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jueves, 4 de diciembre de 2025

La Mancha para el viajero inglés Joseph Towsend en 1786

  A journey through Spain in the years 1786 and 1787... and remarks in passing through a part of France, by Joseph Townsend, in two volumes.1792, vol. II:

Como era demasiado pronto para pensar en apresurarnos, avanzamos cuatro leguas más, hasta La Guardia; y, aunque no es un lugar habitual, encontramos buen alojamiento. Desde Madrid el terreno es bastante llano; la tierra es fértil; la roca es de yeso; producen principalmente maíz, con algunas vides y olivos. Aquí, en la famosa región de La Mancha, naturalmente buscamos molinos de viento que, al no tener arroyos para moler el grano, encontramos, como esperábamos, en las cercanías de cada pueblo. No tienen bueyes; y solo mulas o caballos se utilizan para la ganadería. La Guardia fue antiguamente una plaza fuerte y estuvo custodiada durante mucho tiempo por los moros, pero ahora parece estar al borde de la decadencia. Se calcula que todavía hay unas mil familias, con un total, según los informes del gobierno, de tres mil trescientas cuarenta y cuatro personas; pero en realidad tienen más de tres mil que reciben subsidio y unos ochocientos niños menores de edad.

No tienen ninguna industria, excepto el salitre, y este no es considerable: de ahí su pobreza y miseria. Sus tierras están divididas en pequeñas parcelas, pero el propietario principal es don Diego de Plata. Las rentas se pagan en grano. La iglesia es un edificio muy elegante y bien proporcionado; los altares son casi nuevos y sencillos. En una capilla hay muchos buenos cuadros de Angelo Nardi. No tienen carne de res. El cordero cuesta doce cuartos, el pan cinco cuartos la libra, o dieciséis onzas. 

Después de cenar, caminamos dos leguas para dormir en Tembleque, un pueblo de unas dos mil familias, pero que se calcula que contiene solo cuatro mil cuatrocientas dieciocho familias, con una iglesia parroquial, una capilla y un convento. Lo más destacable aquí es una fábrica de salitre en la que trabajan cuarenta hombres en invierno y sesenta en verano, lo que produce seis mil arrobas al año. El administrador me pareció más inteligente de lo habitual. Me dijo que los gastos, pese a la economía más rígida, ascendían a doscientos mil reales, es decir, a unos cuatro reales o casi un penique por libra, de los cuales, según esta reducción, la mano de obra no genera más que un penique; de ​​modo que los otros ocho peniques y medio se destinan a la fundición, los hornos, la administración, el capital y otros gastos incidentales. Si llevamos este cálculo a Madrid, ¿cuánto más de lo que ya he calculado parecerá ser el dinero que se pierde en esas extensas obras, donde la fundición es tan escasa? Me informó que recogió toda la propiedad de terrenos en los que se habían depositado productos animales y vegetales en estado de putrefacción. 

El sábado 17 de febrero pasamos por Camuñas, un pueblo humilde con unas trescientas cabañas, hasta las Ventas de Puerto Lapiche, tras haber recorrido veintidós leguas en esos tres días. El terreno es llano y la vista hacia el Norte es extensa; pero, antes de llegar a Las Ventas, tuvimos una ligera visión de las montañas nevadas que separan las dos Castillas. En condiciones favorables de aire y altitud, creo que podrían verse a más de cien millas. El desnivel es un [...] La tierra es de cuarzo y la roca es de granito. Se ara con dos asnos o dos mulas, y dondequiera que se riega con norias, produce abundante maíz. El vino es excelente y en gran abundancia. El pueblo de Lapiche es miserable y la gente parece estar medio muerta de hambre, aunque sus cosechas nunca pueden verse defraudadas por la falta de lluvia, pues en el espacio de unas sesenta hectáreas conté más de treinta norias. La venta está en el antiguo estilo español. Tiene ciento cincuenta pies de largo e, independiente de una casa que comunica, no más de diez pies de ancho. En un extremo hay una chimenea, a modo de cocina, de diez pies cuadrados, con un hogar en el medio, rodeado en tres lados por un banco en el que los arrieros se sientan durante el día y se acuestan a dormir por la noche, pero de ninguna manera separado de la larga hilera de casas que, con primitiva sencillez, bajo un mismo techo

...Ignemque laremque / et pecus et dominos communi clauderet umbra, Juvenal, satura VI,  3-4. [Fuego y Lares y sombra el mismo techo a ganados y dueños ofrecía]

Hay, junto a esto, un patio, con un pozo en el centro y en un extremo un ático para carretas y diligencias. El dormitorio está arriba y, según cuentan, durante toda la noche oímos, o podríamos haber oído, el tintineo de las campanillas en las cabezas de nuestras mulas siempre que comían. Antes de ir a la granja, hicimos un trato con el cura para la cena. Nos ofreció dieciséis reales; pero, finalmente, al cerrar el trato, aceptó ocho. Si hubiera cumplido con su exigencia, habríamos accedido; porque acordar la cena en días festivos en un país católico es indispensable, y no nos habría convenido quedarnos tirados en el camino. Desde Las Ventas descendimos hacia una extensa llanura, rodeada por altas colinas en todos sus lados, que producían aceitunas, maíz y azafrán. 

Tras ocho leguas, llegamos a Manzanares. Todos los viajeros por este camino iban bien armados; y tres monumentales cruces demostraron que sus temores no eran infundados. Era domingo, pero muchos arados trabajaban. Sus cultivos se riegan con numerosas norias. Manzanares tiene mil ochocientas. Las familias pobres, con una fortuna considerable, cuentan con mil setecientos sesenta y ocho habitantes, proporción que en sí misma es un indicador suficiente de su pobreza. Las casas están construidas con barro y los pobres están casi desnudos. En la iglesia vimos cuatro buenos cuadros. El castillo, con una finca considerable, y los diezmos, pertenecen a los caballeros de Calatrava y están en manos del infante don Antonio, lo que le reporta unos ingresos de treinta mil ducados, o 3295 libras esterlinas anuales. Examinamos las instalaciones, vimos los extensos graneros y probamos la rica variedad de vinos. El mayordomo ofrecía un vino especial para la mesa del Infante, que me pareció, sin excepción, el mejor de España. Tenía el sabor del rico Borgoña, con la fuerza y ​​el cuerpo del generoso Oporto. Después de elogiar este vino y agradecer al mayordomo sus atenciones, continuamos nuestra caminata hasta el anochecer; y, a nuestro regreso a la posada, tuvimos la suerte de encontrar más de tres galones de este vino almacenados allí y ya depositados en nuestras botas o botellas de cuero para el viaje. Desafortunadamente, los dos cocheros se encontraron con un problema que cubrió su peculiar excelencia, y,  gracias a su ayuda, terminamos en un día lo que yo mismo me había convencido que alcanzaría para tres. La posada es más cómoda y de mayor tamaño que las comunes, con treinta y dos camas, todas en la planta baja. El edificio tiene unos ciento ochenta pies de largo por treinta y dos o cuarenta de ancho, con un largo pasillo en el medio para cochera, del cual la cocina está apenas separada por una pequeña ventana. Los dormitorios a la derecha y a la izquierda tienen unos dieciséis por catorce pies, cada uno al estilo español, amueblados con cuatro camas. 

El lunes 19 de febrero, salimos de Manzanares temprano por la mañana, atravesando una zona llana hasta Valdepeñas, a cuatro leguas de distancia, para cenar. El terreno está lleno de grava, lo que produce algunas aceitunas y mucho vino, pero sobre todo maíz. Las norias están bien construidas, con la gran rueda de hierro en lugar de madera. La roca es de piedras. En el camino vimos dos monumentales criptas. Valdepeñas es famosa por su buen vino, que se destina principalmente a Madrid; pero cuando se abra la navegación hacia Sevilla, como se propone, este, junto con muchos otros vinos curiosos producto de La Mancha, llegará a Inglaterra y será muy solicitado. En esta ciudad hay 700.000 vides. Desde allí, cruzamos Santa Cruz y comenzamos a ascender entre colinas ásperas y sin cultivar, hasta que nos alojamos en La Concepción de Almuradiel. Este pequeño pueblo, de 36 familias, es el más grande que encontramos en los Nuevos asentamientos de Sierra Morena. Fue construida en 1781. La posada rodea un patio de 90 por 50 pies, con una cochera contigua de 150 por 40 pies, y cuenta con terrenos cultivables en proporción. Las habitaciones están bien equipadas, cada una con chimenea y dos alcobas para camas. Por encima de estos se encuentran los aposentos del administrador, su delegado y sus sirvientes; con amplios graneros y un corredor que forma una comunicación a su alrededor. Todo aquí está a cargo del Rey y, por supuesto, se le presta poca atención.

domingo, 9 de noviembre de 2025

Tomás Dávila, un clásico manchego que recuperar y editar.

 Copio el artículo que escribí para una enciclopedia en línea colaborativa, pero ampliado y corregido:

Tomás Dávila fue un escritor y monje agustino de fines del siglo XVII y comienzos del siglo XVIII. Poco se sabe sobre él; en el prólogo a sus Deleytes del espíritu se dice que:

«Nació en la villa de Alcázar de San Juan, provincia de Ciudad Real, y sus padres fueron Sancho Dávila y Ana del Barco. Vistió el hábito de San Agustín en San Felipe el Real el 10 de noviembre de 1670. Puede colegirse su aprovechamiento y amor a las letras del Memorial que, siendo Regente de Teología en Doña María de Aragón de Madrid, presentó al Definitorio exponiendo los deseos de emplear su talento y noticias en servicio de la Provincia, por lo que le suplicaba le nombrasen su cronista. Lo cual le fue concedido; Y el P. Dávila acreditó su laboriosidad ya por el Magisterio que se le confirió el año 1701, ya también por el testimonio de las obras que compuso, cuyo catálogo damos». 

En estas obras figuran además algunos de los cargos que ostentó: lector de teología del convento de N. P. S. Agustín de Ciudad Rodrigo (Salamanca), maestro de estudiantes en el colegio de Doña María de Aragón de Madrid (1687) y lector jubilado (1699). Se ignora la fecha de su muerte.

Entre sus obras destaca el ya citado Deleytes del espíritu... (1803 y 1804), obra póstuma en dos volúmenes y en forma de diálogo entre Philidón y Eusebio (nombres que en griego significan "amador de deleites" y "piadoso") y en el cual el  segundo personaje, español emigrado en Francia por razones algo oscuras ("En España, patria de mis padres y mía que dejamos por la ocasión que sabes, aun no estuviéramos seguros en las cuevas de los montes, porque allí todos celan la verdad de la fe que les predicó Santiago y aprenden las peñas firmeza de los hombres"), pero que insinúa tocan en la Guerra de Sucesión, representa la actitud y valores del autor en defensa de los valores del alma frente a los del cuerpo, que defiende contra el muy hedonista, pirrónico y libertino francés Philidón, antiguo amigo suyo de la niñez, con esperanza de convertirlo. El diálogo transcurre en el jardín de un palacio en Orleáns, en una alameda y en el balcón de una sala del mismo palacio, heredado por Eusebio de su padre, hace dos años fallecido; y durante unas dos semanas se tratan los siguientes temas:

De un Dios y de una religión

Que es menester gustar de Dios para conocerle y que hay cosas sobrenaturales

De la inmortalidad del alma, y de los placeres del cuerpo y de los del espíritu

Los deleites de las artes

Los deleites de las ciencias humanas

Los deleites de la reputación y de la fama

Los deleites de la fortuna

Los deleites de la Filosofía, o de la sabiduría moral

De la creencia de un Dios en tres personas, y de Jesucristo

Que los mayores blasfemadores del nombre de Jesucristo creen que es Dios

De la conversión de Philidón

(continuación): La entrada de Philidón en la villa del verdadero deleite, y del interior

De las virtudes o hijas de la caridad. La humildad, la obediencia, la benignidad, la pureza, la paciencia, la oración, y la mortificación

De la caridad que comprende el amor de Dios, y del prójimo​

Su lenguaje es sereno, equilibrado, sin conceptismos ni cultismos gongorinos: es una prosa clásica y aticista que toma por referente los diálogos De los nombres de Cristo del también agustino fray Luis de León; además prescinde de citas y pedanterías, aunque late por dentro la instrucción que la alimenta. Sirva de ejemplo este fragmento:

El conocimiento de una cosa no es lo que más agrada, sino el amor de ella. Verdad es que, cuanto más conocimiento se tiene, se tiene más amor; y cuanto más amor se tiene, más la cosa agrada y se gusta de ella. Y como el conocimiento aumenta el amor, así el amor fortifica y eleva también el conocimiento; porque amando una cosa nos llevamos mucho más fácilmente a tener muy presto un entero conocimiento de ella y a gustarla bien. Así los que aman el estudio se hacen muy presto sabios, y los que no le aman quedan siempre ignorantes (Deleytes del espíritu, I: "Del deleite de las artes", pp. 192-193).

