El monje que rescata miles de manuscritos en los lugares más peligrosos del mundo: "Confían en mí porque soy un hombre de fe", en El Mundo, por Jorge Benítez, 13-III-2025:
El enlace a la biblioteca es este: HMML.
Columba Stewart salva libros amenazados por la guerra, el integrismo y el expolio en los escenarios más peligrosos del planeta usando la más alta tecnología. Dirige la Hill Museum & Manuscript Library, una entidad sin ánimo de lucro que desde hace décadas cataloga y escanea libros en riesgo de desaparición
Cuando el ISIS inició su expansión por Oriente Medio, sembrando el terror en nombre de su califato e imponiendo su versión de la sharia, un estadounidense se infiltró tanto en Irak como en Siria con una misión heroica: rescatar de la hoguera purificadora de los integristas decenas de libros centenarios. No era un agente secreto, ni un contrabandista ni un mercenario. Tampoco tenía cargo diplomático alguno. Se trataba de un simple monje llamado Columba Stewart.
El hermano de la orden de los benedictinos se jugó el pellejo en tierra hostil. Consiguió regatear la caza del Estado Islámico y salvaguardar un importante patrimonio que estaba en peligro. Lo hizo como representante de la Hill Museum & Manuscript Library (HMML), una organización sin ánimo de lucro que, desde hace 60 años, fotografía, cataloga y brinda acceso a las copias de manuscritos amenazados por la guerra y el expolio.
Esta institución liderada por Stewart, con sede en el campus de la Abadía y la Universidad de Saint John en Collegeville (Minnesota), cuenta en la actualidad con un fondo de 500.000 textos digitalizados, el mayor del mundo. Incluye códices cotizadísimos en copto, latín y arameo, así como documentos de pocas páginas sobre la vida de nuestros ancestros. Esta labor ha sido realizada durante décadas con las distintas técnicas de archivística vigentes en cada periodo: desde la microfilmación de los primeros manuscritos rescatados hasta el escaneo informático más sofisticado.
Pero la tecnología no lo es todo. El factor humano sigue siendo indispensable. De ahí que Columba Stewart sea considerado el Indiana Jones de los manuscritos: un erudito aventurero capaz de esquivar el peligro con tal de preservar una reliquia bibliófila para las generaciones venideras.
«A lo largo de estos años hemos creado una especie de mapa del conocimiento que confirma que en la Edad Media había un enorme intercambio cultural de libros. Una conexión extraordinaria entre el cristianismo, el islam y la cultura de África occidental», dice Stewart, de 67 años, por videollamada. «Queremos que esa conexión perviva y la potenciamos en los países y comunidades que sufren de falta de recursos y se enfrentan a grandes dificultades para proteger su patrimonio».
Nacido en Texas, fue bautizado con el nombre de Columba en honor a un santo irlandés del siglo VI. Tiene la cabeza rasurada, jersey negro de cuello alto y gafas de metal. Aunque hace poco pidió un permiso a la Abadía para abandonar la vida monástica mantiene su cargo de director ejecutivo del Hill Museum and Manuscript Library.
«Nosotros ni siquiera tocamos los libros, formamos a la población local que los posee y les facilitamos el equipo de reproducción», explica. «Les pagamos por cada imagen. Es lo contrario al modelo tradicional en el que el occidental aparecía y se llevaba el manuscrito a su país con el supuesto fin de protegerlo. Nosotros les ayudamos sin coger los libros y ellos nos permiten colgar las imágenes en una plataforma de internet y catalogarlos. Si por alguna razón algún manuscrito desapareciera, garantizamos la pervivencia de su contenido con una copia de seguridad».
