jueves, 22 de marzo de 2018

Las palabras más antiguas conservadas

De Strambotic:

La frase más antigua de la humanidad incluye ‘fuego’, ‘gusanos’ y a tu madre.

21 MAR 2018

Si nos subimos en nuestra máquina del tiempo y retrocedemos 15.000 años hay una frase que podríamos decir en más de 700 idiomas modernos y que, posiblemente, los cazadores-recolectores de Asia con los que nos encontremos lleguen a entender. Y esa frase es:

“¿Quién? ¡Escucha! Yo le doy fuego a ese hombre que ladra. Tú fluye y saca el gusano negro de la corteza con la mano para dárselo a tu madre vieja. ¡Y no escupas en las cenizas!”

Y es que, todas las palabras contenidas en estas cuatro oraciones son palabras que han evolucionado prácticamente sin cambios desde un lenguaje antiquísimo que se extinguió con la retirada de los glaciares de la última Edad de Hielo. Por eso, en la mayoría de idiomas modernos, esas pocas palabras significan lo mismo y suenan casi igual que sonaban entonces.


La idea más común sobre el uso de las palabras es que éstas no pueden sobrevivir más de 8,000 a 9,000 años porque la evolución, la “meteorización” lingüística y la adopción de términos de otros idiomas suelen conducir a la extinción de palabras antiguas. Sin embargo, un estudio realizado en 2013 identificó 23 palabras que han permanecido prácticamente sin cambios durante más 150 siglos.

Yo no ladro, ¿vale? es que soy de la Edad de Hielo.

El equipo de investigación, dirigido por Mark Pagel de la Universidad de Reading en Inglaterra, acotó 23 “palabras ultraconservadas“ que nos remiten al Mesolítico, cuando el Sáhara todavía era húmedo y fértil, y los cerdos acababan de ser domesticados.

La existencia de palabras de tan larga vida sugiere la existencia de un lenguaje “protoeurasiático” que es el antepasado común de alrededor de 700 lenguas contemporáneas, es decir, de las lenguas maternas de más de la mitad de la población mundial. Nunca hemos escuchado este lenguaje y no está escrito en ninguna parte pero parece claro que esta lengua ancestral fue hablada y escuchada, y dio a luz a siete familias lingüísticas.



Familias lingüísticas del mundo.

Pese a ello, varias de las familias lingüísticas más importantes del mundo están fuera de ese linaje, como el chino y el tibetano, varias familias de lengua africana, y las de los indios americanos y aborígenes australianos.

Para llegar a las conclusiones del estudio, Pagel y tres colaboradores estudiaron los ‘cognados‘ que son palabras que tienen el mismo significado y un sonido similar en diferentes idiomas. Father (inglés), padre (italiano), pere (francés), pater (latín) y pitar (sánscrito) serían cognados. Claro que estas palabras pertenecen todas a idiomas de una misma familia, el indoeuropeo, por lo que los investigadores buscaron mucho más allá, examinando siete familias lingüísticas en total.



Luke, no te hagas el loco que esto, si te descuidas, lo entiende hasta un neandertal.

Además de indoeuropeo, las familias lingüísticas incluyeron Altaico (cuyos miembros modernos incluyen turco, uzbeko y mongol); chukotko-kamchatka o luorawetlano (idiomas del lejano noreste de Siberia); Dravidica (idiomas del sur de la India); Inuit-Yupik (idiomas árticos); Kartveliano (georgiano y tres idiomas relacionados) y Urálico (finlandés, húngaro y algunos otros).

En su conjunto, todos estos idiomas componen un grupo diverso. Algunos no usan el alfabeto romano; otros no tenían forma escrita hasta los tiempos modernos… Y todos ellos suenan muy diferentes a los oídos desentrenados por lo que parecen candidatos poco probables para compartir ‘cognados.’

Así que para comenzar su investigación el equipo de Pagel usó como material de partida 200 palabras que los lingüistas saben que constituyen el vocabulario principal de todos los idiomas y a partir de ahí crearon artificialmente proto-palabras con lo que imaginaban que eran los vocablos ancestrales de los ‘cognados’, una tarea que requiere saber cómo cambian los sonidos entre las lenguas.

¿Cog-qué?

El equipo de Pagel comparó estas palabras inventadas con diversas familias de idiomas haciendo miles de comparaciones y preguntándose cosas como: ¿la proto-palabra para “mano” en la familia de idioma inuit-yupik y la proto-palabra “mano” en la familia de lengua indoeuropea suenan similares? Pues, sorprendentemente, la respuesta a esa pregunta y a muchas otras fue afirmativa y de ahí surgió el listado de las 23 palabras que tendrían hasta 15.000 años de antigüedad.

Y esta es la lista de palabras viejunas más antiguas, agrupadas por la cantidad de familias de idiomas que las comparten:

Siete: tú
Seis: yo
Cinco: no, eso, nosotros, dar, quien
Cuatro: esto, qué, hombre, viejo, madre, escuchar, mano, fuego, tirar, negro, fluir, ladrar, cenizas, escupir, gusano
Y ahora que las sabéis todas, si os animáis a crear más frases usando todas estas palabras, en Strambotic estaremos encantados de difundir vuestras creaciones lingüísticas de la Edad de Hielo

viernes, 16 de marzo de 2018

Los felices finlandeses

Las razones que han convertido a Finlandia en el país más feliz del mundo
El país nórdico ocupa el primer puesto en el Informe Anual de la Felicidad de Naciones Unidas

PABLO CANTÓ  14 MAR 2018 - 20:26 CET

Si en España aplicamos aquello de "soy español, ¿a qué quieres que te gane?" al ámbito deportivo, Finlandia podría hacerlo en el ámbito social, económico, político y educativo. Y lo muestran con orgullo: la página del instituto de estadística finlandés tiene un apartado llamado Finlandia, entre las mejores del mundo que recoge decenas de estudios internacionales en los que ocupan los primeros puestos. Este 14 de marzo tienen uno más que añadir: ha sido elegido como el país más feliz del mundo por la ONU en su Informe Anual de la Felicidad.

El estudio, realizado por el Departamento de Investigación de la Felicidad de Copenhague para las Naciones Unidas, tiene en cuenta variables como el producto interior bruto, las ayudas sociales, la esperanza de vida, la libertad, la generosidad, la ausencia de corrupción y la calidad de vida de los inmigrantes. España, por segundo año consecutivo, ocupa el puesto 36, seguida de Colombia y Trinidad y Tobago. 

Los puestos delanteros de este ranking cambian poco. Durante los dos últimos años, el top10 ha sido ocupado por los mismos países, aunque con algunos cambios de posición. Finlandia, por ejemplo, era quinta en 2017, y este año se ha movido al primer lugar, que antes ocupaba Noruega.


Top 10 del ranking mundial de felicidad de la ONU de 2018: Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia, Suiza, Países Bajos, Canadá, Nueva Zelanda, Suecia, Australia. De izquierda a derecha, las barras de colores representan: PIB per cápita, ayudas sociales, esperanza de vida, libertad para tomar decisiones, generosidad, percepción de la corrupción y diferencia respecto a los valores más bajos de tabla.
El informe de 2018 ha hecho hincapié en la felicidad de los inmigrantes de los 117 países estudiados, y concluye que estos alcanzan el nivel de felicidad del país al que se mudan. No solo los finlandeses son los más felices según el estudio, sino que sus inmigrantes también lo son.

Para Eva Hannikainen, agregada de Prensa y Cultura de la Embajada de Finlandia en Madrid, la clave de la felicidad finlandesa es la confianza, tanto entre sus habitantes como hacia sus políticos. "Es una sociedad muy transparente y con muchas políticas de apoyo social", cuenta a Verne. "Además, es un país muy seguro e igualitario". Estas son algunas de las razones por las que los finlandeses se consideran tan felices:

Una sociedad sin grandes desigualdades

"Desde el nacimiento de Finlandia como país, hace ahora cien años, los dos pilares fundamentales de la sociedad han sido la igualdad y la educación", cuenta Hannikainen. Fue el primer país europeo que otorgó el derecho de voto a las mujeres, en 1906, y en sus últimas elecciones tres de los ocho candidatos de los principales partidos eran mujeres. En España, ninguno de los principales partidos a nivel nacional propuso a una mujer como candidata.

Finlandia es uno de los tres países con menor brecha de género en el mundo, según el Foro Económico Mundial. Además, al igual que la mayoría de los países nórdicos, cuenta con un largo permiso de paternidad que puede extenderse hasta seis meses.


Encabezamiento del ranking de países con menor brecha salarial, según el informe del Foro Económico Mundial. Para elaborar el estudio, se tuvieron en cuenta cuatro factores: participación económica y oportunidad de la mujer en el mundo laboral, nivel educativo, salud y esperanza de vida y poder político.
En el ámbito económico, según UNICEF, Finlandia es el segundo país del mundo con menor desigualdad entre niños. Fueron los finlandeses los inventores, durante los años 30, de la popular caja-cuna con ropa, pañales y accesorios que el gobierno ofrece a las familias con recién nacidos, y que ahora muchos países están importando. Además, este país es el cuarto con menor índice de pobreza del planeta.

La educación es un pilar básico

Seguro que habrás escuchado en más de una ocasión la frase "Finlandia tiene el mejor sistema educativo del mundo". No es un cliché: según el Foro Económico Mundial, la educación primaria finlandesa es la mejor del mundo, mientras que la universitaria se encuentra en tercer lugar. "La educación no es cuestión de dinero en Finlandia", cuenta Hannikainen. "Es gratuita hasta el bachillerato, y no existen las universidades privadas".

Además, según Hannikainen, en la sociedad ha calado profundamente la idea de que la educación no termina con el bachillerato o la universidad. "La formación es algo que debe darse a lo largo de toda la vida, y se fomenta tanto en casa como con formación continua tanto en las empresas como las administraciones". Los adultos finlandeses ostentan el tercer puesto en el ranking de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en conocimiento de Lengua y Matemáticas. 

Buena salud, aunque la nuestra es mejor

Una de las variables que tiene en cuenta la ONU en su estudio anual sobre la felicidad es la esperanza de vida. Españoles, podéis estar contentos: en esto, les ganamos. En España la esperanza de vida es de 83 años, mientras que en Finlandia no llega a los 82.

Finlandia, al igual que España, tiene un sistema de salud público, pero con copago en todos sus servicios. Los pacientes tienen que pagar por la atención primaria, los ingresos en el hospital, las urgencias y los fármacos con receta. En España, el copago solo está instaurado en los fármacos. También tenemos más médicos por cada mil habitantes –3,9 frente a 3,3–, aunque la mitad de enfermeros: 5,3 frente a 10,3. Si nos encontramos con un finlandés, al menos podemos decirle aquello de "lo importante es tener salud".

