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sábado, 6 de diciembre de 2025

Reseñas de las Memorias de Juan Carlos I, el Impune.

 [Según la IA, "las reseñas de Reconciliación, las memorias de Juan Carlos I, son diversas: algunas lo ven como un intento sincero de controlar su narrativa y buscar el perdón, admitiendo errores (como el de Botsuana o el dinero saudí) y expresando soledad, mientras que otras critican la falta de autocrítica profunda, los detalles vagos sobre sus "errores financieros" y su defensa implícita del franquismo, generando controversia al coincidir con aniversarios monárquicos y buscando una reconciliación con España que algunos ven improbable o perjudicial para la imagen de la monarquía actual." En fin, ya lo dijo Talleyrand: "Es natural en los reyes robar, pero los Borbones exageran". Extraigo y publico algunas:]

 I

 Los “berrinches” del rey emérito: su opinión sobre el 11-M y las críticas a las leyes de memoria y al juez del ‘caso Nóos’, en El País, por Natalia Junquera, Madrid - 6 DIC 2025:

Juan Carlos I admite en sus memorias discusiones “acaloradas” con el Gobierno, minimiza el bulo del PP tras los atentados de 2004 y asegura que pidió “disculpas por Zapatero”

Reconciliación está repleto de reproches. Las memorias de Juan Carlos I, que salieron a la venta en España esta semana, contienen múltiples críticas, no solo a su hijo, sino al Gobierno actual y a dirigentes políticos de distintas épocas, incluyendo presidentes que lo fueron bajo su reinado, lo que choca, incluso después de la abdicación, con las funciones de representación, arbitraje y moderación que la Constitución atribuye a la Corona. “Un rey no debe tener una ideología política”, admite el propio Juan Carlos de Borbón en el libro, donde ha vertido, sin embargo, numerosas opiniones estrictamente políticas e incluso sobre asuntos judiciales que le afectaban a él y a su familia. No es la única contradicción a lo largo de 507 páginas que comienzan recordando, precisamente, una recomendación desoída: “Mi padre siempre me aconsejó que no escribiera mis memorias”. El resultado es un largo ejercicio de autorreivindicación salpicado por algunas anécdotas que pretenden recordar el carácter campechano que alimentó durante años el llamado juancarlismo, como que en Abu Dabi tiene un loro (“que luce los colores de la bandera de España en la cresta”); que compartía con Clint Eastwood el mismo tono de llamada de móvil (la banda sonora de El bueno, el feo y el malo) o que en una ocasión tuvo que tragar “como una aspirina” los “ojos de merluza” que Hassan II le ofreció como un manjar.

Los “berrinches” con el Gobierno

“Nunca di rodeos con ningún presidente del Gobierno, e incluso a veces he sido muy directo y he mantenido con ellos intercambios acalorados. Reconozco que he tenido berrinches ante lo que consideraba errores peligrosos para nuestro país”, escribe el rey emérito. El exjefe del Estado acusa al Gobierno de “alegrarse” de los “ataques” que recibe. “En lugar de proteger al Estado, de trabajar protegiendo sus instituciones por la prosperidad y el desarrollo del país”, añade, “ellos lo debilitan”. Pese a que en la carta que hizo pública al abandonar España en 2020 afirmaba que el traslado obedecía a su deseo de no seguir dañando la imagen de la Monarquía con “la repercusión pública” de “ciertos acontecimientos” de su “vida privada”, en sus memorias aborda su residencia en Abu Dabi como una imposición del Ejecutivo con el beneplácito del actual Monarca. También atribuye a presiones de La Moncloa la decisión de su hijo de retirarle, tras los escándalos, la asignación de dinero público que recibía: “Supongo que también él se enfrentaba a presiones del Gobierno”. “En esa caza al hombre he demostrado ser una presa fácil”, se lamenta el emérito, quien llega a decir: “El Gobierno convirtió estas investigaciones judiciales [contra él] en una caza de brujas, en un juicio moral que afectaba a todo mi reinado y a mi acción política”. “¿Cambiarán las cosas con un Gobierno diferente? ¿Se me facilitaría el acceso a La Zarzuela?“, se pregunta.

También critica don Juan Carlos las normas de transparencia y los códigos éticos relacionados con los regalos a cargos e instituciones públicas. Tras presentar la donación de 100 millones de dólares (65 millones de euros) que le hizo el rey Abdalá de Arabia Saudí como “un acto de prodigalidad de una monarquía a otra” y compararlo con “el beduino que en medio del desierto recibe a un forastero y comparte su pan con el visitante”, el emérito lamenta que Patrimonio Nacional se opusiera en 2011 a que él y su hijo aceptaran los dos ferraris que les regaló el jeque Mohamed bin Zayed, de Emiratos Árabes, y decidiera ponerlos a la venta: “El príncipe heredero emiratí vivió esa operación como una afrenta”. Juan Carlos I admite: “100 millones de dólares es una suma considerable. Es un regalo que no podía rechazar. Un grave error”, pero luego añade: “Hoy en día se nos exige total transparencia y que nuestras cuentas sean auditadas. Hace 30 años, eso no importaba a nadie. Hoy tenemos que justificarlo todo. Este no es el mundo en el que yo crecí”. Con todo, el emérito deja entrever que no le agrada que el presidente del Gobierno use la residencia de La Mareta, en Lanzarote, que el rey Hussein de Jordania le regaló en 1989: “Tuve que cederla a Patrimonio Nacional. Hacienda me pedía una cantidad de dinero para conservar la propiedad de la que yo no disponía. Quienes pasan hoy allí las vacaciones son los presidentes del Gobierno, algunos de los cuales no dejan de criticarme y de debilitar a la Corona”.

Las leyes de memoria, Franco y la Guerra Civil

El libro contiene constantes loas y piropos a Franco, al que se refiere como “general”, nunca como dictador, y que es el personaje más citado de los que aparecen en el índice onomástico (87 menciones): “prudente”, “astuto”: “austero”; “lo respetaba enormemente, apreciaba su inteligencia y su sentido político”; “el país se beneficiaba [habla de 1976] de las aportaciones importantes del franquismo”; “Tuve la suerte de que Franco, gracias a las reformas económicas emprendidas en los años sesenta, me dejara una nutrida clase media (...) Quizá incluso podríamos considerar que nuestro proceso de Transición comenzó, subrepticiamente, con la llegada de los tecnócratas al poder a partir de 1962 [en 1974 fue ejecutado con una herramienta medieval, el garrote vil, Salvador Puig Antich, y en septiembre de 1975, otros cinco condenados a muerte]”.

Don Juan Carlos plantea una postura equidistante entre los sublevados y los fieles al gobierno legítimo durante la Guerra Civil y critica las leyes de memoria aprobadas por distintos Parlamentos democráticos desde 2007 para reparar a las víctimas que, al contrario que las del bando vencedor, nunca habían sido reparadas y buscar a los que aún yacen en fosas y cunetas. “Hoy se recuerdan más las muertes de un bando que las del otro. Los vencidos exigen reparación —olvidando a veces que también hubo un encarnizamiento dentro de su propio bando—, pero los vencedores tampoco quedaron a salvo. Desde luego no podemos ignorar la dura represión a los vencidos después de la guerra. Nadie sale indemne de un combate armado. (...) Compruebo con pesar, y a mi costa, que ese pasado sigue persiguiéndonos, como lo demuestra el actual ambiente político extremadamente polarizado, los recurrentes y perniciosos ataques a la Corona y las ‘leyes de memoria’ que se suceden, reavivando viejas heridas y el espíritu de venganza”.

El 11-M

El rey emérito asegura en sus memorias que el resultado electoral de las elecciones de 2004 habría sido otro de no haber sido por los atentados del 11-M, pero no porque el Gobierno del PP decidiese mentir sobre la autoría. “Estábamos en plena campaña electoral y Mariano Rajoy se presentaba como sucesor de José María Aznar, que contaba con un excelente historial económico. (...) En un momento en que el terror embargaba a todos, Aznar consideró a ETA responsable de esas atrocidades, antes de que las reivindicara Al Qaeda [es falso, el PP mantuvo hasta el final que la hipótesis principal era el terrorismo etarra cuando ya todos los indicios señalaban al yihadismo]. La izquierda acusó a la derecha de utilizar la tragedia con fines electorales. (...) Las elecciones dieron por resultado algo impensable la semana anterior: la derrota del PP y la victoria del PSOE, con el voto a favor durante la investidura de los ecologistas, la extrema izquierda y los nacionalistas catalanes. Sin aquel atentado, el resultado habría sido muy distinto”.

“Pido disculpas por Zapatero”

Don Juan Carlos también se refiere en sus memorias a la decisión del presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero de retirar, tal y como había prometido en campaña electoral, las tropas españolas de Irak. “Las relaciones entre Washington y Madrid estaban en su peor momento, algo a lo que no ayudó que Zapatero, el año anterior, cuando era jefe de la oposición, no se levantara al paso de la bandera estadounidense durante el desfile militar del 12 de octubre. Me pareció una forma desproporcionada de mostrar públicamente su antiamericanismo (...) Aproveché un viaje a Seattle para llamar a George W. Bush y decirle que quería hablar con él en privado (...) Advertí antes a Zapatero, poniéndole ante un hecho consumado. El presidente Bush me dio la bienvenida con un ‘Espero que te guste el pavo, porque es Acción de Gracias’ (...) Para eliminar cualquier ambigüedad, me apresuré a puntualizar: ‘Pido disculpas por la actitud de Zapatero”.

`Caso Nóos’: “El juez buscaba notoriedad”

El rey se refiere como “acoso legal” a las investigaciones contra él, archivadas, en la mayor parte de los casos, por su inviolabilidad como jefe del Estado, pero también alude al caso Nóos, que terminó enviando a su entonces yerno, Iñaki Urdangarin, a prisión, y sentando a una de sus hijas, Cristina de Borbón, en el banquillo. “Yo estaba encantado de que Iñaki hubiera emprendido con éxito una nueva carrera. (...) Por ingenuidad, y seguramente por irreflexión, Iñaki confiaba en él [Diego Torres, su socio] y firmaba sin pestañear todos los papeles (...) En 2013, la infanta [Cristina] fue también imputada por el juez de Palma de Mallorca, que buscaba deliberadamente notoriedad y se empeñó en convertir el caso en ejemplarizante (...) Iñaki no recibió ningún trato especial. Incluso sospecho que, por ser yerno del Rey, tuvo que pagar por su error un precio más alto que otros”. Fue condenado a seis años de cárcel por prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencia y dos delitos fiscales.