En el Epinicio sagrado, compuesto con ocasión de dedicar una capilla que los Marqueses de Cerralbo reedificaron en Ciudad Rodrigo a San Andrés por haber destruido un rayo la que antes había, se incluyen dos disertaciones sobre el origen de los templos y el origen de la poesía, llenas de erudición profana y sagrada. Lo restante no se reduce a otra cosa que a extender o hacer una relación de las funciones que se hicieron por la dedicación. En el mismo año imprimió en Salamanca un Sermón sobre la toma de Buda y en Madrid las Vidas de San Furseo y de las santas Eudocia y Rita en los años 1699 y 1705. Menos conocidas son las obras manuscritas a las que se alude en el prólogo de sus póstumos Deleytes del espíritu, que aún había en la Biblioteca Complutense Agustiniana: Apología por el Duque de Aquitania San Guillermo; doce Vidas de Santos del Orden de San Agustín y en especial una obra sobre las guerras de los cristianos en la que habla con erudición sólida así profana como sagrada del origen de ellas: solicitud y precauciones, que en las guerras deben tomarse para evitar los desórdenes a que por la avaricia de los soldados solían estar expuestas.

Obras:

Al Santísimo Sacramento. Oración Evangélica predicada el día de la octava del Corpus a la Orden de Santiago asistida de la Católica Magestad del Rey nuestro señor, recién casado, en el Real convento de San Felipe, Orden de Nuestro Padre San Agustin. Madrid: Impr. del Reino, 1690.

Deleytes del espíritu, del maestro fray Tomás Dávila, agustiniano. Obra pósthuma. Tomo Primero. Madrid: Fuentenebro y Compañía, 1803. XXIV, 328 p.

Deleytes del espíritu, del maestro fray Tomás Dávila, agustiniano. Obra pósthuma. Tomo segundo. Madrid: Fuentenebro y Compañía, 1803. 300 p.

Epinicio sagrado, certamen olímpico áureo en la solemne dedicación de la insigne capilla que al glorioso apóstol San Andrés, Patrón de su casa de Cerralvo, erigió el Eminentisimo Señor Don Francisco Pacheco, primer Arzobispo de Burgos, Protector de España, de la Inquisición general y Virrey de Nápoles. Salamanca: Lucas Pérez,1687. 502 p.

Historia y vida del admirable y estático San Furseo, príncipe heredero de Irlanda, apóstol de muchos reinos y naciones. Maestro sapientísimo de Reyes, y Ministro y monge antiquísimo del Orden de N. P. S. Agustin. Madrid: Lucas Antonio de Bedmar, 1699. 380 p.

Sermón sobre la toma de Buda, Salamanca, 1687.

Vida y milagros de la Gloriosa Santa Rita de Cassia, del Orden de los ermitaños de San Agustin, por el maesro fr. Tomás Dávila, difinidor de la provincia de Castilla, y chronista general de su religión. Sácala a la luz el padre predicador fray Joseph de Badarán, de la misma Orden. Y va al fin la Novena de la Santa. Madrid: Francisco Sanz, impressor del Reyno, y portero de cámara de su Magestad, 1705. 236 p.

Vida y pasión de la santa mártir Eudocia, samaritana, sacada de sus antiquísimas actas por el P. Fr... Madrid: Lucas Antonio de Bedmar,1699. 222 p.

Apología por el Duque de Aquitania San Guillermo, manuscrito inédito

Vidas de Santos del Orden de San Agustín, manuscrito inédito

[Sobre las guerras de los cristianos], manuscrito inédito.

jueves, 3 de julio de 2025

Todros Abulafia, el poeta judeomanchego de la época de Alfonso X el Saio

Traducción propia del artículo de la Wikipedia sobre Todros Abulafia

 

Todros ben Judah Halevi Abulafia (1247 - después de 1300) fue un poeta judío nacido en Toledo que escribió principalmente en hebreo y poesía en árabe.

Abulafia recopiló sus poemas en un diván, al que llamó Gan HaMeshalim veHaHidot (El Jardín de las Parábolas y los Acertijos). La colección de poemas fue escrita principalmente en hebreo e incluía también poemas de otros autores. Se incluyeron además 35 poemas que representaban un debate poético entre Todros Abulafia y el poeta Finehas Halevi. [ 1 ]

Ángel Sáenz-Badillos, catedrático del Departamento de Hebreo de la Universidad Complutense de Madrid, España, cree que Abulafia fue "probablemente el mejor y más prolífico autor de la España cristiana durante los reinados de Alfonso el Sabio y su hijo Sancho IV de Castilla". [ 1 ]

Vida

Pariente lejano de Meir Abulafia, Todros Abulafia nació en 1247 en Toledo. Dominaba el árabe y poseía una amplia formación en poesía y literatura árabe y cristiana. [ 2 ]

Al principio de su carrera, Abulafia se convirtió en cortesano de Alfonso X de Castilla. La corte de Alfonso, conocido como Alfonso el Sabio, atrajo a un poeta ambicioso por ser un centro cultural de Castilla en aquella época.

Además de poeta, Abulafia también fue diplomático y financiero. [ 3 ] En 1279, el rey le ordenó recaudar una enorme cantidad de impuestos de la comunidad judía de Castilla. El rey necesitaba el dinero para financiar su campaña militar. Pero el dinero recaudado nunca llegó al ejército porque uno de los hijos del rey lo recabó para sus propios fines. El rey, furioso, ordenó la ejecución de dos importantes recaudadores de impuestos, uno de los cuales era el mecenas de Abulafia. Tiempo después, el poeta y la mayoría de los demás judíos toledanos fueron sacados de una sinagoga y arrestados. Se impuso un rescate como condición para su liberación. Él continuó escribiendo poemas mientras estaba en prisión. Tras su liberación, de alguna manera consiguió volver a ser cortesano, pero en la corte del hijo de Alfonso, Sancho IV de Castilla. [ 2 ] Se sabe poco sobre la vida de Abulafia después de 1298. [ 2 ]

Poesía

La poesía de Todros ben Judah Halevi Abulafia estuvo influenciada por su vida en la España cristiana, donde todavía se hablaba árabe 150 años después de que los gobernantes cristianos recuperaran Iberia de los moros. [ 2 ]

En cierto modo, su poesía difiere de la de sus predecesores judíos andaluces, que se vieron obligados a huir del sur de España durante la invasión bereber-almohade de 1147-1148; al mismo tiempo, aún se pueden observar motivos comunes como el uso de la hipérbole. Un ejemplo es un poema que Abulafia dedicó a Ibn Shoshan, un judío recién llegado a Toledo desde Marruecos. En el poema, titulado "Debate de flores", "la tierra ajardinada del autor, rodeada por un enjoyado collar de flores, enmarca la rivalidad de un grupo de flores prominentes: la rosa roja, vere, la rosa pálida, shoshan , y el narciso, havasele ". [ 4 ] En el poema, cada flor debate sus características, pero ninguna pudo superar a la rosa pálida, shoshan, que también representa al homenajeado del poema, Ibn Shoshan, y su familia. En el poema la rosa pálida, shoshan, ganó el debate de las flores porque presentaba las mejores características: "justa, valiente, humilde, filantrópica y digna de loa". [ 4 ] Su preferencia por las mujeres árabes encuentra confirmación en algunos de sus poemas. [ 5 ]

Sí, hay que amar a una árabe / aunque no sea hermosa ni pura. / ¡Pero aléjate de una española / aunque sea radiante! [ 5 ]

Todros llevó una vida de aventuras y de "próspera sensualidad" [ 6 ] y este realismo sexual con cierto grado de lujuria se refleja en muchos de sus poemas. [ 7 ]

Es tan ignorante que no sabe nada de sexo. / Pero toda chica árabe posee un encanto y una belleza / que cautivan el corazón y alivian la frustración. / Luce tan hermosa como si estuviera vestida con bordados áureos, / pero está desnuda. Y en el momento oportuno complace; / lo sabe todo sobre la fornicación y es experta en la lujuria. [ 5 ]

Los poemas de Abulafia continúan la tradición de los trovadores que siempre fueron bien recibidos en la corte de Alfonso el Sabio, y este "fin'amor trovadoresco" no se encuentra en la tradición hebrea andalusí. [ 8 ]

... ¡En verdad, le basta al hombre que la ama / verla o escuchar sus palabras! / / Es doctrina de todo noble convertir su vida / en una piedra para que ella tropiece y pueda lamerse el polvo de sus pies. / ¡Sufrid enteramente por su amor, / pues en verdad Dios multiplicará su recompensa! / Pondré mi corazón a servir a mi amor por ella por siempre. / ¡Nunca le pediré que me libere / mientras el sol salga por el este, / o mientras canten los pájaros de ella!” [ 8 ]

Al hablar de la poesía de Abulafia, Peter Cole afirma: «La obra de Todros se distingue sobre todo por su frescura y franqueza: logró introducir una dimensión personal vívida (aunque no siempre directa) en sus versos que trascendió con creces cualquier cosa que la poesía hebrea medieval hubiera visto antes. Llenó de ironía las convenciones clásicas, las invirtió o las eliminó por completo, y creó un nuevo espacio poético para trabajar». [ 2 ]

Desafíos de la traducción

La traducción de los poemas de Abulafia, así como la de otros poemas medievales escritos en hebreo, presenta algunos desafíos, ya que algunas palabras pueden tener varios significados. Un buen ejemplo de este desafío es el poema "Higos". Al pedirle higos a un amigo, el poeta escribe: "Envíame un higo maduro, dame una porción por siete, incluso por ocho". El siguiente verso del poema se tradujo como "Y a cambio, aquí está mi flato". La palabra hebrea utilizada en el poema es zemorah, que significa "sarmiento". Howard Tzvi Adelman, de la Universidad de Queen's, afirma: "Zemorah significa 'pene' e 'higo' es una referencia a 'vagina'. Creo que se trata de una referencia sexual y no escatológica; sin embargo, ambas encajan si se trata de la categoría de lo grotesco. El siguiente verso —"De ahora en adelante no se lo daré a extraños"— podría encajar en ambos sentidos". [ 9 ]

Gan HaMeshalim veHaHidot

Se sabe poco sobre la vida del poeta después de 1298. Tras su muerte, su poesía cayó prácticamente en el olvido durante más de seiscientos años. Posteriormente, el diván fue descubierto y copiado en el Egipto del siglo XVII . Durante los siglos siguientes, este manuscrito copiado viajó entre Irak y la India , cambiando de manos entre coleccionistas de anticuarios de diferentes países. A finales del siglo XIX, el manuscrito pasó a ser propiedad de Sha'ul 'Abdullah Yosef, un erudito y empresario iraquí, quien lo obtuvo mientras trabajaba en Hong Kong. (No se sabe con certeza cómo llegó el manuscrito a Hong Kong). Yosef comprendió el valor del manuscrito porque era un gran experto en hebreo. Tras su muerte en 1906, el manuscrito pasó a manos de David Yellin, un destacado erudito en poesía hebrea medieval de la época. Yellin publicó el manuscrito entre 1934 y 1937 en tres volúmenes, añadiendo unos mil doscientos poemas al "canon hebreo medieval". [ 2 ]

Referencias

 Ángel Sáenz-Badillos (enero 1996). ""Hebrew Invective Poetry: The Debate between Todros Abulafia and Phinehas Halevi". Prooftexts. 16(1):49–73. JSTOR 20689439.

 Cole, Peter (2007). The Dream of the Poem: Hebrew poetry from Muslim and Christian Spain, 950–1492. Princeton, N.J.: Princeton University Press. pp. 256–257. ISBN 978-0-691-12195-6.

 David A. Wacks. "Toward a History of Hispano-Hebrew Literature in its Romance Context". University of Oregon. p. 15. Retrieved April 4, 2011.

 Stacy N. Beckwith (Nov 1, 1999). Charting memory: recalling medieval Spain. Routledge. pp. 95–96. ISBN 978-0-8153-3325-8. Retrieved April 4, 2011.

 Elena Lourie; Harvey J. Hames (January 2004). Jews, Muslims, and Christians in and Around the Crown of Aragon: Essays in Honour of Professor Elena Lourie (Medieval Mediterranean). Brill Academic Publishers. p. 131. ISBN 90-04-12951-0. Retrieved April 4, 2011.

 Joan Comay; Lavinia Cohn-Sherbok (November 7, 2001). Who's who in Jewish history: after the period of the Old Testament. Routledge. pp. 8–9. ISBN 978-0-415-26030-5. Retrieved April 4, 2011.

 David Biale (January 10, 2006). Cultures of the Jews, Volume 2: Diversities of Diaspora, Volume 2. Schocken. ISBN 978-0-8052-1201-3. Retrieved April 4, 2011.

 David A. Wacks (February 26, 2011). "Todros Abulafia, Hebrew Troubadour at the Court of Alfonso X". uoregon.edu. Retrieved April 4, 2011.

 Howard Tzvi Adelman. "Poetry and History in Jewish Culture". medievalhebrewpoetry.org. Retrieved April 4, 2011.

jueves, 12 de junio de 2025

Manuel Romero Sánchez-Herrera, el farmacéutico quintacolumnista, escritor y alcalde de Ciudad Real, de Pozuelo, que salvó muchas vidas..