Poca policía, mucha seguridad

Otro de los motivos por los que existe una gran confianza entre el pueblo finlandés, según Hannikainen, es la seguridad. Y no tiene nada que ver con la dureza de sus cuerpos policiales y sus penas. Al contrario: Finlandia es, según los datos de la Oficina europea de estadística, uno de los países europeos con menos policías por habitante: 140 por cada 100.000 personas. España, por ejemplo, tiene más del doble, 365 por cada 100.000. Sin embargo, según el Foro Económico Mundial, Finlandia es el país más seguro del mundo para viajar. El Índice de la paz global 2017, elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz, lo incluye entre los países más pacíficos del planeta. 

El país europeo con más bosques

Aunque el sistema sanitario es un pilar fundamental en la salud, no lo es todo, y Finlandia destaca en otros aspectos. Sobre todo, en lo relacionado con naturaleza y medioambiente: es el tercer país a nivel mundial en cuanto a calidad del aire y el país con más bosques de Europa. Estos son algunos de los paisajes que pueden disfrutar los finlandeses:

jueves, 8 de marzo de 2018

Realidad y no ficción

Édouard Louis: 

"...Zola está algo devaluado en Francia, como todos los autores que uno aprende en el colegio, pero tiene una belleza y un poder infinitos. Introduce la cuestión de la verdad en la literatura, como hoy siguen haciendo autores como Svetlana Alexiévich, Karl Ove Knausgård o Ta-Nehisi Coates. El mundo ya tiene suficiente ficción. Hasta los Gobiernos crean ficción. Yo no me opongo programáticamente a la ficción, pero cuando empecé a escribir me dije que no podía permitírmela. Me acuerdo de que, cuando Le Clézio ganó el Nobel en 2008, vi un reportaje en la televisión donde explicaba cómo creaba sus novelas. Y recuerdo que me pregunté: ¿Y por qué no habla de nosotros? Mi padre está paralizado, mi madre no tiene derecho a trabajar por ser mujer y mi primo está en la cárcel, pero él prefiere inventarse personajes… La escritora Christa Wolf dice que, cuando se habló por primera vez de los campos de concentración, la gente también creyó que era mentira. El mundo se protege girando la vista. Es como cuando ves a un sin techo por la calle y miras a otro lugar. Eso también pasa con mis libros: la reacción más común es decir que es imposible que cuenten la verdad... Céline o Faulkner reflejaron una visión burguesa de la forma de hablar de los obreros. Es una fantasía bonita, pero que no tiene nada que ver con la realidad. Es como si la propia condición de la literatura excluyese ciertas formas de expresión. Cuando James Baldwin o Zora Neale Hurston hablan de la experiencia negra en sus libros, se oponen a eso. El caso de Hurston me influyó, porque se plantea esa exclusión a través del lenguaje, dando una forma literaria al vernáculo afroamericano. Yo he intentado hacer algo así. Si no muestras el lenguaje de esas personas, no estás mostrando su vida...Termina su libro con una frase de Kertész. “Resultó que escribir sobre la felicidad era imposible”, dice la cita. “Resultó que, al escribir, buscaba el sufrimiento más agudo posible, en el límite de lo insoportable, porque el sufrimiento era la verdad"

Barreras psicológicas y sociales que impiden a la mujer demostrar su valía

I

Tres barreras psicológicas que nos impiden ascender (y explican que haya menos mujeres en la ciencia): El efecto pigmalión, el síndrome del impostor(a) y el efecto Dunning-Kruger. Así funcionan y así se pueden combatir

IDOIA SOTA, 15 FEB 2018, El País:

El 63% de los españoles cree que las mujeres no sirven como científicas de alto nivel (no sabemos cuántas de las encuestadas eran mujeres); quizá esta creencia se deba a que solo el 18% de los premios recaen sobre ellas y solo el 3% de los Nobel.

No es solo que se presenten menos. Estos resultados supuestamente meritocráticos son, para algunos expertos, fruto del mismo mecanismo del que adolecen los Recursos Humanos: los sesgos en la selección de personal. En el informe Científicas en Cifras 2015, del Ministerio de Economía, se recogía que el porcentaje de mujeres que recibían ayudas estatales para I+D+i sobre el total que las solicitaban era "sistemáticamente inferior al de los hombres, ya fueran convocatorias de recursos humanos o de proyectos". Esta tendencia, cambió en 2013 y la tasa de solicitudes que reciben ayudas son ya iguales para ambos sexos.

El Ministerio de Economía analizó las asignaciones públicas de ayudas al I+D+i y encontró que el porcentaje de las dotaciones a proyectos de mujeres era "sistemáticamente inferior al de los hombres"

Decía Flora de Pablo, profesora de investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), para la campaña Cambia las cifras: "En el momento actual, el 60% de las becarias del CSIC son mujeres, pero en el escalón más alto, el del profesorado de investigación, estamos al borde del 25% de mujeres. O sea que se pierden mujeres a lo largo de la carrera científica".

¿Ingeniería? No, gracias

Ese es un problema común a otros ámbitos profesionales. Sin embargo, el caso de las ciencias es paradigmático desde la universidad (e incluso desde la infancia): mientras el porcentaje de mujeres en las carreras de las ramas de arte y humanidades es del 61% o del 60% en ciencias sociales y jurídicas, en las ingenierías y en Arquitectura tan solo representan el 26%, y el 51% en otros estudios de ciencias (no biosanitarios, donde Enfermería eleva el porcentaje). ¿Por qué?

El problema no está en el contenido de los estudios. Como reconocía Alexander Mendiburu, decano de la Facultad de Informática de la UPV, con motivo de la celebración del 40 aniversario de la carrera de Informática, en el momento en que comenzó a llamarse Ingeniería "se redujo notablemente la ratio de mujeres matriculadas, no solo en España, sino internacionalmente".

Entonces, ¿es el nombre lo que separa a las mujeres de las carreras de ciencias? Sí y no.

Cosas de chicos

La falta de role models es para Natalia González-Valdés, doctora de L'Oréal Unesco For Women in Science en España, una de las razones de que las niñas no elijan estos estudios. "Por eso en la Fundación trabajamos mucho por acercar esos referentes a las niñas: llevando testimonios de mujeres científicas a las aulas de jóvenes entre 12 y 14 años, promovemos que den conferencias, organizamos una exposición con la historia de la mujer en la ciencia, celebramos editatones de Wikipedia para dar más visibilidad a las científicas en Internet...".

Las matriculaciones de mujeres en Informática cayeron desde el momento en que empezó a llamarse Ingeniería Informática, dice Alexander Mendiburu, decano de la Facultad de Informática de la UPV

Pero antes incluso de buscar los modelos en los que reflejarse, las niñas rehúyen las ciencias: "La brecha de género empieza a edades muy tempranas", denuncia González-Valdés. "En un estudio se vio cómo las niñas de entre cinco y seis años no se sentían capaces de desarrollar actividades vinculadas socialmente a estereotipos masculinos. Y esto se debe a la educación". Son cosas de chicos.

"Hay muchos casos de éxito de mujeres en ámbito científico o matemático, por lo general desconocidos", explica la doctora Saskyn, experta psicóloga de Top Doctors. "El reto está en la promoción social del potencial femenino y de todas las aportaciones a la ciencia que han hecho las mujeres. En fomentar actitudes igualitarias donde se prioricen los valores y la diversidad en la inteligencia por su condición de seres humanos instruidos, y no por razón género".

El efecto Dunning-Kruger y el sesgo positivo

En 1999, los psicólogos David Dunning y Justin Kruger indagaron en el mecanismo por el que evaluamos nuestras propias habilidades. Estudiando a personas con habilidades especialmente bajas encontraron que, precisamente debido a su falta de conocimiento, tienden a sobreestimar sus propias capacidades. Al contrario, las personas con más habilidades las infravaloran pues no son conscientes de que se encuentran por encima de la media.

Los resultados de las niñas son mejores en la mayoría de asignaturas, incluidas las matemáticas y las ciencias, según los estudios, pero el efecto del sesgo positivo hace que se sientan inferiores

Este efecto interviene también en la autoevaluación de las personas con capacidades medias, que difiere entre hombres y mujeres. Son muchos los estudios que demuestran que las niñas obtienen mejores resultados que los niños en la mayoría de las asignaturas, incluidas las matemáticas y la ciencia. Sin embargo, esto las llevaría a infravalorar sus aptitudes frente a los chicos, quienes sentirían sus capacidades superiores a lo que de verdad son.

Es lo que se ha denominado como sesgo positivo y fue objeto de estudio reciente por un grupo de investigadores de la Universidad A&M de Texas y la Universidad de Washington. Mientras las mujeres tendían a evaluar cómo habían respondido en su último examen de matemáticas con criterios más ajustados a la realidad, los hombres, en cambio, consideraban que lo habían hecho mucho mejor de lo que en realidad les había salido.

Esta es la razón, según los investigadores, de que ellos se sientan más animados a dedicarse a carreras relacionadas con matemáticas y ciencias: "El sesgo positivo puede ayudar a reforzar los deseos de una persona a emplearse a fondo a una materia", reconocía Heather Lench, directora de la investigación.

El efecto Pigmalión y el efecto Golem

"El efecto Pigmalión hace referencia a que las expectativas que tenemos sobre el rendimiento de una persona incitan a actuar a esa persona conforme a dichas expectativas", explica Mónica Quintana, psicopedagoga experta en género y diversidad y directora de Mindset, empresa dedicada a la gestión del talento y la innovación. "Esto lo demostraron Rosenthal y Jacobson son su famoso experimento. Es lo que denominamos 'profecía autocumplida'. Por ejemplo, si tengo un profesor que piensa que voy a obtener muy buenas calificaciones o un jefe que está convencido de que haré un trabajo excelente, esto elevará mi autoestima y me incitará a trabajar para conseguir los resultados que se esperan de mí".

Pero lo mismo sucede en sentido inverso, "o el efecto Golem, que produce que la autoestima disminuya", añade. "Si en una clase cuando interviene una niña no se la toma en serio y al niño se le refuerza de forma positiva se produce un bloqueo en ella. Es lo que sucede con el campo de la ciencia y la tecnología, históricamente asociado a capacidades masculinas".

Y este efecto se extiende a todos los terrenos. “La sociedad espera que una mujer sea sensible, tierna y empática, y el hombre fuerte, valiente y agresivo", explica el doctor Cristian Toribio, miembro del Centro Psicopediátrico Guía: "Esto se vincula a la representación que nos hacemos de nosotros mismos, la interiorizamos, y nos dirige inevitablemente en nuestra toma de decisiones".

Los principales estereotipos que ponen barreras al acceso de la mujer en el mundo de la ciencia están relacionados directamente con la predisposición biológica de las mujeres a ser más "emocionales" y la de los hombres a ser más "lógicos", de modo que "nos hacemos una imagen mental de la mujer como una buena cuidadora, madre, artista o modista", continúa el experto.