II

Juan Carlos I publica sus memorias: la compleja defensa de un legado, en Abc de Madrid, por Juan Pedro Quiñonero, 5/11/2025:

En su libro de memorias publicado en Francia, el padre de Felipe VI recuerda que «la Monarquía es frágil» y que «la democracia no cayó del cielo»

«Tras cuarenta años de dictadura, yo di a los españoles una democracia que sigue viva y es mi herencia. Es la obra de mi vida»

«Es más fácil destruir la democracia que construirla», dice Juan Carlos I en 'Reconciliación' -el volumen de sus memorias publicado en Francia-, para recordar a los españoles y a su hijo, Don Felipe, y a su nieta, Doña Leonor, sobre todo, su tarea esencial de «garantes de la Constitución y las libertades de todos los ciudadanos, de todas las tendencias, de la extrema derecha a la extrema izquierda».

Desde su «exilio voluntario» en Abu Dabi, Don Juan Carlos, protagonista excepcional de la instauración de la democracia, sigue la actualidad española con una avidez de hombre enamorado e inquieto: «¡La democracia no cayó del cielo! Vacilé ante la idea de escribir este libro. Los Reyes no escriben libros. Pero decidí escribirlo por una razón: advierto que, poco a poco, los hijos y los nietos de mis amigos no tienen la menor idea sobre Franco y la Transición democrática».

La incertidumbre política de gran calado que hoy se cierne sobre España influyó también a la hora de redactar sus memorias, con la ayuda de la francesa Laurence Debray, su biógrafa y admiradora. «Cuando el Gobierno actual desacredita mi persona, debilita nuestra Constitución, y pone en juego los logros de la Transición democrática y de nuestra reconciliación», advierte. «Para no dejarles la última palabra de su revisionismo histórico, he deseado dar mi visión de la historia, la que he vivido y forjado. Lo que hoy más me importa es devolver su brillo a España y al espíritu de la Transición que nos unió a todos para el bien del país, donde me gustaría volver a encontrar mi puesto. El de un hombre que lo dio todo por su patria, donde desea ser enterrado. España decidirá, la historia nos juzgará», añade. Así se explica el doble sentido del título del libro: la reconciliación de los españoles con España y consigo mismos; y la reconciliación de un hombre como él con su familia.

«Haré todo lo que esté en mi mano para que mi hijo resista al frente de la institución; y que la Princesa Leonor, extremadamente bien preparada, lo suceda»

Juan Carlos I

Hijo de Don Juan de Borbón, Juan Carlos I estima que la institución monárquica fue y es la matriz que permitió construir y debe asegurar, hoy y mañana, la «casa común» de todos los españoles de todas las sensibilidades, subrayando que incumbe a sus herederos tan magna misión. En este sentido, avisa que «España no es automáticamente monárquica»: «Corresponde al Rey la tarea de dar forma a la Monarquía, cada día. Nuestra Monarquía no reposa sobre siglos de tradiciones y usos que la justifiquen. Nuestra Monarquía no tiene la misma profundidad, la misma continuidad histórica, el núcleo afectivo o la solidaridad simbólica comparable a la Monarquía inglesa u otras monarquías europeas. Nuestra Monarquía es más reciente y más frágil, pero igualmente preciosa, ante los ataques frontales de ciertos partidos políticos».

Apoyo a Felipe VI

«Haré todo lo que esté en mi mano para que mi hijo, el Rey Felipe, resista al frente de la institución; y que su hija, la Princesa Leonor, extremadamente bien preparada, lo suceda, en su tiempo y hora. Lo repito: la democracia es un bien muy frágil, que debe preservarse y defenderse», insiste Don Juan Carlos. Se trata de una conclusión íntima, política y personal, fruto de su experiencia excepcional, educado, de entrada, lejos de España, para instalarse en Madrid cuando su padre y el general Franco tenían relaciones complicadas y conflictivas que terminaron «puliendo», dejando que Don Juan Carlos aprendiese por sí mismo lecciones íntimas y políticas, institucionales, de la más alta envergadura.

De Don Juan escuchó y aprendió la «lección» esencial: «Debes hablar y escuchar a todos aquellos que no están de acuerdo contigo: eso es lo esencial que mi padre me repitió». No le hizo caso, sin embargo, cuando le aconsejó que no escribiera sus memorias porque «los Reyes no se confiesan, mucho menos públicamente».

Golpe de Estado 23-F

Recuerda que la instrucción de Don Felipe «como futuro Rey comenzó ese día»: «Me parecía fundamental que viviera esos momentos de tensión a mi lado»

De Franco, desvela diálogos privados sobre su temprana ambición, la «apertura y construcción» de un régimen democrático: «Tras la comida, con frecuencia, Franco me hacía llegar hasta su despacho, donde sosteníamos auténticas discusiones. Por mi parte, me atrevía a sostener, con él, una franqueza impensable para otros. Y le hacía preguntas de este tipo: '¿Por qué no concede usted la libertad de crear partidos políticos?'. 'Yo no puedo hacerlo, pero usted lo hará', me respondió en una ocasión. Para qué mentir, si fue la persona que me hizo Rey. Y, en realidad, me hizo Rey para que yo crease un régimen más abierto».

Iniciada la gran Transición que comenzaba con la muerte del Caudillo, Don Juan Carlos recuerda con precisión clínica la primera gran amenaza armada, militar, golpista: «Dos meses antes de aquel famoso 23 de febrero, mi padre cenó con el general Milán del Bosch en casa de su fiel amigo Luis de Ussía, conde de los Gaitanes, que era su secretario particular. Un encuentro amistoso, sin nada que ocultar. Con aplomo, el general le dijo a mi padre: '¡Antes de jubilarme sacaré los tanques a la calle..!'. Cuando mi padre me contó la historia pensé que era una broma [...] Pero yo sabía que el descontento estaba creciendo en los cuarteles. Y los militares trataban de traidores a los miembros del gobierno».

El 23F recuerda a la Reina Sofía «tranquila y reconfortante, incluso en medio de la tormenta»: «Le pedí que trajera a mi hijo, Felipe. Su instrucción como futuro Rey comenzó ese día. Me parecía fundamental que viviera esos momentos de tensión a mi lado y no solo que se los contara años más tarde».

Sobre Corinna Larsen

«Fue una relación que lamento amargamente. tuvo un impacto deletéreo sobre mi reinado y mi vida familiar»

Ante esa encrucijada con final feliz, gracias a su determinación personal, imponiendo la paz en los cuarteles para «sofocar» el «triple» golpe de Estado -el golpe de Tejero, el golpe de los franquistas que quedaban, el golpe de Alfonso Armada, que había pasado diecisiete años a su lado-, ante ese abanico de amenazas, el padre de Felipe VI tiene palabras emocionadas para Adolfo Suárez, quien estuvo a su lado en los momentos críticos, acompañado del general Gutiérrez Mellado.

«Él encarnaba por sí solo la reforma sin ruptura que yo deseaba realizar. Era un puro producto del franquismo. Debía su ascensión profesional a la fuerza de su trabajo [...] Tuvo la osadía de declarar que don Juan Carlos, yo, era el futuro de una España democrática y justa. Tomó posición a favor de la legalización de los partidos políticos, cuando él dirigía el único partido autorizado. Compartíamos el mismo deseo de construir una nueva España sin romper con el pasado y sin traumatismo radical», afirma Don Juan Carlos sobre Suárez. Esa complicidad, con matices antagónicos y distinta fortuna, Don Juan Carlos deseó prolongarla con sus sucesores: Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy.

«Felipe González y Alfonso Guerra tenían un carácter muy simpático y enérgico. González, mucha finura de espíritu. Guerra, un rigor y una cultura increíbles…», cuenta. Sobre Zapatero, recuerda que «anunció la retirada de las tropas españolas en Irak, bajo el mandato de la OTAN» y que «un año antes no se levantó durante el paso de la bandera de los EE.UU. durante el desfile militar [...]». «Me entrevisté con el presidente Bush. Le pedí disculpas pidiéndole que nuestra relación entre Estados no se viese afectada», explica.

Antes de partir

«Mi hijo, cuando supo de mi partida repentina, me llamó. Yo ya estaba en el avión: '¿Adónde vas, jefe? ¿A Londres?' 'No, a Abu Dabi'. 'Cuídate'»

Esa tarea de mediador entre españoles de diversa sensibilidad, entre gobiernos aliados o adversarios, quizá sea esencial en la obra y la herencia de Don Juan Carlos, como recuerda su «distancia» contra la «soberbia» de Valéry Giscard d'Estaing y su «insensibilidad» para los grandes problemas españoles, de terrorismo de ETA a la destrucción de camiones españoles en las carreteras francesas.

Tarea esencial, para España, cuando la vida íntima de Don Juan Carlos terminó tomando otros rumbos y fue víctima de crisis de diversa naturaleza, comenzando por aventuras amorosas --«algunos deslices», según él- con mujeres como Corinna Larsen. «Fue una relación que lamento amargamente», reconoce el padre de Felipe VI. Y añade: «Muchos hombres y mujeres se han visto cegados hasta el punto de no ver la evidencia. En mi caso, tuvo un impacto deletéreo sobre mi reinado y mi vida familiar. Rompió la armonía y la estabilidad en esos dos aspectos esenciales de mi existencia, para obligarme a tomar la difícil decisión de abandonar España».

«Ante la presión de los medios y del Gobierno, tras la revelación de la existencia de una cuenta en Suiza y de la acusación totalmente infundada de comisiones, decidí partir para no complicar el buen funcionamiento de la Corona y complicar la tarea de mi hijo en sus funciones de Soberano [...] Verme forzado a tal desarraigo y soledad no es fácil para mi vida. Estoy resignado, herido por un sentimiento de abandono», cuenta Don Juan Carlos, a propósito también del regalo de 65 millones de euros del Rey de Arabia Saudí.

No reprocha nada al Rey en sus memorias, pero sí a Don Felipe, de quien echó de menos una última conversación antes de su «exilio voluntario»: «Mi hijo, cuando supo de mi partida repentina, me llamó. Yo ya estaba en el avión: '¿Adónde vas, jefe? ¿A Londres?'. Me llaman 'jefe' o 'patrón'. No creo tener un carácter autoritario, pero es cierto que refleja la organización piramidal de la casa y de las familias reales. Como muestra de respeto, mi hijo me llama así, aunque en la intimidad sigo siendo 'papá'.

-No, a Abu Dabi.

-Cuídate.

Esa fue nuestra última conversación de viva voz antes de muchos meses de silencio y distancia».

Los reyes Juan Carlos y Sofía bromean durante la recepción ofrecida hoy por la Familia Real en el Palacio de la Zarzuela a las altas autoridades del Estado, con motivo de la celebración de la onomástica de Don Juan Carlos

Los reyes Juan Carlos y Sofía bromean durante la recepción ofrecida hoy por la Familia Real en el Palacio de la Zarzuela a las altas autoridades del Estado, con motivo de la celebración de la onomástica de Don Juan Carlos EFE

Don Juan Carlos recuerda con cariño el inicio de su historia de amor con Doña Sofía. Habla de la «complicidad excepcional» que tiene con ella. «No tiene igual en mi vida y así seguirá siendo, aunque nuestros caminos se hayan separado desde mi partida de España. Ella es la madre de mis hijos, una Reina extraordinaria y un vínculo afectivo fundamental e insustituible. Sofi es una mujer excepcional, de rectitud, bondad, rigor, entrega y bondad», dice sobre la esposa.

