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jueves, 11 de diciembre de 2025

Drogas sin adicción curan y están prohibidas. Tabaco y alcohol legales dañan y son adictivos.

 David Erritzøe: "No hay rastro de adicción tras el uso de psicodélicos. Es más, ayudan a dejar de ser un adicto", en El Mundo, por Rebeca Yanke, 10 diciembre 2025:

El director clínico del Centro de Investigación de Psicodélicos del Imperial College de Londres pasó por Madrid para dar una conferencia sobre los retos de la salud mental y las terapias con sustancias como la psilocibina y la ketamina.

Uno ve llegar a David Erritzøe y podría pensar que es pintor, quizá profesor, puede que músico. Pero este danés es uno de los científicos más reputados del mundo en el estudio terapéutico de los psicodélicos, drogas que en los últimos años empiezan a aceptarse como medicinas en unos cuantos países del mundo.

Las permiten algunos estados de EEUU, Canadá, Alemania, República Checa, Suiza, Australia, Nueva Zelanda, Portugal, Jamaica, Brasil, Perú y Países Bajos. En este momento, hay siete ensayos clínicos en fase 3, la previa a la comercialización, de medicinas en las que el compuesto principal forma parte de la familia psicodélica. En ella, es la psilocibina -una sustancia natural presente en algunos hongos y parecida a la ayahuasca en los efectos-, una de las más empleadas, pero en el tablero participan también otras con mayor estigma, como el LSD, la ketamina o el MDMA.

Erritzøe es psiquiatra y neurocientífico e investiga sobre ello en el Centro de Investigación Psicodélica del Imperial College de Londres. Recientemente fue invitado por la Fundación Inawe a dar una conferencia en el Colegio Oficial de Médicos en Madrid, dentro de su primer congreso sobre el uso terapéutico de psicodélicos.

En un patio cercano al aula Ramón y Cajal, responde a esta entrevista mientras a su alrededor decenas de estudiantes de Psicología le observan con máximo interés porque saben que la próxima gran revolución de la psicoterapia depende de sus hallazgos. Él afirma que «los psicodélicos se han probado y demostrado eficaces en el tratamiento de depresiones profundas o trastornos como el estrés postraumático (PTSD)», pero resulta que donde mejor funcionan es ayudando a adictos a dejar de serlo.

PREGUNTA. ¿Podría explicar con sencillez cómo una droga permite a un adicto a otras drogas dejar de serlo?

RESPUESTA. Sé que pertenezco a este campo de trabajo pero no deja de sorprenderme que todo lo que rodea a este asunto sea siempre tan controvertido o difícil de interpretar. Dicho esto, ¿qué es una droga? El alcohol es droga. Los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (ISRS) son drogas. Y las ilícitas son drogas también. ¿Qué hacen al cuerpo? ¿Y qué concepto de droga es el que se ha colocado en el lado de la ilegalidad? Esto es un constructo completamente diferente, y es además arbitrario en lo relativo a los riesgos y los beneficios que otorgan. Los psicodélicos deberían haber sido clasificados en una categoría de regulación legal dado su perfil riesgo-beneficio. Pero no es lo que ha pasado. Y luego tienes drogas legales y menos estigmatizadas precisamente por ser legales o por formar parte de una cultura. Pero se ha prescrito que el grado de riesgo es más alto en los psicodélicos.

P. ¿Cómo actúan estos?

R. Los psicodélicos son drogas desafiantes y difíciles, y también interesantes en lo que se refiere al aspecto psicológico, y más seguros que otras en lo que respecta a los riesgos, porque son mucho más que casi cualquier otra droga que podamos pensar. La heroína es una experiencia en el fondo fácil, aunque podrías morir por una sobredosis; dejar directamente de respirar. La heroína puede destruir la vida de una persona pero, psicológicamente, es una experiencia sencilla. Lo mismo sucede con los estimulantes, drogas que aumentan e inflan el ego, drogas charlatanas que acarrean sin embargo dependencia y toneladas de problemas, cardiovasculares, etcétera. Los psicodélicos son un poco lo contrario, o funcionan al revés.

P. ¿Por qué son ilegales, entonces?

R. Sucedió durante un proceso de tomas de decisiones políticas y legales arbitrarias que no tenían nada que ver con la salud ni con los posibles beneficios médicos de la ciencia psicodélica. Se ha simplificado en exceso. Sólo porque alguien los haya puesto a todas en la gran olla de la ilegalidad no significa que deban ser comparadas entre ellas, porque no son iguales. Los beneficios están demostrados en el caso de compuestos como la psilocibina: hay beneficios potenciales para la salud, el desarrollo de tratamientos, el autodesarrollo, la exploración intelectual de las personas, sus propias mentes y vidas, y la comprensión de sí mismos y del mundo.

P. Entonces, ¿no causan dependencia?

R. Son herramientas muy útiles y poderosas. No debemos temerlas porque no causan adicción. Al menos los psicodélicos clásicos. Un poco diferente es la ketamina, un psicodélico atípico o no clásico, como algunos lo llamarían, o el MDMA y derivados, compuestos psicodélicos novedosos que están relacionados con los clásicos pero tienen características diferentes. Algunos de ellos tienen mayor riesgo que los clásicos. Así que todo depende de la molécula exacta de la que estemos hablando.

P. Una de las sustancias más usadas ahora es la psilocibina, ¿puede hablarnos más de ella, por favor?

R. Los psicodélicos serotonérgicos clásicos, como es la psilocibina o el LSD, son fisiológicamente muy seguros. Tienen un riesgo extremadamente bajo de formar un comportamiento dependiente. Pero son psicológicamente muy desafiantes. Por eso necesitas un colchón terapéutico y psicológico seguro a tu alrededor cuando los tomas. Mientras que las otras drogas funcionan al revés: puedes tomar un estimulante sin necesitar que ningún terapeuta lo examine. Vas a tener un gran momento, pero podrías terminar cayendo en un uso dependiente y con un fuerte impacto fisiológico en tu cerebro. Por eso me parece una locura que, sin explicar el medicamento, éste se declare ilegal. Conozco la pregunta que se harán muchas personas: '¿por qué darle a un adicto a una sustancia ilícita, otra sustancia ilícita?' Pero esto es así porque en un momento dado alguien lo consideró ilícito. No hay correlación entre riesgos y beneficios y el lugar que ocupa esta sustancia en términos de ilegalidad.

PREGUNTA. La historia nos dice que la gran época de la investigación con psicodélicos fue la década de los 60, que el presidente de Estados Unidos Richard Nixon destruye en los 70, durante su guerra contra las drogas. ¿Se ha perdido mucho tiempo?

RESPUESTA. Demasiado. Demasiado tiempo perdido en el desarrollo medicinal de ciertas drogas. Se siguió investigando un poco en animales y también algo en Suiza por parte de colegas estadounidenses, y algo también en EEUU, pero muy poco. Hasta que la investigación volvió suavemente y algunas personas, de repente, fueron autorizadas a hacer algunos estudios, y eso terminó por abrir lentamente esta nueva era o renacimiento de la ciencia psicodélica de la que ahora todos somos parte. La inactividad la genera Richard Nixon, como mencionaba, dando un final brutal a la investigación con psicodélicos. Se ha perdido un tiempo precioso. Aunque algunos dirán: «Bueno, ahora estamos mucho más preparados».