Frases como "la ciencia no es para mujeres" o "tienes más facilidades para hacer esto o aquello" son estereotipos que van calando a lo largo del desarrollo educativo y madurativo, repercutiendo en la percepción que tienen las mujeres (y los demás) de sus propias capacidades y, por ende, influyendo directamente en ellas y en sus decisiones sobre su futuro profesional (Enfermería, Magisterio, Diseño de interiores, de moda...).

A este efecto Golem indirecto, Quintana, añade el directo: "Salarios más bajos, techo de cristal, discriminación por género, que las mujeres reciban menos premios... Estos hechos objetivos construyen un relato: 'las mujeres están menos capacitadas'".

El síndrome del impostor(a)

Cuando una persona con aptitudes para desarrollar una actividad pero baja autoestima (efecto del sesgo positivo) decide desafiar el efecto Golem y dedicarse a aquello para lo que no tiene la certeza de estar capacitada, muy probablemente será víctima del síndrome del impostor(a): sentirá que está usurpando un terreno que no le pertenece, que en realidad está engañando a su entorno y que no es capaz de realizar aquello para lo que se ha postulado y que, finalmente, terminará decepcionando a quienes han puesto en ella sus expectativas.

"El efecto del impostor(a) consiste en no atribuirte tus propios logros y considerar que son fruto del azar", explica Quintana. "Debemos hacer un ejercicio de toma de conciencia. Hay un malestar invisible de las mujeres, que tiene un origen social, fruto de la dominación patriarcal". Para luchar contra ello, Quintana propone enseñar a las mujeres a comunicarse de forma asertiva: "La comunicación asertiva como vehículo para el desarrollo de la autoestima y crear espacios de mujeres que inviten a la reflexión y a reforzar una visión positiva de nosotras mismas".

MEDIDAS PARA MEJORAR LA AUTOESTIMA DE LAS MUJERES (Y ACABAR CON EL 'MIEDO' A LAS CIENCIAS)

Estas son algunas pautas que pueden ayudar a superar el síndrome del impostor(a) y que, según Mónica Quintana, ayudarían a las mujeres en la elección de carreras de ciencias y tecnología.

- Impartir charlas con perspectiva de género en los momentos críticos antes de la elección de estudios, como las que lleva a las aulas la iniciativa de L'Oréal Unesco For Women in Science

- Que las mujeres y niñas conozcan y escuchen testimonios de mujeres

- Conocer la historia y las biografías de mujeres inspiradoras

- Comprender el origen social del malestar de las mujeres

- Practicar networking con otras mujeres

- Mejorar las habilidades de comunicación asertiva y de negociación

- Participar con otras mujeres en un grupo de desarrollo personal

- Rodearse de personas que nos valoren y aprecien: en definitiva reforzarán nuestra autoestima con mensajes positivos

- Acudir a sesiones de coaching para el desarrollo de la carrera profesional

II

Estoy en huelga
Porque no, no soy ninguna víctima, sino una pija del primerísimo mundo que puede pregonar lo que otras no pueden sin perder lo poco que tienen

LUZ SÁNCHEZ-MELLADO 7 MAR 2018 

Porque ningún hombre me ha acosado y, si lo ha hecho, lo he pasado por alto asumiendo que aguantar babosos me iba en el género, y no quiero que nadie siga asumiéndolo. Porque, aunque cobro lo mismo que mis colegas varones, he rechazado ascensos por no estar dispuesta a pagar el peaje de descuidar a mi prole, y no quiero que mis compañeras sigan rechazándolos. Porque he sentido demasiadas veces que no valía para demasiados retos cuando ellos primero los aceptan y después, gloria. Porque amo a los señores y les he tolerado lo que nunca hubiera debido, y no quiero que mis hijas sigan mi ejemplo. Porque no acepto lecciones de ningún hombre, mujer o transgénero sobre cómo ha de pensar, actuar y vestir una buena feminista. Porque mi madre trabajó como una mula toda su vida limpiando culos y mocos, incluidos los de mis hijas, para que yo pudiera currar como un tío, y yo no pienso hacerlo por sus nietas. Porque las jóvenes han dicho basta y, oh ilusa, me siento una de ellas. Porque soy una contradicción con ovarios y tacones de 10 centímetros. Porque el único íncubo que me posee, que yo sepa, es el endemonie ante la injusticia. Porque es ahora o nunca. Porque el mundo muta por sismos sociales y no solo tectónicos. Porque no, no soy ninguna víctima, sino una pija del primerísimo mundo que puede pregonar lo que otras no pueden sin perder lo poco que tienen. Porque veo más allá de mis progresivas. Porque ni pido permiso ni perdón por exigir y ejercer mis derechos. Porque callada no estoy más mona y, encima, me salen calenturas en los morros. Porque sé de dónde vengo, pero no me conformo con dónde estoy y deseo ir más lejos. Porque sí, mato por salir en la foto y, si no, me lo reprocharía siempre. Porque quiero y puedo. Por las que quieren y no pueden. Por las que pueden y no quieren. Por mí y por todas mis compañeras, por mí la primera: estoy en huelga.

jueves, 1 de marzo de 2018

Bibliotecas didácticas y para profesores y alumnos



https://www.educaciontrespuntocero.com/recursos/bibliotecas-on-line-docentes/17634.html

jueves, 22 de febrero de 2018

Algo de los vicios borbónicos

Los Borbones, una saga llena de viciosos y tarados. Jaume Grau, en El Público, 22 de febrero de 2018:

Valtonyc, el rapero de Sa Pobla, deberá ingresar en prisión, después de que el Tribunal Supremo haya ratificado su condena a 3 años y 6 meses por injurias a la corona, por faltar el respeto a los Borbones. Por esta razón y a la vista de la sentencia, me parece que valdría la pena recordar quienes son los Borbones y qué han representado para España.

Los Borbones españoles tienen el honor de encabezar la lista de las estirpes reales europeas más taradas y despóticas. Y se han ganado esta plaza en la historia por méritos sobrados, vamos, que han puesto esfuerzo y ganas.

Empecemos por el primer rey, Felipe V, que se paseaba con el camisón de su mujer por el palacio real, no se lavaba y defecaba por todas partes, pensando que era una rana. No se dejaba cortar el pelo, ni las uñas de las manos ni de los pies, hasta que al final ya no podía ni andar. Ah! Y tenía una obsesión enfermiza por el sexo, un rasgo caracterológico que ha perdurado en la familia hasta nuestros días. Éste es el primer Borbón de la dinastía española, el que inaugura la exitosa estirpe real.

Parece difícil de superar, pero los que le irían sucediendo supieron estar a la altura. Su hijo, Fernando VI, tenía la manía de morder y pegar sus subordinados, hasta el punto de causarles importantes heridas. Bailaba en ropa interior y sólo se calmaba después de una buena dosis de opiáceos.

El siguiente rey, Carlos III, era un personaje melancólico, un tanto extraño. Se casó a los 22 años con Amalia de Sajonia que tenía 13. Estaba tan entusiasmado con las alegrías de la vida conyugal con su esposa, una niña a todos los efectos, que contaba en carta a sus padres las relaciones carnales que mantenía, lo que suelen hacer todos los hijos, claro. Carlos III se ha llevado la fama de ser el único Borbón medianamente presentable, porque supo delegar en ministros competentes. Pero… cuidado! Delegaba porque no estaba nunca en la Corte, se pasaba el día cazando. De hecho, en la Corte, se estaba una media de seis o siete semanas al año; el resto lo pasaba en el campo. A Carlos III se le conoce como “El cazador” y un retrato de Goya muestra al rey ya chocho, escopeta en mano.

Goya también pintó a la familia real de Carlos IV: un retrato despiadado donde quedan reflejados todos los defectos y vicios del grupo en su conjunto. No se salva ni uno. Carlos IV se pasaba el día cazando como su padre, le gustaba hacer de carpintero y era un personaje manipulable, influenciado por su mujer, María Luisa de Parma, que colocó a su amante, Godoy, como ministro universal. Carlos IV cedió los derechos de la corona española a Napoleón por una modesta suma: 30 millones de reales anuales, el precio de su patriotismo. Su hijo Fernando, también obtuvo una pensión, eso sí, más escasa, de 4 millones de reales.

Después sería rey, Fernando VII, “El deseado”, un crápula vicioso y lúbrico, con un miembro viril desproporcionado como dejó anotado en sus diarios un médico de la época: “un Miembro viril fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en super extremidad; además, tan largo como un taco de billar“. Fernando VII tiene el honor de ser considerado el peor rey de la historia de España; un título, todo hay que decirlo, por el que compiten otros familiares suyos. No tuvo descendencia masculina, proclamó la Pragmática Sanción que anulaba la Ley Sálica y que permitía gobernar a su hija Isabel en lugar de su hermano Carlos, que habría sido el sucesor natural al trono. Este hecho desencadenaría un conflicto dinástico que ocasionaría tres guerras y miles de muertos durante el siglo XIX: las Guerras Carlistas.

¿Qué decir de Isabel II, “la Isabelota”? Heredó el apetito sexual de su padre, era consentida e influenciable, y en la corte se rodeaba de personajes grotescos, como sor Patrocinio, la monja de las llagas. Mientras, su madre María Cristina reunía una gran fortuna gracias a su influencia política y a su participación en el negocio del ferrocarril en la península. Lo de las comisiones.

La revolución de la Gloriosa, fue el primer intento de echar a la dinastía de una vez por todas, pero sin éxito. La muerte de Prim, la abdicación de Amadeo de Saboya y los conflictos de la Primera República, permitieron la restauración de la monarquía en la persona del hijo de la reina Isabel y un comandante de ingenieros valenciano, Enrique Puigmoltó. Alfonso XII, el “triste de sí”, era un joven enfermizo y melancólico que, a diferencia de sus antecesores, recibió una formación más completa en diferentes países europeos, lo que no le impidió cometer algún desliz de pardillo que le conllevó importantes problemas diplomáticos con Francia. Alfonso XII murió de tuberculosis y su esposa, la reina María Cristina, actuó como regente hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII.

El nuevo rey destacó por su ademán soberbio y su chulería, por su voluntad de no someterse a las limitaciones constitucionales, por su nefasta obra de gobierno, por los desastres militares, por la dictadura de Primo de Rivera y … ¡Ah! Por una cuestión positiva: ser promotor del cine, gracias a las películas pornográficas que financió de su bolsillo y que realizaron los hermanos Baños. Ahora están en depósito en la Filmoteca de Valencia.