Sus hijas, Elena y Cristina, tienen mucho de compañeras y amigas. Con ellas Don Juan Carlos es capaz de discutir «a tumba abierta», con cariño profundo: «No he interferido nunca en la vida de mis hijas. Las he apoyado siempre, como corresponde a un padre, en sus decisiones y en sus problemas».

Doña Letizia «no ayudó»

Por el contrario, su relación con la Reina Letizia terminó convirtiéndose muy pronto en un problema familiar que él evoca con melancólica precisión: «Mi hijo estaba seguro en la elección de su esposa. Tenía 34 años y sabía lo que quería. Como mis hijas, que se casaron con los hombres que amaban. No intenté entrometerme. Hubiera sido inútil. La entrada de Letizia en nuestra familia no ayudó a la cohesión de nuestras relaciones familiares. Le repetí: 'La puerta de mi despacho está siempre abierta. Ven cuando quieras'. Pero ella no vino nunca». Explica que la «incomprensión personal» que había entre ellos «no podía reflejarse» en sus actividades institucionales. «Hice todo lo posible para pasar por alto nuestras diferencias. El éxito de la pareja principesca era, para mí, un seguro para el futuro de la Corona», añade.

Él se muestra como un hombre solo, que sufre al vivir privado de la presencia de sus seres más queridos. Dice que se siente «resignado, herido por un sentimiento de abandono» y dice que echa de menos España y que quiere «regresar a casa». «Con la serenidad de la edad, estoy inmensamente reconocido al destino por haberme dado la oportunidad de hacer muchas cosas por España y los españoles. Fue mi razón de ser, un gran honor y un gran desafío de cada día, que puedo afrontar gracias a la generosidad de una mayoría de españoles», apostilla. Y concluye: «Mi más grande orgullo es haber podido ayudar a la sociedad española a ir más allá de sus enfrentamientos históricos para iluminar su mejor rostro. Sigo siendo un Rey demócrata, moderno y unificador. España es un país extraordinario, como lo prueban su energía, su coraje, su optimismo, su hedonismo, su sentido del esfuerzo. Hemos hecho grandes cosas juntos. No lo olvidemos demasiado pronto»

III

Reconciliación', de Juan Carlos I, amargas memorias, en ABC de Madrid,  por Jordi Canal, 6/12/2025:

'Reconciliación', Juan Carlos I. Con la colaboración de Laurence Debray Traducción Elisabeth Burgos y Karin Taylhardat Editorial Planeta Año 2025 Páginas 507 Precio 24,9 euros

Aunque siempre interesantes y amenas, no encontrará el lector ni novedades ni opiniones desconocidas en el libro

Su querida prima Lilibeth, la reina Isabel II de Inglaterra, fallecida en 2022, le decía que los reyes nunca abdican. Se mueren con las botas puestas, le aseguraba también su padre, el conde de Barcelona. Juan Carlos I, Rey de España desde 1975, no les hizo caso y, en junio de 2014, abdicó el trono en su hijo Felipe VI. Su progenitor siempre le aconsejó, asimismo, no escribir unas memorias; los reyes, sostenía don Juan, no se confiesan públicamente.

Tampoco en este caso ha seguido las recomendaciones. Acaban de ver la luz unas memorias suyas, escritas en francés, su primera lengua -con la estrecha colaboración de Laurence Debray, que aparece junto a don Juan Carlos en la penúltima imagen de unos muy cuidados cuadernillos fotográficos- y traducidas al castellano. En otro gesto algo inaudito, el Rey emérito –una denominación que no le satisface en absoluto- ha grabado un mensaje publicitario antes de la salida del libro a la calle.

Tiene toda la razón Don Juan Carlos cuando deplora los injustos ataques recibidos de cierta prensa en los últimos años, la insuficiente valoración pública de su reinado y de su decisiva contribución a la democratización y modernización de España, el descarado revisionismo sobre la Transición o la irresponsable inquina hacia su persona y su legado del actual Gobierno y de sus socios políticos. Lamenta también el obligado alejamiento de la actual familia real y de una España que añora, al tiempo que insiste en su intención de no perjudicar a la Corona y a su hijo.

Reconoce algo tímidamente algunos errores en la vida privada y en sus frecuentaciones. No parece una buena idea, sin embargo, redactar unas memorias en lugar de esperar el llamado juicio de la historia –al que se apela al final del texto-, que, sin duda alguna, va a ser claramente positivo para la mayor parte de su reinado. La impaciencia, indignación y amargura de sus páginas humanizan al exmonarca, pero nos hurtan la grandeza simbólica de su figura.

El libro, construido formalmente en siete partes, un preámbulo y un corolario presenta, en puridad, una estructura tripartita, cronológicamente desordenada, pero adecuada a las motivaciones que lo fundamentan. Las partes segunda a la quinta exponen la existencia de don Juan Carlos entre el nacimiento en el exilio romano familiar, en 1938, y la primera década de la actual centuria, mientras que la sexta está dedicada a los últimos años del reinado y el preámbulo, la séptima parte y el corolario al periodo inacabado que se inicia en 2014 y prosigue con la estancia, desde 2020, en los Emiratos Árabes Unidos. Más de la mitad del libro se centra en sus recuerdos novecentistas. Aunque siempre interesantes y amenas, no encontrará el lector ni novedades ni opiniones desconocidas. Con 87 años cumplidos y esperando poder ser enterrado en su país con honores, don Juan Carlos asevera sin ambages que dio la libertad a los españoles instaurando la democracia.

Las páginas más sentidas del libro están dedicadas al último lustro, alejado de España e instalado en Abu Dabi

Sobre los hechos que abocaron a la abdicación de 2014, las memorias contienen desafortunadamente más olvidos que recuerdos, más crítica que autocrítica. El Rey padre admite deslices extra-conyugales, desmintiendo algunos romances atribuidos y arrepintiéndose del mantenido con la innominable Corinna, pero eludiendo otros bien conocidos y bárbaramente escandalosos.

Lleva a cabo un panegírico de doña Sofía, su amada Sofi. Exculpa totalmente a la infanta Cristina en el caso Nóos, califica la caza controlada de elefantes como actividad ancestral y justifica las donaciones entre casas reales. Insiste mucho en los problemas de salud y en que, a pesar de irse de vacaciones a Botsuana en plena crisis, nunca dejó de ocuparse de sus tareas como jefe de Estado. Denuncia encarnizamiento judicial y político. Las páginas más sentidas del libro están dedicadas al último lustro, alejado de España e instalado en Abu Dabi. Reitera su pasión por el mar, agradece la generosidad emiratí, añora la Zarzuela, acusa a su hijo Felipe VI de insensibilidad y a doña Letizia de haber dificultado la cohesión familiar e, igualmente, deplora la ausencia de contacto con sus nietas Leonor y Sofía.

Don Juan

De su padre, al margen de los conocidos desencuentros vinculados con la nominación como sucesor de Franco a título de rey en 1969, hace grandes elogios: «mi mejor guía, mi mejor consejero, mi mejor amigo». Don Juan no escribió unas memorias -y recomendó no hacerlo a su descendiente- a pesar de un largo exilio, los ataques del régimen dictatorial, la malquerencia de Franco, de no lograr sentarse en el trono y de acabar reemplazado, precisamente, por su propio hijo.

Su digno gesto de 1977 valió mucho más que unas memorias. Entiendo algunas de las razones personales de don Juan Carlos a la hora de ofrecernos estos recuerdos, pero quizá haya cometido otro error. Pese a ello, nunca podremos olvidar que bajo su reinado, al final del siglo XX, nuestra España vivió algunos de los más venturosos momentos de su historia.

IV

Las memorias del Rey: mucho pudor y muy poca vergüenza.  En El País, por Sergio del Molino, 10 DIC 2025:

Los pocos apoyos que le quedaban a Juan Carlos I correrán a esconderse tras un libro cuyo único valor es humorístico. Para escribir buena literatura autobiográfica no hay que tener pudor, pero sí mucha vergüenza. A Juan Carlos I le sobra el pudor y desconoce la vergüenza. Se dirá que el Rey no tiene ambiciones literarias y que el valor de Reconciliación es el testimonio, pero la relevancia de lo testimonial depende de la actitud del testimoniante. El primer dilema al que se enfrenta quien narra su vida es puramente literario: por qué, desde dónde y hasta dónde cuenta. A los escritores se nos presenta mucha gente que presume de tener una vida de novela, y Juan Carlos de Borbón tiene varias vidas de novela, pero ni siquiera la mano dócil y experta de Laurence Debray las ha salvado del desastre literario, que equivale a un desastre histórico y político.

Quien escribe unas memorias se confiesa, y la confesión exige humildad. La buena autobiografía no es vanidosa, sino un examen doloroso, algo parecido a un psicoanálisis. Requiere crueldad hacia uno mismo, pues sus mejores obras se escriben desde la vergüenza y el fracaso. Tenía Juan Carlos una oportunidad de engrandecer su figura bajo los olivos milenarios de Abu Dabi, dejándonos un relato de desencanto a lo Gatopardo. Podría haberse despedido como el príncipe de Salina en la novela de Lampedusa, comprendiendo que su reino ya no era de este mundo, pero ha preferido legarnos unos pliegos llenos de rencor, soberbia, mezquindad y autobombo en los que acusa a los españoles de no quererle, de ser implacables con sus debilidades de hombre bueno y sencillo.

¿Por qué escribe esto? Su aportación documental a la historia de España es anecdótica, y su poder persuasivo, contraproducente. Los pocos apoyos que le quedaban correrán a esconderse tras este libro cuyo único valor es humorístico. Se divierte mucho uno leyéndolo, pero a pesar del narrador, que incurre en chistes involuntarios. Al principio, intenta retratarse como exiliado y desarraigado, con unos párrafos que parecen de Amicis o de Dickens. Acto seguido escribe: “Nuestro padre nos metió a todos en su hermoso Bentley negro”. En otro pasaje derrocha más compasión por un leopardo que le regaló Haile Selassie y que murió de “una indigestión de pájaros” que por su hermano muerto, episodio resuelto en tres párrafos con asepsia de gestor de pompas fúnebres. Aunque el chiste más brutal es el que abre y cierra el libro: el rey que presume de haber otorgado la democracia a los españoles solo encuentra la paz en una dictadura árabe que lo protege con métodos totalitarios. Un buen escritor habría empezado por esa paradoja, pero Juan Carlos no la ve, y Laurence Debray prefiere no verla.

