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jueves, 11 de diciembre de 2025

La posibilidad imposible en el lenguaje jurídico tendencioso, por Álex Grijelmo

  Los condicionales y las inferencias, en El País, por Álex Grijelmo, Madrid - 11 DIC 2025:

El uso de determinados verbos en la sentencia contra el fiscal general lleva a percibir una cierta falta de rigor expositivo

La sentencia del Tribunal Supremo contra el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, muestra en su lenguaje una cierta confusión entre los planos de la realidad y de la conjetura. Aparecen verbos de posibilidad o potencialidad aplicados a hechos probados, y se hacen afirmaciones determinantes que corresponden a deducciones dudosas.

Sus 180 folios (excluido el voto particular de dos magistradas) dan para una tesis doctoral al respecto, pero también para un comentario periodístico, obviamente menos exhaustivo y técnico.

El uso de los verbos potenciales ―a veces en el potencial simple o pospretérito, pero sobre todo en el potencial compuesto o antepospretérito― lleva a percibir una cierta falta de rigor expositivo.

La sentencia señala por ejemplo que “la referida nota (…) fue publicada por el diario EL PAÍS que la habría obtenido proporcionada con autorización del Fiscal General del Estado” (sobran esas mayúsculas). Fernando Lázaro Carreter, que fue director de la Real Academia Española, cuestionaba ese uso tan habitual en los periódicos (El dardo en la palabra, 1997, páginas 95 y 386) al entender que se trata de “formas relativas” (necesitan relación con otro verbo). Por tanto, en estos usos se confunde una posibilidad abierta con una posibilidad imposible. En este pasaje de la sentencia, se está expresando en realidad que EL PAÍS habría obtenido la nota con autorización si la hubiera obtenido con autorización, y que por tanto no la obtuvo con autorización. La Nueva Gramática de las academias (2009, página 1.794) aceptó ese uso del “condicional de conjetura” (así lo denomina), quizás a partir de su frecuente presencia en los medios informativos de lenguaje descuidado (y apenas en el habla común), pero asumía que los libros de estilo lo rechazan “porque el rumor no debe ser presentado como noticia”. Pues bien, resulta que esa manera de expresar suposición o conjetura (“habría obtenido”) la encontramos en el capítulo de “hechos probados” de la sentencia; y aplicada en ese caso a un asunto capital: que la información se habría obtenido en este periódico con autorización del fiscal general. Sin embargo, del testimonio de José Manuel Romero, entonces subdirector de EL PAÍS, no se puede extraer esa conclusión. Y de ahí, quizás, la conjetura.

Del mismo modo, el fiscal general no se refirió en su testimonio al bulo “que estaría difundiendo D. Miguel Ángel Rodríguez, consistente en que la Fiscalía habría ofrecido al Sr. González Amador un pacto, que luego se habría retirado ‘por órdenes de arriba”. No. El fiscal se refirió al bulo que difundió por escrito Rodríguez en el que, lejos de dudar sobre esos hechos, afirmó con rotundidad: “La fiscalía ofrece un pacto a la pareja de Ayuso que retira por órdenes de arriba”. Mintió con todas las de la ley (valga la paradoja).

De igual modo, el fiscal general no sostuvo, frente a lo que se le atribuye en la sentencia, que “los mensajes de las fechas críticas se habrían eliminado [de su móvil] antes [de conocer su encausamiento]”. Tampoco. No sostuvo que los habría eliminado antes. Sostuvo que los eliminó antes. Las dudas al respecto corresponden al tribunal, no al acusado. De hecho, los peritos de la defensa alegaron (y lo hace suyo uno de los votos particulares) que no se puede determinar la fecha de borrado de los datos. Un nuevo punto importante en el que aparece el potencial de conjetura.

Otra fórmula de suposición que plasma la sentencia es la compuesta por el verbo “tener” y la conjunción “que”. La utilizamos al decir, por ejemplo, “tiene que estar al llegar” o “el suelo está mojado, tiene que haber llovido”. En tales casos ni vemos a lo lejos a quien llega ni hemos presenciado cómo llovía. Es decir, reflejamos deducciones. Así sucede también con esta frase: “En conclusión, el correo filtrado tuvo que salir de la Fiscalía General del Estado”. Eso significa que no hemos visto cómo salió de la Fiscalía, sino que lo deducimos. El suelo puede estar mojado porque llovió… o tal vez porque pasó el camión del riego. Un redactor de la sentencia que se hubiera sentido más seguro de lo que escribía habría señalado (pero no señaló): “En conclusión, el correo filtrado salió de la Fiscalía General del Estado”.