Compré en uno de nuestras librerías de lance un curioso librito de 55 páginas por una sola cara, Historia de un perro de caza, publicado en Ciudad Real en 1972 en poquísimos ejemplares, como el resto de su obra; la edición está llena de erratas y otras fallas, pero se vendió por la carísima cifra entonces de cien pesetas. Lleva en primera página una ilustración monócroma de un perro de caza menor de tamaño medio, el "Seguro" al que se alude en el texto, y, encima, un escrito poco legible en letra inglesa de bolígrafo a un tal Dionisio: "Dedicatoria merecidísima por tu sincero cariño, por mí correspondido", firmada por un Alberto que, por tanto, no es el autor. Indago para descubrir quién fue Manuel Romero, y descubro que fue un personaje local célebre por no pocas prendas, sin duda el Romero que da nombre a la farmacia de la calle Toledo que tengo a cincuenta metros de mi casa. Al fin del libro hay una hoja con los títulos de las otras obras que escribió: Anecdotario de un pajaritero. [La caza de la perdiz con reclamo, 1950, 1.ª ed.; 2.ª ed. con el título de Anecdotario y memorias de un pajaritero, con fotos a blanco y negro, introd. y notas de Carmelo-Víctor García Romero, seguramente pariente del autor, Madrid: FEDENCA / Escuela Española de Caza, 2009), Ensayos poéticos, Una vida en poemas [Madrid: Gráficas Áncora, 1965] y Durandín, [estampas de la Guerra Civil, Madrid: tipografía Flórez, 1970)]. Empiea a ser reconocido hoy como lo que fue, un héroe. La mejor semblanza que se le hizo creo yo que fue la de Juan Carlos Buitrago en una entrevista que dio a La Tribuna con motivo de la edición de su De la A a la Z. Los protagonistas de una larga Guerra Civil. Ciudad Real 1936-1944 (Serendipia, 2023):

  Poco reconocido es Manuel Romero Sánchez-Herrera, farmacéutico. Su familia sigue regentando una farmacia en la calle Toledo. Era de centro izquierda, de Unión Republicana, pero hombre de convicciones cristianas profundas. Ayudó a muchísima gente de derechas durante todo el periodo republicano. De hecho, fue el miembro más representativo de la Quinta Columna en Ciudad Real, jugó un doble papel durante mucho tiempo. Nunca fue reconocido ni por los suyos ni por el franquismo, porque siempre fue alguien sospechoso por su filiación política previa

En sus obras atestiguo quejas por la soledad que sufrió en la posguerra; él, que a tantos salvó, escribe en ese homenaje que brinda a su perro lo siguiente:

No va para mucho tiempo que necesité pasar por la calle de la Lanza, en Ciudad Real; en una de sus casas vivió un doctor en medicina, D. Luis Cilleruelo, que lo considero como el mejor amigo que en toda vida larga tuve. Evitaba pasar por la referida vía pública por suponer, como así sucedió, que al cruzar frente a la casa donde el doctor Cilleruelo, vendrían a mi memoria recuerdos que invadirían mi ser de pena y dolor. El referido doctor fue injustamente muerto en la guerra civil con un tiro en la nuca; aquella injusticia exacerbó mi repulsa y ligó para siempre el dolor que me causó con remordimientos. El primero, debido al gran cariño que sentía por aquel ser bueno y sabio; el segundo por creer que no puse los medios precisos para evitar su asesinato.

Muy pocos hicieron tanto por salvar vidas como Manuel Romero; la protección que le brindó su hermano desde su puesto dirigente también lo salvó a menudo. Su mismo tormento por las limitaciones que tenía que sufrir para hacer su buena obra atestigua cuán gran persona fue. Resumo aquí lo demás que he encontrado, por caso R. Roldán-Guerrero, Diccionario biográfico y bibliográfico de autores farmacéuticos españoles. Madrid: Imp. del P. H. O. E., 1975. Vol 4. p. 364, de donde extraigo estos datos sumarios:

Nació el 18 de mayo de 1896 en Pozuelo de Calatrava (Ciudad Real). Fue licenciado en Farmacia por la Universidad de Madrid (1 de junio de 1920). Ejerció en Ciudad Real y también  como jefe de la Farmacia de su Hospital provincial. Fue secretario tesorero y presidente del Colegio Provincial de Farmacéuticos de Ciudad Real y también vocal de la Unión Farmacéutica Nacional... Dirigió el Boletín del Colegio de Farmacéuticos de Ciudad Real, donde público diversos artículos; también en La Voz de la Farmacia, y redactó diversas composiciones literarias tanto en prosa como en verso desde 1916 a los años treinta. También de carácter técnico y político. Por ejemplo: «Farmacéuticos provinciales», en: La Voz de la Farmacia, V. 1934. p. 275 y «El frente único y las Cooperativas», ídem.

En El Español Digital, una revista electrónica de ultraderecha, aparece un retrato fotográfico cedido por un tal José J. García y muchos más datos, por caso, su año y lugar de fallecimiento: 1984, Ciudad Real, en un artículo de un tal "Toribio", un poco mal escrito (tres gerundios seguidos, puntuación y ortotipografía incorrecta,  etcétera), pero valioso por su información, del que no aparece más referencia: "Manuel Romero Sánchez-Herrera, un heroico farmacéutico ciudadrealeño contra el Frente Popular", 14-II-2024. En su bibliografía recoge la fuente usada, el ya citado Durandín. Estampas de la Guerra Civil de Manuel Romero; pero parece también haber usado el Diccionario y haber resumido a saco y mansalva el más completo, serio y documentado artículo del portal Memoria democrática de Castilla-La Mancha "Farmacia de Romero. La quinta columna", protegido por derechos de autor. Copio casi íntegro el resumen de Toribio, suprimiendo información ya conocida:

"Manuel Romero Sánchez-Herrera... Tenía un hermano, César, cuatro años menor que él, auxiliar de farmacia de profesión, afiliado al PSOE y a la UGT, detenido y encarcelado por los sucesos revolucionarios de Octubre de 1934, puesto en libertad en 1936, fue presidente de la Casa del Pueblo socialista de Ciudad Real, llegando durante la guerra a comisario político de la 39.ª división del ejército frentepopulista, marchando a Méjico al finalizar la contienda, muriendo allí en 1953.

Manuel Romero, hombre de relevante personalidad, era presidente del Comité Local de Unión Republicana de Ciudad Real cuando comenzó la contienda 1936-39, habiendo pertenecido a la breve Unión Patriótica fundada por el Gral. Miguel Primo de Rivera durante su mandato dictatorial, presenció unos hechos el mismo 18 de Julio de 1936, recién llegadas las primeras noticias del alzamiento en África, que le impactaron sobremanera, los cuales contaría posteriormente así:

De la calle (…) un griterío ensordecedor, voces airadas, que les obligópor curiosidad y alertados a salir rápidos a la puerta del establecimiento (su farmacia).

A una distancia no superior a diez metros, vieron el desarrollo de una escena inhumana, bochornosa. Diez hombres vestidos con ropa de sacerdote, más bien de fraile; colocados de dos en dos, marchaban en fila, atados los codos y sujetos con una soga al cuello. Un número crecido de mujeres, desarrapadas, calzadas con alpargatas, originaban el escándalo. Pedían la muerte, el castigo de los frailes; no sólo se limitaban a insultarlos, sino que a su rostro pálido y demacrado arrojaban baba, saliva a los indefensos detenidos.

Los guardianes, esbirros que los conducían, dejaban en libertad a la furia, llegando algunas de ellas a utilizar alfileres que clavaban en las carnes de los indefensos mártires.

A partir de ese instante, y dado que las autoridades, el gobernador civil y el alcalde, con los que habló sobre lo que ocurría, no sólo se lavaron las manos, sino que incluso ampararon e impulsaron actos vandálicos similares, así como el saqueo de propiedades de todo tipo, incluida la catedral de la ciudad, decidieron a Manuel Romero a tomar partido por los alzados, dentro de sus posibilidades, lo que hizo durante toda la guerra, pues Ciudad Real estuvo siempre, hasta el final, en posesión de los frentepopulistas.

Con gran decisión, demostrando heroico valor y no cabe duda que con una habilidad muestra de su inteligencia, así como amparándose en el ascendiente que su personalidad tenía, organizó y dirigió en la capital manchega una sólida red quintacolumnista, ayudando a los perseguidos por la furia frentepopulista.

En su domicilio de la calle de Toledo, en cuyos bajos se situaba la farmacia de su propiedad, Manuel Romero mantuvo escondidas durante toda la guerra a una veintena de personas de toda clase y condición, según él mismo contó después “desde una monja hasta varios desertores”, a quienes alimentó con los suministros que periódicamente le traía el «tío Engorda», pseudónimo de uno de sus más eficaces colaboradores de la red, persona de especial carisma residente en el caserío “Los Chorruscos” (en los aledaños de los Montes de Toledo), cercano al castillo de Prim, en término municipal de Porzuna, encargado de llevar mensajes al herrero de la finca “Los Cortijos”, quien a su vez los hacía llegar a Talavera, desde la cual, el farmacéutico Leopoldo Nieto los hacía llegar a la dirección del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) nacional, que dirigía el Col. José Ungría Jiménez, siendo su jefe en la zona central, de la que dependía Manuel Romero y su red, el Col. Francisco Bonel Huici, cuya sede se ubicaba en La Torre de Esteban Hambrán (Toledo), cerca de Torrijos. Asimismo, alimentó también a los familiares de algunos de los que, por desgracia, habían sido asesinados por los frentepopulistas, así como a las monjas de las Hermanitas de la Caridad expulsadas del Hospital Provincial del cual, como se ha dicho, él era jefe de su farmacia.

Manuel Romero, valiéndose de su cargo de presidente del Colegio de Farmacéuticos de la provincia, extendió su labor de amparo y ayuda a muchos de sus compañeros perseguidos en sus respectivos pueblos “Aprovechando el rumor muy extendido, que los fascistas cualquier día bombardearían con gases venenosos toda la provincia, nació la propuesta de crear una Compañía de anti-gas», excusa y hábil pantalla que se tragaron los dirigentes frentepopulistas con la que pudo concentrar en Ciudad Real a una veintena de farmacéuticos puestos en sus pueblos en el punto de mira de los respectivos comités revolucionarios frentepopulistas. Manuel Romero los solía reunir por las tardes en la sede del Colegio de Farmacéuticos para, según decía, hacer prácticas de cómo actuar en caso de necesidad, o sea, de ataque con gas de parte de los nacionales, aunque lo que hacían era escuchar las charlas radiofónicas del Gral. Queipo de Llano que trasmitía desde Sevilla.

Además de lo dicho, y gracias a su ascendencia, Manuel Romero consiguió aliviar en no poco la difícil situación de muchos, logrando para ellos un trato de favor en la Prisión Provincial, gracias a que el director era buen amigo suyo, así como consiguió que muchos jóvenes no fueran reclutados o, al menos, consiguieran destinos alejados del frente, tales como oficinas en la Comandancia Militar frentepopulista de Ciudad Real, Depósitos de Intendencia o Batallones de Retaguardia:

Mientras las unidades de combate de nuestro glorioso Ejército Popular –escribía– están llenos de hombres de edad avanzada que voluntariamente partieron para el frente y de hombres enfermos para los que el ejército de la guerra es extremadamente penoso, los cines, cafés y paseos de nuestra capital se ven siempre concurridos por la eterna colección de niños peras, fascistas o semifascistas, a los que por lo visto no hay forma de hacer que empuñen las armas. Ya no tienen miedo de ninguna clase. Un magnífico carnet o certificado acredita que prestan sus servicios en tal o cual sitio” (Diario frentepopulista Unión, Enero de 1938). Especialmente meritoria y arriesgada fue la que realizó Manuel Romero para lograr el pase a zona nacional de aquellos cuya permanencia en zona frentepopulista se tornaba especialmente peligrosa: “Existía una red de agentes campesinos, llamados el Monos, el Manco, etc., los cuales, mediante el estipendio correspondiente, fletaban con frecuencia y seguridad expediciones de elementos de derechas que querían pasar a la zona nacional. El traslado se llevaba a efecto por las sierras limítrofes de las provincias de Ciudad Real y Toledo, para terminar en la vanguardia fascista”.

Como es natural, tan importantes actividades no dejaron nunca de levantar las sospechas de los frentepopulistas, así como de alimentar su inquina contra él.

Ya a principios de 1937, el dirigente comunista, Daniel Sánchez Vizcaíno, publicaba el 8 de Enero un artículo en la prensa provincial en el que denunciaba las actividades de Manuel Romero incitando a colaborar en la eliminación de todos los que ayudaban a los «fascistas»: “No podían salirle mejores colaboradores a Franco. Tener agentes gratuitos que a la vez sabotean el reclutamiento antifascista, pasan por salvadores y líderes del pueblo. Pero que se anden con cuidado los tales individuos porque ya han sido descubiertos y pudieran pasarlo muy mal”. Y es que tenía razón el denunciante, pues Manuel Romero basaba su eficacia en buena medida en haber logrado situar a buena parte de su red en el interior de los propios partidos y organizaciones frentepopulistas de la provincia, logrando así neutralizar los golpes que, tras este primero, seguirían después.