Su hijo Juan, padre del actual rey emérito, después del golpe de estado fascista, corrió a ponerse a disposición de Franco, aunque el general Mola impidió que se uniera a sus fuerzas, para no provocar malestar con los carlistas. El conde de Barcelona se afanó para volver al trono, y envió a su hijo Juan Carlos a España para que estudiara con los facciosos. ¿Qué mejor educación se puede dar a un hijo? A pesar de los acercamientos del conde de Barcelona, ​​a la oposición moderada, el interés real de la familia no era el restablecimiento de la democracia, si no la restitución de su estirpe dinástica, por el medio que fuera.

El rey Juan Carlos siempre tuvo en consideración al dictador; de hecho no ha permitido que nadie hable mal de Franco en su presencia. Juan Carlos propició consciente o inconscientemente el golpe de estado del 23-F, hablando como un bocazas con sus generales de la situación política en España y de los cambios que serían necesarios. Los cambios se produjeron por vía de la destitución de Adolfo Suárez, pero el golpe ya estaba en marcha. El rey Juan Carlos, como muchos antiguos antecesores suyos, ha tratado de engrasar su cartera hasta acumular una fortuna que The New York Times estimó en 2.300 millones de dólares, todos en negro, porque no consta que haya declarado nada a Hacienda de sus ingresos extraordinarios. Juan Carlos, como sus antepasados, ha practicado sin descanso dos de las aficiones que siempre han distinguido los Borbones: la caza y el fornicio. Del fornicio real de Juan Carlos se han derivado gastos extraordinarios pagados con fondos reservados para ocultar algunas de las numerosas aventuras que ha ido acumulando durante su reinado.

Después de aguantar estoicamente durante 300 años el gobierno de una dinastía tan peculiar, parece que todavía no ha llegado el momento de hablar, de expresar con libertad qué ha significado para los sufridos ciudadanos de esta península, haber sido dominados por el capricho de un ADN borbónico tan extraordinario. Y aún tenemos que aguantar que se cierre en la cárcel a todo quisqui que se atreva a tweetear, hablar, cantar o rapear. Como en el caso de un joven valiente de 23 años, de sa Pobla.

Anecdotario del insulto

Breve antología del insulto
Publicado por Marcos Pereda

Lo sientes nacer en un espacio indeterminado de tu estómago. Lentamente. Al principio es poco menos que un borborigmo amorfo, el equivalente en sonido de las criaturas fungosas de Lovecraft. Poco a poco se va componiendo, de manera lánguida, deliciosa, puliendo las aristas. Dibuja el alcance, paladea el impacto. Asciende desde tus más profundas entrañas, toma aire en los pulmones, saca fuerzas de tu corazón, se encamina hacia tu boca. Subglotis, glotis, epiglotis, cuerdas vocales que cimbrean alegres el adecuado tono. Y llega hasta tus labios. Pam. Seco, sonoro, contundente. Miradas aterradas, pequeños gritos que se ahogan, gestos de incredulidad, a lo mejor cierta sonrisa condescendiente. Notas como si te hubieses quitado un peso de encima. Qué bien sienta.

El insulto en la historia

No manejo el dato, pero tengo pocas dudas de que las primeras palabras expresadas con claridad por la boca de algo que podemos denominar Homo sapiens serían un insulto. Posiblemente llamando feo a su interlocutor, o por el estilo. Y es que si de aguzar el ingenio y forzar las meninges se trata lo de la falta de respeto es campo insuperable…

Lo podemos constatar desde la antigüedad. La Epopeya de Gilgamesh, la narración épica más ancestral conocida, está trufada de insultos. Insultitos, podríamos decir, cosas como «hediondo» apareciendo aquí y allá para solaz de G. R. R. Martin, imagino (o de Cristina Macía, su traductora, vaya). Brota también, de forma paralela, la mímica para acompañar a estas palabras. Ya desde los textos homéricos se coloca la mano abierta con los dedos muy extendidos y separados entre sí, la palma dirigida directamente a quien se está injuriando. Esto se utiliza aún en Grecia, así que cuidado si están de vacaciones y pretenden pedir cinco copas en un pub, porque pueden salir a hostias…

Como les digo, imprecaciones sin mayor maldad, más allá de desear que te pudras en los infiernos y toda tu parentela perezca. Pero sin calidad rítmica, sin magia. Para eso debemos esperar a los romanos, que eran unos tipos mucho más pragmáticos, y con un estilo decadente casi desde el principio que vuelve loco al amante de lo corrompido. Una civilización que deja plasmado, en los famosos restos de Pompeya, el relieve de un pene rodeado por la leyenda HIC HABITAT FELICITAS («aquí se encuentra la felicidad»). Ya ven, los poetas de los urinarios públicos tienen sus propios clásicos. Pues bien, estos romanos sí que nos legaron ciertas creaciones interesantes en el muy noble arte del insulto. Cosas como planissimus (el que se pasa de plano, de llano… el tonto, vamos), verbero (quien merece azotes como castigo, no como placer) o el muy sonoro furcifer, que designa al ladrón (prueben a repetirlo….furcifer…furcifer…se le llena a uno la boca). Además serán los romanos quienes entreguen al mundo un insulto aun hoy muy utilizado, aunque desprovisto de su contexto: pathicus. O cabrón, vaya.

¿Echan de menos los muy eufónicos insultos ibéricos? Pues no deberían porque los hay, y conocidísimos. Tenemos idiotas censados desde el siglo XIII (el insulto, no las personas, que aparecen ya en el principio de los tiempos), tenemos imbéciles desde 1524, zoquetes desde 1655 (aunque dado su origen árabe es probable que el término u otro similar se usase durante toda la Edad Media), tarugos desde 1386, y pendejos desde la época de los Trastámara. Por cierto que con este último ha ocurrido algo desafortunadamente habitual cuando del noble arte del insulto hablamos: se ha perdido su significado original. Porque un pendejo es un pelo que brota del pubis. No me negarán que es una bella forma de faltar al respeto.

Pero hay más, algunos con su explicación y todo. El primer gilipollas de la historia de España, por ejemplo, dicen que fue un ministro de Hacienda, inaugurando a juicio de algunos glosadores una larga relación entre el cargo y la consideración. Esto, quede claro, no lo afirma el autor del texto, ¿eh?, no se me vengan arriba.

Resulta que don Baltasar Gil Imón de la Mota tenía un cierto complejo por sus orígenes humildes. Extraño, quizá, porque pese a eso nuestro Gil había logrado ganarse, entre el siglo XVI y el XVII, la confianza de dos reyes (Felipe III y Felipe IV) y otros tantos validos (el duque de Lerma y el conde-duque de Olivares), ascendiendo en la alta sociedad madrileña hasta puestos tan importantes como los de contador mayor de cuentas o gobernador del Consejo de Hacienda. Pero, ay, no tenía un titulazo de esos de poner en la tarjeta de visita y dejar a todo el mundo boquiabierto. Así que, hombre emprendedor, decidió que iba a emparentar con las altas dignidades vía prole. Dos hijas nada menos, Fabiana y Feliciana (otras fuentes dicen que tres), a quienes buscaba casar con alguien de buen copete, por lo que no perdía oportunidad, fiesta o sarao para exhibirlas como si de preciado trofeo se tratasen. Sucede que, al parecer, las muchachas no eran demasiado agraciadas pero, sobre todo, resultaban algo estólidas, por lo que la insistencia de don Baltasar resultaba ya comidilla y chanza entre los pisaverdes (los pijitos…otro insulto a recuperar) de la Corte. Hasta tal punto que cuando se veía aparecer a padre y herederas por la puerta de los bailes todos cuchicheaban. Por ahí vienen don Gil y sus pollas (una forma despectiva de referirse a las muchachas jóvenes en la época), decían. O, abreviando, por ahí llegan los Gil-y-pollas. Ya ven. De ahí al infinito, que se non è vero è ben trovatto.

Ni siquiera los eclesiásticos se libran de ese gustirrinín que deja en el cuerpo un insulto bien lanzado. Lo que no es de extrañar, ojo, que ya la Biblia recoge todo un reguero de imprecaciones dichas con acierto, y hasta el mismo Jesús, nos cuentan los evangelistas, tenía a veces en los labios un «hipócrita», «serpiente» o «malvado» presto a brotar…

Mi intercambio dialéctico preferido en este campo data del siglo VIII, y tiene como protagonistas a Elipando, un arzobispo de Toledo, y a Beato de Liébana, el monje autor de los «Comentarios al Apocalipsis» que luego serán profusamente copiados, e iluminados, durante toda la Edad Media (de hecho esos tomos serán conocidos como Beatos). Todo muy El nombre de la rosa, para entendernos. Pues bien, estos dos tipos tenían una polémica bastante gorda en torno al año 785 (invierno arriba o abajo) sobre una herejía que se llama adopcionismo y que, básicamente, permitía a Elipando vivir cojonudamente en el Toledo musulmán mientras otros cristianos, entre ellos Beato, chupaban frío y humedad en las tierras del norte. Se hacen una idea. El caso es que el amable intercambio epistolar que se dedicaron los sujetos contiene algunas de las mejores muestras de hostias dialécticas que jamás fueran creadas. Elipando dice de Beato que era un milenarista (al parecer esto era cierto, y Beato convenció a la alta sociedad lebaniega para que esperasen el fin del mundo en un monte durante una especie de fiesta rave que acabó con todos satisfaciendo sus apetitos) y Beato le contesta, cuidado, que Elipando es el cojón del Anticristo. Ojo, el Cojón del Anticristo. Detengámonos en el término y analicémoslo. Luego pensemos dónde se sitúa el tal cojón y las cosas que podrá ver durante toda la eternidad. Escalofriante. Elipando, ni corto ni perezoso, dice de Beato que tiene la boca hedionda y es fetidísimo (lo que en la Edad Media parece poca ofensa, la verdad) y después le llama antifrasto, que es un insulto muy elegante y distinguido, demostrando gran inteligencia y una puntería aguda al dirigirlo a quien lleva por nombre Beato (la antífrasis consiste en afirmar lo contrario de lo que se quiere decir, con lo que nuestro Elipando viene a señalar la ironía de que alguien llamado Beato sea un pecador de la pradera). Todo un arsenal, como ven los lectores, de dialéctica postpatrística y mala leche.

Escribiendo faltas de respeto

Si lo del insulto es género literario de por sí, y a estas alturas nos va quedando bien claro, es menester pensar que quienes mejor lo manejen sean los propios escritores, ¿verdad? Y de entre todos podemos destacar a los gigantes del Siglo de Oro español, no en vano reúnen dos grandes facultades que los hacen gigantescos creadores de ofensas: su maravilloso dominio del lenguaje y su gran condición de hijos de puta resentidos, envidiosos y crueles.