El verbo “inferir” aparece asimismo en algunos párrafos. Un verbo conflictivo si se trata de asegurar algo. Puede que a veces las inferencias resulten incontrovertibles, pero en otras ocasiones plantean dudas. “Es lógico inferir” escriben los jueces, “que ese borrado no se hace en cumplimiento de un mandato legal, sino como una genuina estrategia de defensa”. Cuando un amigo nos dice que Cien años de soledad es una magnífica novela, inferimos que la ha leído. “Es lógico” inferirlo. Pero a lo mejor se ha formado ese criterio a partir de opiniones ajenas, de críticas literarias en la prensa o viendo los datos de sus ventas. Son hechos compatibles igualmente con la realidad. Las inferencias no siempre aciertan.

Por lo demás, la sentencia está escrita con aceptable claridad (no era tan difícil incluso usando lenguaje jurídico), si exceptuamos un uso exagerado y a veces incorrecto de los gerundios, la profusión de palabras con mayúscula inicial y algunas comas de sobra.

Hemos reunido aquí distintos ejemplos de la confusión que refleja el texto del Supremo entre hechos ciertos y hechos conjeturados. Pero hemos acudido a indicios también, y de ellos no se debería partir para sentenciar que los magistrados desconocen la diferencia entre ambos planos. Harían falta para eso datos adicionales, alguna prueba concluyente. Lo mismo que debe ocurrir con los indicios que llevan a una condena judicial.

viernes, 18 de abril de 2025

Definición del bestseller

 La fórmula secreta del 'best seller' en español, en Babelia, suplemento de El País, por Puerto Berna González, 19 de abril de 2025:

La capacidad de crear un imaginario colectivo que se conecta con los lectores define a los buenos superventas. El éxito de autores como María Dueñas, Julia Navarro, Ildefonso Falcones, Lorenzo Silva o Dolores Redondo demuestra que el fenómeno sigue su curso con el apoyo imparable del público y pese al desdén de la crítica. Escritores, editores, libreros y académicos diseccionan las claves

¿Escritores menores, ignorados, denostados? ¿O amados, buscados y envidiados? ¿Grandes figuras de las letras o meros artesanos de un formato repetido que poco tiene que ver con la alta creación? Los autores de best sellers, libros que consiguen grandes ventas muy rápidamente, viven en la esquizofrenia de una inercia que se ha repetido en la historia: adorados por el gran público, máquinas de fabricar lectores y combustible para la gran industria del libro, son también despreciados por la crítica o la academia por un estilo menos arriesgado que prioriza lo comercial. O por prejuicio. ¿Envidia, recelo, superioridad moral de autores más literarios que los miran por encima del hombro? ¿O justicia literaria de la mano del lector? ¿Hay alguien que tenga razón en todo esto? Sea como sea, la fórmula del best seller sigue siendo el secreto mejor guardado, como un pez que uno intentara atrapar con los dedos en el mar.

“Algunos libros se convierten en superventas y otros no, es un misterio que muchas veces he preguntado a los libreros sin que nadie me dé una respuesta”, confiesa Julia Navarro, ella misma autora superventas de libros sólidos y bien documentados como el reciente El niño que perdió la guerra (Plaza y Janés), una trama de calidad que hunde sus patas en las guerras que azotaron España y la URSS en el siglo XX, una ficción muy solvente realidad sostenida en la pura. "Pero es la magia de los libros, ese factor que hace que algunos lleguen al corazón de los lectores y otros no. Lo demás es una actitud soberbia de quienes creen que solo ellos entienden qué es bueno y qué merece la pena, como si lo que fuera alabado por la mayoría no lo mereciera".

Ese choque entre el gusto masivo y la supuesta virtud de lo minoritario atraviesa el debate, pero se rompe cuando la calidad y la cantidad van de la mano y se esfuma esa falsa incompatibilidad: ensayos como El infinito en un junco, de Irene Vallejo, historias históricas o de aventuras como El nombre de la rosa, de Umberto Eco, El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar o Yo, Claudio, de Robert Graves, otros puramente literarias como las obras de García Márquez, Vargas Llosa, Dickens, Dostoievski o de género como las de Agatha Christie y Conan Doyle han vendido ristras de millones y han hecho cima. Y han logrado algo tan codiciado como pasar al imaginario popular, piedra de toque para calibrar el verdadero valor de un best seller.