En Mayo de ese mismo año de 1937, en un mitin del PCE, Domingo Cepeda, otro de sus dirigentes, acuciaba de la siguiente forma: “Es preciso limpiar la retaguardia de enemigos, no sólo de estos enemigos más o menos declarados, sino también de nuestras organizaciones, que si en el Partido Comunista hay que fusilar a alguien, seremos nosotros los primeros en fusilar, para que nadie tenga que venir a fusilarlos y que las demás organizaciones hagan lo mismo”.

Incluso, el 27 de Julio, también de 1937, la Federación de Trabajadores denunció al Gobierno Civil las actividades de Manuel Romero y los suyos: “Hace unos días que el camarada Lázaro Serrano Carreras, que ha estado tres días en esta Prisión Provincial vino a denunciarnos que en esta Prisión existían diferencias de trato entre los reclusos de izquierdas y de derechas, disfrutando de la libertad que dentro de la Prisión existe así como también del buen trato que merecen por parte de los empleados los elementos de derechas”. La investigación abierta por el gobernador civil dio la razón al sindicato socialista, pero no tuvo consecuencias prácticas ni para Manuel Romero ni para sus amparados.

No obstante, algunos de los componentes de la red de Manuel Romero acabarían siendo detenidos y fusilados, no sin antes sufrir los duros interrogatorios de los miembros del terrorífico Servicio de Información Militar (SIM) frentepopulista creado por el socialista Indalecio Prieto a instancias de los asesores soviéticos, interrogatorios en los que entre otras cosas, y como poco «…las víctimas eran golpeadas con porras y se les obligaba a beber una solución cáustica que les quemaba la boca” (Julius Ruiz, El terror rojo, Madrid, 1936 [Barcelona: Espasa, 2012]).

Conforme la guerra fue girando más y más de parte de los nacionales, la presión sobre la red de Manuel Romero, como sobre otras quintacolumnistas de la zona frentepopulista, fue aflojando en intensidad, toda vez que muchos dirigentes comenzaron a optar por favorecer a los perseguidos con la intención de hacerse perdonar sus crímenes, ayudando a «extender avales que llegan en aluvión a este Gobierno civil para recomendar a todo el que es detenido”.

Terminada la contienda, y si nadie aporta otros datos, Manuel Romero Sánchez-Herrera volvió a su quehaceres y vida habitual, sin dar importancia ni pedir recompensa alguna por su heroicidad, escribiendo sus memorias en 1970 que publicó en un librito de muy pequeña tirada y poca calidad de impresión, que pasó desapercibido, siendo hoy uno de esos escasos y difíciles de encontrar.

Hasta aquí el resumen de Toribio.

martes, 9 de abril de 2024

Otro escritor manchego del XVII, Jerónimo Molina de Lama Guzmán

Luis Miguel Pérez Adán, "El libro de un Alcalde Mayor", en La Verdad de Cartagena, 18 de mayo 2019:

Jerónimo Molina de Lama Guzmán nació hacia 1625 en Fernán Caballero, provincia de Ciudad Real, aunque su linaje era de Úbeda, en Jaén. Licenciado en Leyes y Cánones, ejerció de abogado ante los Reales Consejos y buena parte de su vida estuvo ligada a esta tierra, primero como Gobernador Militar y más tarde como Alcalde Mayor de Cartagena.

Pero ante todo fue un escritor y filósofo, autor en su juventud de varios tratados morales y jurídicos. De entre estos últimos destacan el titulado Novis veritatis iuris practicae, utraque manu elaboratae... Matriti: ex Typographia Regia, 1665. Se trata de un prontuario jurídico para abogados y jueces, en donde se analizan principios teológicos morales y reglas inconcusas de las leyes y cánones. Entre los numerosos alegatos forenses escritos por nuestro alcalde destacó el publicado en 1660: 'Defensa por Don Francisco Berrío de Arroyo en el pleito con el fiscal de su Majestad'.

En 1646, ocupando el sillón de Alcalde Mayor en nuestra ciudad, y tras un minucioso examen de los documentos que contenía nuestro Archivo Municipal, decidió publicar un trabajo literario. Para ello, presentó un memorial al Cabildo Municipal, para que este le sufragase el gasto económico de dicha publicación.

Todo esto quedó reflejado en las actas capitulares, bajo el título de 'A la Antiquísima y Nobilísima Ciudad de Cartagena'. Este alcalde hizo un panegírico a nuestra ciudad, con la clara intención de agradar y así poder obtener este beneficio y publicar su libro.

Haciendo un resumen de la transcripción de esta carta, en ella Jerónimo Molina ofrece unas lecciones para vivir contra la fortuna, dentro de las denominadas escuelas políticas de Seneca, para hacer rostro a los trabajos y estar consolados entre las miserias del tiempo. Reconoce, en la misma, la grandeza de Cartagena empezando en los siguientes términos:

«¿Qué república de los reinos ha sido más célebre de todas las naciones del mundo? ¿Dónde han quedado más memorias antiguas de cuyas grandezas y edificios están diciendo su majestuosidad las reliquias, siendo Cartagena en tiempos de los godos en lo civil y temporal Convento Jurídico y Chancillería y, en lo espiritual y eclesiástico Obispado de tanta calidad y riqueza como es notorio en todo el orbe? Cartagena siempre fue grande y, en opinión de muchos, primera silla y arzobispado, si bien después de su ruina hasta la general destrucción de España, siempre tuvo obispos, siendo el primero Héctor y San Fulgencio el segundo», escribe el Alcalde.

Jerónimo Molina de Lama Guzmán, del siglo XVII

Y prosigue así: «¿De qué nación no fue siempre envidiado este sitio por excelente y, por mayor siempre fue también el embarazo de los enemigos? Los vándalos lo persiguieron y su rey quiso acabar con su memoria, pero renació como Fénix de sus cenizas».

Continúa la misiva haciendo un extenso recorrido por los avatares históricos de Cartagena, para terminar solicitando la referida ayuda. Lo hace así: «Claro está que con tanta grandeza hallará mi obsequio el patrocino que me prometo y, las Escuelas de Séneca todo el apoyo que desea merezca de vuestras señorías a quien Dios con la grandeza y aumento que merece. Besa la mano de vuestras señorías su más aficionado servidor. Licenciado D. Jerónimo Molina de Guzmán».

Los señores capitulares, siempre espléndidos, y más en aquella ocasión en que se trataba del Alcalde Mayor, y aunque las arcas municipales estaban vacías y embargadas como casi siempre, acordaron darle a este Alcalde la cantidad de cien mil maravedíes para la impresión de su libro sobre las Escuelas Políticas de Séneca. Reconocían así su atento gobierno de la ciudad y el desvelo que había tenido en componer una obra tan interesante.

Finalmente, se decidió la publicación de este tratado moral de inspiración senequista: 'Vivir contra la Fortuna' (1652), obra dividida en cuatro partes, en donde nuestro alcalde aconsejaba así: «Vivir sin dependencia del tiempo y de la fortuna», única vía para alcanzar la paz y la tranquilidad de ánimo.

No había por entonces ninguna imprenta en Cartagena, y el Alcalde Mayor, días después de habérsele concedido la subvención, pidió licencia al Cabildo, y le fue concedida, para marchar a Murcia, Orihuela y Valencia con objeto de practicar diligencias encaminadas a la impresión de su libro. Al final, se encargó en una imprenta de Murcia.

Cartagena y la vida

Encuadernado en pergamino, constaba de 191 folios y su dedicatoria comienza con la siguiente décima: «Del Autor a Todos. Porque se quexa la vida / Que le amenaca la muerte / Si de su miseria suerte / es remedio de partida. / El más cruel homicida / del alma, es el desear, / del se tiene de quexar / el corazón, ponderando / que estando siempre matando /comienza siempre a matar». Así de esta manera Jerónimo de Molina pudo ver cumplido su deseo del poder hacer realidad el libro de un Alcalde.

lunes, 18 de marzo de 2024

El naturalista y médico manchego Francisco Hernández (1515-1578) y su expedición científica a América

Pequeño dossier sobre esta olvidada figura de la ciencia manchega

I

De la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:

Francisco Hernández (Puebla de Montalbán, Toledo, 1517-Madrid, 1578)

Estudió Medicina en Alcalá de Henares. Ejerció de médico en Sevilla, Guadalupe, Toledo y Madrid. Nombrado protomédico de las Indias, estuvo en México de 1571 a 1577. Traductor de Plinio y de otros autores de la Antigüedad, se le conoce por sus investigaciones sobre la naturaleza y la historia de México. Entre las muchas crónicas que se escribieron en el siglo XVI con objeto de dar a conocer en el Viejo Mundo las maravillas desconocidas del Nuevo, la de Francisco Hernández, Antigüedades de la Nueva España, es una de las más atractivas. En ella se recoge la historia de los pueblos nahuas, principalmente la de los mexicanos tetzcocanos.

Durante su estancia en México, Hernández se interesó también en la civilización azteca y escribió Antigüedades de la Nueva España para darla a conocer en Europa. En este libro plasmó su sensibilidad de hombre renacentista abierto a la comprensión de otras culturas. De forma amena, clara y sencilla, describe en él la vida y la historia de los pueblos nahuas de la región central de México. A casi quinientos años del encuentro del Viejo y el Nuevo Mundo, la obra del famoso médico toledano es un testimonio impresionante sobre los antiguos mexicanos precolombinos.

Bibliografía básica

HERNÁNDEZ, Francisco. Antigüedades de la Nueva España. Edición de Ascensión Hernández. Madrid: Dastin Historia, 2000.

II

Artículo del Diccionario Biográfico Español de la RAH:

Hernández, Francisco. La Puebla de Montalbán (Toledo), c. 1515 – Madrid, 28.I.1587. Médico, expedicionario, investigador de la Materia Médica Mexicana.

La vida y escritos de Francisco Hernández han sido estudiados en detalle por Somolinos (1960), al imprimir las obras completas de Hernández, pero incurre en algunos errores que han sido repetidos por otros biógrafos. El apellido original de Hernández fue Fernández y éste es el patronímico que aparece en los primeros documentos; a partir de 1570 ocurre una mutación del apellido a Hernando y finalmente a Hernández, que se mantiene hasta el momento de expresar su última voluntad y testamento. En este documento, publicado por Barreiro (1929), Francisco Hernández declara que nació en La Puebla de Montalbán, diócesis de Toledo, sin expresar edad, ni año de nacimiento. Algunos de sus biógrafos sugieren que nació en 1517, pero como el primer Libro de Bautizos de La Puebla de Montalbán comienza en 1544 y el de Matrimonios en 1566, no es posible confirmar la fecha de nacimiento. Parece, más bien, que Francisco Hernández naciera antes de 1515, pues tenía que contar, cuando menos, veintiún años al graduarse de médico en 1536 y la única referencia a su edad aparece en una carta suya del 20 de marzo de 1575 a Juan de Ovando, presidente del Real Consejo de Indias, donde se queja de mala salud y de que tiene casi sesenta años de edad, lo cual indica que nació en 1515.

Entre los estudiantes de la primitiva Universidad de Alcalá de Henares hay varios graduados “Francisco Fernández” oriundos de la diócesis de Toledo, aunque sólo uno de La Puebla de Montalbán. En 1530 se graduó un Francisco Fernández de bachiller en Artes y Filosofía, grado previo al de Medicina, y Alonso Muñoyerro (1945) encontró en los archivos de la Universidad Complutense (Libro 397, Universidad, folio 85), un acta que dice: “1536. Bachiller en Medicina Francisco Fernández. Este dicho día q. fue a 22 de mayo del susodicho año se graduó de bachiller en Medicina el bachiller Fco. Fernández de la puebla de Montalbán e fue su presidente q. le dió el grado de bachiller el Dr. Xristobal de Vega”. Sin embargo, no se ha encontrado en estos archivos acta de su posterior grado de doctor en Medicina, aunque Hernández asegura que fue compañero de estudios en aquella Universidad de dos médicos coetáneos famosos, Francisco Valles (1524-1592), graduado de bachiller en Medicina en 1550, de licenciado en Medicina en 1553 y de doctor en Medicina en 1554, y Juan Fragoso (c. 1530-1597), graduado de bachiller en Medicina en 1552.

Tras su graduación, Francisco Hernández fue médico del duque de Maqueda en la villa de Torrijos (Toledo), de allí pasó a ejercer a Sevilla y contrajo matrimonio con Juana Díaz, oriunda de Paniagua, de la cual tuvo dos hijos, Juan Hernández y María de Sotomayor.

Hay noticias de que en 1555 herborizó con su colega Juan Fragoso por Andalucía y entre 1556 y 1560 Francisco Hernández fue médico del monasterio de Guadalupe en Extremadura, donde tuvo a su cuidado el jardín botánico y participó en las disecciones anatómicas de Francisco Miró. Después, pasó a residir a Toledo, donde tuvo casa y propiedades, y practicó en el Hospital de la Santa Cruz. Desde Toledo, viajó repetidamente a la Corte de Madrid y asegura que gozó allí de la amistad de Andreas Vesalius.

Fue a finales de 1568, mientras completaba la traducción de la Historia Natural de Plinio, cuando Hernández cambió su residencia a Madrid, alcanzó el favor real y en 1569 fue nombrado médico de cámara de Felipe II.