Seguramente el más conocido en estos menesteres sea Quevedo, en quien convivían admirablemente todas las características antes señaladas. A Góngora le llamaba desde bujarrón hasta marrano (por tener sangre sucia, no por cerdo…aunque ya entrados en materia al bueno de don Francisco no creo que le importase el equívoco), además de lo de la nariz (también por lo hebraico) y otras pequeñas minucias más mundanas, como comprar la casa donde vivía para luego desahuciarlo, cual si de un banco cualquiera se tratase. Pero no era el único. El mismo cordobés no dudaba en responderle, tachándolo de ignorante, borracho o cojo (acertaba dos de tres). También solicitó, en una ocasión, las traducciones que hacía Quevedo del griego para leerlas con su ojo ciego (el que es poeta es poeta)… es decir, para limpiarse el culo con ellas (con perdón del copista, aclaramos). También reparte a Lope, de quien dice que es un necio, un zote, un tagarote (el escribano de un notario… coincidirán conmigo en que llamar notario a un poeta es el insulto más grave de todos los recogidos aquí). El Fénix trufa sus comedias con perlitas de todo tipo, desde babieca hasta sandio, pasando por zamacuco, tuturuto, sansirolé, mamacallos (razonen el significado específico de este), tolondro, cipote (ejem) o estólido, que es uno de los que más utilizo en mi vida diaria. Ah, también se mete con alguien llamándole zurdo, para que vean cómo cambia la historia. Y de Cervantes qué decir… leer El Quijote es encontrarse con toda una retahíla de desprecios y repulsas. Claro que, como dice Sancho Panza, «no es deshonra llamar hijo de puta a nadie cuando cae debajo del entendimiento de alabarle». Un poco lo que hacen hoy algunos, que pasan del «usted» al «qué tal, cabronazo» con (insultante) facilidad.

Luego los grandes escritores tienen ese je ne sais quoi que les hace responder raudos con un insulto certero en momentos de máxima tensión. Porque esa, y no otra, es la mayor muestra de genialidad que se puede exponer. Como aquella vez que Emilia Pardo Bazán se cruzó con Benito Pérez Galdós en una escalera (ambos traían detrás toda una historia que acabó mal, porque menudos dos torrentes, amigos) y le espetó, muy digna, «viejo chocho», a lo que don Benito respondió, con toda su tranquilidad y su cara de billete de mil pesetas, lo mismo pero cambiando el orden de los términos.

Claro que el campeón invicto de los insultos fue un belga catolicote y aburrido que firmaba como Hergé. Vale, en las páginas de los veintitrés álbumes protagonizados por el sosainas de Tintín no hay sexo, no hay muerte (y cuando la hay aparece representada con diablillos naíf), no hay demasiada sangre. Pero insultos…vaya, en eso Hergé mostró tener una enorme inventiva, y una mala uva que se agradece un montón. Ambrosía para los paladares más exigentes, sí, cuando Archibaldo Haddock saca a relucir su muy extenso lenguaje, seguramente aprendido en tabernas (igual hasta en burdeles) de barrios portuarios por medio mundo. Un total de doscientos sesenta y cinco insultos hay censados en las quince aventuras donde aparece Haddock, lo que nos da una maravillosa media de casi dieciocho por libro. Extensa lista que destaca, además, por su originalidad: desde anacoluto hasta grotesco polichinela, pasando por Atila de guardarropía, logaritmo, mujik, Mussolini de carnaval, coloquíntido, zapoteca de truenos y rayos o, mi preferido, bachi-buzuk de los Cárpatos. Ojo, muchos de ellos definen realidades poco o nada ofensivas (un bachi-buzuk, por ejemplo, es un mercenario otomano) con lo que podemos inferir otra de las características principales del insulto: su intención. No importa qué llames al otro, sino hacerlo con el tono correcto.

El Hergé español, al menos en cuanto a los insultos, es sin duda (en pie todos, por favor, y aplaudan con fuerza) Francisco Ibáñez. Sus creaciones están salpicadas de ofensas bien dichas, destacando las descacharrantes últimas viñetas que (casi) siempre muestran a sus personajes persiguiéndose en una orgía de violencia física y verbal que hoy sería sin duda censurada por traumática para los niños. Berzotas, merluzo, alcornoque, botarate, mentecato…a uno se le llena la boca de miel solo con decir esas palabras. Lo mejor, háganme caso, es repasar la obra de este artista genial para disfrutar con la luminosidad de sus insultos.

Delicias endémicas

Si hay algo que une a toda la humanidad, por encima de credos, procedencia o ideologías, es su tendencia natural por insultar a sus semejantes. Lo cual no quita, evidentemente, para que cada cultura tenga sus propias formas de cagarse en los muertos ajenos, muchas veces en base a criterios de carácter geográfico, evolutivo o, simplemente, en atención al capricho del momento.

Existen una serie de bases que pueden resultar intercambiables en todo el mundo. Las palabras, por ejemplo, que se refieren al pene (cazzo), a la vagina (figa) o a la vida pública de la progenitora (figlio di puttana), todos en italiano. También, claro, las maldiciones familiares (el serbio «me cago en todos los de la primera fila de tu funeral» me parece especialmente acertado) o las que te invitan amablemente a irte a ciertos lugares o realizar ciertas actividades (en francés te dicen va te faire mettre y claro, como suena tan bien, te cuesta hasta ofenderte).

Pero después hay toda una caterva de particularidades idiomáticas e incluso regionales que merece la pena destacar. Algunas, de tan repetidas, hasta parecen haber perdido su significado original, como las inglesas asshole o motherfucker, con cuya traducción literal quizá deberíamos solazarnos cada vez que las escuchamos en una serie. Los daneses, ese país con unicornios y contratos únicos, tienen una expresión bastante gráfica que es kors i røven, y que significa literalmente «(que te metan) una cruz por el culo». Ya ven, tanto Kierkegaard para esto. En el educadísimo idioma japonés nos pueden decir kuttabare y nos tenemos que joder, o llamarnos manuke y a lo mejor no lo entendemos, por tontos. Y los habitualmente chiflados rusos también extienden esa extravagante visión del universo a sus imprecaciones, con cosas tan llamativas como yob tvoyu mat (que puede significar, dependiendo del contexto, desde el literal «he besado a tu madre» hasta «vete fuera de mi vista»…ya me dirán la relación) o júy (que lo mismo sirve para hablar del pene que para designar a un imbécil).  

Con el otro lado del Atlántico compartimos el uso del castellano y la mala baba para insultar. Ya hablamos, oh sí, de los pendejos, pero también están los boludos, los perros, los huevones, la chingada, el verraco o el chimpapo. Incluso tenemos gozosas expresiones compuestas, hallazgos felicísimos de nuestro maravilloso idioma que, una vez más, usamos sin tener en cuenta su significado literal. Así, que te manden a la «concha de tu madre» o a comer un «pingo» resulta toda una experiencia. Hay que aplaudir desde aquí el esfuerzo que la conocida serie Narcos ha hecho para dar a conocer por todo el mundo alguna delicatesen verbal como «hijueputa» (hay que decirlo más), «gonorrea» o «sapo». Gracias, mil veces gracias, han enriquecido ustedes profundamente mis cenas de amigos.

También tenemos, por último, diferentes formas de entender las faltas de respeto dependiendo de los lugares de estas dos Españas, una te helará el corazón, donde te estén mandando a esparragar. Así, por ejemplo, si aquí en Cantabria le dicen que es usted un palajustrán sepa que lo llaman liante, que sí, que tiene mala idea, algo parecido a un talingón, o a un venigoso; y si lo tildan de mondregote le están haciendo saber que se lo tiene usted muy creído, pedazo de imbécil. Ah, las mujeres tienen sus insultos propios, claro, por lo de la paridad, y así las rámilas son hembras de mucho genio, las lumias son aquellas (sobre todo niñas) algo sabihondillas y repelentes, y bardaliega será la que gusta de pasar mucho tiempo detrás de los bardales o las zarzas, preferentemente en posición horizontal y acompañada…

En Galicia llamarán parvo al poco espabilado, y será babayu cuando pase a Asturias, babarrión en Cantabria o kaiku al llegar a Euskadi. Al mismo tipo le llamarán ababol en Aragón, faba en Catalunya, borinot en Valencia o penco en Andalucía. Si logra arribar, quién sabe cómo, hasta los pueblos de la montaña palentina se referirán a él como aberado, Por el camino le habrán escupido un bolo en Toledo, un fato en Valladolid y un zurumbático si se cruzó con Pérez-Reverte a la salida de la Real Academia de la Lengua. Al final toda una vuelta a España de lo más entretenida y didáctica. Aunque igual ni se ha dado cuenta, el muy estafermo.

Ya ven, mis queridos gaznápiros, que esta es materia extensa y de mucho solaz, por lo que nos apena especialmente tener que dejarla aquí, recién expuestos los grandes principios de nuestras tesis y apenas avanzada la investigación sobre el terreno. Eso sí, la certeza de haber contribuido a un enriquecimiento de su vocabulario más irrespetuoso es recompensa suficiente para nuestro esfuerzo.

Sean originales en sus reuniones familiares y de amigos. Insulten con creatividad.

