Páginas

martes, 27 de noviembre de 2007

Los hijos de nadie

Se podría hacer toda una teoría sobre el uso del criptónimo. Ya existe un irregular Diccionario de seudónimos, lleno de errores y donde se deja notar por su ausencia, también, alguna teoría sobre la máscara literaria que desborde la mera clasificación alfabética; una taxonomía más inteligente empezaría por alacenar por temas, modos y épocas todo este vestuario de taparrabos y carátulas o este repertorio de fantasmas, ya que muchos de ellos no han sido descifrados; ocupan un cajonero apéndice al final. Los hay de tipo carnavalesco: el abate Paparrasolla, el Diablo Belcebú, El bachiller descuernacabras, Mangasverdes, El duende, El Embozado, Don Rosendo Camisón, El loco Dimas Palos; los puramente anónimos, como El Otro o Don Sentido Común; los poéticos, como Soledad Montes; los meramente curiosos como El Mirón o El espectador imparcial, o pornográficos, como el Padre Melacasques, autor de un Catecismo de las putas publicado en 1886, o Un Pajero, autor de un Arte de tocarse la pera brotado en Nápoles; otros se decantan por señalar su oficio o su grado social: Un ingeniero, Un labrador asturiano, Un eclesiástico amante de su patria, El anticuario, El cómico retirado, El caballero del Tranco, autor del Discurso de la viuda de veinte y cuatro maridos, sin lugar, sin año; las simbólicas denominaciones masónicas, como Giordano Bruno o John Huss; muchos encubren un chiste, como El abate Agamenón; otros afectan modestia o la más pura anonimia, como N. de N. , Un aficionado, Modesto Madrileño, Un amigo o El huérfano, frente a los que invisten lo contrario, el más puro delirio de grandezas: Lincoln, Homero, Aristóteles; muchos denotan origen o nacionalidad: Un español, Fidel de España, Un caballero vizcaíno, Un catalán amante de su país, Un buen catalán, Un labrador asturiano, Un cortesano de Madrid, Juan de Gredos; son comunes las denominaciones de pájaros, por la proximidad semántica que existe con el campo de la pluma: Don Gorrión de Oropéndolas, Dr. Pardales; a otros les asoman las ideas desde el mismo nombre, como a Don Negrófilo Concienzudo, autor de Cuba y Puerto Rico: medios de conservar estas dos Antillas en su estado de esplendor, Madrid, 1866; muchos forman series sobre seudónimos preexistentes, como El Doctor... El bachiller... El dómine... El abate... El tío... El compadre... El literato/filósofo Rancio; están, por supuesto, los silabónimos omo Efeele y acrónimos, como HH, que tiene también una lectura masónica (las columnas), o anagramas, a veces palindrómicos, como León de Enol, o calamburiles, como en Gedeón (G. de On.) o Dr. K. Melo, y los anglónimos, cuyo fin parece ser autorizar algunos géneros narrativos o cinematográficos por motivos comerciales. Hay una especial categoría de redundantes, como Justo Franco Sincero, Juancho Juanillo, Lázaro Lazarillo o Francisco Francho, que no es lo que parece, pues intenta satirizar la galomanía del XVIII y fue usado en 1748; los abstractos, como Democracia o Libertad; los piadosos, como Un devoto de la Virgen; los de personajes literarios, como Mío Cid, Ozmín (Felipe IV tenía una perrita que se llamaba Daraja; una profesora de historia mía otra que se llamaba Melibea; un primo mío dos pastores alemanes denominados Hirosima y Nagasaki), El caballero de la ardiente espada, los calderonianos Clarín o Pedro Crespo, el moratinesco Calamocha, el ya citado Lázaro etcétera; los popularizantes, como Juan de la Burra, El compadre Camarones, El tío Ocurrencias; El tío Lucas el Pelón, poeta alcornoqueno, El tío Lamprea, El ciudadano Cachaza; opuestos a estos son los helenizantes o neoclásicos, como Demócrito, Homero, Aristóteles, Lidoro, El capitán Flegetonte... Otros son, en realidad, nombres verdaderos interpretados falsamente como acrónimos: el doctor Carlos García, Boixcar o Jaime Doms (en realidad, Jaime d'Oms)...

No hay comentarios:

Publicar un comentario