martes, 25 de septiembre de 2018

Breve historia de la prohibición del humor

Javier Bilbao, "Humor, Ocio y Vicio. Breve historia de la prohibición del humor", en JotDown

Que tras contar un chiste no se ría nadie no es lo peor que uno puede esperar. Sótades de Maronea allá por el siglo III a. C. escribió unos versos humorísticos sobre ciertos aspectos de la vida sexual de Ptolomeo II y acabó encerrado en una caja de plomo y tirado al mar. Hay gente que no encaja bien las bromas. Especialmente cuando ostentan algo de poder, siempre tan necesitado de un aura de pompa y solemnidad. Así que no es de extrañar que a menudo la sátira y la caricatura hayan sido prohibidas y sus autores generalmente acabaran cayendo en desgracia, como veremos con algunos ejemplos.

Probablemente El nombre de la rosa es la mejor descripción que se haya hecho nunca de esa capacidad subversiva del humor. Como recordarán si han leído el libro o visto su fascinante adaptación al cine, a finales del año 1327 el erudito y audaz franciscano Guillermo de Baskerville llega acompañado de su novicio a una abadía en la que están sucediéndose una serie de crímenes. Durante su investigación nuestro protagonista acude al scriptorium, donde tendrá una disputa dialéctica con el bibliotecario ciego Jorge de Burgos (en evidente alusión a Jorge Luis Borges). Este sostiene que la risa sacude el cuerpo, deforma los rasgos de la cara, hace que el hombre parezca un mono. La risa es signo de estulticia y hay que evitar los chistes como si fuesen veneno de áspid, concluye, puesto que Cristo no reía y además la risa fomenta la duda. Pero Guillermo no puede estar más en desacuerdo: no hay constancia de que Cristo riera pero tampoco de que no lo hiciera. La risa es signo de racionalidad, asegura, sirve además para confundir a los malvados y poner en evidencia su necedad. Esta primera discusión es una buena pista de la causa última de todas las muertes ocurridas en la abadía, debidas a que Jorge quería mantener a toda costa oculto el libro segundo de la Poética de Aristóteles. Una obra sobre la que hay varios indicios de que existió realmente y que estaba dedicada a analizar la comedia y su capacidad catártica en el espectador. Tal como dice en su discurso final, una vez desenmascarado por la investigación de Guillermo:

La risa distrae, por algunos instantes, al aldeano del miedo. Pero la ley se impone a través del miedo, cuyo verdadero nombre es temor de Dios. Y de este libro podría saltar la chispa luciferina que encendería un nuevo incendio en todo el mundo (…) Si la risa es la distracción de la plebe, la licencia de la plebe debe ser refrenada y humillada y atemorizada mediante la severidad. Y la plebe carece de armas para afinar su risa hasta convertirla en un instrumento contra la seriedad de los pastores que deben conducirla hasta la vida eterna y sustraerla a las seducciones del vientre, de las partes pudendas, de la comida, de sus sórdidos deseos. Pero si algún día alguien, esgrimiendo las palabras del Filósofo y hablando por tanto como filósofo, elevase el arte de la risa al rango de arma sutil (…) si algún día alguien pudiese decir: me río de la Encarnación… Entonces no tendríamos armas para detener la blasfemia.

Como vemos Jorge simplemente está intentando mantener el orden establecido. El poder de la Iglesia podía ser enorme, pero como todo poder necesita ser aceptado y/o temido por sus súbditos. Sin ese acatamiento final de la base social, la autoridad se desmorona. Dado que la sátira y la burla atacan tales cimientos este anciano bibliotecario podía ser perverso, pero desde luego no estaba loco. Algo parecido debía pensar el emperador Septimio Severo cuando mandó ejecutar a varios senadores, según se recoge en Historia Augusta:

Eran condenados a muerte en gran número, unos por haber hecho algún chiste, otros por haberse callado, algunos por decir cosas de doble sentido como «he aquí un emperador que hace honor a su nombre, que es verdaderamente Pertinaz, verdaderamente Severo».

Por su parte, el antiguo escritor de comedias Éupolis ridiculizó a Alcibíades en una obra titulada Baptae («Los que se zambullen») y este no encontró mejor forma de vengarse que haciendo que se ahogara en el mar. Pero no todos los antiguos reyes, generales y emperadores eran tan ceñudos y susceptibles. El emperador y filósofo Marco Aurelio tenía una esposa que le era infiel y él, lejos de tomar represalias, incluso favoreció la carrera de algunos de sus amantes, como uno llamado Tertulo. Según se cuenta en cierta ocasión se representó ante el emperador una obra cómica sobre un marido cornudo que preguntaba a su esclavo quién era el amante de su mujer, a lo que le respondía que Tulo. Dado que debía ser algo duro de oído le pedía que le repitiera el nombre, por lo que el esclavo finalmente replicó: «ya te lo dije tres (ter) veces, Tulo se llama». Bueno, esto contado en latín tiene más gracia. La cuestión es que a Marco Aurelio no le debió sentar mal, dado que el osado autor no solo conservó la cabeza, sino también su empleo. Y es que para que haya censura y prohibición previamente se requiere que haya autores lo suficientemente audaces o inconscientes. Tras la instauración de la Inquisición uno de ellos fue Quevedo, que sería denunciado a tal institución por su «indecencia del discurrir, la libertad del satirizar, la impiedad del sentir, y la irreverencia del tratar las cosas soberanas y sagradas». Sería en el siglo XVIII, con los ilustrados, cuando la sátira alcanza su apogeo. Autores como Voltaire y Diderot alcanzarían gran renombre en Francia gracias a sus agudezas, y de vez en cuando algún encarcelamiento, paliza y quema pública de sus obras por parte de las autoridades. Mientras que en Inglaterra, publicaciones como The Spectator y The Tatler buscarían lo que denominaban «true satire», en la que no se dirigían las burlas contra alguien en concreto con intención de difamarlo —a la manera de las actuales tertulias televisivas, para entendernos—, sino que el objetivo era abstracto y el tono moderado y basado en la racionalidad.

Con la llegada al poder de Napoléon vino también el cierre de las publicaciones satíricas francesas y fue precisamente un autor inglés, llamado James Gillray, el que lograría sacarlo de sus casillas con una parodia de su ceremonia de coronación. Le sentó realmente mal el dichoso dibujo, hasta el punto de prohibir la introducción de copias en el país y presentar una queja diplomática ante Londres. De hecho, unos años antes ya había intentado incluir una cláusula en el Tratado de Amiens para que los caricaturistas ingleses que lo retrataran fueran exiliados a Francia. Una vez reinstaurada la monarquía, Luis Felipe I pasaría por un mal trago equivalente cuando otro caricaturista, Charles Philipon, lo retrató con forma de pera (que en francés significa también bobo) en una revista llamada precisamente La Caricature. Los ejemplares fueron secuestrados por las autoridades y el autor llevado a juicio, donde se justificó diciendo que a quien realmente debían detener es a todas las peras de Francia, por parecerse al rey. Pasaría en total dos años en la cárcel a cuenta del chiste. La aprobación de leyes que requerían nada menos que la aprobación previa de la persona caricaturizada hacían que esta práctica se volviera realmente complicada. Pero las cosas siempre son susceptibles de empeorar.

peraLa llegada de los regímenes totalitarios del siglo XX llevarían estas preocupaciones hasta extremos en sí mismos involuntariamente cómicos. Tras la revolución soviética fue objeto de debate si las sátiras debían ser permitidas en el nuevo orden y, como era de esperar, la conclusión terminó siendo que no: dado que el sistema era perfecto la función de denuncia de la sátira ya no debía tener sentido. El nuevo código penal calificó las sátiras y los chistes como propaganda antisoviética penada con el gulag. Aun así siguieron contándose incluso aludiendo al propio castigo que suponía contarlos, como el referido a los trabajadores forzosos del canal entre el mar Báltico y el Blanco: «¿Quién cavó el canal? La parte derecha los que contaban chistes, y la izquierda, los que los escuchaban». Con la muerte de Stalin la situación mejoró, aunque ya en los años sesenta autores de sátiras como Valeri Tarsis fueron ingresados en centros psiquiátricos. Dado que el sistema era perfecto, quien lo cuestionase debía de estar loco. No cabía otra explicación. Mientras tanto, en la Alemania nazi, a partir de 1934 quedó prohibido difundir comentarios maliciosos, lo que incluía chistes contra el partido, el régimen o sus dirigentes. Aun así siguieron difundiéndose, o tal vez precisamente por ello, pues basta que no pueda bromearse con algo para resultar irresistiblemente gracioso. Pero las autoridades eran implacables y en 1943 una trabajadora resultó condenada a muerte por contar a una compañera el chiste: «Hitler y Göring están de pie, en lo alto de un radiotransmisor. Hitler dice que quiere dar a los berlineses un poco de alegría. Göring le replica: “¿Entonces por qué no saltamos desde la torre?”». Respecto a la situación en España durante el régimen franquista, poco podremos añadir a los innumerables estudios y comentarios en torno a su censura y a la existencia de figuras como Buñuel, Berlanga o Boadella.

Penas de cárcel o de psiquiátrico, palizas, asesinatos… ¿Y qué hay de la situación actual? Ahí está el ejemplo del caricaturista sirio Ali Ferzat, pero como no es cuestión de que hablando de humor acabemos deprimidos, recordemos también —por si alguien aún no lo conoce— uno de los más hilarantes discursos políticos que se han hecho durante los últimos años, obra de Stephen Colbert.

El autor desconocido denominado Pseudo-Jenofonte hacía una observación, hablando de la democracia ateniense, que me parece particularmente interesante: «No permiten que el pueblo sea objeto de burla en la comedia ni que se hable mal de él para que no se tenga mal concepto de ellos». Es decir, que cuando el poder pasa a manos del pueblo ya no está bien visto burlarse de él, puesto que la gente se dará por aludida y no tolerará ni una broma. La autoridad caprichosa de un tirano no pasa a ser sustituida por un paraíso de la libertad de expresión, sino por un enjambre de censores-ciudadanos no necesariamente más tolerantes. Personalmente, nunca deja de sorprenderme la inmensa provisión de gente dispuesta a indignarse muchísimo por cualquier ocurrencia. Desconozco si es que son los mismos que cada día se muestran airados por un motivo distinto o es que van turnándose, pero ya puedes bromear sobre un santo del siglo XII, una película candidata al Óscar, una exnovia imaginaria, un grupo de heavy o una facción política que inmediatamente surgirá algún lector que por la rabia que expresa parece sentirse él como persona directamente agredido. No sé cómo será en otros países, pero en España se diría que cada uno espera no solo respeto para sí mismo, cosa muy razonable, sino también una completa ausencia de burlas o chascarrillos en torno a cualquiera de sus aficiones, ideas, creencias, series favoritas o edificios de Calatrava que contenga su ciudad. La vida no es para reír, en definitiva. Lo peor de todo es que nuestra legislación ampara esta especie de sentido del ridículo hipertrofiado, como el artículo 525 del Código Penal que prohíbe «hacer escarnio de dogmas, creencias, ritos o ceremonias» de una confesión religiosa. Así que por ejemplo La vida de Brian difícilmente podría pasar ese filtro… y si lo hace entonces estamos ante una ley que se aplica arbitrariamente

lunes, 24 de septiembre de 2018

Historia crítica de la derecha española, de José Manuel Lechado

Reseña de Ramón Cotarelo publicada en su blog Palinuro, martes, 6 de marzo de 2012:

La incompetencia nacional.

