domingo, 11 de septiembre de 2011

Dos Españas pictóricas







Cualquiera que quiera ver a dos hermanos más opuestos que Abel y Caín y sin embargo hermanos e iguales en el terreno de las artes, puede dedicarse a comparar la extraña pareja que forman Julio Romero de Torres y Federico Beltrán Massés, este último todo un descubrimiento deslumbrador, un decadente de las tertulias del Hoyos y Vinent, la Tórtola Valencia, el Álvaro Retana, el Joaquín Belda y compañeros mártires,  el  que se paseó por el Hollywood de su amigo Valentino y por los lupanares de La Habana, Madrid y París pintando juergas flamencas, marquesas, modelnas y mujeres de rompe y rasga. Julio Romero, por el contrario, se limitaba a pintar sin salir de Córdoba mujeres revestidas o, cuando más, semivestidas, con naranjas y limones, mientras bebía cañas de manzanilla. Pintan lo mismo tema, pero de qué manera más opuesta. Lo que en uno es erotismo en el otro es... Bueno, vamos a dejarlo, sobre todo porque no quedan apenas copias de sus tremendos desnudos. ¡Y son estrictamente contemporáneos! Lo que no quita que Romero haya salido en los billetes de cien y Beltrán, seguramente mejor estéticamente hablando, que no técnicamente, y mucho más considerado fuera de nuestras fronteras como figura señera del Art nouveau, esté ahora mismo aquí requeteolvidado salvo para una cáfila de especialistas y en los tugurios de las notas a pie de página. En su pintura aparecen aludidos pero inconfundibles Renoir, Zuloaga y el Picasso de las épocas rosa y azul, pero algunas de sus mujeres desnudas, reclusas e invisibles en colecciones privadas, recuerdan a las vampiresas expresionistas de Munch.

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