"Bajo esa etiqueta colocamos demasiadas cosas y dudo de que sea un género en sí mismo. En realidad, es una expectativa y un resultado", resume Toni Hill, él mismo autor superventas con El verano de los juguetes muertos y hoy editor en Grijalbo, uno de los sellos más comerciales de Penguin. "Como best sellers se agrupan libros muy distintos en la realidad. Entre 50 sombras de Grey y La catedral del mar o entre George Martin y María Dueñas es difícil encontrar ingredientes comunes, pero todos ellos logran que sus obras trasciendan al grupo al que van dirigidos". Y he aquí los ejemplos de ese elemento común: Stieg Larsson consiguió que todos leyéramos novela negra nórdica con la serie que comenzó Los hombres que no amaban a las mujeres; Ildefonso Falcones atrajo a muchos más lectores que los de novela histórica con La catedral del mar; y el Juego de tronos de Martin creó un universo que trascendió masivamente el público del género fantástico. Todos ellos permanecen y se traban en la memoria y la cultura colectiva, el mérito seguramente más difícil de lograr. Su distintivo.

Sergio Vila-Sanjuán ha estudiado a fondo el fenómeno y lo ha puesto negro sobre blanco en Código Best Seller (Alianza), libro de 2011 que sigue siendo un referente en la materia. El periodista de La Vanguardia propone diferenciar entre los “grandes, genuinos, que abren tendencia, y los que se apuntan al carro”. "La caballa del tío Tom, Lo que el viento se llevó, El padrino, Parque Jurásico, Los cipreses creen en Dios, La sombra del viento o Alatriste son libros que representan un universo original, no copiado, genuino. Sus autores han creado ese mundo en general a partir de su propia experiencia", asegura Vila-Sanjuán. “Mario Puzzo, italoamericano, conoció el mundo de la mafia y volcó vivencias que no eran impostadas; Stieg Larsson era periodista económico y también traspasó a sus libros experiencias vitales importantes; David McCloskey (Estación Damasco, Moscú X, en Salamandra) cuenta su universo porque ha estado en la CIA; y hoy no puedes entender el imaginario de los últimos 40 años de EEUU sin Stephen King, él ha inspirado una imagen a través de la cual la sociedad americana se entiende a sí misma. Después, cada uno tiene sus imitadores que se colocan en esa órbita y siguen”.

En España, la foto de esos creadores de universos propios capaces de enganchar a un gran público que antes carecía de ellos incluye a Dolores Redondo, que encontró en lo misterioso del Valle del Baztán el alimento de conexión; Lorenzo Silva, padre literario de una pareja de guardias civiles cuando era imposible imaginarles como héroes; María Dueñas e Ildefonso Falcones, capaces de recrear episodios históricos con una verosimilitud y personajes de gran solvencia; Arturo Pérez Reverte, versátil imaginador de muchos mundos atrayentes; Roberto Santiago, imán del lector infantil y joven de su serie Los Futbolísimos; o Elísabet Benavent, que ha atrapado a millones de lectores adictos al romanticismo.

¿Y cómo lo hacen? ¿Cuál es la fórmula, los ingredientes? He ahí el secreto mejor guardado, el enigma que podría atravesar una buena novela de misterio sin que nadie garantice que pueda atrapar al asesino en cuestión, la fórmula en sí. Define los ingredientes José Antonio Cordón, profesor de Industria Editorial de la Universidad de Salamanca: “Una lectura fluida, agradable, con un nivel de vocabulario, una complejidad léxica y una exigencia de nivel medio; una trama in crescendo; una evolución de los personajes; un conflicto, a ser posible sentimental; el cliffhanger, que cada capítulo acabe con expectativas hacia la conclusión; y una adaptación al conjunto de valores existentes en la sociedad del momento, aunque se sitúen en otro tiempo”. Pero, alto ahí, que nadie se crea que esto garantiza nada porque, como dice Toni Hill, “si existiera una fórmula, las editoriales publicarían varios al año y nunca vemos los que se propusieron como cuentos y no resultaron”.