Estupendo libro este de José Manuel Lechado (El mal español. Historia crítica de la derecha española, Hondarribia, Hiru, 2011, 480 págs). Ya el título encierra una ambigüedad, ignoro si querida o no, que coincide con su espíritu, porque no significa lo mismo según se tome "mal" como sustantivo y "español" como adjetivo o "mal" como adjetivo y "español" como sustantivo. Son dos significados en órdenes completamente distintos pero ambos claros en los valores que presuponen. Ciertamente el título anuncia y el libro trata del mal que es propio de España, específico suyo, lo genuinamente español.

No es una historia en un sentido académico de investigación historiográfica sino un relato que podríamos llamar militante, interpretativo del devenir de España según un enfoque de izquierda y de carácter divulgativo. La lectura trae al ánimo el eco de la tradición arbitrista, al menos la de la segunda hornada, la regeneracionista. Recuerda El problema nacional de Macías Picavea y se inserta en la tradición de Los males de la patria, de Lucas Mallada. ¿En qué se parecen? En que todos buscan una explicación para la decadencia de España porque todos coinciden en que está en decadencia. Lechado la da ya prácticamente por liquidada y augura su implosión a lo largo del siglo XXI en las unidades previsibles de Cataluña, País Vasco, Galicia y quizá otras menos previsibles.

Es decir, el libro está en la tradición arbitrista por el hecho de buscar y haber encontrado la causa de la postración de España que reside en la fabulosa incompetencia de sus clases dominantes, su falta de patriotismo, de sentido nacional, su egoísmo, su cortoplacismo, su ignorancia, su grosería y, en definitiva, su estupidez. Todos epitetos que se encuentran en el texto y no son los únicos. El autor dice estar indignado y escribe con verdadera pasión, pero muy bien, con un estilo elegante, culto, conversacional, que atrapa al lector desde el principio y le hace leer la obra de corrido, como si fuera una novela. Cosa que en buena parte es, una especie de gran novela dickensiana cuya protagonista, una infeliz España, vive una vida de humillación, miseria y explotación que dura quinientos años a manos de quienes tradicionalmente no han sabido sino desgobernarla a causa de su egoísmo y su estulticia.

Mi alto juicio sobre el libro no procede solamente de su estilo sino, sobre todo, de su contenido con el que estoy de acuerdo. España no ha conseguido cuajar como nación ni como verdadero Estado por la inutilidad, el carácter antinacional de su clase dominante tradicional y la cobardía y cortos vuelos de las políticas burguesas liberales. La vieja tesis marxista (Lechado parece orientarse mucho en la historia a través de la obra de Tuñón de Lara) de la especificidad de España por no haber hecho la revolución burguesa emerge de nuevo aquí y, si no la principal, sí es una de las causas de la ruina nacional que, después del 98, culmina con el franquismo del que la IIª restauración no es más que una prolongación plana y pobre de espíritu.

Al propio tiempo, también la izquierda española (que no es objeto del libro pero sobre la que se habla mucho) ha probado ser consistentemente inepta, si bien es cierto que se le reconocen condiciones más difíciles y, en función de la ideología del autor, se le atribuyen intenciones nobles. Todo lo cual no impide que el resultado de su acción haya sido siempre desastroso, como también lo es el de la derecha si bien no para ella misma que suele prosperar en el desastre que sistemáticamente provoca. La izquierda en cambio queda afectada por el desastre de su acción y se hunde con él.

En definitiva, la tesis del libro es que España es un fracaso como Estado prácticamente desde su fundación que sitúa en 1492, no sin dejar de recordar que ese hecho portentoso del nacimiento de España como Estado, dependió de una pura contingencia. Si Fernando el Católico, viudo de Isabel y casado en segundas nupcias con Germana de Foix, veintitantos años más joven que él, hubiera tenido con ella descendencia masculina, no habría habido unión de Castilla y Aragón ni, por lo tanto, España. El caso es que el Estado ya nace con mal pie, empieza por expulsar a los judíos y adopta luego a lo largo de los siglos y como si fuera una maldición todas las decisiones equivocadas que se puedan adoptar en el orden interno y en el internacional porque no se adoptan en interés del Estado sino de la clase de señoritos cortijeros, nobles estirados. inútiles y empobrecidos, burgueses ennoblecidos que lleva siglos administrándolo como si fuera su cortijo; en interés de la sempiterna derecha, cruz con la que parece tener que cargar España a lo largo de su triste historia igual que los suizos con la de ser un país montañoso o Finlandia la de ser frío.

Lechado resume su tesis de la incompetencia general del país en una observación absolutamente cierta que se repite a lo largo de la obra: el ejército español no sirve para nada porque jamás ha ganado una guerra (pp. 150, 308) como no sea contra su propio pueblo. Pero para eso sí sirve. Y por ello mismo, ha sido un molesto protagonista de la vida política española en todo el siglo XIX y buena parte del XX con dos dictaduras, una de ellas de cuarenta años. A esta continua injerencia militar en la política, característica española que heredarán las "naciones hermanas", dedica el autor bastante atención, centrándola luego en el "africanismo" del ejército. Resulta curioso que otros países hayan conocido épocas de llamado "militarismo" (por ejemplo, el Japón) , pero el término no se haya aplicado nunca a España a pesar de la continua presencia de militares en la política. Quizá se deba ello a que, en el espíritu del libro, los militares españoles no sirvan ni para establecer su propio régimen.

Todo esto forma parte la historia que se cuenta y que lleva su ironía al extremo de detectar que es el triunfo máximo y omnímodo de la clase dirigente en el franquismo precisamente el que causa "la desaparición de España como nación y como Estado soberano en sentido político, económico, social y cultural." (p. 291). No se anda luego el autor con circunloquios a la hora de enjuiciar los acontecimientos posteriores: la transición fue un "bonito remate de la victoria de 1939" (p. 348), el "felipismo" que es "corrupción más sometimiento al capitalismo internacional más conservadurismo político socialdemócrata de 1982 a 1996 y terrorismo de estado." (pp 397/398) ha "acabado con la izquierda" (p. 399). Aznar significa "patrioterismo castellano, catolicismo a ultranza, sueños imperiales, chulería, derroche y culto al líder" (p. 409). Finalmente, la situación es calamitosa pues el PP y el PSOE son inindistinguibles, dos agencias de colocación (...) encargadas por turnos de la gestión del protectorado español" (p. 431). Lo del "protectorado español" tiene su miga.

Discrepo de la igualación entre el PP y el PSOE (aunque es evidente que ese riesgo -para el autor una realidad patente- existe) y de la evaluación final del "felipismo" así como de la valoración negativa que hace de los matrimonios de homosexuales pero, en todo lo demás, suscribo por entero un libro de lectura muy recomendable.

Fecudnidad y utilidad de las humanidades

Adela Cortina, Fecundidad y utilidad de las humanidades, en El País, 24 de sept. de 2018:

Las Humanidades proporcionan beneficio económico y diseñan marcos de sentido que permiten a las sociedades comprenderse a sí mismas y orientar cambios hacia un auténtico progreso

El escaso aprecio por las Humanidades que suelen mostrar quienes diseñan planes de estudios y financian proyectos de investigación tiene su origen sobre todo en la convicción de que no ayudan a incrementar el PIB de los países, no resultan rentables, a diferencia de las ciencias y las tecnologías, que son fuente de innovación y riqueza. Fomentar la investigación y la docencia en estos campos sería, pues, prometedor, y relegar las Humanidades, dada su inutilidad, una buena medida.

Pero lo curioso es que en dar por bueno que las Humanidades son saberes inútiles coinciden sus detractores y buena parte de sus defensores, con la diferencia de que estos últimos atribuyen su grandeza a su presunta inutilidad: a la utilidad de lo inútil, por decirlo con el título del libro de Nuccio Ordine. Un buen número de clásicos de la filosofía y la literatura coinciden en subrayar que la sublimidad de lo inútil consiste en no estar al servicio de otras metas, sino en valer por sí mismo, como ya avanzara Aristóteles al referirse a la Filosofía Primera: “Así como llamamos hombre libre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única ciencia libre, pues ésta sola es para sí misma”.

Sin embargo, y a pesar de la belleza del texto, las cosas no son tan simples. Por muy atractivo que sea el discurso sobre la superioridad de los saberes inútiles, resulta ser que las Humanidades son también útiles, pero tienen la peculiaridad de conjugar la utilidad con lo que cabría llamar “fecundidad”. A mi juicio, conviene reservar el término “utilidad” para las actividades que valen porque sirven para otras cosas, y recurrir al término “fecundidad” para los saberes que valen por sí mismos y, precisamente por eso, promueven la formación de las personas, el cultivo de la humanidad.

Se adjudican a las ciencias descubrimientos que proceden del campo humanístico

En este sentido, es aconsejable acudir a textos como el de Rens Bod A New History of the Humanities, en el que defiende que las Humanidades también han contribuido al progreso económico y han resuelto problemas concretos. Según Bod, lo que sucede es que se han escrito muchas historias de la Ciencia destacando sus logros para el bienestar de la humanidad, pero no se han escrito historias de las Humanidades en su conjunto. Si conociéramos esa historia, nos percataríamos de que sus visiones han cambiado el curso del mundo, lo cual —a mi juicio— es sin duda un síntoma claro de fecundidad, pero además muchas de esas concepciones han tenido aplicaciones muy concretas que han permitido resolver problemas. Es el caso de descubrimientos como el de Panini, hacia el 500 antes de Cristo, de que el sánscrito está basado en una “gramática”, lo cual contribuye al desarrollo de los primeros lenguajes programados muchos siglos después; por no hablar del crucial descubrimiento de la piedra de Rosetta. Pero como la Historia de las Humanidades no se conoce, se adjudican al haber de las ciencias un conjunto de descubrimientos que proceden del campo humanístico. Por eso el afán por distinguir y separar ámbitos, que se refleja en los planes de estudios y en los campus universitarios, más se debe a un interés burocrático y administrativo que a un interés por ajustarse a la realidad del saber.

En efecto, en nuestro momento se transfiere conocimiento humanístico en productos cinematográficos, discográficos, audiovisuales, editoriales, en museos, fundaciones, en centros responsables de educación, en asuntos referidos al patrimonio histórico-artístico, al turismo o a los medios de comunicación. Grupos de arqueología trabajan con empresas de la construcción, gentes de filosofía elaboran índices que permiten medir la calidad de las organizaciones.

Todavía en este ámbito de la utilidad conviene recordar que cada vez más los jóvenes prefieren tiempo de ocio para disfrutar de relaciones familiares, amistosas y diversiones, a trabajar sin descanso para lograr una mejor posición económica; prefieren tener derecho al uso que poseer. Algo está cambiando en este sentido, y sucede que la cultura del ocio, en la que tan implicadas están las Humanidades, es también una fuente de riqueza económica cada vez mayor.

Las Humanidades son, pues, también productivas como saberes que contribuyen directamente al aumento del PIB de los países; una contribución que crecerá día a día.