El 11 de enero de 1570, Francisco Hernández fue nombrado por Felipe II protomédico general de todas las Indias, islas y tierra firme del Mar Océano, para hacer la historia natural de las cosas de las Indias, por espacio y tiempo de cinco años, con un salario anual de 2.000 ducados. Este nombramiento confirma el interés de la Corona española en la Materia Médica Americana, cuyo valor había expuesto originalmente Cristóbal Colón en la carta de 1493 a los Reyes Católicos anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo, donde apuntaba que los simples americanos evitarían la dependencia del monopolio veneciano que controlaba la importación de las drogas orientales. El nombramiento contenía entre otras instrucciones: “Primeramente, que en la primera flota que destos reinos partiere para la Nueva España os embarqueis y va[ya]is a aquella tierra primero que a ninguna otra parte de las dichas Indias, porque se tiene relación que en ella hay más cantidad de plantas e yerbas y otras semillas medicinales conocidas que en otras partes.

“Item, os habeis de informar donde quiera que llegáredes de todos los médicos, cirujanos, herbolarios e indios e otras personas curiosas en esta facultad y que os pareciere podrán entender y saber algo, y tomar relación generalmente de ellos de todas las yerbas, árboles y plantas medicinales que hubiere en la provincia donde os halláredes”.

“Otrosí os informareis qué experiencia se tiene de las cosas susodichas y del uso y facultad y cantidad que de las dichas medicinas se da y de los lugares adonde nascen y cómo se cultivan y si nascen en lugares secos o húmedos o cerca de otros árboles y plantas y si hay especies diferentes de ellas y escribireis las notas y señales”.

“De todas las cosas susodichas que pudiérades hacer experiencia y prueba la hareis [...] las escribireis de manera que sean bien conoscidas por el uso, facultad y temperamento dellas [...]”. Otras instrucciones especificaban el lugar de residencia que habría de tener el protomédico, funciones, prerrogativas, limitaciones de su empleo y las relaciones que habría de tener con la Audiencia y Chancillería de México. Aunque señalaban la Nueva España como su primer destino, indicaban que también habría de explorar el virreinato del Perú y en ambos lugares debería ser proveído de dibujantes y geógrafo.

Antes de partir, Hernández dejó a su hija en el convento de San Juan de la Penitencia de Toledo junto con otra hija ilegítima que había tenido en Toledo, después de viudo. Partió Hernández con su hijo Juan y el geógrafo Francisco Domínguez del puerto de Sevilla a primeros de septiembre de 1570, hizo escala en Gran Canaria, donde herborizó dos semanas, llegó a Santo Domingo y, tras presentar su nombramiento ante la Audiencia el 25 de noviembre de 1570, herborizó en la isla durante la escala, y tras breve tiempo en La Habana, llegó al puerto de Veracruz a finales de enero de 1571. Desembarcó en aquel puerto y de allí viajó a la ciudad de México, donde se presentó ante la Audiencia el 1 de marzo de 1571.

Francisco Hernández procedió a recoger la experiencia terapéutica de los médicos españoles residentes en Ciudad de México en aquellos años y hay noticias de su relación con Francisco Bravo, médico sevillano, autor de la Opera medicinalia (México, 1570), el primer libro de medicina impreso en América, Alonso López, cirujano del Hospital de San José de Indios, autor de una Summa y Recopilación de Chirugía (México, 1578 y 1595), Agustín Farfán, autor de un Tractado breve de Anothomía y Chirugía (México, 1579), y de un Tractado Brebe de Medicina (México, 1592 y 1610), y algunos otros profesionales, como Pedro López, Francisco Toro y Juan de Unza, conocedores de la práctica indígena, pero cuya doctrina reflejaba la medicina europea.

Además, hay noticias de que Hernández obtuvo prestados, de particulares y del convento de la Orden de San Francisco en México, varios libros de medicina y materia médica, como el Herbario de Tragus (1553), el Canon de Avicena (1507), la Materia Medicia Medicinal de Dioscórides comentada por Laguna (1566) y otros textos.

En De Antiquitatibus Novae Hispaniae Hernández expresó su criterio acerca de la medicina indígena de México: “Entre los indios practican la Medicina promiscuamente hombres y mujeres, a los que llaman ticitl. Estos ni estudian la naturaleza de las enfermedadxes y sus diferencias, ni, conocida la razón de la enfermedad, de la causa o del accidente, acostumbran a recetar medicamentos, ni siguen ningún método en las enfermedades que han de curar. Son meros empíricos y solo usan para cualquiera enfermedad aquellas hierbas, minerales o partes de animales que, como pasados de mano, han recibido por algún derecho hereditario de sus mayores y eso enseñan a los que les siguen [...]”. Hernández comenzó la investigación de la Materia Médica Mexicana en la propia ciudad de México en marzo de 1571, ayudado por su hijo Juan Hernández, tres pintores indígenas, Antón Elías, Pedro Vázquez y Baltasar Elías, y luego por diversos médicos indígenas como informantes en cada una de las áreas que visitó. Somolinos (1960) sugiere que llevó a cabo cinco periplos: Altiplanicie central, el viaje al Mar austral, Oaxaca, Michoacán y Pánuco, cada uno de los cuales comenzó en un convento con enfermería u hospital. Para noviembre de 1571, con base en Ciudad de México, había clasificado ochocientas plantas medicinales, más de la mitad de toda su obra, gracias al jardín medicinal que tenía en Cuernavaca Bernardino del Castillo, compañero de Hernán Cortés durante la conquista y al jardín de Moctezuma en Huaxtepec, donde trabajaban el eremita Gregorio López y el primer editor de la obra hernandina Francisco Ximénez.

Hernández estudiaba la planta, supuestamente medicinal, primeramente in situ y después realizaba pruebas farmacológicas en los hospitales monásticos. Para ello, mientras residió en Ciudad de México, se reunía diariamente en el Hospital Real de Naturales con cuatro médicos de la capital, observando los efectos de las drogas medicinales sobre los enfermos internados en las doscientas camas de aquel hospital de indios.

Sánchez Téllez (1979) ha comparado la similitud entre la exposición de la Materia Medicinal de Dioscórides y el Rerum Medicarum Novae Hispaniae Thesaurus de Hernández, su mismo orden, iguales bases farmacognósticas e inclusive el tamaño de las ilustraciones, pero a la vez ha señalado el esmero con que Hernández estableció la calidad de los medicamentos americanos, cálido o frío, húmedo o seco, determinando su grado en la más fiel tradición hipocrática; no hay que olvidar que estuvo a punto de perder la vida en Michoacan al probar el latex del quauhtepatli o chupiri, Euphorbia calyculata, como confesó a Arias Montano y confirmó Ximénez (1615). En el verano de 1572 Hernández enfermó de cólicos y fiebres, posiblemente disentería amibiana, enfermedad que no le abandonó hasta su muerte.

Para comienzos de 1574 Hernández había completado la redacción de siete volúmenes de pinturas de plantas y otro de animales americanos y en septiembre de aquel año concluyó diez volúmenes de dibujos de plantas y animales, con veinticuatro de texto de la Historia Natural de México, además de otro sobre las Antigüedades de la Nueva España; todos ellos en latín. Próximo a concluir su nombramiento recibió una prórroga de un año el 15 de mayo de 1575 a la que siguió otra el 25 de junio de 1576. Los originales de su obra en dieciséis volúmenes salieron de Veracruz en dos cajones con la flota en marzo de 1576 y ya próximo Hernández a embarcar en agosto de 1576, la aparición de una epidemia de cocolitztli, tifo exantemático, en Ciudad de México, que causó notable mortandad, le forzó a quedarse para atender a los enfermos, y escribió un tratado de esta enfermedad en 1577. Francisco Hernández pasó a Veracruz y embarcó en marzo de 1577 con veintidós tomos de libros, sesenta y ocho talegas de simientes y raíces, ocho barriles y cuatro cubetas con árboles y hierbas medicinales mexicanas, que junto con los dieciséis volúmenes ya enviados, recogían los siete años de exploraciones entre 1571 y 1577.

Tras su llegada a Sevilla, Hernández procedió a plantar en el Alcázar las plantas y semillas medicinales traídas de México, entre ellas el árbol del bálsamo, labor que concluyó el 16 de septiembre de 1577. Siguió viaje a Madrid, donde se avecindó en el barrio de Santiago y presentó un Memorial a Felipe II a finales de aquel año donde enumeraba los trabajos realizados y los libros concluidos: Las Antigüedades de la Nueva España, la traducción de la Historia Natural de Plinio, la Historia Natural de la Nueva España, un Tratado de Sesenta Purgas americanas, las Plantas de Canarias, las Plantas de Santo Domingo, las Plantas de La Habana, insistiendo que había experimentado sus propiedades en los hospitales.

Los libros de Hernández, bellamente encuadernados, fueron conservados por Felipe II en su guardajoyas.

Hay noticias de León Pinelo acerca de que Hernández fue nombrado médico del príncipe Felipe, luego Felipe III, pero por su testamento se sabe que desde su regreso cayó en cama con la disentería adquirida en México en 1572 y “[...] no tuvo un día de salud [...]”.

Fue enterrado delante del altar de San Cosme y San Damián en la parroquia de Santa Cruz, pero su tumba no se conserva debido al incendio de aquella iglesia en 1620, que se repitió en 1783 y a la destrucción de su reedificación en 1868. El manuscrito original de Francisco Hernández sobre la Materia Méxica Mexicana pereció en el incendio de El Escorial en 1671, pero el resumen de la copia del Dr. N. A. Recco fue regalada al Príncipe Cesi que consiguió su impresión por la Accademia dei Lincei en Roma. En 1780 se localizó una de las copias de la obra de Hernández en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid que sirvió para la edición de 1790 en tres tomos, sin láminas, al cuidado del botánico Casimiro Gómez Ortega

Algunas obras:

Quatro libros. De la natvraleza, y virtudes de las plantas, y animales que estan receuidos en el vso de Medicina en la Nueva España [...] Francisco Hernández [...] por Francisco Ximénez, México, Viuda de Diego López Dáualos, 1615

Rerum Novae Hispaniae thesaurus, Romae, Jacobi Mascardi, 1628; otras edicciones: Rerum medicarum Novae Hispaniae thesaurus, Romae, Jacobi Mascardi, 1648, Rerum medicarum Novae Hispaniae thesaurus, Romae, Vitalis Mascardi, 1649, Rerum medicarum Novae Hispaniae thesaurus, Romae, Vitalis Mascardi, 1651.

Opera, cum edita, tum inedita, ad autographi fidem et integritatem expressa, Madrid, Ibarrae Heredum, 1790

Cuatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales de uso medicinal en la Nueva España (extracto de las obras del Dr. Francisco Hernández) por Francisco Ximenez, México, Secretaría de Fomento, 1888; otra ed. Cuatro libros de la naturaleza y virtudes medicinales de las plantas y animales de la Nueva España extracto de las obras del Dr. Francisco Hernández [...] por Fr. Francisco Ximénez, Morelia, Escuela de Artes, 1888

De antiquitatibus Novae Hispaniae. Códice de la Real Academia de la Historia de Madrid, México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, 1926

Historia de las Plantas de Nueva España, México, Imprenta Universitaria, 1942-1946, 3 vols.

Obras completas, México, Universidad Nacional, 1959-1960.

III

Manuel Ansede, "Tras el rastro del mayor fantasma de la ciencia española", El País, 17 de marzo de 2024:

El archivo inédito de un historiador fallecido resucita sus investigaciones sobre el viaje en mula del explorador Francisco Hernández por América en 1570

El médico español Francisco Hernández zarpó en 1570 de un viejo mundo que creía en criaturas fantásticas, como el unicornio y los monstruos marinos, y regresó siete años después con coloridos dibujos de seres más asombrosos todavía, que además existían: el armadillo, el guacamayo, el tucán. Hernández, nacido en La Puebla de Montalbán (Toledo) alrededor de 1515, había encabezado la primera expedición científica al Nuevo Mundo. Sus pinturas eran tan impresionantes que acabaron decorando los aposentos del rey Felipe II, pero todo aquello ardió en el incendio del Monasterio de El Escorial en 1671 o se perdió en el olvido, hasta que otro médico español, Germán Somolinos d’Ardois, arribó a México huyendo de la Guerra Civil en 1939 y se topó con el escurridizo rastro del primer explorador científico de América.

La filóloga Helena Rodríguez Somolinos recuerda que, a finales de 2022, abrió un armario y comenzó a cotillear las cajas heredadas de sus padres, ya fallecidos. Allí estaba el archivo de su tío Germán, que murió en Ciudad de México en 1973. Había manuscritos, fotografías, cartas, incluso mechones de pelo. Era un material inédito que permitía seguir los pasos de Germán Somolinos por México en el siglo XX, pero también los de Francisco Hernández casi 400 años antes. Eran dos historias entrelazadas. “Mi hermana Victoria y yo pasamos las Navidades completamente abducidas, fue increíble”, recuerda la sobrina, experta en griego clásico en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

Germán Somolinos, nacido en 1911 en Madrid, estudió Medicina en la capital y casi inmediatamente le pilló la Guerra Civil. Tenía 25 años y era militante de las Juventudes Socialistas. Ejerció de médico en la aviación republicana, se le incrustó metralla en la espalda, pasó por un campo de concentración en Francia y emprendió el camino del exilio a México, de donde no regresó jamás. Allí se obsesionó con la legendaria expedición científica de Francisco Hernández, de la que apenas quedaban huellas. Su sobrina muestra una carta mecanografiada enviada por Somolinos en 1948 a su familia madrileña: “Otro encargo: Francisco Hernández era de La Puebla de Montalbán y nació hacia 1520, ¿podrías encontrarme descripciones de ese pueblo lo más cercanas a la época?”.