martes, 20 de febrero de 2018

La dictadura de los SMS

CLAUDIO MAGRIS

En menos de tres días se acumularon en mi teléfono móvil (de primera generación) 418 mensajes. O mensajitos con emoticonos, según el léxico lujurioso y vicioso que adorna con flores y dibujitos las jaulas de acero de la tecnología, los celulares, SMS y huellas dactilares en pantallas y teclados.No sé qué dicen esos 418 mensajes, porque no soy capaz de leerlos y, por lo tanto, de contestarlos. Y no se trata de una estúpida pose antitecnológica, siempre falsa y patética, no sólo porque sería desconocer con altanería la ayuda que la tecnología presta a la vida -basta pensar en la medicina y en la cirugía-, sino también porque se cree que la tecnología es sólo la reciente, la que planea sobre nuestra vida ya adulta, y se identifica su naturaleza con la técnica que ya existía cuando nacimos.La radio, por ejemplo, me parece más natural que la televisión, porque, cuando nací, sus sonidos estaban ya en el aire, como los demás ruidos de la realidad, mientras que la televisión entró en mi casa cuando terminaba el instituto. No hay, pues, por mi parte, psicosis o coquetería antitecnológica alguna. Simplemente, sufro discapacidad digital, que es un hándicap, pero no una culpa, e invoco respeto por esta habilidad diferente digital mía, como se dice hablando políticamente correcto, al igual que pido comprensión porque ya no soy capaz de hacer bellas excursiones a la montaña de una tacada.Sin embargo, como diría Musil, en todo caso hay una excepción. Y, si hubiese sido capaz, habría leído esos 418 mensajes y habría contestado a alguno, como hago con las cartas; contesto al menos una quincena al día. Calculando 2,30 minutos para leer cada mensaje y responderlo, las probables contrarespuestas y mis réplicas, habría necesitado cerca de 16 horas.Dos días de trabajo y, probablemente, otros tantos en los tres días sucesivos y, así, sucesivamente. ¿Dónde queda el tiempo para el trabajo con el cual -al margen los jubilados, millonarios, encarcelados, enfermos o parados- nos ganamos la vida? ¿Dónde queda el tiempo para leer, pasear, reunirse con los amigos y hacer el amor? En las mesas de los restaurantes y de los cafés se ven personas que no hablan entre sí, sino con sus invisibles interlocutores, y no sólo un instante, sino durante casi todo el tiempo que discurre entre el primer plato y el postre. ¿Cuándo comenzarán a hablar entre ellos los dos -o los cuatro o cinco- comensales?Hace años, Umberto Eco hizo, con su envidiable precisión, el cálculo de cuánto tiempo al día le quedaba para la lectura y la investigación, descontando de las horas dedicadas al sueño, a la ducha, a las clases, a la comida y a la cena, a las llamadas telefónicas, a las entrevistas, a los emails, etcétera. Creo recordar que le quedaban entre 12 y 18 minutos.Ciertamente, Eco era el centro de una red de comunicaciones especialmente poblada, pero hoy el número de personas expuestas a ritmos análogos es alto. Son, somos, los excluidos de la vida. Somos los nuevos siervos de la gleba, obreros en una cadena de montaje, forzados con grilletes, privados continua e incesantemente de nuestra propia vida.Un trabajo forzado que recluta no sólo, como en el pasado, a la plebe hambrienta que no puede decir que no, si quiere al menos sobrevivir, sino también a la clase media y a la alta, que podrían vivir humanamente, pero que también ellas son excluidas de su existencia, de los colores y las luces de las estaciones, porque las llamadas -y no sólo las telefónicas- de todo tipo son también para ellas órdenes y obligaciones.Con la exactitud de una ecuación se puede, pues, calcular matemáticamente incluso el progresivo deterioro de toda conciencia que vaya a su encuentro o que ya haya llegado a él, porque, independientemente de la auténtica naturaleza del tiempo sobre la que discuten físicos y matemáticos, en la vida cotidiana una hora empleada en una actividad significa una hora no utilizada para otra. Dieciséis horas al teléfono o ante el ordenador para responder emails son 16 horas sustraídas a todo lo demás, incluida la adquisición de nuevos conocimientos.Para combatir una pérdida total de los conocimientos de todo tipo se formará o se está ya formando otra clase social férrea, rica (y más que rica) e intelectual, que se reservará el tiempo. Si, como en el pasado, el señor no trabajaba la tierra de cuyos productos se nutría y traspasaba el tiempo y la fatiga del trabajo al siervo, dedicando el tiempo libre a su disposición a sus propios intereses, así también el nuevo señor confiará al siervo, para poder vivir, la centuplicada fatiga y el centuplicado trabajo de las comunicaciones. Los nuevos siervos de la gleba ya no destriparán más terrones, sino que responderán a sonidos, campanas, tintineos, vibraciones, pulsaciones y temblores.Obviamente, esto es algo que ya está pasando. No es el administrador delegado ni siquiera el jefe de oficina el que escribe y lee los innumerables emails, al igual que no es el director general, hombre o mujer, el que echa su ropa usada a la cesta para lavar. Ya casi ha desaparecido la neta distancia entre la esfera personal y laboral y la representativa y vagamente social. El aumento exponencial de las relaciones y, sobre todo, de las comunicaciones personales y privadas o casi personales y privadas, y la diferencia o imposibilidad de distinguir netamente entre ellas, obligará a confiar al siervo incluso la gestión de la vida personal del patrón, que, así, podrá leer a Leopardi, estudiar mecánica cuántica o chino, escuchar a Bach o pasear como los perros callejeros por las calles de París en la película Mi tío, de Tati.Será y es algo difícil para la mayoría de nosotros -siervos que creen formar parte e la casta dominante y patronos que no se dan cuenta de que están siendo forzados a nuevos trabajos serviles- saber de qué parte estamos, si pertenecemos a los dominadores o a los dominados.Un nuevo capítulo de la inmortal dialéctica esclavo-amo de Hegel. Y también, en este caso, el esclavo, gestionando la pesada realidad de la vida y sus cambios tecnológicos y humanos, se convertirá en el auténtico piloto y amo, en el señor, como el siervo que, obligado por el marido a sustituirlo en las fatigas del tálamo conyugal, se convierte en el auténtico y real marido. Difícil decir quién de los dos lo pasará peor.Claudio Magris es escritor.

Una frase de Camus sobre España que explica muchas cosas

Albert Camus dijo por la radio: “Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa.”

jueves, 15 de febrero de 2018

Entrevista con Carlos García Gual

Carlos García Gual: “Los alumnos pasan mucho tiempo con el móvil. No saben nada”
José Andrés Rojo 12 FEB 2018 - 10:17 CET

Ocupa el sillón J de la Real Academia Española. Escritor, catedrático y traductor, convirtió la literatura y el mundo clásico en sus pasiones. Pero el título que le atribuyen sin discusión quienes lo conocen y lo han leído es el de sabio. Pasó su infancia en el Mediterráneo, sumergido en la biblioteca de su abuelo militar. Fue un niño miope al que le gustaba poco el deporte, una rareza en su familia. Asegura que la lectura es la manera de escapar de “la prisión del presente”.

Tiene algo de exótico un catedrático (emérito) de Filología Griega en un mundo que le ha vuelto la espalda a los saberes clásicos. Por eso mismo, dice Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943) hace falta “ir a las barricadas”, para seguir peleando por que a las humanidades les quede al menos un rincón. Escritor, crítico, ha recibido dos veces el Premio Nacional por algunas de sus muchas traducciones. Dirige la colección Biblioteca Clásica Gredos. Por dar noticia de la variedad de sus intereses, basta con citar algunos de sus libros: Epicuro, La secta del perro, Diccionario de mitos, Las primeras novelas, Sirenas: seducciones y metamorfosis o el último, La muerte de los héroes. Hace poco fue elegido para ocupar el sillón J de la Real Academia Española. De dónde viene, cómo fue su historia, qué España le tocó vivir: de eso tratamos en su casa de Madrid para averiguar cómo terminó convirtiéndose en un hombre sabio, un título que le otorgan sin la menor discusión cuantos lo conocen y lo han leído.

¿Qué me dice de sus primeros años?

Nací en Palma en casa de mi abuelo. Entonces se nacía en las casas. Soy el primero de seis hermanos, mi padre era militar de baja graduación. De niño iba con mi abuelo a la catedral a misa mayor (no era muy religioso, pero le gustaba la ceremonia). Al salir me encontraba con la bahía, hay un mirador estupendo, y luego estaba recorrer de un lado a otro el paseo del Born. Hasta los siete años.

Empieza ya entonces a leer. 

Mi abuelo tenía una biblioteca bastante grande y muy bien ordenada, a diferencia de la mía. La suya debía de tener 4.000 o 5.000 ejemplares y se pasó la vida ocupándose de ella. Era un hombre muy disciplinado, se levantaba a las ocho de la mañana y se acostaba a las doce de la noche después de escuchar Radio París. Siempre hacía lo mismo. Poseía unas libretas donde tenía catalogados todos sus ­libros. Tuve también un tío que escribía en los periódicos. Mi abuelo no. Se sabía poesías de memoria. Le gustaban mucho Amado Nervo, Rubén Darío y, un poco menos, Unamuno. Tenía toda la obra de Blasco Ibáñez, al que yo nunca leí por prejuicios.

“Gente como mi abuelo, con una gran cultura literaria,  que estaba al día de lo que pasaba, que anotaba sus libros, ha ido desapareciendo”

¿A qué se dedicaba su abuelo?

Era coronel de carabineros retirado. Se retiró en 1935. Los carabineros no se sumaron al alzamiento, y tal vez, de haber estado en activo, lo hubieran fusilado. El castigo que Franco les impuso fue el de mantenerles la paga de 1936, así que en los años sesenta seguía cobrando lo mismo que al empezar la guerra: mil pesetas. Tenía algún amigo general que había muerto en la mayor de las pobrezas. Ese tipo de gente, como mi abuelo, ha ido desapareciendo. Gente que poseía una gran cultura literaria, que estaba al día de lo que pasaba. Sus libros estaban anotados. Mis favoritos de su biblioteca fueron Conan Doyle y Julio Verne, en unas viejas ediciones con grabados. Yo era un niño bastante miope, con gafas. Muy poco deportista. Fui una rara avis dentro de la familia.

¿Por qué se va de Palma?

Cuando tenía ocho años, mi padre pidió el traslado a Rosas, en Girona, a una batería de montaña. Donde ahora está elBulli hubo una batería de montaña, que yo recuerdo con unos cañones tremendos. Y allí estuvimos más o menos cinco años. A mi padre le gustaba cazar y pescar. Lo había hecho en el norte de Mallorca y luego lo hizo en Rosas. A mí me gustan esos paisajes, el del Ampurdán y el de Mallorca, se parecen un poco a las islas griegas. Mi niñez y mi adolescencia están ligadas al Mediterráneo. Luego me vine a Madrid a hacer la carrera. Vine solo.

Fue hijo de militar en una dictadura gobernada por militares.

Mi padre no era nada militar, se pasaba la vida en el café. Antes de la guerra se había alistado como voluntario y lo destinaron a África. Así que vino desde allí con las tropas de los moros. Y estuvo en ­todas partes: en Brunete, en Belchite, en el Ebro. Pero era muy joven, no sé si llegó a sargento. Si se quedó en el Ejército fue porque aquella catástrofe lo dejó desconcertado. Su familia era de derechas y un hermano suyo murió en la guerra, pero terminó siendo totalmente antifranquista. Tuvo que luchar cuando debería haber estado estudiando y luego ya no pudo hacerlo. Venía de esa zona de Castilla donde estaban muy implantadas las JONS y tenía muchas ilusiones, según contaba mi madre, de que vendría un mundo mejor. Así que vivió siempre desilusionado. Hablamos poco. Me he quedado con algo pendiente. Es lo que decía Fernán Gómez sobre su padre, que nunca le pudo decir cuánto lo quería. Era una persona como bondadosa. Nunca hablaba de la guerra. Y nosotros no le preguntábamos. Tenía muchos méritos acumulados, así que eso terminó conduciéndole también a Madrid, al Ministerio del Ejército, uno o dos años después de que llegara yo.

¿De qué parte de Palencia venía?

Su padre era de San Cebrián de Campos, un sitio muy bonito cerca de Carrión, en la Castilla más antigua, en la comarca del Pisuerga. Era veterinario y, al revés del abuelo de Palma, muy desordenado. Tenía una especie de herrería en una cuadra donde también había caballos. En el patio crecía un gran moral, donde nos subíamos de pequeños y nos manchábamos enteros. Mi amor por Castilla viene de ahí. Viajábamos en tren, generalmente en vagón de tercera; éramos entonces los cuatro hermanos pequeños y mis padres. Íbamos en barco de Mallorca a Barcelona, donde mi padre, para hacer tiempo, nos llevaba a un cine de las Ramblas donde ponían películas cómicas en sesión continua: Charlot, ­Jaimito, etcétera. Y al zoo. De Barcelona solo conocíamos el cine y el zoo. Y luego íbamos a la estación de Francia y cogíamos un tren que tardaba veintitantas ­horas; hasta Valladolid primero y después a Palencia.