Sucede que la cultura del ocio es también una fuente de riqueza económica cada vez mayor

Con todo, no es ésta su principal aportación al progreso en humanitas, sino la que vienen proporcionando desde sus orígenes en el campo de la formación. Porque ayudan a conocer reflexivamente la historia para poder encontrar el propio lugar en el mundo, la historia de cada país y la del género humano, que es ya sin duda intercultural. Permiten detectar en ella qué tendencias queremos cultivar desde los valores morales que preferimos, desde los principios éticos por los que debemos y queremos optar. Despiertan el espíritu crítico para arrumbar fundamentalismos y dogmatismos desde un uso público de la razón, propio de sociedades abiertas. Ayudan a forjar la propia conciencia, en diálogo, pero sabiendo que al fin es preciso asumir las propias decisiones y responsabilizarse de ellas. Orientan las investigaciones científicas y las aplicaciones técnicas desde principios éticos. Promueven la formación de profesionales, conscientes de las metas de su profesión. Propician el cultivo de la humanidad, del que hablaba Herder, la formación y no la mera instrucción, desarrollando la capacidad del juicio y del buen gusto, que abre la base de la comunicabilidad universal. Fomentan la imaginación creadora que nos permite trasladarnos a mundos nunca vistos y potenciar el sentimiento de simpatía por el que nos ponemos en el lugar de cualquier otro. Hacen posible superar la trampa del individualismo, que es falso, y fomentar el reconocimiento recíproco de los seres humanos como personas, haciendo patente que somos en relación. Colaboran en la tarea de sentar las bases de democracias auténticas, desde una ciudadanía madura, a la vez local y cosmopolita.

Carece, pues, de sentido afirmar que las Humanidades no influyen en el progreso humano. Por el contrario, son útiles, proporcionan beneficio económico, han sido y son fuente de innovación, porque ofrecen soluciones para problemas concretos, que se traducen en “transferencia del conocimiento” al tejido productivo; y sobre todo son fecundas, porque diseñan marcos de sentido que permiten a las sociedades comprenderse a sí mismas y orientar cambios hacia un auténtico progreso, propiciando el cultivo de cualidades sin las que es imposible alcanzar la altura humana a la que las sociedades democráticas se han comprometido.

Fomentarlas y articularlas estrechamente con las ciencias y las tecnologías, es una de las claves del buen desarrollo humano

domingo, 23 de septiembre de 2018

De tiranías (I)

Decía el ensayista siciliano Vincenzo Consolo que los dictadores nacen del fracaso. Y esa es la sensación que produce la lectura del Diccionario de tiranos (2016) de José Manuel Lechado. El autor de El mal español: historia crítica de la derecha española (2011) y de La globalización del miedo (2005) pasa revista a un dantesco regimiento formado por sátrapas de la mítica Babilonia, tiranuelos griegos y toda la piara de cabezas coronadas, generales y espadones cubiertos de medallas en ardua lucha contra sus propios pueblos... Como no se merecen la inmortalidad de los libros y de la cultura, tratan ellos mismos de perdurar a base de monumentos, panoplias y desmanes, dejando un legado de dolor, de ignominia y a veces incluso de ridículo.

Se ve que el autor sabe no solo escribir, que ya es algo, sino pensar. Copio aquí algunas de sus conclusiones.  "El autoritarismo aparece, se mantiene, perdura y sobrevive  porque es lo más fácil... una vez que se crea el Estado". Solo después de él. El mono dominante, con menos pelo pero el mismo talento, reaparece una vez que lo difícil ha sido hecho. Así que la tiranía no es exclusiva de países pobres y atrasados: suele ocurrir que cuanto más complejo sea el gobierno de un país más fácil es que un matón más o menos imbécil lo dirija. La pereza, la inercia, la dilación son los aliados de la dictadura. Todas las modalidades del fracaso, en fin. Resulta más sencillo dejarse guiar, ser una oveja en la Granja de animales de Orwell que un caballo que tira del carro. Balar a lo que siempre dice el que manda.

La pereza y la inercia han sido y son las grandes directoras del devenir humano; no se mide con los éxitos, siempre más aparentes, sino con las oscuridades, las omisiones y las cifras de muertos de los que nadie se acuerda; esto afecta tanto a los administrados como al líder. "Los gobiernos, en general, tienden a la esclerosis, pero el del tirano mucho más. La tiranía es siempre ineficaz por definición, ya que su función casi única consiste en mantener la superestructura del poder que favorece a los privilegiados" (p. 14).

Las armas principales de la tiranía son la injusticia, el abuso, la arbitrariedad y la violencia. A estas se añaden el nepotismo, la corrupción y el terror. "Hay quien se refiere a la tiranía como la gestión del Estado fuera del Derecho, pero es un error: nadie legisla más y se atiene más a Derecho que las tiranías, ya que el Derecho se inventó para justificar el dominio de unas personas sobre otras". La tiranía procede de dos fuentes: la herencia y la usurpación. "El tirano heredero suele ser un gestor de circunstancias recibidas, mientras que el usurpador crea su propia pesadilla". La tiranía no tiene lugar en las sociedades nómadas, sino en las sedentarias que reclaman más "vagancia", porque solo en ellas se desarrolla el concepto de propiedad.

Un tirano necesita un equipo que maneje la tramoya del escenario donde debe brillar. Alfonso X el Sabio, fundador de esta ciudad, antes villa, mandó escribir que es un tirano aquel que con el pretexto del progreso, bienestar y prosperidad de sus gobernados, sustituye el culto de su pueblo por el de su propia persona. Pero hay muchas modalidades: locos, viciosos, elegidos de Dios, déspotas mesiánicos, teócratas, tiranos ascéticos, militares salvapatrias y títeres de imperios y grandes potencias. "Quizá la única característica común de los tiranos es la plena convicción de estar haciendo lo correcto, pues todos son grandes moralistas, incapaces de ver sus propios errores, porque 'no los hay'". Las tiranías de religión única fueron sustituidas por despotismos de partido único, pero estos últimos son peores, porque el discurso religioso suele incluir un sentido moral, cualquiera que este sea, mientras que la ideología, al ser "científica", sirve para justificar las aberraciones y brutalidades más terribles; pero para quien sufre ambas tanto da la Inquisición como la Okrana, el KGB o la CIA.  Como remata Alfonso X, "tyrano es el que ama más su pro, tomando el señorío que era derecho en torticero". Cicerón y Santo Tomás indican que es obligación moral matarlo. Pese al respeto que siento por estos autores, no estoy de acuerdo: basta con encerrarlos en prisión con las leyes previas a su corrupción, porque la violencia siempre ha sido privativa de la tiranía.

Los gobiernos autoritarios han esgrimido también pretextos menores para justificar atrocidades concretas: la razón de Estado para el jefe y la obediencia debida para el subordinado. La razón de Estado es el subterfugio para justificar la represión y los crímenes políticos. Y no solo en las tiranías. Se trata de convencer a la opinión pública de que las detenciones ilegales, las torturas o los asesinatos se hacen por el interés del país y muy a disgusto de los funcionarios encargados de estas prácticas que remiten a la idea genérica, y muy socorrida, de un "mal menor" hecho "en nombre del bien común". En este caso no es  raro que el tirano y sus cómplices asuman esta tarea como una "penitencia", algo que hacen a disgusto, porque no tienen más remedio. Remitirse a una "razón superior" es probablemente la justificación criminal más antigua que existe, sea esta superioridad la de los dioses, el pueblo, la raza o la patria, lo mismo da que da lo mismo.... y de paso se quedan con el dinero y las propiedades de las víctimas. La obediencia debida ha librado de la cárcel  criminales reconocidos que lucían con orgullo un pecho lleno de entorchados y medallas. Pero la verdad es mucho más simple: una religión o una ideología no valen lo que una sola vida y alma humana. Es esta una verdad muy dura pero insoslayable que si se asume basta para desarmar todas las maquinaciones malignas. Pero quien se niega a ser ejecutor suele convertirse en víctima o paria, como suele ocurrir con los ejemplos más dignos de la especie humana.

La tiranía se ejerce también con cara de democracia. Lechado distingue cuatro: las falsas democracias como las del decimonónico turnismo de partidos en España, el México postrevolucionario, las democracias populares de inspiración soviética, la "democracia orgánica" franquista o la "democracia dirigida" de Sukarno ; la democracia restringida, que hace apartheid de un grupo concreto de sirvientes, esclavos, mujeres, pobres o extranjeros, como actualmente en Israel o antaño en Sudáfrica, en la Atenas clásica o en el estado confederal sudista; actualmente los retrocesos de Reagan, Thatcher, Bush, Blair y Merkel pretenden volver a este tipo de democracia; y la democracia conculcada: cuando accede al poder el tirano por medios democráticos, como Hitler. Entonces tiene lugar un proceso de "conducción" al despotismo por medio de ethos y pathos (sin nada de logos) que utiliza el miedo al terrorismo y a la crisis económica (aporofobia). Este proceso configura una ideología excluyente y unas leyes draconianas que van acentuando la paulatina pérdida de derechos ciudadanos. Son ejemplos los nacionalistas de toda laya. Por último, quizá la menos mala, el presidencialismo, con muchos ejemplos en América, cuyos males se proyectan al interior y sobre todo al exterior mediante servicios secretos que funcionan como verdaderas policías políticas causando más males de los que solucionan; así funciona por ejemplo la sustitución del demonio comunista por el yihadista, algo que permitió dar respiro a la industria armamentística tras la caída de la URSS: la guerra es uno de los principales negocios del capitalismo. De hecho, es el negocio que protege los otros negocios.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Curiosidades sobre las Terreras y el siglo XVIII ciudarrealeño

Mi primera noticia sobre las Terreras vino cuando estudiaba en el instituto. A uno de mis compañeros las monjas le dejaban pasar, previa campanilla, al palomar del convento. Y es que desde antiguo solo gozaban de este tipo de criaderos los que poseían ejecutoria de hidalguía (por eso dice Cervantes que Alonso Quijano comía "algún palomino de añadidura los domingos");  escarbando algo he visto que desde la Edad Media el privilegio señorial se extendía a las fundaciones religiosas; en 1552 se le llamaba “derecho de palomar”. En el Lazarillo, el escudero cuenta que uno suyo “a no estar derribado como está, daría cada año más de docientos palominos”, con lo que apoyaba sus pretensiones de hallarse entre “los más altos”.

El hidalgo pobre era un motivo folklórico. Inspiró a Cervantes su celebérrimo personaje, e instaló en nuestra literatura un tema que ya no nos abandonaría: la pobreza. Algo a lo que no se dedican tesis en nuestro país por clasismo y aporofobia. A título de curiosidad, por si le puede valer al señor Cantero, quien ha poco ha publicado un libro sobre vestimenta regional, mencionaré de paso que los hidalgos manchegos usaban paño de grana blanca para hacer sus capas de lujo, como cuenta el docto primer comentarista manchego del Quijote Juan Calderón Espadero, al que le van a hacer un programa en "La 2" al que me han invitado para entrevistarme. Aclaro que la grana era un tipo de insecto, otras veces llamado cochinilla, del cual se extraía un tinte de añil (y otros colores) cuya variedad específica servía para teñir de blanco ese paño.

Pasó el tiempo. Descubrí que el párroco de Santiago que atendía ese convento a fines del siglo XVIII era un cura ilustrado que escribía artículos y poemas en el Semanario de Salamanca a fines del siglo XVIII bajo el pseudónimo de "Lidoro". En alguno de ellos escribe que poseía en las Terreras un despacho con libros; de ellos solo menciona la segunda edición (1789) de la Poética de Ignacio de Luzán, la más severamente neoclásica al haber sido corregida y aumentada por Llaguno; por otras inferencias debía tener además las Poesías (1785) de su vate más estimado, Juan Meléndez Valdés. "Lidoro" llegaría luego a dirigir el Hospicio de Ciudad Real durante la ocupación francesa; allí tenía varios cuadros, uno de ellos un retrato de Carlos III, regalados por su ilustrado amigo, el funcionario de rentas reales José Boada. Este hombre, de origen catalán, por cierto, era pintor aficionado y uno de sus hijos llegaría andando el tiempo a ser alcalde de la ciudad ya en el siglo XIX. 