P. ¿Lo estamos?

R. Sí, desde luego. Pero la gente no era idiota en ese entonces. Hubo grandes profesionales, científicos y pacientes con las mismas historias que ahora. Es una pena tanto tiempo perdido, pero no podemos cambiar el pasado. Hay que buscar resquicios de esperanza, y la podemos encontrar por ejemplo en la evolución de la terapia de conversación. Hace 100 años era muy psicodinámica, psicoanalítica, Freud, etcétera. Luego vino un enfoque muy cognitivo, se desarrolló la terapia cognitivo-conductual y, ahora, tenemos esta tercera ola en la que se mezclan muchas cosas: mindfulness, ejercicio somático... Hay muchas terapias conversacionales en maduración que encajan bastante bien con la terapia psicodélica. Tal vez la psicoterapia ha madurado de forma espontánea, y esto brinda oportunidades a los psicodélicos. Un campo a explotar en el que ya hay muy buenas escuelas, formaciones, terapeutas clínicos con experiencia y nuevos enfoques. Todo esto puede combinarse de manera significativa y segura con los psicodélicos.

P. Usted viene también de la neurociencia y es un especialista en imagen cerebral. ¿Cómo ha evolucionado su investigación?

R. No tenemos aún el método perfecto, no entendemos completamente el cerebro, apenas estamos arañando su superficie, pero la arañamos mejor que en los 70 así que creo que podemos entender mejor lo que sucede. En todo lo que hemos publicado hasta el momento sobre imagen cerebral tras el uso de psicodélicos no hemos encontrado ningún signo de adicción. Las personas con adicciones vienen a tratarse a nuestro centro y estamos configurando dos nuevos ensayos, uno para la adicción al juego y otro para la adicción a los opiáceos, donde intentaremos tratar a estas personas con terapias de psilocibina. Hay incluso mucho trabajo publicado sobre la terapia con ketamina para la adicción al alcohol. Sé que es una paradoja tratar la adicción al alcohol con ketamina, pero lo cierto es que funciona muy bien.

P. Explique cómo lo consigue, por favor

R. La característica principal del psicodélico es la oportunidad para generar cambios, para romper ciclos y patrones de conducta y mejorar el bienestar, la resiliencia, la creación de significado... Y todo eso es muy importante para una persona que está atrapada en la adicción y realmente sufriendo. Se necesita algo transformador, y la psilocibina es un instrumento perfecto para generar esa experiencia transformadora, las personas no se vuelven adictas a ella porque no pasa por los sistemas del cerebro que hacen que las personas se vuelvan adictas.

P. ¿Qué debería suceder entre los profesionales de la salud mental para aceptar estos tratamientos?

R. Uno de los psiquiatras que trabajan conmigo en el Imperial College hace retiros en lugares donde es legal el uso de la psilocibina y tiene un perfil muy concreto e innovador: está muy informado terapéuticamente y es muy abierto y reflexivo en cuanto a la relación con los pacientes. Esto debería estar sucediendo, sucede, pero lo necesitamos a mayor escala: profesionales que sean capaces de colaborar con otros, como psicólogos y terapeutas.

P. ¿Qué función tendría cada profesional?

R. El psiquiatra puede trabajar con la ketamina o la psilocibina y el terapeuta ayudar a experimentarla y catalizarla. Juntos hacen que el espacio donde sucede la ingesta sea seguro para los pacientes. Pero la psiquiatría convencional no ha llegado aún a este nivel. No se entiende del todo bien qué es un estado alterno de la conciencia, que es lo que consiguen los psicodélicos. Y habría que tener la humildad de reconocer que un psiquiatra solo no puede solucionar las cosas. Ojalá hubiera más centros donde terapeutas y psiquiatras trabajaran juntos.

P. ¿Qué propone?

R. Me atrevo sólo a sugerir: tenemos los medicamentos, tenemos los profesionales, ¿por qué no generamos los espacios seguros en los que poder trabajar en pro de los pacientes? Hay evidencia para el tratamiento de adicciones con ketamina incluso para el TOC y, particularmente para la depresión o el PTSD.

II

Andy Mitchell. Los diez viajes del gurú de las drogas psicodélicas: "No son una puerta que todos debamos abrir", en El Mundo, por Ricardo F. Colmenero, Lucía Martín, 23/10/2024:

LSD, ayahuasca, hongos... El terapeuta experto en trastornos mentales ha probado los psicodélicos, naturales y sintéticos, que podrían usarse con fines médicos en pleno debate sobre su legalización. Lo cuenta en su nuevo ensayo. "No son una puerta que todos debamos abrir", advierte

Advertencia: lea atentamente este artículo y, en caso de duda, consulte a su médico o farmacéutico, porque vamos a hablar sobre drogas. Los psicodélicos están de moda. La literatura científica ha reabierto la caja de Pandora, y ha llegado a la conclusión de que siguen siendo un misterio. Por eso el neuropsicólogo Andy Mitchell ha decidido enfocar el asunto desde la literatura de viajes.

Acompañado de científicos, gánsteres, capitalistas de riesgo, estafadores, psiconautas y chamanes, Mitchell viaja a un laboratorio de neuroimagen, a la Amazonia colombiana, a Silicon Valley y a la cocina del sótano de un amigo para hacer de cobaya. En 10 viajes. La nueva realidad de las drogas psicodélicas (Debate), el inglés va probando la gastronomía psicodélica planetaria al tiempo que escribe todo lo que ve, lo que no significa que, necesariamente, estuviera allí.

Tras décadas de satanización y criminalización, las drogas psicodélicas intentan colarse de nuevo en la psiquiatría tradicional. La psilocibina y el MDMA quieren ser terapia. Las universidades y Wall Street quieren apuntarse. Y a pesar de la preocupación por provocar consecuencias no deseadas, sólo en Estados Unidos el valor de mercado de los hongos alucinógenos previsto para el año 2028 es de 6.400 millones de dólares, lo mismo que los alimentos para bebés, y diez veces más que las pastillas de chocolate M&M's.

Un reciente estudio publicado en New England Journal of Medicine enfatizaba los beneficios de los hongos alucinógenos para tratar la depresión. Mientras otros le imputan propiedades para tratar el estrés postraumático, el alzhéimer, los aneurismas, el dolor crónico, las enfermedades oculares, la inflamación y problemas inmunitarios. Fondos de capital riesgo han creado start-ups, como Compass Pathways y Atai Life Sciences, que compiten para desarrollar y patentar la medicación del futuro.

-¿Cree que ha sido un error la ilegalización?- preguntamos a Mitchell.

-Ha sido una mala idea. En términos de investigación hay un agujero de 30 años. A veces anuncian un descubrimiento, pero muchas propiedades ya eran sobradamente conocidas en los años 50 y 60. Había más libertad para investigar y el gobierno lo apoyaba. Y aunque ahora se están haciendo investigaciones, llegar a ensayos clínicos a gran escala en problemas de salud mental y expandirlos luego a los sistemas médicos es casi imposible. Así que la censura continúa. Pero creo que es inevitable que al final veamos algún tipo de legalización, que puede ser impulsada por la cantidad de inversión que hay ahora, porque se puede ganar mucho dinero.

-Entonces, ¿ya no generan adicción?

-Hay una disputa muy antigua sobre hasta qué punto una sustancia tiene propiedades adictivas y hasta qué punto es el entorno, la fisiología y la motivación emocional. Y el debate es irresoluble porque se puede probar en cualquier dirección. Lo que está claro es que la adicción afecta mayormente a personas de nivel socioeconómico bajo. A veces parece que los médicos lo utilizan como una forma de categorizar a los pacientes, y hay investigaciones que demuestran que si son adictos reciben una peor atención. Yo sé por mi propia experiencia que tengo más capacidad adictiva que otros. Si vuelvo a fumar un cigarrillo por primera vez en 25 años, sé que voy a querer otro 15 minutos después, y eso no es por el entorno, sino por mi fisiología individual. La mentira y la adicción son primas hermanas, y quiero ser sincero.

