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martes, 6 de enero de 2009

Centenarios de España: lo que pueden enseñar.

"Debe de lo que sabe el hombre largo ser", dice nuestro antiquísimo Libro de Alexandre. Algo parecido cuenta uno de los relatos más remotos de Oriente, la Epopeya de Gilgamesh. Los antiguos miraban a los más antiguos, a sus viejos centenarios, con una especie de repeto religioso, cual quien contempla un olmo o una encina milenarios y copudos de extensa sombra, o con el respeto y admiración que se le debe a la pirámide que el tiempo teme o al monumento de época ya pasada pero cuya magnificencia y misterio avisan como la esfinge al lado de su ruina desnarigada. ¿Cómo pudo tanto resistir? ¿Qué cualidades de supervivencia le hicieron llegar a hoy? Y la admiración por esos portentos hacía a esos jóvenes rondar y dar vueltas -¿qué habrá querido decir?- a las escasas consideraciones que brotaban de sus labios y a la filosofía desengañada y circunspecta que las alimentaba, fruto de largos años de experiencia (se ve que los jóvenes de ahora, pendientes del ahora, no son los de ayer).

¿Cuáles son los nuestros? Pepín Bello, el ingenioso ingeniero y compañero de viaje de la Generación del 27, poco ha fallecido, por desgracia, que mantuvo vivo el calor y el espíritu de una excelencia en medio de la mediocridad supina de la posguerra fascista. Francisco Ayala, cuyas largas memorias, de tan bien escritas y lo interesantes que son, se hacen cortas; todavía recuerdo ese kafkiano relato maestro suyo, El hechizado; o esa genial condensación del barroco pictórico sevillano: "De la amargura de Valdés Leal a la dulzura de Bartolomé Esteban Murillo"; Vicente García de Diego, con tal desinterés por los estudios que su padre lo mandó a los doce años a Argentina sin billete de vuelta y sin dinero para que se ganase la vida con su trabajo; allí ahorró lo suficiente como para comprarse el billete de vuelta y al regresar tenía tal sed de saber que se transformó en director de instituto y en uno de nuestros principales filólogos, folckloristas y eruditos (así quisiera yo que hicieran algunos padres); todavía a los 98 años seguía lúcido escribiendo y publicando. Y por último aunque no el último, Manuel Gómez Moreno, casado con la hija de Gayangos, quien hizo útil el consejo de Agatha Christie ("cásate con un arqueólogo: cuanto más envejezcas más te querrá"), quien estudió los vestigios más antiguos de nuestra cultura, cuando en verdad lo que hubiera debido hacer era estudiarse y conocerse a sí mismo.

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