Mientras andaba enfrascado reuniendo y editando los artículos y poesías de Lidoro repasé los libros de defunciones de la parroquia de Santiago. Mi intención era conocer en qué tiempo había llegado el párroco allí, y me sorprendió encontrar continuamente monjas muertas sobre la misma estación. Se debía a las epidemias de tercianas que provocaba la laguna que había donde estaba el antiguo instituto masculino. El pobre párroco, cuyo carácter bonachón (y testarudo) asimilé leyendo y editando sus obras, me  contó que en las Terreras solía inspirarse para escribir inhalando rapé (tabaco en polvo), entonces considerado medicinal. En uno de sus primeros artículos escribió que se sentía muy aburrido en una "cueva de Montesinos" como Ciudad Real; el tedio le hacía inventar fantasías como Don Quijote, en este caso poesías pastoriles y artículos que enviaba como colaboraciones al Semanario de Salamanca. Incluso una historia de Ciudad Real en verso que era lo único que se conocía sobre él en el XIX y XX hasta que yo logré descifrar quién se ocultaba bajo el pseudónimo de Lidoro. Había por entonces algunos abogados y eclesiásticos ciudarrealeños muy ilustrados, como el viajado astrónomo Salvador Jiménez Coronado, que escribió unos extensos Pensamientos sobre la educación pública de la juventud, inéditos todavía (ojalá a alguno de los ilustres profesores de la facultad de Magisterio se les ocurra editarlos: están fechados en Madrid, 15 de junio de 1793, y pueden leerse en el Archivo Histórico Nacional). Cita a casi todos los teóricos sobre la materia, incluidos Locke y Rousseau, aunque es de sesgo fundamentalmente helveciano. Resulta típico que este trabajo no haya interesado todavía a ningún investigador manchego, sino solo a un coreano, Kim Suyeon; pero ya sabemos que Corea del Sur tiene mejores institutos y universidades y, por supuesto, mejores facultades de magisterio que Ciudad Real.

"Lidoro" se llamaba Sebastián de Almenara Pablo; averiguarlo me llevó cuatro años de juntar piezas de rompecabezas y de labores, como se suele decir, detectivescas. Nació al parecer en Belmonte del río Perejil, llamado después Belmonte de Calatayud y actualmente Belmonte de Gracián (por ser patria chica del famoso escritor conceptista barroco), provincia de Zaragoza, antes de 1752. Sus padres fueron Silvestre Almenara y Bárbara Pablo y Pérez; murió desterrado por afrancesado en Agudo, provincia de Ciudad Real, el 16 de octubre de 1811. Jara, que es el que parece más informado y a quien todos los demás siguen, le da el título de doctor en teología y dice que vino de fuera. A la ciudad manchega llegó al parecer en diciembre de 1775 o en 1777, siempre según el canónigo Jara. Allí fue párroco por oposición de su Iglesia de Santiago Apóstol, en la que levantó una bóveda neoclásica para cubrir la techumbre mudéjar y adosó dos panteones, ahora desaparecidos; es más, restauró la ermita de Santa María la Blanca, obra que concluyó en 1779.

Su  primera obra fue un  Compendio de historia de Ciudad Real escrito en silvas que a su muerte quedó manuscrito y fue impreso en Ciudad Real en el folletín de La Atalaya entre 1870 y 1871 por el padre Jara (del que habría mucho que hablar; fue un gran y erudito filólogo, cuyos cuarenta volúmenes de obras, si mal no recuerdo, se han perdido, lo que resulta especialmente doloroso en especial por un Diccionario crítico y consultado de escritores españoles de su época que hizo escribiéndose con ellos. Solo ha quedado uno de esos tomos y los resúmenes de los otros que ofrece en su libro biográfico de 1915 Pedro Fabo). Durante la Guerra de la Independencia se le llamó afrancesado por haber escondido en su casa de las furias populares al Corregidor y a su hijo el 9 de agosto de 1808 y por haber sido recomendado como vicario eclesiástico interino durante el dominio de José I, aunque fuera nombrado legalmente como tal por el arzobispado afrancesado suplente; con eso, y con las intrigas que nunca faltan de los aspirantes "legales" al cargo, hubo bastante para que en 1810 se le sustituyese por Esteban Sánchez de León y se le desterrase a Agudo, donde murió el 16 de octubre de 1811. Escriben sobre él los padres Inocente Hervás y Buendía y, sobre todo, el agustino recoleto secularizado Joaquín de la Jara, en la nota sexagésima de la edición de su única obra conocida hasta el momento, el citado Compendio, cuyo texto deturpó sin embargo sustituyendo las rimas agudas por las llanas y limando el texto otras veces. Menos datos aportan Delgado Merchán y Rafael Ramírez de Arellano. Hasta aquí lo que el investigador saca en limpio de lo conocido hasta ahora.

Mucho más he averiguado yo por mi cuenta.  En el Semanario de Salamanca entre 1794 y 1798 numerosos poemas líricos y artículos polémicos bajo el pseudónimo "Lidoro" contra el académico Munárriz y otros autores que se datan en Ciudad Real, algunos de los cuales ofrecen curiosas informaciones sobre la ciudad manchega y personajes de sus círculos intelectuales. Picada mi curiosidad, decidí ahondar más, sin sospechar siquiera que Almenara tuviera que ver en el asunto. Tras no pocas cábalas, fui atando cabos y encajando las piezas y llegué al fin a algunas conclusiones: primero, que era un religioso, más probablemente secular que regular; segundo, que la cronología casa con Sebastián Almenara; tercero, que Lidoro Sirenay era muy amigo del catalán José Boada, a quien recomienda calurosamente en un poema que le dedica en el Semanario de Salamanca, y que ambos, Sebastián de Almenara y José Boada, aparecen como amigos y contertulios también en un importante documento exhumado por Juan Díaz-Pintado (AHN, Consejos, leg. 2326, exp. 11) fechado en 1790, donde se hace a Almenara también lector de gacetas y aficionado a la literatura. Cuarta, que si era doctor, ese título tuvo que obtenerlo en alguna universidad, y si vino de fuera, es posible que esa universidad fuera la de Salamanca, que tanto echa de menos el tal Lidoro Sirenay. El daimieleño Pedro Estala, el amigo de Godoy y Moratín, alaba los conocimientos del autor, a quien debía conocer, ya que Lidoro lo cita bajo su capuz poético Damón (que le pusieron, además de por helenista, por sus maneras algo "mujeriles"). Quinto, su única obra conocida hasta ahora, el Compendio histórico, recuerda una obra homónima publicada en Salamanca, el Compendio Histórico de la Ciudad de Salamanca… (Salamanca: Antonio de Lasanta, 1776), del que es autor el sacerdote Bernardo Dorado (1710-1778). Sexto, la acusación de afrancesado casa también con su estrecha vinculación al profesor de Salamanca y obispo manchego Francisco de la Dueña Cisneros (Villanueva de la Fuente, 1753 - Madrid, 1821). Pero las pruebas definitivas ya las incluí en uno de los volúmenes recopilatorios del IEM.

Almenara escribió en Ciudad Real varios poemas para elogiar a los soldados caídos del Regimiento de España cuando acabó la Guerra contra la Convención, pero también muchas más obras en verso de sesgo arcádico, horaciano y costumbrista, y muchos artículos de prosa (crítica y polémica literaria, sobre todo) que tengo editadas y estoy demasiado cansado para publicar. La obra de Lidoro/Almenara es muy abundante en prosa y verso y viene toda reseñada en Francisco Aguilar Piñal, Índice de las poesías publicadas en los periódicos españoles del siglo XVIII, Madrid, CSIC , 1981, ''s. v''. Lidoro, Lidoro de Sirene o Lidoro Sirenay o Sirenaye.  Sus versos están llenos de resabios de fray Luis de León y de la lírica del XVI. Conocía a Antonio Calama, párroco de Villarrubia de Santiago, en Toledo y coeditor de las Poesías póstumas (1793) de José Iglesias de la Casa, el famoso poeta homosexual. Quien más ha tratado sobre el enigmático Lidoro, sin saber quién era realmente, y su importancia como líder de una serie de poetas salmantinos ha sido Fernando Rodríguez de la Flor en su El semanario erudito y curioso de Salamanca (1793- 98). Madrid, Facultad de Ciencias de la Información, 1984, y en otros trabajos como “Poéticas y polémicas en el "Semanario erudito y curioso de Salamanca" (1793-1798)”, Castilla: Estudios de literatura, núm. 9-10, 1985, págs. 129-142 y “La Guerra de la Convención en el  Semanario Erudito y Curioso de Salamanca”, Estudios de Historia Social, núm. 52-53, 1990, págs. 425-434. Pero este artículo ya se pasa de largo. Ya les diré en otra ocasión sobre manuscritos autobiográficos inéditos o perdidos sobre la Guerra Civil en Ciudad Real que al parecer nadie conoce o ha mencionado o tiene interés en divulgar.

domingo, 9 de septiembre de 2018

La gran recesión de 2008, diez años ya

Diez años bastan. En este decenio se ha producido la mayor intervención pública para salvar el capitalismo y la democracia tal y como los conocíamos

JOAQUÍN ESTEFANÍA, "Diez años bastan", El País, 7 SEP 2018: 

"El jueves [18 de septiembre], a las once de la mañana, la Reserva Federal (Fed) advirtió una enorme disminución de las cuentas del mercado monetario en EE UU: dinero por valor de 550.000 millones de dólares fue retirado en cuestión de una hora o dos. El Tesoro abrió su ventanilla para ayudar e inyectó unos 105.000 millones de dólares en el sistema, pero pronto se dio cuenta de que no podía detener la marea. Estábamos teniendo una afluencia masiva electrónica en los bancos. Ellos decidieron suspender la operación, cerrar las cuentas monetarias y anunciar garantías de 250.000 dólares por cuenta, de manera que no se produjese más pánico. Si no lo hubieran hecho, estimaban que a las dos de esa tarde habrían sido retirados 5,5 billones de dólares del sistema de mercado monetario de EE UU, y esto habría desplomado la economía mundial. Habría sido el fin de nuestro sistema económico y de nuestro sistema político, tal como lo conocemos”.

Estas palabras del demócrata Paul Kanjorski, que presidía el comité del mercado de capitales en el Congreso de EE UU, son muy útiles para recordar el ambiente apocalíptico que se vivía hace ahora una década, a raíz de la quiebra del gigantesco banco de inversión Lehman Brothers, después de que fracasasen todos los intentos de las autoridades americanas de vendérselo a alguien. Cuando el secretario del Tesoro Henry Paulson intentó endosárselo al británico Barclays Bank, su colega de Reino Unido le respondió: “No queremos importar vuestro cáncer”.