¿Y su madre?

Fue la que nos crio a todos. Era una mujer muy alegre, siempre rodeada de niños. No hizo nada más que cuidar de la casa. Pienso que fue feliz a medias. No le gustaba la cocina, no le gustaba coser, hubiera preferido una vida más alegre. Se vio hipote­cada por los seis hijos. Llegó a vivir muchos años, unos noventa, y en los últimos le salió un poco la amargura de haber gastado toda su vida en la familia. Tenía un fondo frívolo, le hubiera gustado que se ocuparan más de ella. Era muy tradicional.

¿Cómo terminó dedicándose al griego?

Tuve siempre vocación de letras, por el ambiente familiar. Si decidí dedicarme al griego fue porque, en Filosofía y Letras, los profesores de lenguas clásicas eran muy buenos. Francisco Rodríguez Adrados o Luis Gil, que todavía viven. De hecho, la presentación en la Academia fue promo­vida por Adrados: tenía miedo de que se quedaran sin helenistas.

¿Cómo era el Madrid de aquellos años? 

Me gustó mucho. Fui del mismo curso que Manuel Gutiérrez Aragón, Carlos Piera, Jesús Muñárriz, Lourdes Ortiz... Era una universidad muy politizada, aunque no todo el mundo lo estuviera. Algunos de mis amigos pertenecían al partido comunista. Participe en la manifestación de 1965. Me detuvieron, pero durante poco tiempo. Más adelante conocí a García Calvo y a Tovar. Entonces se leía mucho, fuera de los textos obligatorios. Era la época del existencialismo, de Sartre y Camus, a quienes se los conocía bien. Los más finos leían a Guillén o a Aleixandre. Era un mundo donde no había televisión, donde no había pantallas, y el cine español tenía cosas interesantes, no solo las comedias de Landa. Tuvo mucho éxito en aquella época la novela Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos. Todo eso ha ido desapareciendo. Ahora los alumnos leen muy poco. Fuera de lo que es obligatorio, no saben nada. Pasan mucho tiempo dedicados al móvil y no les queda casi nada para leer.

“La gente que no lee vive en la prisión del presente. La vulgaridad siempre tiene a su favor la facilidad. Es muy fácil ser vulgar, ser como todos”

Eso le debe parecer un horror, ¿no?

Soy sobre todo lector y todo lo que he escrito tiene que ver más con mis lecturas y menos con mis experiencias personales. Para mí, leer es entrar en un mundo de horizontes casi diría que infinitos. Y donde hay figuras dramáticas y situaciones y épocas que son mucho más interesantes que mi propio contexto. Quien no lee está limitado a sus circunstancias más próximas: los vecinos, la tele, los juegos. Para mí, la lectura es como un campo de ­correrías. Siempre he leído y he escrito lo que me ha gustado. Seguramente por eso soy mal ejemplo para filólogos. Decía Martín de Riquer en una entrevista, aunque no es del todo exacto: “Yo no he trabajado nunca. Todo lo he hecho por placer”. Yo creo que no es incompatible lo uno con lo otro, pero a mí me pasa lo mismo: todo lo he hecho por placer. Cuando llegue al más allá no haré reclamaciones.

¿Cómo le fue en términos académicos? Comencé siendo un lingüista estructural. Me gustaba mucho la sin­taxis y el estructuralismo estaba de moda. Era una disciplina puntera e hice mi tesis sobre las voces del verbo griego, un trabajo bastante difícil, y el libro que salió de ahí me sigue pareciendo estupendo. Se publicó en 1970. Me apasiona el griego y he traducido mucho. Pero, sí, he derivado hacia la literatura. Me gusta la épica, me gustan las aventuras. Luego también me he metido en los mitos artúricos. Mi atracción ha pasado de los clásicos al mundo de la mitología. He trabajado bastante en la literatura comparada, las literaturas medievales inglesa, francesa, alemana. No he tratado la literatura más cercana, sino la que está más distante. Al terminar, fui catedrático un año en Granada y seis en Barcelona, pero siempre hemos tenido la unión con Madrid, porque mi mujer era de Madrid.

¿Y qué pasó con el griego?

Sigo acudiendo mucho a los griegos. La Iliada, la Odisea, las grandes obras trágicas me atraen mucho; también Platón. Me han gustado asimismo textos un poco raros, que ni siquiera estaban en español. Yo traduje, por ejemplo, El viaje de los argonautas, de Apolonio de Rodas. Y también la vida de Alejandro, de Pseudo Calístenes. Es un griego, seguramente egipcio que escribía en griego, y se ocupa del mito de Alejandro 400 años después de su muerte. Ahí ya están algunas de sus grandes aventuras: un viaje en globo a las alturas, un viaje en una bola de cristal al fondo del mar, el encuentro con los árboles parlantes. En España todo eso está en el Libro de Alexandre, del primer tercio del siglo XIII.

Aventuras y aventuras.

Me atraen las aventuras míticas, que tienen su lado fabuloso. Por eso en la última versión de mi libro sobre los mitos he metido a uno que hasta ahora no me atrevía: Tarzán. Es un héroe moderno, pero no es galáctico. No puedes compararlo con Superman, y me parece mucho más interesante aunque políticamente incorrecto. Es el niño blanco, de buena familia inglesa, que recupera en medio de la selva y los monos todo el mundo victoriano.

Y la política, ¿no le ha atraído nunca?

Me he mantenido siempre bastante apartado. De ideas soy de izquierdas, me gusta el marxismo teórico, pero creo que la práctica lo ha desprestigiado mucho. Nunca he pertenecido a ningún grupo político, aunque he sentido cierta simpatía por el socialismo de la época de Felipe González. Y soy un admirador de la Transición: aunque tiene sus limitaciones, fue un gran avance. Vengo de la época franquista y nunca he podido aceptar el mundo de la censura. Hice un viaje a Cuba para estar dos semanas como comisario de libros. No pude aguantar más que una. Era un mundo donde no había periódicos y donde la gente que acudía a las conversaciones venía con ideas previas, con sus papelitos para censurar.

También se ha ocupado del pensamiento. 

Sí, la filosofía ha sido muy importante para mí. He escrito prólogos para libros de Platón, Aristóteles, para otros grandes. Pero también, y fundamentalmente, he abierto la línea sobre Epicuro y los cínicos. Mis libros fueron anteriores a cuando se pusieron de moda. Todo el mundo habla ya de Epicuro, pero mi libro fue de los años ochenta. Y luego están los cínicos, a los que se llamaba la “secta del perro”. Me gusta lo que hay en ellos de búsqueda de una felicidad terrestre y su desconfianza en el idealismo y las falsas ideas, y esa búsqueda de la amistad, de una sociedad sin grandes pretensiones pero muy humana. Los cínicos me han hecho gracia, y eso que yo soy más epicúreo que cínico. Me han interesado como movimiento de protesta con una gran dosis de humor, de un humor punzante. Eran muy anarquistas.

Le interesa, por lo que veo, lo más próximo, lo que está escrito en letras minúsculas. 

Como los epicúreos, creo en la amistad. Pero en unos cuantos amigos, a los que se pueda tratar de verdad. Toda esta gente que a través del móvil tiene cientos de miles de amigos, pues eso me parece una tontería. No creo en las grandes palabras huecas.

¿Le gustó su paso por la universidad? 

Me ha gustado dar clases. Otros aspectos de la universidad ya me gustan menos. Toda la cosa burocrática, los programas de investigación que te permiten viajar, todo eso no me ha interesado. Fui dos años vicerrector en la UNED y las reuniones me aburrían mucho. Me gusta el griego. He tenido pocos alumnos porque me tocó ya la época en la que el griego dejó de ser la asignatura que debía cursar todo el mundo, por lo menos durante los primeros años de comunes. Mantengo muy buenas relaciones con algunos alumnos, hace unas semanas coincidí con los de la promoción de 1970.

¿Cómo ve las cosas ahora?

Hay un prejuicio funesto que es el de la rentabilidad. Obtener algo de inmediato, que la gente estudie para colocarse. Conocer unas cuantas materias y un poco de inglés. Creo que todo eso es un empobrecimiento. El ser humano tiene unas capacidades imaginativas, y de memoria y de entendimiento, que se abren con la cultura. Pero eso a los Gobiernos de ahora no les interesa. No es rentable para ellos como políticos y, piensan, tampoco es rentable para los que tienen que colocarse. Pero reducir la vida a eso es un poco triste. Hay tiempo para todo: se puede ser un buen lector y un buen ingeniero. Esta es una batalla, la batalla de las humanidades, perdida. En grandes líneas. Pero puede haber focos de resistencia. Hay que volver a las barricadas, individuales y de pequeños grupos. El lector seguirá existiendo, aunque sea en este mundo hostil. Serán minoría, pero existirán. La lectura está unida a la crítica y a los grandes horizontes. La gente que no lee es gente de mentalidad muy reducida: viven en la prisión del presente.

¿Hay alguna salida?

Es difícil. La vulgaridad tiene siempre a su favor la facilidad. Es muy fácil ser vulgar, ser como todos, el mínimo común denominador. Es lo que hay.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Enseñanza desfasada

Profesoras que dejan la docencia para solucionar los problemas de la escuela
Las autoras del libro 'Directivos de escuelas inteligentes' abandonaron sus clases de Lengua para ayudar a los profesores a cambiar

Ana Torres Menárguez, 14 FEB 2018 - 08:04

Durante los últimos quince años, Lourdes Bazarra y Olga Casanova han recorrido más de mil centros educativos e instituciones para formar a los docentes en nuevas metodologías y ayudar a los equipos directivos a liderar el cambio. De esos encuentros han concluido que uno de los principales frenos para la transformación de las escuelas son las facultades de Magisterio. "Están desfasadas y los recién graduados son los más reacios al cambio", explican las autoras del libro Directivos de escuelas inteligentes ¿Qué perfil y habilidades exige el futuro? (SM).

Tras más de veinte años dedicadas a la enseñanza de Lengua y Literatura para estudiantes de Secundaria y Bachillerato en un colegio jesuita de Madrid, en 2005 solicitaron una excedencia para dedicar todo su tiempo a la investigación y la formación de docentes. "Nos dimos cuenta de que la mayoría de formadores no habían pisado un aula y la teoría no sirve para nada; hace falta acompañamiento", asegura Olga Casanova, coautora junto a Lourdes Bazarra del libro autoeditado La escuela ya no es lugar, una guía sobre las nuevas pedagogías y su aplicación real en algunos centros que les ha llevado un año y medio de trabajo.