Las drogas, cuenta Mitchell, «te harán feliz, ecologista, valiente, liberal, inteligente, creativo, iluminado y dispuesto a enfrentarte a la muerte». Pero también «te volverán inseguro, aterrado, loco, conservador, anárquico y gamberro. Ambas experiencias son posibles, y ambas son buenas, porque estás desarrollando una tolerancia a dificultades que la vida te puede poner delante».

En su primer viaje, Mitchell recibe una superdosis de ketamina por vía intravenosa mientras le escaneaban el cerebro en una máquina de resonancia magnética. En el segundo viaje toma hongos mágicos con el padre Bede Healey, un monje católico que además era psicoanalista y psicólogo clínico, y que llevaba años padeciendo depresión. En el tercero, MDMA: «Aquél fue el episodio más terrorífico de mi vida. Pude vislumbrar distintas expresiones de la locura, imagino que no muy distintas a las de los pacientes de psicosis aguda a los que he tratado en el pasado».

-Muchos de los que han ido a un viaje psicodélico no han muerto, pero tampoco han vuelto.

-Con los psicodélicos tradicionales más potentes existe el riesgo de que puedas iniciar un proceso psicótico, y sabemos muy poco sobre los procesos psicóticos, y asumimos que las personas eventualmente regresan. Pero cuando regresan, ¿en qué sentido han cambiado? A veces pueden alterar para siempre su relación con la realidad, y eso es en parte lo bueno de los psicodélicos, que puedes romper viejos malos patrones, pero también romper los buenos.

La humanidad, a ojos de Mitchell, está emprendiendo otro «mal viaje» que le está desconectando de la realidad, y que no supone consumir nada ilegal: «Las personas pueden o no cambiar, pueden descanalizar sus mentes recurriendo a la terapia, la meditación, los paseos en la naturaleza y las drogas; mientras tanto, nuestro entorno digital hace lo contrario: es todo canalización, un canal que se hace más profundo con cada clic gracias a algoritmos diseñados para hacer que nuestros cerebros sean más predecibles, menos nuestros. La gente ha empezado a consultar ChatGPT como si un chamán pudiera consultar a un dios. Quiero descargarme qué sucederá en el futuro, cómo mejorar mi vida y que me digas quién soy. Transferimos a la IA el poder que hace 2.000 años dábamos a un chamán en Perú. En este momento está apareciendo mucho artículo sobre salud mental diciendo que los psicodélicos nos ayudarán a conectarnos con nuestra cultura y nuestro entorno. Eso es para los pueblos indígenas, convertirse en parte del universo, mientras que para Occidente es una forma de desconectar».

Mitchell también viaja a la Ibogaína, el «enteógeno más poderoso conocido por el hombre. La molécula psicoactiva más potente sobre la faz de la Tierra...», procedente de la iboga, un arbusto de la selva tropical originario de África. En una trayectoria de norte a sur que sigue con la ayahuasca, y más tarde el LSD.

-Es que a veces parece que sólo ves dibujos animados o que llevas unas gafas de realidad virtual y no acabo de cogerle el punto.

-En mi caso, pienso y leo mucho sobre Neurociencia, sobre naturaleza, sobre Filosofía, y a veces quiero tener experiencias en primera persona que me ayuden a esclarecer ciertas cosas. Siempre he tenido esa disposición, pero tengo amigos que no están interesados en este tipo de cosas y no son ni mejores ni peores. No creo que los psicodélicos sean una puerta que necesariamente todos debamos abrir, que es lo que a menudo sugiere la literatura.

"Gran parte del discurso a favor de los psicodélicos es que resolverán los problemas de la humanidad pero la humanidad no es un problema que haya que resolver", Andy Mitchell

Eso ahora, porque antes de rozar los 50, Mitchell no se había acercado a una droga psicodélica. Criado en Leeds, su primera droga fue la música, y se convirtió en cantante de una banda punk llamada Armitage Shanks, como el principal fabricante de inodoros del Reino Unido. Después estudió Literatura Inglesa en Oxford, fundó una ONG para personas sin hogar, luego otra para bandas mexicanas de Los Ángeles, y luego otra para niños discapacitados en el norte de la India. Acabó este ciclo de su vida haciéndose monje durante tres años en California. Y a los treinta y pocos años se metió de lleno en la Psicología y la Neurociencia, para regresar a la literatura.

En Sierra Nevada de Santa Marta, en Colombia, la coca se convierte en una versión psicodélica de El libro de la selva. «Las hojas de coca aportan claridad mental, promueven la sensación de conexión con los demás y con la Madre que se necesita para los ritos de adivinación. También sirven como estimulantes para realizar trabajos agrícolas o recorrer a pie las prodigiosas distancias requeridas para el cuidado de todo el territorio. El efecto moderadamente eufórico da pie a danzas y música, que se consideran formas sociales de pago. También promueve la excitación sexual para la concepción, reduce el hambre y ofrece nutrición al mismo tiempo, ya que es rica en vitaminas, factor importante en un contexto de relativa escasez de vegetales como el de la sierra. Además, es un símbolo de reciprocidad: siempre que un hombre se encuentra con otro, se intercambian hojas en señal de respeto».

Aproximadamente el 40% de las drogas farmacéuticas occidentales proceden de plantas que llevan siendo utilizadas siglos por pueblos indígenas, lo cual no se limita a los psicodélicos, sino también a medicamentos básicos como la aspirina o el fármaco para la quimioterapia Taxol.

-¿Cree que cambiará la forma de ejercer la Medicina? ¿Qué ya no vale con tomar una pastilla tres veces al día sino que hará falta un acompañamiento tipo chamán?

-Es complicado coger una práctica que tiene milenios, sacarla de un entorno y trasplantarla a un contexto occidental moderno, donde tenemos ideas muy fijas sobre el tratamiento psiquiátrico, y lo que es la relación entre un médico y un paciente. Muchos de los paradigmas de investigación de los últimos 20 años han tenido una noción muy simplista. Tomamos un poco de algo que está ligado a una cultura y lo pegamos en nuestro modelo médico. Hay que ser humilde sobre lo que es posible dándole a alguien una pastilla cuando el resto de su entorno sigue siendo occidental. Aunque haya tenido una experiencia increíble durante cuatro horas, ¿eso va a cambiar su perspectiva a largo plazo? ¿Estamos tratando con algo que tiene que ver sólo con la neurofisiología, o con algo que tiene que ver con la naturaleza de nuestra existencia?

Sin embargo, al final del libro, Mitchell echa un jarro de agua fría sobre el futuro de la Medicina Psiquiátrica: «Nunca he conocido a un médico que considere los trastornos mentales como problemas que deban ser resueltos. Nuestra salud mental, igual que la física, es irreparable a largo plazo, del mismo modo que nuestro sufrimiento es inevitable, y cuanto más creamos en su evitabilidad, más patologizaremos nuestro fracaso».

-No parece muy optimista.

-Tal vez haya algo de escepticismo británico en la frase. Pero gran parte del discurso a favor de los psicodélicos es que resolverá los problemas de la humanidad, y la humanidad no es un problema que haya que resolver. Hay mucho discurso utópico, como si pudieran erradicar todos los problemas y descubrirnos quiénes somos. Pero ser un humano es tener cierto grado de sufrimiento, aprender a tolerarlo y aprender a digerirlo. Es todo lo que quería decir con esa frase.