La lista de libros que en esta década han informado, analizado, comparado e incluso producido alternativas al funcionamiento del sistema capitalista —que estuvo en un tris de hacer realidad las profecías de Marx sobre su derrumbamiento— es casi infinita (Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro, de Paul Mason). Afortunadamente, uno de los últimos textos publicados compendia en buena parte a todos los demás y se erige en una referencia imprescindible para profundizar en estos tiempos: Crash. Cómo una década de crisis financiera ha cambiado el mundo, del profesor de la Universidad de Columbia Adam Tooze. Relata Tooze cómo al día siguiente de la caída de Lehman, paralizados los mercados financieros, planificándose las primeras inyecciones de centenares de miles de millones de dólares para salvar Wall Street; mientras el Gobierno republicano de Bush nacionalizaba AIG, una de las mayores aseguradoras del mundo (especializada en seguros de impago de créditos), al tiempo que la histeria se contagiaba irremediablemente en Manhattan Sur, unos metros más allá, en Nueva York, se abría el periodo correspondiente de sesiones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

No fue un accidente puntual, sino un cambio global: trajo el populismo, el autoritarismo y el Brexit

El primer orador en la ONU en aquella ocasión, Lula da Silva, denunció enérgicamente el caos especu­lativo que había provocado la caída de los bancos. El segundo interviniente, el presidente de EE UU George Bush, parecía sonado, desconectado de la realidad, y dedicó su alocución sobre todo al terrorismo; la crisis financiera tan solo ocupó dos párrafos al final, pese a que la zona cero de la misma apenas estaba unas calles más allá. Una semana después, el secretario del Tesoro pedía permiso al Congreso americano para instrumentar el primer paquete de ayudas al sistema financiero por valor de 700.000 millones de dólares, con el siguiente argumento: “Si no hacemos esto hoy, el lunes ya no habrá economía”.

Hay casi unanimidad en los analistas en que la Gran Recesión no fue un accidente puntual de la economía, sino un cambio global cuyas consecuencias se han multiplicado en el territorio de la política (crisis de representación, con la aparición de nuevas formaciones a derecha e izquierda, el resurgir del populismo y de los autoritarismos, la multiplicación de los movimientos de indignados) y de la geopolítica (las guerras comerciales, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, la permanencia definitiva de China como superpotencia mundial, etcétera). Estas transformaciones consiguen que algunos estudiosos (Steve Keen, en La economía desenmascarada) denominen a la crisis “la Segunda Gran Depresión”. En la comparación entre ambos periodos recesivos se destaca que los problemas entre el año 2008 y la actualidad fueron menos profundos que los de la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado (excepto para un país mártir como Grecia, como subraya en sus muy interesantes y polémicas memorias Yanis Varoufakis, Comportarse como adultos. Mi batalla contra el ‘establishment’ europeo), pero más extensos y, sobre todo, más complejos que aquellos.

Algunos textos (10 años de crisis. Hacia un control ciudadano de las finanzas, editado por ATTAC) defienden que la Gran Recesión todavía no ha acabado, aunque el mundo haya vuelto a una etapa de crecimiento económico y de reducción de las tasas de paro, sino que se ha producido una mutación silente de la misma y una metástasis de sus efectos negativos más estructurales como son la precarización de la vida y los mercados de trabajo (El precariado. Una nueva clase social, de Guy Standing, o ­Chavs. La demonización de la clase obrera, de Owen Jones) y la desigualdad, con la emergencia de una serie de estudios científicos que han situado esta característica central de la economía capitalista en el frontispicio de sus deficiencias (por ejemplo, El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, o Desigualdad mundial y Los que tienen y los que no tienen, de Branko Milanovic). La mixtura permanente y su retroalimentación entre la precariedad y la desigualdad ha sido desarrollada por Oliver Nachtwey (La sociedad del descenso), entre otros. Durante la Gran Recesión se ha expandido, como en pocos momentos de la historia contemporánea, una redistribución a la inversa de las rentas, la riqueza y el poder de los ciudadanos.

Una gran polémica ideológica permea estos años en el mundo de las ciencias sociales: la que divide a los economistas de agua dulce (los ortodoxos, neoclásicos, neoliberales, o como quiera denominárseles) y a los economistas de agua salada (keynesianos, progresistas, socialdemócratas…), que discuten las causas de que los primeros, dominantes en la academia y en la política, no fueron capaces de prever la llegada de la crisis y cómo tuvieron que abandonar sus opciones y recuperar las lecciones del keynesianismo con el fin de superar los más lacerantes desequilibrios (Pasado y presente. De la Gran Depresión del siglo XX a la Gran Recesión del siglo XXI, editado por Pablo Martín-Aceña). Durante la última década hubo de ampliarse irremediablemente el marco cognitivo neoliberal, hegemónico en la práctica política desde los años ochenta del siglo pasado, operando el sistema en muchos momentos como una suerte de capitalismo de Estado (Austeridad. Historia de una idea peligrosa, de Mark Blyth). Por primera vez se trataba de una crisis de la que no podía culpabilizarse a la periferia, sino que nació y se expandió desde el corazón del capitalismo (Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera, de Carmen Reinhard y Kenneth Rogoff). Durante las tres últimas décadas, la revolución conservadora había aleccionado al mundo bajo el principio teórico de que “el mercado lo solucionaría todo”. Pero Wall Street se hundía y algunos inversores se tiraban de cabeza al asfalto, por lo que se arrojó a la basura tal idea y se instrumentó la más formidable intervención con dinero público de la que se tiene memoria. El célebre “consenso de Washington” (disciplina fiscal y monetaria) no dejaba de ser una piadosa jaculatoria de los teóricos sin contacto con la realidad. El problema no era, como habían dicho, de Gobiernos grandes, de ogros filantrópicos, sino de Ejecutivos débiles, demediados. Sin los instrumentos regulatorios adecuados ante la magnitud de las dificultades.

No todos los economistas fracasados han reconocido sus errores, o han hecho las reflexiones adecuadas sobre la soberbia contorsión ideológica que hubieron de practicar para salvar al sistema de su suicidio (pasar sin solución de continuidad de Hayek a Keynes). Mientras Alan Greenspan, presidente de la Fed —al que sus discípulos denominaban “el maestro”—, manifestaba permanecer en “un estado de conmoción”, porque “todo el edificio intelectual se había hundido”, su sucesor, Ben Bernanke, argumentaba que no había necesidad alguna de revisar la teoría económica como resultado de la crisis, inventándose una coartada retórica: distinguió entre “ciencia económica”, “ingeniería económica” y “gestión económica”… para continuar en el mismo sitio. “La reciente crisis financiera”, escribió, “ha tenido más que ver con un fallo en la ingeniería económica y en la gestión económica que en lo que yo he llamado ciencia económica (…); las deficiencias en materia de ciencia económica (…) fueron en su mayor parte menos relevantes de cara a la crisis; es más, aunque la mayor parte de los economistas no previeron el casi colapso del sistema financiero, el análisis económico ha demostrado ser —y lo seguirá demostrando— de una importancia crítica a la hora de entender la crisis, desarrollar políticas para contenerla y diseñar soluciones de más largo plazo para prevenir su recurrencia”.

Steve Keen, gran debelador de la ciencia económica tradicional —y de los estudios universitarios que la ponen en circulación—, plantea el argumento de que la economía neoclásica (y su secuela, la “austeridad expansiva”) ha contribuido a multiplicar la calamidad que intentaba prever. Si su único fallo hubiera sido no anunciar con tiempo la crisis financiera para que los ciudadanos pudiesen guarecerse de la misma, sus portavoces no se diferenciarían de los meteorólogos que no avisan de la llegada de un tsunami; serían responsables de no haber dado la alerta, pero no se les podría culpabilizar de la tormenta misma. La economía neoclásica tiene una responsabilidad directa en la tormenta, ya que convirtió lo que podría haber sido una crisis y una recesión “del montón” en una crisis mayor del capitalismo, junto a la Gran Depresión y las dos guerras mundiales. La Gran Recesión fue mucho peor de lo que hubiera sido sin la intervención de los ortodoxos.

Poco después de la quiebra de Lehman Brothers, los problemas llegaron a Europa…

VEINTE LIBROS PARA ENTENDER LA GRAN RECESIÓN
Crash. Cómo una década de crisis financieras ha cambiado el mundo. Adam Tooze. Editorial Crítica, 2018.

La economía desenmascarada. Steve Keen. Capitán Swing, 2015.

El capital en el siglo XXI. Thomas Piketty. Fondo de Cultura Económica, 2014.

Austeridad. Historia de una idea peligrosa. Mark Blyth. Editorial Crítica, 2014.

Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera. Carmen Reinhard y Kenneth Rogoff. Fondo de Cultura Económica, 2011.

El precariado. Una nueva clase social. Guy Standing. Pasado y Presente, 2014.

Postcapitalismo. Hacia un nuevo mundo. Paul Mason. Paidós, 2015.

Chavs. La demonización de la clase obrera. Owen Jones. Capitán Swing, 2013.

10 años de crisis. Hacia un control ciudadano de las finanzas. ATTAC, 2018.

Occupy Wall Street. Manual de uso. Janet Byrne, director. RBA, 2013.

Comportarse como adultos. Yanis Varoufakis. Deusto, 2017.

Los que tienen y los que no tienen. Branko Milanovic. Alianza Editorial, 2012.

La economía del bien común. Jean Tirole. Taurus, 2017.

Por qué fracasan los países. Daron Acemoglu y James Robinson. Deusto, 2012.

Cómo hablar de dinero. John Lanchester. Anagrama, 2015.

Los límites del crecimiento: 30 años después. Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows. Galaxia Gutenberg, 2006.

El desmoronamiento. 30 años de declive americano. George Packer. Debate, 2015.

La gran brecha. Joseph Stiglitz. Taurus, 2015.

La paradoja de la globalización. Dani Rodrik. Antoni Bosch Editor, 2011.

La mentira os hará libres. Fernando Vallespín. Galaxia Gutenberg, 2012

lunes, 3 de septiembre de 2018

Así es si así os parece

Los físicos nos dicen que el espacio vacío es un material que puede contraerse, estirarse o curvarse como la política bipartidista y que, en realidad, no hay vacío. O sea, que no hay no hay, que es decirlo dos veces y hasta un poco contradictorio. No sé,  no sé. Al contemplar, por ejemplo, el horror vacui que suscita el señorito Casado, se repara de inmediato en que, si parece haber algo en lugar de nada (en el "nuevo" Pepé), todo parecido es pura reincidencia. Porque su aportación consiste solo en copiar a Rivera y sustituir las momias de viejos por momias de jóvenes; por ejemplo, un Suárez Illana en vez de un Paquito Franco. Qué fachondeo. En fin, se puede decir que no hay no hay, pero aún menos: porque Mariano nos ha dejado con casi medio billón más de deuda con recortes y todo y ya estamos más cerca del agujero negro. El tiempo se acaba y todo se ralentiza en un país como este: incluso para sacar a Franco del agujero ha habido que estar haciendo palanca durante cuarenta años. El agujero negro crece, y más ahora, que acude menos turismo y concluyen las ayuditas del BCE. Ni Hawking nos saca de esta.

Un carcajo como el señorito Casado no merece ni media carcajada. Incluso un flojo y descompuesto posibilista como Sánchez parece modernísimo a su vera (la izquierda, se entiende, si es que existe algo así en algo tan ambidextro como el bipartidismo). El agujero negro es dextrógiro, aunque para los zurdos sea levógiro. Enfrentado al horror del vacío, del no hay, Pedrín se limita a remozar lo que puede del estropicio derechista y a hacer precampaña. Su alter-nada alternativa, el tituladísimo Casado, es solo el mineral que se creó cuando se le juntó la morralla de corruptos cospedalianos al ganar la persa y perversa gataza Soraya. Ante esta Barbie Opus Dei Casado no pasa de madelman vetusto, ni siquiera airgamboy, cuanto más a moderno playmobil. Es solo un niñato de invernadero creado a imagen y semejanza de Rivera; podría ser uno de los concejales Roñeras de José Mota y ni se notaría.

Los mosquitos han montado un botellón conmigo este verano, pero hete aquí que soy el primero en estas páginas en denunciar las primeras hojas por el suelo, las primeras moscas atontadas por las bocanadas del fresco otoñal. Uno mira las noticias y, como tiene la retórica costumbre de hacer símiles y comparaciones, descubre dos cosas.