"¿La literatura comercial está denostada? No me quita el sueño. No espero la palmadita en la espalda de la crítica", dice Elísabet Benavent

Lo explican ellos: "Yo procuro ofrecer al lector obras con mucha tensión, con pasiones, con amor, con venganza, dentro de un escenario histórico, e intento ser sencillo. Las tramas tienen que ser accesibles y que no confunden a los lectores", cuenta Ildefonso Falcones, que acaba de publicar En el amor y en la guerra (Grijalbo), la tercera entrega de La catedral del mar. "Y estoy encantado de que mis novelas gusten a un gran número de gente. Vargas Llosa ha vendido muchísimo, sus novelas son grandes best sellers y nadie puede considerar que no sea literario, pero él es excepción. En esa elección, yo prefiero ser comercial, intentar satisfacer y entretener al lector. No pretendo enseñarle nada". Quien haya seguido la saga sabe bien lo que se encontrará en la nueva entrega: luchas, conquistas, tropiezos y amores en un entorno medieval recreado a la medida de nuestro entretenimiento.

Santiago Posteguillo, premio Planeta con Yo Julia y autor de exitosas novelas sobre la Antigua Roma, considera absurda la identificación de lo que es popular con lo malo y lo que no es popular con lo bueno. "Lo importante es que la obra esté bien escrita, que emocione -de eso va la literatura- y que pueda conducir a la reflexión. Eso es lo que yo intento hacer con mis obras. Dentro del género histórico, yo trato de entretener. Si además consigue que nos emocionemos, que el lector salga de mis novelas habiendo aprendido historia y reflexionando sobre errores que ojalá no repitamos, mucho mejor. Pero lo hago desde el entretenimiento. Prodesse et delectare, enseñar y deleitar es lo que trato".

Para María Oruña, figura ascendente desde Puerto escondido (Destino) hasta su reciente El albatros negro (Plaza y Janés), “los libros son espejos del público y de lo que le interesa, reflejos del tiempo”. Ella defiende lo híbrido que se abre paso en la dicotomía entre calidad y cantidad, entre literario y comercial: "Yo creo que escribo literatura de calidad y un trabajo sólido. ¿Es comercial? Estupendo, porque me va a permitir vivir de ello y pagar las facturas. ¿La fórmula? Yo pongo mucha historia y mucha carga antropológica porque me gusta la ciencia y quiero entender qué pintamos aquí, por qué hacemos lo que hacemos". El albatros negro navega —en sentido figurado y real— rumbo a un pasado sumergido ante las costas gallegas con pluma de calidad y una mezcla de género policial, histórico y de aventuras que funciona.

María Dueñas, la gran estrella del best seller hoy en España, que cabalga sobre grandes cifras desde El tiempo entre costuras y que acaba de publicar Por si un día volvemos (Planeta), define su estilo: “Mi literatura es una narrativa clásica, una novela clásica que no tiene interés en un tratamiento absolutamente rompedor de la técnica literaria y que varía en cada título en el universo que construye”. Su nueva novela es hipnótica, capaz de recrear un lugar y un momento histórico (Orán, hace un siglo) a partir de héroes y personajes que podrían ser de hoy y de siempre. "¿La fórmula? Que cautive a los lectores porque hay un conflicto, un universo desconocido, porque los personajes te seducen, por la razón que sea, pero la clave es cautivarlos y para ello hay mil formas: desde el espionaje y los contubernios internacionales de los americanos a que te atrapa Elena Ferrante a partir de lo que pasa en un barrio del Nápoles de la posguerra italiana. La clave es que quieras volver a casa para seguir leyendo".

Seguir leyendo es la clave, tan cierto como el prejuicio que generan los best sellers en la crítica especializada, en la prensa e incluso entre los libreros más comprometidos con la calidad menos pudiente. David Viñas, profesor de Teoría de la Literatura en la Universidad de Barcelona y autor de El enigma best seller (Ariel), subraya que la propia maquinaria de promoción y las estrategias comerciales que acompañan estos libros conllevan “daños colaterales porque en la crítica oficial de los suplementos se activa de forma natural un prejuicio. Aquí la cantidad queda automáticamente asociada a la mediocridad”. A partir de ahí es difícil, asegura, “superar al prejuicio para advertir que sí hay best sellers de calidad, aunque no son la mayoría”.

"Mis libros aportan que se activa la lectura, que se mueve la industria editorial. Contribuyo a un emporio editorial en el que otros libros de menor trayectoria puedan ser publicados", dice María Dueñas

Paz Gil, dueña de la librería santanderina Gil, premio Zenda y premio de la Federación de Gremios de Editores de España a la mejor librería del año, reconoce que no les hace mucho caso porque los sellos editoriales ya lo mueven, ya hacen tanta publicidad, información y tanto ruido alrededor que no lo necesitan. "No es que lo rechace, pero no lo cuido desde la librería. Lo que intento es poner a su lado un libro un poco más literario. Me preocupa la cantidad de merchandising que mandan con cartones y más cartones, es un gasto inútil, no tienes ni espacio ni ganas de promocionarlo", lamenta.