V

Reconciliación. Por qué no se pueden entender las Memorias de Juan Carlos I sin leer la biografía original. En Acalanda Magacín, por Web, 10/11/2025:

El escándalo es ensordecedor. Las memorias del Rey Juan Carlos I, tituladas “Reconciliación”, han detonado en el panorama mediático. A sus 87 años, desde su exilio en Abu Dabi, el rey emérito presenta “su versión de la historia”, sintiendo que le han “robado” su propia narrativa. Las revelaciones son explosivas y han reabierto todas las heridas:

Sobre Franco: Admite una “cierta ternura” por el dictador y declara: “Nunca dejé que nadie lo criticara delante de mí”.

Sobre Felipe VI: Recuerda a su hijo que aunque puede excluirlo “sobre el plano personal y financiero”, no puede “rechazar la herencia institucional sobre la que reposas”.

Sobre la Reina Letizia: Afirma que tiene un “desacuerdo personal” con ella y que “no contribuyó a la cohesión” familiar.

Sobre Corinna: Califica la relación como un “error” propio de la “debilidad” humana, donde se convirtió en “presa fácil”, sin siquiera mencionarla por su nombre.

Sobre su hermano Alfonso: Ofrece, por primera vez, su versión mecánica de la tragedia: “la bala rebotó”.

Reconciliación es una confesión. Es el testamento subjetivo, emocional y calculado de un hombre al final de su vida. Pero plantea una pregunta fundamental que el propio libro no responde: ¿POR QUÉ?

¿Por qué siente “ternura” por el dictador que mantuvo a su padre en el exilio? ¿Por qué la “herencia institucional” es el arma que usa contra su propio hijo? ¿Por qué sus “errores” se convirtieron en un patrón de comportamiento?

La respuesta a todas estas preguntas no se encuentra en las memorias de 2025. Se encuentra en la obra maestra de investigación que la misma autora, Laurence Debray, escribió en 2013: “Juan Carlos de España”. Si Reconciliación es la confesión, Juan Carlos de España es la piedra Rosetta para descifrarla. Es la investigación psicológica que explica cómo se forjó el carácter que ahora vemos justificarse en sus memorias. No se puede entender un libro sin el otro.

El Libro Clave (2013): “Juan Carlos de España” Para entender por qué el Rey eligió a Laurence Debray para sus memorias, primero hay que leer su biografía original.

Debray no es una cronista real. Como revela en el prólogo, es hija del célebre revolucionario marxista francés Régis Debray. Su fascinación por Juan Carlos fue un acto de rebelión; mientras su padre le colgaba un retrato de Mitterrand, ella veía en el Rey al hombre que “había rechazado los plenos poderes heredados de Franco para devolvérselos al pueblo” y que vivía con “mucha más sencillez” que los socialistas en el poder.

Su libro de 2013 es una profunda disección psicológica. Es aquí donde Debray establece la tesis central que lo explica todo: el “destino shakespeariano” de Juan Carlos. La tesis es que su éxito político —restaurar la monarquía y reconciliar a los españoles— solo fue posible a un “coste humano inconmensurable”. Los “dramas personales terribles” —ser “entregado de niño al enemigo” (Franco), ser “marioneta de Franco”, “reinar en lugar de su padre” y ser “indirectamente responsable de la muerte accidental de su hermano”— forjaron un carácter único.

Este libro es la investigación que demuestra cómo la duplicidad, el secreto y el sacrificio se convirtieron en sus herramientas de supervivencia y, finalmente, en la raíz de su “decadencia”. 

Las Memorias (2025): “Reconciliación

Este es el libro del ahora. Es la tormenta mediática. Reconciliación es la versión del rey, en primera persona, de los mismos hechos que Debray analizó objetivamente en 2013.

Aquí, Juan Carlos no es analizado; él habla. Intenta “limpiar su imagen” y justificar sus acciones, desde su relación con Franco hasta sus “errores graves”. Es una obra personal, un intento de controlar la narrativa antes de que la historia dicte su sentencia final.

Por Qué Debe Leer Ambos: La Confesión vs. La Investigación. La verdadera genialidad está en leerlos juntos. Un libro es el qué (la confesión de 2025) y el otro es el porqué (la investigación de 2013).

SOBRE FRANCO: La Confesión (2025): Admite “ternura” y respeto por Franco, diciendo: “Si pude ser rey, fue gracias a él”. La Investigación (2013): Explica por qué. El Capítulo 2, “Una juventud sacrificada” detalla cómo fue un “rehén” y un “peón” entregado a su “enemigo” a los 10 años. Franco se convirtió en la figura paterna sustituta que su padre ausente, Don Juan, no podía ser. La “ternura” es la compleja psicología del rehén, no una simple afinidad política.

SOBRE LA TRAICIÓN DINÁSTICA (PADRE E HIJO):

La Confesión (2025): Ataca a Felipe VI con la frase: “no puedes rechazar la herencia institucional sobre la que reposas”. La Investigación (2013): Demuestra que esta es la historia repitiéndose. “¡Por fin llega a sucesor!” narra la agonía de Juan Carlos en 1969 cuando él mismo traicionó a su padre, Don Juan, aceptando ser sucesor de Franco. Justificó ese acto con la misma lógica: un “sacrificio” por la “institución”. Lo que ahora exige a su hijo es lo mismo que él le hizo a su padre.

SOBRE LA MUERTE DE ALFONSO: La Confesión (2025): Da una explicación mecánica: “la bala rebotó”. La Investigación (2013): El Capítulo 2 va más allá del disparo. Explica el impacto psicológico del “silencio más absoluto”, el hecho de que su padre tiró el arma al mar sin investigación y, lo más cruel, cómo Don Juan le ordenó volver a la academia militar inmediatamente después del funeral. Fue un “exilio del duelo” que forjó su “sentido del deber” casi como una “penitencia”.

SOBRE LOS ESCÁNDALOS (CORINNA Y BOTSUANA): La Confesión (2025): Lo reduce a un “error” de “debilidad”.

La Investigación (2013): En “Honores y decadencia” ya analizaba esta fractura. El libro explica la “prisión dorada” y la humillante precariedad de su juventud (“miserable” asignación de 70.000 pesetas) donde le fiscalizaban “¡Hasta las Coca-Colas…!”. Esta biografía proporciona el contexto de una vida de carencias que desembocó en una relación compleja con el dinero y el lujo, mucho antes de Botsuana.

La Lectura Definitiva

Reconciliación es el testamento final de un rey que busca controlar su legado. Pero Juan Carlos de España es la investigación que revela al hombre que se vio forzado a construir ese legado. Para entender el escándalo más grande de la monarquía española moderna, no basta con leer la confesión. Hay que leer el manual que la descifra.

VI

Mi rey caído,  de Laurence Debray, 2022 (el título original Juan Carlos de España, 2013)

El fascinante y verdadero relato de la vida de Juan Carlos I, Rey de España.

«Con Mi rey caído, Debray pasará a la historia como la gran biógrafa del Emérito». Ana S. Juárez, La Razón

«Había una vez un príncipe, que era encantador, pero estaba maldito. Su nombre era Juan Carlos, o Juanito para los más cercanos. No era exactamente un príncipe, sino el nieto de un rey. Pero de un rey sin reino, obligado a vivir en el exilio. Su verdadero país, el que sus antepasados borbones gobernaron durante tres siglos, es España.

Tras 40 años de poder dictatorial, Franco designó, en 1969, a Juan Carlos, ese dócil playboy de treinta años y diligente militar, como su sucesor. Contra todo pronóstico, nuestro príncipe se convirtió en un animal político, transformó la imagen de España, la salvó de un golpe de Estado en 1981 y garantizó la estabilidad democrática. Mediante traiciones y complicidades, lágrimas y satisfacciones. Porque tras la hazaña política y el carisma se esconden tragedias personales. Entregado de niño al enemigo Franco, arrojado entre dos figuras paternas despiadadas, indirectamente responsables de la muerte accidental de su hermano menor, usurpador de su padre… El precio a pagar era alto, cuidadosamente oculto. Shakespeare no podría haberlo narrado mejor. El destierro final es incluso su apoteosis.»

¿Qué puede unir a una «hija de revolucionarios» y a un rey? Tras pasar su adolescencia en España, Laurence Debray se interesó, como historiadora, por la figura de Juan Carlos I. Escribió su biografía y después lo entrevistó en las vísperas de su abdicación, en 2014, para un documental de televisión.

Desde entonces, no ha dejado de hablar con él y de seguir los giros de guion de su destino. Hasta visitarlo, en 2021, en Abu Dhabi, donde se refugió, convirtiéndose en una figura rechazada por los españoles a raíz de sus aventuras extramatrimoniales y en un padre demasiado engorroso para el rey Felipe VI.

El relato de esta atópica relación que nos brinda Laurence Debray fascina por su virtuosismo, inteligencia, y lucidez cuando pasado y presente chocan. Estamos ante la verdadera novela de la vida de Juan Carlos, Rey de España.

VII

La autobiografía de Juan Carlos I: ¿Reconciliación o ruptura? En Diario Red, por Rebeca Quintáns, 6/11/25:

Juan Carlos nos da la razón a los que decíamos que la monarquía es una maquinación del franquismo para darle continuidad, que es una monarquía franquista. Juan Carlos no lo oculta: “Gracias a él fui rey”

De todos los biógrafos de Juan Carlos, el propio Juan Carlos es el menos de fiar. Conociendo su trayectoria, la honradez no es precisamente su fuerte. Y todo hace suponer que una vez más va a dar muestra de su compromiso con la mentira hasta la muerte y más allá. Es probable que muchas de esas mentiras se las crea desde siempre. Para eso fue educado y conformado. De otras es plenamente consciente, y conscientemente pretende perpetuarlas para la historia.

Como todo lo que rodea el 23F, en lo que parece que no quiere ceder ni un ápice ni reconocer nada, pese a las cintas de Bárbara Rey en las que se confiesa sin querer (la última pero no la única prueba que conocemos de su papel como cabecilla del golpe). Con estas memorias volvemos al punto de partida, a que Armada no le fue fiel hasta el final como le dijo a Bárbara, sino que le engañó y traicionó y le dolió muchísimo. Nada de admitir ni siquiera que estaba informado, que a lo peor le engañaron y lo manipularon un poquito…como propuso Javier Cercas para justificarlo de alguna forma en su Anatomía de un instante, que actualizaba dentro de la ortodoxia del Régimen, sin pasarse, los excesos de la versión oficial más inmediata a los hechos e insostenible en estos momentos por su total inverosimilitud. Juan Carlos no da ni un paso atrás.