III

La alucinógena historia del LSD, de los calabozos nazis y los cuarteles de la CIA a la época hippie: "Vivimos un renacimiento psicodélico", en El Mundo, Josetxu L. Piñeiro,  19/11/2024:

El periodista alemán Normal Ohler retrata en su nuevo libro el amanecer de la era psicodélica tras el fin de la II Guerra Mundial en un viaje lisérgico que conecta la ciencia, la cultura de las drogas y su uso por parte de los gobiernos: "Nadie podía estar seguro de lo que había desayunado"

Unas Navidades, el inesperado regalo que recibió la madre con Alzheimer de Norman Ohler (Zweibrücken, Alemania, 1970) fue un misterioso sobrecito azul con la S de Superman. Dentro, su hijo había puesto LSD, el psicodélico más famoso. Ohler, como periodista y escritor, ya venía documentándose sobre este tipo de drogas y conocía un estudio que reportaba cierta mejoría en casos de demencia al suministrar microdosis del alucinógeno. Lo comentó con su padre y juntos decidieron colocar el compuesto entre los paquetitos del árbol navideño. No tenían nada que perder.

El propio Ohler comparte la anécdota en Un viaje alucinógeno. Los nazis, la CIA y las drogas psicodélicas (Crítica), un trepidante ensayo donde se adentra en los episodios más negros del siglo XX para explicar cómo el LSD descarriló de su propósito medicinal inicial para convertirse en una especie de sustancia maldita vinculada a los experimentos químicos más espeluznantes de la guerra mental, un subproducto de la que se luchaba con metralletas.

"En el libro trato de responder a la pregunta que me hizo mi padre, juez jubilado, cuando le enseñé el estudio sobre el LSD y el Alzheimer. Me dijo: '¿Por qué no puedo comprarlo en una farmacia si tan útil es?' Investigué y descubrí que, más allá de los riesgos que tiene para la salud, la sustancia era ilegal más bien por razones políticas e históricas", explica el autor por Zoom desde un Berlín que amanece bañado en aguanieve.

En su ensayo, el escritor alemán nos teletransporta al laboratorio de Sandoz, la farmacéutica suiza que sintetizó el LSD en 1938; a los truculentos calabozos nazis donde se testó como suero de la verdad durante la II Guerra Mundial; y, más adelante, a las oficinas más oscuras de la CIA durante la Guerra Fría. Como en una novela de espías, la fórmula fue pasando de mano en mano. Una belicosa carrera de relevos donde, al final, todos perdieron de vista el interés médico del producto.

"Encontré evidencias de que las SS usaron psicodélicos en el campo de concentración de Dachau con prisioneros", retoma el alemán para empezar desde el principio. "A partir de ahí, me planteé si el LSD también se habría usado y encontré un documento probatorio de que en 1943 la farmacéutica suiza Sandoz envió ergotamina, un precursor del LSD, a Richard Kuhn, el nazi que lideraba el desarrollo de armas bioquímicas para el Reich. Estaba claro que a él le interesó esta sustancia y que el compuesto apareció en Dachau".

Los médicos que se metieron de todo en el XIX: "Está bien que yo lo haga porque soy científico, pero usted no debería"

Mientras los nazis lo pervertían con sus atroces experimentos, Sandoz siguió ensayando con el LSD en Suiza para desarrollar un medicamento. Los conejillos de indias fueron sus propios empleados, quienes refirieron sentirse más que felices de su existencia tras aquellos primeros viajes psicodélicos de la historia. Aquel entusiasmo postizo prometía mucho: "Pensaron que el revolucionario fármaco sería de gran ayuda tras la guerra, en un escenario de trauma y depresión para millones de personas".

Pero el destino tenía planes bien distintos: "Cuando los americanos liberaron Dachau encontraron documentos nazis sobre los experimentos que las SS habían hecho con el LSD como suero de la verdad y pensaron que para ellos también sería interesante disponer de algo similar en la Guerra Fría, que concebían también como una guerra mental. Así que presionaron a Sandoz para que no lanzara el LSD al mercado".

Los agentes americanos no querían que la sustancia cayera en manos de los comunistas y en Sandoz temían que las represalias alcanzaran a otros productos, así que los suizos no se la jugaron. Ya saben: como las irrechazables ofertas de las películas de la mafia. En ese escenario de posguerra, los estadounidenses supieron adelantarse al resto de potencias para conseguir el valioso know how. De hecho, llegaron a contratar a Kuhn como asesor a sueldo. Sí, el nazi ario de los monstruosos experimentos en Dachau.

"Le entrevistaron en 1945 y él les puso sobre la pista del LSD, así que se anticiparon a los soviéticos", refiere el entrevistado. Los yanquis se hicieron con todo el kit: los expertos, la información top secret y el producto. Embarcaron el LSD hacia Estados Unidos y allí empezó el desmadre psicodélico a la americana. Primera estación del despendole: las oficinas de la CIA.

"La CIA tenía un programa de control mental, MK ULTRA, con un tipo llamado Sidney Gottlieb al frente que había requisado el LSD en Suiza. Al volver a casa, decidió probarlo para comprender cómo actuaba la sustancia y también se la proporcionó a sus colegas, quería que le reportaran qué habían sentido con vistas a usarla como arma. Pero, además, se la dio a otros agentes sin su consentimiento. Les echaba una gota en el café por la mañana y luego los observaba: quería testar los efectos pillándolos desprevenidos. Es la época loca donde en la sede de la CIA nadie podía estar seguro de lo que había tomado en el desayuno", desarrolla Ohler.

El desenfreno psicodélico enseguida permeó hacia otros escenarios de la sociedad americana. Siguiente parada: la universidad: "El primer test con ciudadanos de a pie tuvo lugar en Harvard, lo hizo un profesor llamado Beecher que era consejero de la CIA. Básicamente continuó en Harvard los test de las SS en Dachau".

"La CIA abrió la caja de Pandora, aunque no fuera su intención"

La investigación -y con ella el ácido de propiedades alucinógenas- se propagó después por los barrios de la contracultura: "Tenían dos pisos francos, uno en Nueva York y otro en San Francisco, con cámaras y micrófonos ocultos. Los agentes invitaban a gente de la calle y les daban LSD sin consultárselo para analizar los efectos. También contrataban prostitutas para ese cometido. Todos estos anéticos experimentos se hicieron a principios de los 50".

¿Y cómo llegó la droga hasta los hippies? Como resultado de todo la anterior. Ohler pone un ejemplo: "Al escritor Ken Kesey la CIA le pagó 75 dólares por probar el LSD y... le resultó maravilloso. Publicó Alguien voló sobre el nido del cuco y, con el dinero ganado, compró un autobús, lo pintó de colorines y recorrió el país distribuyendo el psicotrópico. La CIA abrió la caja de Pandora, aunque no fuera su intención. Por eso dijo John Lennon que todo había que agradecérselo a la CIA y al ejército americano'".

Aquel tremendo jaleo fue la antesala de la ilegalización. Entre finales de los años 60 y principios de los 70, Lyndon B. Johnson y Richard Nixon metieron los psicodélicos en el mismo saco que otras drogas y lo enterraron con cadenas. Al LSD se le castigó con las prohibiciones más duras.

-¿Qué perdimos con aquellas decisiones?

- La oportunidad de investigar si el LSD es una buena opción ante la demencia y la depresión. Perdimos décadas preciosas: si se hubieran aprovechado quizá ya tendríamos un medicamento para el Alzheimer. Y la demencia es la pandemia del futuro, en realidad ya lo es, como en el caso de mi madre... Es un escándalo, necesitamos cambiar las políticas inmediatamente para que los científicos puedan investigar cómo usar el LSD y otras medicinas psicodélicas en salud mental.

Ohler también percibe brotes verdes: "En 2015, en la Universidad Johns Hopkins descubrieron que la psilocibina -un alcaloide de las setas mágicas primo hermano del LSD- era efectivo en casos de depresión severa. Antes de eso, estudiar los psicodélicos podría haber acabado con la carrera de un investigador. Pero, tras aquella publicación, se ha puesto de moda hacerlo. Vivimos un renacimiento psicodélico hacia el que miran ya muchas compañías".

-¿Qué notaron tras dar LSD a su madre?