José Antonio Cordón, profesor de Industria Editorial de la Universidad de Salamanca, distingue entre los que vienen reconocidos ya como éxitos de ventas por distintos canales de comunicación y los que surgen desde la boca oreja, los no previstos, que no obedecen a lógicas comerciales sino a otra lógica, como El infinito en un junco. “A partir de ahí se convierten en un lugar compartido para millas de personas, logran una aceptación colectiva y tienen impacto porque han roto la barrera del circuito comercial”. Cordón también subraya cómo se convierte en sustrato fundamental para generaciones enteras, como logró Harry Potter o El señor de los anillos, trascendiendo edades y colectivos y convirtiéndose en vivencia y referente cultural colectivo.

Esa aportación es importante, pero también lo es la más obvia: las ventas, decenas de millas, cientos de millas, a veces millones en todo el mundo. "Mis libros aportan que se activa la lectura, que se mueve la industria editorial, que se expanda la novela en el mundo. Contribuyo a un emporio editorial en el que otros libros de menor trayectoria puedan ser publicados. Objetivamente puedo colaborar y aportar", asegura María Dueñas. Ella es una de las más críticas con la prensa especializada que ignora la existencia de sus libros. "Hazme una crítica negativa y yo la soporto. Pero ni siquiera la hacen. Asume que, por el hecho de vender mucho, por estar publicado por Planeta y tener una aceptación masiva por parte sobre todo de mujeres está penalizada y desdeñada. Es un sesgo incomprensible", asegura la autora, acostumbrada a llenar páginas de periódicos cuando llega a Argentina, por ejemplo, mientras lamenta que Babelia no se hace eco de sus libros. “El pueblo soberano decide qué lee y por qué lee”, asegura Elísabet Benavent. "¿La literatura comercial está denostada? Sí, pero no me quita el sueño. Lo importante es que la gente adquiera el hábito y en sus gustos nadie debería meterse. Yo no espero la palmadita en la espalda de la crítica".

Ildefonso Falcones cree que hay “rencillas e incompatibilidades por parte de autores que no alcanzan esas ventas y reaccionan con esa autodefensa”. Posteguillo asegura que el error está en identificar lo popular, lo que gusta a mucha gente, como significativo de que es malo y recuerda autores que han sido muy populares en su tiempo y excelentes a la vez, como Lope de Vega o Shakespeare.

El profesor Viñas describe cómo algunos autores se molestan porque el capital económico logrado con sus libros no tiene nada que ver con el capital simbólico que no se mide con dinero o fama, sino con un prestigio que solo pueden conceder los expertos, los de la tribu. "Está claro que los agentes con poder de consagración en el mundo literario consideran que los best sellers son cuerpos extraños y habría que expulsarlos. Son los 'mercaderes en el templo de la literatura', en palabras de Germán Gullón".

Esos “mercaderes en el templo” nos traen estos días barcos hundidos en la costa gallega con sus misterios (Oruña), cortes medievales (Falcones) o emigrados del protectorado francés de Argel (Dueñas) como antes nos trajeron espadachines, romanos a diestro y siniestro y un impulso exorbitado a la imaginación. Y a la industria. A disfrutarlo. Y, como escribió Murakami, quien quiera competir, que salte al ring y lo intente.

martes, 31 de diciembre de 2024

Javier Marías, editor

 Esta absurda aventura, por Javier Marías, en El País, 23 de agosto de 2008:

Los sinsabores de la edición aumentan cuando los medios de comunicación se muestran ajenos. Y más si son editoriales pequeñas como Reino de Redonda, con un catálogo exquisito de poca repercusión.

