19,5% de los miembros de este club de personas con alto cociente intelectual son mujeres. El índice de aprobados entre los que se presentan es ligeramente favorable a los hombres, pero muy lejos de justificar que ellos representen el 80,5% de los socios. Además de la diferencia entre sexos, también hay una inclinación por determinados perfiles profesionales. “El perfil típico es un ingeniero o un informático”, apunta Sanz, que añade que también hay muchos químicos como ella. “Las humanidades están menos representadas”, reconoce.

Los test de inteligencia no miden capacidades como la inteligencia interpersonal o la empatía

Luis Muiño, terapeuta y divulgador, afirma que en la práctica los test “no se usan”, en parte porque miden solo “una determinada capacidad analítica, matemática y lingüística”. “Se obvian otras inteligencias, como la inteligencia interpersonal”, señala. “En selección de personal para empresas, algo en lo que yo he trabajado, jamás se hacen test de inteligencia, y tampoco en las oposiciones”, añade. “En la práctica se han quedado en nada, se han pasado de moda”, asegura Muiño. Esta última opinión la comparte con Colom, aunque para el catedrático de la Universidad Autónoma este hecho se deba “a una cuestión de moda” en sentido negativo.

Muiño considera que los test de inteligencia tienen cierta vigencia en la escuela. “El diagnóstico de altas capacidades puede tener atractivo para algunos padres”, explica. “A tu hijo no le aguanta nadie, pero en lugar de decirte que tiene que aprender habilidades sociales, te dicen que es superdotado y te suena mejor”, continúa. La idea de que las personas con alto cociente intelectual son torpes socialmente o tienden al fracaso escolar también la rechaza el profesor de psicología de la Universidad de Zaragoza Juan Ramón Barrada. “No tiene fundamento en la investigación; en las musarañas y desmotivado se puede estar desde una capacidad intelectual alta y desde una baja”, indica. Elena Sanz, que reconoce que hay un cierto número de socios de Mensa que se apuntan al club después de “malas experiencias en su entorno educativo”, añade que “no son la mayoría”. También, “hay personas que confunden el origen de sus problemas. A algunos les han dicho en casa que eran superdotados y eso les ha llevado a comportarse como engreídos y a raíz de eso, tener dificultades en sus relaciones con los demás”, explica.

La afirmación de Sanz ayuda a entender también por qué es tan difícil que una medida única de la inteligencia sea aceptada en una sociedad que valora la igualdad incluso en el caso de que obtener esa medida fuese posible. Una inteligencia superior daría derecho a imponerse sobre los demás, y un alto cociente intelectual puede servir, como muestra el ejemplo de Lucía Etxebarría, para justificar una opinión sin mucho fundamento. Para que las evaluaciones de la inteligencia sean socialmente asumibles será necesario que se redefina esa capacidad humana como otra entre muchas y no como la mejor medida del valor de los seres humanos.