De la autora o redactora del libro tampoco hay mucho que esperar. Laurence Debray ya se había explayado antes en otros libros para los que el rey se dejó entrevistar con mucho gusto. Y, aunque alguna vez te encuentras con perlas incluso en estas obras tan cortesanas, ya sea por error o dejándolas caer de propio intento, no es este el caso hasta ahora de las de Debray. En su Juan Carlos de España de hace unos años, por ejemplo, a pesar de sus más de 500 páginas, yo no llegué a subrayar ni una línea. No encontré absolutamente nada de interés, nada relevante.

Por eso las expectativas sobre Reconciliación, la autobiografía del rey que se publicará próximamente en España, no deberían ser altas. Ya deja claras sus intenciones en el título y la dedicatoria a su familia y a «todos los que le acompañaron en la transición democrática».

Mientras el único preso por los latrocinios del rey es Pablo Hassel, rapero condenado por cantar que “los Borbones son unos ladrones”, Juan Carlos declara en sus memorias sin pudor: "Siento que me roban mi historia"

Con “familia” se refiere, por ejemplo, a la Reina Sofía, a la que en el libro nombra cariñosamente “Sofi”, siempre con ternura, algo de una hipocresía escandalosa para todos los que tuvieron ocasión de escucharle hablar de ella en la intimidad no tan íntima de sus círculos sociales, de sus saraos.

A los que le acompañaron y fueron sus cómplices en dar continuidad a los principios y estructuras del franquismo con un disfraz democrático en la llamada Transición, es a los que se dirige fundamentalmente el libro. Pero pese al título, no va a pedirles disculpas por hacerles insostenible apoyar la monarquía con él en el trono. Abdicó “por el bien del país” pero se fue “con la conciencia tranquila”. “No tenía motivos para avergonzarme”, defiende Juan Carlos I, según los adelantos que nos van mostrando la prensa francesa y la española. Para la “reconciliación” reclama el respeto perdido con un victimismo insultante, repartiendo culpas a diestro y siniestro a los demás. Fueron malas influencias, se aprovecharon de él… Lo de la “reconciliación” más bien parece una “imposición”, siguiendo la línea de la política de palacio para rehabilitar lo que se pueda de la figura de Juan Carlos y cerrar con un buen funeral de Estado su etapa política. Si no por las buenas, por las malas. No olvidemos que al mismo tiempo está en marcha la iniciativa por la vía judicial para callarle la boca a Revilla, un compañero de viaje de la monarquía en las últimas décadas del Régimen del 78 que parece que no se quiere “reconciliar”, veremos en que acaba todo eso.

Mientras el único preso por los latrocinios del rey es Pablo Hassel, rapero condenado por cantar que “los Borbones son unos ladrones”, Juan Carlos declara en sus memorias sin pudor: "Siento que me roban mi historia". Realmente, su mayor o única virtud es la falta total de escrúpulos.

Con todo, y aun siendo un libro para lelos muy crédulos, intuyo que dará juego y mucho que hablar, y hasta los “analistas” de las tertulias de la Sexta serán capaces de sacarle punta. Creo que más a través del análisis del discurso que en lo informativo. Porque no contará una verdad, pero pese al vasallaje rendido de Debray y de las cabezas pensantes que han pulido el texto coordinados desde Zarzuela, se les escaparán cosas interesantes. Seguro.

Reconciliación es una capa más en el traje que nos están haciendo para seguir vendiéndonos el mito de la Transición. Se combina con los adornos de supuesta democratización de Felipe VI, de modernización inviable de una institución medieval

Por ejemplo, Juan Carlos se pierde en las metáforas y acaban diciendo cosas que no quería decir. “A los trece años [Felipe] me preguntó: ‘Papá, ¿qué pasa?’ – cuenta Juan Carlos al respecto del 23F-. Lancé una pelota al aire. La Corona está en el aire. ¡No sé hacia dónde caerá!”, desvela Juan Carlos que le contestó, reconociendo su protagonismo y responsabilidad insensata en aquella aventura, como si todo hubiera sido un juego. Solo que lo que lanzó al aire no fue únicamente la corona, al dar respaldo a un golpe que ponía en el disparadero -y en las calles con tanques de combate- a las hordas fascistas militares y civiles deseosas de actuar para que el Régimen fuera más fascista todavía, más explícitamente fascista. Sí, el plan era pararlos luego, con un gobierno de conciliación presidido por un militar, supuestamente defensor del orden, la democracia y la Constitución, el general Armada. Un planazo. Pero igual que había una lista de los políticos buenos que iban a colaborar, porque ya lo habían pactado, participando incluso en ese gobierno presidido por un militar, los fachas tenían ya preparados otros listados, de periodistas entre otros, que iban a ser eliminados en primer lugar. El miedo que generó en la sociedad tuvo las consecuencias de desmovilización esperadas. Pero podría haber sido peor.

Por cierto, que Felipe podía y debería ir saliendo de las sombras y expresarse, contar lo que sabe, posicionarse con respecto a la política a seguir con la monarquía, hacer algún gesto por democratizar la institución. Lo que “fuentes próximas a Zarzuela” transmiten -porque no hay declaraciones oficiales- es que a Felipe VI no le gusta, no está de acuerdo con determinadas cosas que hace o dice su padre. Y ya.

Pero no es creíble que la autobiografía y otras iniciativas recientes del emérito no tengan el apoyo de Casa Real, su consentimiento cuando menos, teniendo en cuenta cómo funciona, el poder de control y manipulación que siempre ha tenido el rey (Juan Carlos I y Felipe después) de todo lo que sucede políticamente relevante en el Estado español, en estrechísima colaboración con los servicios de inteligencia (CESID antes, ahora CNI) y las cloacas del Estado. El poder real que ha demostrado la monarquía tras su instauración como sucesora del franquismo es perfectamente capaz de frenar las tonterías de Juan Carlos sin melodramas. Otra cosa es que quiera hacerlo. A lo que apuntan los intentos del emérito por reivindicarse sin arrepentimiento alguno (y mucho menos disposición de reparación) es a una campaña larga y difícil para salvar la monarquía, su imagen institucional al menos, incluyendo el podrido legado de su reinado. Ardua tarea para los servicios de inteligencia, pero no imposible.

Reconciliación es una capa más en el traje que nos están haciendo para seguir vendiéndonos el mito de la Transición. Se combina con los adornos de supuesta democratización de Felipe VI, de modernización inviable de una institución medieval. Tan falsas una capa como la otra, parece una quimera que semejante plan de rescate pueda llegar a funcionar política e históricamente, pero el caso es que el traje nuevo de una monarquía, que creíamos definitivamente al descubierto en su desnudez, está funcionando sorprendentemente bien. Es cuestión de tiempo, si no se hace nada para ponerle freno. Ojo a la valoración de Felipe VI en las encuestas y a la acelerada normalización en los regresos esporádicos de Juan Carlos.

El apoyo explícito al franquismo que hace Juan Carlos en nombre de la institución que representa podría ser constitutivo de un delito de odio y afrenta a las víctimas de la dictadura, contra la Ley de Memoria Histórica. Hay que ilegalizar la monarquía, como la Fundación Franco

Pero sobre todas las cosas, la autobiografía de Juan Carlos tiene la relevancia de ser prácticamente una declaración institucional del que todavía es rey (emérito). Y en este sentido da un poco igual si el rey se cree lo que dice o miente descaradamente. El acto de declararse autor lo comprometen a él y a la institución con sus palabras. Ahí no importa tanto la verdad de los hechos históricos como el posicionamiento ideológico que se adopta implícita o explícitamente.

Por ejemplo, con el franquismo, quizá lo más polémico de lo que se ha publicado como adelanto en la prensa del libro por el momento, el emérito es bastante explícito. Juan Carlos afirma su admiración y respeto por Franco sin tapujos, algo que ya sabíamos pero que la clase política hasta ahora se ha negado a reconocer y afrontar. Sí, Juan Carlos nos da la razón a los que decíamos que la monarquía es una maquinación del franquismo para darle continuidad, que es una monarquía franquista. Juan Carlos no lo oculta: “Gracias a él fui rey”. Se echa de menos algo sobre esto de Felipe, al pueblo seguro que le gustaría saber qué defiende, pero nunca ha hecho ninguna declaración sobre el franquismo, se esconde de la opinión pública. Su papel ahora es ser la cara más democrática, solo de boquilla, de la institución. Y les consentimos todo, eso es lo peor.

Porque si no aceptamos los términos de la “reconciliación” que propone el emérito, sólo cabe la ruptura, por fin, con la dictadura de Franco. Algo que no se logró hace 50 años y que parece todavía lejano. Seamos contundentes esta vez: El apoyo explícito al franquismo que hace Juan Carlos en nombre de la institución que representa podría ser constitutivo de un delito de odio y afrenta a las víctimas de la dictadura, contra la Ley de Memoria Histórica. Hay que ilegalizar la monarquía, como la Fundación Franco.

domingo, 16 de noviembre de 2025

Cualquiera tiempo con Franco fue peor.

 Aniversario del 20N. Por qué con Franco no se vivía mejor: cuando el Régimen creía que el papel de la mujer era “encontrar a quién someterse” en El País, por Natalia Junquera, Madrid - 16 NOV 2025:

 Pese al revisionismo histórico y el discurso de la extrema derecha, el desmontaje de la legislación de la dictadura ha llevado a España a la época de mayor libertad y progreso.

“Si quieres identificar una dictadura, es muy sencillo: Todo lo que no es obligatorio está prohibido”. La frase del periodista Iñaki Gabilondo ilustra con lucidez casi cuatro décadas de franquismo, pero la desmemoria, el desconocimiento y el revisionismo histórico que practica y difunde la extrema derecha han provocado que esa distinción no parezca tan evidente para más de un 21% de la población que considera, según una encuesta reciente del CIS, que esos años fueron “buenos” o “muy buenos” para el país. La idea de que con Franco vivíamos mejor se ha expresado en el Parlamento —“Este es el peor Gobierno en 80 años”, declaró el líder de Vox, Santiago Abascal—, y también fue en la sede de la soberanía nacional donde un diputado —Manuel Mariscal, del mismo partido— se jactó de que “gracias a las redes sociales”, los jóvenes están “descubriendo que la etapa posterior a la Guerra Civil no fue una etapa oscura, sino de reconstrucción, progreso y reconciliación”.

La historiadora Carmina Gustrán, comisionada del Gobierno para la celebración de los 50 años de España en Libertad, el programa estatal relacionado con el aniversario de la muerte de Franco, explica que “todos los actos diseñados [más de un centenar] buscan ampliar el conocimiento sobre la dictadura, su miseria económica y moral” y, al tiempo, festejar la “gran transformación” desde la reconquista de la democracia. “Hemos pasado de ser un país que reprimía, encarcelaba y aplicaba terapias de conversión a los homosexuales, a ser un referente mundial en políticas LGTBIQ+. Hemos pasado de la dote para que las mujeres dejaran sus trabajos al casarse, a altas tasas de empleabilidad femenina, con mujeres ocupando cada vez más puestos de responsabilidad en empresas e instituciones. De ser un país de emigrantes, con miles de personas que salían del país cada año, a ser uno de acogida...”.