Así como cae dentro de lo muy previsible que un editor acabe desesperándose al ver durante años cómo sus autores se llevan la mayor porción de gloria y de fama -que no de dinero-, y se lance a escribir, preferentemente memorias ensimismadas o viñetas de los escritores que lo hicieron rico, es mucho más raro que un novelista se meta a editor, y supongo que es por eso por lo que se me pide que hable aquí un poco de Reino de Redonda, seguramente la editorial más pequeña y pausada del Reino de España, ya que publica tan solo dos títulos al año, o a lo sumo tres. Además, no tiene sede más que nominal, ni plantilla, ni equipo, ni colaboradores externos, ni encargado de prensa ni nada por el estilo. La formamos dos personas, una en Madrid, que soy yo, y otra en Barcelona, Carme López Mercader, que es la encargada de las ediciones, es decir, de que los libros existan. La distribuidora Ítaca me hace el favor de colocar algunos ejemplares en las librerías, y mi agente literaria Mercedes Casanovas me echa una generosa mano en la contratación de derechos (cuando los hay). Y sin duda ha de ser la única editorial que no hace cuentas: sé que es deficitaria, porque sus volúmenes están cuidados, llevan muy buen papel y encuadernación, y a los ocasionales traductores les pago el máximo y, si lo desean, la mitad por adelantado, pues no en balde fui yo traductor en su día y habría deseado ese trato para mí. Aun así ponemos a los libros precios razonables, y aun así no se venden mucho. La única forma de no deprimirse en exceso y arrojar la toalla consiste en ignorar a cuánto ascienden las pérdidas anuales y generales (siempre he odiado saber cuánto gano y cuánto gasto). Me basta con comprobar que el Reino no se arruina por ello y sigo adelante, hasta que me canse, me aburra, o la excesiva indiferencia de los suplementos literarios me obligue a echar el cierre: si ni siquiera los lectores se enteran de la aparición de un título, qué sentido tiene.

Da lo mismo que uno lance a las librerías rescates fundamentales de autores fundamentales o textos desconocidos

Hasta la fecha Reino de Redonda ha publicado dieciséis. El Cultural de El Mundo, por ejemplo, no se ha dignado -cuesta creer que no haya deliberación- sacar reseña de ninguno de ellos, a lo largo de ocho años. El único suplemento que les suele hacer caso es Babelia, tal vez por la proximidad de mi firma, domingo tras domingo, en El País Semanal (sea como sea, gracias mil). Los demás acostumbran a ser rácanos. Habituado a no incurrir en el mal gusto de solicitar críticas y atención para las obras que publico como autor, me cuesta hacerlo para las que saco como editor, y empiezo a pensar que si uno no da la lata, llama, promociona, ruega, amenaza e insiste, mal lo tiene para que su catálogo suscite interés en los medios especializados. Da lo mismo que uno lance a las librerías rescates fundamentales de autores fundamentales (Isak Dinesen, Conrad, Hardy, Yeats, Sir Thomas Browne, el Capitán Alonso de Contreras o el gran Sir Steven Runciman) o que suelte textos interesantísimos desconocidos en español (Viaje de Londres a Génova de Baretti, los cuentos de Vernon Lee o los recuerdos del fusilero Harris que combatió en la Guerra de la Independencia). Si uno no hace relaciones públicas ni pide favores, será difícil que alguien, en las redacciones, se moleste ni en echarles un vistazo.

Por todo ello, y por la parsimonia del proyecto, en realidad no me atrevo a llamarme "editor". Me limito a recuperar maravillosos libros olvidados y a ofrecer algunos nuevos que en mi opinión deberían ser conocidos en mi lengua o en mi país -es el caso de los artículos de Jorge Ibargüengoitia, el extraordinario autor mexicano muerto en Barajas hace ya muchos años, que aparecerán con prólogo y selección de Juan Villoro-. Todos los volúmenes, eso sí, llevan su prólogo o presentación: algunos míos -qué remedio-, otros de gente afectuosa como Mendoza, Savater, Pérez-Reverte, Antony Beevor, Rodríguez Rivero o el Profesor Rico -bueno, éste aún me lo ha de escribir-. Todos ellos forman parte del jurado del Premio Reino de Redonda, que concede cada año a un escritor o cineasta extranjeros la editorial, añadiéndose déficit, para variar. Pese a que son también miembros del jurado George Steiner, Almodóvar, Coetzee, Rohmer, Alice Munro, William Boyd, Ashbery, a veces Coppola, Villena, Magris, Sir John Elliott, Lobo Antunes o Gimferrer, la cosmopolita prensa española apenas si se hace eco de él, mientras llena páginas con cualquier merienda de negros de cualquier editorial poderosa o institución oficial.