Por ejemplo, Amenábar Amenábar, moro de de la morería, está provocando ya escandalera por su película sobre el incidente entre Millán Astray y Miguel de Unamuno en la Salamanca de comienzos de la Guerra Incivil. La verdad, si tengo que comparar a tuertimancos fascistas, prefiero a Claus von Stauffenberg que a Millán Astray. Ambos se dejaron parte de sí mismos en África, pero uno ganó Humanidad y conspiró para evitar que se matara a su propio pueblo, el otro se volvió loco (se conserva su historial médico) y se dedicó a matar a aquellos que había jurado defender, en una Cruzada a la inversa en la que eran los moros los que restituían el presuntamente decaído absolutismo nacionalcatolicista.

El otro símil es el del payaso Trump. Dice que la culpa de la epidemia de opiómanos y heroinómanos que aqueja a los EE. UU. es de los mexicanos. Difícil es creerlo si conoces algo la materia (dicen que Trump es paleto y no lee)  y, en especial, qué es lo que importa a la gente pobre y no a Trump (quien ya ha intentado cargarse la seguridad social de los pobres, el Obamacare): cómo se puede acabar con esa epidemia.

Gracias a Dios, la dependencia de la heroína se puede curar definitivamente con un solo día de tratamiento en México; el nombre de esta maravillosa medicina es el clorhidrato de ibogaína. No provoca síndrome de abstinencia y si se controla médicamente evita por completo el mono y las recaídas. ¡Pero está prohibida en los Estados Unidos! ¿Por qué? Porque allí es mejor negocio tener caras clínicas de desintoxicación con Metadona, un "remedio" que es igual de adictivo y bastante más perjudicial, tratamiento largo, caro y de dudosa eficacia. Lo mismo cabe decir, para los problemas del espíritu, de alguna que otra droga sin contraindicaciones ni efectos secundarios dañinos especiales, como la Ayahuasca, que no te hace huir de los problemas, sino que te los desembrolla y pone delante de las narices para que los entiendas y los soluciones para siempre, hasta el punto de que algunas religiones la han adoptado ya como una forma de comunión. Se producen paradojas como que drogas legales, el alcohol por caso, provoquen adicciones que pueden ser curadas mejor que de ninguna otra manera por drogas ilegales, como ha sido demostrado para el caso del LSD, siempre bajo supervisión médica. El prestigiado cannabis, sin embargo, provoca esterilidad y en algunas personas con predisposición genética (el gen CSMD1), dependencia, amnesia y una cierta labilidad mental. Eso es porque solo uno de sus componentes, el CBD, es beneficioso como potente analgésico e incluso reductor de ciertos tipos de cáncer., mientras que el THC es el responsable de los efectos nocivos y tóxicos, especialmente entre los que tienden a la esquizofrenia, que ven agravada su enfermedad si fuman esta planta. 

En fin, semejantes paradojas son bastante frecuentes en Estados Unidos, que posee una magnífica sanidad solo para ricos y una de las peores para los pobres. Una película como Dallas Buyers Club (2013) descubre también como las farmacéuticas se aprovecharon en los Estados Unidos para hacer negocio con el SIDA, mientras que México ofrecía tratamientos económicos para esa enfermedad.  El llamado "hombre más odiado de los Estados Unidos", Martin Shkreli, un joven de 34 años director ejecutivo de la farmacéutica Turing, subió más de un 5.000% el precio de un medicamento para personas con el sistema inmune debilitado, el Daraprim, solo para hacerse más asquerosamente rico a costa de la muerte de enfermos pobres y sin seguro médico.  Muchos médicos estadounidenses, además, recetaron opiáceos como analgésicos contra el dolor al estilo House que creaban dependencia y que, al acabar su prescripción, fueron sustituidos por opiáceos, creando la famosa epidemia americana. No creamos que estamos lejos de esos efectos: un español afectado por dolores de espalda que tome Tramadol, por ejemplo, podría ser detenido si viajara a Egipto con esa medicina, que allí está prohibida, como en otros países. En Estados Unidos muchos utilizan todo tipo de trucos para consumir narcóticos, ya que les basta variar algo la fórmula para que la ley admita que no es una droga lo que se está tomando, al no estar recogida en la ley. Los efectos varían poco. En Estados Unidos las razones económicas priman sobre las morales. Por ejemplo, el lobby católico estadounidense ha impedido una y otra vez que se alargue la fecha de prescripción de las causas por estupro, para evitarse idemnizaciónes. Y es solo un ejemplo entre muchos. Dixi

jueves, 30 de agosto de 2018

Las utopías solo se pueden alcanzar después de la realidad

Dostoievski escribió en los Hermanos Karamazov: "El problema del socialismo no es el ateismo, es pretender erigir una torre de Babel invertida que trae a la tierra el reino de los cielos". Esto fue apenas unos 30 años después de que Marx escribiera junto con Engels el Manifiesto comunista.

Véase este vídeo de Antonio Escohotado:

https://www.youtube.com/watch?v=VTaNQw7jrC0

martes, 28 de agosto de 2018

Los enemigos del comercio, de Escohotado

I

Los enemigos del comercio: una reseña

Luis Miguel Andrés Llatas Profesor de filosofía en secundaria y bachillerato

De vez en cuando sentimos la fortuna pareja a la dicha (¿existe otra?) de dar con uno de esos libros en los que no deseamos pasar la última página. Aquellos que parecen escritos personalmente para el lector, en donde voracidad y templanza se alternan para alargar lo más posible la experiencia. Son aquellas obras en las que, una vez marcada la página, no miramos de perfil el lomo, por no enfrentarnos a que cada vez quedan menos hojas por leer. Koestler dijo que este fenómeno (el de encontrar el libro justo para el momento adecuado) lo propicia el ángel de la biblioteca. El último libro de Antonio Escohotado Los enemigos del comercio III: una historia moral de la propiedad (Espasa 2016) está más que bendecido por ese bibliófilo ser celestial.

Culminando una labor de más de 17 años de investigación, que comenzó con un año sabático en el 2000 para averiguar las causas de la pobreza y riqueza entre países que jugaban en distinta liga, llegamos al 2017 con tres ediciones ya del postrer tomo. Y las que quedan. Los apuntes de lo que iba a ser esta colosal obra sin precedentes en la bibliografía mundial bordan el texto (a ratos antropológico, a ratos biográfico y sobretodo poético) de Sesenta semanas en el trópico (Anagrama 2003), donde el autor pretendía escribir una "chalupa" que le ayudara a entender el fenómeno del comunismo.

Los enemigos del comercio se lee como si de una novela de Ken Follett se tratara, a pesar del goteo constante del dato, que va empapando el intelecto del lector según avanzan las páginas, obtenidos siempre de fuentes primarias. Hoy nos encontramos con tres tomos de más de 2000 páginas indispensables para todo aquel que pretenda conocer cómo se gesta y cómo naufraga todo propósito de crear un paraíso inmaterial (por abolición dineraria) en la tierra.

Sería imposible entrar en detalle a propósito de las inestimables aportaciones que Escohotado hace en su obra, pero quisiera, en tanto que profesor de ciencias sociales en secundaria, señalar aquellas que deberían aparecer en los libros de texto de mis alumnos y son escandalosamente omitidas:

Los movimientos revolucionarios/comunistas aparecen en etapas de relativa prosperidad y no carestía: máximo ejemplo sería el siglo XIX en donde la exuberancia de la Revolución Industrial, que permite pasar de la estacionalidad del cultivo a la estabilidad de la fábrica, despierta los primeros ardores de estómago de los mesías rojos. Ayudados por Dickens y Víctor Hugo, que pecan de amarillismo en sus obras reflejando una sociedad que no fue la del momento, surgen los primeros grupos comunistas modernos.

Ninguno de los grandes líderes del movimiento obrero, desde Marx pasando por Lenin o Stalin, fueron currantes, sino señoritos que vivían de sablazos o atracos, sin dar un palo al agua. Marx vive largo tiempo de dinero prestado o heredado (se pulió la fortuna de su mujer, Jenny von Westphalen), además de dejar morir a su hijo Edgar de hambre y de frío, mientras se negaba a aceptar un puesto de profesor en la academia de su amigo Wolff, a escasos metros de su casa. Otros tantos de sus vástagos fueron cayendo ante la desidia de quien pretendía salvar un grupo social al que nunca perteneció ni entendió. Además, nunca definió el concepto de "clase", que prácticamente confunde con estamento inamovible. Muere sin aclararlo.

La I Guerra Mundial fue consecuencia del aislamiento torticero ejercido sobre Alemania (que despuntaba como la potencia económica que hoy es) por parte de Francia e Inglaterra, ante el temor de que el país teutón se hiciera con el almirantazgo, dominando también los mares. En cualquier libro de la ESO (hagan la prueba) encontrarán que el motivo fue sofocar el excesivo belicismo de Prusia.

Durante la égida de Lenin (poco más de cinco años) murieron de frío y de hambre cerca de 30 millones de personas en Rusia. A mi juicio, uno de los datos más obviados que Escohotado rescata. Y se suponía que por la fuerza la humanidad iba ser arrastra a ser feliz (Gorki). Y a la muerte, también.

Invito al lector a que se acerque sin pereza a esta obra. Escohotado es sin duda una de las cabezas mejor amuebladas del panorama intelectual.

El acuerdo Ribbentrop-Molotov (Alemania-Rusia) firmado en septiembre de 1939 para repartirse Polonia fue el detonante de la II Guerra Mundial: ¿son acaso tan distintos los nazis de bolcheviques, cuando Hitler al final de su Mein Kampf confiesa que pretende acabar con la propiedad privada?

Para quienes duden de la semejanza entre los hunos y los otros: los estatutos de la Gestapo son un calco de los de las Chekas, siendo Dzerzhinsky el creador de las mismas a la vez que inspirador de su homólogo alemán Himmler.

Ni Mao ni Stalin (asesinos genocidas al mismo nivel que Hitler) leyeron El Capital de Marx. ¿Cómo aplicar la teoría de aquello que ni conocen?

El Che Guevara fue un liberticida que metió en campos de concentración (las UMAP cubanas) a no pocos homosexuales. ¿Lo saben quienes lucen hoy su efigie en camisetas en los Gay Pride?
Invito al lector a que se acerque sin pereza a esta obra. Escohotado es sin duda una de las cabezas mejor amuebladas del panorama intelectual. Autor a veces silenciado (cuando apareció el primer tomo en el 2008, apenas surgió ninguna crítica: creo que porque empezaba a meter el dedo en la llaga demasiado a fondo) y otras no reconocido en el ámbito universitario (el lector puede buscar por Youtube cuán hilarante fue su proceso a la hora de presentarse a cátedras), su pluma siempre libre ejerce un efecto purgante.

La falta de reconocimiento en pocos y reducidos ámbitos académicos es sin duda un peaje que al filósofo le sale muy barato pagar. Algo parecido le sucedió a Luis Cencillo en vida (Madrid, 1923-2008), otro monstruo intelectual y autoridad indiscutible capaz de expresarse en latín, griego, sánscrito o hebreo y escribir sobre mil asuntos (derecho, religión, psicología, lingüística, filosofía o arte) con un agudeza inaudita por infalible, a pesar de que tuvo que costearse personalmente las ediciones de sus libros. Búsquenlos en Internet: son urgentemente necesarios. Estos autores son, a mi juicio, dos meteoritos de la Ilustración que hemos tenido en suerte poder ver en el cielo de nuestro tiempo. No aparecen muy a menudo. En cualquier otro país serían el equivalente a un Premio Cervantes como poco.

