sábado, 3 de octubre de 2009

El ridículo levantamiento separatista catalán de 1934

Buscando por ahí episodios esperpénticos de la historia española, me encontré con el curioso caso de Dencás y Badía, patriotas e independentistas catalanes convertidos en furibundos españolistas más por el sonido que por la fuerza de unos cañonazos sin pólvora disparados en 1934. Quien lo cuenta de forma más castiza es La Ilustración Liberal:

Aunque el de 1934 se trata de un alzamiento doble y en paralelo, para la independencia en Cataluña y para la revolución social en Asturias, el Gobierno procedió como si se tratara de uno solo. Aunque preparado y dotado de propaganda, insurgencias y armamento desde bastante tiempo atrás, hubo vacilaciones de última hora que incidieron negativamente en los propósitos de los alzados. En la noche del 4 de octubre todavía muchas delegaciones socialistas carecían de las instrucciones precisas para acometer los objetivos inmediatos. Sin embargo, eludiendo la descoordinación y obviando las indecisiones, la llegada a Mieres de Teodomiro Menéndez aquella misma tarde desencadenó la acción. Fue Lluís Companys, el 5 de octubre, quien se adelantó a la supuesta maniobra conjunta con los socialistas, proclamando la República independiente de Cataluña; admitiendo, por si acaso el resultado no era por completo el apetecido, la posibilidad de negociar posteriormente un acuerdo federal con otras repúblicas ibéricas entre las que incluía Portugal. Azaña estaba en Barcelona, instalado en el hotel Colón, tratando de evitar con sus gestiones no precisamente el alzamiento contra el Gobierno, que le convenía y avalaba, sino la ruptura, la secesión, lo que fue interpretado como apoyo a los nacionalistas-separatistas.

La insurrección de Cataluña, organizada y promovida enteramente por las propias autoridades catalanas, tuvo más de ópera bufa que de verdadera revolución, aunque ocasionó víctimas y amenazaba con graves consecuencias políticas de no haber actuado el Gobierno Lerroux con rapidez y firmeza. Desde el primer instante del nuevo régimen, abril de 1931, los separatistas de Esquerra Republicana andaban buscándole las cosquillas a la República. Así, en la madrugada del 6 al 7 de octubre de este 1934 dieron su propio golpe de Estado para declararse independientes, repitiendo el envite de Maciá del cercano en el tiempo y la memoria 14 de abril de 1931.

Aproximadamente a las ocho de la tarde el presidente Companys apareció en el balcón principal del palacio de la Generalidad proclamando, según la fórmula impuesta por Azaña en negociaciones a distancia de calles y contrarreloj, el Estado Catalán dentro de la República Federal Española. El gobierno español reaccionó según la exigencia con prontitud, ordenando al general Domingo Batet, jefe de la IV División Orgánica de Cataluña, antes Capitanía General, que proclamase el estado de guerra y procediera de inmediato a reducir la rebelión. Sobre las diez de la noche llegaron a la plaza de la República (plaza de San Jaime) dos piezas del 1.º Regimiento de Artillería de Montaña, al mando del comandante Fernández Unzúe. Más tarde se unieron a las fuerzas del Ejército una compañía de Infantería y otra de ametralladoras del 10.º Regimiento. Enrique Pérez Farrás, también comandante de Artillería, nombrado por el Gobierno central jefe de los Mozos de Escuadra, salió a parlamentar con Unzúe, pero en lugar de atender los requerimientos de este último, Pérez Farrás mandó hacer fuego contra las tropas gubernamentales, hiriendo mortalmente al comandante Suárez y a un soldado, y dejando heridos a un capitán y seis soldados. Los agresores se retiraron al interior de la Generalidad donde se atrincheraron.

Los comandos o partidas (escamots) miles según la propaganda política difundida ampliamente por los promotores que había dispuesto el médico Josep Dencás, consejero de Gobernación del gobierno catalán, a las órdenes de Miquel Badía, comisario de Orden Público, en cuanto oyeron los cañonazos, emplazadas las piezas frente a la Generalidad y las ráfagas de ametralladoras, situadas en algunas azoteas próximas, no esperaron a "morir como héroes" según la versión enfática recogida anteriormente por los medios de comunicación afectos al alzamiento y emprendieron la desbandada sin ofrecer apenas resistencia. La batería disparó dieciséis cañonazos a lo largo de toda la noche, pero once de los proyectiles estaban vacíos o no llevaban espoleta, por lo que no podían estallar. En definitiva, se trataba más de hacer ruido, de un artificio o simulacro para asustar al enemigo, que de fuego real. La pirotecnia bastó para someter a los amotinados. Cerca de las seis de la madrugada, después de diez horas de "flamante" Estado catalán, Companys radiaba el mensaje de la rendición; él y sus colaboradores fueron detenidos y encarcelados.

Más grotesca aún fue la actuación del "Estado mayor del Ejército catalán" instalado en la consejería de la Gobernación, antigua sede del Gobierno Civil. Estaba integrado por el consejero, Dencás; el comisario general de Orden Público, Badía; el capitán de Artillería y piloto de la Aeronáutica Militar, Arturo Menéndez, director general de Seguridad en tiempos de Azaña y en aquellas fechas oficial de los Guardias de Asalto a las órdenes del teniente coronel Ricart; el comandante también artillero, Jesús Pérez Salas, comisario general de Somatenes de Cataluña y Jefe Superior de Policía de Barcelona, cargos ambos de designación por el Gobierno central; José María España y el paisano Daniel Domingo Montserrat, miembro del BOC (Bloque Obrero y Campesino) pasado al esquerrismo (ERC). Dencás y Badía se habían vestido al estilo militar, más que como parodia para solemnizar tan magna ocasión por interpretar con atavío acorde el papel de altos estrategas. Al conocer el anuncio radiado de Companys proclamando la independencia lo celebraron con festín y alborozo. Entre tanto, por parte del Ejército, a la puerta de Capitanía se instaló un cañón que enfilaba y batía la consejería de Gobernación donde corría el licor y los parabienes; el cañón disparó poco, pero el ruido que hizo sembró el pánico entre los participantes de la "victoria". Creyéndose perdidos, demandaron inmediato socorro a todos los comandos y partidas de Barcelona, a los acuartelados en poblaciones vecinas también, pero nadie acudió a liberarlos de los disparos de intimidación.

Josep Dencás, otrora el más vibrante y exaltado de los insurrectos separatistas, se agarró al micrófono de Radio Barcelona e hizo un llamamiento desesperado pidiendo la ayuda de todos los españoles para que acudiesen en auxilio de Cataluña, el último y más firme baluarte de la República; terminó la temblorosa arenga con un tonante ¡Viva España!, que todos los allí reunidos corearon estruendosamente entre aplausos. Seguramente era la primera vez que de la boca de Dencás y amigos afloraba el por ellos considerado repugnante nombre de España, además acompañado de vítores y aplausos. Pero como su demanda de auxilio no fue recogida por nadie y su falaz recientísima conversión al españolismo tampoco, los atrincherados optaron por huir a través de las alcantarillas con el dinero previsto para una contingencia desfavorable; siempre previsores ellos. Poco antes o poco después cesaron en su actitud levantisca todos, claudicando con acelerada disposición el resto de los focos subversivos: Ayuntamiento, Comisaría General de Orden Público, centros de Estado Catalán, etc. Sólo hubo dos posiciones que ofrecieron cierta resistencia: el Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y la Industria, y la Comandancia general de Somatenes; en los dos lugares se utilizó la artillería para reducirlos.

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