Resumir el trabajo de Stewart resulta complicado. No se encarga de los asuntos técnicos, que delega en los miembros de su equipo, sino que ejerce de negociador en jefe. En cierta forma es un cónsul de los libros que viaja por el mundo con una valija que guarda la memoria escrita de los seres humanos. Es alguien que empezó su trayectoria protectora salvando manuscritos de los cristianos primitivos en Oriente Medio, que impulsó el escaneo de joyas de la Biblioteca de Sarajevo -gravemente dañada durante la Guerra de los Balcanes- y que estimuló proyectos de conservación de distintas colecciones de Tombuctú, en Mali, en peligro cuando en 2012 los yihadistas la ocuparon.
Este hombre viene de la escuela diplomática más curtida de la historia: la eclesiástica. Stewart se fogueó siendo monje en el diálogo ecuménico entre católicos y ortodoxos y ha intervenido con regularidad en las conversaciones sobre la protección de las bibliotecas de los distintos grupos religiosos que conviven en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Una experiencia en el arte de la negociación con la que soñaría cualquier político y empresario. Hablamos de un personaje que ha mediado en Nepal en el rescate de textos budistas y que, en India, ayuda a la minoría musulmana a proteger su legado cultural, amenazado por el nacionalismo hindú del primer ministro Narendra Modi.
La idea de conformar esta gran biblioteca de manuscritos surgió en 1964 en los monasterios benedictinos de Austria. Tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial y ante el miedo a un conflicto nuclear durante la Guerra Fría, la orden decidió fotografiar las páginas de sus libros para preservarlos en un gigantesco archivo en caso de catástrofe. Una idea que terminaron exportando a zonas de conflicto, como fue el caso de la Etiopía de los años 70, con el fin de proteger su legado de libros sacros. Desde entonces la HMML, que se financia con fundaciones y donaciones, ha ido extendiéndose por distintos continentes.
-¿Cómo viaja por un mundo en llamas un antiguo monje con un pasaporte tan odiado en muchos de sus destinos como el americano?
-Cuando estaba en el monasterio, interactuaba con otros monasterios en Irak o Siria y eso me facilitaba las cosas. Lo que aprendí pronto es que tu confesión no es importante. A la gente con la que hablaba lo que le importaba era que yo fuera un hombre de fe. Es cierto que mi pasaporte en algunos sitios no es bienvenido, pero para eso hay trucos...
-¿Cuáles?
-No comportarte como un americano (sonríe). Primero, escuchar. Segundo, mostrar respeto. Y tercero, tomarse el tiempo necesario para conocer a tu interlocutor. No puedes usar el típico estilo americano con estas personas, ese que consiste en mandar, ser ruidoso y cerrar un trato a toda prisa con un apretón de manos. Con ellos tienes que ir a tomar un café o un té en repetidas ocasiones y construir una relación real. Demostrar que pueden confiar en ti y que tú no buscas ningún rédito comercial. Con quienes trato se dan cuenta enseguida de que soy un hombre sincero sin afán de lucro. Voy con las manos abiertas.
Este Indiana Jones de los manuscritos, aparte de ser una persona valiente, está sobradamente cualificado para su trabajo. Antes de ingresar en el monasterio se licenció cum laude en Historia y Literatura en la Universidad de Harvard. Luego obtuvo una maestría en Estudios Religiosos en Yale y un doctorado en Teología por Oxford.
«Muchos de los libros perseguidos están escondidos: son protegidos con devoción y nunca se los enseñarán a los extranjeros. De ahí que sea es un privilegio poder disfrutarlos digitalmente», dice.
Por ello Stewart garantiza una copia de seguridad a quienes confían en él para ceder el visionado de sus obras para mitigar el impacto de muchas tragedias que ha vivido. «En Irak una colección extraordinaria fue destruida y hay otras muy valiosas que fueron evacuadas de Siria al Líbano y que no sé todavía si han sobrevivido», admite.