Estos son algunos de los hitos de esa gran transformación:

“Hágase la ciega, la sorda y la muda”

“Si la mujer es habitualmente de carácter apacible, dulce y bondadosa”, escribía Antonio Vallejo-Nágera, psiquiatra de cabecera del franquismo, “débese a los frenos que obran sobre ella, pero como el psiquismo femenino tiene muchos puntos de contacto con el infantil y el animal, cuando desaparecen los frenos que contienen socialmente a la mujer, entonces despiértase en el sexo femenino el instinto de crueldad”. Amparado en esos estudios que pedían “reformas sociales indispensables para restar adeptos a la causa marxista”, el Régimen se puso manos a la obra en la fabricación de frenos para contener socialmente a las mujeres después de los “excesos” de la República. Como primera medida, “la salud de la raza”, explica el historiador Paul Preston en El holocausto español, “exigía separar a los niños de sus madres rojas” en las cárceles. Las disparatadas teorías eugenésicas de Vallejo-Nágera “se emplearon para justificar el secuestro de niños republicanos” y que no germinara en ellos el peligroso “gen marxista”.

En 1942 se creó el Patronato de Protección a la Mujer para, según el decreto franquista, “apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la religión católica”. La llamada Liga Española contra la Pública Inmoralidad; la Sección Femenina; el consultorio de Elena Francis... todo estaba orientado a sepultar los derechos y libertades alcanzados en la República y recluir a las mujeres en cocinas y paritorios. Curiosamente, la única con poder en las instituciones del Régimen, Pilar Primo de Rivera, al frente de la Sección Femenina, y hermana de José Antonio, fundador de Falange, decía cosas como estas: “La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular o disimular, no es más que un eterno deseo de encontrar a quién someterse”; “Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles”.

En esa reeducación también jugó un papel determinante un consultorio radiofónico ideado como una especie de policía moral que sirvió, durante décadas, para legitimar el franquismo. El libro Las cartas de Elena Francis (Cátedra) recoge cuantiosos ejemplos. A una madre con cuatro hijos que confiesa la infidelidad de su marido, la locutora le aconseja: “Es mucho mejor que se haga la ciega, la sorda y la muda. Procure hacer lo más grato posible su hogar...”. A otra mujer que le habla de las palizas que recibe en presencia de su hija de 10 años, le recomienda: “Sea valiente, no descuide un solo instante su arreglo personal. Y cuando él llegue a casa, esté dispuesta a complacerlo en cuanto le pida...”.

Y la prueba del algodón, el Código Civil y el Código Penal. Con Franco, España volvió a la legislación de 1889. “Artículo 60: ”El marido es el representante de su mujer"; “Artículo 61: ”Tampoco puede la mujer, sin licencia o poder de su marido, adquirir por título oneroso ni lucrativo, enajenar sus bienes, ni obligarse, sino en los casos y con las limitaciones establecidas por la Ley". Es decir, un sistema de tutela similar al de países como Arabia Saudí o Qatar. Además, en mayo de 1942, el franquismo recuperó el delito de adulterio, pero con diferencias según quien lo cometiera porque, aunque “idéntico en su esencia” era “diverso por la gravedad del daño, mucho mayor en la infidelidad de la esposa”. Así, según el Código Penal, cometía adulterio “la mujer casada que yace con varón que no sea su marido y el que yace con ella sabiendo que está casada, aunque después se declare nulo el matrimonio”. Si el adúltero era el hombre, se hablaba de “amancebamiento”. La mujer era culpable siempre; el hombre, solo si tenía a su amante en la casa conyugal.

En 1958, y gracias a la presión de una abogada falangista, Mercedes Formica, conmocionada por el asesinato a puñaladas de una mujer a manos de su marido, se introdujeron algunas reformas en el Código Civil —los cambios fueron conocidos como “la re-formica”—. Como recuerda el historiador Nicolás Sesma en Ni una, ni grande, ni libre, “se equiparó la consideración jurídica del adulterio y se redujo la unilateralidad en la disposición del patrimonio inmobiliario y el régimen de gananciales. Se mantenía, sin embargo, la necesidad de contar con el permiso del marido para la participación en procedimientos legales, la aceptación de herencias y el ejercicio de la función de albacea”. Ya en 1975, el trabajo incansable de otra jurista, María Telo, favoreció nuevos cambios para que las españolas casadas pudieran abrir cuentas en el banco, trabajar y disponer de su salario sin permiso del marido.

La ley del divorcio se aprobó en 1981. La de igualdad, en 2007 (con la abstención del PP). El 3 de diciembre de 1986 se practicó el primer aborto legal en España —se había despenalizado para algunos supuestos—; en 2010 entró en vigor la ley de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo. En 2022, la modificación del Código Penal que castiga con prisión de tres meses a un año o con trabajos en beneficio de la comunidad a quienes acosen a las mujeres que deciden abortar. Hoy hay más universitarias (56,8%) que universitarios. En el Gobierno de la nación tres son vicepresidentas y ocho, ministras. En los Ejecutivos regionales hay cinco presidentas; en el Congreso, las mujeres son el 44% del hemiciclo. Una bióloga molecular de León, Sara García, astronauta de reserva, investiga sobre nuevos fármacos contra el cáncer. En 2007, una almeriense de 26 años, Rosa María García-Malea, se convirtió en la primera mujer piloto de caza del Ejército...

A la cárcel por homosexual

En 1954, el Régimen franquista incluyó a los homosexuales en la ley de vagos y maleantes, junto a “los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena, exploten menores de edad, enfermos mentales o lisiados”. La norma permitía, como “medida de seguridad”, internar a gais en “instituciones especiales, y, en todo caso, con absoluta separación de los demás”. En 1970, cinco años antes de la muerte de Franco, la ley fue sustituida por la de “peligrosidad y rehabilitación social”. La dictadura los consideraba ahora una especie de enfermos a los que había que “curar” y los separaba en “pasivos” o “activos”. Las lesbianas eran enviadas al manicomio. Entre los represaliados del colectivo, Rampova relataba a este periódico a punto de cumplir 50 años: “En la prisión de Barcelona me enviaron a un pabellón de invertidos para menores. Los presos pagaban a los vigilantes para colarse y violarnos. Luego nos pegaban palizas para demostrar que ellos no eran gais. Venían cinco, seis veces al día. A veces hasta ocho. He tenido más violaciones que relaciones consentidas”. Después de la cárcel, llegaba el destierro. De uno a dos años.

El pasado julio se cumplieron 20 años de la entrada en vigor de la ley del matrimonio igualitario. España fue el tercer país del mundo en aprobarlo.

Ya en 1938, durante la Guerra Civil, el BOE publicó la ley de prensa que estableció un sistema de censura previa “frente al libertinaje democrático”. De acuerdo a la norma, correspondía al “jefe del servicio de prensa de cada provincia”, elegido por el ministro, ”ejercer la censura de acuerdo con las orientaciones que se le dicten". El Ministerio podía “castigar gubernativamente todo escrito que tienda, directa o indirectamente, a mermar el prestigio de la Nación o del Régimen, entorpezca la labor de Gobierno en el Nuevo Estado o siembre ideas perniciosas entre los intelectualmente débiles”. Los mecanismos se fueron perfeccionando para que en España nadie leyera, oyese o viese algo que no fuera del gusto de las autoridades franquistas.

En 1966, siendo ministro de información Manuel Fraga, se aprobó una nueva ley de prensa que pretendía ser más aperturista, lo que no impidió cierres de periódicos como el diario Madrid. Dos años después de la muerte de Franco un decreto estableció: “La libertad de expresión y el derecho a la difusión de informaciones por medio de impresos gráficos o sonoros no tendrá más limitaciones que las establecidas en el ordenamiento jurídico con carácter general”.

Recientemente, sin embargo, en Ayuntamientos gobernados por el PP y Vox se han producido episodios de censura, como la cancelación en Briviesca (Burgos) de la obra El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca, que narra, precisamente, la historia de un maestro republicano, Antonio Benaiges, torturado, fusilado y arrojado a una fosa común en 1936.

Una de las charlas del programa España en libertad, titulada Del milagro a la realidad: dictadura, transición y democracia desde la historia económica, desmontó varios mitos alrededor de Franco. “Los países de la Europa Occidental”, explicó Vicente Pinilla, catedrático de historia económica, “tardaron cinco años en recuperar el PIB per cápita previo a la guerra. A España le costó 17″.“En 1975, el gasto público suponía el 11,7% del PIB mientras que la media europea estaba entre el 40% y el 50%”, añadió. Margarita Vilar, doctora en Economía, recordó que en los años sesenta, un trabajador de la misma industria, cualificación y cargo “ganaba tres veces más en Suiza y dos veces más en Alemania” y explicó cómo la ley de bases de seguridad Social, que entró en vigor en enero de 1967 y por la que algunos atribuyen falsamente a Franco la creación del Estado del bienestar, no tenía “nada que ver con las medidas que se aprobaron en democracia para reducir la desigualdad y tratar de cubrir universalmente a la población”. “En aquella ley”, aclaró, “el coste de pago era mucho mayor para el asalariado que para los empresarios”.

Paula Rodríguez, doctora en Economía, se refirió a los engañosos datos de paro durante el franquismo “a costa de expulsar del mercado de trabajo a las mujeres [solo los hombres cuyas esposas no trabajaran fuera de casa podían acceder al llamado subsidio familiar] y por la emigración española”. Después de la primera etapa del exilio, que supuso una mutilación cultural e intelectual (Luis Buñuel, Rafael Alberti, Federica Montseny, Clara Campoamor...), aproximadamente dos millones de españoles abandonaron el país entre 1960 y 1975. La emigración, como recuerda Arturo Lezcano en El país invisible (Libros del KO) fue una especie de Plan Marshall privado [del real España fue excluida por su régimen político]. La dictadura, que en 1941 había llegado a prohibir la emigración por decreto, luego agradeció la generosa aportación de sus remesas.

Sobre la supuesta inteligencia económica de Franco, una anécdota: a principios de los cuarenta fue estafado por un austriaco, Albert Edward Wladimir Fülek Edler von Wittinghausen, que le convenció de que tenía la fórmula para convertir agua, extractos de plantas y otros ingredientes secretos en un combustible superior a la gasolina, la fikelina, como la llamaba cariñosamente el dictador. En su biografía, Paul Preston relata que Franco se apresuró a anunciar que España sería autosuficiente en energía y un país rico exportador de petróleo. Ignacio Martínez de Pisón explica en El estafador que engañó a Franco que la primera ley de protección de la industria nacional durante la dictadura fue precisamente para favorecer el desarrollo de la fikelina, incluyendo la expropiación de unos terrenos a las afueras de Madrid para instalar una fábrica y la construcción de unos tanques subterráneos para almacenar la nueva pócima. Descubierto el engaño, el timador fue encarcelado discretamente y en 1946, deportado a Alemania.