Promete el maestro Escohotado un libro póstumo, una suerte de diario personal sobre su dieta farmacológica y las reflexiones, quizá inspiradas por ella, que vienen a su pluma mientras tanto. Solo por no ver su casa quemada por "una turba gris" espera a su muerte para que salga a la luz. Tengo unas ganas terribles de leerlo: ojalá tarde muchos años en publicarse.

II

Antonio Escohotado contra los enemigos del comercio: la batalla final
En el primer tomo les tocó el turno a los cristianos primitivos, en el segundo a Marx, y en el tercero de su ciclópea historia del comunismo, el sabio Escota desguaza la Revolución rusa y el populismo
Foto: Antonio Escohotado. (Foto: Igor Gayarre)Antonio Escohotado. (Foto: Igor Gayarre)
DANIEL ARJONA
TAGSLIBROSCAPITALISMO
TIEMPO DE LECTURA18'
24/11/2016 05:00 - ACTUALIZADO: 28/11/2016 12:11
Cuando el periodista llega al chalé pareado de Antonio Escohotado (Madrid, 1941) en la sierra madrileña, la desapacible tarde que le acompañaba se va con el humo del primer pitillo. El primero de muchos. El sabio explica que se acaba de duchar para estar "presentable" y anuncia que se muere de hambre porque, desde que ha desayunado a la una del mediodía, no ha probado bocado. "Vamos a la cocina a por cervezas y a ver si encontramos algo comestible". Voilá. Pertrechados con un filete de pollo empanado, un blíster de humus del Mercadona, mucho tabaco y las birras, nos instalamos en un salón por el que danzan sus cuatro gatos. Falta algo. "¿Quieres también un chupito de whisky con Baileys? Es un cóctel cojonudo". Venga esos chupitos, que hay que celebrar.

'Los enemigos del comercio III'.
'Los enemigos del comercio III'.
Porque Escohotado acaba de completar una empresa de 16 años, una auténtica gigantomaquia, la obra de su vida, en la que ha perseguido la historia del comunismo a lo largo de tres volúmenes y más de 2.000 páginas, desde la irrupción de Jesús en el Templo a latigazos contra los mercaderes hasta la última hora de los movimientos populistas, pasando por el cataclismo de la 'restitución' soviética. Hemos venido precisamente a hablar del tercer y último tomo, 'Los enemigos del comercio III. Una historia moral de la propiedad', que llegará a las librerías en los próximos días. Y ojo porque, nos asegura, nadie ha escrito nada igual.

El filósofo reclama que no empecemos a grabar hasta zamparse el filete, y nos aplicamos mientras tanto a charlar con la boca llena de Camus y Sartre, de la descolonización y del papa Francisco. "¡Ha dicho que los comunistas son cristianos y que el dinero es el estiércol del diablo!". "¿Tú crees que es el Papa más cercano a la teología de la liberación?". "¿Cómo el más cercano? ¡Es un teólogo de la liberación!". La tarde se escapa tras la ventana. Toca encender la grabadora.

P. El segundo volumen atravesaba el siglo XIX como un misil para dejarnos a la puerta de la Revolución Rusa. Y ahora en el tercero, por primera vez, se verifica en el mundo el comunismo moderno. El comercio es desterrado y comienza la restitución. También es abolido el dinero con una salvaje hiperinflación. ¿Fue ese el activador de la catástrofe que describes?

R. A despecho de lo carísimos que son el papel para billetes y su tinta indeleble, compraron toneladas de ambos para sacar adelante una hiperinflación que “dinamitara” el dinero, creando “un oasis extradinerario de trueque científico”. Lenin lo llevaba acariciando años, porque “la motivación no puede seguir siendo ganar dinero”, pero la rebelión del campesinado impuso retroceder desde la colectivización a la Nueva Política Económica (NEP). Aquella hiperinflación prefiguró la alemana de 1929, aunque fue totalmente voluntaria. Por lo demás, viendo que el oasis resultaba ser más bien un infierno crearon tres años después el rublo “fuerte” –cambiado a razón de seis millones de los antiguos por uno-, aprovechando las casi 800 toneladas de oro que incautaron al forzar las bóvedas del Banco Central de Rusia.

Es ridículo echarle la culpa a los particulares. ¿El fallo del comunismo en Rumanía fue Ceaucescu? ¿El de Camboya fue Pol Pot? Tonterías

P. Si en el volumen anterior te ocupas del "héroe" Marx, aquí le toca el turno a Lenin, al que llamas “héroe circunspecto”. Ha sido habitual a lo largo de este siglo la operación de salvar a Lenin y condenar a Stalin por la burocratización y el terror.

R. Eso es muy gracioso. Stalin hace lo que hace porque se lo manda Lenin o porque lo imita. Es ridículo que, cuando tú tienes fe en un proyecto y el proyecto falla, le eches la culpa a ejecutores particulares. ¿El fallo del comunismo en Rumanía fue Ceaucescu? ¿El de Camboya fue Pol Pot? Eso son tonterías. No se puede culpar a personas cuando de lo que se trata es de aplicar ideas. Y en el caso del comunismo, nadie se dio cuenta de que la idea acarreaba un mar de consecuencias. De estas consecuencias, el 99% eran indeseadas e incómodas para sacar adelante la propia idea principal. Lo imprevisto es lo decisivo históricamente. Y es lo que el utópico, o patético-enfático como yo lo llamo, no quiere aceptar porque le descubre la diferencia entre realidad y fantasía. Cuando uno no quiere cambiar pero sí que cambien los demás y no es capaz de convencerlos, recurre a dos técnicas ancestrales: la censura y la intimidación o represión. Nunca nadie había llevado estas dos técnicas hasta tal extremo como el llamado comunismo científico.

Antonio Escohotado. (Foto: Igor Gayarre)
Antonio Escohotado. (Foto: Igor Gayarre)

P. ¿No muestra Lenin al menos algo del sentido común que se desvanecería definitivamente con Stalin al permitir en 1921 cierta apertura con la NEP?

R. Para Lenin la NEP fue algo impuesto por las circunstancias -recuerda que se enfrentaba a tres ejércitos distintos (el zarista, el anarquista y el campesino), a la rebelión de Kronstadt, y al hecho de que estaban muriendo de hambre y frío unas 10.000 personas cada día-, y lo hizo expresamente para “no perder el mando”. Pero con la amargura y el disgusto suscitados por aquel “retroceso” empezaron sus insomnios y ataques de parálisis, que acabaron matándole.

P. Pero sin embargo a Stalin, que recuperó luego la colectivización, las circunstancias le dieron igual.

R. Stalin tenía una policía multiplicada por siete, un Partido multiplicado por otro tanto, y podía volver al plan de Lenin sin miedo al derrocamiento. Por supuesto, la fidelidad al programa “no revisionista” se cargó a otros ocho o diez millones de personas, en parte para liquidar a los kulaks, la clase media agrícola, y en parte porque la industrialización se pagó abriendo el diferencial entre precios impuestos al campesino y sueldos de la incipiente clase obrera.

P. Tampoco salvas a Trotski, por cierto, y, sin embargo, afirmas que era con diferencia el más brillante entre los bolcheviques. ¿Cómo es posible que Stalin acabara robándole la merienda (y la vida)?

R. Ser el más culto y bien parecido de la cúpula era peligroso cuando prosperaba el predominio de los últimos sobre los primeros, y cuento en detalle cómo su combinación de arrogancia y dogmatismo se acabó pagando con un piolet clavado en la tapa de los sesos.

Trotski era el más culto y bien parecido; eso era peligroso en el dominio de los últimos sobre los primeros y lo pagó el piolet

P. ¿Pretendió Trotski en algún momento democratizar el bolchevismo?

R. Aunque su círculo íntimo le propuso apostar por un comunismo democrático y pacífico, jamás renunció al terror como Norte.

P. Stalin y Hitler. Describes cómo ambos se admiraron...

R. Mucho más Stalin a Hitler que viceversa.

P. Pero añades una tesis interesante: el nazismo aprendió del desastre económico soviético y así le fueron mejor las cosas.

R. Completamente. Alemania atravesó un breve “milagro” económico entre 1933 y 1936, hasta que la magnitud de su gasto en rearme fulminó la recuperación. La propaganda soviética sufrió no teniendo nada material que ofrecer, mientras Goebbels se jactaba de regalar cruceros, radios y coches al obrero de aquellos años. . 

P. Al mencionar el caso español y la Guerra Civil, defiendes que el miedo a la revolución puso a la mayoría de los españoles en manos de Franco. ¿En qué te basas?

R. A mí me lo contó mi padre, Román, pero se lo escuché también a Dionisio Ridruejo, a Eugenio Montes, a Agustín de Foxá.

P. Ellos eran falangistas.

R. ¡Pero completamente decepcionados! Piensa en Ridruejo! Estaban convencidos de que la República perdió la guerra civil primero porque Negrín hizo la locura de darle el oro del Banco de España a Stalin, cosa que hundió la peseta y con ella cualquier capacidad de importar, y segundo porque las chekas empezaron a matar a mansalva, cuando los comunistas no pasaban de ser una pequeña minoría. Mi padre recordaba cómo él y su hermano mayor, Amadeo, se pasaron en la Batalla del Ebro, aunque ambos hubieran empezado votando al socialista Besteiro. Esa deserción cada vez más masiva decidió lo que restaba de contienda.

P. Seguimos con el libro.

R. Seguimos, pero yo me voy a echar otra clarita. ¿Quieres tú otra?

P. Venga.

Va a la cocina, grita, "¡pero ven, Daniel, échame una mano!".  Trajinamos y, con nuevas vituallas cerveciles, acompañadas de otra ronda de chupitos y más tabaco, proseguimos. En ningún momento de la conversación entrevistador y entrevistado tendrán sus cigarrillos apagados a la vez.

Tras las purgas sólo podías creer que todo iba bien mirando a otro lado. Shaw aseguraba que no había nadie delgado en la URSS; qué mala gente era

P. Este tomo, como los anteriores, presenta una estupenda colección de personajes. Destacan por un lado los intelectuales mayoritariamente subyugados por el estalinismo, los Brecht, Benjamin, Neruda o Aragon. ¿Es posible que, como muchos de ellos adujeron después, no sabían lo que estaba ocurriendo allí?

R. Lo dudo. Tras la primera gran purga de Stalin, la del 34, sólo podías creer que todo iba bien mirando hacia otro lado. A pesar de ello, H.G. Wells dijo entonces que Stalin era “demasiado bueno” y Bernard Shaw que tras viajar a la URSS no había visto a nadie delgado, y todos los niños estaban rollizos. Qué mala gente fue Shaw, el primer abogado de las cámaras de gas.

P. Son interesantes ahí las decepciones tempranas, como las llamas en el libro. Koestler, Malraux o Gide. Ese 'club de las esperanzas perdidas' actúa, sin embargo, precisas, con mucho cuidado. ¿Qué barrera mental impedía, y aún hoy parece impedir, equiparar al estalinismo y al nazismo?

R. La misma  que separa el estatus de la extrema derecha y la extrema izquierda. Es evidente que hoy tanto la derecha como la izquierda se han ido al centro, y que los extremistas son irrelevantes estadísticamente. Sin embargo, seguimos hablando en esos términos, cosa útil para velar la íntima copertenencia de nazis y bolcheviques. La propia Wikipedia dedica un artículo a crímenes de guerra de la Wehrmacht, y no a los del Ejército Rojo, aunque los reconozca por el propio Gorbachov. ¡Hasta un genio filantrópico y ecuánime como Jimmy Wales resulta incapaz de frenar el sesgo de sus redactores!