Karen Armstrong, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2017 y una eminencia en el estudio de los textos sagrados, describe que las Escrituras, sea cual sea la tradición religiosa, a menudo se emplean selectivamente para suscribir opiniones arbitrarias. En El arte perdido de las Escrituras (Paidós, 2019) sostiene que la lectura sesgada que hace que los radicales usen el Corán para justificar el terrorismo, la Torá para negar a los palestinos el derecho a vivir en la tierra de Israel y la Biblia para condenar la homosexualidad es un fenómeno relativamente reciente. Durante cientos de años estos textos fueron vistos como herramientas espirituales que conectaban al individuo con lo divino. Eran interpretados como fluidos y adaptables, no como un conjunto de reglas arcaicas vinculantes.
Este aperturismo del saber humano es lo que persigue Stewart con su labor. Por eso el trabajo recolector de su biblioteca de manuscritos, que comenzó con el rescate de libros cristianos, se ha ido extendiendo a otros credos, además de a obras seculares.
Su radio de acción ha crecido. Y también los peligros.
«Estuve en apuros en Tombuctú cuando nos pilló un fuego cruzado de un ataque yihadista al centro de comunicaciones de la ONU. Nos escondimos en la habitación del hotel y oímos helicópteros disparando con ametralladoras. El principal temor, además de las balas, era ser secuestrado por estos grupos, porque su estrategia consiste en mantenerte preso durante varios años y así aumentar el precio del rescate. Por suerte, fuimos evacuados por unos cascos azules suecos. En Mosul sí que viví una experiencia aterradora, porque estuve cerca del fuego de mortero y de los bombardeos aéreos. En esa zona de guerra, me encontré con iglesias destruidas, bibliotecas quemadas y población desplazada de sus casas. He vuelto en varias ocasiones».
En Irak se forjó la colaboración de Stewart con el arzobispo de Mosul, con el que recorrió la llanura de Nínive para escapar de la toma por el Daesh de ese territorio. «Es un hombre telegénico y con carisma con el que me comunicaba en francés», recuerda con simpatía. Esas travesías por los orígenes de la civilización en Oriente Próximo, por las piedras en las que nacieron las primeras formas de escritura, han dejado una profunda huella en el estadounidense. «Hablamos de culturas de una extraordinaria profundidad», afirma.
Así es la diplomacia monástica de Columba Stewart. Su modus operandi es el respeto, la paciencia y la resolución de problemas.
La cultura ha estado bajo sospecha desde tiempos inmemoriales. Persecuciones políticas o religiosas, además de las malas condiciones de conservación, han impedido que muchas obras capitales no lleguen hasta nosotros. Hoy distintas iniciativas intentan evitar esta amnesia, a veces provocada, a veces accidental.
La protección del Fondo Kati, que cuenta con financiación española, es una de ellas. Se trata de la biblioteca de Ali ben Ziyad al-Kati, un musulmán que se exilió de Toledo en 1467 para instalarse en Tombuctú con su colección de 12.000 manuscritos en hebreo, castellano y árabe. Estos libros fueron conservados por sus descendientes durante más de cinco siglos. Pero, como bien conoce Stewart, su heredero actual tuvo que recurrir a la ayuda internacional para salvarla en 2012 de los fanáticos religiosos y los rebeldes tuaregs.
Otra muy interesante, mucho más moderna, pero con un enorme significado en estos tiempos de cancelación, es la biblioteca Dawit Isaak, dedicada a la libertad de expresión y con sede en la ciudad sueca de Malmö. Es la primera y única colección internacional de literatura prohibida a disposición del público con libros cuyos autores han sido censurados, encarcelados o, en el peor de los casos, asesinados.
«Su nombre está dedicado al reportero sueco-eritreo encarcelado ilegalmente por las autoridades de Eritrea por su labor informativa y la defensa de la libertad de expresión», explica su bibliotecario, Jens Zingmark, que reconoce que el fondo del centro supera ya los 3.000 libros. «En el interior de cada libro ponemos una nota que explica en pocas palabras qué le ha pasado al autor o al libro, cuándo fue censurado, dónde y por qué».