-Mi padre y yo vemos que es muy bueno para ella tomarlo, aunque no podemos generalizar: quizá sea coincidencia y solo a ella le provoque esta reacción positiva. Notamos que es más consciente de lo que sucede a su alrededor y que habla con más fluidez, para su cerebro es como hacer yoga. Se pone de buen humor y empieza a cantar. Cuando no lo toma, está más retraída, ligeramente deprimida. Mi padre lo vio como un milagro.

Sigue lloviznando por su ventana cuando Ohler aclara que no se trata de un apologeta de las drogas: "Quiero aclarar que nadie debería recurrir al LSD sin comprenderlo. También, recordar que es ilegal y que no animo a nadie a hacer algo que pueda tener consecuencias como la cárcel. De hecho, la policía investigó a mi padre tras la publicación del libro, pero llegaron a la conclusión de que no hacía nada malo y abandonaron sus pesquisas. Es algo arriesgado, incluso desesperado. Pero como no hay otra alternativa, mi padre decidió correr el riesgo".

¿Hizo bien? ¿Hizo mal? Juzguen ustedes. Pero dentro de aquel sobrecito azul con la S de Superman había más de una sonrisa. Para el señor y la señora Ohler, y para Norman, su hijo.

jueves, 23 de abril de 2020

Clara, contra las drogas

Clara

(Joan Baptista Humet)

Clara (1980)

Versión de Joan Baptista Humet

Clara,
distinta Clara,
extraña entre su gente, mirada ausente,
Clara,
a la deriva
no tuvo suerte al elegir la puerta de salida.
Clara,
abandonada
en brazos de otra soledad...
esperando hacer amigos por la nieve
al abrigo de otra lucidez
descubriendo mundos donde nunca llueve,
escapando una y otra vez,
achicando penas
para navegar...
Estrellas negras vieron por sus venas
y nadie quiso preguntar.

Clara,
se vio atrapada,
abandonó el trabajo
se vino abajo.
Clara,
languidecía
perdida en un camino de ansiedades y ambrosías.
Clara
no dijo nada
y un día desapareció...
Recorriendo aceras dicen que la vieron
ajustando el paso a los demás
intentando cualquier cosa por dinero
para hincarse fuego una vez más.
Esa madrugada
Clara naufragó.
Tenía el mar del miedo en la mirada,
las ropas empapadas
y el suelo por almohada...
y lentamente amaneció...

sábado, 7 de octubre de 2017

Método comprobado y que funciona para acabar con el botellón y las drogas

Emma Young, "Islandia sabe cómo acabar con las drogas entre adolescentes, pero el resto del mundo no escucha", en El País, 7 de octubre de 2017:

En los últimos 20 años, Islandia ha reducido radicalmente el consumo de tabaco, drogas y bebidas alcohólicas entre los jóvenes. ¿Cómo lo ha conseguido y por qué otros países no siguen su ejemplo?

Falta poco para las tres de una soleada tarde de viernes, y el parque Laugardalur, cerca del centro de Reikiavik, se encuentra prácticamente desierto. Pasa algún que otro adulto empujando un carrito de bebé, pero si los jardines están rodeados de bloques de pisos y casas unifamiliares, y los críos ya han salido del colegio, ¿dónde están los niños?

En mi paseo me acompañan Gudberg Jónsson, un psicólogo islandés, y Harvey Milkman, catedrático de Psicología estadounidense que da clases en la Universidad de Reikiavik durante una parte del curso. Hace 20 años, cuenta Gudberg, los adolescentes islandeses eran de los más bebedores de Europa. “El viernes por la noche no podías caminar por las calles del centro de Reikiavik porque no te sentías seguro”, añade Milkman. “Había una multitud de adolescentes emborrachándose a la vista de todos”.

Nos acercamos a un gran edificio. “Y aquí tenemos la pista de patinaje cubierta”, dice Gudberg.

Hace un par de minutos hemos pasado por dos salas dedicadas al bádminton y al pimpón. En el parque hay también una pista de atletismo, una piscina con calefacción geotérmica y, por fin, un grupo de niños a la vista jugando con entusiasmo al fútbol en un campo artificial.

Actualmente, Islandia ocupa el primer puesto de la clasificación europea en cuanto a adolescentes con un estilo de vida saludable

En este momento no hay jóvenes pasando la tarde en el parque, explica Gudberg, porque se encuentran en las instalaciones asistiendo a clases extraescolares o en clubs de música, danza o arte. También puede ser que hayan salido con sus padres.

Actualmente, Islandia ocupa el primer puesto de la clasificación europea en cuanto a adolescentes con un estilo de vida saludable. El porcentaje de chicos de entre 15 y 16 años que habían cogido una borrachera el mes anterior se desplomó del 42% en 1998 al 5% en 2016. El porcentaje de los que habían consumido cannabis alguna vez ha pasado del 17 al 7%, y el de fumadores diarios de cigarrillos ha caído del 23% a tan solo el 3%.

El país ha conseguido cambiar la tendencia por una vía al mismo tiempo radical y empírica, pero se ha basado en gran medida en lo que se podría denominar “sentido común forzoso”. “Es el estudio más extraordinariamente intenso y profundo sobre el estrés en la vida de los adolescentes que he visto nunca”, elogia Milkman. “Estoy muy impresionado de lo bien que funciona”.

Si se adoptase en otros países, sostiene, el modelo islandés podría ser beneficioso para el bienestar psicológico y físico general de millones de jóvenes, por no hablar de las arcas de los organismos sanitarios o de la sociedad en su conjunto. Un argumento nada desdeñable.

“Estuve en el ojo del huracán de la revolución de las drogas”, cuenta Milkman mientras tomamos un té en su apartamento de Reikiavik. A principios de la década de 1970, cuando trabajaba como residente en el Hospital Psiquiátrico Bellevue de Nueva York, “el LSD ya estaba de moda, y mucha gente fumaba marihuana. Había un gran interés en por qué la gente tomaba determinadas drogas”.

La tesis doctoral de Milkman concluía que las personas elegían la heroína o las anfetaminas dependiendo de cómo quisiesen lidiar con el estrés. Los consumidores de heroína preferían insensibilizarse, mientras que los que tomaban anfetaminas preferían enfrentarse a él activamente. Cuando su trabajo se publicó, Milkman entró a formar parte de un grupo de investigadores reclutados por el Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos para que respondiesen a preguntas como por qué empieza la gente a consumir drogas, por qué sigue haciéndolo, cuándo alcanza el umbral del abuso, cuándo deja de consumirlas y cuándo recae.

“Cualquier chaval de la facultad podría responder a la pregunta de por qué se empieza, y es que las drogas son fáciles de conseguir y a los jóvenes les gusta el riesgo. También está el aislamiento, y quizá algo de depresión”, señala. “Pero, ¿por qué siguen consumiendo? Así que pasé a la pregunta sobre el umbral del abuso y se hizo la luz. Entonces viví mi propia versión del “¡eureka!”. Los chicos podían estar al borde de la adicción incluso antes de tomar la droga, porque la adicción estaba en la manera en que se enfrentaban a sus problemas”.

“¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente se coloque con la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de las drogas?”

En la Universidad Estatal Metropolitana de Denver, Milkman fue fundamental para el desarrollo de la idea de que el origen de las adicciones estaba en la química cerebral. Los menores “combativos” buscaban “subidones”, y podían obtenerlos robando tapacubos, radios, y más adelante, coches, o mediante las drogas estimulantes. Por supuesto, el alcohol también altera la química cerebral. Es un sedante, pero lo primero que seda es el control del cerebro, lo cual puede suprimir las inhibiciones y, a dosis limitadas, reducir la ansiedad.

“La gente puede volverse adicta a la bebida, a los coches, al dinero, al sexo, a las calorías, a la cocaína… a cualquier cosa”, asegura Milkman. “La idea de la adicción comportamental se convirtió en nuestro distintivo”.