"La renovación pedagógica no puede depender de la voluntad de los docentes, de que tengan las antenas puestas y se pongan las pilas para innovar. Los equipos directivos tienen que asumir su rol y sistematizar la formación", señala Lourdes Bazarra. De no hacerlo, los principales perjudicados son los niños, que quedan desprotegidos y dependen de qué profesor les toque. Una de las ventajas de los centros privados y concertados es que forman a los docentes a través de la Fundación Estatal para la Formación en el Empleo, un recurso que no pueden emplear las escuelas públicas. "Se crean dos velocidades porque mientras la privada puede escoger el tipo de cursos que lleva a su centro, la pública carece de recursos y se puede queda atrás", apunta Casanova.

Una de las teorías que sostienen estas autoras es que dentro de pocos años importará el colegio al que has ido, como sucede actualmente con las universidades en Estados Unidos. "Durante mucho tiempo todos los colegios han ofrecido lo mismo y resultaba muy difícil diferenciar las propuestas pedagógicas", indica Bazarra. Por eso creen que frente a la "estandarización" en la que ha vivido la escuela, cada vez más las familias demandarán un valor añadido y los colegios tendrán que especializarse en una tendencia.

Sobre la posible desigualdad entre los alumnos de la pública y la privada, sostienen que muchos centros públicos ya son "singulares" y ponen como ejemplo el colegio Manuel Bartolomé Cossío, en el barrio madrileño de Aluche. "Los centros están obligados a impartir el mismo programa académico pero tienen libertad en cuanto a la pedagogía. Este centro es un ejemplo de ruptura con lo tradicional; se caracteriza por los proyectos interactivos ligados a la tecnología", indican. "Todo es cuestión de voluntad", añaden. Aunque otra de las complicaciones de la pública es la interinidad de los docentes y las continuas rotaciones, que claramente dificultad la continuidad de los proyectos educativos. 

"Si lo que te enseña un centro está en Google quiere decir que no te aporta nada". Con ese mensaje tratan de convencer a los equipos directivos de los colegios de que asuman su rol de transformadores, de agentes del cambio, una cultura que ya está muy extendida en países como Inglaterra o Estados Unidos. "Se trata de trasladar el liderazgo del mundo empresarial al contexto educativo y enseñar a los docentes a gestionar más allá de los asuntos burocráticos", comenta Casanova. Las autoras fundaron la empresa Arcix y ahora ya pueden vivir de la formación. Su primer curso lo impartieron a finales de los noventa en un Centro de Formación del Profesorado de Madrid, al que siguieron otro en la Universidad Complutense o en colegios públicos gracias a un acuerdo con la Xunta de Galicia.  

Para ellas la clave no está en la tecnología, sino en el uso constante de preguntas interesantes que reten a los alumnos. Ponen un ejemplo. En una clase de matemáticas puedes captar la atención de los estudiantes al anunciar que con los polinomios se mejora la resistencia de las casas. "Los buenos profesores conectan la enseñanza con buenas preguntas y, aunque parece obvio, hay que mostrárselo", cuenta Casanova. Ellas con sus alumnos de Secundaria enseñaban gramática a través de las "tipologías de personalidad". "Se trata de encontrar un vínculo con la realidad. Les enseñábamos que el usa mucho el pero es adversativo. Eso ayuda a entender".

Análisis de la timidez

Timidez: historia de un malentendido (con modestas soluciones)
El anecdotario del apuro no es tan conocido como el de la audacia, pero su interés es mayor que nunca en esta época de intimidad retransmitida a todas horas

CARLOS ZÚMER

Madrid 13 FEB 2018 - 19:05 CET

La palabra latina solitudo significa soledad, pero también desierto. El explorador británico Alexander Kinglake estuvo vagando por el Sinaí durante días hasta que se cruzó con otro explorador, también inglés. Sólo se tocaron un momento los sombreros. Nadie en su país, sin embargo, se habría sorprendido demasiado ante una escena tan escueta. La introversión británica celebró la inauguración, algunos años después, en 1840, de la era de la privacidad postal. No había hasta entonces sellos, sobres cerrados ni buzones en las ­calles. El postmaster de cada pueblo dejó de ser la fuente oficial de cotilleos y la timidez encontró por fin su desahogo epistolar.

Es un reto seguir la pista de la introversión en la historia. Deja escaso rastro y sus estragos suelen esconderse bajo todo tipo de malentendidos. El futbolista norirlandés George Best, por ejemplo, figura como modelo de deportista disoluto en los años sesenta y setenta, pero detrás de sus vicios y sus espantadas (una vez no se presentó en la concentración de Irlanda de Norte y se escapó a Marbella, donde le dijo a un periodista que ya se había retirado), Best escondía una timidez atroz que le impedía, si no llevaba una copa encima, llamar para reservar mesa en un restaurante. "Nunca he superado mi timidez", dijo años después en su autobiografía. En el campo nunca fue un problema.

Joe Moran, historiador cultural detrás del libro Shrinking Violets (violetas que se encogen, por la forma cohibida de erguirse de estas flores), rastrea el origen y el desarrollo de la timidez en la historia de los pueblos y países y en biografías grandes y pequeñas. El recorrido es apasionante: desde actores que sobrevivieron a las playas de Normandía, pero se rindieron al pánico escénico, hasta el extraño caso del carisma del gélido Charles de Gaulle. A Charles Darwin, padre del naturalismo moderno, no le pasó en absoluto inadvertido este "extraño estado mental, la rara capacidad de autoatención" o de autopensarse del sapiens sapiens. ¿Qué sentido evolutivo podía tener una forma compulsiva de vacilación?

Los biólogos hablan de una selección natural fluctuante entre ejemplares tímidos y extrovertidos. Entre salamandras, por ejemplo, las valientes tuvieron más posibilidades de imponerse a los depredadores, pero los especímenes más observadores y menos impulsivos se expusieron a menores riesgos. La introversión y la extroversión son, por tanto, un cierto código binario evolutivo, los ceros y unos que han jalonado el desarrollo zigzagueante de las especies. También la de los humanos.

Adviértase que las pinturas rupestres, en su mayoría, se encuentran en lugares profundos de las cuevas. Apuesta la zoóloga autista Temple Grandin que el arte nace, posiblemente, de homínidos aburridos de estar alrededor del fuego y de oír presumir sobre caza a los machos alfa. Imagina Grandin que algunos antepasados algo diferentes debieron levantarse en algún momento y aislarse de la tribu, "aspergers sentados en el fondo de una cueva". Joe Moran lo llama el momento de la "explosión creativa". Miles de años después, algunas sociedades han visto sedimentar esa tibieza social como parte reconocible de su idiosincrasia.

La primera vez que se usó en inglés la palabra timidez (shyness) fue en el siglo XIII para referirse a caballos que se asustaban fácilmente. Seiscientos años después, los cocheros anglosajones eran conocidos por una práctica que chocaba a los extranjeros: no dirigir la palabra a sus equinos. Por su parte, en Suecia, Ingmar Bergman no entendía de niño por qué nadie lloraba en los funerales, hasta que por fin muchos lo hicieron a moco tendido (sobre todo inmigrantes de primera generación, no tanto nativos) cuando asesinaron a balazos al primer ministro Olof Palme.

Para los psicólogos, un factor distingue al simple introvertido del tímido: el sufrimiento. Un sufrimiento derivado del miedo al rechazo y al ridículo. "Sentirte horriblemente invisible la mayor parte del tiempo y horriblemente visible el resto", dice el autor de Shrinking Violets. La psicóloga y divulgadora en radio y televisión Pilar Varela, que publicó en 2008 Tímida-mente, lo resume con sencillez: "El introvertido no habla porque no quiere y el tímido no lo hace porque no puede". El doctor Henry J. Heimlich, en la descripción de su famosa maniobra de emergencia, aseguraba que "a veces, una víctima de atragantamiento siente vergüenza por lo que le está pasando y se va del sitio sin que nadie se dé cuenta. En un lugar cercano perderá el conocimiento y, si nadie le encuentra, podrá morir o sufrir daños cerebrales irreversibles".

La timidez como desorden emocional no fue materia posible para las aseguradoras médicas estadounidenses hasta que apareció en el llamado Manual diagnóstico y estadístico de desórdenes mentales. En su tercera edición (1980), la cuestión ocupaba apenas unos párrafos; en la quinta (2013), siete páginas completas. Hoy el asunto llena estanterías enteras y da trabajo a terapeutas de todo el mundo. Según un estudio de 2011 del National Institute of Mental Health estadounidense, casi uno de cado ocho adolescentes de EE UU presenta el cuadro característico de la denominada fobia social.

Desvitualizar el mundo

Cabe preguntarse si, como advirtió el investigador Philip Zimbardo (responsable del famoso experimento de la cárcel de Stanford), las nuevas tecnologías pueden abocarnos a una "edad de hielo de la no-comunicación". Paradojas como el alone together (conectados pero solos) de la socióloga best seller Sherry Turkle encarnan la contradicción de una sociedad que se expone más que nunca, pero que lo hace con termostato. Regulamos nuestras relaciones en función de diferentes estrategias y elegimos, por ejemplo, un e-mail en lugar de una llamada de teléfono, o un simple whatsapp antes que una respuesta en persona. "Lo que está claro es que las relaciones personales son insustituibles", responde Pilar Varela al ser preguntada por el riesgo de que las nuevas generaciones sufran, al empezar a desvirtualizar su mundo. Por ejemplo, cuando inician su vida laboral.

Ya sean jóvenes o mayores, alguien con problemas de timidez se hace la misma pregunta que un paciente de psoriasis o uno con vértigo: ¿tiene remedio? No hay una respuesta tajante. "Si la timidez no es solucionable, sí es, al menos, muy manejable", asegura Varela, que advierte de que, en realidad, todos tenemos algunas conductas de timidez: la clave reside en conseguir, mediante diagnóstico y entrenamiento, no convertirlas en conductas incapacitantes. Por su parte, Joe Moran tiene una frase contra milagreros: "Todas las personas sobre las que he escrito en este libro eran tímidas tanto al principio como al final de sus vidas". De Bobby Charlton a Oliver Sacks. De Alan Turing a Nick Drake.

Lo ilustra bien una anécdota de Agatha Christie. En la cresta de su éxito editorial y teatral, Christie acudió feliz a una gran fiesta en su honor en el hotel Savoy de Londres. Pasó, sin embargo, más de una hora sin atreverse a cruzar el umbral de la puerta. El portero no la había reconocido y le negó el paso. Ella no se atrevió a identificarse. "Aún tengo la sensación de que pretendo ser escritora", dijo en su autobiografía 20 años después.