¿Y las ventas? A diferencia de los editores de verdad, no tengo reparo en hablar de ellas. Nuestro best seller es La caída de Constantinopla 1453, que ha vendido cerca de cinco mil ejemplares, seguido a distancia por El espejo del mar de Conrad, Ehrengard de Dinesen y Vida de este capitán de Contreras, que van por la mitad. Los menos vendidos no llegan ni a mil ejemplares, y son, inexplicablemente, el mencionado Viaje de Londres a Génova, un divertido e inteligentísimo paseo por la España de Carlos III, La nube púrpura de M P Shiel -primer Rey de Redonda-, la novela que inauguró el subgénero "último hombre sobre la Tierra" que luego han copiado tantos, incluido el hoy famoso Richard Matheson de Soy leyenda, y los magníficos cuentos de El brazo marchito, de Hardy, que fueron mi primera traducción, allá por 1974. Tampoco los de Vernon Lee han alcanzado los mil lectores, quizá por ser tan extraña mujer como fue.

Solo dos libros al año, a lo sumo tres, como he dicho. Y sin embargo cada uno lleva tanto trabajo -sobre todo a la encargada de la edición- que ahora admiro a los editores mucho más que antes de iniciar esta absurda aventura, que desde luego trae más sinsabores que ser autor. ¿Cómo es posible que algunos saquen ochenta o cien títulos anuales, si aspiran a hacerlo bien? Claro está que la mayoría cuentan con equipos nutridos, plantilla fija y numerosos colaboradores externos a los que suelen explotar a fondo. Pero aun así. Quizá es que demasiados -por lo que leo últimamente publicado en nuestro país- han renunciado a hacerlo bien: textos lunáticos o pésimamente escritos que nadie parece haber corregido, traducciones desastrosas o demenciales hechas por gente que no sabe la lengua de la que traduce ni la suya propia, erratas sin fin... "Productos podridos", los llamé una vez, ante los que sin embargo nadie protesta en esta época de defensa de los consumidores. Ni siquiera los críticos, que pocas veces ya distinguen cuándo un libro está agriado. Lo que sale de Reino de Redonda es muy lento y modesto, pero al menos se puede tener la certeza de que está en buenas condiciones. Supongo que el verdadero destino de estas publicaciones es convertirse, de aquí a unos años, en objeto de coleccionistas, los cuales acaso busquen desesperadamente el título que les falte para completar su colección. "Doy lo que sea por Browne", dirán. "O por Bruma de Crompton, o por La mujer de Huguenin". A eso quizá se le llama trabajar para la posteridad. Les aseguro que en modo alguno era esa mi intención.

martes, 1 de agosto de 2023

Consejos a escritores de Ray Bradbury

Una hora de escritura es tónica

Bradbury abogó por una dosis diaria de escritura como una cura contra los males y las penas de la vida cotidiana, un tónico que tiene el potencial de energizar todo lo que experimentamos. En los artículos recopilados para su libro de 1990 El zen en el arte de escribir y en conferencias dadas a lo largo de su vida, compartió el poder benéfico de la palabra escrita. Porque el acto de escribir no necesita ser tratado como una tarea, ni debe ser el dominio de solo un grupo elegido.

Siga leyendo y escriba con la voz de Bradbury como guía. Que sus ideas sobre el valor de la escritura lo lleven a través de una oración, un párrafo y tal vez incluso una historia corta, pero, lo que es más importante, a través de su vida más allá de la página.

Zen en el arte de escribir — extracto del Prefacio. ¿Qué nos enseña la escritura?

Ante todo, nos recuerda que estamos vivos y que es un don y un privilegio, no un derecho. Debemos ganarnos la vida una vez que nos ha sido otorgada. La vida pide recompensas porque nos ha favorecido con animación.

Así que mientras nuestro arte no puede, como quisiéramos, salvarnos de las guerras, las privaciones, la envidia, la codicia, la vejez o la muerte, puede revitalizarnos en medio de todo.

En segundo lugar, escribir es sobrevivir. Cualquier arte, cualquier buen trabajo, por supuesto, es eso.

No escribir, para muchos de nosotros, es morir.

Debemos tomar las armas todos los días, tal vez sabiendo que la batalla no se puede ganar por completo, pero debemos luchar, aunque solo sea un combate suave. El menor esfuerzo por ganar significa, al final de cada día, una especie de victoria. Recuerda a ese pianista que decía que si no practicaba todos los días lo sabría, si no practicaba dos días, los críticos lo sabrían, después de tres días, su público lo sabría.

Una variación de esto es cierto para los escritores. No es que tu estilo, sea lo que sea, perdería forma en esos pocos días. Pero lo que pasaría es que el mundo te alcanzaría y trataría de enfermarte.