De esta idea nació otra. “¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente se coloque con la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de las drogas?”

En 1992, su equipo de Denver había obtenido una subvención de 1,2 millones de dólares del Gobierno para crear el Proyecto Autodescubrimiento, que ofrecía a los adolescentes maneras naturales de embriagarse alternativas a los estupefacientes y el delito. Solicitaron a los profesores, así como a las enfermeras y los terapeutas de los centros escolares, que les enviasen alumnos, e incluyeron en el estudio a niños de 14 años que no pensaban que necesitasen tratamiento, pero que tenían problemas con las drogas o con delitos menores.

“No les dijimos que venían a una terapia, sino que les íbamos a enseñar algo que quisiesen aprender: música, danza, hip hop, arte o artes marciales”. La idea era que las diferentes clases pudiesen provocar una serie de alteraciones en su química cerebral y les proporcionasen lo que necesitaban para enfrentarse mejor a la vida. Mientras que algunos quizá deseasen una experiencia que les ayudase a reducir la ansiedad, otros podían estar en busca de emociones fuertes.

Al mismo tiempo, los participantes recibieron formación en capacidades para la vida, centrada en mejorar sus ideas sobre sí mismos y sobre su existencia, y su manera de interactuar con los demás. “El principio básico era que la educación sobre las drogas no funciona porque nadie le hace caso. Necesitamos capacidades básicas para llevar a la práctica esa información”, afirma Milkman. Les dijeron a los niños que el programa duraría tres meses. Algunos se quedaron cinco años.

En 1991, Milkman fue invitado a Islandia para hablar de su trabajo, de sus descubrimientos y de sus ideas. Se convirtió en asesor del primer centro residencial de tratamiento de drogadicciones para adolescentes del país, situado en la ciudad de Tindar. “Se diseñó a partir de la idea de ofrecer a los chicos cosas mejores que hacer”, explica. Allí conoció a Gudberg, que por entonces estudiaba Psicología y trabajaba como voluntario. Desde entonces son íntimos amigos.

Al principio, Milkman viajaba con regularidad a Islandia y daba conferencias. Estas charlas y el centro de Tindar atrajeron la atención de una joven investigadora de la Universidad de Islandia llamada Inga Dóra Sigfúsdóttir. La científica se preguntaba qué pasaría si se pudiesen utilizar alternativas sanas a las drogas y el alcohol dentro de un programa que no estuviese dirigido a tratar a niños con problemas, sino, sobre todo, a conseguir que los jóvenes dejasen de beber o de consumir drogas.

¿Has probado el alcohol alguna vez? Si es así, ¿cuándo fue la última vez que bebiste? ¿Te has emborrachado en alguna ocasión? ¿Has probado el tabaco? Si lo has hecho, ¿cuánto fumas? ¿Cuánto tiempo pasas con tus padres? ¿Tienes una relación estrecha con ellos? ¿En qué clase de actividades participas?

En 1992, los chicos y chicas de 14, 15 y 16 años de todos los centros de enseñanza de Islandia rellenaron un cuestionario con esta clase de preguntas. El proceso se repitió en 1995 y 1997.

Los resultados de la encuesta fueron alarmantes. A escala nacional, casi el 25% fumaba a diario, y más del 40% se había emborrachado el mes anterior. Pero cuando el equipo buceó a fondo en los datos, identificó con precisión qué centros tenían más problemas y cuáles menos. Su análisis puso de manifiesto claras diferencias entre las vidas de los niños que bebían, fumaban y consumían otras drogas, y las de los que no lo hacían. También reveló que había unos cuantos factores con un efecto decididamente protector: la participación, tres o cuatro veces a la semana, en actividades organizadas –en particular, deportivas–; el tiempo que pasaban con sus padres entre semana; la sensación de que en el instituto se preocupaban por ellos, y no salir por la noche.

“En aquella época había habido toda clase de iniciativas y programas para la prevención del consumo de drogas”, cuenta Inga Dóra, que fue investigadora ayudante en las encuestas. “La mayoría se basaban en la educación”. Se alertaba a los chicos de los peligros de la bebida y las drogas, pero, como Milkman había observado en Estados Unidos, los programas no daban resultado. “Queríamos proponer un enfoque diferente”.

El alcalde de Reikiavik también estaba interesado en probar algo nuevo, y muchos padres compartían su interés, añade Jón Sigfússon, compañero y hermano de Inga Dóra. Por aquel entonces, las hijas de Jón eran pequeñas, y él entró a formar parte del nuevo Centro Islandés de Investigación y Análisis social de Sigfúsdóttir en 1999, año de su fundación. “Las cosas estaban mal”, recuerda. “Era evidente que había que hacer algo”.

Utilizando los datos de la encuesta y los conocimientos fruto de diversos estudios, entre ellos el de Milkman, se introdujo poco a poco un nuevo plan nacional. Recibió el nombre de Juventud en Islandia.

Las leyes cambiaron. Se penalizó la compra de tabaco por menores de 18 años y la de alcohol por menores de 20, y se prohibió la publicidad de ambas sustancias. Se reforzaron los vínculos entre los padres y los centros de enseñanza mediante organizaciones de madres y padres que se debían crear por ley en todos los centros junto con consejos escolares con representación de los padres. Se instó a estos últimos a asistir a las charlas sobre la importancia de pasar mucho tiempo con sus hijos en lugar de dedicarles “tiempo de calidad” esporádicamente, así como a hablar con ellos de sus vidas, conocer a sus amistades, y a que se quedasen en casa por la noche.

Asimismo, se aprobó una ley que prohibía que los adolescentes de entre 13 y 16 años saliesen más tarde de las 10 en invierno y de medianoche en verano. La norma sigue vigente en la actualidad.

Casa y Escuela, el organismo nacional que agrupa a las organizaciones de madres y padres, estableció acuerdos que los padres tenían que firmar. El contenido varía dependiendo del grupo de edad, y cada organización puede decidir qué quiere incluir en ellos. Para los chicos de 13 años en adelante, los padres pueden comprometerse a cumplir todas las recomendaciones y, por ejemplo, a no permitir que sus hijos celebren fiestas sin supervisión, a no comprar bebidas alcohólicas a los menores de edad, y a estar atentos al bienestar de sus hijos.

Estos acuerdos sensibilizan a los padres, pero también ayudan a reforzar su autoridad en casa, sostiene Hrefna Sigurjónsdóttir, directora de Casa y Escuela. “Así les resulta más difícil utilizar la vieja excusa de que a los demás les dejan hacerlo”.

Se aumentó la financiación estatal de los clubs deportivos, musicales, artísticos, de danza y de otras actividades organizadas con el fin de ofrecer a los chicos otras maneras de sentirse parte de un grupo y de encontrarse a gusto que no fuesen consumiendo alcohol y drogas, y los hijos de familias con menos ingresos recibieron ayuda para participar en ellas. Por ejemplo, en Reikiavik, donde vive una tercera parte de la población del país, una Tarjeta de Ocio facilita 35.000 coronas (250 libras esterlinas) anuales por hijo para pagar las actividades recreativas.

“No les dijimos que venían a una terapia, sino que les íbamos a enseñar algo que quisiesen aprender: música, danza, hip hop, arte o artes marciales”

Un factor decisivo es que las encuestas han continuado. Cada año, casi todos los niños islandeses las rellenan. Esto significa que siempre se dispone de datos actualizados y fiables.

Entre 1997 y 2012, el porcentaje de adolescentes de 15 y 16 años que declaraban que los fines de semana pasaban tiempo con sus padres a menudo o casi siempre se duplicó ­–pasó del 23 al 46%–, y el de los que participaban en actividades deportivas organizadas al menos cuatro veces por semana subió del 24 al 42%. Al mismo tiempo, el consumo de cigarrillos, bebidas alcohólicas y cannabis en ese mismo grupo de edad cayó en picado.