La localidad toledana, en la orilla del Tajo, dominaba entonces un señorío castellano de olivos y cereales. Allí había nacido también el escritor Fernando de Rojas, autor en 1499 de La Celestina, una obra que muestra hechizos con veneno de víbora, ojos de loba y sangre de murciélago. En el pueblo nació también el poderoso cardenal Pedro Pacheco, que se quedó a tres votos de ser Papa en 1559 tras defender con virulencia, en el Concilio de Trento, la inmaculada concepción de la Virgen María. En ese ambiente de fe y superstición se crio Francisco Hernández.

Con unos 15 años, el toledano se fue a estudiar Medicina a la Universidad de Alcalá de Henares. Aprendió anatomía con el mejor libro —los cadáveres humanos diseccionados— y entró en la Corte en 1567, como médico de Felipe II. Dos años después, el rey le encomendó una misión sin precedentes: recorrer el Nuevo Mundo en mula para identificar todas las plantas medicinales. El monarca le ordenó que se embarcase en la primera flota que partiera con destino a América. “Os habéis de informar dondequiera que llegáredes de todos los médicos, cirujanos, herbolarios e indios e otras personas curiosas en esta facultad y que os pareciere podrán entender y saber algo”, dictaminó Felipe II.

Hernández zarpó de Sevilla en agosto de 1570 con destino a Nueva España, el actual México. La flota atracó en el puerto de Veracruz seis meses después. Durante seis años, Hernández recorrió el territorio acompañado por pintores locales, escribientes, muleros y hasta un cosmógrafo. El médico era más ambicioso que su rey. “No es nuestro propósito dar cuenta sólo de los medicamentos, sino reseñar la flora y componer la historia de las cosas naturales del Nuevo Mundo, poniendo ante los ojos de nuestros conterráneos, y principalmente de nuestro señor Felipe, todo lo que se produce en esta Nueva España”, escribió.

Un día de marzo de 1577, enfermo y fatigado a sus 62 años, Francisco Hernández emprendió el regreso, con los frutos de la primera expedición científica en América. Llevaba consigo casi 70 sacos con semillas y raíces, ocho barriles con hierbas medicinales y 22 tomos con manuscritos y las coloridas pinturas de plantas y de las extrañas criaturas del Nuevo Mundo. Germán Somolinos narró por primera vez la epopeya en su monumental Vida y obra de Francisco Hernández, publicada en 1960 por la Universidad Nacional Autónoma de México.

La familia de Somolinos ha donado su archivo al CSIC. El historiador Leoncio López-Ocón y sus colegas Teresa López e Irati Herrera llevan un año analizando los documentos. “Es un tesoro. Somolinos es uno de los grandes de la historia de la medicina, pero lo fundamental es lo que hizo con Francisco Hernández: es un monumento historiográfico. Es fascinante Somolinos y es fascinante Hernández”, celebra López-Ocón.

Teresa López, de 24 años, ha dedicado un erudito trabajo de fin de grado en Humanidades a las historias cruzadas de los dos médicos españoles en México. “Somolinos se retrató a sí mismo al relatar a Hernández”, opina. “La labor investigadora de Somolinos está motivada por un deseo de reconquistar el movimiento intelectual español del olvido y del fascismo que le empujó al exilio”, señala en su trabajo, para la Universidad Carlos III de Madrid.

Francisco Hernández recorrió el actual México con pintores locales, entre ellos, Pedro Vázquez, Antón y Baltasar Elías, a los que mencionó en su testamento para que fueran recompensados como merecían. Su idea era publicar su obra en latín, castellano y náhuatl, la lengua mayoritaria en el territorio. Somolinos destacó este mestizaje, “una amalgama cultural en la que los elementos indígenas se infiltran en la mentalidad dominadora modificándola en muchos aspectos”. A su juicio, “en la historia médica de la humanidad, tal vez sea la única ocasión en que se ha producido un fenómeno cultural de tanta trascendencia y sin posibilidades de repetirse”.

Hernández enriqueció la medicina mundial gracias a la descripción de las plantas medicinales del Nuevo Mundo, pero, cuando por fin cruzó el océano de vuelta, su trabajo fue maltratado. El rey Felipe II ya le había afeado su supuesta lentitud en recorrer América en mula. “Este Doctor ha prometido muchas veces enviar los libros de esta obra, y nunca lo ha cumplido: que los envíe en la primera flota a buen recaudo”, ordenó el monarca en 1575. Hernández, sorprendentemente, respondía dándole largas. Pedía más tiempo porque estaba experimentando las plantas con enfermos y traduciendo sus escritos al náhuatl, “por el provecho de los naturales”. Y se despedía diciendo: “Humilde vasallo y criado de Vuestra Majestad que sus Reales manos besa”.

A su regreso, Hernández y sus 22 tomos manuscritos de la Historia Natural de la Nueva España fueron menospreciados por el rey. Felipe II encargó a otro médico, el napolitano Nardo Antonio Recchi, que resumiera todo el material en una obra menos ambiciosa. Recchi amputó el original, prescindiendo del mestizaje de Hernández, y regresó con una copia de su manuscrito a Nápoles en 1589, dos años después de la muerte del toledano.

El historiador Juan Pimentel cuenta en su libro Fantasmas de la ciencia española (editorial Marcial Pons, 2020) que el mismísimo astrónomo Galileo Galilei pudo contemplar los dibujos hernandinos de las plantas del Nuevo Mundo, copiados una y otra vez en Italia: “Le debieron parecer tan extravagantes que puso en duda su propia existencia”. Muchos de los manuscritos de Hernández ardieron en El Escorial en 1671 o permanecen escondidos en algún archivo. Pimentel cree que es “el santo patrón de los fantasmas de la ciencia española”, porque “el destino de su colosal obra se esfumó”. Teresa López parafrasea a Pimentel: “Francisco Hernández es el mayor fantasma de la historia de la ciencia española”.

IV

De Wikipedia:

Francisco Hernández de Toledo o de Boncalo ( La Puebla de Montalbán, Toledo; ca. 1514 a 15171​-Madrid, 28 de enero de 1587) fue un médico, ornitólogo y botánico español.

Biografía

Ilustración de Rivea corymbosa en una edición del Rerum medicarum Novae Hispaniae thesaurus, seu plantarum, animalium, mineralium historia, de la que se atribuye la autoría a Francisco Hernández.

Estudió Medicina en la Universidad de Alcalá y ejerció durante varios años en Toledo y Sevilla. También ejerció en el hospital del monasterio de Guadalupe, una función prestigiosa que además estaba bien remunerada. Volvió a Toledo hacia el año 1565 y pronto fue transferido como médico de la corte.

De una gran formación científica, consagró muchas energías al estudio de la naturaleza. Poseía una sólida formación intelectual y científica y una mentalidad abierta a las novedades. Hubo un aristotelismo marcado en sus estudios sobre la naturaleza.

Fue elegido por Felipe II para dirigir una expedición científica a América centrada especialmente en el territorio de Nueva España: Comisión de Francisco Hernández a Nueva España. Hernández dispuso de 60000 ducados para organizar el viaje. En enero de 1570, el rey le nombra protomédico general de nuestras Indias, islas y tierra firme del mar Océano.

Hernández partió en agosto de 1571, junto con su hijo, y desembarcó en febrero de 1572 en Veracruz. Durante tres años recorrió la Nueva España, especialmente la meseta central. Las notas de sus observaciones no se han conservado. La expedición contaba con un geógrafo, pintores, botánicos y médicos indígenas.

Desde marzo de 1574 y hasta su vuelta a España en 1577, Hernández vivió en la Nueva España donde formó una colección, estudió las prácticas medicinales locales y realizó estudios arqueológicos. Durante estos años formó una considerable colección de plantas secas o no, 38 volúmenes de dibujos y numerosas notas, tres de las cuales están escritas en Náhuatl.

Hernández murió antes de ver su obra publicada. Dado su coste, Felipe II encargó al médico napolitano, Nardi Antonio Recchi,2​ la publicación de una versión abreviada. Los originales se conservaron en la biblioteca de El Escorial pero desaparecieron, seguramente destruidos durante el incendio de 1671. Por tanto, sólo se conocen fragmentos de su inmensa obra. Sucesivos retrasos (el editor murió prematuramente) llevaron a que la obra abreviada no se publicara hasta 1635 y 1651. Una nueva compilación por el médico Casimiro Gómez Ortega, publicada en 1790 y basada en material adicional encontrado en el Colegio Imperial de los Jesuitas de Madrid, fue titulado Francisci Hernandi, medici atque historici Philippi II, Hispan et Indiar. Regis, et totius novi orbis archiatri, opera: cum edita, tum inedita, ad autographi fidem et integritatem expressa, impensa et jussu regio.

Hernández describió 230 especies de aves pero la falta de ilustraciones, que se perdieron, hace su identificación muy difícil. Hernández citó de forma sistemática los nombres en náhuatl a partir de los cuales es posible clasificar las aves.

Cronología

1514 - 1517 (?) o quizás entre 1515 - 1520 (Somolinos), nace Francisco Hernández.

1535 - 1537 cursa estudios de medicina y cirugía.

1555 explora Andalucía y muestra interés por las plantas medicinales

1560 se desempeña como médico del monasterio y del hospital de Guadalupe.

1562 - 1568 por estos años escribe su Compendio de Philosophia Moral según Aristóteles (el texto, está incluido en las obras completas publicadas por la UNAM).

1567 es nombrado "médico de cámara" en la corte de Felipe II

1568, termina la traducción de la Historia Natural de Plinio el Viejo

1570 llega a América acompañado de su hijo Juan.

1571 - 1576 inicia intensa actividad científica en México, pese a sus problemas económicos

1576 envía carta al rey Felipe II, haciendo un resumen de su trabajo y de los métodos empleados. Esta carta formará parte de cuatro libros.

1577 Hernández regresa a España

1578 continúa puliendo una parte de sus obras, mientras que las que están terminadas las conserva el rey.

1580 Felipe II nombra al Dr. Nardo Antonio Recchi como médico de cámara. Recchi se encargaría de revisar y ordenar las obras de Francisco Hernández. En ese mismo año, Hernández escribe el famoso poema Ad Ariam Montanum, Virum Praeclamrissimum Atque Doctissinum, expresando su angustia y protesta contra el rey.

1587 muere Francisco Hernández.

Se le puso su nombre a un género botánico  (Hernandiaceae)

Publicaciones

Quatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales. México: 1615.

Francisco Hernández. Quatro libros de la Naturaleza. México: Viuda de Diego López Davalos; 1615. Archivado el 15 de octubre de 2016 en Wayback Machine. 

Francisci Hernández. Rerum medicarum Novae Hispaniae Thesaurus, seu Plantarum, Animalium, Mineralium Mexicanorum Historia cum notis Joannis Terentii Lineæi. Roma: 1648.

Casimiro Gómez Ortega. Francisci Hernandi, medici atque historici Philippi II, Hispan et Indiar. Regis, et totius novi orbis archiatri, opera: cum edita, tum inedita, ad autographi fidem et integritatem expressa, impensa et jussu regio (1790).

Sus textos fueron traducidos al inglés, en 2000, con el título de The Mexican Treasury: The Writings of Dr. Francisco Hernández (Stanford University Press. xix + 281 pp.) por Rafael Chabrán, Cynthia L. Chamberlin & Simon Varey. El volumen se acompaña con Searching for the Secrets of Nature: The Life and Works of Dr. Francisco Hernández (Stanford University Press, 2000. xvi + 229 pp.), conteniendo comunicaciones sobre la vida y obra de Hernández.

[Añado otras obras no citadas, como sus traducciones que quedan en manuscrito]

Historia Natural. Libros I, II y III... XXV; de Cayo Plinio Cecilio Segundo; trasladada y anotada por el doctor Francisco Hernández, médico del invictísimo Rey don Felipe II Hay ed. moderna: Historia natural; trasladada y anotada por el doctor Francisco Hernández. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1966, 2 t. en 3 v. Otra ed.: Historia natural de Cayo Plinio Segundo ;trasladada y anotada por el doctor Francisco Hernández (libros primero a vigesimoquinto) y por Jerónimo de Huerta (libros vigesimosexto a trigesimoséptimo) y apéndice (libro séptimo, capítulo LV); Madrid / México: Visor Libros / Universidad Nacional deMéxico, 1999.