A cambio del Estado del bienestar, ganamos en Europa un grado de blindaje ante promesas mesiánicas que los otros no tienen

P. ¿El Estado del bienestar europeo no hubiera triunfado sin la amenaza soviética?

R. Fue sin duda un estímulo, pero la derecha europea tradicional también se apuntó a sufragar el Estado del bienestar, cuyo sistema de seguros y pensiones acaba absorbiendo dos de cada tres euros circulantes. A cambio, tenemos en Europa un grado de blindaje ante promesas mesiánicas del que carecen otras democracias, como muestra la propia elección de Trump.

P. Liberal/libertarios como Hayek, Von Mises o Rothbard rechazaron el Estado del bienestar como una forma más de socialismo. Y tú escribes que les pierde su anticomunismo visceral.

R. Son muy diferentes. Mises es un anticomunista y un dogmático, algo menos absurdo que su epígono Murray Rothbard. Ambos son tan anticomunistas como antiliberales son los comunistas. Creen en entidades negativas como Satán, que en su caso resulta ser el Estado. Hayek está más cerca del socialismo evolutivo, cuando limita la inversión estatal a los campos donde la iniciativa privada se revela defectuosa o nula.

P. Esa información sería problemática en el Juan de Mariana…

R. ¡Que le lean atentamente!

Mises es un anticomunista, algo menos absurdo que su epígono Rothbard. Son tan anticomunistas como antiliberales son los comunistas

P. A ti también te han acusado de anticomunista autores como César Rendueles, que escribió en 'El País' que tu obra le recordaba a "los heterodoxos de Menéndez Pelayo".

R. No soy antinada, y me he hartado de decirlo en todas partes. Rendueles me imputó “invectivas airadas” y consideraciones “psicodélicas”. Nunca he conseguido que precise las páginas correspondientes a lo uno y lo otro, y le será muy difícil encontrar vehemencia en alguno de los tres tomos, porque renuncié desde el principio a usar un solo adjetivo.

Baja por las escaleras su mujer. "¿No vienes a saludar a Daniel Arjona de El Confidencial?". "Hola Daniel, soy Bea, encantada, ¡os leo todos los días!". ¡Eres entonces una fan del Confi, hay que cuidarte!". "¡Cuida tú a mi chico, mejor, jajaja". Más cervezas, más chupitos, nos acercamos al final, aunque eso con Escota nunca es fácil saberlo...

'Frente al miedo'.
'Frente al miedo'.
P. Por cierto, Antonio, en ‘'Frente al miedo’ (Página Indómita, 2015), relatabas una conferencia que dictaste en la reunión anual de la sociedad Mont Pelerin, el foro liberal más célebre del mundo, fundado por Hayek en los cuarenta. Allí, y ante el estupor de los 'creyentes', te declaraste liberal "no dogmático", ensalzaste, citando a Bernstein, el socialismo democrático y le sacaste los colores al auditorio denunciando "el dogma liberal".

R. Jaja, sí. El auditorio era muy numeroso. Lo que dije es que los liberales, si no somos abiertos, lo contrario de dogmáticos, no somos nada. Y que la forma moderna del liberalismo es el socialismo democrático.

P. ¿Saliste vivo?

R. Salí felicitado, y que me invitaran demuestra su grado de apertura.

Si los liberales no somos abiertos, en lugar de dogmáticos, no somos nada. La forma moderna del liberalismo es el socialismo democrático

P. Pero no crees que los liberales españoles, que no son muchos precisamente, te acogieron al principio como su referencia intelectual.

R. Estudiar la historia del comunismo implica investigar paralelamente la historia del liberalismo, cosa bienvenida por cualquier espíritu que respete la autonomía.

P. Antonio, en una entrevista que te hice hace tres años, al preguntarte si te quedabas con Keynes o con Hayek, me dijiste que con los dos, que los dos te habían enseñado mucho. Y me quedó pendiente preguntarte desde entonces si aquello no era una contradicción, como me replican mis amigos liberales.

R. En 1945, cuando Hayek publica 'Camino de servidumbre', Keynes le escribe sugiriendo que es inoportuno torpedear directa o indirectamente la política de expandir el endeudamiento público, pensada como antídoto del desempleo y catalizador de una recuperación ante la atonía inversora, pues Occidente lleva casi 30 años padeciendo uno u otro horror totalitario. También reconoce que políticas análogas solo funcionarán si las ciudadanías son tales, y empeorarían la situación en cualquier otro caso. Hayek le responde que quizá tiene momentáneamente razón, se retira a estudiar y le desea buena suerte, esperando un futuro halagüeño. Pero en 1973, con el primer shock del petróleo, la receta keynesiana produce lo impensable a su juicio -que haya al tiempo inflación y estancamiento- y llega la hora para un discípulo de Hayek como Milton Friedman.

P. ¿Muestra la  gran crisis de estanflación de los setenta los límites de la apuesta keynesiana? Lo digo porque con la siguiente crisis, la última, Keynes resucito con fuerza.

R. El keynesianismo es una solución para situaciones de crisis, pero si se aplica en por sistema es un potenciador de crisis.

P. Pero mientras tanto disfrutas décadas de prosperidad, como ocurrió después de la II Guerra Mundial.

R. Huir hacia delante es siempre mal negocio. Esas décadas fructificaron gracias a estar acompañadas por progreso tecnológico, innovación y robustecimiento de ese activo nuclear representado por el civismo. Como en otros órdenes de la vida, la inversión de fondos públicos requiere mucha mano izquierda, o prosperará un subvencionismo no solo ruinoso sino montado sobre al agravio comparativo. El dinero que se emplea en carbón demasiado caro crea más empleo y ahorro en sectores pujantes.

El keynesianismo es una buena solución para tiempos de crisis. Porque si lo aplicas como política general, ¡creas la megacrisis!

P. Te he escuchado alguna vez decir que fuiste más rojo que la muleta de un torero. Y sin embargo la aplicación y el estudio te permitieron despojarte de esa conciencia roja. Compruebo sin embargo que te mantienes fiel al psicoanálisis. ¿Cómo es posible que las ideas de un médico vienés de principios del XX, por muy brillantes que resultasen, nos sirvan de algo hoy?

R. ¡Pero es que es mi maestro, se lo debía! Freud y Hegel son mis maestros. ¿Has visto la profundidad con la que le conozco?

P. Y tanto. Tuve que leerlo varias veces…

R. Jajaja. Freud cartografió el alma, cosa que nadie había hecho. Y sigue siendo la rejilla fundamental para el proyecto de una psicología moderna. ¿Conoces a Steven Pinker?

P. Vaya si lo conozco.

R. Pues Pinker no dice nada que no hubiera dicho Freud.

P. ¿Tú crees? Pero la psicología cognitiva y las neurociencias han hecho grandes avances desde entonces.

R. Pues claro. Einstein no podía conocer tampoco los descubrimiento del CERN. Pero los sueños…

P. Hoy nadie acepta lo que decía Freud al respecto, que los sueños eran la manifestación de las pulsiones inconscientes. Más bien se empieza a pensar que los sueños no son más que la forma que tiene el cerebro de arrojar la basura psíquica.

R. No lo había oído, pero me parece bastante razonable. Un exutorio. Pero en fin, hoy ignoran a Freud o no le entienden, como demuestran los de la escuela lacaniana.

Althusser y Derrida reconocieron que fueron incapaces de leer mientras vivían de ser profesores. ¡El fraude duró medio siglo!

P. Por cierto que, al glosar la vida de Freud, aprovechas para darle una colleja a Lacan y a su "camelo posmoderno". ¿Eso fueron el posestructuralismo y el posmodernismo? ¿Un camelo, como aseguraron Sokal y compañía?

R. Temo que sí, pero no sólo porque lo dijeran Sokal y compañía. Recuerda que Deleuze, Foucault y Althusser apoyaron a las Brigadas Rojas. Y luego Althusser y Derrida lo reconocieron: “Hemos vivido en el terror de ser denunciados por fraude, porque somos incapaces de leer y estudiar, pero vivimos de ser profesores y pretender que lo hemos leído y estudiado todo”. ¡Llevaban medio siglo de fraude, y no lo digo yo, lo confiesan sus diarios póstumos!

P. Eres bastante crítico en tu libro con los Estados Unidos de la Guerra Fría y su complejo militar industrial. ¿Tú también estás aterrado porque a Obama, el presidente más culto y moderado en mucho tiempo, le haya sucedido un sujeto como Trump?

R. Son oscilaciones, después del verano llega el invierno pero no de golpe, de pronto viene un día más fresco. Luego vuelve a haber verano pero ya un poco más corto. Y así se van introduciendo las cosas. Obama ha sido muy civilizado, pero su buenismo tenía que desaparecer por el conflicto del actual flujo migratorio. Ni Europa ni Estados Unidos están dispuestos a aceptar, no ya lo inevitable de las migraciones sino que tengamos la culpa por cuenta de la colonización. Si quieren venir masivamente a nuestras tierras, seguro que aceptaremos cambiar Bélgica por Ecuador, Holanda por el Congo, o España por Sumatra. Incluso Europa entera por Iberoamérica o África. A nadie en sus cabales le cabrá duda de que ambos continentes serían más prósperos en poco tiempo, y que los europeos agradeceremos sus bondades climáticas, corrigiendo de paso el salvajismo tribal con una explotación menos abandonada de sus recursos naturales. Los migrantes quieren casa aquí y allí, aunque si tratamos de acudir en masa a cualquier de sus países -recibiendo un trato igual al suyo- nos recibirán con artillería y fuego de ametralladora. Pero la plurilocación es algo reservado a chamanes.

P. Podemos asoma en las páginas finales. Creo que no aprecias a Pablo Iglesias pero sí a Errejón. Un amigo pablista al que se lo comentaba esta mañana me decía que, claro, te gusta Errejón como a todos los que no les gusta Podemos. Y añadía entre risas que por eso Errejón debería ser purgado inmediatamente…

R. Lo que me parece es que Iglesias podría ser un adepto a la idea fija, y Errejón quizá más abierto. Me interesa ante todo conocer en detalle sus ideas. Quizá la regeneración del PSOE -partido al que entonces yo votaría- pasa por emanciparse de las memeces tiránicas llamadas “nuestros valores” por Zapatero o Sánchez, pasaría por una fusión con el sensor sensato de Podemos. Mi trabajo arqueológico terminó, y me gustaría ayudar políticamente.

La regeneración del PSOE, partido al que yo votaría, pasa por una fusión con el sector sensato de Podemos que representa Errejón

P. ¿Qué opinas de propuestas de la última izquierda como la renta básica basada en que ahora somos tan productivos que podríamos vivir mejor y más ociosamente?

R. Me parece bien siempre que lo apoye la mayoría de un país, y siempre que ese país tenga superávit. Suiza es el prototipo. Pero fíjate que fue votado en los suizos, y el no ganó con un 74%. Quizá no podemos vivir más ociosamente, dada la indiferencia general de la naturaleza y la disposición laboriosa del humano. El elogio de la pereza es el disparate de un Lafargue que se suicidó a los 65 años, arrastrando a su esposa Laura, una hija de Marx.

P. Los transhumanistas anuncian que en breve podremos descargar nuestra conciencia en un disco duro y vivir eternamente. ¿Te apuntas?


R. Pues mira, querría que me respeten mis vecinos, y que mis hijos y nietos se enorgullezcan de mí. Con eso me basta y sobra. Soy lo bastante ingenuo como para entender, con Manrique, que la única vida perdurable es la fama.