“La dictadura”, resume la historiadora Carmina Gustrán, “fue especialista en tergiversar la realidad. Franco celebró en 1964 sus ’25 años de paz’ cuando lo que se había sufrido en España desde 1939 era fundamentalmente unas políticas de la venganza por las que los franquistas sistemáticamente encarcelaron, asesinaron y robaron a los republicanos y sus familias. Presumió de desarrollo económico sin hablar de los altísimos costes sociales, ni del éxodo rural, ni de las remesas de los emigrantes; ni de la construcción sin planificación en la costa, ni de los barrios de chabolas a las afueras de grandes ciudades sin agua, luz, alcantarillado, escuelas o transporte público”. La historiadora pone un ejemplo más de “los bulos que se repiten de un modo sistemático y con fines políticos”: “Los proyectos de pantanos no son una invención del franquismo. La II República ya tenía un Plan Nacional de Obras Hidráulicas en 1933, promovido por Indalecio Prieto. Franco continuó con el desarrollo de infraestructuras que ya estaban planificadas y para ello utilizó, en muchos casos, mano de obra esclava, de presos mayoritariamente políticos. En la construcción de pantanos, además, se enriquecieron las grandes empresas vinculadas al régimen con prácticas profundamente corruptas y el uso de esa mano de obra esclava”. “El franquismo”, concluye, “fue una máquina de crear infelicidad”.

Hoy, España es un país receptor de emigrantes. Este año ha superado el millón de afiliados latinoamericanos a la Seguridad Social de un total de 21,8 millones de cotizantes. El diario británico Financial Times acaba de describir la economía del país como “la de mayor crecimiento de Europa y una de las más sólidas del mundo desarrollado”.

jueves, 18 de septiembre de 2025

Estudio sobre la hambruna de la Posguerra. 200.000 muertos.

 Más de 200.000 personas murieron de hambruna en la posguerra "por el franquismo", en El Confidencial, por Paula Corroto, 17/09/2025:

El historiador Miguel Ángel del Arco Blanco publica el ensayo 'La hambruna española', donde pone cifras a la "tragedia colectiva" que vivió el país causada "por decisiones políticas del régimen"

"Menos Franco y más pan blanco" era una frase pintarrajeada en las paredes que se podía leer en los años cuarenta como símbolo de que aún quedaba algo de resistencia. Los niños famélicos poblaban las páginas de Tiempo de silencio, la gran novela de Luis Martín-Santos ambientada en aquella década en Madrid y que, aunque fue publicada en los años sesenta, lo hizo con una veintena de páginas censuradas. El fotógrafo Santos Yubero también dejaría para la historia las imágenes de aquellos años con rostros y cuerpos demacrados. Todos estos testimonios los ha recogido ahora el historiador especializado en el franquismo Miguel Ángel del Arco Blanco poniéndoles cifras y causas en un ensayo estremecedor, La hambruna española (Crítica), que ya antes había sido una investigación académica: Más de 200.000 personas murieron por este motivo principalmente entre 1939 y 1942, y el año 1946. Y no fue, dice Del Arco, ni por la guerra, ni por el bloqueo ni por la sequía, los grandes mitos del franquismo, sino por “decisiones políticas del régimen”.

“Para empezar, no lo podemos llamar hambre, sino hambruna. Y la causa principal fueron las políticas adoptadas por el régimen que duraron toda la década de los 40 y que le interesaban para controlar a la población y enriquecer a los que habían ganado la guerra. No podemos entender esta hambruna sin el concepto de Victoria de los años 40”, afirma sin tapujos en conversación con este periódico. Entre estas decisiones, razona en el ensayo, se encuentran las políticas económicas de la autarquía, que pusieron en marcha ministros falangistas como Juan Antonio Suanzes y Ramón Serrano Súñer -”que incluso denegó la ayuda internacional de la Cruz Roja Americana afirmando que aquí no se pasaba hambre”- para escándalo de otros ministros monárquicos y reaccionarios como el de Hacienda entre 1939 y 1941 José Larraz, pero que era neoliberal en lo económico, y del cual recoge parte de sus Memorias

“Larraz estaba completamente escandalizado, sobre todo con una reunión que hubo en El Pardo en 1941, que fue el año más duro de la hambruna y donde murió más gente que nació. Allí se reunieron los principales ministros económicos, el de Agricultura, el de Transporte, el de Hacienda, el de Industria. El tema monográfico era abastecimientos. Pero no hicieron nada, no cambió nada. Larraz cuenta que aquello fue una tertulia de café. Todo estaba guiado por principios nacionalistas. La idea de la autarquía era que mediante ella España se iba a engrandecer y se iba a construir un imperio. Se pusieron fines políticos por encima de los intereses económicos”, comenta Del Arco. Aquel año de 1941, por cierto, también se estrenaría una película como Raza, con guion del propio Franco.

Otra decisión política que incrementó el hambre fue “el apoyo filofascista del régimen”. “Mientras España se moría de hambre, enviaba materias primas y alimentos esenciales para la supervivencia de las potencias del Eje", apunta el historiador. Ante esta decisión de Franco, los aliados intentaron ahogar a España “como si fuese un torniquete. Aprietas, te abro un poco, te vas desangrando, pero te vuelves a apretar. Para que España no entrara en la guerra. Y esto acaba a partir del año 42, porque España se da cuenta que en diciembre del 41 han entrado los americanos en la guerra, ha pasado Stalingrado y la cosa está cambiando. Ahí Franco se vuelve más cauto. Y entonces, esa neutralidad forzada por los aliados se cumple y hace que lleguen más alimentos directamente de los británicos”, manifiesta Del Arco que insiste en que, en cualquier caso, “entre 1939 y 1941, entre pan e imperio, España eligió imperio” con esas fatales consecuencias. 

Las otras dos razones expuestas en el ensayo son la corrupción y la represión de los vencidos con todo el mercado negro y con todas las cartillas de racionamiento que “no eran gratis y además era un sistema machista, injusto y represor”. “El racionamiento se pagaba y a no todo el mundo le tocaba lo mismo. Es un sistema que diferenciaba entre hombres y mujeres. Ellas recibían el 60% de lo que recibían los varones adultos. Los ancianos recibían el 80% de los varones adultos. Y los niños, también el 60%. ¿Por qué una mujer tiene que comer menos? Y luego, socialmente, están clasificadas en cartilla de primera, que era para los ricos, que reciben menos, de segunda, que son las clases medias, y de tercera. Y hay ciudades y pueblos donde el 80, el 90% son clasificados como pobres. España era pobre, pero esto no era así siempre. En el libro demuestro que hay gente que era rica, o que era acomodada, y sin embargo, tenía una cartilla de tercera. Y, a veces, republicanos, que eran pobres, tenían una cartilla de segunda o de primera. ¿Y quién hacía esto? Los ayuntamientos. Tú la tenías que solicitar y a veces te pedían certificado de buena conducta. O sea, si no te portabas bien, no comías. E imagínate si habías estado en el otro lado en la guerra…”, explica el historiador. "El sistema del racionamiento diferenciaba entre hombres y mujeres. Ellas recibían el 60% de lo que recibían los varones adultos" 

El libro está salpicado de muchos textos literarios, de poesía social -fueron muchos los poetas que denunciaron esta situación (“Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres”, que escribió Dámaso Alonso), “pero al régimen la poesía como era tan minoritaria le daba igual”- y entre todos ellos Del Arco destaca lo que le pasó a la madre del poeta leonés Antonio Gamoneda con la cartilla de racionamiento (porque además eran las mujeres las que solían estar en las famosas colas del hambre) y que él cuenta en sus memorias. “En la infancia lo pasó fatal. Su madre era costurera. Tú tenías un tiempo para reclamar tu racionamiento. Y, claro, necesitabas el dinero. Estas mujeres hacían trabajos que tardaban en pagarles y muchas veces les vencía el racionamiento. Esto le pasó a la madre de Gamoneda que le dijo al tío del racionamiento por favor, espérame, espérame, que mañana me pagan. Pero se cumplía el plazo y no le dio los alimentos. Al día siguiente tenía el dinero y no tenía comida”. Y todo esto, quien podía pagar porque fue una década de inflación galopante por el mercado negro y el estraperlo. “Por un lado ayudaba y por otro estrangulaba con la subida de precios… Una barra de pan podía valer en el mercado negro cinco, cuatro, cinco veces más de lo que valía en el racionamiento”, apostilla el historiador.

Andalucía y Extremadura, devastadas

En el libro también se detalla que fueron los niños y los ancianos los que más sufrieron la hambruna, muriendo la gran mayoría por enfermedades infectocontagiosas -la contaminación, la higiene, estado de alimentos…- como la gripe, tuberculosis y neumonías, que hacían estragos, pero también epidemias de difteria, paludismo y tifus, que se desbocaron tras la guerra civil, según muestra en cuadros con datos del INE y del Instituto de Salud Carlos III. Por zonas, las más devastadas fueron Andalucía, Extremadura, Ciudad Real, Albacete y Murcia. Esto también tiene su explicación. “La hambruna tuvo lugar en muchas de esas zonas donde no hubo guerra civil porque fueron controladas por los nacionales desde el principio. Y allí fue muy dura. El franquismo diría que la República había dejado a la gente muerta de hambre, etc, pero yo creo que la razón principal es que son zonas de mayor polarización social. Es decir, donde la estructura de la propiedad está más dividida. Donde hay más divergencias sociales. Más distancia entre ricos y pobres. Galicia, Asturias, Castilla y León, incluso Aragón y Cataluña son zonas socialmente mucho más homogéneas. Pero en las otras la desigualdad es mucho mayor. Y luego está el secano, hay menos producción agrícola. Y también la vivienda es de peor calidad. Y luego está el capital humano, es gente que fue muy castigada desde el principio. Las condiciones de vida fueron muy malas. Y luego estuvo Madrid, que estuvo sitiada… Si eras de Vallecas ya te daban por todos los lados”.

Hambruna buscada

Por todo el ensayo se busca probar que aquella década no fueron los años del hambre que incluso semánticamente no corrigió el régimen. Este siempre asumió (y propagó) que habían sido años muy malos por la guerra que es una manera de “silenciar las muertes por inanición y deformar la realidad”, escribe en el ensayo. “Fue una hambruna, que se define por escasez de alimentos o poder adquisitivo que lleva directamente a un exceso de mortalidad por inanición por enfermedades inducidas por el hambre”, comenta el historiador. Es decir, no es solo que no haya alimentos suficientes sino que no puedes acceder a ellos. “La comparo sistemáticamente con otras hambrunas que hubo en el mundo y especialmente en Europa, para ver que hay patrones similares. Al mismo tiempo hay muchas cuestiones cualitativas, por ejemplo, el abandono de niños, la emigración, las muertes por inanición, el crecimiento de la enfermedad infectocontagiosa, el crecimiento brutal de los precios que impide que la gente no pueda comprar las cosas, no solo que no haya escasez, todo eso encaja dentro de lo que es una hambruna” y que se dio principalmente entre 1939 y 1942 y 1946.