Obras del bienaventurado Sanct Dionisio Areopagita ;traducidas por el Doctor Francisco Hernandez, medico e historiador de Philippo segundo y su protomedico general en todas las Yndias Occidentales 

Francisco Hernández de la Puebla: (periplo y testamento); ed. de Alberto Gálvez, Toledo: Editorial Cuarto Centenario, [2021]

Obras completas. Edición de Germán Somolinos. I. Vida y obra de Francisco Hernandez [por German Somolinos d'Ardois...] precedida de España y Nueva España en la época de Felipe II, por José Miranda. 485 p., 2 h., 1 map. col. pleg. II. Historia natural de Nueva España, v. I. 476 p., 1 h. III. Historia natural de Nueva España, v. II. 554 p., 2 h. IV. Historia natural de Cayo Plinio Segundo, trasladada y anotada por el doctor Francisco Hernandez, v. I. XXXII, 438 p., 1 h. V. Historia natural de Cayo Plinio Segundo ; trasladada y anotada por el Licenciado Gerónimo de Huerta (libros 26 a 37). México: UNAM, 1952-

Bibliografía

Dr, Francisco Hernández. 1946. Antigüedades de la Nueva España. Traducción del latín y notas por Joaquín García Pimentel. México, D.F. Editorial Pedro Romero.

José María López Piñero; José Pardo Tomás. 1996. La influencia de Francisco Hernández, 1515-1587, en la constitución de la Botánica y la materia médica modernas, Instituto de Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia, Universidad de Valencia: 260 pp. ISBN 84-370-2690-3

Jacqueline Durand-Forest. 1986. Aperçu de l’histoire naturelle de la Nouvelle-Espagne d’après Hernández, les informateurs indigènes de Sahagun et les auteurs du Codex Badianus, Nouveau monde et renouveau de l’histoire naturelle (Centro de Estudios interuniversitarios sobre la América española colonial (París) dir.), Publicaciones de la Sorbonne: 3-28. ISBN 2-903019-51-7

Sandra I. Ramos Maldonado (2006). Tradición pliniana en la Andalucía del siglo XVI: a propósito de la labor filológica del Doctor Francisco Hernández, en M. Rodríguez-Pantoja (ed.), Las raíces clásicas de Andalucía. Actas del IV congreso Andaluz de Estudios Clásicos (Córdoba, 2002), Córdoba: Obra social y Cultural Caja Sur, 2006, pp. 883-891. ISBN 84-7959-614-7

viernes, 4 de agosto de 2023

El aventurero ciudarrealeño Blas Ruiz en el imperio Jemer

Daniel García Valdés "Blas Ruiz y Diego Velloso, pícaros aventureros en la corte del Imperio jemer", 10 febrero, 2016:

En 1580, con la coronación de Felipe II como rey de Portugal y la anexión española de las posesiones portuguesas en América, África y Asia, España se convirtió en la primera potencia mundial de su época. En Camboya, el otrora poderoso Imperio jemer, casi extinto, solicitó ayuda al imperio en el que nunca se ponía el sol para sobrevivir a los ataques del vecino reino tailandés de Ayutthaya. Al hacerlo, propició que dos aventureros ibéricos, junto con un ridículo ejército de doscientos soldados, consiguieran derrotar a una monarquía, fueran gobernadores de dos provincias camboyanas durante tres años y a punto estuvieran de convertir Indochina en un virreinato español, propiciando una campaña de conquista contra el Imperio chino.

Blas Ruiz de Hernán González no era noble, hidalgo o militar. Era hijo de un humilde labriego manchego y nació en Calzada de Calatrava, en torno a 1560. No sabemos cómo llegó a Nueva España, pues ningún registro escrito hay de sus primeros años, pero sí que estando en América se casó con una adinerada viuda con cuyos ahorros se embarcó en el Galeón de Manila, buque que comerciaba entre Filipinas y la costa oeste de México a través del océano Pacífico. Allí compraría una pequeña nave y pondría rumbo a los desconocidos territorios de Laos y Camboya, remontando el río Mekong, en busca de fortuna y riquezas con las que comerciar.

Entre el año 1113 y 1150, el rey Suryavarman II había instaurado como religión oficial el culto a la deidad hindú Visnu e iniciado la construcción del gran templo de Angkor Wat. Este asentamiento se convertiría en capital del reino jemer (o khmer) y a su alrededor crecería una ciudad estado que hacia el siglo XIII habitaría más de medio millón de habitantes. Sería, además, la cabeza de un imperio cuyo territorio abarcaría las actuales Camboya, Tailandia, Laos, Vietnam, y extensas regiones de Sri Lanka y Birmania. Pero, al igual que ocurrirá con todos los grandes imperios de la historia, a la época de expansión y esplendor le siguió un largo periodo de decadencia que los reinos vecinos aprovecharían para debilitar a la potencia dominante. En este caso, el nuevo enemigo sería el creciente reino tailandés de Ayutthaya, fundado hacia el 1350, que en 1531 ocupará la capital jemer. Al sur de Angkor Wat los supervivientes de la familia real fundarán una nueva ciudad, Phnom Penh, y el reino conseguirá sobrevivir, no sin dificultad, durante los siglos XV y XVI.

En 1592 Blas Ruiz alcanzó la población litoral de Longvek, donde descubrió que no era el primer occidental que se aventuraba en aquellas tierras. El rey Apram tenía a su servicio a los portugueses Francisco Machado, Pantaleón Carnero y Diego Velloso, natural este último de Amarante y que había desposado a una princesa local  entrada en años para gozar del favor de la realeza. Fue recibido con el candor propio de quien encuentra a un vecino entre extranjeros y pronto trabó amistad con Velloso, quien le ayudó a instalarse y comenzar a comerciar.

En 1594 las tropas del reino de Ayutthaya, Siam para los occidentales, atacan Longvek con un extraordinario ejército y provocan la huida de la casa real,  derrocada, hacía territorios de Laos. Tanto Blas Ruiz como Velloso son hechos prisioneros y pronto se los embarcará en distintos juncos en dirección a la capital siamesa, junto con el botín de la invasión de Camboya, para ser juzgados. Durante el viaje, Blas Ruiz se da cuenta de que la mayoría de la tripulación del junco la forman esclavos de origen chino y comienza a instigar contra los siameses. Muy convincente debía ser, pues termina provocando un motín en el que los chinos se levantan en armas y matan a los siameses, adueñándose de la carga de la embarcación que, según el cronista dominico Fray Gabriel Quiroga, contaba con «quinientos arcabuces, cincuenta falcones, dos medias culebrinas, cincuenta tinajas de pólvora, lanzas, catanas y oro y joyas destinados a las arcas de Ayutthaya». Blas Ruiz, mientras observa cómo los chinos comienzan a matarse entre ellos para tocar a más en el reparto del botín, se alía con los otros prisioneros, entre los que había varios samuráis japoneses, y organizan un segundo motín que acaba con los pocos chinos que habían sobrevivido, convenciendo después a sus cooperantes nipones de poner rumbo a Manila, donde encontrarían refugio y recompensa.

Mientras tanto, Diego Velloso llega a Siam en otro junco. Consigue ser liberado alegando no ser más que un comerciante y que su estancia en Longvek era casual. Explicándose ante el rey, se entera de la desaparición del junco que transportaba el botín y le embauca convenciéndole de su destreza como marino y su conocimiento de las rutas de navegación españolas, consiguiendo que se le ponga al frente de una expedición que irá en busca del barco en que se encontraba Blas Ruiz, eso sí, bajo la vigilancia de uno de los hombres de confianza del monarca. Poco hacía que la nave se había echado al mar cuando se encuentran con una gran tormenta y ven naufragar y perecer a su escolta. El siamés a cargo ordena dar media vuelta, pero el portugués le convence para aguardar en un puerto natural una jornada más, asegurándole que la tormenta amainará. Extrañamente, esa noche, el capitán, que gozaba de excelente salud y vigor, fallece por culpa de unas raras fiebres. Velloso, mostrándose consternado por la imprevista muerte, transmite a la tripulación que la última orden que había dado el jefe siano (como en la época se conocía a los siameses) era la de seguir en la búsqueda del junco extraviado hasta completar la misión. Ordena que la embarcación ponga rumbo a Malaca, una fortaleza portuguesa en la actual Malasia, donde reduce a la tripulación y toma posesión de la nave.

Mientras tanto, en Manila, Blas Ruiz termina de convencer a Pérez Dasmariñas, gobernador de Filipinas, de la oportunidad que representa el desgobierno y la guerra civil en Camboya para los intereses económicos y expansionistas de la corona. Consigue que se autorice una expedición compuesta por un galeón y dos juncos que comandará un hombre que, por su cobardía, hará honor a su apellido: Juan Juárez Gallinato. La segunda nave la capitaneará Blas Ruiz, y la última será dirigida por Velloso, que aburrido de la vida en la pequeña fortaleza Malaya acababa de arribar a Filipinas para reencontrarse con su amigo.

El inepto Gallinato se perderá durante una tormenta a medio viaje, descabezando la escuadra. Con ciento veinte soldados, varias decenas de japoneses samuráis conversos al cristianismo y algún indio filipino, la pequeña flota de Blas Ruiz y Velloso consigue llegar a la desembocadura del Mekong. Creyendo naufragado el buque insignia, deciden seguir por su cuenta e improvisar sobre la marcha. A pocas millas de remontar el río se encuentran con seis juncos sianos cargados de oro que iban en dirección a la corte de Ayutthaya, de los que se apoderan sin mayor problema, y en verano de 1596 llegan a Lan Xang, la nueva capital administrativa de los jemeres. Esperaban reencontrarse con el rey Satha, pero descubren que el querido monarca había fallecido de unas fiebres en el trayecto de Camboya a Laos, poco después de la invasión siamesa. Tras descansar unas jornadas emprenden camino a Longvek con la intención de provocar una rebelión que liberara Camboya de Ayutthaya, restaurar la dinastía de Apram sentando en el trono al heredero legítimo, ganarse su favor para establecer relaciones diplomáticas con España y alcanzar la gloria personal.

Consiguieron ser recibidos por Prabantur, el rey usurpador, al que embaucaron explicando su intención de actuar como árbitros imparciales en la resolución del problema de sucesión dinástica para conseguir la paz en la región, con la voluntad de posteriormente establecer relaciones comerciales entre España y Camboya. Entre otros presentes que llevaban para el rey de parte del gobernador de Filipinas, se encontraba un burro, animal exótico y de gran rareza en esa zona del mundo, que con sus rebuznos provocó una estampida en el corral de los elefantes del rey, provocando cuantiosos daños. El rey, airado por el destrozo, dio muerte al animal y lo cenó esa misma noche.

Las negociaciones no habían empezado con buen pie para los ibéricos y a esta inconveniencia se sumó el recelo que la colonia china de la capital, de unas tres mil almas, sintió nada más arribar los españoles. Estos eran casi en su totalidad comerciantes que de inmediato sintieron amenazados sus negocios en el país. Enseguida comenzaron a sabotear las naves españolas y tratar a los soldados con desprecio y desdén, pues para la milenaria cultura estos no eran más que bárbaros. Cuando, durante una disputa jugando naipes, varios chinos dan muerte a dos españoles y un samurái a su servicio, se colma la paciencia de Blas Ruiz, que estalla en ira, provocando una escaramuza en plena capital que termina con más de trescientos chinos muertos y apoderándose de todos los juncos del puerto. Cuando el rey se enteró de esta noticia, alertado por la comunidad china, exigió la devolución de los barcos y la presencia en su palacio de los capitanes españoles. Estos, temiendo una encerrona, no acudieron a la cita y, tras dos días acampados a las puertas de la ciudad, traspasaron sus barreras durante la noche. Con su ahora reducida fuerza de cuarenta españoles y veinte japoneses prendieron fuego a los almacenes, irrumpieron en las estancias reales descargando sus arcabuces y alcanzaron al rey con un balazo en el pecho, dándole muerte.

Coincidió que esa misma noche llegó Gallinato, que no estaba muerto, sino que había hecho escala en Singapur para reparar el aparejo y las cuadernas del galeón, gravemente dañado tras la tormenta, y al ver el caos decidió no involucrarse, seguro de la derrota, ordenando a su nave dar media vuelta hacia Manila sin entrar en batalla. Mientras, Ruiz y Velloso, victoriosos, se apoderaron de los mejores buques, reclutaron a lugareños para engrosar sus filas, saquearon la capital de todo objeto de valor y prosiguieron con su improvisado plan: ir a Laos a buscar al legítimo rey para restaurarlo en Camboya.

Cuando llegan a Laos la flota es acogida con candor. Blas Ruiz y Velloso son agasajados con exóticas viandas, desfiles de elefantes asiáticos, coronas, collares de flores y el agradecimiento de todo un pueblo, pero se encuentran con que el rey Apram II ha fallecido de otras extrañas fiebres. También han muerto sus dos primogénitos adultos. El ahora heredero del trono es un niño de doce años, Praunkar, asistido por un consejo de regencia constituido por su madrastra, su abuela y dos de sus tías. Para la costumbre de la época en ese lado del mundo la existencia de matriarcados era algo habitual, pero para las costumbres y el punto de vista occidental, un gobierno femenino era grave signo de debilidad. Ruiz y Velloso pensaron rápidamente que ganándose el favor de las mujeres conseguirían poder sobre el niño y podrían actuar a voluntad. Convencen a la familia real de regresar a Camboya y viajan escoltándolos hasta la capital. El país, descabezado, acepta la coronación del pequeño Praunkar bajo la tutela de su madrastra, que, cosas del amor, a esas alturas del viaje se había convertido en la amante de Blas Ruiz. El rey nombra a Blas Ruiz y Diego Velloso grandes chofas, el equivalente a príncipes, y entrega a cada uno, como muestra de gratitud y confianza, el gobierno de una provincia.