“Aunque no podemos presentarlo como una relación causal –lo cual es un buen ejemplo de por qué a veces es difícil vender a los científicos los métodos de prevención primaria– la tendencia es muy clara”, observa Kristjánsson, que trabajó con los datos y actualmente forma parte de la Escuela Universitaria de Salud Pública de Virginia Occidental, en Estados Unidos. Los factores de protección han aumentado y los de riesgo han disminuido, y también el consumo de estupefacientes. Además, en Islandia lo han hecho de manera más coherente que en ningún otro país de Europa”.

El caso europeo

Jón Sigfússon se disculpa por llegar un par de minutos tarde. “Estaba con una llamada de crisis”. Prefiere no precisar dónde, pero era una de las ciudades repartidas por todo el mundo que han adoptado parcialmente las ideas de Juventud en Islandia.

Juventud en Europa, dirigida por Jón, nació en 2006 tras la presentación de los ya entonces extraordinarios datos de Islandia a una de las reuniones de Ciudades Europeas contra las Drogas, y, recuerda Sigfússon, “la gente nos preguntaba cómo lo conseguíamos”.

La participación en Juventud en Europa se hace a iniciativa de los Gobiernos nacionales, sino que corresponde a las instancias municipales. El primer año acudieron ocho municipios. A día de hoy participan 35 de 17 países, y comprenden desde zonas en las que interviene tan solo un puñado de escuelas, hasta Tarragona, en España, donde hay 4.200 adolescentes de 15 años involucrados. El método es siempre igual. Jón y su equipo hablan con las autoridades locales y diseñan un cuestionario con las mismas preguntas fundamentales que se utilizan en Islandia más unas cuantas adaptadas al sitio concreto. Por ejemplo, últimamente en algunos lugares se ha presentado un grave problema con las apuestas por Internet, y las autoridades locales quieren saber si está relacionado con otros comportamientos de riesgo.

A los dos meses de que el cuestionario se devuelva a Islandia, el equipo ya manda un informe preliminar con los resultados, además de información comparándolos con los de otras zonas participantes. “Siempre decimos que, igual que la verdura, la información tiene que ser fresca”, bromea Jón. “Si le entregas los resultados al cabo de un año, la gente te dirá que ha pasado mucho tiempo y que puede que las cosas hayan cambiado”. Además, tiene que ser local para que los centros de enseñanza, los padres y las autoridades puedan saber con exactitud qué problemas existen en qué zonas.

El equipo ha analizado 99.000 cuestionarios de sitios tan alejados entre sí como las islas Feroe, Malta y Rumanía, así como Corea del Sur y, muy recientemente, Nairobi y Guinea-Bissau. En líneas generales, los resultados muestran que, en lo que se refiere al consumo de sustancias tóxicas entre los adolescentes, los mismos factores de protección y de riesgo identificados en Islandia son válidos en todas partes. Hay algunas diferencias. En un lugar (un país “del Báltico”), la participación en deportes organizados resultó ser un factor de riesgo. Una investigación más profunda reveló que la causa era que los clubs estaba dirigidos por jóvenes exmilitares aficionados a las sustancias para aumentar la musculatura, así como a beber y a fumar. En este caso, pues, se trataba de un problema concreto, inmediato y local que había que resolver.

Aunque Jón y su equipo ofrecen asesoramiento e información sobre las iniciativas que han dado buenos resultados en Islandia, es cada comunidad la que decide qué hacer a la luz de sus resultados. A veces no hacen nada. Un país predominantemente musulmán, que el investigador prefiere no identificar, rechazó los datos porque revelaban un desagradable nivel de consumo de alcohol. En otras ciudades –como en la que dio lugar a la “llamada de crisis” de Jón– están abiertos a los datos y tienen dinero, pero Sigfússon ha observado que puede ser mucho más difícil asegurarse y mantener la financiación para las estrategias de prevención sanitaria que para los tratamientos.

Ningún otro país ha hecho cambios de tan amplio alcance como Islandia. A la pregunta de si alguno ha seguido el ejemplo de la legislación para impedir que los adolescentes salgan de noche, Jón sonríe: “Hasta Suecia se ríe y lo llama toque de queda infantil”.

A lo largo de los últimos 20 años, las tasas de consumo de alcohol y drogas entre los adolescentes han mejorado en términos generales, aunque en ningún sitio tan radicalmente como en Islandia, y las causas de los avances no siempre tienen que ver con las estrategias de fomento del bienestar de los jóvenes. En Reino Unido, por ejemplo, el hecho de que pasen más tiempo en casa relacionándose por Internet en vez de cara a cara podría ser uno de los principales motivos de la disminución del consumo de alcohol.

“Es el estudio más extraordinariamente intenso y profundo sobre el estrés en la vida de los adolescentes que he visto nunca”

Sin embargo, Kaunas, en Lituania, es un ejemplo de lo que se puede conseguir por medio de la intervención activa. Desde 2006, la ciudad ha distribuido los cuestionarios en cinco ocasiones, y las escuelas, los padres, las organizaciones sanitarias, las iglesias, la policía y los servicios sociales han aunado esfuerzos para intentar mejorar la calidad de vida de los chicos y frenar el consumo de sustancias tóxicas. Por ejemplo, los padres reciben entre ocho y nueve sesiones gratuitas de orientación parental al año, y un programa nuevo facilita financiación adicional a las instituciones públicas y a las ONG que trabajan en la mejora de la salud mental y la gestión del estrés. En 2015, la ciudad empezó a ofrecer actividades deportivas gratuitas los lunes, miércoles y viernes, y planea poner en marcha un servicio de transporte también gratuito para las familias con bajos ingresos con el fin de contribuir a que los niños que no viven cerca de las instalaciones puedan acudir.

Entre 2006 y 2014, el número de jóvenes de Kaunas de entre 15 y 16 años que declararon que se habían emborrachado en los 30 días anteriores descendió alrededor de una cuarta parte, y el de los que fumaban a diario lo hizo en más de un 30%.

Por ahora, la participación en Juventud en Europa no es sistemática, y el equipo de Islandia es pequeño. A Jón le gustaría que existiese un organismo centralizado con sus propios fondos específicos para centrarse en la expansión de la iniciativa. “Aunque llevemos 10 años dedicados a ello, no es nuestra ocupación principal a tiempo completo. Nos gustaría que alguien lo imitase y lo mantuviese en toda Europa”, afirma. “¿Y por qué quedarnos en Europa?”

El valor del deporte

Después de nuestro paseo por el parque Laugardalur, Gudberg Jónsson nos invita a volver a su casa. Fuera, en el jardín, sus dos hijos mayores –Jón Konrád, de 21 años, y Birgir Ísar, de 15–, me hablan del alcohol y el tabaco. Jón bebe alcohol, pero Birigr dice que no conoce a nadie en su instituto que bebe ni fume. También hablamos de los entrenamientos de fútbol. Birgir se entrena cinco o seis veces por semana; Jón, que estudia el primer curso de un grado en administración de empresas en la Universidad de Islandia, practica cinco veces. Los dos empezaron a jugar al fútbol como actividad extraescolar cuando tenían seis años.

“Tenemos muchos instrumentos en casa”, me cuenta luego su padre. “Hemos intentado que se aficionen a la música. Antes teníamos un caballo. A mi mujer le encanta montar, pero no funcionó. Al final eligieron el fútbol”.

¿Alguna vez les pareció que era demasiado? ¿Hubo que presionarlos para que entrenasen cuando habrían preferido hacer otra cosa? “No, nos divertía jugar al fútbol”, responde Birgir. Jón añade: “Lo probamos y nos acostumbramos, así que seguimos haciéndolo”.