Si no escribieras todos los días, los venenos se acumularían y comenzarías a morir, o actuar como un loco, o ambas cosas.

Porque la escritura permite las recetas adecuadas de la verdad, la vida, la realidad, ya que puedes comer, beber y digerir sin hiperventilar y revolcarte como un pez muerto en tu cama.

He aprendido, en mis viajes, que si dejo pasar un día sin escribir, me inquieto. Dos días y estoy temblando. Tres y sospecho locura. Cuatro y yo bien podría ser un cerdo, sufriendo el flujo en un revolcadero. La escritura de una hora es tónica. Estoy de pie, corriendo en círculos y gritando por un par de polainas limpias.

De modo que, de una forma u otra, es de lo que se trata este libro. Tomar tu pizca de arsénico todas las mañanas para poder sobrevivir hasta el atardecer. Otro pellizco al atardecer para que sobrevivas hasta el amanecer. . .

Ahora es tu turno.

¡Que haya palabras, muchas de ellas!

Bradbury, el hombre de muchas palabras, historias, libros e ideas, ofrece algunos consejos inspiradores y prácticos para impulsar su práctica diaria de escritura. Estos son algunos de los consejos de Ray interpretados por Colin Marshall en openculture.com

Creo que eventualmente la cantidad contribuirá a la calidad. . . . La cantidad da experiencia. Sólo de la experiencia puede surgir la calidad.

Comience corto. No empiece a escribir novelas, toman demasiado tiempo, "escriba un montón de cuentos", dijo. Date tiempo para mejorar; con cada semana y mes, verás mejorar tus historias. Afirma que simplemente no es posible escribir 52 malas historias seguidas.

Simplemente escriba cualquier cosa vieja que se le venga a la cabeza. Recomendó la "asociación de palabras" para romper cualquier bloqueo creativo, ya que "no sabes lo que hay en ti hasta que lo pruebas".

Haz una lista de diez cosas que amas y diez cosas que odias. Luego escribe sobre los primeros y “mata” a los segundos, también escribiendo sobre ellos. Haz lo mismo con tus miedos.

Vive en la biblioteca. Aléjese de su computadora y expóngase a nuevos libros con frecuencia. Hay numerosos mundos por descubrir más allá de tu pantalla.

Escribir no es un asunto serio.

Escribe con alegría. Si una historia comienza a sentirse como un trabajo, deséchela y comience una que no lo haga.

Examine las historias cortas de "calidad". Sugirió leer obras de Roald Dahl, Guy de Maupassant, Nigel Kneale y John Collier. Acude a historias con metáforas; ¡Sorprendentemente, consideró que las últimas historias del New Yorker carecían de este departamento!

Lea, mucho, pero seleccione sabiamente. Lectura completa recomendada por Bradbury para la hora de acostarse: un cuento, un poema (especialmente Pope, Shakespeare y Frost) y un ensayo. Por supuesto, no cualquier ensayo. Deben provenir de una diversidad de campos, incluida la arqueología, la zoología, la biología, la filosofía, la política y la literatura.

No  te alejes de lo que eres, el material dentro de ti que te hace individual y, por lo tanto, indispensable para los demás.

Aprende de los grandes, pero sé tú mismo. Aprende de tus escritores favoritos, en lugar de imitarlos. Bradbury también imitó inicialmente a HG Wells, Jules Verne, Arthur Conan Doyle y L. Frank Baum antes de desarrollar su propio estilo único.

Enamórate de las películas. Preferiblemente viejas.

Desarrolle un fuerte sistema de apoyo. ¿Tiene amigos que se burlan de sus ambiciones literarias? El consejo de Bradbury: “Despídalos” sin demora. El objetivo es que solo una persona se acerque y te diga: "Te amo por lo que haces". O, en su defecto, estás buscando a alguien que venga y te diga: “No estás loco como dice la gente”.

Cuando la gente me pregunta de dónde saco mis ideas, me río. Qué extraño, estamos tan ocupados mirando hacia afuera, para encontrar formas y medios, que nos olvidamos de mirar hacia adentro.

lunes, 30 de diciembre de 2013

El poema del periodista

Rudyard Kipling:

I keep six honest serving-men
(they taught me all I knew);
their names are What and Why and When
and How and Where and Who.

A seis honestos servidores sigo
que me enseñaron cuanto he sabido;
sus nombres son Qué, Por qué,
Cuándo y Cómo, Dónde y Quién.