Comienzo de las intrigas, fin de las aventuras

En 1598, el gobernador de Filipinas envía a Camboya una expedición de dos buques con doscientos soldados y varios religiosos, que la corte jemer no vio con buenos ojos, y pronto comenzaron las intrigas. Uno de los generales del difunto rey Apram, Okuña, había sido también amante de la madrastra de Praunkar y se sentía ofendido y desplazado del poder por culpa de los castellanos. Convence al rey para ordenar que los buques españoles desciendan el Mekong junto a su flota para sofocar una supuesta rebelión, pero al llegar al territorio los aguarda emboscado un ejército de mercenarios malayos y mandarines, muy bien entrenados y temidos, dotados de potente artillería china, que Okuña había contratado. Blas Ruiz intenta convencer al pusilánime monarca de la traición que se avecinaba pero este, muy aficionado al vino español pese a su corta edad, lo recibe ebrio y no le presta atención, permitiendo la aniquilación del contingente español.

Velloso envía una misiva a Manila pidiendo refuerzos, pero Gallinato, justificando su cobardía, recomienda al gobernador no enviar más soldados en defensa de los españoles aduciendo que la empresa no merecía la pena, que ningún beneficio les reportaría esa ayuda. Así que Pérez Dasmariñas rechaza enviar refuerzos, pero autoriza que un grupo de voluntarios viajen a Camboya en un junco. Un dominico,  Alonso Jiménez, se planta en Longvek con un contingente de comerciantes interesados en el territorio. Blas Ruiz aprovecha la coyuntura y acude a la corte con una carta del gobernador de Manila, inventada, que exige al rey camboyano le sean pagados los servicios prestados a él y sus hombres, y se le entregue un terreno privilegiado para la construcción de una fortaleza. El niño rey, borracho como de costumbre, se arrodilla llorando y, pidiendo perdón por haber desoído sus consejos, autoriza la construcción del fortín.

Relacion de los sucesos del reyno de CamboxaEl ejército español estaba en la playa ultimando los preparativos para iniciar la construcción de la plaza fuerte cuando los mercenarios malayos asaltan el campamento español, al mismo tiempo que el traidor Okuña, que ya había envenenado a los dos reyes anteriores, asesina a Praunkar y se entroniza. Los españoles vencen, pero se exceden en las represalias y asaltan la capital, provocando una matanza injustificada. Este acto salvaje provoca la unión de los malayos, los chinos, los jemeres, los siameses y los laosianos, pues Longvek era una capital cosmopolita, cabeza del comercio de la región, ahora amenazada por la construcción de una fortaleza española. Antes de que se resuelva su construcción, antes de que los españoles se vuelvan invencibles tras muros de piedra y artillería, atacan en conjunto con una poderosa coalición y dan muerte a todo occidental, militar o religioso, y a los japoneses cristianos aliados de estos. Nada más se supo de Blas Ruiz y Diego Velloso.

La crónica de las aventuras de estos españoles en Indochina fue muy conocida durante el siglo XVII. Dícese que Cervantes se inspiró en sus gestas para componer varios capítulos del Quijote, e incluso Góngora les dedicó unos versos. Cuando Álvaro de Sande propuso a Felipe II la movilización de mil voluntarios de los tercios viejos para preparar la invasión de China, el rey ya había perdido el interés por la conquista de Asia. Tenía muy presente los pocos beneficios económicos y políticos que la empresa de Indochina había reportado, y los muchos problemas causados. Fue así como esta historia fue quedando atrás en el tiempo, fue así como estos españoles fueron olvidados, así como sus aventuras y sus infortunios. No obstante, no podemos evitar pensar qué hubiera ocurrido de haberse terminado la construcción de aquella plaza fuerte en el actual Phnom Penh. Quizá Blas Ruiz y Diego Velloso habrían podido influir en la expansión ultramarina de un imperio en el que, tal vez, durante mucho tiempo nunca se hubiera puesto el sol.

miércoles, 22 de marzo de 2023

Petrarca en Garcilaso

Hay una famosa estancia de la Égloga I de Garcilaso que proviene de una canción del Petrarca, la CXXVI:

Corrientes aguas, puras, cristalinas,

árboles que os estáis mirando en ellas,

verde prado, de fresca sombra lleno,

aves que aquí sembráis vuestras querellas,

hiedra que por los árboles caminas,

torciendo el paso por su verde seno:

yo me vi tan ajeno

del grave mal que siento,

que de puro contento

con vuestra soledad me recreaba,

donde con dulce sueño reposaba,

o con el pensamiento discurría

por donde no hallaba

sino memorias llenas de alegría.


Esta es la stanza del Petrarca:


Chiare, fresche et dolci acque,

ove le belle membra

pose colei che sola a me par donna;

gentil ramo ove piacque

(con sospir’ mi rimembra)

a lei di fare al bel fiancho colonna;

herba et fior’ che la gonna

leggiadra ricoverse

co l’angelico seno;

aere sacro, sereno,

ove Amor co’ begli occhi il cor m’aperse:

date udïenza insieme

a le dolenti mie parole extreme.

Mi traducción más o menos literal es esta:

Aguas claras, frescas y dulces / donde los hermosos miembros / de ella, única que creo mujer, reposaron; / mansa rama do ella quiso / (con un suspiro lo recuerdo) / hacer al lado hermosa columna; / hierba y flor que la espléndida / falda cubrieron con seno angelical; / aire sagrado, sereno, / donde  Amor con bellos ojos me abrió su corazón: / escuchad a mis palabras, por extremo dolorosas.

Es curioso ver lo que toma y lo que deja Garcilaso de su modelo.

domingo, 24 de enero de 2021

Tres ediciones recientes de clásicos manchegos

Estamos de enhorabuena. De quejarnos por no tener ediciones recientes de clásicos manchegos del Siglo de Oro (no solo hay Quijote; sin ir más lejos, que se puede, está La Celestina), hemos pasado hace poco a tener nada menos que dos ediciones notables de El Bernardo del Carpio o Victoria de Roncesvalles (1624) del obispo valdepeñero Bernardo de Balbuena (2017 y 2020), quizá incitadas por el congreso internacional sobre Bernardo del Carpio de 2008, y otra también destacable del León prodigioso (1636), la gran novela bizantino-moral del toledano / talaverano Cosme Gómez Tejada de los Reyes, que inspiró El Críticon al mismísimo Baltasar Gracián, fraguada por Abraham Madroñal y Víctor Arizpe (2002 y 2018). Dos obras maestras de la historia de la literatura manchega y española.

Cualquiera que se haya entretenido en la materia (por ejemplo, los fanáticos de lo manchego) deben haberse dado cuenta de lo monumental que ha debido ser el esfuerzo; el Bernardo es un ambiciosísimo poema de 40.000 versos dividido en 24 libros de octavas reales, lleno de fantasía deslumbrante aunque de estructura sumamente difusa y con una erudición alusiva y laberíntica no solo en cuanto toca al canon de Ferrara (Mateo Boiardo y el Ariosto), sino en lo que toca a los resabios humanísticos de una imitatio ecléctica que toma a manos llenas de obras latinas y griegas. Incluso traduce directamente del griego a Homero, según María Rosa Lida de Malkiel. Sin duda, como expone Zulaica, se debe a una preceptiva neoaristotélica tassiana que pregona en la épica el ideal de la variedad en la unidad. Y, en efecto, el poema es tan rico en contenidos y lecturas alegóricas (incluye, por ejemplo, una condensada historia de España en su "Canto decimonono" y no pocas disquisiciones filosóficas, morales y geográficas) que desborda con mucho la calificación de un libro de caballerías en verso. El erudito dramaturgo Antonio Mira de Amescua, del que ya edité el prólogo que puso a su novela pastoril Siglo de oro en las selvas de Erifile, elogió el esfuerzo de su amigo valdepeñero escribiendo que "los españoles ingeniosos dados a la lección de poetas no tienen en su lengua poema como este". Y es así porque en su género incluso los extranjeros declaran que se halla al par de la La Araucana de Alonso de Ercilla, pero en otro siglo y estética.




La cuestión de la crítica textual era importante, porque el autor no pudo controlar el texto publicado como hubiera querido; y la complicaba aún más el reciente descubrimiento de un borrador autógrafo de la epopeya que la fundación Ramón Menéndez Pidal no ha querido cicateramente difundir, pero que habrá de ver la luz tarde o temprano. Se trata del texto que tenía dispuesto para la imprenta en 1609, fruto de un largo proceso de creación desde su misma juventud  que al marchar a América quedó sin estampar. Tal vez Cervantes, al ver que esta epopeya no se imprimía, tuvo la idea de escribir el Bernardo que menciona en la dedicatoria del Persiles (1616). Tal vez Balbuena lo conocía en persona: menciona en dos versos su pasado en Argel, a su hermana Magdalena e hija Isabel "las Cervantas", y a su famoso héroe en la epopeya:

Y el que de un jayán rey que hizo su esclavo / dos ciervas de oro a su cuartel traspuso / Cervantes descendiente de Cervino / las ganará de un nieto de Mambrino (Bernardo del Carpio... canto XIX, est. 209)

El caso es que el obispo valdepeñero rehízo después por completo en América la epopeya, que al final pudo imprimir a distancia en 1624, tan modificada, que puede considerarse de hecho una obra nueva.

La tarea era tan difícil que yo apenas creía que se hubiese hecho en forma definitiva, y así ha sido. Lo que sí ha hecho Zulaica y de forma excelente es sentar las bases de esa edición ideal fijando el segundo texto con una edición crítica comme il faut. Ambicioso como yo era de joven me había creído con fuerzas para hacer algo parecido si conseguía la ayuda de otros y había ido acumulando ediciones antiguas de la epopeya; incluso me hice con una fotocopia en Estados Unidos de la ya antigua e inédita tesis de Margaret Kidder (1937), que intentó con poca fortuna esa edición crítica, y tengo en mis estantes las decimonónicas de Manuel José Quintana (1808, 3 vols.), sobresaliente por ser la un hombre curtido en la edición de los clásicos al haber trabajado en las ediciones dieciochescas de nuestro erudito daimieleño Pedro Estala, y la de Cayetano Rosell, incluida en la BAE (1851), prácticamente ilegible por el tamaño fórmico y desvaído de la letra, lo que obligó a los talleres de Gaspar y Roig a realizar una edición más digna y legible a dos columnas al año siguiente (1852), ilustrada con 59 laboriosos grabados que yo al menos, hoy en día, considero correctos pero poco inspirados. La inencontrable edición de 1914, de la que vi un segundo tomo a la venta aquí en Ciudad Real, fue auspiciada pero no controlada por Menéndez Pelayo (que había fallecido de cirrosis hepática en 1912) y solo constó de 200 ejemplares a varias tintas, dos volúmenes en cuarto muy apetecibles para el bibliófilo, con seis láminas modernistas muy bellas de Antoni Saló.

Editio princeps de El Bernardo o Victoria de Roncesvalles (1624) de Bernardo de Balbuena

La edición en dos volúmenes de Martín Zulaica López (2017) es sin duda fundamental por ser la edición crítica que ha consultado más ejemplares; enumera y colaciona las variantes, incluso las de estado, de diecisiete ejemplares de la príncipe de 1624 y de cuatro ediciones modernas, aunque no aclara ni apaladina el texto, muy difícil de interpretar sin contexto y comento; además está estragada por las inevitables erratas. La argentina de la Universidad Nacional de Cuyo (2020), obra de Elena María Calderón de Cuervo y Tatiana Belén Cuello Privitera, es digital y le añade un glosario de personajes que sirve de algo para entender la obra, aunque en apéndice final. Sin embargo, esas glosas me parecen insuficientes, escasas e incluso algunas de ellas erróneas. Con todo, es de agradecer ese esfuerzo, que se pone a disposición de todo el mundo en este enlace.

Con todo esto se ha despejado ya el camino para la primera de las ediciones definitivas que Balbuena merece y acaso emprenda algún osado de la Universidad de Castilla-La Mancha; por demás resulta indignante ver que ninguna de estas ediciones mencione en sus bibliografías las contribuciones de Matías Barchino, autor de una importante edición del resto de los poemas de Balbuena en la Biblioteca de Autores Manchegos.




En cuanto al León prodigioso; apología moral, entretenida y provechosa a las buenas costumbres, trato virtuoso y política (1636, 1663, 1665, 1670, 1675, 1676 y 1732) de Cosme Gómez Tejada de los Reyes, obra clásica que faltaba impresa en nuestros tiempos pese a su importancia para nuestra historia cultural, realizada por Víctor Arizpe y Abraham Madroñal, filólogos más que solventes, se hallaba al principio en formato electrónico (Madrid: RAE, 2000) e incluso disponible en el CORDE (Corpus Diacrónico del Español); hoy ya no es accesible. Sin embargo, la Diputación de Toledo, orgullosa de su luenga tradición cultural, pidió una edición en papel a Madroñal y Arizpe y la imprimió en 2018. Ya es rara, así que consíganla cuanto antes, si pueden.