Y esto no es lo único. Si bien Gudberg y su mujer Thórunn no planifican conscientemente un determinado número de horas semanales con sus tres hijos, intentan llevarlos con regularidad al cine, al teatro, a un restaurante, a hacer senderismo, a pescar y, cada septiembre, cuando en Islandia las ovejas bajan de las tierras altas, hasta a excursiones de pastoreo en familia.

Puede que Jón y Birgir sean más aficionados al fútbol de lo normal, y también que tengan más talento (a Jón le han ofrecido una beca de fútbol para la Universidad Metropolitana del Estado de Denver, y pocas semanas después de nuestro encuentro, eligieron a Birgir para jugar en la selección nacional sub-17), pero, ¿podría ser que un aumento significativo del porcentaje de chavales que participan en actividades deportivas organizadas cuatro veces por semana o más tuviese otras ventajas, además de que los chicos crezcan más sanos?

¿Puede que tenga que ver, por ejemplo, con la aplastante derrota de Inglaterra por parte de Islandia en la Eurocopa de 2016? Cuando le preguntamos, Inga Dóra Sigfúsdóttir, que fue votada Mujer del Año de Islandia 2016, responde con una sonrisa: “También están los éxitos en la música, como Of Monsters and Men [un grupo independiente de folk-pop de Reikiavik]. Son gente joven a la se ha animado a hacer actividades organizadas. Algunas personas me han dado las gracias”, reconoce con un guiño.

En los demás países, las ciudades que se han unido a Juventud en Europa informan de otros resultados beneficiosos. Por ejemplo, en Bucarest, la tasa de suicidios de adolescentes ha descendido junto con el consumo de drogas y alcohol. En Kaunas, el número de menores que cometen delitos se redujo en un tercio entre 2014 y 2015.

Como señala Inga Dóra, “los estudios nos enseñaron que teníamos que crear unas circunstancias en las cuales los menores de edad pudiesen llevar una vida saludable y no necesitasen consumir drogas porque la vida es divertida, los chicos tienen muchas cosas que hacer y cuentan con el apoyo de unos padres que pasan tiempo con ellos”.

En definitiva, los mensajes –aunque no necesariamente los métodos– son sencillos. Y cuando ve los resultados, Harvey Milkman piensa en Estados Unidos, su país. ¿Funcionaría allí también el modelo Juventud en Islandia?

¿Y Estados Unidos?

Trescientos veinticinco millones de habitantes frente a 330.000. Treinta y tres mil bandas en vez de prácticamente ninguna. Alrededor de 1,3 millones de jóvenes sin techo frente a un puñado.

Está claro que en Estados Unidos hay dificultades que en Islandia no existen, pero los datos de otras partes de Europa, incluidas ciudades como Bucarest, con graves problemas sociales y una pobreza relativa, muestran que el modelo islandés puede funcionar en culturas muy diferentes, sostiene Milkman. Y en Estados Unidos se necesita con urgencia. El consumo de alcohol en menores de edad representa el 11% del total consumido en el país, y los excesos con el alcohol provocan más de 4.300 muertes anuales entre los menores de 21 años.

Sin embargo, es difícil que en el país se ponga en marcha un programa nacional en la línea de Juventud en Islandia. Uno de los principales obstáculos es que, mientras que en este último existe un compromiso a largo plazo con el proyecto nacional, en Estados Unidos los programas de salud comunitarios suelen financiarse con subvenciones de corta duración.

Milkman ha aprendido por propia experiencia que aun cuando reciben el reconocimiento general, los mejores programas para jóvenes no siempre se amplían, o como mínimo, se mantienen. “Con el Proyecto Autodescubrimiento parecía que teníamos el mejor programa del mundo”, recuerda. “Me invitaron dos veces a la Casa Blanca; el proyecto ganó premios nacionales. Pensaba que lo reproducirían en todos los pueblos y ciudades, pero no fue así”.

Cree que la razón es que no se puede recetar un modelo genérico a todas las comunidades porque no todas tienen los mismos recursos. Cualquier iniciativa dirigida a dar a los adolescentes estadounidenses las mismas oportunidades de participar en la clase de actividades habituales en Islandia y ayudarlos así a apartarse del alcohol y otras drogas, tendrá que basarse en lo que ya existe. “Dependes de los recursos de la comunidad”, reconoce.

Su compañero Álfgeir Kristjánsson está introduciendo las ideas islandesas en Virginia Occidental. Algunos colegios e institutos del estado ya están repartiendo encuestas a los alumnos, y un coordinador comunitario ayudará a informar de los resultados a los padres y a cualquiera que pueda emplearlos para ayudar a los chicos. No obstante, admite que probablemente será difícil obtener los mismos resultados que en Islandia.

Se reforzaron los vínculos entre los padres y los centros de enseñanza mediante organizaciones de madres y padres que se debían crear por ley en todos los centros junto con consejos escolares con representación de los padres. Se instó a estos últimos a asistir a las charlas sobre la importancia de pasar mucho tiempo con sus hijos en lugar de dedicarles “tiempo de calidad” esporádicamente

La visión a corto plazo también es un obstáculo para la eficacia de las estrategias de prevención en Reino Unido, advierte Michael O’Toole, director ejecutivo de Mentor, una organización sin ánimo de lucro dedicada a reducir el consumo de drogas y alcohol entre los niños y los jóvenes. Aquí tampoco existe un programa de prevención del alcoholismo y la toxicomanía coordinado a escala nacional. En general, el asunto se deja en manos de las autoridades locales o de los centros de enseñanza, lo cual suele suponer que a los chicos solamente se les da información sobre los peligros de las drogas y el alcohol, una estrategia que O’Toole coincide en reconocer que está demostrado que no funciona.

El director de Mentor es un firme defensor del protagonismo que el modelo islandés concede a la cooperación entre los padres, las escuelas y la comunidad para ayudar a dar apoyo a los adolescentes, y a la implicación de los padres o los tutores en la vida de los jóvenes. Mejorar la atención podría ser de ayuda en muchos sentidos, insiste. Incluso cuando se trata solamente del alcohol y el tabaco, abundan los datos que demuestran que, cuanto mayor sea el niño cuando empiece a beber o a fumar, mejor será su salud a lo largo de su vida.

Pero en Reino Unido no todas las estrategias son aceptables. Los “toques de queda” infantiles es una de ellas, y las rondas de los padres por la vecindad para identificar a chavales que no cumplen las normas, seguramente otra. Asimismo, una prueba experimental llevada a cabo en Brighton por Mentor, que incluía invitar a los padres a asistir a talleres en los colegios, descubrió que era difícil lograr que participasen.

El recelo de la gente y la renuencia a comprometerse serán dificultades allá donde se proponga el método islandés, opina Milkman, y dan de lleno en la cuestión del reparto de la responsabilidad entre los Estados y los ciudadanos. “¿Cuánto control quieres que tenga el Gobierno sobre lo que pasa con tus hijos? ¿Es excesivo que se inmiscuya en cómo vive la gente?”

En Islandia, la relación entre la ciudadanía y el Estado ha permitido que un eficaz programa nacional reduzca las tasas de abuso del tabaco y el alcohol entre los adolescentes y, de paso, ha unido más a las familias y ha contribuido a que los jóvenes sean más sanos en todos los sentidos. ¿Es que ningún otro país va a decidir que estos beneficios bien merecen sus costes?

Este artículo fue publicado originalmente en inglés por Mosaic Science

Autora: Emma Young

Editor: Michael Regnier

Verificación de hechos: Lowri Daniels

Corrector: Tom Freeman

Fotografía: Dave Imms

Director de arte: Charlie Hall