Por otra parte, Del Arco también ha buceado en las cifras que ha sacado de archivos internacionales y nacionales. Las cifras de fallecidos parten de los censos de la época. “¿De dónde sale la cifra de 200.000 muertos por hambruna? Sale de la sobremortalidad. ¿Cómo se estudian las muertes en las hambrunas? Lo que se hace es estudiar la sobremortalidad entre ese año de la hambruna y un año normal anterior, cuando tiene una población similar. Este trabajo viene de investigaciones que han hecho los demógrafos históricos y que ellos no habían identificado como hambruna. Entonces, yo he visto esa cifra y he dicho aquí está la hambruna. Ellos manejaban una horquilla de entre 190.000 y 214.000 fallecidos aproximadamente. Por eso yo digo más de 200.000, que me parece algo asumible”. 

El historiador no quiere que este ensayo se vea como provocador ni de vencedores y vencidos sino que “es una historia trágica, pero es una historia de todos, es una historia de sufrimiento colectivo donde mucha gente salió adelante, muchos sufrieron…”. Y que el franquismo ocultó y le dio unas causas externas mientras intentó explotar propagandísticamente los años sesenta del desarrollismo, las vacaciones en la playa, el 600 y el pisito. “Cuando sabemos que en los años 60 está muchísimo más retirado. Lo dicen las propias memorias de los ministros de entonces. Que Franco sigue ordenando el juego político pero está apartado de las decisiones económicas. Y, sin embargo, en los años 40 sabemos que estaba allí y tenía el timón”. Y mucha gente se murió de hambruna.

martes, 22 de julio de 2025

Se desclasifican por ley los secretos del franquismo y la Transición

 "El Gobierno desclasifica por ley los secretos del franquismo y la Transición", en El País, Miguel González, 21 JUL 2025:

El anteproyecto que este martes aprueba el Consejo de Ministros sacará a la luz los documentos reservados de 45 años o más.

El Consejo de Ministros dará este martes el primer paso para cumplir la promesa que Pedro Sánchez le hizo al nuevo líder del PNV, Aitor Esteban, el pasado 26 de febrero, en su última pregunta al jefe del Gobierno tras más de dos décadas como diputado. Después de que Esteban le recordara que “no es de recibo continuar con una ley franquista” de Secretos Oficiales, Sánchez le respondió: “Cuente con que en esta legislatura vamos a modificarla”. Será el enésimo intento por cambiar una norma que data de 1968, en plena dictadura, con retoques de 1978, antes de la Constitución. El PNV ha presentado cuatro iniciativas para reformarla, que han sido siempre aprobadas a trámite, para encallar luego en la tramitación parlamentaria. En la pasada legislatura el Gobierno tuvo listo un texto, pero quedó en un cajón cuando se disolvieron las Cortes.

El anteproyecto de Ley de Información Clasificada al que dará luz verde el Consejo de Ministros presenta algunas novedades de última hora. La principal de ellas es el levantamiento del secreto de todos los documentos clasificados hace 45 años o más; es decir, todos los anteriores a 1981, lo que incluye la dictadura franquista y la Transición. Los posteriores a esa fecha se irán desclasificando a medida que cumplan los plazos previstos en la nueva ley: hasta 60 años para los de “alto secreto”; 45 para los “secretos”; entre 7 y 9 para los “confidenciales”; y 4 o 5 para los “restringidos”. Según una disposición transitoria del texto, se dará prioridad a la información relacionada con “graves violaciones de los derechos humanos”. Solo en el caso de que se “aprecie motivadamente y de forma excepcional que perdura la amenaza o el perjuicio para la seguridad y defensa nacional”, podrá mantenerse bajo llave algún documento de esa época y esta decisión deberá revisarse con carácter anual.

Hasta ahora, el Gobierno se había negado a realizar una desclasificación masiva de los documentos secretos del franquismo y la Transición, alegando que supondría una ingente tarea burocrática. El texto elaborado en la anterior legislatura señalaba que esta desclasificación tenía que hacerse caso a caso, de oficio, a petición de una “persona física o jurídica directamente afectada o que pueda justificar un interés profesional”. Además, el solicitante tenía que explicar las razones que justificaban su petición e “identificar pormenorizadamente” la información que quería desclasificar, lo que resultaba imposible si no se conocía el documento de antemano. Con la nueva redacción del texto se eliminan estos obstáculos. “La decisión de no desclasificar, que será excepcional, deberá ser motivada”, agrega.

Estos son los aspectos más destacados del anteproyecto, con los cambios introducidos tras el informe que el Consejo de Estado emitió el pasado viernes:

Cuatro categorías de clasificación. La legislación española se adapta a los estándares de la OTAN y la UE y clasifica la información secreta en cuatro categorías, dependiendo de si su difusión no autorizada puede causar “una amenaza o perjuicio extremadamente grave para la seguridad y defensa nacional” (alto secreto), “grave” (secreto), “relevante” (confidencial) o “de algún tipo” (restringido). Solo el Consejo de Ministros puede clasificar informaciones como de “alto secreto” o “secreto”. Las comunidades autónomas con policías propias o competencias penitenciarias pueden proponer la clasificación de información de su ámbito respectivo. “La información relativa a graves violaciones de derechos humanos no podrá ser objeto de clasificación”, subraya el anteproyecto.

Multas de hasta 2,5 millones de euros por revelar secretos. El texto prevé la imposición de multas de entre 800.001 euros y 2,5 millones a quien difunda o reproduzca, por cualquier medio, información clasificada como “secreto” o “alto secreto”. Por la difusión de información confidencial la multa puede llegar a 800.000 euros y por la restringida, a 30.000. Esta sanción puede imponerse no solo a los funcionarios y cargos públicos que conozcan la información clasificada por razón de su trabajo, sino también a cualquier persona física o jurídica que tenga “acceso fortuito” a la misma y permita que se difunda “por acción u omisión”. La ley no excluye que periodistas y responsables de medios de comunicación puedan ser sancionados, pues se aplica “a toda persona física o jurídica respecto al acceso y divulgación indebidos de información clasificada”. No obstante, el texto subraya que, a la hora de graduar las sanciones, se tendrá en cuenta, como si se tratara de una circunstancia atenuante, pero no eximente, “el ejercicio del derecho a la libertad de información”, una alusión que no figuraba en anteriores versiones del texto. En última instancia, serán los jueces quienes tendrán que decidir si un profesional de la información es sancionado y presenta recurso.

¿Censura previa? Una de las disposiciones del anteproyecto puede interpretarse como una puerta abierta a la censura previa, prohibida por la Constitución. Es el artículo 46 que cita, entre las medidas provisionales, la posibilidad de que “la autoridad competente acuerde motivadamente el cese de la presunta actividad infractora”; es decir, que deje de difundirse la información secreta, Cuando esta decisión se adopte con carácter preventivo, antes del expediente sancionador, agrega, “deberá basarse en la existencia de una urgencia inaplazable para la protección provisional de los intereses implicados”, añade.

Desclasificación automática. Frente a la ley vigente, que convierte en eternos los secretos de Estado, al no prever una caducidad para su clasificación, la gran novedad de la nueva norma es que establece la desclasificación automática trascurridos determinados plazos. La información calificada de “alto secreto” será pública a los 45 años, “pudiendo prorrogarse de manera excepcional y motivada por 15 años más”; hasta un total de 60. La “secreta”, durante 35 años prorrogables a 45. La confidencial, entre siete y nueve años no prorrogables; y la restringida, entre cuatro y cinco no prorrogables. La información procedente de otros Estados u organizaciones internacionales no será objeto de desclasificación automática. Además, una información podrá seguir siendo secreta con carácter indefinido si se aprecia, “motivadamente y de forma excepcional”, que hay razones suficientes para clasificarla de nuevo; es decir, para volver a reiniciar los plazos citados. Esta decisión, no obstante, deberá revisarse anualmente. La proposición de ley presentada por el PNV en el Congreso pedía la desclasificación de los secretos oficiales en un plazo de 25 años, con una prórroga excepcional y motivada de 10; y la de las materias calificadas como reservadas en 10 años.

Bolaños, ‘guardián de los secretos’. El Ministerio de Presidencia, que dirige Félix Bolaños, será el responsable de proteger y tratar toda la información clasificada como de “alto secreto”, “secreto” y “confidencial” en manos del Gobierno. La Autoridad Nacional de Información Clasificada, hasta ahora adscrita al Centro Nacional de Inteligencia (CNI), dependiente del departamento de Defensa, se trasladará al Ministerio de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes. Entre sus funciones está no solo la gestión de los correspondientes registros y bases de datos, también podrá conceder o denegar las habilitaciones de seguridad para que personas y empresas puedan acceder a información clasificada y determinados establecimientos sean aptos para custodiarla. Además, se encargará del intercambio de información secreta con otros países u organizaciones internacionales, como la OTAN, la UE o la Agencia Espacial Europea.

Esta reforma supondrá trasladar a La Moncloa la Oficina Nacional de Seguridad (ONS), dotada con un centenar de agentes, que deberán decidir si cambian de destino dentro del CNI o abandonan el servicio secreto para incorporarse al Ministerio de Presidencia. Fuentes gubernamentales admiten que inicialmente esta mudanza puede generar algún problema, pero alegan que se resolverán con el tiempo y argumentan que en la mayoría de los países la Autoridad Nacional de Seguridad está en un ministerio independiente de los que más trabajan con información clasificada: Defensa, Interior y Exteriores.

Los jueces tienen la última palabra. Si el texto se aprueba sin cambios, los jueces ya no podrán dirigirse directamente al Gobierno para pedir la desclasificación de documentos, sino que deberán hacerlo a la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo, que a su vez los reclamará al Ejecutivo. Si este se niega a desclasificarlos, los magistrados del alto tribunal podrán examinar la documentación secreta, “guardando absoluta reserva del contenido” de la misma, y decidirán debe remitirse, de manera total o parcial, al juzgado que la reclama y en qué condiciones.

Toda persona que sea titular “de un derecho o interés legítimo o que pueda justificar un interés profesional” podrá pedir que se levante el secreto de una información sin esperar a que se cumpla el periodo de desclasificación automática. La autoridad competente tendrá un plazo de seis meses para resolver. Si no lo hace, se entenderá que la respuesta es negativa y el solicitante podrá presentar recurso ante los tribunales. La clasificación de cualquier información podrá ser recurrida directamente ante la Sala de lo Contencioso Administrativo del Supremo.