Todo libro amenazado tiene una historia. Y necesita un ángel de la guarda. Quizás por eso, Columba Stewart considera que el afán de proteger la propia memoria cultural o religiosa es un impulso humano universal.
Para entenderlo basta leer una conferencia que impartió en 2019 sobre el francés Pedro El Venerable, un abad benedictino de Cluny del siglo XII que viajó hasta Toledo tiempo después de que la ciudad fuera reconquistada a los musulmanes por las tropas cristianas de Alfonso VI. A su llegada, este religioso encargó a distintos eruditos árabes la traducción al latín de los textos islámicos más importantes, incluido el Corán. Pedro adoptó, según Stewart, el principio humanista que dice que «para comprender a la gente de otra cultura, con creencias diferentes, debemos escucharlos con su propia voz, aprender su idioma, leer y comprender sus textos».
En esa intervención académica, Columba vistió el hábito benedictino -compuesto por un alba negra y un escapulario-, pero hizo referencia a los nuevos tiempos: «La tradición benedictina de preservar el pensamiento humano para el mundo contemporáneo requiere de un vestuario más versátil, adaptado al desierto de Tombuctú, al entorno de combate de Mosul o al entorno secular de la academia moderna».
En cierta forma, el hábito no hace el monje, que en el siglo XXI se mueve en vaqueros y cazadora caqui si hace falta.
-¿Cuando regresaba de la guerra cómo metabolizaba de repente el paso a una vida espiritual y académica?
-Metabolizar... Me gusta que haya usado esa palabra. Por supuesto, tuve que procesar lo sucedido en Tombuctú. Cuando vuelvo de viaje me doy cuenta de lo privilegiada que es mi vida en Estados Unidos, donde el mayor problema es pensar si tienes que cambiar la alfombra del salón. ¿Me entiende? Todo son problemas ridículos. Me imagino la situación de Gaza, donde teníamos un proyecto que la guerra canceló y pienso en cómo volvió a empezar todo de nuevo. Hace más de 80 años ustedes en España tuvieron una terrible Guerra Civil y también se vivió una Guerra Mundial en gran parte del planeta. Ya apenas queda gente que conoció en primera persona estos traumas. Le pongo el ejemplo de mi país. Han pasado 160 años desde la Guerra de Secesión y, por supuesto, no hay memoria viva de esa tragedia. Puede que actualmente tengamos huracanes e incendios, pero no nos hacemos a la idea de lo que sufre la gente en una guerra.
El trabajo que hace Stewart es una especie de póliza de seguros para los propietarios de los manuscritos, que saben que su contenido se conservará incluso en caso de pérdida o deterioro. Como se ha podido comprobar en muchas ocasiones, estas copias sirven de prueba de propiedad en caso de robo y su catalogación dificulta el millonario tráfico ilegal de manuscritos. Además, los dueños de los tesoros han aprendido que su apertura al mundo y la investigación académica revalorizan estos bienes.
Sin embargo, el valor económico no es importante para este antiguo monje. «Escaneamos todo», dice Stewart. «Lo que puede ser interesante para una comunidad en 2025 puede que en 2125 no lo sea, y viceversa. Esto es como el arte: cada época tiene sus gustos, que van y vienen».
Es la devoción por el testimonio escrito de este hombre que ya ha conseguido que en la HMML ya existan 100.000 manuscritos a disposición de los investigadores en una plataforma con una base de datos que permite buscar por país, lengua, autor, características y género. Cada semana se incluyen nuevos archivos.
«Hay manuscritos que puede que no sean hermosos, pero que pueden tener un valor que todavía desconocemos», cuenta. «Pienso que cada texto escrito hace siglos exigía un notable esfuerzo entonces, fuera económico -por los notables costes de la tinta y el papel- y de tiempo. Así que considero que hay que protegerlo a toda costa, ya que quien lo escribió se esforzó mucho y lo consideró importante».